Kevin seguía sin dar señales de vida. Los días pasaban y él no llamaba. Al final Rebeca decidió marcar el número que tenía apuntado en el papel, aunque antes se cercioró de que figurara como número oculto. Su dedo tembloroso marcó los números pero tras dos timbrazos, saltó un contestador automático. Durante días intentó hablar con él, pero le fue imposible. Solo saltaba el odioso contestador.
Dos días después, y cuando la desesperación comenzaba a aturdirla, Belén entró en su despacho y le dijo que tenía a su hermano Kevin por la línea dos. Rápidamente Rebeca cogió el teléfono.
—Kevin, ¿eres tú?
Sorprendido por la efusividad que percibía en su voz, su hermano estalló en una sonora carcajada.
—Pues sí. ¿Y tú eres tú?
Pero ella no estaba para bromas.
—¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
—Como un toro —bromeó él.
Sin perder un segundo exigió.
—No tengo tu número de teléfono, ni tu dirección, ahora mismo me lo vas a dar.
—Por supuesto, apunta.
Dicho esto, Rebeca comprobó que los datos que él le decía eran los mismos que ella tenía. Pero calló.
—Por cierto, ¿ha pasado algo? —se preocupó él—. Te noto tensa. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Hasta arriba de trabajo. Solo eso. ¿Y tú? ¿Qué te cuentas? —respondió rápidamente intentando parecer más dicharachera.
—Poca cosa. Solamente que voy a ser padre. ¡Padre! —Kevin soltó una carcajada.
Aquello era lo último que deseaba oír.
—¡¿Qué?!
—Que Bianca y yo vamos a ser papás —repitió pletórico.
—¿Pero cómo ha podido ocurrir?
Kevin no se lo tomó en cuenta. Iba a ser padre y estaba feliz.
—Vamos a ver, hermanita. ¿Debo contarte mis intimidades? Aunque bueno, si te empeñas te diré que… —contestó con guasa.
—Oh… tonto, no quería decir eso. Pero… pero me he sorprendido. —Rebeca estaba en las nubes. Solo podía pensar en las fotos de aquella muchacha esnifando coca.
—Y Bianca, ¿cómo está ella?
—Más guapa que nunca —contestó pletórico de alegría—. ¡Dios, Rebeca! Cada vez que pienso que voy a ser padre, me dan ganas de dar triples mortales.
¿El mundo se ha vuelto loco?, pensó al escucharle.
—Kevin, tengo que hablar contigo.
Al escuchar el cambio en su voz, Kevin le prestó toda su atención.
—Mujer… si me lo dices así, adelante, soy todo oídos.
Durante unos segundos Rebeca dudó. ¿Sería buena idea contarle algo así por teléfono? Finalmente, y tras darse cuenta de lo que tenía que decir, reculó.
—Bueno… mejor te lo digo cuando te vea. ¿Cuándo vas a venir?
—De momento no tenemos intención. Con lo del bebé no quiero dejar a Bianca sola. Así que quizá dentro de dos o tres meses… pero oye, ¿qué quieres contarme?
Dos o tres meses era demasiado tiempo, y Rebeca no le contestó a su pregunta.
—Necesito verte. Yo te pago el viaje. Necesito que vengas.
—¿Pero qué demonios te pasa? —insistió, extrañado y a la vez mosqueado.
—Nada importante, pero yo…
—Mira, Rebeca, no quiero que me pagues el viaje. ¿Pasa algo con Paul? ¿Tienes problemas con él?
—No… no, con él estoy bien. Es solo que quiero verte.
—Oye ¿Por qué no vienes tú aquí? Estoy seguro de que a Bianca le encantará la idea.
Rebeca pensó que podría ser buena idea. Sería una forma de hablar con él y comprobar realmente qué ocurría con su hermano y su mujer.
—¡Genial! Miraré vuelos y te confirmaré mi llegada.
Feliz por la futura visita de su hermana, Kevin continuó.
—Ahora dime algo del bebé. ¡Vas a volver a ser tía! Creí que te alegrarías.
Al darse cuenta de la frialdad con la que había escuchado la noticia, intentó contestarle con una sonrisa en los labios.
—Tienes razón, perdona. Enhorabuena, papito. ¿Cuándo nace?
—Quedan todavía siete meses. El tiempo suficiente para prepararlo todo —respondió el orgulloso futuro padre, mirando a Bianca cómo cocinaba.
En ese momento entró Belén en el despacho con unos documentos urgentes. Rebeca maldijo por tener que cortar la llamada.
—No puedo entretenerme más —dijo pesarosa—. Da recuerdos a Bianca y te llamaré esta semana para decirte cuándo voy. Hasta pronto, Kevin. —Y colgó.
¡Un bebé!
Dios mío, qué inconsciencia. Su hermano debía de haber perdido la razón, o Bianca le había abducido mentalmente. Pero había algo que ella no entendía. Su hermano tonto no era, y si en realidad Bianca tenía problemas con las drogas, ¿cómo es que Kevin estaba tan feliz?
Una vez solucionó los documentos urgentes que Belén le había dejado encima de la mesa, llamó al aeropuerto. Podría coger un vuelo el viernes a las tres y regresar el domingo a las nueve de la noche. Pensó en Paul ¿Qué decirle? Al final decidió contarle que tenía que viajar por trabajo. Así se aseguraba de que él no preguntase nada.
Definitivamente es la única solución.
Una vez se hubo decidido, cerró los vuelos por Internet e imprimió la tarjeta de embarque. Intentó seguir con su trabajo pero era, básicamente, imposible. Pensó en su hermana Donna y en la reacción que tendría ante la noticia de que iba a ser tía. La llamaría a casa cuando llegara por la noche. A las seis de la tarde cuando estaba guardando su portátil para regresar a casa, Belén le comunicó que un tal José estaba por la línea cuatro. Rápidamente lo cogió. Era el detective.
—Necesito verla. Hemos descubierto algo que debería saber. La espero en una hora en el café de Oriente. ¿Puede venir?
—Por supuesto.
—Allí la espero.
Con el corazón encogido, fue al aparcamiento para recoger su coche. ¿Qué querría el detective? En una gasolinera cercana a la oficina de Rebeca, Paul repostaba gasolina en su moto y se sorprendió gratamente al ver el coche de la chica que ocupaba todos sus pensamientos parado en el semáforo frente a él. La llamó. Movió los brazos para atraer su atención, pero ella no le vio. Feliz por encontrarse con ella, pagó y, montándose en su moto, salió disparado en la dirección que ella había tomado. Sonrió al ver no muy lejos el coche. La siguió, seguro que se dirigía hacia su casa. Pero se sorprendió al ver que se metía en pleno centro de Madrid, y al llegar a una callejuela cercana a la plaza de la Ópera aparcaba el coche. Paul se detuvo y la observó. Algo en él le impidió volver a llamarla y la siguió con la mirada mientras ella se metía en el café de Oriente. La curiosidad de Paul aumentó. Nunca había espiado a nadie y estar allí parado le hizo sentirse mal. ¿Qué estaba haciendo?
Dudoso y sin saber qué hacer se debatió entre marcharse o mirar qué hacía allí Rebeca. Finalmente le pudo más la curiosidad y dejando su moto en un lateral se dirigió a la cafetería. Al entrar no la vio. Pero tras hacer un barrido con la mirada la encontró al fondo del local, sentada con un tipo. En aquel instante se sintió ridículo. Absurdo. Imbécil. Pero no podía mover los pies del suelo. ¿Quién era aquel hombre?
Sin percatarse de nada, José y Rebeca, ajenos a Paul, continuaban su conversación.
—¿Ocurre algo con mi hermano? —preguntó nerviosa.
El hombre, consciente de que lo que le iba a decir iba a trastocarle la vida, posó los ojos en ella.
—Tiene que prometerme que mantendrá la calma. No es fácil lo que le voy a enseñar ni decir. Pero tranquila, su hermano está bien.
—Ay, Dios, me está asustando.
El detective, abriendo su maletín, sacó una carpeta con fotos. Paul, al fondo del local, continuaba observándoles. ¿Qué hacían?
—El otro día —dijo el detective—, cuando me pidió que investigase el paradero de su hermano, resultó fácil, pero reconozco que cuando vi a la mujer que estaba con él, algo en ella me llamó la atención.
—¿Habla de Bianca, la mujer de mi hermano?
—Sí. Al verla sentí como si ya la conociese, como si la hubiera visto alguna otra vez. Hablé con un antiguo compañero del departamento de policía, que me debía algunos favores, y me pudo proporcionar esto.
Tras decir aquello le tendió a Rebeca unas fotos. Al extender la mano sintió cómo le temblaba, y más cuando comprobó que la mujer que posaba ante ella era Bianca, con otro tipo de peinado y vestida de una manera más vulgar.
—Cuando este compañero me proporcionó las fotos, entendí por qué esa joven me sonaba. Durante mis años en los que vestía uniforme y pateaba las calles de Madrid, detuve a muchos yonquis, chulos y prostitutas. Ella era una de esas prostitutas reincidentes. Por eso me sonó su cara al verla.
Con las fotos aún en la mano, Rebeca le miró incrédula.
—¿Me está intentando decir que Bianca es una prostituta y…?
El hombre asintió con la cabeza y Rebeca se quedó sin palabras. Paul, desde su sitio, vio que Rebeca comenzaba a sollozar y que aquel hombre se sentaba a su lado para abrazarla. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué lloraba? ¿Quién era ese hombre? En el interior de Paul se comenzó a desatar un volcán de celos y malestar.
Pensó en acercarse a ellos y pedir explicaciones, pero algo en él se negó a moverse. No podía hacerlo. Ese no era su estilo. Por ello, dándose la vuelta, salió del local y furioso se montó en su moto. Cuando fue a arrancar, no pudo. Necesitaba saber más de Rebeca y aquel hombre. Finalmente decidió esperarla fuera del local.
—Oh, Dios. Oh Dios. Esto no puede estar pasando.
Tras tranquilizarla, el hombre volvió a su sitio y mirándola a los ojos aclaró.
—Su verdadero nombre es Tatiana Ratchenco. Es croata y lleva afincada en España cerca de diez años ejerciendo la prostitución y todo lo que se le pone por delante. Estas fotografías son de hace escasos tres días. En ellas, como puede ver, está adquiriendo cocaína. Las otras instantáneas son de la casa donde viven ella y su hermano.
Rebeca miraba las fotos sin realmente ver nada. ¿Cómo era posible que su hermano no se diera cuenta de todo eso?
—Rebeca —la tuteó el hombre por primera vez—, sé que todo esto es horrible y solo puedo decirte que tu hermano no consume drogas, a excepción de algún cigarrillo de marihuana que comparte con ella. Es más, estoy convencido de que ni siquiera sabe de ella lo que aquí te estoy exponiendo. Les seguí de cerca durante dos días, y en ningún momento vi hacer a tu hermano algo extraño o fuera de lugar.
—Pero… pero Kevin no es tonto y…
—Estoy totalmente seguro de ello. Pero esta pájara es muy lista. Lleva más de media vida viviendo en la calle y le tiene totalmente engañado. Tras apuntarme la matrícula del Ferrari con el que apareció su amigo para suministrarle la droga, pude saber que pertenece a Brian Newton, el narcotraficante con el que andaba en negocios Cavanillas. Mire esta foto. —El detective le enseñó otra en la que se veía a Cavanillas y Newton en un restaurante en la Villa Olímpica de Barcelona. Al ver el gesto de bloqueo total de la joven, el detective concluyó—: Bianca y Cavanillas se conocen. O mejor dicho, ese viejo zorro ha puesto a esta mujer en el camino de su hermano para tener un punto por donde tenerla maniatada.
Tras beber un buen trago de su bebida para refrescarse la garganta, Rebeca le miró.
—Creo que debería dejar de investigar lo que le pedí. Esto me está trayendo infinidad de problemas. Lo horrible es que si no digo nada esa mujer seguirá casada con Kevin y yo… yo no sé qué hacer.
El hombre, al ver que ella intentaba buscar una solución, le susurró para calmarla.
—Tranquilícese. Yo personalmente intentaré hablar con Kevin y explicarle todo paso a paso. Este es un problema en el que cuanta menos gente se vea implicada, mejor.
—No, no, eso no es buena idea. Hoy mismo me ha llamado para decirme que va a ser padre.
—¡¿Cómo?! —se sorprendió el hombre.
—Lo que oye. No sé cómo se tomará todo esto, pero lo que sí sé es que me odiará por meterme en su vida. Oh Dios… Nunca pensé que esto pudiera llegar a estos límites.
—La entiendo, y es complicado. Pero la realidad de todo es que lo de esa pájara y su hermano es un montaje. Solo me queda atar los cabos para saber si Cavanillas la contrató o no. Pero vamos, aun sin tenerlo al cien por cien asegurado, es lo que creo. Pienso que lo más inteligente es no decir nada de momento e intentar pillarlos juntos. Una vez lo tengamos todo bien atado, podremos cogerlos.
—Sí. Pero Kevin corre peligro —murmuró asustada—. Creo que debería decirle lo que pasa, pero quizá tenga razón y deba esperar. De todas formas iré el próximo fin de semana a su casa.
—Me parece perfecta esa visita. Pero no debe decirle nada, aunque sí le pediría que tuviera los ojos bien abiertos para ver los movimientos de nuestra amiguita. Estoy casi seguro de que si usted va, Cavanillas se reunirá con ella en algún lugar. Eso sí, actúe con calma. ¿Podrá hacerlo?
Ella asintió convencida.
—Lo intentaré. Aunque sea solo por Kevin.
—De acuerdo —él se levantó—. Llámeme cuando esté allí. Y, por favor, por su bien y el de su propio hermano, actúe con normalidad. ¿De acuerdo?
Dicho esto, el hombre se marchó y minutos después ella salió también sin percatarse de que Paul estaba fuera. Durante unos segundos la observó, y por su ceño fruncido, percibió que estaba preocupada. Poniéndose el casco arrancó su moto y se dirigió a la casa de ella. La estaría esperando cuando llegase.