Aquella tarde, al llegar a casa, Ángela le indicó alterada que había llamado Samuel desde el hospital. Carla iba a tener el bebé. Olvidándose de sus preocupaciones cogió su coche y allí que se fue. Al llegar a la planta de maternidad vio a Samuel esperando en uno de los pasillos. Éste, al verla, rápidamente se acercó a ella para abrazarla.
—¿Pero qué haces tú aquí? —preguntó Rebeca.
Retirándose el flequillo de los ojos, la miró y respondió.
—Han surgido complicaciones y tienen que practicarle una cesárea. El doctor López ha preferido que yo espere aquí. —Al ver que ella iba a decir algo, aclaró—: Escucha, Rebeca, cuando se trata de un familiar tan directo como es Carla para mí, es mejor que yo no esté en el quirófano. Me pondría muy nervioso y podría estorbar más que ayudar.
—Ay Dios… ay Dios.
—Tranquila, encanto. Todo va a salir bien —animó el futuro padre.
Consciente de que había ido al hospital para ayudar y no para estorbar sonrió y dándole un abrazo a Samuel cuchicheó.
—Pues claro que va a salir todo bien. Carla no va a permitir que nada salga mal.
Minutos después apareció el doctor López con una amplia sonrisa.
—Enhorabuena, colega. Tienes un precioso niño de tres kilos y medio.
Samuel, desencajado, abrazó a Rebeca y, sin darle tiempo a decir nada, preguntó a su colega.
—¿Cómo está Carla?
—Bien. Está perfecta, tranquilo.
—Sí… sí… sí… —aplaudió feliz.
—Lo ves. Carla es la bomba —rio Rebeca.
El doctor López, consciente de la alegría de aquellos que se abrazaban, sonrió.
—Está en reanimación. ¿Queréis pasar a verla?
Rebeca, emocionada, se limpió una lágrima y Samuel, cogiéndola de la mano, asintió con decisión.
—Por supuesto que queremos pasar a verla. Un niño, Rebeca, ¿has oído? ¡Ha sido un niño!