Pasó una semana. Rebeca estaba destrozada sin saber nada de Paul, pero no levantó el teléfono para llamarle. Le quería demasiado para continuar mintiéndole y no meterle en aquel lío. El jueves llamó a Kevin para recordarle el número de vuelo en el que llegaba al día siguiente. Y el viernes, tras pedir el día libre, dejó a Pizza en casa de Ángela y se dirigió al aeropuerto de Barajas.
Una vez el avión hubo tomado tierra, Rebeca deseó correr para abrazar a su hermano. Aunque el hecho de saber que Bianca estaría allí le asqueaba. Tras recoger el equipaje, se dirigió a la salida, y nada más abrirse las puertas, le vio. Allí estaba Kevin, con su sonrisa de siempre y Rebeca corrió a abrazarle.
—Pero qué efusiva estás, hermanita.
—Es que estoy muy contenta de verte —respondió, separándose unos milímetros de él para mirarle a los ojos.
Tras una buena dosis de abrazos, Kevin le quitó la maleta de las manos.
—Bianca no ha podido venir. Trabajaba y no podía pedir permiso. Pero me ha pedido que te diera muchos besos de su parte y te dijera que está deseando verte.
—¡Qué bien! —exclamó Rebeca.
En el coche hablaron de cientos de cosas hasta llegar al hogar de su hermano. Una casa muy bonita cerca de un enorme bosque. Rebeca miró a su alrededor con curiosidad y comprobó que las fotos que le enviaron al despacho estaban hechas desde allí. No había duda. Tras dejar la maleta en la habitación y haberle enseñado la casa, le propuso dar un paseo por el bosque. Ella aceptó. Mientras paseaban charlando de infinidad de cosas, escaneó con la mirada a su hermano. Parecía estar bien y eso le tranquilizó.
Durante horas charlaron y Rebeca le relató el accidente de Pizza. Al ver que él se preocupaba, le aclaró que estaba bien, aunque le quedaría una pequeña cojera de por vida. El futuro padre, emocionado, le contó todo lo referente al embarazo de Bianca. Estaba feliz. ¡Iba a tener un bebé! Mientras comían en un pequeño restaurante del pueblo, le habló de los planes que tenían respecto al pequeñín, lo que encogió el corazón de Rebeca. Por la tarde apareció Bianca con su cara angelical.
¡Maldita farsante!
Rebeca deseó agarrarla del cuello y estrangularla por todo el daño que estaba ocasionando, pero se contuvo. Tenía que hacerlo. Poco después ésta le preguntó por Paul y Rebeca, como buena actriz, mintió y respondió que todo estaba bien y que estaba en Inglaterra. Tras un extraño día, mientras intentaba dormir por la noche en la cama de aquella enorme habitación, pensó en Paul.
Añoraba sus besos y su cariño. Deseaba hablar con él y pedirle perdón. Pero aquello tendría que esperar. No podía meter ni a Lorena ni a él en aquel lío. Primero tendría que solucionar el problema con su hermano y después intentaría solucionarlo con él. Antes de quedarse dormida recordó que ese fin de semana él corría. Pero finalmente, agotada, se durmió.
El sábado, tras una noche de continuos despertares, Kevin y Bianca llevaron a Rebeca a comer al restaurante de un amigo. Allí, y a pesar de la exquisita comida, Kevin se percató de que algo le ocurría a su hermana. No probó la comida. Solo jugaba con ella. Incluso se dio cuenta de que sus ojos miraban a Bianca de una manera dura y recriminadora. Durante un buen rato intentó imaginar qué le podía pasar con ella. No entendía nada. Durante su estancia en España, ambas se habían caído muy bien, y no entendía el porqué de aquellas duras miradas por parte de su querida hermana.
En los postres, Kevin se levantó y fue al baño, y Rebeca aprovechó para hacerle unas preguntas a Bianca.
—¿Estás contenta con lo del bebé?
La muchacha, chupó la cucharilla de la taza de café, y respondió con la mejor de sus sonrisas.
—Estamos como locos. Tu hermano se pasa la mayor parte del día imaginando cómo será. Es un cielo de hombre.
Y tú una farsante, pensó Rebeca y, señalando con malicia uno de sus brazos, volvió a preguntar.
—¿Y esa marcas a qué se deben?
La muchacha se bajó la manga de la camisa.
—Son las marcas de los análisis que me hicieron el otro día —contestó con despreocupación—. Como soy diabética me están haciendo cientos de análisis y pruebas.
—¿Eres diabética?
—Sí. Estar embarazada es maravilloso, pero los médicos me están acribillando a pinchazos. Tienen que tener un control total sobre mí.
En ese momento apareció Kevin ante ellas y le dio un beso en la nuca a su mujer.
—Bien, chicas, ¡vámonos!
Rebeca, volviéndose hacia su hermano, le miró directamente a los ojos.
—Kevin, no me habías dicho que Bianca fuera diabética.
El joven, sin entender, iba a responder cuando Bianca intervino.
—Por cierto, cariño, no os puedo acompañar, he quedado en ver hoy a Estefanía.
—¿No puedes llamarla y anularlo? —preguntó molesto.
Bianca, tras un gracioso mohín que hizo sonreír a su marido, le tocó la barbilla y respondió con una dulce sonrisa.
—Prometo estar pronto en casa.
—Por mí no te preocupes —se mofó Rebeca deseosa de perderla de vista.
Aprovechando el momento, Bianca, besó a su marido y se levantó.
—De acuerdo, cielo —asintió Kevin—. Ten cuidado y no llegues tarde.
Una vez se quedaron los dos solos en el restaurante, Kevin pagó y al salir al exterior Rebeca preguntó.
—¿Quién es Estefanía?
Kevin no contestó. Llegaron hasta el coche y, una vez dentro, se volvió hacia su hermana furioso.
—¿Se puede saber qué te pasa? Has estado toda la comida intentando molestar. Te conozco y he visto cómo la mirabas. ¿Qué te pasa con Bianca? Creí que podríais ser buenas amigas.
—No me pasa nada. Solo que estoy cansada y… —respondió intentando disculparse.
Sin darle tregua, Kevin gesticuló con las manos y dio un manotazo al volante.
—Cuéntame ¿qué te pasa?
—Nada.
—Mira, Rebeca, no sé para qué demonios has venido a verme si estás de ese humor.
Buscando rápidamente algo qué decir finalmente admitió.
—He discutido con Paul, y… he visto a papá.
Éste se paró en seco y, clavando totalmente sus increíbles ojos verdes en ella preguntó.
—¿Has visto a papá?
—Sí. A él, a su mujer y a sus dos niños.
Sorprendido se retiró el flequillo de la frente antes de preguntar.
—¿Qué quería? ¿Te hizo algo?
Al ver cómo su hermano respiraba, respondió de inmediato.
—Me lo encontré en una sala de fiestas una noche que estaba con Paul y unos amigos. Allí conocí a Elena, su mujer. Luego volví a verla a ella y a los niños en el cumpleaños de Lorena. Resulta que Elena y papá son amigos de Paul, ¿lo puedes creer?
—Vaya con el viejo. Ya tiene dos bastardos —murmuró tras aspirar el humo del cigarrillo que se había encendido.
—No digas eso —protestó—. Esos pobres niños no tienen la culpa de lo que nuestro padre hiciera en su día. El culpable es él, no Dani y Susana.
Incrédulo, Kevin miró a su hermana.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Digo lo que pienso.
—Lo siento, hermanita, pero no pienso como tú. La versión que yo recuerdo es que nuestro padre se fue a vivir con esa puta y han tenido bastardos.
Molesta porque hablara así de aquellos niños, Rebeca volvió al ataque.
—Si conocieras a esos pequeños no pensarías así. En cuanto a Elena, no le tengo ningún amor, pero estoy segura de que no es una puta.
—¿Y tú qué sabrás? —siseó Kevin.
—Mira quién fue a hablar —soltó sin pensárselo dos veces—. ¿Sabrías distinguir una puta de una chica normal?
Aquello le molestó. ¿A qué se refería su hermana?
—¿Qué has querido decir con eso de «mira quién fue a hablar»? ¿Qué narices quieres decir?
Asustada por su reacción, Rebeca no pudo contestar. Pero Kevin, furioso, la increpó cogiéndola de las muñecas. Finalmente comenzó a llorar. La tensión estaba pudiendo con ella.
—Joder, Rebeca, no llores. Discúlpame por haberte hablado así. Pero estás muy extraña. Te he notado tirante con Bianca y… —al ver que ella se secaba las lágrimas, suavizó su tono de voz—. Lo siento. Siento haberte hablado así, pero ya sabes que no soporto hablar de nuestro padre.
—Lo sé —sollozó dándose cuenta de que casi mete la pata en cuanto a Bianca.
Retirándole el pelo de la cara, le hizo levantar mirada.
—¿Por qué has discutido con Paul?
Pensando con rapidez Rebeca mintió a medias.
—Me vio con un amigo tomando una copa y se enfadó muchísimo.
—¿Solamente por eso? —se sorprendió—. Seguramente sería por algo más.
—No. Él me vio y me pidió explicaciones. Yo… yo no quise dárselas y le eché de casa.
Al escuchar aquello, Kevin silbó.
—Pero qué mal genio tienes, hermanita. Eres dulce como mamá, pero cuando te enfadas, ¡no hay quien te soporte! Y dime —preguntó—, ¿por qué no le dijiste quién era ese amigo?
—No lo sé —volvió a mentir—. Quizá he estado mucho tiempo sola y no soporto que nadie me pida explicaciones. Sé que la culpa la he tenido yo, pero…
—No hay peros que valgan. Cuando regreses a Madrid le llamas y en paz. Paul es un buen tío y estoy seguro de que estará deseando oír tu voz. En cuanto hables con él seguro que todo se arreglará. Ese tipo está loco por ti. Solo hay que ver cómo te mira para intuirlo.
—Ahora está Inglaterra.
—¿Y qué hace allí?
—Mañana corre en el circuito de Donington.
Encantado con aquello abrió los ojos de par en par.
—¿A qué hora es la carrera?
—No lo sé.
—No te preocupes. Tengo parabólica y seguramente podremos coger el canal de deportes. —Y mirándola preguntó—. Querrás verle, ¿verdad?
—Pues claro que sí, tonto —sonrió Rebeca—. Por supuesto que quiero verle.
Y besarle y amarle, pensó.
—También podrías llamarle a su móvil y desearle suerte —sugirió Kevin.
Rebeca, para finalizar la conversación, sonrió, y le dio un beso a su hermano.
—Quizá más adelante.
Aquella noche, cuando llegó Bianca, intentó estar más amable con ella. Kevin se lo agradeció.
A la mañana siguiente, y mientras Bianca preparaba el desayuno, Rebeca y Kevin buscaban el canal de deportes para ver la carrera. Una vez lo consiguieron comenzaron a desayunar y le explicó a su hermano los conocimientos adquiridos en referencia al Mundial de Motociclismo. Cuando terminó moto2 y los comentaristas comenzaron a hablar de la carrera de MotoGP, se le erizaron los pelos al saber, y ver, que Paul había sufrido una aparatosa caída en los entrenos.
El corazón se le paró cuando dieron las imágenes y vio a Paul volar por encima de la moto hasta caer con brusquedad sobre la pista.
Miró a su hermano asustada, pero se tranquilizó cuando dijeron que el piloto se encontraba bien y que finalmente correría la carrera. Incapaz de hablar, la joven miraba la televisión histérica intentando encontrar a Paul entre toda aquella masa de gente. Como ocurría en cada conexión, un cámara se fue parando piloto por piloto hasta que llegó a Paul. Al verle, Rebeca se quedó congelada. Su mirada concentrada era oscura y agresiva, nada que ver con la mirada de otras veces. Aquello le revolvió el estómago y temió continuar mirando. Kevin, emocionado, aplaudió al reconocerle. Pensar que el hombre que salía con su hermana era aquel valeroso piloto, le llenó de orgullo.
Minutos después, los asistentes de pista se comenzaron a retirar y quedaron solo los pilotos con sus máquinas. Con tranquilidad dieron la vuelta de reconocimiento, para luego regresar a sus posiciones; el semáforo pasó de rojo a verde y todos aquellos locos abrieron gas para comenzar la carrera.
—¡Joder! —gritó excitado Kevin al ver a Paul tirarse en las curvas—. Cómo conduce el tío.
Rebeca no pudo responder. Lo que Paul estaba haciendo en la pista, la estaba dejando sin palabras. Durante varias vueltas, vieron cómo se mantenía en cabeza de carrera, junto a Iván y Klaus jugándosela en cada pasada. Aunque la dura lucha comenzó cuando Gicoli, un piloto italiano, se acercó hasta ellos como un loco para adelantarles. Rebeca que conocía la situación en puntos de cada piloto, se clavó las uñas en las manos al imaginar que Paul no lo iba a consentir. Él no iba a permitir que Gicoli cogiera los puntos que él necesitaba, y ambos se arriesgarían para conseguirlos.
La carrera se puso al rojo vivo y los comentaristas impactados por lo que estaban haciendo aquellos pilotos gritaban emocionados. Continuas y peligrosas pasadas hacían vibrar y chillar a todos, hasta que Klaus se salió de la pista y cayó. Rebeca, al ver como a aquel la moto se le fue de atrás, horrorizada, no se movió mientras su hermano y su mujer chillaban y aplaudían al ver que no había sido Paul.
Solo faltaban dos vueltas y Gicoli se puso en cabeza. A Rebeca le sudaban las manos y casi le da un infarto al ver a Iván salirse en una de aquellas terribles curvas. Su templanza y buen pilotaje hizo que no cayera, pero perdió la opción de luchar por subir a lo más alto del cajón. Una opción que Paul aún iba a aprovechar. Acoplándose todavía más a su potente Ducati comenzó a derrapar en las curvas hasta que consiguió adelantar en un tramo imposible a Gicoli. Solo quedaba una vuelta para la finalización de carrera y Paul no estaba dispuesto a perder. Fue una vuelta de infarto para todos, pero finalmente Paul entró primero, seguido por Gicoli. Rebeca, al ver aquello, saltó de alegría junto a su hermano y Bianca.
¡Paul había ganado!
Minutos después ofrecieron la entrega de trofeos. Rebeca, orgullosa, pudo ver cómo Paul recogía el premio y daba las gracias a su equipo. Kevin, impresionado por su pilotaje, no paraba de aplaudir, incluso llegó a decir que se compraría una moto y pediría a Paul que le diera clases de conducción. Rebeca rio de las ocurrencias de aquel, aunque miraba la pantalla de televisión con tristeza y desconsuelo. ¿Qué pasaría entre ella y Paul? El domingo, tras un fin de semana extraño, regresó de nuevo a Madrid todavía más confundida si cabe por todo lo que rodeaba a su hermano.