Aquella tarde, finalizados sus asuntos en el despacho, Rebeca esperaba su turno en la sala de ecografías del hospital, sin soltar el pañuelo de su padre. Saber la verdad de lo ocurrido entre sus padres le aclaró muchas cosas y, sobre todo, le hizo tener una visión diferente de su familia y su vida.
Cuando dijeron su nombre se levantó y entró en la pequeña sala. Una vez allí ya sabía lo que tenía que hacer. Se echó sobre la camilla y el médico comenzó su ritual con el gel.
—¿Qué tal te encuentras, Rebeca? —preguntó el médico.
—Bien, aunque cada vez más gorda.
Ambos rieron y el doctor le guiñó un ojo y comenzó a mover el aparato sobre su barriga.
—Vamos a ver cómo está nuestro amiguito o amiguita.
—En la última ecografía me dijiste que quizá hoy pudiéramos ver el sexo del bebé.
El hombre sonrió.
—Vamos a intentarlo. ¿Tú qué quieres, niño o niña?
Rebeca se lo pensó unos segundos, y finalmente se encogió de hombros y respondió:
—La verdad es que me da igual. Lo único que quiero es que esté sano.
Con una simpática sonrisa, el hombre la miró y, tras comprobar los datos que necesitaba para saber que el bebé estaba bien, señaló la pantalla.
—Bueno… bueno, pues te diré que es un niño, ¿lo ves?
—¡Un niño! —exclamó encantada—. Fenomenal.
—¿No decías que te daba igual? —bromeó el médico al tiempo que le daba un trozo de papel para que se limpiara el gel de la barriga.
Con una radiante sonrisa, Rebeca asintió.
—Si me hubieras dicho niña estaría igual de contenta.
Veinte minutos después salió del hospital con su ecografía bajo el brazo deseando llegar a su casa para enseñársela a Kevin y Ángela. Quizá aquello le hiciera pasar un rato feliz a su hermano, ¿o no? Continuamente dudaba sobre cómo proceder con él. Kevin no hablaba, no reía, no se comunicaba. Solo miraba por la ventana o al techo todo el día, sumido en una tristeza desesperante. Rebeca pensó en contarle la visita de su padre aquella mañana, pero al final desechó la idea. No sabía cómo se lo podría tomar. Y no quería ni enojarle ni ponerle nervioso. Ya se lo contaría más adelante.
Después de aparcar el coche en su garaje, entró en su casa pletórica de alegría, y cuál fue su sorpresa cuando vio a Kevin correr, seguido de Ángela. Parecían tener mucha prisa.
—¿Qué pasa? —preguntó Rebeca alarmada.
Su hermano, acercándose a ella con los ojos llenos de vida, gritó:
—¡Es Pizza! ¡Está de parto!
Sin dar crédito a la vitalidad de su hermano y a lo que decía, Rebeca soltó sus cosas en el sofá y les siguió balbuceando.
—¿Qué… Pizza… qué?
Pero cuando entró en la habitación de su hermano, su sorpresa fue mayúscula al ver a su perra rodeada de mantas, con dos cachorros minúsculos a su lado, y otro que luchaba por salir.
—¡Ay, Dios! —susurró asustada.
—Eso digo yo. ¡Ay, Dios! —repitió Ángela agachándose—. ¿Pero cómo no nos hemos podido dar cuenta de que este pobre animal estaba esperando cachorros?
—Las preocupaciones, Ángela… las preocupaciones —respondió Kevin rompiendo la bolsa del nuevo cachorro con una sonrisa que les llegó al alma.
—¿Pero qué ha pasado? —preguntó Rebeca sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Pizza dando a luz y Kevin tan locuaz, despierto y bromista como antaño.
—Ha sido alucinante —contestó su hermano—. Estaba tumbado y de pronto he notado que Pizza se bajaba de la cama. Segundos después escuché un ruidito extraño y al mirar he visto a Pizza sangrando. ¡Joder, qué susto me ha dado la muy puñetera! He bajado corriendo para avisar a Ángela y al subir nos hemos quedado sorprendidos al ver que la sangre que yo había visto era porque estaba empezando a parir. Después hemos bajado a por toallas y ha sido cuando has llegado tú.
Ángela, pendiente en todo momento de la perrilla, les miró.
—Si ya decía yo que últimamente la veía más gorda. Ay, virgencita. ¡Que sale otro!
Pero Rebeca miraba a su hermano emocionada.
—Kevin, ¿estás bien? ¿Te encuentras bien? —susurró.
Él asintió entendiéndola.
—No te preocupes por mí. Estoy bien. Ahora lo importante es Pizza —susurró a su vez, pasándole la mano por el mentón.
Aquella tarde la casa de Rebeca era una fiesta. Todo volvía a ser como antaño. Kevin estaba vivo, alegre y dicharachero, y Ángela no paraba de reír y bromear. Cuando llegó la noche, Pizza dormía tranquilamente en la habitación de su hermano junto sus cinco cachorros. Rebeca los miró antes de bajar al salón y, feliz, pensó que una vez más Pizza había vuelto a traer la alegría a la casa. Gracias a ella y a su inesperado parto, Kevin había vuelto a reaccionar. El médico tenía razón, solo era cuestión de tiempo.
Mientras bajaba, se paró en la escalera al oír a Ángela y a Kevin. Risas. Escuchar risas y bullicio tras tantos meses de silencio era maravilloso. Bromeaban en referencia a la barba que tenía.
—A mí me gusta. Me da un aire más enigmático —decía Kevin.
—Pero hermoso, con la cara tan bonita que tienes, ¿por qué esconderla tras esa mata de pelo? —respondió Ángela, con los brazos en jarras.
—Pero, Ángela, ¿no crees que me da un aire más maduro y serio?
—Ay, Dios mío, ¿para qué quieres madurez ahora que eres joven? Vive la juventud y exprímela a tope, que para madurez ya tendrás tiempo. ¿Verdad, mi niña? —preguntó Ángela al verla parada en la escalera.
Feliz por aquel inesperado acontecimiento, la muchacha terminó de bajar las escaleras y, se acercó a donde estaban ellos.
—Tiene razón Ángela. La vida es para vivirla. Y hablando de vida, tengo una noticia. Hoy me he hecho una ecografía. Todo va perfecto, ¡y ya sé lo que es!
—Yo también, un pato —se mofó su hermano.
—De esto entiendo yo —dijo Ángela—, y ya te he dicho que cuando se tiene la tripa redondita se dice que es una niña, y cuando se tiene de pico se dice que es un niño. Y tú, tesoro, la tienes redondita, y va a ser una niña.
—Pues no —contestó riéndose—. ¡Es un niño!
Kevin, emocionado, no sabía si reír o llorar, y sin pensárselo abrazó a su hermana.
—Un niño ¡qué alegría! —gritó la mujer y dándole un colleja a Kevin dijo—. Lo ves, no es un pato.
—Ay —se quejó él—. ¡Ángela, vaya mano más larga que tienes!
—Pues la puedo tener más larga aún —aclaró la mujer remangándose—. Por lo tanto, ahora mismo todo el mundo a cenar, o aquí se me estira la mano esta noche.
Fue una noche llena de felicidad, emoción y risas, y más por ver a Kevin hablar y sonreír por fin. Cuando Ángela se fue a marchar, Rebeca se empeñó en llevarla hasta casa. No vivía lejos, pero no quería que fuera andando sola por la calle. Kevin se ofreció a conducir, pero su hermana no le dejó. Al final Rebeca se salió con la suya y acercó a la mujer a su casa.
Kevin se despidió con un beso de aquella mujer a la que quería como una madre. Y cuando vio que el coche se alejaba y se quedó solo en casa, cogió su teléfono móvil. Buscó en su agenda un número y cuando lo hubo encontrado lo marcó dispuesto a conseguir su propósito. Veinte minutos después, cuando Rebeca regresó a casa, su hermano la esperaba en el salón tomándose un refresco.
—No has tardado apenas nada.
—Ya sabes que Ángela vive muy cerca —Kevin sonrió y Rebeca añadió feliz—. Oye, ¿sabes lo qué vamos a hacer ahora?
—A saber lo que se te ocurre.
—Vamos a llamar a Donna y le vamos a dar las tres buenas noticias que tenemos.
Kevin asintió con una sonrisa. Donna se alegró al saber que el bebé era un niño. Se sorprendió cuando se enteró de que Pizza había tenido cachorritos, pero cuando verdaderamente lloró de felicidad fue cuando habló con Kevin y le encontró vivo. ¡Su amado hermano había regresado!
Aquella noche los hermanos se sentaron en la cocina para tomar un vaso de leche y Kevin se sinceró por fin. Le contó que había querido morirse al pensar en el engaño de Bianca y la vida sin ella. La amaba y eso lo hacía todo más duro y difícil. Pero tras lo ocurrido con Pizza, sin saber por qué, se había dado cuenta de que la vida continuaba sin Bianca, y que había seres como Rebeca, Ángela, Donna y Pizza, que le querían vivo y feliz. Al escucharle, la muchacha lloró. Aquello suponía un paso muy grande para su hermano y eso le emocionó.
Después de hablar durante más de una hora, Kevin obligó a Rebeca a hablar sobre Paul y su inexistente relación. Ella se sinceró. Su hermano la escuchó y pasándole con cariño un pañuelo por el rostro, la consoló y le recordó que en la vida casi siempre había solución para casi todo y que pasara lo que pasara, siempre estaría a su lado.
—Escucha Rebeca, necesito darte las gracias por todo lo que has hecho por mí en estos meses.
Emocionada asintió.
—No hace falta, Kevin.
—Sí. Sí hace falta.
—Vale —sonrió limpiándose las lágrimas—. Dámelas.
—Sé que he sido peor que un mueble inútil, y mi trato ha sido horroroso e inhumano. Siento haber perdido la cordura y en especial, no haber sido capaz de entender que la vida continuaba tras mi problema y yo debía vivirla. Pero quiero que sepas que nunca más volverá a suceder algo así, porque he descubierto que tengo la mejor familia y la mejor hermana del mundo —murmuró cogiéndole las manos.
Lágrimas de felicidad corrían por el rostro de Rebeca.
—Estoy segura de que tú hubieras hecho lo mismo por mí, incluso yo hubiera sido más intratable. Recuerda que soy muy testaruda e insoportable.
Él sonrió con cariño y le dio un beso en la frente.
—¿Te das cuenta de que ya es casi Navidad de nuevo? —preguntó mirándola fijamente.
—Sí.
—Con todo lo que nos ha ocurrido este año podemos escribir un libro.
—Sí… —asintió ella—. Se podría titular Casi una novela.
Ambos rieron. Aquel año había sido duro y determinante para sus vidas. Las confidencias continuaron y Rebeca recordó la visita de su padre y decidió contárselo. En un principio, Kevin parecía reticente a escuchar, pero al final le prestó toda su atención. Con paciencia, Rebeca le contó lo mismo que su padre a ella, aunque omitió el tema de Donna. Ese secreto lo guardaría con celo toda su vida.
Al final, Kevin llegó a la conclusión, gracias a las palabras de su hermana, de que había llegado el momento de hablar con su padre. Escuchar a su hermano decir aquello, para Rebeca fue el colofón de un gran día. De madrugada decidieron irse a dormir. Rebeca estaba hecha polvo. Habían sido muchas emociones en un solo día, y en su estado aquello le había sobreexcitado. Su relación con Paul era inexistente, pero la dicha de ver a su hermano activo y con vida, le animó una barbaridad.
Antes de dormir pasaron al cuarto donde dormía Kevin para ver a Pizza. La perra estaba dormida y agotada, rodeada de sus cachorros. Se acercaron a ella y ésta, al verles, abrió un ojo y movió el rabo feliz. Emocionada, Rebeca se agachó con torpeza por su barriga para repartirle por el morro y la cara varios besos amorosos. Y tras darle las gracias en silencio por la felicidad que aquel animalillo siempre le había regalado, se marchó a dormir, y como era de esperar, soñó con Paul.