Capítulo 23

Aquella noche, cuando llegaron a casa de Rebeca, Kevin propuso tomar una última copa. Todavía no se podía creer que aquel fuera Paul Stone, el piloto de Ducati. Pero Paul no estaba de humor y rechazó la oferta. Usó la excusa de que estaba cansado del viaje y, tras despedirse de Rebeca, le dijo que la llamaría al día siguiente.

Apenada y sintiéndose culpable de su estado por comentar lo de la mujer del aeropuerto, asintió y le vio marchar. Diez minutos después y los tres solos en la casa, Kevin preparó unas copas mientras se sentaban alrededor de la mesa de la cocina.

—¿Cuándo tienes que ir a recoger el vestido de novia? —preguntó Rebeca a Bianca.

—Ya lo tengo. Está arriba en la habitación —respondió con una tímida sonrisa aquella morenita de cara angelical y pelo oscuro.

Sorprendida, Rebeca se levantó a voz en grito.

—¿Arriba… en vuestra habitación? —Bianca, asintió—. Pero eso no puede ser. El novio no debe ver el vestido hasta el momento de la ceremonia.

—No lo he visto, lo juro —asintió Kevin riéndose—. Lo tiene escondido y no me ha dejado verlo.

—¿Quieres que te lo enseñe? —preguntó Bianca a su futura cuñada.

Levantándose del tirón, Rebeca asintió.

—Claro que sí… y de paso lo sacamos de allí y lo guardo en mi habitación para evitar futuras tentaciones.

—Chica lista —se mofó Kevin.

Entre risas, las dos jóvenes subieron las escaleras mientras Kevin hacía intentos por perseguirlas. Una vez entraron, Rebeca bloqueó la puerta y el muchacho se quedó fuera. Rápidamente la novia abrió una maleta y de ella sacó un vestido.

—Es este. ¿Te gusta?

Sorprendida por aquel delicado vestido de raso crudo, Rebeca lo tocó.

—Es precioso. ¿Dónde lo compraste?

La joven eslovena, retirándose el pelo de la cara para dejar ver sus preciosos ojos verdes, contestó apenada.

—Era de mi madre. Fue su vestido de boda. Es una de las pocas cosas que tengo de ella.

—Vaya… lo siento.

Y cambiando su gesto a otro más divertido la muchacha añadió.

—El vestido está bien. Solo necesito llevarlo al tinte para que lo laven y planchen y sé que quedará como nuevo.

—Estoy segura —asintió conmovida Rebeca.

Si algo la emocionaba en el mundo era aquel tipo de herencias de madres a hijos. Solo con saber que aquel vestido era de la madre de Bianca, la ganó.

—¿Podré llevarlo mañana a alguna tintorería cercana?

—Por supuesto. Mañana lo llevaremos. ¿En el pelo qué te pondrás?

—Mira, tengo también el velo —contestó Bianca algo turbada volviéndose hacia la maleta.

—¡Es precioso! —Y para hacerla sonreír cuchicheó—: Mañana iremos al centro comercial. Dejaremos el vestido en el tinte y de paso pasaremos por la floristería para que elijas el ramo de novia. Si te parece bien, el ramo te lo regalo yo, ¿vale?

Bianca, con un gesto aniñado que se ganó de nuevo el corazón de Rebeca, asintió.

—Oh… Gracias. —Y cogiéndole las manos prosiguió—. Quiero que sepas que voy a tratar que Kevin sea muy feliz. Le quiero con toda mi alma y creo que nuestra relación puede funcionar.

—Eso no lo dudo. Por la manera en que te mira mi hermano, está loco por ti. Os merecéis lo mejor.

De pronto se oyeron los gritos de Kevin al otro lado de la puerta, y por los ladridos que se escuchaban, Pizza estaba confabulando con él.

—Eh, chicas… me estoy aburriendo. Cuento hasta tres para que salgáis de la habitación, o entro yo. Uno…

Rápidamente guardaron el vestido y el velo y Rebeca le gritó desde el otro lado de la puerta.

—Un segundo, petardo, ¡ya salimos!

Durante un par de horas charlaron sentados en el comedor. Allí se enteró de que Bianca no tenía familia y su infancia no había sido tan maravillosa como la de ellos. Cuando Bianca comenzó a bostezar, todos decidieron que era hora de irse a dormir.

Mientras se desmaquillaba ante el espejo, pensó en Paul y en su reacción ante la pregunta de aquella mujer. Está claro que todos tenemos un pasado que no queremos recordar, pensó metiéndose en la cama. Después de dar más de veinte vueltas para dormir, sonó el móvil. Asustada, lo cogió.

—Rebeca, soy Paul.

Al escuchar su voz, se incorporó rápidamente.

—¿Ha pasado algo? —preguntó casi sin aliento.

Consciente del susto que aquella llamada podía haber originado en ella, Paul la tranquilizó.

—Cariño, tranquila. Todo está bien. Es solo que necesito hablar contigo. Estoy frente a tu casa, ¿puedes salir?

Saltando de la cama respondió:

—Dame un minuto.

Con rapidez, se puso unos vaqueros y una camiseta azul. Pizza la miró y la siguió hasta la puerta. Una vez allí cogió las llaves de casa y salió a la calle. Allí estaba Paul esperándola, tan guapo como siempre, apoyado en su moto.

Dios mío, es el morbo convertido en hombre, pensó mientras se acercaba a él. Al llegar junto a él, Paul la abrazó como si temiera perderla. Entre susurros le pidió mil veces perdón por su comportamiento aquella noche.

—Escúchame, cielo. No pasa nada. Tú respetas mi intimidad familiar y yo respeto la tuya. De verdad, no tienes que contarme nada.

—Soy un imbécil —repitió de nuevo—. Tú no tienes por qué pagar mi mal humor cuando solamente tratabas de saber qué me pasaba.

Al ver la desesperación en su mirada, Rebeca le besó y le susurró con cariño.

—No pasa nada, cielo… de verdad.

Separándose de ella, se sinceró.

—Yo no sé si podría aguantar lo que hoy te hice. Tú solo querías saber quién era esa mujer y yo no lo hice bien. Te prometo, Rebeca, que nunca más te volveré a contestar así. —Ella sonrió y él, cogiéndole con sus manos el rostro, murmuró—: Te quiero.

—Te quiero —respondió ella.

Tras una buena dosis de besos cargados de sexo, pasión y amor, Paul se sinceró.

—La mujer con la que hoy estaba en el aeropuerto era Silvia.

Atónita al escuchar aquel nombre, preguntó:

—¿Tu mujer?

Exmujer. Nos separamos hace años, gracias a Dios —al ver que ella sonreía, continuó—. Se enteró de que estaba corriendo en el Gran Premio de Francia, y como ella vive allí, fue a hacerme una visita al hotel.

—¿Al hotel?

—Sí, pero tranquila, no saques conclusiones erróneas. —Ella asintió con la cabeza—. Cuando llamó a mi puerta y abrí no me lo podía creer. Llevaba sin verla varios años y no podía entender qué hacía allí. Hablamos durante un rato hasta que se fijó en la fotografía de Lorena que llevo en todos mis viajes. Me preguntó que si esa niña era nuestra hija, y le contesté que no. Lorena es solo mi hija. Lo demás, cariño, ya te lo puedes imaginar.

Rebeca estaba boquiabierta y furiosa porque aquella glamourosa mujer se hubiera acercado a Paul.

—No entiendo nada. Ella os dejó. Firmó para no hacerse cargo de Lorena —contestó.

Paul la besó y trató de tranquilizarla.

—Debemos calmarnos. No entiendo qué hace en Madrid. Si sus intenciones son las que me imagino, le saldrán mal. No pienso dejar que se acerque a mi hija. Ya tengo a mi abogado trabajando en ello.

—¿Pero qué quiere esa bruja? —preguntó Rebeca indignada.

—Líos. Como siempre, querrá líos —dijo Paul abrazándola—. Pero a Lorena no se va a acercar. No puede reclamar absolutamente nada de ella. En todos estos años nunca la ha visto, no la conoce. Además, tengo los papeles de renuncia a su hija, pero me molesta que ella hable de Lorena como su hija. No es su hija, es mi hija.

Al ver la indignación en la mirada de Paul, Rebeca cogió con las manos su rostro.

—¿Por qué no me lo has contado antes? ¿Por qué te has callado y no has confiado en mí?

Paul la entendió. Sabía que ella llevaba razón.

—Cariño, no quería recordar este incidente, quería olvidarlo. ¡Maldita Silvia!

—Ahora soy yo quien te tiene que decir, tranquilo… —le susurró al oído mientras le tocaba el pelo—. No te preocupes, todo va a salir bien. Eres un padre excepcional, y ella no va a poder hacer nada para quitarte a tu hija.

Con amor y una mezcla tremenda de sentimientos, Paul la miró fijamente.

—Gracias por aguantarme —murmuró.

Durante un buen rato se besaron hasta que notaron que alguien les golpeaba en las piernas. Era Pizza buscando mimos. Poco después, Rebeca obligó a Paul a meter la moto en el garaje. Una vez ella cerró la puerta desde su interior Paul, aún montado en la moto, miró a su alrededor y preguntó.

—¿Utilizas alguna vez este garaje?

—No.

—Se nota —rio quitando la llave de la moto.

—Mi coche suelo dejarlo fuera —respondió mientras abría una puerta para que la perra entrara en la casa y después la cerraba—. Esto es más bien un trastero para mí.

Él asintió y entonces ella le sorprendió. Sin dejar que él se bajara se montó en la moto delante de él, y tras darle un suave beso en los labios susurró poniéndole la carne de gallina.

—Creo que esta noche vamos a utilizar el garaje.

—¿Sí?

—Sí —asintió ella.

Sorprendido, Paul sonrió y con voz ronca murmuró.

—Me gusta la idea.

Rebeca sonrió y quitándose la camiseta la tiró en un lateral. Esa noche decidió ser más atrevida y susurró con sensualidad acercándose más a él.

—Una vez me dijiste que una de tus fantasías era hacer el amor conmigo sobre tu bicha ¿verdad?

Hechizado por el momento y, en especial, por la preciosa mujer que le miraba, como un bobo asintió. Su cuerpo se estremeció y antes de que pudiera decir nada, ella le colocó un dedo sobre los labios y animó.

—Vamos motero… es tu oportunidad.

El suave olor de Rebeca y su propia excitación le comenzaba a volver loco. Ella le rodeó la cintura con un brazo y acercándose a él aún más, susurró.

—Me he cansado de ser una chica buena y aquí y ahora, quiero ser una chica mala y sexy contigo, porque quiero probar todo, absolutamente todo lo que se nos antoje y…

No pudo decir más.

Atizado por el deseo, Paul la agarró y, apretándola contra él, la besó mientras ella deseosa de experimentar se dejaba hacer. Durante un buen rato se limitaron a explorar sus bocas hasta que a Paul se le aflojó la pierna y casi caen los tres. La moto y ellos dos.

—Bájate antes de que nos matemos —dijo divertido.

Encantada se bajó y él tras poner la pata de cabra de la moto hizo lo mismo. Pero ella quería jugar y acercándose de nuevo a él preguntó.

—¿No quieres cumplir tu fantasía?

Como un lobo hambriento sonrió. Y ella dispuesta a seguir con aquello, se quitó el vaquero, quedando ante él solo con un pequeño tanga de color celeste. Con cuidado, volvió a subirse en la moto y sonriendo murmuró.

—Vamos… desnúdate o te desnudaré.

Le gustó escuchar aquello. Y, sin dudarlo, primero se desprendió de la cazadora de cuero, después se sacó la sudadera por la cabeza y cuando quedó solo vestido con el vaquero Rebeca murmuró.

—Dios mío, Paul… eres el tipo más sexy que he conocido en mi vida.

Acercándose a ella deslizó una mano por su nuca y besándola con pasión respondió.

—Y tú, simplemente, eres perfecta.

Sin querer perder el tiempo se sacó con los pies las zapatillas de deporte, mientras ella le desabrochaba los botones del vaquero. Cuando se los hubo desabrochado él, con un movimiento, se los quitó y los tiró a un lado, y con una peligrosa sonrisa en los labios se desprendió también de los bóxer negros que llevaba. Una vez quedó desnudo preguntó.

—¿Qué es lo que quiere ahora mi chica mala que haga?

Divertida, se apeó de la moto y boquiabierta al ver el erecto miembro de Paul murmuró.

—Quiero que te montes en la moto para luego hacerlo yo.

Él volvió a sonreír y tras mirar el sillín de su moto, levantó un dedo.

—Un segundo —y cogiendo la camiseta de ella que la tenía al lado la puso sobre el sillín y con una sonrisa socarrona aclaró—. No me apetece que el culo se me pegue al cuero.

Ambos sonrieron pícaros. Él se montó en la moto desnudo y tras sentarse, alargó el brazo y le tendió la mano.

—Vamos chica mala… soy todo tuyo.

—Otro segundo —pidió ella. Y cogiendo la cartera de él que estaba en el suelo se la dio—. Coge un preservativo y póntelo. Seguro que tienes, ¿verdad?

Paul asintió. Abrió la cartera y sacó lo que ella le había pedido. Tras dejar caer la cartera al suelo, rasgó el envoltorio azulón y con una sonrisa que hizo que ella ardiera aún más lo puso en la punta de su pene y despacio… muy despacio se lo colocó. Hechizada, asombrada y locamente excitada por lo que él estaba haciendo, le miró con orgullo. Paul era un adonis.

Un tipo arrebatador y sexy. Y lo mejor de todo, aquel cuerpo terso y fuerte, aquellos brazos, aquella boca y aquella erección, eran solo para ella.

Acercándose a él, se apoyó en la estridera de la moto y se sentó sobre sus muslos. Cara a cara. Sentir el calor de su sexo, contra el de ella la hizo gemir e impacientarse. Él le retiró el pelo de la cara con mimo y comenzó a regarla con maravillosos besos. Primero en la frente, después en la punta de la nariz, tras ello la boca y después echándola hacia atrás en el cuello, los pechos, el ombligo. Y cuando la impaciencia a Rebeca le urgió agarró aquel miembro viril duro lo puso entre sus piernas y descendió hasta encararse en él.

—Rebeca —murmuró—. No… te… muevas.

El olor a sexo les rodeaba mientras ella quieta y totalmente empalada en él le observaba encantada de estar en aquella situación. Era morbosa y eso la excitaba a cada segundo. Paul con los ojos cerrados parecía disfrutar y eso la encandiló. Conteniendo su gran apetencia de alzar las caderas, él resoplo y colocó sus enormes manos alrededor de la cintura de ella, la apretó contra su sexo y entonces ella gimió. Con las respiraciones entrecortadas se miraron y se besaron. Jugaron con sus lenguas mientras ella comenzaba a mover sus caderas de atrás para adelante. Empalándose en él, una y otra y otra vez. Aquellos suaves movimientos a Paul le volvían loco y cuando un sonido primario salió de su garganta Rebeca sonrió.

—¿Todo bien?

Paul clavo su mirada en ella y apretando los dientes murmuro.

—Maravillosamente, cielo.

Una sonrisa iluminó el rostro de ella y arqueándose para encajarse de nuevo en él, volvió a preguntar.

—¿Te gusta lo que hago?

Enloquecido por aquello Paul, le mordisqueó un pezón y respondió.

—Me vuelves loco… chica mala.

Dispuesta a disfrutar, se agarró a los fuertes hombros de él y comenzó a subir y bajar buscando su propio placer. Y lo consiguió. Instantes después un calor abrasador explotó en ella y apretándose contra él gimió. Aquel sonido y, en especial, su gesto, excitó a Paul más todavía y, tomando el poder de la situación, comenzó a moverla en busca de su desahogo con mayor intensidad hasta que de su garganta, tras un último y definitivo empellón, brotó un gemido ronco y varonil.

Desnudos, sin resuello y abrazados sobre la moto, ninguno habló durante unos segundos.

—Rebeca.

—¿Sí?

—Quiero que sepas que has sobrepasado mi fantasía.

Sudorosa y con una sonrisa que a él le volvió loco, se retiró el pelo húmedo de la cara, le besó y con picardía murmuró.

—Pues prepárate porque yo también tengo fantasías.

A la mañana siguiente, cuando Kevin se levantó encontró a Pizza durmiendo en la puerta de la habitación su hermana. Eso le extrañó. Y al abrir y ver a aquellos dos dormidos, sonrió y con una pícara sonrisa se agachó hacia la perra y le susurró al oído.

—Vamos, preciosa, ¡a por ellos!

Al escuchar aquello, la perra entró en la habitación, saltó sobre la cama, donde comenzó a trotar, lamer y ladrar, despertándoles de su tranquilo sueño. Rebeca, somnolienta y agotada por la maravillosa noche de pasión que había pasado con Paul, miró hacia la puerta y vio a Kevin desaparecer. Sonriendo por la ocurrencia de su hermano gritó.

—¡Kevin, me las vas a pagar!

Paul se despertó y agarrándola por la cintura la acurrucó contra él y ambos se volvieron a dormir. Eso sí, con Pizza acostada a sus pies.