Durante esos días, Rebeca supo de Paul a través del canal deportes y las noticias que pillaba por google. Corría en la República Checa, concretamente en Breno, y se le encogió el corazón al ver las imágenes de los entrenamientos en las que de nuevo le vio arriesgar como un loco y, finalmente, volar por encima de la moto para estrellarse contra el suelo.
¿Pero qué estaba haciendo Paul?
Donna, al ver a su hermana cada día más pálida, se preocupaba por ella, pero ésta no se dejaba ayudar. Solo quería saber que él estaba bien. Buscó en su móvil el número de teléfono de Rita y la llamó. No se lo cogió. Le envió un mensaje y solo se tranquilizó cuando una hora después recibió un escueto mensaje de Rita que decía. «Tranquila, él está bien».
Fueron muchos los días en los que Pipe aparecía en casa de Rebeca en cualquier momento con todo tipo de noticias. Tras largas investigaciones por parte del equipo policial que lideraba Pipe, y el detective que en su momento contrató Rebeca, supieron a ciencia cierta que Brian Newton y Cavanillas tenían un sucio negocio de narcotráfico. En aquel tiempo, un par de veces, y ajeno a todo, Kevin se puso en contacto con sus hermanas y aplaudió feliz al saber que Donna estaba con Rebeca. Aprovechando aquella felicidad, Donna sugirió sin éxito que él acudiera también. Así podrían estar los tres unos días juntos. Pero él se negó diciendo que no podía dejar sola a Bianca.
Finalmente, y aconsejada por todos, Rebeca volvió a su rutina y a su trabajo, mientras Donna seguía en su casa volviendo loca a Ángela. Tras el Gran Premio de Breno, que Rebeca vio de nuevo por televisión, pudo comprobar que Paul estaba bien de su caída. Acabó en tercer lugar, pero la angustia de Rebeca al verle correr de aquella manera crecía día a día. El tiempo pasaba y Paul cumplía su palabra. No la llamaba. No hacía nada para comunicarse con ella, y eso hacía que la culpabilidad que esta sentía por no haber sido sincera con él comenzara a no dejarla vivir. Ella le había echado de su vida, y ella tendría que dar el primer paso. Paul se lo dejó bien claro.
Después de muchas indecisiones, una mañana, desde el despacho, Rebeca abrió su móvil dispuesta a hablar con él. Necesitaba escuchar su voz, necesitaba sentirle cercano y sobre todo necesitaba saber que estaba bien. Tras varios intentos al móvil que él no cogió, decidida a hablar con él fuera como fuera, llamó a su casa. Lo cogió Julia, la niñera de Lorena.
—Qué alegría oír su voz —saludó la mujer al reconocerla.
—Lo mismo digo, Julia ¿Qué tal todo por ahí?
—Bien… Lorena tan alocada como siempre y echándola mucho de menos. ¿Cuándo vendrá a verla? La niña se muere por estar con usted.
—No lo sé, Julia —mintió sin saber qué decir—. Tengo mucho trabajo últimamente y lo tengo complicado. ¿Está Paul?
—No. En este instante está en una reunión con gente de su equipo —al ver que la joven no decía nada aclaró—. En unos días viaja a Italia y estará ultimando detalles.
—Julia, cuando llegue, por favor, dile que he llamado —susurró decepcionada por no encontrarle por ningún lado—. No lo olvides.
—No lo olvidaré —sonrió la mujer, quien a pesar de que no haber preguntado, ya había sacado sus propias conclusiones.
—Gracias, Julia. Dale un beso enorme a Lorena y otro para ti. Hasta pronto.
—Hasta pronto, Rebeca.
Aún temblaba cuando colgó el teléfono y, por primera vez en muchos días, tuvo esperanzas y esperó su llamada en cualquier momento. Pero Paul no llamó. Cuando él llegó a su casa y supo por Julia de la llamada de Rebeca sintió un pellizco de satisfacción, pero tras pensarlo fríamente, decidió no llamar. Si ella quería hablar con él, que volviera a intentarlo. Ella le había apartado de su lado, ella tenía que encontrarle.
Aquella noche, cada vez que sonaba el teléfono en casa de Rebeca, el corazón le daba un vuelco ¿Sería él? Pero las llamadas siempre eran para Donna. La primera fue de su encantador cuñado Miguel y su sobrina María, y la segunda de Pipe, quien se tiró hablando con su hermana más de media hora. Tras colgar Donna se dirigió a su hermana.
—¿Qué te parece si mañana vamos a tomar unas copas con Pipe y sus compañeros?
—Me parece asqueroso —contestó Rebeca amargada porque Paul no la llamaba.
Con buen humor, Donna entendió lo que pensaba y respondió:
—Mira que eres desagradable cuando quieres.
—No me tires de la lengua, guapita, que estoy calentita. Déjame en paz.
Divertida por los gestos de su hermana e incapaz de callar un segundo más, Donna con los brazos en jarras añadió.
—Pero tú, Sor Repura, ¿qué te crees? ¿Que soy tan imbécil como para echarme en brazos de Pipe? —Rebeca asintió y Donna respondió—. Pues siento decepcionarte, guapa, pero aquí —dijo señalándose el corazón— solo hay sitio para un hombre, y es un moreno que me espera en Chicago y al que quiero como a nadie. ¿Entiendes?
Pero Rebeca no estaba para bromas e indignada por aquello miró a su hermana y bufó.
—Te pasas el día entero haciendo el tonto con Pipe. ¿Cómo pretendes que te crea?
—Creyéndome. No es tan difícil —se mofó intuyendo que su hermana estaba llegando al límite de sus fuerzas.
Ella y Rebeca eran dos polos opuestos y sabía que todo lo que estaba ocurriendo iba a acabar con ella.
—Me estás decepcionando. Nunca pensé que fueras como me estás demostrando ser: una mujer vacía.
—¡Ay, Dios! La de idioteces que tiene una que escuchar —resopló Donna mientras se dirigía a la cocina para ponerse otro café—. A ver si te enteras. No me quiero acostar con Pipe, simplemente es mi amigo y juntos nos reímos mucho.
—Seguro que si estuviera aquí Miguel no te comportarías así con tu amigo —gritó Rebeca siguiéndola a la cocina.
Donna suspiró intentando no perder la paciencia. Pero Rebeca la agotaba. Su negatividad y falta de humor la hacía insoportable. La verdad era que durante los primeros días había coqueteado un poco más de la cuenta con Pipe, pero ambos eran adultos y pronto dejaron aquel juego para centrarse en lo que realmente les interesaba. Resolver el problema y tener una bonita y sana amistad.
—Pareces una niña de quince años cuando hablas con él. ¿Pero no te ves?
—Pues no. Ponme un espejo la próxima vez.
Incapaz de callar y amargada por todo lo que la ocurría Rebeca soltó.
—Pareces una guarrilla cuando le sonríes.
Al escuchar aquello Donna se exaltó.
—¿Pero qué te pasa hoy que estás de tan mal humor?
Rebeca quiso gritarle que Paul no la llamaba. Que ella lo había llamado y su respuesta no llegaba. Pero bastante decepcionante era saberlo como para ir pregonándolo.
—Donna… me parece asqueroso que te pavonees delante de… de Pipe como una cualquiera.
—¡¿Sabes, guapa?! No te soporto más —gritó cansada de aguantar el mal humor de su hermana, y al volverse derramó el café sobre la camiseta de Rebeca.
Asustadas por lo ocurrido, ambas se quedaron paradas. No sabían qué decir, pero rápidamente Donna cogió un trapo de cocina y comenzó a secar la camiseta de su hermana mientras se excusaba.
—Lo siento… ha sido sin querer.
Al ver el arrepentimiento en sus ojos, Rebeca se desinfló y se percató de lo mucho que estaba atosigando a su hermana y de cómo pagaba con ella el que Paul no la llamara.
—Perdóname tú a mí. Creo que me estoy pasando contigo. Sé que no ha ocurrido nada.
—Y no va a ocurrir nada —se sinceró Donna—. Pipe es un amigo al que llevaba varios años sin ver. Quizá me ponga algo nerviosa al verle porque, lo reconozcas o no, ¡está tremendo!, pero nada más. Él tiene muy claras las cosas y yo también. Pero lo que no quiero es que dudes de que amo a Miguel y que por nada ni nadie en este mundo le haría daño. —Al ver a su hermana asentir se dirigió al teléfono—. Llamaré a Pipe y le diré que la copa de mañana está suspendida.
Agarrándola de la mano, Rebeca la detuvo.
—Eso sería una tontería. Si de verdad es solo un amigo, ¿qué hay de malo en tomar una copa con él? —murmuró con una media sonrisa.
—Verdaderamente, hermanita —cuchicheó Donna sonriendo—, eres una auténtica perraca de tres pares de narices. Ahora me dices eso, y hace dos segundos me estabas acusando de cosas terribles.
—¡Donna! Ese vocabulario, ¿dónde lo has aprendido?
—Pues sé decir cosas peores, por lo tanto no me provoques —se mofó—. Aunque viva en Chicago no olvides que yo me crié en España y somos chicas de barrio. Bueno, ¿qué hago? ¿Llamo y suspendo la cita de mañana o no?
—No —respondió riéndose—, puede ser divertido.
Aquella noche, cuando por fin se acostó, pensó en Paul. ¡Maldito cabezota! ¿Por qué no la llamaba? Al día siguiente, animada por su hermana, decidieron ir a la peluquería. Un poquito de mimo al pelo no le vendría mal y más si se iban a ir de juerga aquella noche. Pero su humor se vino abajo cuando al coger una revista del corazón vio una foto de Paul con una joven morena del brazo.
—¿Qué te pasa? —preguntó Donna al ver cómo saltaba de la silla.
Sin poder contestar, le enseñó la revista.
—Oh, Dios…
—Exacto ¡Oh Dios! ¿Qué te parece?
Donna pestañeando miró la revista.
—Que este tío es impresionante… ¡Anda!, pero si esa que lleva del brazo es uno de los angelitos de Victoria’s Secret. La Davidinova. ¡Qué tía más mona!
—Eres única para dar ánimos chica ¡Única! —gruñó Rebeca incrédula tras cerrar la revista.
—Y qué quieres que haga. Tú no quieres saber nada de él, pero él sigue estando como un queso ¿Acaso pretendes que lo ponga a parir?
—No… pero un poco de comprensión por tu parte, no me vendría mal.
Donna sonriendo, le cogió la mano.
—Mira, Rebeca. Para mí tú eres infinitamente mejor que la Davidinova, y si tu lo necesitas diré que Paul es un truchote que pierde más aceite que su moto y la modelito que lo acompaña una mísera pepona.
Sorprendida por aquello Rebeca rio.
—No… tampoco quiero que digas eso de él. No se lo merece.
—Pero vamos a ver, cabeza de alcornoque ¿Por qué no le llamas? Seguro que si tú le llamas daría una patada a la Davidinova para estar contigo.
Después de un corto silencio Rebeca se sinceró.
—Lo hice… ya le llamé.
—¡¿Cuándo le has llamado?!
—Ayer. Le llamé por la mañana desde la oficina y él no ha contestado.
—¿Quizá esté de viaje?
—No… está en Madrid. Julia me lo confirmó. Creo… que él ya me olvidó.
Donna sin saber qué decirle se levantó de su silla y la besó.
Cuatro días después, una tarde en la que Rebeca trabajaba en el despacho de su casa, mientras su hermana veía una película en el salón sonó el teléfono.
—Dígame.
—Hola, soy yo… Lorena.
Al reconocer a la niña Rebeca, encantada, sonrió.
—Hola, preciosa ¿Qué tal estás?
—Bien y ahora más contenta al saber que has regresado de tu viaje.
Sorprendida por aquello Rebeca preguntó.
—¿Qué viaje?
La cría, que había llamado por su cuenta sin avisar a nadie respondió resuelta.
—Papi me dijo que estabas de viaje de trabajo y por eso no venías. Por eso no te he llamado. Pero el otro día escuché a Julia decirle a papá que habías llamado y pensé: ¡Chupi! Rebeca ya ha regresado.
Él sabía que yo llamé y no me ha llamado. Definitivamente no quiere saber nada de mí pensó con el corazón encogido. Pero intentó reponerse de aquello y sobre todo entender la mentira de Paul a la niña y cambió su tono de voz para responder.
—Ah, es verdad. Estuve de viaje, pero ya ves, ¡ya he vuelto!
—¡Qué chupi!
—Papá ya se fue para Italia ¿verdad? —preguntó sabiendo la respuesta.
—Sí. Él se fue ayer y estoy muy triste.
Al escuchar la vocecita de la niña se conmovió.
—¿Qué te parece si vamos el sábado a comernos unas hamburguesas a ese lugar que tanto te gusta?
—No puedo. Este sábado voy a comer con Natalia. A mí no me gusta Natalia. Pero papi me dijo que tenía que ir. Julia tiene que irse y como dicen que todavía soy pequeña, y no me puedo quedar sola…
—Claro, cariño. Todavía no eres tan mayor como para quedarte solita —asintió Rebeca para darle la razón a Paul.
Después de un rato en el que charló amigablemente con la niña se despidió de ella.
—Te llamaré otro día y comemos juntas, ¿vale?
—De acuerdo —murmuró con tristeza la cría—, pero no te olvides de llamar.
—No te preocupes, cielo. Te llamaré. Te lo prometo. Un besito, preciosa.
Cuando colgó el teléfono su estado de humor empeoró. Se sentía fatal. ¿Quién era esa Natalia? En el tiempo que estuvo con Paul nunca escuchó ese nombre. Tras permanecer durante horas pensando en lo mismo, decidió dejar de comerse el coco, llamó a su hermana y se fue con ella a comer.