Dos días después, y más repuesta, acudió con su hermano al ginecólogo para hacerse una nueva ecografía. Mientras esperaban su turno en la consulta, Rebeca miró a las mujeres que estaban allí y, con cierta envidia, observó a sus cariñosos acompañantes. Se fijó en un cartel en el que ponía que apagaran los móviles y rápidamente lo apagó. Con una sonrisa, miró a su hermano y este la imitó. Cuando les tocó el turno, Rebeca animó a Kevin a que entrara con ella. Una vez tumbada en la camilla, el doctor le echó un gel frío y pegajoso sobre la barriga y, cogiendo un aparatito parecido a un bolígrafo, lo posó sobre su tripa y comenzó a moverlo.
Al principio no se veía nada, pero a los segundos el doctor paró y, dando a los botones, inmovilizó la imagen; y allí estaba. Aquel pequeño borrón blanco que latía, les explicó el ecógrafo, que en un futuro sería un hermoso bebé. Kevin bromeó diciendo que tenía forma de pato, mientras Rebeca, emocionada, no podía quitar ojo de la pantalla. Durante unos segundos, miles de emociones pasaron por su cabeza. Cuánto le hubiera gustado compartir ese mágico momento con Paul. Sintió ganas de llorar y reír de alegría, pero se contuvo. No quería dar el numerito. El ecógrafo, amigo de Samuel, les dijo que el bebé estaba aproximadamente de catorce semanas, y que por las medidas del feto, todo estaba normal. Después dio a un botón y salió el impreso de la ecografía, que fue entregado a la futura mamá. Kevin bromeó diciendo que el bebé tenía unas pestañas preciosas, y los tres rieron.
Rebeca deseaba llegar a casa para enseñarle a Ángela la imagen de su bebé. Cuando llegaron a casa, Ángela le indicó que debía llamar a la oficina. Habían llamado varias veces y necesitaban hablar con ella urgentemente. Recordó haber apagado el móvil, y con la emoción no lo había vuelto a encender. Mientras Kevin y Ángela hablaban sobre la ecografía del bebé, ella marcó el teléfono de la oficina y Belén le informó de que Peterson quería hablar con ella. Cuando por fin Rebeca logró dar con Peterson, se quedó sin palabras. Habían detenido a Bianca y a Newton en un aeropuerto de Francia tras regresar de Milán de entregar un cargamento de cocaína que se distribuiría por Europa. Mientras escuchaba por el auricular lo que Peterson le contaba, vio como su hermano reía con Ángela y pensó en cómo cambiaría todo cuando ella colgase el teléfono y le contase todo lo acontecido.
Se alejó de ellos para poder hablar tranquilamente y le preguntó a Peterson cuándo había ocurrido todo aquello y él le contestó que la pasada madrugada, y que también habían detenido a Cavanillas. En cuanto Bianca y Newton se vieron acorralados, no dudaron en acusar a su tercer colaborador. Todavía intentando asimilar lo que había acontecido, Rebeca se despidió de Peterson diciéndole que más tarde le llamaría. Cuando colgó el teléfono, Rebeca cerró los ojos durante unos segundos. Estaba feliz porque todo se hubiera desenmascarado por fin, pero se le partía el alma al pensar en que ahora tenía que contárselo a su hermano, y en cómo él lo tomaría. Decidió esperar a que Ángela se marchara a su casa. Aquello no iba a ser agradable.
—Cariño —dijo Ángela radiante—, ¿estás bien?
—Sí. Claro que sí —asintió Rebeca con disimulo.
—¡Oh, Dios! Qué emocionante ver por fin al bebé —gritó emocionada la mujer mientras se acercaba a ella con la ecografía en las manos.
—Pato, Ángela. Eso es un patito. ¿No ves la forma que tiene? —dijo Kevin en tono guasón, cogiendo una cerveza de la nevera.
La mujer se volvió hacia Kevin con los brazos en jarras.
—No digas tonterías, muchacho. No llames pato a tu futuro sobrino. A lo mejor a Rebeca no le gusta.
Con ternura, Rebeca abrazó a su hermano.
—A mí no me importa. Puede llamarle lo que quiera —añadió con sentimiento.
Dio un beso a su hermana y un trago a su cerveza.
—Mi pato tiene que ser más grande que este —dijo feliz—. Pero a Bianca todavía no le han mandado ninguna ecografía. Donde vivimos la sanidad es algo deprimente. Tendré que hablar con su doctor cuando vuelva.
Escuchar aquello le partió más aún, si cabe, el corazón a Rebeca.
—Quizá el doctor de Bianca —indicó Ángela— haga otro tipo de seguimiento. Cada doctor es diferente, y no les gusta que se metan en su trabajo.
—No me convences, Ángela —sonrió él—. Y obligaré a ese doctor a que me enseñe a mi patito. ¡Estoy deseando verle!
La mujer, tras soltar una risotada, cogió su bolso.
—Eres de lo que no hay, sinvergüenza. Y ahora me voy a mi casa. Y conste, y esto va por los dos, que estoy segura de que vais a tener unos hijos preciosos. Solo hay que veros a vosotros, tesoros míos.
Una vez se quedaron solos, Rebeca decidió llamar a una pizzería cercana para que trajeran algo de cena. A Kevin le encantó la idea. Mientras cenaban encontró a su hermana demasiado callada, pero se lo respetó. Seguro que en su cabeza, tras ver la ecografía, había un lío de mil demonios y en ese lío estaba Paul. Pero lo que no sabía Kevin era que ella pensaba en cómo contarle lo ocurrido. Él se enfadaría, era inevitable. Una vez terminada la cena, cuando él se proponía a ver una película en el ordenador, Rebeca creyó que había llegado el momento.
—Tengo que hablar contigo.
Al ver su rictus tan tenso, Kevin se quitó los auriculares y los dejó a un lado.
—Caray, hermanita, no te pongas tan seria —se mofó.
—Kevin, es algo serio.
—Venga Rebeca, no creo que sea para tanto. Por cierto, ¿te has parado a pensar en cómo serán los bebés? Me encantaría tener una niña que tuviera los ojos de Bianca y la sonrisa de mamá. ¿A ti qué te gustaría que fuera?
A Rebeca el corazón le latía a mil. Era imposible tener tacto con lo que tenía que decir.
—De momento no me he parado a pensar si quiero un niño o una niña. Pero volviendo al tema que tengo que hablar contigo… No sé por dónde empezar. Es algo demasiado complicado y, por favor, necesito que me prestes toda tu atención.
Finalmente, al notarla tan en tensión, Kevin se acomodó en el sillón y, mirándola fijamente, asintió convencido.
—Muy bien. Cuéntame tu problema, porque quiera o no quiera, veo que me lo vas a contar. Por lo tanto aquí me tienes, prestándote toda mi atención.
—Kevin… Tienes razón en una cosa, es mi problema pero…, también es un problema tuyo.
—Venga, desembucha, ¡doña dramática! No creo que sea para tanto —sonrió él.
Una vez hubo tomado aire, Rebeca comenzó como pudo por el principio, y con el corazón dolorido, observó cómo la cara y el gesto de su hermano cambiaba por segundos. Cuando tocó el tema de Bianca, a quien llamó Tatiana Ratchenco, éste no pudo más.
—¡Mentira! —estalló—. ¡Eres una mentirosa irrefrenable!
—Cielo, escucha… no te miento.
Pero su hermano estaba fuera de sí.
—Basta ya, Rebeca. Nunca te gustó Bianca. ¡Basta!
—Kevin, escúchame, todo lo que te digo te lo puedo demostrar, cielo.
—¡Por supuesto que me lo vas a demostrar, y me tendrás que pedir perdón! —voceó descontrolado—. Y en lo referente a que se llama Tatiana y que es drogata y puta, ¡venga ya, Rebeca! ¡No digas gilipolleces! Sé que ella, al igual que yo, y seguramente tú y más de media humanidad, se ha fumado sus porros y demás, pero de ahí a que me digas las locuras que has dicho, va un mundo.
Rebeca tenía el corazón partido.
—Kevin, créeme. Tengo unas fotografías en las que se ve a Bianca esnifando coca. Quisieron convencerme de que eras tú quien aparecía a su lado. Créeme, no te miento.
—¡Mentira!
Rebeca levantándose, abrió un cajón de su despacho, sacó las fotografías y se las enseñó. Kevin en un principio se quedó mirándolas fijamente, para después tirarlas al suelo.
—¿Qué me quieres demostrar con esto? —gritó fuera de sí—. ¿Qué cojones quieres demostrarme?
—¡Quiero que te tranquilices y que me escuches hasta el final! —voceó sin querer perder los nervios.
Dicho esto prosiguió con el resto de la historia, donde se involucraba a Bianca en tráfico de drogas junto con Newton y Cavanillas. Le enseñó otras fotos donde Bianca se besaba con Newton o se montaba en su coche. Fotos proporcionadas por el detective y que segundo a segundo a su hermano le iban partiendo el alma. Kevin intentaba entender y escuchar todo lo que ella le decía. Pero en su interior algo en él luchaba por no creer lo que su hermana le contaba.
Cuando Rebeca llegó al final de la historia, e informó que Bianca estaba detenida en Francia junto con sus compinches, él no pudo más.
—¿Que está detenida en Francia? —preguntó al tiempo que se levantaba.
—Sí.
—Imposible —voceó tocándose la cabeza con desesperación—. Ella no está en Francia, está en Dallas con su empresa.
—Créeme, Kevin, puedo demostrar que está en Francia.
—Vuelves a mentir —paseó de arriba abajo—. Vuelves a mentir, Rebeca. Bianca no es así. Es imposible, no lo entiendes.
—Ojalá estuviera equivocada. Me encantaría estar equivocada en todo lo que te he dicho ¡Ojalá! —murmuró intentando abrazar a su hermano, quien la rechazó de un manotazo—. Pero lo siento. No es así. Yo no quería que esto terminara así. Nunca quise que a ti te pasara algo malo y…
—¡Tú…! Tú me has estado vigilando todo este tiempo y no me has dicho nada.
Alejándose de ella dio un puñetazo a la pared. Rebeca asustada, intentó acercarse a él.
—No podía, Kevin… me amenazaron y yo…
—Cállate, joder ¡cállate!
Él no quería entenderla.
—¿Cómo crees que me siento tras oír todas la mentiras que cuentas de mi mujer y saber que tú, maldita sea, me has estado vigilando? Bianca es mi mujer ¡mi mujer! No la desconocida que intentas que crea que sea.
—Kevin, no son mentiras, te lo juro por lo que tú más quieras. —Repitió de nuevo entre sollozos—. Es más, llamemos a los detectives que han llevado el caso y ellos te lo confirmarán. Nada en el mundo me gustaría más que poder decirte que nada de esto es verdad. Pero desgraciadamente no es así. Lo siento. Lo siento con toda mi alma. Siento haberte mentido y engañado, pero no podía decirte nada porque Cavanillas te hubiera hecho algo, y no hubiera podido perdonármelo. Nunca pude imaginar que algo así nos pudiera pasar a nosotros, pero desgraciadamente ha pasado y no he podido hacer otra cosa que callar para protegerte. Solamente quiero que sepas que te quiero, y que intentaré ayudarte en todo lo que pueda y…
—Menuda ayuda tengo contigo —espetó despectivamente separándose de ella—. No necesito tu maldita ayuda. Déjame en paz.
—¡No digas eso, Kevin! —chilló perdiendo los nervios que tanto había luchado por conservar—. No eres justo. Si de verdad no me crees, tendrás algún teléfono donde localizar a Bianca. Llámala. Llámala y demuéstrame que soy una mentirosa y que merezco que te enfades conmigo.
Hubo un silencio entre ellos dos que pareció durar una eternidad, hasta que finalmente Kevin, destrozado, se dio por vencido.
—No puedo, Rebeca —gimió echándose las manos a la cabeza mientras las lágrimas surcaban su rostro—. No puedo llamarla a ningún sitio. Siempre que se marcha de viaje me llama ella a mí. Suelen ir a varias ciudades, por lo que es difícil que yo pueda localizarla.
Se sentó junto a ella que trataba de consolarle mientras ambos lloraban por todo lo perdido.
—Tranquilízate, por favor. Yo nunca habría querido que tú sufrieras. Sabes que cuando trajiste a Bianca a casa, ella y yo nos llevamos muy bien, e incluso hice cambiar de opinión a Donna que…
—Me imagino que ella también lo sabe, ¿verdad? —preguntó mirándola.
—Sí. Notó que me pasaba algo y bueno… ya sabes. Kevin, te juro que yo tampoco podía creer que todo esto fuera verdad, y me costó asimilarlo y…
—¿Y Paul?
Escuchar su nombre le volvió a tocar el corazón, pero estaba dispuesta a no llorar más por él, ante el problemón de su hermano.
—No —murmuró—. Él no sabe nada. Nunca le conté nada de lo que ocurría para no verle metido en esta macabra historia. Por eso se enfadó conmigo y…
Desesperado, y sin escuchar lo que ella intentaba contarle, Kevin se volvió a llevar las manos a la cabeza.
—¡Dios mío, Rebeca! ¡Qué voy a hacer sin ella! ¡La quiero más que a mi vida! Y está también lo del niño.
Al escuchar las palabras de su hermano, recordó lo que noches antes Paul le dijo a ella: «La vida continúa contigo y sin ti».
—Tienes que seguir adelante, Kevin —respondió.
—Es mi hijo y lo quiero. Lucharé por él todo lo que tenga que luchar.
Mirándole con determinación a los ojos, Rebeca asintió.
—Soy abogado, Kevin, y te juro que así será. Lucharemos por ese niño.