Después de varias llamadas, Rebeca consiguió localizar al detective y quedaron en verse un par de horas después en una cafetería cercana a Majadahonda. Mientras iban en el coche de Rebeca para aligerar la tensión que se respiraba en el ambiente, la siempre alocada Donna intervino.
—¿Sabéis a qué me recuerda esto?
—Conociéndote, ¡a saber Dios! —se mofó Carla.
Donna, divertida, asintió.
—A la película Los ángeles de Charlie. —Y rápidamente exclamó—. ¡Me pido ser la rubia!
—Eres terrible —rio Rebeca al oír las ocurrencias de su hermana—. Yo aquí preocupada por todo y tú bromeando.
Sentándose recta en el coche, Donna suspiró.
—No lo puedo remediar. Será que con los nervios me da por decir tonterías. Pero o nos lo tomamos así o acabaremos como el título de una peli de Almodóvar.
—¿Cuál? —preguntó Carla sin parar de reír.
—Mujeres al borde de un ataque de nervios.
La carcajada fue general. Donna era una mujer tronchante y hasta en los momentos más tensos les hacía sonreír.
—Para, por favor, para ya —pidió Carla.
Llegaron a la cafetería y, diez minutos después, llegó el detective quien, al ver a tanta mujer esperándole, levantó las cejas mirando a Rebeca como pidiendo una explicación.
—Son mi hermana Donna y mi amiga Carla. Gente de mi máxima confianza.
Resignado, el detective se sentó con ellas.
—Es usted quien manda. ¿Para qué quería verme?
Sin perder tiempo, las mujeres comenzaron a hablar y el detective les pidió tranquilidad. Hablaron de la posibilidad de avisar a la policía, de los riesgos de Kevin y de todos. Donna sugirió la posibilidad de detener a los compinches por algo ajeno al caso que se trataba, y una vez retenidos investigar hasta llegar al fondo del asunto. El detective la miró y le recordó que la policía no se andaba con juegos y que difícilmente harían caso a esa petición. Tras una larga charla en la que todos expusieron sus ideas, se despidieron. Donna y Rebeca llevaron a Carla a su casa y después se dirigieron hacia la suya.
—Creo que deberíamos hablar con mi amigo del departamento de policía. —Rebeca miró a su hermana.
—Ya has oído. No nos harán caso.
Tras un silencio mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde, Donna no pudo más.
—Creo que deberías hablar con Paul —soltó.
—En ese asunto no voy a permitir que te metas —dijo Rebeca, desafiante—. Por lo tanto, cierra tu piquito.
Pero Donna no se iba a dar por vencida y volvió al ataque.
—El problema era que nadie supiera lo que pasa. Te recuerdo que ya lo sabemos Carla y yo.
—Porque Carla se ha ido de la lengua.
Donna le dio una colleja que hizo que Rebeca la mirara con el ceño fruncido.
—Si es que es para matarte —espetó su hermana—. Eres tan cabezota como mamá. Y me da igual lo que pienses, digas o despotriques. Creo que Paul debería saber qué ocurre.
—Si lo haces te juro que no te volveré a hablar en tu vida.
—Pero él debería saberlo —insistió—. Debería saber porque no le contaste nada y…
—Basta, Donna… —y cambiado de tema preguntó—. ¿Es de confianza el poli que conoces?
—Sí. Es un antiguo amigo —respondió Donna convencida de que era inútil insistir en el tema.
—¿Quién es?
—Felipe Pérez Rodríguez, o mejor dicho, «Pipe». ¿Recuerdas que vivía también en Majadahonda?
Al recordar aquel nombre, Rebeca estalló a carcajadas.
—¿Pero ese no era el chico gordito que todos los viernes te mandaba rosas y que un día vino a recogerte con una limusina y que…?
—El mismo —contestó Donna cortándola.
—Ay, pobre… ¿Y tú crees que tras lo que le hiciste nos ayudará?
Donna sonrió al pensar en él. Había sido un antiguo pretendiente y, por suerte, al final aclararon sus problemas.
—Pipe es una buena persona y entre nosotros todo quedó claro. Lo último que sé de él, es que comenzó a trabajar en la policía de Canillejas.
—De acuerdo. Mañana podríamos llamar a las oficinas y preguntar por él.
—¿Por qué mañana pudiendo hacerlo hoy? —preguntó Donna.
Y sin más, sacó la cabeza por la ventanilla y preguntó a unos transeúntes si sabían dónde estaba la comisaría más cercana. Rebeca puso los ojos en blanco. Donna y sus locuras. Un minuto después se despidió de los viandantes y, mirando a su hermana, señaló hacia delante.
—Sigue por esa calle y tuerce a la izquierda. Por lo visto allí hay una comisaría.
Una vez llegaron, Donna se dirigió a su hermana.
—Espérame aquí. Entraré y preguntaré por él, quizá lo conozcan. —Y mirándose en un espejito que sacó del bolso, se repasó los labios y preguntó—: ¿Qué tal estoy?
Sorprendida Rebeca la miró extrañada.
—Pero Donna… ¿Se puede saber qué vas a hacer? —gruñó.
—Causar buena impresión —dijo mientras se bajaba del coche y se dirigía a la comisaría. Minutos después vio salir a su hermana con una sonrisa y un papel en las manos—. Ya estoy aquí. —Y enseñándole el papel, sonrió—. Vamos a esta dirección. Pipe nos espera.
Incrédula Rebeca arrancó el coche.
—¿Pero cómo lo has conseguido?
Mientras se atusaba su rubia melena, Donna le guiñó el ojo y sonrió.
—Las mañas para ganarse a los hombres nunca se pierden, hermanita.
Media hora después, llegaron a la comisaría de Pozuelo de Alarcón. Allí preguntaron por Felipe Pérez Rodríguez y se sentaron a esperar. Pocos segundos después, al fondo del pasillo apareció un hombre algo cachas y bien parecido que nada tenía que ver con el Pipe que ambas recordaban.
—¡Joder! —susurró Donna al verle.
—¿Qué?
—No me digas que ese pedazo de tiarrón es Pipe —ambas le miraron y Donna susurró—. Por el amor de Dios… de la Virgen y de todos los santos ¡Pero qué bueno estááááá!
—Cállate o te estrangulo —susurró Rebeca intentando no reír.
Pipe no vestía uniforme como el resto de los policías, y al ver a Donna, la cara se le iluminó con una sonrisa. Incrédula, Donna le observó mientras se acercaba a ellas intentando creer que aquel era el mismo muchacho regordito que ella había conocido. Tras un candoroso abrazo por parte de los tres, les contó que trabajaba en el departamento de narcóticos, y las hizo pasar a su despacho para poder charlar. Después de las primeras impresiones entre él y Donna sobre sus vidas, se enteraron de que él se había casado y divorciado, y tenía un hijo de siete años. Ella le contó que estaba casada y tenía una hija de más o menos esa edad. Tras unas risas por recuerdos pasados, le contaron lo que las había llevado hasta él.
En un principio éste escuchó pacientemente, aunque a Rebeca no se le escapó cómo miraba a su hermana. Una vez terminaron su relato, Pipe les hizo varias preguntas. Rebeca, tras contestar, le indicó que en su casa tenía más información al respecto. Pipe sugirió acompañarlas, y Donna sonrió encantada. Era un buen principio para lo que necesitaban. Una vez llegaron a la casa de Rebeca, le enseñó las fotos en las que él reconoció a Brian Newton como un traficante. Una hora después, Pipe pidió permiso a Rebeca para llevarse todo el material para así poder investigar más a fondo. Ella asintió. Al salir por la puerta, y antes de marcharse, prometió llamarlas al día siguiente.
—Madre mía —exclamó Donna mirando por la ventana—. ¿Te has dado cuenta de lo tremendo que se ha puesto Pipe en estos años?
—Qué quieres que te diga. Para mí es un hombre más —respondió Rebeca indiferente, para quitarle importancia al tema, aunque debía reconocer que había cambiado una barbaridad.
Donna sorprendida soltó una carcajada.
—¿Pero cómo puedes decir eso? ¡Pipe está impresionante! Vamos… si me pilla soltera no se me escapa.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Hija, tengo ojos ¿acaso tú no los tienes?
—Pues sí.
Donna, divertida por la negatividad que veía en su hermana, añadió mientras observaba a Pipe montarse en su cuatro por cuatro plateado.
—Pues reina, si los tienes, háztelos reparar porque te estás perdiendo un monumento.
—Pero bueno, ¿y qué pasa con el pobre Miguel? —protestó molesta por aquel comentario, mientras se alejaba de la ventana.
Sorprendida por aquella pregunta, Donna abrió los ojos como platos.
—¿A qué te refieres? —Y al darse cuenta de lo que realmente quería decir, muerta de risa murmuró—. No estarás pensando que Pipe y yo… ¡Serás cochina!
—Seré todo lo cochina que tú quieras, pero esa es la sensación que das, y creo que él se ha ido con la misma impresión.
—¿Tú crees? —se mofó llevándose la mano a la boca—. ¡Qué bien!
Al final y ante la teatrera de su hermana, Rebeca rompió a reír y corrió tras ella escaleras arriba.