Capítulo 37

Al día siguiente Rebeca se sentía fatal por lo ocurrido la noche anterior. Una noche que había empezado muy bien, pero había terminado desastrosamente. Nada más levantarse, abrió la puerta de la calle, y al ver que Emilio no estaba aún tirado allí, la cerró aliviada. Tras desayunar, llamó a Carla y le contó avergonzada lo que había pasado. Su amiga en un principio no podía creer lo que le contaba, y cuando comenzó a carcajearse de risa, Rebeca se unió a ella.

Aquella tarde de sábado, y cuando veía una película en la televisión, sonó el teléfono.

—Dígame.

—¡Holaaaaaaaaaaaa! ¿Cómo estás?

—¡Donna! —gritó al reconocer a su hermana—. Qué ganas tenía de hablar contigo.

—Pues era muy fácil —soltó con sorna—. Simplemente tenías que levantar el auricular, marcar mi número y te aseguro que al otro lado de la línea estoy yo. Pero claro, es más barato para ti que la que llame sea yo, ¿verdad?

—Eres terrible —rio Rebeca.

—Tú sí que eres terrible, no escribes ni un mísero email, no llamas. Miguel está histérico. Falta un mes y medio para la carrera de Paul en Laguna Seca y todavía no habéis llamado para confirmar que venís. Bueno, sobre todo tú, pues él nos imaginamos que vendrá.

Tras soltar un resoplido, Rebeca cerró los ojos.

—Yo no iré.

—¡¿Cómo?! ¿Qué quiere decir eso? —gritó Donna—. No estarás diciéndome lo que creo entender.

—Me temo que sí.

—¡Joder… joder… joder! —protestó al escuchar a su hermana.

—Donna, por favor. No lo hagas más difícil. Bastante tengo yo con vivirlo.

—¿Pero estás loca o qué? ¿Cómo habéis podido separaros? —y cambiando el tono voz, prosiguió—: Me apuesto lo que tú quieras a que la culpable de lo ocurrido has sido tú. Kevin tiene razón. ¡Eres una cabezota!

—¡¿Kevin?! —resopló Rebeca—. ¿Pero qué tiene que ver Kevin en todo esto?

—Me llamó preocupado. Me contó que fuiste a visitarle y que estabas muy extraña. Eres una cabezota, ¿lo sabías?

—Mira, guapa, no creo que sea tan cabezota como vosotros decís, lo que pasa es que… —dudó mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—… es que… bueno, lo que pasa es problema mío, ¿entiendes?

—Vaya… vaya, eres peor de lo que me imaginaba —se mofó Donna desde el otro lado del teléfono—. Te da tanta vergüenza que no eres capaz de decirme qué es lo que pasa. Seguramente sabes que terminaría dándole la razón al pobre de Paul. Pero Rebeca, si ese hombre es un encanto. Solamente había que verle para darse cuenta de que está loco por ti. Mira, eres tonta y no quiero decir nada más.

—Me parece genial que no digas nada más —respondió tajantemente limpiándose las lágrimas.

—Por teléfono, por supuesto —aclaró Donna.

—¡¿Por teléfono?! ¿Qué quieres decir?

—Pues quiere decir que mañana me vayas a buscar al aeropuerto. Tengo más cosas que decirte y quiero mirarte a la cara.

La tristeza de Rebeca se disipó. ¡Iba a ver a la loca de su hermana!

—¿En qué vuelo llegas?

—Voy en American Airlines. Llego sobre las tres de la tarde.

—¿Y Miguel qué dice?

Donna, al recordar a su marido sonrió. A él le parecía bien que fuera a ver qué le pasaba a su hermana y, probablemente, más aún al enterarse de que había roto con su piloto favorito de MotoGP.

—Lo entiende. Él se queda aquí con María, y yo me escapo a Madrid unos días contigo, que me apetece mucho. Lo pasaremos fenomenal.

El vuelo llegó con una hora de retraso, pero cuando Rebeca vio salir por la puerta a su hermana, la espera mereció la pena. Se abrazaron y, emocionadas, se encaminaron al coche para ir a casa. Nada más entrar, Donna se fijó en la perrita. Se le notaba la cojera que le había quedado, pero eso no parecía importarle a la propia Pizza, quien nada más verla comenzó a saltar de alegría. Mientras comían un maravilloso pollo a la toledana guisado por Ángela, las hermanas hablaban de Kevin y de la visita de Rebeca hacía unas semanas. Donna notó cómo la voz de Rebeca se endurecía al mencionar a Bianca, tal y como Kevin había dicho. Pero con su hermana había que ir por partes. Debía de tener tiento para que le contara todo lo que le estaba martirizando y las primeras preguntas serían sobre Paul. Por ello cuando terminaron de comer y se sentaban en el sillón preguntó.

—Vamos a ver, Rebeca, cuéntame qué te pasa con Paul.

Con disimulo, ésta se sentó.

—No hay mucho que contar. Discutimos, y eso es todo —murmuró.

—Pero bueno, ¿tú crees que he hecho un viaje tan largo para que me digas solo eso? —se mofó Donna cogiendo un cojín y dándole en la cabeza—. Me vas a decir lo que pasa, paso por paso. Sé que algo pasa y tú me lo vas a contar.

—Mira, Donna, hemos discutido, como seguramente Miguel y tú hacéis. La diferencia es que vosotros ya sois una pareja consolidada y nosotros no lo éramos. No hay que darle más vueltas. ¿No crees?

Donna sonrío y tras darle otro nuevo cojinazo añadió.

—Explícame a qué se deben esas pequeñas ojeras que veo en tu rostro. —Rebeca levantó las cejas sorprendida. ¿Tanto se le notaba?—. Y quiero que sepas que Kevin y Bianca se dieron cuenta de lo irascible que estabas cuando les visitaste. Kevin no entendió por qué atacabas continuamente a su mujercita y me llamó para comentármelo. También me dio la grata noticia de que va a ser papá. ¡Para flipar! Aunque bueno, estoy convencida de que ese descerebrado será un buen padre.

Rebeca se levantó mordiéndose la lengua para no hablar, necesitaba ir al baño.

—A mí me cuesta creer que Bianca vaya a ser una madre estupenda. En seguida vuelvo, voy a hacer algo que no puedes hacer por mí.

Con su característico humor, Donna sonrió.

—¡Seguramente si me lo propongo sí! —gritó.

En ese momento sonó el teléfono y Donna lo cogió. Era Carla.

—Pero bueno, Donna, ¿qué haces en Madrid? ¿Cuándo has llegado?

—Estoy de visita para ver al monstruo de mi hermana. Me da en la nariz que tiene algún problemilla.

Carla suspiró.

—Tiene más de un problemilla, te lo puedo asegurar.

Alertada por su voz, Donna bajó el tono de la suya.

—Vamos a ver, Carla, necesito que me cuentes qué pasa —cuchicheó—. Rebeca es una cabezota y no quiere soltar nada. De momento…

Convencida de que lo mejor era hacer partícipe de lo que ocurría a Donna, Carla suspiró dándose por vencida.

—Mira, aunque tu hermana me odiará el resto de su vida por esto, vamos a hacer una cosa. Samuel esta aquí y se puede quedar con los niños. En veinte minutos estoy allí y te aseguro que no le va a gustar nada a Rebeca lo que te voy a contar.

—Me importa un pepino si le gusta o no. Te espero aquí y, por favor, no tardes.

Donna colgó el teléfono y su sonrisa se borró del rostro. ¿Qué le pasaba a su hermana?

—¿Quién ha llamado? —preguntó Rebeca entrando en el salón.

—Carla. Ah… y viene ahora —respondió Donna mirándose despreocupadamente las uñas.

Algo en la voz de su hermana la puso sobre alerta.

—¿Para qué? ¿Qué te ha dicho? —preguntó, acercándose a ella.

Pero la respuesta estaba instalada en el rostro de Donna.

¿Qué le había dicho la loca de su amiga? Solo se había ausentado dos segundos y ese no era tiempo suficiente como cotorrear a sus anchas. La incomodidad ocupó el resto del salón. Donna esperaba una contestación y Rebeca no estaba dispuesta a dársela.

Veinte minutos después llegó Carla quien, al entrar, se ganó una nada amistosa mirada de Rebeca, pero poco le importó. Y como si de un mal sueño se tratara, Carla comenzó a contar a Donna todo lo que ocurría, con Paul, Kevin, Bianca y los chantajes. Rebeca, incrédula por la traición de su amiga, la miraba sin entender nada. ¿Cómo podía estar haciéndole eso?

—Lo siento, Rebeca —dijo tras acabar de contar todo—. Quizá no vuelvas a confiar en mí en toda tu vida, pero creo que necesitas ayuda.

—¡Por supuesto que no volveré a confiar en ti! —gritó molesta—. ¿Por qué se lo tienes que contar a Donna? ¿Por qué tienes que ponerla en peligro a ella también? Si Cavanillas se entera, ella… ella… —maldiciendo se retiró el pelo de la cara y susurró—. Ahora se lo contará a Kevin y todo se liará más de lo que está.

Carla y Donna se miraron y esta última, comprendiendo a su hermana, trató de tranquilizarla.

—No te preocupes. Kevin no sabrá nada de todo esto. Pero creo que me lo debías de haber contado tú. ¿A qué esperabas?

—No quería meterte en líos —sollozó con desesperación—. No sé qué hacer. Tengo la sensación de que cuanta más gente lo sepa peor será. —Y mirando a su hermana, aclaró—. Ni una palabra a Paul de todo esto. ¿Entiendes? Si él lo supiera, se complicará todo aun más, ¿entendido, Donna?

—Vale.

—Te lo ruego, por favor —insistió Rebeca.

Donna asintió mientras su cabeza trabajaba a mil por hora. Esa Bianca nunca le gustó.

—Te he dicho que tranquila. Confía en mí.

Carla, mirando a las dos hermanas, añadió.

—Sé que vais a pensar que es una insensatez, pero creo que deberíamos hablar con la policía.

—¡No! —gritó Rebeca—. Estás loca. Pueden hacerle algo a Kevin.

—Sabía yo que esa bruja eslovena tenía algo malo —protestó Donna—. Maldita sea. ¡Kevin se ha casado con una puta drogadicta! Nunca me gustó. Había algo en ella, en su angelical mirada, que siempre me hizo sospechar que esa de santa tenía lo que yo de monja. Pero bueno, lo hecho, hecho está y ahora hay que pensar con calma, que estamos jugando con la vida del imbécil de Kevin.

—No digas eso de él —susurró Rebeca.

—¡¿Que no diga eso de él?! —gritó Donna—. Pero… pero ¿cómo puede ser tan tonto y dejarse engañar de esa manera? Si es que está visto que los tíos solo piensan con el pito. Ven una cara bonita, un buen par de tetas y ea… pierden el sentido común. —Carla, al escucharla, sonrió, a pesar de la tensión del momento—. A ver, Rebeca —prosiguió Donna—, Kevin me llamó y me comentó que estabas muy nerviosa por algún problema con Paul, pero algo de lucidez le debe de quedar, pues me dijo que había notado que tenías cierto resentimiento hacia Bianca. ¡Joder! Si llego a ser yo la que va a verles, ¡ni resentimiento ni leches!, la cojo del cuello y…

—Y nada… —cortó Rebeca—. Hay que ser sensatos. Él está enamorado de esa mujer, y cualquier cosa que hagamos le va a dañar. Quizá no nos perdone en la vida.

—Nos tendrá que perdonar —afirmó Donna—. Él haría lo mismo si a nosotras nos pasara algo parecido. ¿Acaso crees que él dejaría que echáramos a perder nuestras vidas con un tío que no nos mereciera? No… estoy segura de que no. Lo que pasa es que debemos saber cómo proceder para que él no salga mal parado. Que oye… inevitablemente el disgusto se lo dará. No creo que sea agradable saber que te has casado con alguien que no es quien tú crees que es. —Tras un silencio Donna volvió a hablar—. Tengo un amigo que trabajaba en la comisaría de Canillejas. Quizá él podría echarnos una mano.

—No, Donna, no metas a la policía en esto. Cavanillas o sus secuaces se podrían enterar y hacerle algo a Kevin.

—Bueno, listilla —saltó su hermana—, pues qué sugieres que hagamos. Porque según tú, no hay que hablar con la policía por miedo a que a Kevin le hagan algo. Pero piensa que ese algo se lo puede estar haciendo día a día esa maldita Bianca. Quién sabe si no le está enganchando a la cocaina y el idiota de nuestro hermano accede por hacerla feliz. Estamos a tiempo de que esta pesadilla acabe, Rebeca, ¿no lo entiendes? No podemos quedarnos de brazos cruzados como tú pretendes. Así no solucionamos nada.

Rebeca por primera vez asintió.

—Quizá tengas razón, pero tengo miedo.

Donna se sentó a su lado.

—¡Yo también estoy cagada de miedo! Y seguramente también Carla, pero es la única solución que tenemos si queremos que Kevin salga lo antes posible de todo este embrollo.

—Tiene razón —se atrevió a decir Carla—. Piénsalo. Es la única solución.

Rebeca, tras pensarlo y maldecir mil veces, finalmente asintió.

—De acuerdo. Pero primero hablaremos con el detective que me informa de todo. Él también tiene amigos en el departamento de policía.

Donna y Carla se miraron con una sonrisa.

—Muy bien. Llámale —dijo su hermana entregándole el móvil.