Hacía dos semanas que Rebeca había regresado de su viaje. Una tarde, el detective la llamó para enseñarle nuevas fotografías actuales de Bianca. En ella se la veía besándose con Brian Newton, el narcotraficante. Y Rebeca de nuevo se hundió. ¿Qué podía hacer? En todo aquel tiempo, Paul no dio señales de vida. No la había llamado. No la había buscado, aunque Lorena sí la llamó. La niña estaba ansiosa por verla. Necesitaba estar con ella y sentir su cariño.
—¿Cuándo vas a venir a verme?
—No lo sé cariño. Tengo mucho trabajo.
—Pero papá me dijo que vendrías a casa con Pizza —insistió la pequeña.
—Iré, cielo, lo que no sé es cuando —mintió—. Por cierto ¿está papá en casa?
—No. Hoy se fue con el tío Iván a una fiesta. Es el cumpleaños de la tía Rita y se fueron a celebrarlo. ¿No vas a ir tú?
El corazón se le aceleró. ¿Conocería él a alguna mujer en aquella fiesta? Pero no estaba dispuesta a pensar y martirizarse por ello.
—Yo no puedo, cielo. Ya te dije que tengo mucho trabajo.
Finalmente, tras capear las insistentes preguntas de la niña, Rebeca le confesó que tardaría un poquito en verla, pero que no se preocupara, que en cuanto tuviera tiempo la llamaría. La pequeña, ajena a todo lo que ocurría entre su padre y Rebeca, accedió y la creyó. ¿Por qué no iba a hacerlo?
El viernes, Carla la invitó a una cena con varios compañeros del hospital de Samuel. En un principio se negó. Su humor no estaba para fiestas. No le apetecía salir con nadie. Pero Carla no cesó hasta que aquella cedió y aceptó. Irían primero a La Plateada, un restaurante bastante lujoso, y después tomarían una copa. Rebeca decidió ponerse el vestido color salmón y recogerse el pelo en un moño alto. Ya que salía sin muchas ganas, por lo menos se vería guapa. Mientras se arreglaba se convenció de que aquella salida le haría bien. Le apeteciese o no, necesitaba relajarse y divertirse.
A las ocho, pasaron Samuel y Carla a buscarla y cuando llegaron al restaurante, Samuel le presentó a cada uno de los invitados. Allí se enteró de que la cena era una celebración por el ascenso de Samuel a jefe de planta. La cena se tornó divertida. Todos contaban anécdotas graciosas del hospital, y eso les hacía reír. Después de varios brindis y de un discurso nada serio por parte de Samuel, decidieron ir a tomar una copa a Streep. Un nuevo local madrileño.
—¿Qué tal? —preguntó Carla acercándose a ella.
—Bien, todo muy bien —respondió sinceramente Rebeca. Llevaba semanas sin reírse tanto como esa noche.
—¿Qué te parece Emilio? —señaló al hombre que hablaba con Samuel.
—Oh… Es muy agradable.
Carla, al oír aquello, se acercó más a ella.
—Pues lo mejor de todo es que ¡¡no está casado!! Y creo que se ha colado por ti. No ha parado de preguntarle a Samuel cosas de ti ¡y eso es buena señal!
—Pues siento decirte querida mía ¡que lo lleva claro! —se mofó Rebeca, al ver por dónde iba su amiga.
—¿Cómo puedes decir eso? —le recriminó Carla molesta.
—Simplemente te digo la verdad.
—Es un hombre agradable, guapo, con futuro…
—Carla… —cortó Rebeca—. No insistas. No tengo ni tiempo ni ganas.
Pero hizo caso omiso.
—Vale… vale, lo entiendo. Sigues colada por Paul, pero oye mientras superas su ruptura ¿no te parece Emilio ideal?
Boquiabierta siseó.
—Será ideal para ti. No para mí.
Al mirar los ojos de su amiga, Carla sonrió. Rebeca estaba colada hasta el tuétano por el de las motos y no había nada que hacer.
—Soy una boba, perdóname —susurró tras darle un beso en la mejilla.
—Perdonada.
—Tengo ganas de verte tan feliz como yo, y…
En ese momento, Emilio se acercó a ellas y, cogiendo a Rebeca con familiaridad de la mano, se la besó al tiempo que les decía.
—Perdonen, señoritas, —y mirándola, preguntó—: ¿Quieres bailar conmigo?
Sin ningún problema por bailar con él, Rebeca aceptó.
—Por supuesto. Me encanta esta canción.
Estaban en la pista bailando. Emilio la tenía agarrada por la cintura, y quien los miraba desde fuera los podía ver divertidos y compenetrados. Emilio era un tipo guasón y divertido, y eso agradó a Rebeca, que necesitaba reír. Después de varias canciones, regresaron con el grupo y se sentaron con ellos a tomar algo.
Diez minutos después, Carla y ella se marcharon al servicio, y la primera no paró de hablar de lo maravilloso que era Emilio en el hospital mientras se pintaba la raya de los ojos.
—Pero mira que eres pesadita —se mofó Rebeca mirando a su amiga.
—¿Por qué? —preguntó consciente de lo que decía.
—Rebeca, ¿eres tú? —dijo alguien detrás de ellas.
Rápidamente se volvió.
—¡Rita! ¿Qué tal? —saludó abrazando a la mujer de Iván—. ¿Cómo tú por aquí?
—Ya sabes, un nuevo local en Madrid es un nuevo sitio que visitar —respondió con un gesto divertido tocándose con coquetería sus rizos.
Las tres sonrieron.
—Quería que supieras que siento lo que ha pasado entre Paul y tú. Te hubiera llamado pero no tengo tu teléfono, e Iván no se atrevía a pedírselo a Paul.
—¿Conoces a Paul? —preguntó Carla.
—Sí, es la mujer de Iván, el compañero de equipo de Paul —confesó Rebeca.
Carla cogió un trozo de papel y con el lápiz de ojos que tenía en la mano apuntó el teléfono de Rebeca.
—Toma. Este es el teléfono de esta petarda. Por cierto, soy Carla.
—Gracias —sonrió Rita y quitándole el lápiz de las manos, apuntó algo en un papel y entregándoselo a Rebeca indicó—. Este es mi móvil.
Sorprendida por lo que aquellas dos habían hecho en un instante Rebeca parpadeó y Rita le dio dos besos a su amiga.
—Encantada de conocerte, Carla.
—Igualmente —respondió y cuchicheó con complicidad—. Si no os importa, he de pasar urgentemente al servicio. Creo que he bebido demasiado.
Una vez hubo desaparecido tras la puerta del baño, Rita se volvió hacia Rebeca.
—Él no está bien, aunque se empeñe en decir que sí. Últimamente se juega la vida en cada carrera e Iván ya no sabe qué hacer ni qué decirle. Nunca le hemos visto así.
Convencida de que llevaba razón, Rebeca la cogió de las manos.
—Me horroriza escuchar lo que dices, pero no puedo hacer nada.
—¿Tan grave es lo que ha pasado entre vosotros?
Rebeca cerró los ojos.
—Creo que sí —murmuró.
—¿Has dejado de quererle? —preguntó Rita convencida de que entre ellos continuaba existiendo algo.
—No… —respondió sinceramente— es imposible.
Rita sonrió.
—Paul te quiere, Rebeca. Tú has conseguido que él vuelva a…
Asustada la interrumpió. Pensar en él le destrozaba el corazón.
—Escúchame, Rita. Él y yo somos demasiado diferentes como para que la historia hubiera funcionado. Quizá lo ocurrido es lo mejor para nosotros. Él debe seguir con su vida y yo con la mía y espero no volver a verlo porque yo… —al decir aquello y ver el gesto de Rita preguntó—. ¿No me digas que está aquí?
—Sí.
—Oh, Dios —susurró Rebeca llevándose la mano a la cabeza.
Rita, al ver que ella se quedaba pálida, añadió.
—He de confesarte que llevo esperando horas a que vinieras al servicio para hablar contigo. Cuando llegasteis vosotros, nosotros ya estábamos aquí.
—… ¿Cómo no me he dado cuenta?
—Has pasado por nuestro lado al entrar y él te ha visto.
—Ay, Dios…
—Rebeca, Paul lleva toda la noche mirándote y bebiendo como un cosaco. Sinceramente, creí que algo iba a ocurrir cuando te vio bailar con tu amigo, pero Iván lo sacó del local para que le diera un poco el aire.
Boquiabierta, pensó que si ella viera a Paul bailar con una mujer como lo había hecho ella con Emilio y sobre todo reír de aquella manera… ¡se moriría!
—Escúchame —continuó Rita—. Ahora está más relajado. Yo no sé lo que habrá pasado entre vosotros, pero Rebeca —dijo mirándola a los ojos—, él te necesita. En todos estos años desde que le conozco, nunca ha estado con una mujer tan bien como contigo. Solo había que mirarle para ver lo feliz y centrado que estaba. Está enamorado de ti. Por favor, ven a hablar con él.
Con el pulso a mil, Rebeca la miró.
—Yo… no puedo.
—¿Pero por qué? —insistió Rita.
Rebeca resopló incómoda. Deseaba más que nada en el mundo ir donde él estaba, para besarle, quererle, pedirle perdón, pero no debía. No podía. Cavanillas debía creer que lo de ellos había terminado para que no se volviera a fijar en él o en Lorena. Por ello tragando el nudo de emociones que pugnaba por salir en su garganta susurró.
—Lo siento Rita, pero no puedo.
Carla salió del baño y Rebeca aprovechó para dar por finalizada la charla.
—Me ha encantado hablar contigo, dale recuerdos a Iván y espero veros en otra ocasión.
Desconsolada, Rita aceptó su decisión.
—De acuerdo, Rebeca. Hasta pronto.
Mientras salía del servicio, la cabeza de Rebeca daba vueltas. ¡Paul estaba allí! De nuevo en el local sintió cómo unos ojos la observaban. La tranquilidad que antes había sentido ahora estaba rota y deseó salir huyendo de allí. Emilio volvió a invitarla a bailar y ella, como una autómata, aceptó. Mientras bailaban, Rebeca miró con disimulo a su alrededor. Vio a Rita charlando con Iván, y al segundo a Paul que, inmóvil, la observaba. Cuando la canción terminó, dijo a Emilio que tenía ganas de sentarse. De nuevo se reunieron con todos.
No muy lejos de ella Paul la observaba consumido por los celos. Ver como aquel tipo agarraba a Rebeca por la cintura y bailaba canciones que él deseaba bailar con ella le estaba matando. La había visto reír y bromear con él y eso le tensó aún más. Estaba preciosa con aquel vestido, al verla entrar en el local se había quedado de piedra. Deseó acercarse a ella y decirle todo lo que la había echado de menos, pero su orgullo de hombre herido se lo impidió. Solo tenía ganas de levantarse y partirle la cara al tipo que constantemente la tocaba.
¿Por qué tenía que pasarle continuamente las manazas por la cintura o el cabello?
—¿Quieres que nos vayamos a otro lugar? —preguntó Iván.
—No —respondió ceñudo.
—Vamos a ver Paul. Creo que…
—No, Iván —advirtió Paul.
—¿Qué coño hacemos aquí? —insistió al ver cómo miraba a la joven—. Vayamos a otro lugar y pasémoslo bien.
—Id vosotros si queréis. Yo me quedo aquí.
Iván resopló. Tenía claro que de allí no se marchaba sin su amigo por delante. Le conocía y sabía que estaba pasando un mal rato. Ver a Rebeca divertirse mientras él agonizaba no era plato de gusto para nadie. Y tras ver que el encuentro de Rita en el baño no había dado el resultado esperado, deseó salir del local lo antes posible. Pero no. Paul se negaba y de allí no se movían. Sin apartar la mirada de ella, por fin su corazón aleteó al sentir que ella le miraba. Por fin se había dado cuenta que estaba allí. La siguió por el local con la esperanza de que ella se acercara a él, pero eso no ocurrió.
Una hora después, cuando Rebeca ya no pudo más, dijo que se marchaba. Carla y Samuel le pidieron que se quedara un rato más, pero esta vez Rebeca no claudicó. Samuel se ofreció a llevarla, pero ella se negó. Cogería un taxi. Pero Emilio al escucharla insistió en acompañarla.
Sin mirar en la dirección donde Paul estaba, Rebeca salió del local. Al dirigirse a coger el coche de Emilio, se fijó en varias motos e incrédula observó la de Paul.
Aquella bicha, como él la llamaba, estaba llena de abolladuras y terriblemente sucia. Durante unos segundos cerró los ojos y pensó en las locuras que Rita le había dicho que estaba haciendo. Por una fracción de segundo pensó en entrar y hablar con él. Pero no. No debía. Sabía que él le pediría explicaciones respecto al día de la discusión y no podía dárselas. Instantes después, Paul salió del local y, al ver a Rebeca parada ante su moto, se quedó clavado en el sitio mientras escuchaban lo que hablaban.
—¿Te gustan las motos, Rebeca? —preguntó Emilio.
Sin dejar de mirar la moto ella respondió.
—Sí. Me encantan.
Emilio se acercó a ella todavía más, para señalar en tono jocoso.
—Creo que estas máquinas del infierno solo son para los locos. Si supieras la cantidad de accidentados y de muertes que hay por culpa de estas máquinas, no creo que te gustaran.
Rebeca ni le escuchó. Solo pensaba en Paul, solo en él. Segundos después, Emilio le tocó el hombro para llamar su atención.
—¿Te llevo a casa?
—Sí, claro —reaccionó con rapidez y asintió, alejándose de la moto.
Paul los vio alejarse. Rita e Iván salieron tras él y este, enfadado, les pidió que le dejaran solo. Al ver a su amigos coger la moto e irse, volvió a mirar hacia donde había visto desaparecer el coche. Pensó en seguirles, pero finalmente decidió que sería una tontería. Se marcharía a su casa. Una vez se hubo montado y puesto el casco, arrancó la moto y, dejándose llevar por el corazón, hizo una locura y se dirigió a toda velocidad hacia la casa de Rebeca.
Durante el trayecto en coche, Emilio fue muy agradable y correcto. Era un hombre ocurrente y divertido que continuamente la hacía sonreír. Cuando llegaron al adosado de Rebeca, el hombre se empeñó en acompañarla hasta la puerta. Con desgana ella accedió. Allí estuvieron charlando un buen rato, hasta que Emilio preguntó en un tono meloso.
—¿Me invitas a un café?
Ni loca, pensó Rebeca al sentir sus verdaderas intenciones.
—Mira, Emilio, no quisiera ser descortés. Eres un hombre muy divertido y agradable, pero no creo que sea buena…
—Lo siento. Yo… no quería ofenderte.
Al ver el apuro en su mirada, ella reaccionó rápidamente.
—No te preocupes. No me ofendes. Pero quiero que sepas que no tengo tiempo para nuevas amistades.
Envalentonado por la preocupación que vio en su mirada respondió.
—Mira, Rebeca, voy a ser sincero. Desde el primer momento que te vi esta noche, me has gustado. Creo que eres una persona amable, simpática, divertida y guapa, y como comprenderás, una persona así, al menos para mí, no puede pasar desapercibida.
—Gracias por tus cumplidos pero…
—Me gustas y estoy dispuesto a intentarlo, si tú me dejas… —continuó acercándose todavía más a ella.
—No te voy a dejar —respondió separándose de él—. Mira, Emilio, no sé si no me has entendido bien, pero creo que…
—Yo no me doy por vencido así como así —insistió cogiéndola de la cintura y atrayéndola hacia sí—. Pero a veces, a algunas os gusta la lucha.
—Suéltame… —respondió airada.
Al ver que él no estaba dispuesto a soltarla, sin pensárselo dos veces levantó la rodilla y le dio un golpe en la entrepierna. Eso hizo que él se doblara sobre su cuerpo con un gran gesto de dolor.
—Te dije que me soltaras, imbécil —aclaró con toda su rabia.
Tras echarle una última ojeada, Rebeca entró en su casa, cerró la puerta y le dejó allí tirado, retorciéndose de dolor.
Mientras ellos hablaban, Paul les observaba desde la otra esquina de la calle. En un principio, y al ver que aquél la forzaba, saltó de la moto y se dirigió corriendo hacia ellos, pero se paró y se echo a reír cuando vio la reacción de Rebeca. Cuando por fin vio que ella se metía en casa y que el tipo se levantaba como podía, se metía en su coche y se alejaba, se dirigió hacia su moto. Y por increíble que pareciera, a pesar de que su corazón sangraba, en el rostro llevaba una sonrisa.