Al día siguiente, cuando Ángela se enteró de lo ocurrido el día anterior, se asustó. Donna no había querido darle la noticia del embarazo, Rebeca debía decírselo. Y así fue. Nada más verla, la joven se abrazó a ella y se lo contó. En un principio la mujer, al conocer la buena nueva, casi se desmaya, pero rápidamente comenzó a bromear y pensar en el pequeñín que correría por la casa junto con Pizza.
¡Era una excelente noticia!
Como era de esperar, Ángela preguntó si lo sabía Paul. Donna le dio un codazo y Rebeca rio por el poco disimulo de su hermana. Tras contarle que él aún no sabía nada, le hizo prometer que no diría nada a Paul en el caso de que le viera. Era un tema exclusivamente de ellos dos. La mujer accedió de no muy buena gana. Mientras Ángela y Rebeca hablaban, Donna fue a la floristería más cercana y compró un enorme centro de rosas rojas, la flor preferida de su hermana. Rebeca se merecía aquello y más. Poco después, Rebeca llamó a la oficina para advertir a Belén de que faltaría unos días por enfermedad. La secretaria se quedó intranquila, y en cuanto llegó Carla a la oficina, se abalanzó sobre ella y le hizo un millón de preguntas. Carla no sabía qué decir, y le prometió que en la hora de la comida irían juntas a verla. Cuando llegó el señor Peterson, Belén le indicó que su jefa estaría unos días de baja laboral en su casa, y este, al llegar a su despacho, decidió llamarla.
Sonó el teléfono en casa de Rebeca y lo cogió Donna.
—Dice que es Thomas Peterson.
Sorprendida de que el jefazo la llamara, Rebeca lo cogió.
—Hola, Thomas.
—Querida Rebeca —saludó con afecto—. He llegado a la oficina y me han dicho que estabas enferma, ¿qué te pasa?
Durante unos instantes dudó de la respuesta, pero finalmente, y sabiendo que tarde o temprano lo sabría, respondió con la verdad.
—Pues… me han hecho unas pruebas y… estoy embarazada.
Thomas se sorprendió un poco.
—Enhorabuena, querida, y al padre también, aunque a nivel laboral no sea lo que más nos conviene.
Aquella última frase la hizo suspirar. No podía perder su trabajo, pero entendía lo que decía.
—Lo sé, Thomas… Lo sé.
—Pero permíteme decirte que ahora tienes que cuidarte para trabajar el doble. Un hijo y un cargo como el que tú tienes en la empresa te darán más de un quebradero de cabeza.
Sorprendida por la contestación, y agradecida por aquel voto de confianza, se disculpó.
—Gracias. Muchas, muchas gracias, Thomas. Y aprovechando esta sinceridad, siento decirte que faltaré un par de días, pero seguiré trabajando desde casa, no lo dudes.
—Por todos los santos, querida, tranquilízate, y por el trabajo, de momento, no te preocupes. —Y cambiando el tono de voz, añadió—: Por cierto, Rebeca, ¿te importaría que fuera a visitarte a tu casa? Necesito hablar contigo de algo importante.
—Estaré encantada de recibir tu visita, Thomas —respondió sin entender por qué su jefe querría ir a visitarla.
Tras charlar un rato más con él, colgó desconcertada.
—¿Quién era? —preguntó Donna.
—Mi jefe. Thomas Peterson. Y lo más extraño es que quiere venir a verme a casa.
Con gesto de mofa su hermana la miró.
—Ejem… ejem… ¿Te querrá tirar los tejos? ¿Cuántos años tiene?
—No seas tonta. Es un hombre mayor, casado y con nietos —respondió divertida.
—Uis… los peores. Ya sabes, cuanto más viejo más pellejo.
La carcajada de Rebeca no se hizo esperar, y le lanzó un cojín divertida.
—¿Pero qué hago yo respondiéndote?
Sobre las dos de la tarde llegaron Carla y Belén cargadas con flores y globos. Cuando Rebeca le dio la noticia a Belén, esta la abrazó emocionada y le dio la enhorabuena. Estuvieron de charla y de risas durante una hora hasta que tuvieron que marcharse de nuevo a la oficina. Sobre las cinco de la tarde llegó Thomas Peterson. Como era de esperar, llegó con otro ramo de flores. Tras las presentaciones, Donna y Ángela les dejaron a solas.
—Ante todo, Rebeca, quiero que sepas que me alegra mucho la noticia que me has dado. Aunque no te voy a mentir, voy a seguir esperando de ti lo mismo que hace dos días. Trabajo.
—No lo dudes, Thomas. Seguiré al pie del cañón y te demostraré que las mujeres somos capaces de trabajar, tener hijos, estar embarazadas y continuar siendo eficaces. Fuera ya los tópicos tontos de que un embarazo nos hace blandas y cosas peores.
Al escucharla, Thomas sonrió. Aquella jovencita era vivaz y lista, y eso le gustaba.
—Espero que tanto el padre de la criatura como tú estéis encantados con la buena nueva.
—La verdad, ¡estamos encantados! —asintió sin cambiar la sonrisa del rostro, y mintiendo como una bellaca.
Thomas la miró. Sabía demasiado de ella, pero no iba a meterse donde no le llamaban. Tras tomar aire, el hombre, se acercó.
—Te habrá extrañado cuando por teléfono te comuniqué que quería hablar contigo, ¿verdad?
—En cierto modo sí, y por eso te recalco que a pesar de mi embarazo voy a seguir al pie del cañón —respondió con sinceridad.
—Por eso no te preocupes —asintió tranquilizándola—. Aunque ahora que estoy aquí no sé por dónde empezar —cuchicheó incómodo.
Eso le puso nerviosa, y empezó a pensar si al final sería cierto lo que su hermana Donna había insinuado en broma. Pero Thomas retomó la palabra.
—Lo primero, quiero pedirte disculpas por lo que estás pasando. —Ella no le entendió y él aclaró—. Sé todo lo concerniente a Cavanillas. Sé que te ha amenazado y demás, y solo puedo decirte que no te preocupes. Estamos a un paso de pillarle en su sucio jueguecito.
—¡¿Qué?! ¿Lo sabes? ¿Desde cuándo? —replicó con los ojos abiertos como platos.
—Desde hace unos meses —confesó el hombre—. Todo salió a la luz cuando ordené pintar mi despacho. Encontramos un par de micrófonos ocultos. Informé a la policía y ellos se están ocupando del caso.
—¿Pero cómo sabes que él me ha amenazado? —preguntó boquiabierta aún por lo que aquel decía.
—Desde que informé a la policía —prosiguió él— tenemos a nuestra disposición a un buen equipo policial que se ocupa del tema. Unos agentes excepcionales.
Al ver como la miraba y sonreía preguntó.
—¿Pipe está en el caso?
El hombre asintió.
—Él ya estaba investigando el tema cuando vosotras le pedisteis ayuda. Nos vino muy bien conocer todo lo que tú sabías y poder tenerte mejor vigilada.
—Vaya….
—Tienes que perdonarme, Rebeca, por lo que te voy a decir, pero los teléfonos de la empresa están intervenidos. Era necesario. —Luego, levantándose y dirigiéndose hacia la ventana, prosiguió—. No podía entender por qué yo podía tener un par de micrófonos ocultos en mi despacho. Yo dirijo una empresa de telas y no comprendía a quién le podía interesar lo que yo hablara en mi despacho. Vuelvo a pedirte disculpas, pero no podía contárselo a nadie.
—Lo entiendo —susurró boquiabierta.
—Tú eras la última persona que había llegado a su puesto, y la policía me dio instrucciones para que no te pusiera al día. Pero un día tú recibiste en tu despacho una llamada de ese canalla, y escuchamos las amenazas. —Rebeca recordó aquella llamada. Fue el día que recibió las malditas fotos—. A partir de ese momento todo empezó a encajar. Sé que contrataste a un detective que te ha proporcionado cierta clase de información. —Rebeca, deseando fumarse un cigarro, asintió con la cabeza y escuchó—. Siento el disgusto que te habrá causado saber con quién se ha casado tu hermano. —Ella cerró los ojos. Aquello destrozaría a Kevin—. Sabemos que Cavanillas manda cada cierto tiempo mercancía de nuestro almacén a distintos puntos de Europa, aunque en realidad lo que manda es la cocaína impregnada en nuestras telas. Hemos descubierto que esa rata está asociada con un tal Brian Newton, un traficante que droga, y una prostituta que se llama, como bien sabes, Tatiana Ratchenco que, desgraciadamente, es la mujer de tu hermano. —Al escuchar aquello, se le saltaron las lágrimas. Peterson paró y preguntó preocupado—: Querida, ¿estás bien? ¿Prefieres que siga o…?
Tragándose las lágrimas y sacando fuerza de donde no había, respiró profundamente.
—Quiero que sigas. Necesito saber toda la verdad.
Él asintió y continuó.
—Cavanillas utiliza a Pascual para sacar la mercancía del almacén. Le paga una buena cantidad de dinero por el trabajo. Cavanillas ordenó a unos amigos de la tal Tatiana asesinar a Ricardo, el abogado al que sustituiste.
—¡Dios mío!
—Hace un mes apareció un cadáver en Alcobendas quemado entre unos escombros. Lo encontraron unos obreros una mañana. Al principio no se sabía de quién se trataba, pero luego la policía, mediante varias pruebas, como la ficha dental, pudieron averiguar que se trataba de Ricardo.
—Recuerdo… —susurró ella— …las palabras que dijo a Cavanillas; era algo como «si caigo yo, caerás tú…».
—Cierto es —afirmó Peterson—. Ya en su momento me dejaron intrigado esas palabras, pero no había vuelto a pensar en ellas hasta que me confirmó la policía que el cadáver era de él. Rebeca, créeme, llevaba tiempo pensando en contarte todo esto, pero nunca encontraba el momento oportuno para ello. Hablé con la policía y ellos me pidieron tiempo. No era el momento de contártelo. Y cuando el amigo de tu hermana me dijo que habíais ido a hablar con él, decidí que había que poner fin a este secreto. Por eso hoy cuando llegué a la oficina con la intención de contarte todo, y saber que estabas enferma, me asusté. Pensé que quizá el loco de Cavanillas te había hecho algo, aunque gracias a Dios me equivoqué y realmente estás aquí por otras causas que me hacen sentir más feliz —dijo sonriendo—. Por lo tanto, y a partir de ahora, no quiero que te preocupes por nada. No estás sola.
Rebeca no sabía qué decir. Su cabeza no paraba de pensar.
—Creo que yo también tengo que disculparme. Sabía cosas que atañen a la empresa, pero por miedo a que hicieran algo a mi hermano, me callé.
—No te preocupes, me hago cargo —asintió el hombre—. Estabas atada de pies y manos. Además, quiero que sepas que yo en tu lugar, seguramente, habría hecho lo mismo. También tengo familia a la que quiero mucho y la protegería de lo que fuera.
—Gracias, Thomas.
Con complicidad se miraron y el hombre quiso romper el momento.
—Por cierto, querida. El que tu hermana y tú conocierais a Felipe o Pipe, fue un estupendo punto a nuestro favor.
—Pipe no nos dijo nada.
Sonrió al entender sus continuas visitas a casa.
—Como buen profesional, no podía decir nada. Para nosotros fue esencial poder saber dónde estabais en cada momento.
—Es un amigo de mi hermana y fue ella la que pensó en buscarle para hablar con él. Y la verdad, ahora que lo pienso, cada vez que me daba la vuelta aparecía por cualquier lado. Incluso llegué a pensar que era un poco pesado. Pobrecillo, le debo una disculpa.
—No te preocupes, él lo hizo encantado. —Luego, levantándose al ver entrar a Donna y a Ángela, dijo—: Bueno, Rebeca, me marcho. Para cualquier cosa, llámame. Y por el tema laboral no te preocupes. Tienes un buen equipo esperándote y al pie del cañón.
—Gracias. —Sonrió agradecida.
—Ahora cuídate, por favor. En tu estado necesitas cuidarte. Y recuerda, no estás sola. —Tras despedirse de Donna y Ángela, añadió antes de salir por la puerta—: Hasta pronto, querida. Estaré informado de tu estado.
Rebeca se quedó mirando la puerta. Lo que él le acababa de contar era algo muy fuerte y, gracias a Dios, ya no era un problema al que ella sola tenía que hacer frente.
—¿Qué quería? —preguntó Donna sorprendida por aquello de «No estás sola».
—Si te lo dijera no te lo creerías —susurró haciéndole una seña para que callara. Más tarde le explicaría todo.
Dos días después fueron al hospital. Samuel, tras realizarle algunas pruebas, le indicó que estaba de siete semanas. Rebeca sonrió emocionada.