Capítulo 13

Cuando Rebeca colgó el teléfono, continuó mirando la Puerta de Alcalá mientras pensaba en lo emocionante que tenía que ser viajar por el mundo como lo hacía él. En ese momento entró Peterson en su despacho.

—Hola, Rebeca, ¿puedo pasar un momento?

Sobresaltada por aquella visita, ella volvió el sillón hacia su mesa y asintió.

—Por supuesto, señor Peterson.

Al oír aquello el hombre sonrió amablemente.

—Querida, podrías suprimir lo de señor y llamarme por mi nombre. ¿No ves que yo te tuteo? Por favor, Rebeca, haz lo mismo.

—De acuerdo, Thomas —asintió sonriendo—. De acuerdo.

El hombre se sentó en la butaca blanca que había frente a ella.

—Solo venía para saber qué tal te encuentras en tu nuevo puesto de trabajo.

—¡Genial! Espero ser de utilidad el tiempo que esté en la empresa. Por cierto, ahora que estás aquí, ¿qué te parecen los dos abogados que contraté? —respondió sorprendida por aquella visita y por cómo él escrutaba cada rincón de su despacho.

—Bien. En eso no me meto. Es un tema que tú tienes que ver que funciona. Tú eres la jefa.

Rebeca sonrió. Estaba un poco turbada por tutear al señor Peterson, pero contestó con seguridad.

—Sinceramente, Thomas, fue una labor dificilísima. Pero de entre todos los abogados que vinieron, Linda y Jorge fueron los que me parecieron más apropiados para el trabajo. A una de las secretarias la contraté a través de una empresa de colocación. La otra es amiga mía. Se llama Carla. —Y, mirándole seriamente, dijo—: Es muy profesional, y una persona muy cualificada para el puesto.

—Me parece fenomenal —asintió complacido—. Yo también he ayudado a amigos y mis amigos en su momento me ayudaron a mí. Para eso están los amigos, ¿no crees?

—Sí —asintió ella y afirmó con convicción—. Creo que en estos momentos tenemos un buen equipo.

El jefazo se levantó y se dirigió a la puerta.

—Me encanta escuchar eso. Hasta luego, querida.

Dicho esto, desapareció. Rebeca, feliz, se levantó y fue hacia el armario para coger unos documentos que necesitaba. Al volver a la mesa sonó el teléfono.

—Rebeca, te llaman por la línea dos —dijo Belén.

—¿Quién es? —preguntó ella.

—Me ha dicho que te diga que es el espíritu libre de la familia —respondió conteniendo la risa.

—Oh… —rio al pensar en su hermano—. Este chico no tiene remedio. —Y apretando una tecla preguntó divertida—: Kevin, ¿eres tú?

—Hola, hermanita. ¿Cómo has sabido que era yo? —se mofó él.

—Solo conozco un espíritu libre tan loco como para llamarme al despacho con esa carta de presentación. ¿Qué tal estás? Me tenías preocupada. Llevas sin llamarme dos semanas. ¿Se puede saber dónde te has metido?

Al verla tan acelerada, se limitó a murmurar arrastrando las palabras.

—Estoy en Eslovenia. Sano y salvo. ¿Y tú qué tal estás?

—¿Eslovenia?

—Sí, hermanita, Eslovenia —rio al escucharla.

—Pero… pero ¿qué haces allí? —Kevin se carcajeó y ella volvió a preguntar—: ¿Por qué no me has llamado en dos semanas? Me tenías preocupada.

—No he podido.

—Pues he estado a punto de llamar a la policía.

—Pero bueno —respondió él divertido—, ¿por qué siempre piensas que estoy metido en líos? Ay… hermanita, siento decepcionarte, pero tengo treinta y cuatro años y me guste o no, mis prioridades en la vida van cambiando.

—Lo sé… lo sé…

—Hablas como si toda la vida fuera a tener veinte años. Además, no creo haber estado metido en ningún lío desde hace tiempo.

—Oye, ¿de verdad tú te llamas Kevin Rojo Elliot? Porque, sinceramente, eso que me acabas de decir sobre que tus prioridades en la vida van cambiando, es algo que nunca se lo he oído a mi hermano —preguntó consciente de que decía la verdad y de que ella era una exagerada.

—Los años no pasan en balde, hermanita, y los valores y conceptos de la vida cambian. Y aunque te parezca mentira soy yo, y te llamaba para hablar contigo y comentarte algo muy importante.

Sentada en su confortable sillón, Rebeca asintió para sí.

—De acuerdo, cuéntame eso que te está rondando por la cabeza.

—Bueno… —susurró él titubeante—. Aunque parezca mentira, no sé por dónde empezar.

—Me harás caso, si te aconsejo que comiences por el principio.

Kevin tomó aire.

—Hace un mes conocí a una chica llamada Bianca. Es encantadora, Rebeca, si la conocieras te caería fenomenal. Tiene tu edad, y la razón de no haberte llamado en estas dos semanas ha sido porque he estado con ella acampado en la montaña.

Era la primera vez que su hermano mostraba un interés especial por una mujer. Eso la asombró.

—¿Me estás diciendo que te has enamorado?

—Sí, hermanita. Y lo mejor de todo es que ella también está loca por mí.

—Ostras, Kevin. Me alegro muchísimo por ti. Bueno, por vosotros. ¿Cuándo la voy a conocer?

—Bueno, ese es otro tema que te quería comentar. En los días que hemos estado solos en las montañas, hemos hablado muchísimo, y… —se paró para tomar aire—… y le he pedido que se case conmigo. Ha dicho que sí.

Boquiabierta, se incorporó de la silla.

—¡¿Qué?! —Lo que has oído.

—Dios mío, Kevin, en buen lío te has metido —soltó totalmente alucinada.

Molesto por la reacción de su hermana, protestó como un chiquillo.

—No la conoces. No me parece justo que pienses eso.

Aturdida, se volvió a sentar en la silla. ¿Su hermano se iba a casar?

—Vamos a ver, Kevin. Acabas de decirme que la has conocido hace un mes. ¿No lo ves un poco precipitado?

—No.

—Creo… creo que deberías pensártelo mejor. Yo no quiero que te enfades conmigo, pero tienes que entender que yo creo que casarse con alguien significa algo más que haber pasado juntos dos semanas en las montañas.

Kevin resopló. Sabía que su hermana le diría algo parecido.

—Rebeca, sé que parece una locura, pero tienes que entender que es mi vida y estoy feliz por haberla conocido. Es maravillosa y no puedo vivir sin ella. —Y cambiando su tono de voz aclaró—: No me enfado contigo, tontuela. Sé lo que hago, confía en mí, ¿vale?

—De acuerdo. Está bien, confiaré en ti —respondió dudosa pero dispuesta a estar feliz por él.

—Así me gusta —rio Kevin al otro lado de la línea telefónica—. A ver… ya que estamos hablando de ello, te quería pedir otro favor.

—Dime.

—¿Podríamos casarnos en el jardín de tu casa? —pidió esperanzado.

—Por supuesto que sí —Rebeca asintió como en una nube—. Pero habrá que hablar con el cura de Majadahonda, a ver si celebran bodas fuera de la iglesia.

—¡Perfecto! —asintió Kevin.

—Oye, ¿para cuándo tenéis pensado que sea la boda?

—Para mayo. Faltan todavía dos meses, pero yo creo que serán suficientes para poder organizarlo todo —contestó Kevin—. Quiero que sea algo familiar. Díselo a Ángela, me gustaría que estuviera allí. Esta noche llamaré a Donna a Chicago para que venga también.

Veremos lo que piensa cuando reciba la llamada, pensó Rebeca al escuchar hablar de su hermana.

—Llámala. Te aseguro que se sorprenderá tanto como yo.

Cuando colgó el teléfono, Rebeca estaba estupefacta. No podía creer lo que su hermano iba a hacer. No pensaba que casarse fuera algo terrible, pero sí le parecía demasiado rápido. Un mes no era tiempo suficiente para conocer a nadie, por mucho que te enamorases. Confusa, se levantó y se acercó a los ventanales.

—Mamá… ojalá Kevin tenga razón —susurró mirando la Puerta de Alcalá.