Capítulo 41

Rebeca se despertó en su habitación, sobre su cama, y lo primero que vio fue la cara de Samuel. No sabía qué había pasado, pero pudo recordar que se encontraba mal, había ido al baño y todo había empezado a dar vueltas.

—Hola, encanto —saludó Samuel—. ¿Qué tal te encuentras?

Con la boca pastosa se incorporó.

—Bien. ¿Qué ha pasado? —susurró a duras penas.

—Te desmayaste. Donna se asustó, me llamó y vine lo más rápido que pude. Aunque entre tú y yo, creo que tendré que ingresar a tu hermana en el hospital, está histérica.

—¿Qué? —preguntó sin entender nada.

—Ha sido una pequeña broma, Rebeca —aclaró rápidamente—. Tu hermana estaba tan nerviosa cuando llegué que tuve que darle un calmante. Pero no te preocupes, está bien. Está abajo con Carla. —Le retiró uno de sus rizos rubios de la cara—. Bueno, encanto, ahora que estás consciente, cuéntame cómo te encuentras.

—Bien… Algo atontada.

Le tomó la tensión y comprobó que estaba bien.

—Vamos a ver. Donna me ha comentado que últimamente estás muy nerviosa, que apenas comes, todo te sienta mal y estás excesivamente irascible.

—Sí… la verdad es que no estoy pasando una buena época. He discutido con Paul y…

—Lo de Paul estoy seguro que con una llamada tuya se solucionará —la interrumpió Samuel, haciéndola sonreír.

Rebeca pensó en matar a su amiga Carla. ¡Chivata! Entonces Samuel esbozó una grata sonrisa.

—Sabes que soy tu amigo y te aprecio, ¿verdad? —ella asintió y él continuó—. Me gusta saberlo, pero ahora comenzaré a actuar como tu médico, por lo tanto espero que me contestes a las preguntas que te voy a hacer, ¿vale?

Rebeca sonrió.

—Por supuesto, doctor.

—Bien. ¿Recuerdas la fecha de tu último periodo?

—Sí claro… creo… creo… creo que fue hace… —de pronto la mirada de ambos se encontró y Rebeca murmuró casi sin voz.

—No. ¡Ni lo sueñes! No puede ser.

Con una pequeña sonrisilla en los labios, Samuel sacó un predictor de su maletín.

—Ve al baño, moja con tu orina esto y comprobaremos si eso que yo no estoy soñando, es verdad.

—¡No puede ser!

—Ve al baño y saldremos de dudas.

Mirando el aparatito que le había puesto en las manos, Rebeca entró en su baño. Se miró en el espejo y se tapó la boca para no chillar. ¡No podía ser! Ella no podía estar embarazada. Como una autómata, siguió las instrucciones que Samuel le dijo, después puso el capuchón a aquel aparato y salió del baño. Se lo entregó y se metió de nuevo en la cama con cara de pocos amigos.

—Cambia ese gesto que tienes de pobrecilla o juro que me levanto de la cama y te lo borro de un manotazo —protestó Rebeca al mirarle.

Uis… tienen razón mi mujercita y tu hermana, ¡qué irascible estás!

Con tiento y cariño, Samuel dejó el predictor sobre la mesilla y se sentó sobre la cama.

—Vamos a ver, encanto. Yo no quiero nada que tú no quieras para ti, pero prefiero mirarte con una sonrisa a mirarte con gesto de preocupación, como quien mira a un enfermo terminal. ¿Qué prefieres tú?

—Prefiero una sonrisa —respondió sonriendo a su vez.

Pasados unos minutos en los que Samuel la entretuvo hablándole, el doctor finalmente cogió el aparatito que descansaba sobre la mesilla.

—¿Lo miras tú o lo miro yo?

Rebeca cogió la sábana y se cubrió la cabeza. Samuel, con gesto decidido lo cogió y, tras mirarlo durante unos segundos, tosió y no habló.

—¿Qué…? Di algo, por Dios —gimió descubriéndose.

—Enhorabuena, vas a ser mamá.

Mordiendo la almohada, Rebeca ahogó un chillido.

—Paul se pondrá contento cuando lo sepa. Ya puedes llamarle y solucionar tus problemas. Además, si mal no recuerdo, me dijo que le gustaría tener más hijos.

La cabeza le daba vueltas. ¿Embarazada? ¿Estaba esperando un bebé?

—Ay, Dios… ¡embarazada! ¿Estás seguro? —preguntó en un hilo de voz.

—Sí, Rebeca. Vas a ser mamá de un bebé precioso, que creo que os dará más de un quebradero de cabeza a Paul y a ti.

Como en una nube, se sentó en la cama y le miró, a punto de llorar.

—Ya me los está dando y aún no ha nacido. ¿Pero cómo puede ser? —gimió.

—¿Necesitas que te lo explique, encanto? —se mofó.

Incorporándose un poco más de la cama, clavó su mirada en la de Samuel muy seria.

—Vamos a ver, Samuel, Paul y yo no estamos juntos.

—Habla con él. No seas cabezota —insistió Samuel.

Imágenes de Paul con otras mujeres pasaron por su cabeza. Últimamente salía en la prensa continuamente acompañado de preciosas chicas. Por ello, torció el gesto.

—No… no quiero —murmuró—. Y no quiero que se entere de esto tampoco.

Incrédulo, le cogió una mano.

—Carla me dijo que era una riña tonta de enamorados. Vamos, nada grave.

—No… no es así. Es algo más serio.

Samuel se sentía conmovido por la desesperación que leía en sus ojos.

—Siento mis desafortunadas palabras, pero si te soy sincero, creo que no serías justa si no le dijeras lo del bebé. Paul parece una persona sensata, y la manera cómo te miraba, al menos cuando yo le he tenido delante, me hace pensar que está loco por ti. —Al ver que ella no respondía finalmente dijo—: Pero no diré nada más. Es un tema en el que debes decidir tú qué hacer, aunque prepárate para cuando se enteren las dos fieras que están esperando abajo —bromeó al pensar en su mujer y Donna.

—Ay, madre mía. ¡No me lo recuerdes! —suspiró al pensar en ellas.

—Yo no diré nada. Has de hacerlo tú, pero como tu médico que soy, te obligo a permanecer un par de días en cama, porque estás muy débil. Pasado ese tiempo, quiero verte en el hospital para hacerte una ecografía y comprobar que todo va bien. —Luego, soltando su mano, dijo con seguridad—: Y ante lo que he dicho no acepto un no por respuesta.

Mientras él guardaba en su maletín el tensiómetro, Rebeca le miró.

—Gracias por todo, Samuel. Gracias por preocuparte por mí.

Sonrió conmovido.

—Eso no lo digas ni en broma. Tú siempre has ayudado a Carla, y quiero que sepas que para cualquier cosa, igual que tienes a mi mujer, me tienes incondicionalmente a mí. Y te lo repito, para cualquier cosa que necesites ya sabes dónde estoy. —Y abriendo la puerta, se mofó—: Y ahora prepárate, mamá, que vienen las fieras.

Dicho esto, salió de la habitación y, al segundo, entraron Donna y Carla. Ambas con cara de circunstancias. Samuel no había querido decirles qué le pasaba a Rebeca. Simplemente se había limitado a decir que estaba agotada y que por lo demás se encontraba bien.

—Vaya susto que me has dado —dijo Donna cogiéndole de la mano—. ¿Te encuentras bien?

Rebeca suspiró.

—Un poco cansada, pero bien.

—Samuel nos ha dicho que debes permanecer un par de días en cama —dijo Carla—. Si quieres puedo quedarme aquí contigo.

—No hace falta, Carla —sonrió Rebeca mirando a su hermana y pensado en la noticia que les iba a dar—. Te puedo asegurar que sola no voy a estar.

—Estando yo aquí, sola no estarás nunca —aclaró Donna, e impaciente mientras le colocaba las sábanas, señaló—. Seguro que Samuel te ha dicho que trabajas mucho, y que tienes que descansar. Tienes unas pequeñas ojerillas que no nos gustan nada, y eso porque el pobre no sabe lo otro.

—¿Y qué es lo otro? —preguntó Carla.

—¿Pues qué va a ser? El problemón que tenemos con Kevin —contestó Donna haciéndole gestos.

—Ah, claro… en qué estaría pensado —se disculpó Carla.

Rebeca, que desde la cama las observaba detenidamente, de pronto comenzó a reír. Donna y Carla se miraron sin entender a qué se debía aquella risa, hasta que, entre carcajadas, les aclaró.

—De verdad, chicas, sois un caso. Y ya para rematar el tema y poner todo un pelín más difícil, os tengo que confesar que el pobre de Samuel me acaba de decir que estoy embarazada. ¿Se pueden complicar más las cosas?

—¡¿Qué?! —gritaron las dos al unísono.

Rebeca, con cara de circunstancias, las miró y se encogió de hombros.

—¿¡Que estás embarazada!? —gritó Donna.

—¿Desde cuándo? —preguntó Carla.

Al ver sus gestos, Rebeca se tocó por primera vez el estómago con felicidad. ¡Iba a ser mamá! Y de pronto se sintió feliz y contenta. Pensar que una pequeña vida crecía en ella…

—No lo sé. Estoy tan sorprendida como vosotras. He quedado con Samuel en ir dentro de un par de días al hospital para saber de cuánto estoy. ¿No es maravilloso?

—Necesito otro tranquilizante —susurró Donna al escucharla.

Al ver cómo Rebeca miraba a su hermana con una sonrisa, Carla abrió los brazos y se abalanzó sobre ella.

—¡Enhorabuena! —gritó mientras la abrazaba.

Segundos después estaban las tres unidas en un candoroso abrazo mientras bromeaban sobre lo antojosa que estaría Rebeca durante los próximos meses.

—¿Y Paul? ¿Se lo dirás? —preguntó Donna.

De pronto Rebeca dejó de sonreír.

—De momento no quiero hablar de eso. Es pronto, déjame pensarlo.

Carla la tomó de nuevo de las manos y la miró directamente a los ojos.

—Si no recuerdo mal, hace unos meses tú me decías que Samuel tenía todo el derecho del mundo a saber que yo iba a tener un hijo suyo.

—Sí… pero es diferente —se defendió Rebeca.

—De eso nada, monada —volvió al ataque—. Creo que debes decírselo. Paul es una persona encantadora, y siempre has presumido de cómo crió él solo a Lorena… —Pero al ver que su amiga no la miraba finalizó—, aunque también quiero que sepas que decidas lo que decidas, yo te ayudaré en todo lo que pueda.

—Y yo —replicó Donna—. Hagas lo que hagas y decidas lo que decidas, estaré a tu lado siempre. Aunque pienso igual que Carla.

Con los ojos inundados de lágrimas y llena de temores, miró a aquellas dos mujeres que tanto quería.

—Gracias, chicas —susurró—. Sé que puedo contar con vosotras, pero esto lo tengo que solucionar yo sola.

A los cinco minutos entró Samuel y las risas volvieron. Cuando por fin logró quedarse sola en su habitación, pensó en Paul. ¿Por qué no la llamaba? ¿Por qué salía en la prensa con todas las modelos del mundo? Quizá el amor que creyó sentir por ella nunca existió y debía aceptarlo por mucho que le doliese.

Pensó qué hacer en referencia al bebé. Se sentía con la obligación moral de decírselo, pero había otra parte de ella que se lo impedía. Era su bebé y si Paul no la quería a ella, ¿por qué tendría que querer a su bebé? Cuando sus manos se posaron en su inexistente barriga, se acarició con mimo y sonrió. Imaginó esa misma noticia tiempo atrás. Paul se habría vuelto loco de alegría.

Pero tal y como estaban las cosas no sabía si esa alegría actualmente existiría. Pensó y pensó y pensó y tras dar muchas vueltas en la cama y sopesar los pros y los contras de la noticia, decidió que lo mejor era decírselo. Él siempre se había portado bien con ella y ahora era momento de que ella lo hiciera con él, pasara lo que pasara.