Capítulo 30

Las pesquisas del detective rápidamente dieron sus frutos. Localizó a Kevin cerca de la frontera con Croacia, en un pueblecito llamado Metlika. Nerviosa, miró el número de teléfono de Kevin que tenía en las manos, pero no se atrevía a llamar. Su hermano no era tonto y rápidamente le preguntaría cómo lo había conseguido. Finalmente, decidió esperar un par de días para ver si él llamaba. Estaba sentada en el sillón de su casa junto a Pizza, cuando sonó el timbre de la puerta. Cuando abrió vio la cara sonriente de Paul.

—Hola, chica mala —saludó cogiéndola en volandas—. ¿Dónde te metes? Me tenías preocupado. Anoche te llamé y no estabas. Dejé varios mensajes en el contestador. ¿Los escuchaste?

Rebeca mintió. La noche anterior había estado con el detective y no se lo podía contar.

—Lo siento, cielo. Llegué tarde del trabajo y me fui directamente a dormir.

Con una encantadora sonrisa, Paul la besó y dijo mirando hacia la puerta de la calle.

—Te llamé para decirte que hoy veníamos a ver a Pizza.

—¿Veníamos? —preguntó extrañada porque solo había entrado él.

—Sí. Tengo en el coche esperando a Lorena y a su amiga Susana —dijo mirándola con cara de circunstancias—. Susi durmió anoche en casa y ayer idearon venir hoy a ver a Pizza. No paraban de afirmar que tú habías dicho que sí. Y la verdad, cariño —sonrió—, me he tenido que dar por vencido.

Rebeca suspiró. Lo que menos le apetecía era tener allí a la hija de su padre y aquella mujer, pero al ver el gesto de Paul e imaginar a las niñas en el coche, no pudo negarse.

—De acuerdo, que pasen.

Consciente de lo que aquello suponía para ella, Paul le dio un rápido beso en los labios y salió al coche a buscar a las niñas. Desde el interior de su casa Rebeca las escuchó correr y chillar hasta que entraron y se tiraron a sus brazos para besarla.

—Hola, Rebeca —gritó Lorena encantada—. Hemos venido a ver a Pizza.

Al ver la alegría de las pequeñas, Rebeca sonrió.

—Me parece fenomenal.

Pizza llegó hasta ellos y comenzó a hacer sus monerías.

—Oh… qué chula es —murmuró Susana—. Pobrecita, no puede andar bien. Pero se va a poner buena, ¿verdad?

—Claro que se pondrá buena. Ahora tiene la patita vendada, pero dentro de poco ya estará corriendo como una loca —respondió con cariño mientras se dirigía a la cocina para coger unas bebidas fresquitas para las niñas.

Las crías continuaban en el salón jugando con Pizza y Paul se le acercó a ella por detrás.

—¿Sabes que hoy estás muy guapa? —le susurró al oído.

Sin soltarla le dio la vuelta y la besó. Le devoró los labios de tal manera que Rebeca se sonrojó.

—Paul. Quieto. Están las niñas —balbuceó separándose de él.

Divertido y excitado por el momento, la miró y susurró con voz traviesa.

—No te preocupes. Ellas solo tienen ojos para Pizza. ¿Quieres que pasemos al garaje?

—¡Paul!

Divertido por su reacción y, en especial, por cómo le miraba la besó. Y sentándola sobre la encimera de la cocina metió sus manos por debajo de la sudadera y la apretó contra él. Hipnotizada como siempre que la tocaba se dejó llevar. Le encantaba sentir aquellas poderosas manos sobre su cuerpo. Paul era tan excitante que…

—¡Papi! Susi ha subido a peinarse con Pizza al baño de arriba.

—Iré a ver lo que hace —masculló Rebeca bajándose de un salto de la encimera.

Cuando llegó a su habitación, la pequeña estaba dentro de su baño cepillándose el cabello. Rebeca deseó regañarla ¿qué hacía allí? Pero al verla tan concentrada en lo que hacía finalmente sonrió. Mientras la niña terminaba aprovechó para cambiarse de zapatillas.

—Qué guapa. ¿Es tu mamá?

Al mirar la foto a la que la niña se refería, a Rebeca le dio un salto el corazón. Aquella niña, hija de su padre, le preguntaba si era su madre la de la foto.

—Sí. Es mi mamá.

La niña asintió.

—¿Y éstos quiénes son?

—Mis hermanos Kevin y Donna.

—¿Dónde están?

—Viven lejos de aquí, cielo.

—Son muy guapos. Oye, ¿dónde están tus papis? —preguntó la niña sonriendo y enseñando su mellada boca.

Rebeca se apoyó en el colchón de su cama.

—Mi mamá murió hace mucho tiempo —respondió con tranquilidad.

La niña cambió el gesto acercándose a ella.

—Está en el Cielo, ¿verdad?

—Sí, cariño, está en el Cielo —asintió tragándose las emociones que pugnaban por salir de su garganta.

—¿Tu papá también está en el Cielo?

En ese momento entró Lorena, y rápidamente Rebeca se reactivó.

—Venga. Volvamos al salón. Paul y Pizza nos esperan.

Las niñas corrieron escaleras abajo y Rebeca lo agradeció. La curiosidad de un niño era inagotable y Susi se lo había demostrado. Tras aquel episodio, decidieron llevar a las niñas a un parque junto a Pizza. A la hora de comer se acercaron al Burger donde Paul firmó autógrafos a varios chicos que le reconocieron y después se marcharon al cine con las pequeñas. Por la tarde, tras un día ajetreado con las niñas, Paul se las llevó, y cuando Rebeca se quedó sola en su casa decidió darse un maravilloso baño relajante. Se lo merecía. Pero antes de meterse en la bañera sonó la puerta de la casa y poniéndose su albornoz bajó a abrir. Era Paul.

—Podemos continuar donde nos quedamos —ella sonrió y este cerró la puerta y comenzó a desatarle el albornoz.

—Tengo una maravillosa bañera preparada… ¿te apetece acompañarme? —murmuró Rebeca mientras le besaba, encantada de que estuviera allí.

Con una sonrisa lobuna, Paul se quitó la cazadora que quedó tendida en el suelo y asintió mientras la seguía por las escaleras.

—Oh sí… chica mala, por supuesto que sí.