Dos días después, en el aeropuerto de Barajas, Paul estaba sentado en la sala de embarque. Volaba a Inglaterra. Su aspecto mostraba su estado de ánimo y parecía muy, muy enfadado. Llevaba sin afeitarse varios días, y su humor en esos momentos era agrio y oscuro. Algo que todos los que a su alrededor estaban percibían. Junto a él estaba su amigo y compañero de equipo Iván y su mujer Rita, que se comunicaban con gestos al ver el estado en el que se encontraba.
—¿Dispuesto para la siguiente carrera? —preguntó Iván.
—Por supuesto, ¿no me ves? —contestó Paul con desgana.
Su amigo al sentir la furia en su mirada, le cogió por los hombros.
—Mira, Paul, sé que te ocurre algo y eso me preocupa, amigo.
—No ocurre nada.
Rita resopló. Quería decirle que no les podía engañar pero su marido se le adelantó.
—Escucha colega. Nuestra profesión es altamente estresante y sé por propia experiencia que los problemas no ayudan, precisamente, a pilotar mejor.
Paul asintió. Esas palabras recordaba habérselas dicho a él en otras ocasiones.
—Creo que pilotar me vendrá bien. Lo necesito.
—Y yo no necesito que te mates —gruñó Rita inmiscuyéndose en la conversación—. Ya está bien por favor. No sé qué te pasa, pero puedo intuirlo al no haber visto a Rebeca aquí para despedirte.
—Rita… —cortó su marido pero ella prosiguió.
—Escúchame bien, Paul, porque no te lo voy a repetir. Como se te ocurra hacer una tontería en la pista te juro que cuando te bajes de la moto la que te mata soy yo ¿entendido?
Sorprendido por aquel arranque de Rita, Paul sonrió. Iván al ver a su mujer tan alterada, se levantó y le dio un beso, pero le pidió que les dejara a solas.
—Todo un carácter esa mujercita tuya —murmuró observando como se alejaba.
—Sí. Ya la conoces.
Tras un silencio incómodo para los dos, Iván añadió.
—Lo que ella ha dicho, lo corroboro. Me preocupa que salgas a pista con ese estado de ánimo. Ambos sabemos que no es el más propicio para competir.
—Da igual. No pasará nada.
—No. No da igual. Me preocupo por ti, maldito cabezón.
Paul rio pero Iván, al ver que tenía toda la atención de su amigo, aprovechó para recordarle.
—Para lo que necesites, repito, para lo que necesites me tienes aquí. No sé cuál es tu problema, aunque lo puedo intuir. Y antes de que me mandes a paseo creo que Rebeca es una buena chica y debes hablar con ella, porque mujeres como ella pocas vas a encontrar y…
—Ahora no, Iván —cortó—. Ahora no.
—Vale… pero déjame recordarte que sé escuchar muy bien.
Con gratitud, Paul le estrechó la mano.
—Gracias. Eres un buen amigo —logró susurrar.
Levantándose para ir tras su mujer, se caló la gorra y añadió.
—Tú también y por eso me preocupo por ti.
Agradecido por aquello Paul les observó acercarse a la cafetería y sintió una punzada de dolor al verse allí solo. Le gustaría tener algo especial como lo de Iván y Rita. Ellos eran una pareja muy unida. Pensó en Rebeca. La amaba. La quería, y maldijo al pensar que la había perdido. ¿Cómo seguir adelante sin ella tras haberla conocido? Mientras se taladraba la cabeza, Iván le hizo señas. Debían embarcar. Y a pesar de querer salir corriendo del aeropuerto en busca de Rebeca, con las escasas fuerzas que le quedaban, miró su billete y embarcó en su avión. Debía trabajar.