Las negociaciones con las compañías europeas iban de maravilla. Fue tal el incremento de trabajo que, aun en época de crisis, no hubo que echar a nadie e incluso se contrataron trabajadores temporales.
Cavanillas había llamado unas cuantas veces desde Barcelona. Rebeca sabía que en cuanto pudiera la perjudicaría. Pero lo que Cavanillas todavía no sabía era que ella había descubierto por qué en los años que él estuvo en su puesto, el mercado no se había ampliado a Europa.
Durante años, aquel viejo zorro, sin que nadie lo supiera, había trapicheado con partidas de telas en las empresas europeas. Lo descubrió a través de uno de sus asesores en París. Bajo el nombre de una empresa inglesa llamada Morning Days, Cavanillas mandaba cada tres meses grandes partidas de telas a ciertos puertos europeos para su distribución, razón por la que cobraba unas grandes cantidades de dinero negro. ¿Llevaría algo más además de las telas? Tenía que decírselo a Peterson, pero Rebeca esperó a que todo estuviera confirmado. No quería fallar.
Aquella mañana esperaba en su despacho una cita importante. Hacía unos días había contratado a un detective privado y este regresaba con pruebas. Sonó el teléfono. Era Belén anunciándole que la visita que esperaba había llegado. Nerviosa, se levantó para recibirle. La puerta se abrió y entró un hombre joven.
—Buenos días, señorita Rojo.
Tras los correspondientes saludos, ambos se sentaron y este le tendió una carpeta.
—Aquí tiene. Facturas de las partidas de telas y de los barcos donde eran transportadas. Verá documentos de distintos almacenes y de salidas y recogidas de camiones. —Rebeca lo miraba todo boquiabierta. El hombre continuó—. Hemos comprobado las firmas. Aparecen dos diferentes. Una corresponde a un tal Ricardo…
—¿Richard?
—Sí. Hablamos de Ricardo Torres. Estuvo trabajando para esta empresa durante siete años.
—Sí… sé quién es. Pero no podía imaginar que estuviera metido también en este lío.
El detective, acostumbrado a aquello, continuó con su explicación.
—Pues siento decirle que él y Cavanillas, junto a un tal Brian Newton, son los cabecillas de esto. He confirmado que el tal Newton es un narcotraficante de cocaína.
—¿Cómo? —preguntó en un hilo de voz.
—Lo que ha oído. Creo que Cavanillas y Newton trafican con algo más que simples telas.
Sorprendida por aquello, Rebeca tragó saliva.
—¡Madre mía!
—También hemos descubierto que Pascual Rubio, encargado de los almacenes, es quien firma la orden de salida de esas telas.
—¡¿Pascual?!… Dios mío —susurró horrorizada.
Aquello era más grave de lo que creía. Sin darle tiempo a pensar, el detective le tendió otro papel.
—Aquí tiene el número de cuenta donde se abonan las llegadas de las telas. Una vez llegan a puerto, ese dinero es transferido a las cuentas de Cavanillas y Newton. Hasta hace un tiempo parte de ese dinero pasaba también a la cuenta de Ricardo Torres, pero eso dejó de ser así hace unos meses. Por cierto, señorita Rojo, ¿qué sabe usted de ese tal Richard o Ricardo?
—Poca cosa la verdad. Ascendió rápidamente, pero de la noche a la mañana fue despedido y no he vuelto saber de él.
—Exacto —asintió el hombre—. Nunca más se ha vuelto a saber de él. Está en paradero desconocido. Hemos intentado localizarle, pero las pistas se pierden. Creo que aquí hay algo muy feo. Una persona no suele desaparecer así como así.
—¿Qué está tratando usted de decir? —preguntó asustada por lo que daba a entender.
El detective la miró directamente a los ojos.
—Mire, señorita. Llevo mucho tiempo trabajando en este tipo de casos y cuando aparecen indicios de alguien que no deja pistas, tarde o temprano aparece asesinado.
—¡¿Qué?!
El hombre, convencido de lo que decía, prosiguió con su explicación.
—Sé que resulta descabellado lo que digo, pero nosotros, cuando comenzamos un trabajo, intentamos atarlo todo para que no se nos escape nada. Hasta el momento todo estaba atado, por decirlo de alguna manera, pero se nos están empezando a escapar hilos de la madeja, y uno de esos hilos es el paradero de Ricardo Torres. Lo hemos estado investigando y la última vez que lo vieron fue a los dos días de ser despedido de esta empresa. No iba solo. Iba con Pascual Rubio, y a partir de ese momento nadie más le volvió a ver.
—Está queriendo decir que pudo ser Pascual quien… —susurró Rebeca levantándose con lentitud de su mesa.
—Exacto.
Rebeca salió rápidamente en su defensa. Era imposible que pudiera hacer aquello.
—Pero Pascual es un buen hombre. Le conozco desde hace años y es una persona amable y encantadora. No puede ser. Tiene que haber un error.
—La entiendo y estamos hablando hipotéticamente. Pero lo que sí sabemos es que fue la última persona que estuvo con Ricardo. Y que días después la cuenta de Pascual Rubio recibió un ingreso importante.
Al ver que ella se sentaba de nuevo con el semblante pálido el hombre intentó tranquilizarla.
—De todas maneras, y como todo de momento es una mera suposición, le agradecería que no contara nada a nadie, por su propia seguridad.
—¿Mi seguridad?
Levantándose el hombre para despedirse, le replicó con gesto serio.
—Escuche, señorita, hay muchos detectives en la ciudad, y el mismo trabajo que le estoy haciendo yo a usted, otro se lo puede hacer a Cavanillas. Nosotros hasta el momento hemos cumplido con lo pactado. Si quiere que continuemos, solamente tiene que llamarnos. Piénseselo y medite si quiere seguir adelante. Tiene usted mi teléfono.
—De acuerdo —asintió aturdida—. Le llamaré.
—Desgraciadamente, señorita Rojo —dijo el hombre antes de marcharse—, cuando se empieza a limpiar el polvo, siempre se termina encontrando algo más que suciedad. Buenos días.
Rebeca se quedó totalmente atónita. Lo que había comenzado como una investigación en referencia a las partidas de telas que desaparecían, estaba orientándose hacia el asesinato de Richard. Con un extraño tembleque en las piernas, se sentó de nuevo en su silla y, sin querer, recordó lo que Richard le dijo a Cavanillas el último día que lo vio: Viejo zorro. Si yo caigo, tu caerás también.
Aquella tarde, cuando salió de la oficina, se pasó por el almacén con la excusa de coger unos papeles. Al llegar buscó con la mirada a Pascual y, como siempre, fue a saludarle. Se acercó a él y el hombre se alegró de verla. Rebeca bromeó con él durante un rato y le preguntó por sus hijos. Él le contó encantado que aquel fin de semana se casaba Natalia, su hija. Y Rebeca pudo ver que estaba emocionado. Tras una amena charla entre ambos, se despidió de él y se fue más desconcertada aún. ¿Cómo una persona como Pascual podía estar metida en semejante lío? Por más vueltas que le daba no encontraba una respuesta razonable.