Capítulo 15

Ocho días después todos estaban más relajados, Lorena se encontraba estupendamente bien y la vida retomó su normalidad. Pero Paul tenía que marcharse de nuevo. Su siguiente carrera era en menos de seis días. De camino al aeropuerto, en el taxi, pasó por casa de Rebeca. Quería despedirse de ella. Le indicó al taxista que esperase y llamó a la puerta. La primera en salir a recibirle fue Pizza, y tras ella Rebeca, que sonrió al verle.

—Hola. Vengo a decirte adiós —dijo mirándola directamente.

Ambos se miraron de tal manera que sus ojos hablaron por sí solos.

—Vaya, ¡qué detallazo! ¿A qué hora sale tu avión?

—A las seis y cuarto. Dentro de tres horas y media.

—¿Te da tiempo a tomar un café? —preguntó Rebeca en un hilo de voz, nerviosa por cómo él la observaba.

Él asintió y la siguió al interior de la casa. Mientras iba tras ella, se fijó en su cuerpo. Rebeca pareció leerle el pensamiento y se detuvo.

—¿Se puede saber por qué estás tan calladito? —preguntó dándose la vuelta.

Paul suspiró y sonrió.

—Solo pensaba en la pereza que me da tener que irme ahora de viaje.

Contenta con aquella respuesta, se volvió y continuó andando hacia la cocina. Si seguía mirándole se tiraría a su cuello, y no debía de hacerlo. Una vez allí, cogió dos tazas y sacó la leche del frigorífico.

—¿Cuánto tiempo vas a estar fuera esta vez? —preguntó con la cafetera en la mano.

—Dos semanas, quizá tres.

—Por Lorena no te preocupes —murmuró nerviosa sin mirarle, mientras echaba el café en las tazas—. Está tu madre con ella y yo he quedado este fin de semana con ellas para ir al cine, y según dijo la pequeñaja, luego se vendrá a dormir conmigo.

—Ya lo sé —contestó sonriendo mientras se acercaba a ella—. Pero aunque te decepcione lo que te voy a decir, mi hija está encantada de dormir aquí porque va a dormir con Pizza. Algo que a mí me parece de lo más decepcionante, teniéndote a ti —murmuró bajando el tono de voz.

A Rebeca se le puso todo el vello de punta. Su voz, su cercanía, todo en él la excitaba, pero cogiendo una servilleta se la tiró a la cara para romper aquel momento.

—Oh… Paul, qué tonto eres.

Sin dar un paso atrás, él la cogió por el brazo para retenerla.

—No sé cómo darte las gracias por todo lo que estás haciendo por Lorena y por mí.

—Pero si yo lo hago encantada —contestó azorada por ello.

Él sonrió. Verla tan tensa, indecisa y excitada al mismo tiempo, le gustó. Y acercándose más, susurró dispuesto a conseguir lo que había ido a buscar.

—¿Qué te parece si cuando vuelva te invito a cenar? Hay algo que quisiera comentar contigo.

Levantando la vista, le miró a los ojos.

—Será algo bueno… ¿verdad?

—Te lo puedo asegurar —asintió con voz ronca y varonil.

Notando su respiración cada vez más cerca, Rebeca, aprisionada entre la encimera de su cocina y el fibroso cuerpo de Paul, no conseguía mantener la calma.

—De acuerdo. Llámame para decirme cuándo vuelves, o… —balbuceó entre jadeos.

—No dudes que voy a llamarte —contestó atrayéndola hacia él para besarla.

Sin ningún miramiento, Paul le tomó los labios. Rozó con su lengua el labio superior para tantear el terreno y, cuando vio que ella abría la boca, se apoderó de su lengua y se la devoró. Rebeca, rendida a lo que él le ofrecía, se apretó contra él, y cuando creía que iba a estallar de gozo, sus labios se separaron y, tras una breve mirada, ambos comenzaron a reír.

—Caray… —susurró Paul excitado—, más vale que me vaya, porque como esté contigo cinco minutos más, no me marcho a Japón.

Deseosa de más besos, Rebeca suspiró y, con gesto aniñado, asintió.

—Sí… creo que es mejor que te vayas.

Paul, tras darle un nuevo y dulce beso en los labios, se dirigió hacia la puerta, mientras Pizza corría entre sus piernas. Rebeca, como en una nube, iba a su lado. ¡Le había besado! Al llegar a la puerta se miraron.

—Espero que tengas un buen viaje —dijo Rebeca—. Y, por favor, no te preocupes por Lorena y ten cuidado con la moto. ¿De acuerdo?

—Te llamaré —respondió él mientras la volvía a atraer de nuevo hacia sí para besarla.

Se besaron apasionadamente.

—Recuerda. Tienes una cena pendiente conmigo —dijo Paul, separándola de él.

—De acuerdo.

Tras un último y rápido beso, él se marchó. Rebeca le siguió con la mirada hasta que el taxi se alejó. Una vez hubo entrado en su casa y cerrado la puerta, miró a su perra, que la observaba fijamente, y con la mejor de sus sonrisas murmuró:

—Dios… cómo me gusta Paul Stone.