Capítulo 17

A las ocho y veinte, tras dejar a Noelia en casa de Rebeca, Carla se dirigía en su coche hacia Plaza de España. Iba nerviosa. Debía darle a Samuel una noticia que estaba segura que le iba a bloquear. ¡Iba a ser padre! A las nueve entró en el restaurante donde había quedado con él. Pidió un zumo de piña. Cinco minutos después, y tan guapo como siempre, le vio entrar. Samuel, al verla, se dirigió hacia la mesa. Deseaba besarla y acariciarla. Pero no, no lo haría. La saludó con frialdad y pidió al camarero una botella de agua.

—¿Cómo estás? —preguntó nervioso.

Solo la conocía hacía pocos meses, pero pensar en perderla se le hacía insoportable.

—Bien. Gracias por venir —atinó a contestar.

Tras un incómodo silencio, el camarero se acercó y llevó la botella de agua a Samuel. Tras beber y aclararse la garganta la miró finalmente.

—La última vez que nos vimos quedamos en que tú me llamarías. Tú eres la que tiene que decidir qué hacer con tu vida.

Carla asintió, y le respondió intentando que no le temblara la voz.

—Es todo tan complicado que…

—No. No es complicado. Se trata de decidir, ni más ni menos —interrumpió él.

—Samuel, te quiero y… y Alfonso es solo el padre de mi hija.

Aquello erizó el vello del cuerpo del hombre, pero estaba dispuesto a soltar lo que llevaba en su interior.

—Comprendo que él es el padre de Noelia, pero ese animal casi te mata hace unos meses, ¿no lo recuerdas? —ella asintió y él prosiguió—: ¿Cómo puedes verle tan tranquila? ¿Cómo le dejas entrar en tu casa? ¿No has pensado que si ocurrió una vez puede volver a ocurrir?

Ella negó con decisión.

—Alfonso nunca fue agresivo y lo que pasó fue algo… algo puntual.

—Oh, sí, claro —se mofó con amargura—. Parece mentira que no escuches las noticias en referencia a esos hijos de puta que maltratan y matan a las mujeres.

Entendió lo que decía. Por ello, y dispuesta a hablar y no discutir, Carla respiró antes de contestar.

—Sé lo que quieres decir, pero yo nunca pondría en peligro a Noelia. Si le dejo entrar en casa es porque sé que no viene con malas intenciones. Está arrepentido y…

Incapaz de seguir escuchándola él volvió a interrumpirla.

—Joder, Carla, no entiendes nada. Yo no veo mal que él vaya a ver a la niña. ¡Es su hija! Pero por el amor de Dios, procura no estar sola. Llámame a mí o a Rebeca o a cualquier persona, pero no estés sola con ese malnacido, porque no me fío de él. —Acercándose a ella continuó con rabia—: Por mi trabajo veo muchas mujeres con el rostro y el cuerpo marcados por esos hijos de puta y no lo puedo soportar. Mira, Carla, comprendo la situación. Él es el padre de Noelia, no yo. Él tiene unos derechos con respecto a ella y me parecerá bien que los cumpla, siempre y cuando reconduzca su conducta y su vida. Mira, cariño —susurró tocándole el mentón—, no pretendo dirigir tu vida, ni quitarle la niña a un padre. Solo quiero saber que estáis seguras.

—Lo sé, pero él es el padre de Noelia. Una persona a la que yo he querido muchísimo, y…

—Me parece enternecedor todo lo que dices —murmuró separándose de ella—. Pero olvidas un grandísimo detalle. ¡Casi te mata! ¿Crees que él pensó que tú eras la madre de Noelia cuando te hacía daño? —estalló con furia—. Por favor, Carla, no hables así de él, me dan ganas de cogerle del cuello y matarle.

Le asió del brazo para acercarse a él.

—De acuerdo, tranquilízate. Pero tienes que entender que hubo algo entre nosotros y que de esa unión nació Noelia. No puedo negarle que la vea. Entiéndelo, por favor —suplicó mirándole a los ojos—. Te quiero, Samuel. Te quiero como nunca he querido a ningún hombre. Eres bueno, amable, me haces la vida fácil y yo… yo no quiero perderte porque te quiero, pero necesito tu ayuda…

Aquello derribó todas las defensas de aquél y, abrazándola, le susurró al oído lo que sentía.

—Dios Santo, Carla, estaba desesperado al ver que no me llamabas —dijo besándola en la boca—. Cuando esta tarde he hablado contigo por teléfono me he temido lo peor. Claro que voy a ayudarte, mi vida. ¿Por qué lo dudas?

Emocionada por el cariño que le demostraba, Carla suspiró.

—Perdóname por todo el daño que te he hecho. Nunca lo pretendí.

—Olvídalo, cielo, pero necesito que entiendas que cuando llegué a tu casa y os vi tan felices a los tres, yo… me sentí mal. No soy un niñato, soy un hombre con esperanzas de formar una familia contigo y…

—A propósito de lo de formar una familia —susurró Carla—. Tengo que decirte que…

Pero emocionado él la volvió a interrumpir y, volvió a sorprenderla.

—¿Quieres casarte conmigo? —Aquello la descuadró y él, a pesar del gesto de Carla, prosiguió—: Sé que llevamos poco tiempo juntos, pero cielo, tú eres la mujer que quiero y la que he buscado toda mi vida. Solucionaremos lo de las visitas de Noelia con su padre. Si tú quieres, mañana hablamos con Rebeca, que es abogada, y buscamos la mejor solución para todos.

Desencajada por aquello, Carla apenas logró balbucear unas palabras.

—¿Me… me estás pidiendo… que me case… contigo?

Samuel, seguro de lo que estaba haciendo, asintió.

—Sí, cariño. No puedo vivir sin ti y sin Noelia. Ambas sois lo más importante que tengo en esta vida. Y estoy seguro de que juntos podremos tener una bonita vida y unos preciosos hijos. Quiero formar una familia contigo, si tú quieres, claro.

Ay, Dios mío, pensó Carla a punto de llorar.

Samuel, mirándola a los ojos, vio su confusión.

—Bueno, ¿cuál es tu respuesta?

Carla le miró como en la luna.

¿Cómo podía sentir aquel amor por alguien a quien apenas conocía? Pero estaba convencida de que Samuel la quería hacer feliz. Él, al ver que ella no respondía, trató de hacerla sonreír.

—Si me dices que sí, solo te pido una cosa.

—¿Qué?

—Que nunca vuelva a haber secretos entre nosotros.

—No puedo prometerte eso —susurró Carla a punto de retorcerse de risa por la situación. Aquello comenzaba a desbordarla.

—¡¿Cómo?! ¿Qué pasa ahora?

—Cariño… aún hay algo que no sabes pero que debes saber.

Samuel, con la tensión en el rostro, asintió.

—De acuerdo. Adelante. Sea lo que sea, estoy a tu lado.

Carla le dio un beso que le desconcertó aún más.

—Como veo que lo nuestro va a la velocidad de un rayo, tengo que decirte que en pocos meses vas a ser papá.

Samuel abrió de par en par los ojos y susurró incrédulo mirando al camarero.

—Por favor, tráigame un whisky doble. —Luego, mirando de nuevo a Carla, preguntó—: ¿Qué has dicho? ¿Voy a ser padre?

Carla, emocionada asintió.

—Sí, cariño. Esperaba poder hablar contigo para decidir qué hacer.

El camarero llegó con el whisky y lo dejó encima de la mesa. Samuel con un gesto le pidió un segundo; cogió el whisky y dio un buen trago. Tras gesticular con la cara, la volvió a mirar y con la mejor de sus sonrisas asintió.

—Te quiero y vamos a tener unos hijos preciosos.

Emocionada, Carla aceptó los brazos que él le abría y se acurrucó entre ellos.

—Eso es lo que deseo, cielo, eso es lo que deseo.