Capítulo 14

El domingo Rebeca se dispuso a ver las carreras de motos, como le había dicho a Paul. Inquieta, miró un par de veces por la ventana para ver si Lorena llegaba con Julia. El día anterior le había dicho que irían a su casa para ver la carrera. Extrañada, llamó por teléfono a casa de Paul, pero nadie contestó y dejó un mensaje en el contestador automático.

Media hora después, Rebeca se sentó frente al televisor para ver la carrera. Al principio todos los pilotos le parecían iguales. Hasta que localizó la moto roja con el número dos. Rápidamente puso el vídeo a grabar. Allí estaba él, subido en su potente e intimidatoria moto roja. Pocos minutos después, el cámara de televisión fue deteniendo la imagen piloto por piloto durante unos segundos. Cuando la detuvo en él, Rebeca aplaudió; en su mirada vio la concentración.

Emocionada, vio cómo comenzaron a despejar la pista. Salió un hombre con un cartel en el que se leía «un minuto». En la pista solo quedaron los pilotos, y los motores comenzaron a rugir. Como le explicó Paul, los pilotos dieron primero una vuelta de reconocimiento a la pista, para llegar de nuevo a parrilla y a sus posiciones. La carrera iba a comenzar y todos los pilotos observaban en tensión el semáforo rojo. Instantes después se puso verde y todos aceleraron buscando la mejor posición.

Llegaron a la primera curva e iban como una piña. Rebeca horrorizada les observaba mientras estrujaba el mando que tenía en la mano. Parecía mentira que pudiesen ir tan pegados los unos a los otros y no caer todos por los suelos.

Vuelta a vuelta las posiciones de algunos pilotos fue variando. Paul luchaba en el grupo de cabeza por una primera posición. A Rebeca le sudaban las manos al ver los malabares que hacían curva tras curva encima de sus máquinas. Parecía que en cualquier momento se rozarían y caerían.

Solo quedaban dos vueltas para finalizar la carrera y Paul seguía en cabeza en un grupo de cinco corredores, y no parecía que ninguno se fuera a dar por vencido. Todos tenían las mismas ansias por ganar, y arañaban los posibles segundos que podían en cada vuelta. Pasaron por meta y los mecánicos les informaron con sus carteles: «última vuelta».

Aquello era de infarto. Se adelantaban en sitios donde era casi imposible pasar y, de pronto, dos de los pilotos se salieron de pista y cayeron. Una gran nube de polvo impidió ver quiénes eran. Rebeca, histérica, no podía ver si había sido Paul uno de ellos, hasta que la cámara de televisión volvió a enfocar la cabeza de carrera, y le vio allí.

Ay, Dios… menos mal, pensó con el corazón a mil.

Solo faltaban dos curvas para la llegada a la meta y aquellos locos seguían luchando como al principio. Paul intentó adelantar al piloto que tenía delante, pero este le cerró el paso por el lado por el que intentaba colarse. El tercer piloto aprovechó aquel mal movimiento e intentó adelantar a Paul, pero este no se lo permitió y así llegaron a meta. Paul quedó segundo. Rebeca, al finalizar la carrera, dio tal salto de alegría que asustó a Pizza, que se puso a ladrar.

—¡Esos hombres están locos! —rio Rebeca mirando a su perra.

No sabía si en realidad estaba contenta porque hubiera acabado y no le hubiera pasado nada o porque Paul fuera segundo. Aunque cuando le vio subir al pódium, y observó su cara de felicidad cuando le dieron la copa, se emocionó y aplaudió. Después no pudo evitar reírse al ver cómo aquellos bravos hombres se empapaban de champán como niños. Emocionada, se dirigió a la cocina y, cuando estaba preparándose algo de comer, sonó el teléfono.

—Hola, Rebeca.

Al reconocer su voz, se limpió las manos en una servilleta y gritó emocionada:

—¡Paul!… ¡Has estado fantástico! Enhorabuena.

—Gracias —rio al escucharla tan contenta—. Vaya… veo que has logrado reconocerme aunque no llevara el clavel entre los labios.

—Oh… sí, qué tonto eres. Ha sido una carrera de infarto. ¿Siempre es así?

—Más o menos. Bueno, ¿qué te ha parecido?

—Una auténtica locura —respondió, sentándose en un taburete de la cocina—. ¿No pasas miedo al ver cómo os acercáis los unos a los otros?

Él se carcajeó. Estaba encantado de hablar con ella, en cuanto hubo terminado la rueda de prensa, había ido en busca de un teléfono para poder oír su voz.

—A veces. Todo depende del piloto que lleves a tu lado.

—Ay, Dios… he visto a varios pilotos caer casi al final. Ha sido horrible, pobrecillos.

—Kolesi y Misaru. Son dos pilotos jóvenes y tienen muchas ansias de triunfo. Pero todavía les queda mucho por aprender. Por cierto, ¿has podido hablar con Lorena?

—A ver, te cuento. Hablé con ella y Julia anoche, pero me ha extrañado no verlas hoy. Quedaron en venir a casa a ver la carrera.

—Estoy llamando a casa y me salta el contestador; me resulta extraño —indicó Paul con voz preocupada.

—No te preocupes, hacemos una cosa. Volveré a llamar, y si no contestan, me acercaré con el coche a tu casa. ¿Te parece bien? —le calmó Rebeca rápidamente.

—Gracias, Rebeca —asintió—. Por favor, cuando consigas localizarla llámame al teléfono móvil que te voy a dar. Mi móvil ayer lo pisoteó mi moto y, como se suele decir, ha muerto.

—De acuerdo.

Antes de colgar apuntó el número de teléfono que él le dio. Rápidamente volvió a llamar a casa de Paul, pero como nadie lo cogió decidió ir a su casa. Llegó a la puerta del chalet de Boadilla del Monte; llamó, pero nadie contestó. Con paciencia estuvo una hora sentada frente al chalet, hasta que, cansada, decidió volver a su casa.

Al llegar, se fijó en el contestador automático y vio que tenía varios mensajes. Uno era de Ángela, para decirle que el lunes no podría ir a su casa. Llegaba familia suya de Italia e iría al aeropuerto a recogerlos. El siguiente de su hermana Donna, y por lo que decía ya debía de haber hablado con Kevin. Se estaba riendo del mensaje que su hermana había dejado cuando empezó a sonar el tercer mensaje. Era Julia, la mujer que cuidaba a Lorena. Le decía que estaba en el Hospital Montepríncipe con la niña en la habitación 378.

Sin pensárselo dos veces, cogió el bolso y las llaves del coche y se marchó para el hospital. Por el camino se angustió. Pensó en llamar a Paul, pero decidió esperar para ver qué había pasado. Al entrar en el hospital, su nariz se impregnó de aquel olor que a ella no le traía buenos recuerdos. Odiaba ir a los hospitales desde que su madre murió.

Subió a la tercera planta y buscó la habitación. Al llegar se paró frente a la puerta y tomó aire, después puso la mano en el manillar y abrió. Al instante, vio a Lorena dormida en la cama del hospital y a una señora que no conocía a su lado leyendo una revista. La señora, al verla, rápidamente se puso en pie y se dirigió hacia ella.

—Hola, soy Rebeca —saludó entrando—. ¿Qué ha pasado?

—Peritonitis —susurró la mujer—. Anoche pasó una mala noche y esta mañana la he traído al hospital y la han tenido que operar de urgencia —aclaró apurada.

—¿Ha avisado a Paul? —preguntó Rebeca—. Está muy preocupado.

La mujer se retorció las manos nerviosa.

—Sí, he intentado hablar varias veces con él al teléfono que tengo aquí —dijo enseñándole un móvil—. Pero cada vez que llamo me hace un ruido extraño. Llamé a la señora Tina a Barcelona y decidí llamarla a usted.

Sorprendida por aquello, Rebeca miró a la niña y vio el apuro de la mujer reflejado en su rostro.

—Tranquila, Julia, has hecho todo perfectamente.

—Gracias, señorita.

Rebeca se acercó a la cabecera de la cama de Lorena y, tras ver que estaba bien, se volvió hacia la mujer y esbozó una sonrisa para tranquilizarla.

—Voy a intentar llamar a Paul por teléfono para decirle que todo está bien. No te preocupes por nada, ¿vale, Julia?

Más tranquila, Rebeca salió al pasillo. Al ver que tenía buena cobertura, llamó al teléfono que Paul le había dado. Al segundo timbrazo lo cogió una voz que no conocía, pero tras preguntar por él le indicaron que esperase un momento.

—Al habla Paul Stone.

—Paul, soy Rebeca.

Al escuchar su voz, se tensó. Llevaba esperando esa llamada un par de horas.

—Rebeca, gracias a Dios. ¿Has conseguido localizar a Lorena?

—Sí, y no te preocupes, no ocurre nada grave, ella está bien. —Le escuchó suspirar y ella continuó—: Escúchame, pero tranquilo, ¿vale? Esta mañana la han tenido que operar de peritonitis, pero la niña está perfectamente. Te lo juro, Paul.

—¡¿Qué?! —gritó levantando la voz—. ¿Dónde estáis? ¿Cómo está ella? ¿Cómo no me ha llamado Julia?

—Tranquilo, Paul. Lorena está bien. Estamos en el Hospital Montepríncipe, en la habitación 378. Lorena está dormida ahora, pero te aseguro que dentro de dos semanas ya estará trotando otra vez por tu casa. Julia ha intentado llamarte por teléfono, pero tú mismo me has dicho que lo pisó tu moto. Llamó a tu madre, que ya está en camino, y luego me llamó a mí.

Pasaron unos segundos de tenso silencio que Rebeca entendió.

—Salgo en el primer avión que encuentre para España —dijo Paul finalmente.

—Vale, Paul. Pero tranquilo. Tu madre ya está de camino y yo no me moveré de aquí hasta que ella llegue. Todo está controlado.

Pero Paul no podía ni hablar. Saber que su pequeña había sido operada de urgencias y que él no estaba junto a ella le dolió. Tras despedirse de él, regresó a la habitación. Allí le comentó a Julia que Paul ya lo sabía y que ella se quedaría con la niña hasta que Tina llegara de Barcelona. Al principio Julia se negó a marcharse, pero Rebeca le rogó que descansara. Si ella caía agotada no podría ayudar a cuidar a la niña. Al final la mujer le dio la razón y se marchó a descansar.