El martes llegó y con él su hermano, que estaba tan guapo como siempre. La primera noche cenaron los dos solos en casa, y él le contó infinidad de cosas que había leído en los libros sobre embarazos. Charlaron de Bianca, y a Rebeca se le puso la carne de gallina al percatarse de lo enamorado que estaba su hermano de su mujer. Sobre las once de la noche, tras varios bostezos, Rebeca, entre risas, le confesó a Kevin que se dormía en todas partes y a cualquier hora. Éste no pudo más que sonreír y explicarle que era un síntoma normal en su estado.
Al día siguiente, Rebeca se marchó a trabajar y Kevin se quedó en casa durmiendo. Llamó a mediodía desde la oficina para hablar con su hermano, lo cogió Ángela, que le dijo que él estaba en la ducha cantando a voz en grito. Rebeca, divertida por cómo reía Ángela, charló un rato con ella y finalmente colgó. Cuando por la tarde llegó a casa, se encontró a Kevin y a Ángela bailando en el salón ritmos latinos. Eso la hizo sonreír. Minutos después los tres bailaban reggaeton entre risas mientras Pizza ladraba y corría por toda la casa como una loca.
Aquella noche, Kevin propuso cenar fuera y lo hicieron en una crêperie. Cuando terminaron, como era pronto y a ella todavía no le había entrado sueño, decidieron ir a tomar una copa. Rebeca se sorprendió de lo puesto en bares de copas en Madrid que su hermano parecía estar.
Sobre las doce de la noche, Rebeca ya no podía más y decidieron regresar a casa. Mientras esperaban en guardarropía a que les dieran sus abrigos, Rebeca oyó una voz conocida a su espalda, y, al volverse a mirar, la carne se le puso de gallina al ver a Iván, el amigo y compañero de equipo de Paul. Con rapidez, intentó escabullirse para no ser reconocida pero fue demasiado tarde. Dos segundos después Rita estaba a su lado.
—Rebeca, ¡qué sorpresa!
—Hola, Rita.
—¿Qué tal estás? —preguntó al tiempo que se acercaba Iván.
—Bien… Hola, Iván —saludó con cortesía, y este asintió. Acercándose a su hermano continuó—. Os presento a mi hermano Kevin. Ella es Rita y él Iván, su marido. Son compañeros de Paul.
Kevin, con su indiscutible simpatía, les estrechó la mano.
—¿No me digas que tú también corres en moto? —Iván asintió y Kevin continuó—: Os veo correr y me dejáis alucinado. Yo no sé si sería capaz de montar en una moto así.
—Todo es cuestión de práctica, amigo —respondió Paul, que en ese momento se unía al grupo acompañado del brazo por una mujer morena muy sensual.
Rebeca, al verle y tenerle tan cerca, se quedó petrificada. Con lo grande que era Madrid, ¿por qué tenían que encontrarse? Con el corazón a mil le miró como pudo. Paul estaba impresionante. Llevaba el pelo más largo de lo normal y aquella camisa oscura con los vaqueros le hacían sexy. Tremendamente sexy.
Kevin, a diferencia de ella, le estrechó la mano encantado. Pero un guiño de Rita le hizo entender a Rebeca que aquello era una encerrona.
Te mataré, Kevin, pensó al darse cuenta de su juego mientras le oía decir:
—¡Paul, cuánto tiempo! ¿Cómo estás, amigo?
—Bien, muy bien. ¿Dónde está tu preciosa mujer? —respondió el piloto sin mirar a Rebeca.
Aquella pregunta hizo a Rebeca resoplar. Pero claro, Paul no sabía nada.
—Bianca está de viaje de trabajo, pero estoy con mi hermana ¿la recuerdas?
Paul la traspasó con la mirada y no precisamente por su calidez. Aunque su interior bullía por abrazarla y besarla, su fachada era de frialdad absoluta.
—Hola, Rebeca. ¿Cómo estás?
—Bien, Paul, gracias —atinó a responder, mientras la mujer de escote y pechos voluptuosos le asía con posesión del brazo.
—¿Os vais ya? —preguntó Rita—. Quedaos y tomaos una copa con nosotros.
—No es posible —dijo Rebeca al ver a su hermano con expresión divertida—. Estoy cansada y…
Haciendo caso omiso a lo que Rebeca decía, Paul dio una palmada en la espalda de Kevin y les animó en tono guasón.
—Venga. Será divertido tomar algo juntos. No podéis negaros.
—Una copichuela y nos vamos —asintió Kevin mirando a su hermana, que le acuchillaba con la mirada.
No era lugar ni momento de montar un numerito, pero cuando se quedara a solas con Kevin se iba a enterar. Su gesto incómodo la delató. Eso hizo gracia a Paul, que no podía dejar de mirarla a pesar de estar tan sorprendido como ella.
—De acuerdo. Una copa —se vio obligada a aceptar.
Pasaron de nuevo al interior del local, y cuando les preguntaron qué querían beber, Kevin pidió para él un whisky y para Rebeca una zumo de piña. Mosqueada, le corrigió y se pidió otro whisky. Kevin la miró sin entender nada. Ella estaba embarazada y no debía.
—¡Estás loca! —le susurró al oído sin percatarse de que Rita estaba demasiado cerca y podía escucharles—. En tu estado no puedes beber alcohol.
Con disimulo, y al ver que Paul les miraba le cuchicheó.
—Ya lo sé, maldito esquirol. Te juro que esta me la pagas —respondió enfadada—. Pero no pienso pedir un simple zumito cuando todos pedís alcohol.
Incómodo por cómo su hermana se las gastaba, Kevin asintió molesto.
—De acuerdo. Pero que no vea que lo pruebas. ¿Me entiendes? —dicho esto, Rebeca sonrió con malicia.
Iván se acercó a ellos y les entregó sus copas.
—Vuestras bebidas.
Ambos cogieron sus vasos y Rebeca, para hacer de rabiar a su hermano, se lo acercó a la boca.
—Gracias, Iván.
Solamente mojó sus labios con la bebida y el amargor le hizo arrugar la nariz. Aunque la verdad, si no fuera por el bebé, aun con el amargor, se lo hubiera bebido. En ese momento lo necesitaba. Sonaba una canción lenta de Alejandro Fernández y el ambiente, la presencia de Paul y el sueño que tenía, la tenían atacada.
Me dediqué a perderte.
Y me ausenté en momentos que se han ido para siempre.
Me dediqué a no verte.
Y me encerré en mi mundo y no pudiste detenerme.
—Joder… y encima esta canción —siseó Rebeca.
Aún recordaba el día que la bailó con Paul en el salón de su casa. Cómo se besaban. Cómo se abrazaban y cómo hicieron el amor.
—Ven, vamos a bailar —la animó Kevin cogiéndola de la mano para quitarle el whisky y llevársela a la pista. Una vez allí, como un padre protector, la miró enfadado—. Mira, Rebeca, quizá no haya sido acertado quedarnos a tomar la copa con ellos, pero este puede ser el momento del que tanto hemos hablado. Aquí le tienes. Habla con él —dijo mirando a Paul, que hablaba con la mujer morena.
—Te voy a matar cuando salgamos de aquí, ¡liante! —contestó con rabia por la encerrona de su hermano—. No quiero hablar con él porque no me interesa. Además, ¿no ves lo ocupado que está con esa conejita de Playboy?
—Uis… qué celosona te veo para luego decir que él no te interesa —se mofó.
Rebeca no podía apartar la mirada de Paul y de cómo este pasaba su mano por la cintura de aquella mujer.
—Mira… ¡Vete al cuerno!
—Vale… me voy al cuerno —sonrió Kevin.
Cada vez más malhumorada, le clavó las uñas en el brazo.
—¿No le habrás dicho a Rita que…? —preguntó.
—Nooooooo —cortó su hermano—. Eso se lo tienes que decir tú a Paul.
A cada segundo más desesperada murmuró.
—¿Cómo has podido prepararme esta encerrona, Kevin? ¿Cómo?
—Alguien tenía que hacerlo por ti.
—¿Por mí? —gritó Rebeca deseando ahogarle—. Yo le llamé y él no me respondió. ¿Me quieres decir que tú le has llamado por mí y él ha aparecido con todos sus amiguitos para verme?
Sorprendido por la furia de aquella, intentó tranquilizarla.
—No. Él no sabía nada tampoco. Y antes de que sigas despotricando te diré que fue Donna quien me pasó el teléfono de Rita y yo hablé con ella.
—¡Magnífico! —resopló al escucharle.
—Deja de decir tonterías y piensa. Le tienes aquí. Habla con él —insistió Kevin.
Pero Rebeca, cada vez que lo miraba se ponía de más mala leche. Paul solo tenía ojos y sonrisas para la mujer que continuamente le tocaba con toda familiaridad. Cuando creía que iba a explotar se paró en la pista.
—Vamos a la barra. Tengo sed, entre otras muchas cosas.
Con una cariñosa sonrisa, Kevin le levantó el mentón.
—Hablando de sed —le susurró—. No quiero que te bebas ni un solo traguito de whisky. No quiero que mi sobrino nazca con problemas por la descerebrada de su madre.
Dispuesta a cogerle por el cuello, respondió lo más tranquila que pudo.
—Mira, Kevin, quiero a mi bebé más que a nada en el mundo. Y no hace falta que tú me digas que no me beba el whisky. Te repito que lo he pedido para disimular. Por lo tanto, bébete tu puñetero whisky y vámonos de aquí de una santa vez.
Cogidos de la mano llegaron hasta donde el grupo reía y disfrutaba de la noche. Sin poder evitarlo, Rebeca de vez en cuando miraba con disimulo a Paul. ¡Cómo no mirarle! Estaba guapo, ¡guapísimo! Pero para su disgusto, parecía pasarlo muy bien con aquella tetona. Pero todo era fachada en él. Paul sufría por verla allí y no poder acercarse a ella. Parecía más delgada, e incluso pálida. Deseó acercarse y hablar con ella, pero su gesto serio le detenía. No quería incordiarla.
¿Cómo podían haber coincidido en aquel local? Pero lo supo sin preguntar. Seguro que Rita e Iván tenían algo que ver en todo aquello. Diez minutos después, Rebeca se levantó y se encaminó al baño. Rita se ofreció para acompañarla. En el baño, y con la luz de los focos, Rita preguntó al ver sus ojeras:
—¿Te encuentras bien?
Mirándola con enfado respondió.
—No. ¿Cómo has podido tramar esto con mi hermano?
—Él me llamó.
—Pero Rita… tú sabes que… —murmuró Rebeca desesperada por huir de allí.
—Escúchame, Rebeca, yo lo único que sé es que Paul te necesita y por lo que me ha dicho tu hermano, tú tampoco estás mucho mejor.
Pero la joven no podía evitar recordar a la morena tetona y en especial como Paul la tocaba.
—Sí, ya veo lo mucho que me necesita —murmuró.
—Ella no es nadie para él, te lo puedo asegurar —y mirándola cuchicheó—. Tienes unas ojeras tremendas, Rebeca ¿estás bien?
—Últimamente estoy a tope en el curro. Será eso —respondió con disimulo.
—Quizá te vendría bien dejar de trabajar tanto. No creo que esas ojeras sean buenas para nadie —respondió Rita, sacando unos polvos de su bolso—. Toma, ponte un poco de esto, te las disimulará.
Rebeca, cogiendo la cajita, comenzó a extendérselos. Cuando hubo terminado se los devolvió.
—Gracias, Rita. ¿Tengo mejor aspecto?
—Sinceramente, sí —contestó mirándola de reojo.
Había oído algo de la conversación entre Rebeca y Kevin, y no sabía cómo preguntar lo que pensaba. Rebeca se percató de la manera en que Rita la miraba y la estudiaba y, sin aliento, observó a través del espejo del baño cómo centraba su mirada sobre su barriga aún lisa. Consciente de que se olía algo, se volvió apresuradamente hacia ella dispuesta a despejar cualquier sospecha.
—¿Sabes que estoy haciendo un curso de caída libre en paracaídas?
Sorprendida por aquello, Rita dejó de mirar su tripa.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Y no te da miedo?
Rebeca sin saber bien lo que decía, sonrió.
—Ninguno. Me encanta el deporte de riesgo. Eso de tirarme y sentir que el estómago se me va a salir por la boca ¡me encanta!
Boquiabierta asintió. No sabía que le gustaran esos deportes y cuando iba a preguntar algo más, Rebeca dio por finalizada la charla.
—Ya estoy lista. ¿Volvemos con el grupo?
Cuando regresaron, Rebeca echó en falta a Paul. Ya no estaba donde le había visto la última vez. Aunque pronto le localizó en la pista bailando muy acaramelado con aquella mujer. Durante unos segundos los miró con recelo y casi grita al ver cómo ella hundía su nariz en su cuello para después besarlo. Se estaba enfureciendo por momentos.
—¡Vámonos ahora mismo! —exigió volviéndose hacia su hermano.
Al verla tan alterada miró hacia la pista y lo entendió. No debía de ser fácil ver lo que ella estaba viendo, y se dirigió hacia una enfadada Rebeca.
—Muy bien, hermanita. Tú mandas. Pero quiero que sepas que estás perdiendo una grandísima oportunidad de hablar con él.
—… que no quiero hablar con él. —Y señalando a la pista donde los vio sonreír, gruñó—: Y a él no creo que le apetezca hablar ahora conmigo precisamente.
Su hermano volvió a mirar hacia la pista y tras asentir se mofó sacándola de sus casillas.
—La verdad es que esa mujer está de miedo. ¡Qué cuerpazo!
—¡¡Kevin eres un…!!
Sin dejar que acabara, tiró de ella de nuevo a la pista.
—Un bailecito más y nos vamos. ¿De acuerdo?
Llegaron a la pista y su hermano continuó bromeando con ella, hasta que alguien se acercó a ellos. Era Paul, con la morena, que proponía, para disgusto de Rebeca, un cambio de pareja. ¿Estaba loco? No quería bailar con él. Horrorizada, miró a su hermano pidiéndole ayuda, pero este sonrió y, soltándola, asió por la cintura a la morena y comenzó a bailar. Cuando Kevin se alejó sin mirarla, Paul, sin mediar palabra se acercó a Rebeca y la tomó por la cintura. Era agradable tenerla tan cerca y sentir su maravilloso olor. Durante unos minutos que para ella parecieron horas, ambos estuvieron callados, hasta que Paul rompió el hielo.
—¿Cómo te va en el trabajo?
—Bien, liada, como siempre —acertó a responder—: ¿Cómo está Lorena?
—Un poco resfriada. Por lo demás, estupenda.
Tras otro incómodo silencio Rebeca añadió.
—Me llamó hace poco y estaba un poco enfadada. No quería ir a comer a casa de una tal Natalia.
Su hija no le había comentado nada de aquella llamada.
—Lo entiendo —respondió con una sonrisa congelada—. Natalia cocina fatal. Julia tenía un problema familiar, mi madre no podía venir, Elena estaba fuera y yo tenía que irme de viaje y no podía llevármela. No me quedó más remedio que dejársela a Natalia. Aunque ya le he compensado por ello. —Sonrió al pensar en su hija.
—Podías haberme llamado a mí. Me hubiera quedado encantada con Lorena.
Se separó unos milímetros de ella.
—Eso no hubiera sido buena idea —respondió con rabia acumulada.
—¿Por qué? —exigió sin apartar sus ojos de los de él.
Paul contestó con extrema dureza.
—Creo recordar que la última vez que nos vimos, lo pasabas muy bien con tu amiguito y ni siquiera quisiste hablar conmigo. Eso me hizo creer que tu rechazo incluía a mi hija. No quisiera entrometerme en tu vida y estropearte algún maravilloso plan.
Su tono al decir aquello y su acusadora mirada le molestó.
—Lo que yo haga con mi vida es problema mío, ¿no crees?
Paul sonrió satisfecho. Ella había caído en su trampa y pensaba darle donde más le dolía.
—Por supuesto, y como Lorena es problema mío, y la parte más importante de mi vida, yo decido con quien dejarla.
—Lo entiendo —respondió molesta—. Pero te repito, cuando quieras, ella puede venir a mi casa.
—¿Ella? —se mofó traspasándola con la mirada.
Cada instante que pasaba entre sus brazos estaba más enfadada y nerviosa, mientras él parecía disfrutar desconcertándola.
—Sí, Lorena. Tú ya veo que estás muy ocupado.
Paul sonrió con malicia y miró con descaro a la joven que bailaba con Kevin.
—Si lo dices por Myreia, sí… estoy muy ocupado.
Rebeca quiso partirle la cara ¿cómo se atrevía a ser así con ella? Cerró los ojos y contó hasta veinte.
—Mira Paul, lo que tú hagas con otras mujeres, no me interesa, pero adoro a Lorena, y no me importaría seguir viéndola, y…
Él no pudo más y la llevó a un lado de la pista.
—Pero a lo mejor a mí sí me importa que la veas —le contestó enfadado—. Es mi hija y no quiero que sufra, ¿entiendes? Ella tenía ciertas ilusiones con respecto a ti y a mí, y le está costando acostumbrase a la idea de que tú ya no vas a ser parte de su vida.
A Rebeca el estómago se le revolvió del todo. Quería morirse. Ver tan enfadado y cruel a Paul no era plato de buen gusto. Deseaba decirle que quería formar parte de su vida, que le quería, que no podía vivir sin él, que todo había sido por no meterle en su problema con Cavanillas, pero su orgullo herido se lo impidió.
—Mira, preciosa —continuó el motero con voz dura—. Por mucho que mi hija te recuerde, yo no quiero que siga teniendo trato con una mujer como tú. No quiero que cada vez que lleve una mujer a casa, ella la compare contigo, ¿y sabes por qué? —como una marioneta ella negó con la cabeza y él siseó—. Porque no eres perfecta, ni la mujer que mi hija y yo creímos ver en ti. Y en lo referente a mi persona y mis ocupaciones, soy mayorcito y sé vivir sin señoritingas como tú que van de santas y luego son las peores. —Rebeca quiso contestar, pero no pudo. La lengua se le había pegado al paladar y era incapaz de unir varias palabras. Paul la tenía totalmente noqueada—. ¿Sabes otra cosa, monada? —siguió él con desprecio—. La vida continúa contigo y sin ti, y yo he de seguir adelante solo con mi hija. Si nuestra relación se fue al garete, no creo que puedas decir nunca que fue por mi culpa. Fuiste tú, maldita sea. Fuiste tú quien se negó a ser sincera conmigo y a confiar en mí. Fuiste tú quien me echó de tu casa y, por supuesto, de tu vida —siseó furioso. Ya no había vuelta atrás—. Pero lo que no calculaste, querida Rebeca, es que ese día, ese maldito día en tu casa, nos echaste de tu vida a Lorena y a mí.
—Paul yo… escucha…
—No —la cortó—. No voy a escucharte porque eres una egoísta. Una terrible egoísta que solo pensó en sí misma y nunca en el daño que podrías hacer con tus actos a los demás. Además, nunca dejaría un hijo mío a tu cuidado —aquello la conmocionó mientras él proseguía—: Hoy quieres y adoras a Lorena, ¿pero has pensado en sus sentimientos? Ella es una niña. Una niña que te cogió cariño y que aún te quiere. Y tú, maldita sea, tú, con tu manera de ser, la querrás mientras te apetezca y cuando te estorbe la apartarás de tu lado y seguirás tu camino.
—Dices cosas que no son ciertas —susurró desesperada—. Yo nunca apartaría a Lorena de mi camino, yo la quiero y te…
Ofuscado como pocas veces en su vida, descargó toda su frustración.
—No te creo. Nada de lo que digas me vale. Lorena, mi hija, ha sufrido por tu culpa. Ya sé que la llamaste. ¿Pero cuánto tiempo tardaste? ¿Acaso sabes lo que ella lloró en las semanas que tardaste en llamarla? Llegó a pensar que te habías olvidado de ella. Es una niña, ¡joder! Y tuve que inventarme la mentira de que estabas de viaje.
—Yo… —respondió avergonzada al darse cuenta de que en eso y en casi todo tenía razón.
—¡Cállate! —gritó asustándola—. A mi hija le han costado muchos berrinches tu frialdad, y el no verte o escuchar tu voz. Te adoraba. ¡Te quería! Pero ahora está bien, y te pediría encarecidamente que no la llames ni vuelvas a aparecer en su vida. Que te olvides de ella.
—Paul yo…
—No… no me interesa saber lo que me quieras decir. Con tu frío comportamiento he llegado a pensar que quizá Silvia, su madre, obró con mayor cautela y tacto que tú. Por lo menos no dejó que Lorena se encariñara de ella. —Finalmente, con un terrible resentimiento dijo mientras se alejaba de ella—. Olvídate de ella, igual que en su momento te olvidaste de mí.
Las lágrimas acudieron a sus ojos en torrente mientras veía a Paul marcharse hacia el otro lado de la sala con la morena, que la miraba extrañada. Kevin inmediatamente se plantó a su lado y, al ver el estado en que se encontraba, la abrazó y consoló. Sin mirar atrás, salieron de la sala sin despedirse de Iván y Rita, quienes miraban la escena totalmente sobrecogidos ante la rabia y el dolor que Paul desprendía.
Una vez llegaron a casa, Kevin le preparó una tila para tranquilizarla, pero apenas lo consiguió. Le pidió mil veces perdón a su hermana por aquella encerrona y ella, sin escucharle apenas, asintió y le perdonó. No quería hablar más del tema. Aquella noche Rebeca no pudo conciliar el sueño. En su mente resonaban una y otra vez las duras palabras de Paul. Se sentía culpable del sufrimiento de Lorena, de él, incluso por el de ella misma.
Cientos de vueltas en la cama, le hicieron llegar a la conclusión de que Paul tenía razón. Todo lo había destrozado ella por no querer contarle aquella tarde quién era el detective. Pero ya no había vuelta atrás. Todo estaba dicho y zanjado. Aunque se le ponía la carne de gallina cada vez que recordaba la frase: «nunca dejaría a un hijo mío al cuidado de una persona como tú».
¿Cómo decirle que esperaba un hijo suyo? Después de cómo la había hablado y despreciado, un miedo atroz le hizo pensar que él intentaría arrebatárselo. Por la mañana, al levantarse, tenía unas ojeras horribles y unas náuseas atroces. Llamó al trabajo e informó a Belén que esa mañana no iría. Cuando Ángela la vio, se acercó a ella con la intención de preguntarle qué ocurría, pero tras cruzar una mirada con Kevin, decidió esperar. No era momento.