Los días pasaron. Carla se recuperó, salió del hospital y le confesó a Rebeca que fue Alfonso el que le dio la paliza. La drogadicción de este le estaba matando y aquello era la confirmación. El chico que conoció antaño, amable y encantador, había desaparecido. En su lugar había aparecido un hombre manipulador y egoísta que solo pensaba en él, en sus dosis, y en conseguir dinero pesara a quien le pesara. Por ello, y con todo el dolor de su corazón, Carla cogió a su hija y se marchó de aquella casa para comenzar una nueva vida sin él.
Era marzo. Habían pasado tres meses desde la primera vez que Rebeca había visto a Paul. En este tiempo se habían convertido en buenos amigos. Pero nada más allá. Cuando el trabajo de ambos lo permitía, salían a cenar, e incluso alguna vez que otra habían ido al cine con Lorena. En esa época, Paul comenzó a viajar. Su trabajo como piloto de MotoGP le requería viajar continuamente, en especial, de febrero hasta noviembre. El tiempo que duraba el Mundial.
Una mañana en que Rebeca estaba atareada en la oficina, Belén, su secretaria, le avisó de que tenía una llamada, y ella lo cogió rápidamente.
—Rebeca… ¿me oyes? —era la voz de Paul.
No se oía muy bien por el rugido de los motores.
—Hola, Paul —saludó emocionada—. ¿Desde dónde llamas que hay tanto ruido?
—Desde Eastern Creek, el circuito de Australia.
Apalancándose en su sillón, Rebeca se giró para mirar la Puerta de Alcalá. Cada día le gustaban más sus llamadas, su conversación, su sonrisa, y él. Pero él no se le acercaba lo más mínimo. Se le insinuaba, le rondaba, pero no atacaba. Eso a Rebeca la tenía de los nervios. Por su lado, Paul no estaba mucho mejor. Se había propuesto no asustarla, pero su hambre por ella comenzaba a desesperarle y no sabía hasta cuándo podría aguantar.
—¿Qué tal por esos mundos, señor piloto?
Él sonrió. Escuchar su voz le tranquilizaba. Rebeca se había convertido en una necesidad para él, aunque se guardó mucho de decírselo.
—Trabajando mucho. ¿Tú qué tal por Madrid?
Chupando un bolígrafo, Rebeca sonrió.
—Como tú más o menos, sin parar. ¿Qué tal los entrenamientos?
—Bien. Aunque hoy llevamos un día complicado. Durante los entrenamientos la moto me hizo algo raro, y ahora tengo a los mecánicos como locos para averiguar qué ocurre.
Eso alertó a Rebeca.
—¡¿Qué te hizo un extraño?! —contestó preocupada, sacándose el boli de la boca—. Oye… no montarás en ella de nuevo hasta averiguarlo, ¿no?
Él se rio a carcajadas. Estaban acostumbrados a todo tipo de problemas. Pero Rebeca insistió.
—No te rías, que eso es muy peligroso, y no… no puedes montarte sin solucionar ese problema, ¿estás loco o qué?
—No te preocupes, mujer —contestó Paul secándose los ojos de la risa—. En peores condiciones hemos salido en otras ocasiones.
—Pero… pero eso es una locura —protestó, pero él la interrumpió.
—Recuerda… estamos un poco locos.
Eso la hizo sonreír.
—¿Cuándo es la carrera? —preguntó intentando normalizar su voz.
—Este domingo. ¿La verás? —preguntó él esperanzado—. Las suelen retransmitir en Televisión Española o por la parabólica en el canal de deportes.
—Claro que la veré —asintió impaciente—. Me llama la atención verte en acción.
Él volvió a sonreír.
—Empezarán sobre las once de la mañana. Aunque serán en diferido. Aquí los horarios son diferentes.
—Vale.
—Por cierto, Lorena me ha pedido que te dijera que la llamaras. Yo cumplo órdenes.
—De acuerdo —sonrió—. La llamaré esta noche cuando llegue a casa. Y oye, por nada del mundo me perdería las carreras este fin de semana. Me dijiste que corrías en la categoría reina. MotoGP, ¿verdad?
—Sí.
Rebeca pensó en las carreras que alguna vez había visto de pasada.
—¿Cómo te voy a reconocer? —preguntó curiosa.
—Muy fácil —contestó riéndose por la pregunta—. Cuando veas a un tipo con un clavel rojo entre los dientes, ese soy yo, muñeca. —Eso la hizo carcajearse con ganas. Le encantaba su risa. Era fantástica—. Cuando veas una moto con el número dos, soy yo. Mi moto es del equipo Ducati, y es roja. Llevaré un mono rojo y blanco.
—Intentaré reconocerte —asintió con sinceridad—. En motos estoy muy pez. Si fuera en coches, con todo el fenómeno Alonso y tal, todavía, pero motos… como que no. Por cierto, ¿cuándo vuelves?
A Paul le gustó esa pregunta. Significaba que quería verle.
—Aún no lo sé. Tras este premio tengo el de Malasia, y a veces, como es en este caso, nos vamos directamente de un país a otro para entrenar en pista. Calculo que sobre el doce o quince de abril, más o menos, podré pasar por Madrid.
Casi un mes… ¿Un mes para volver a verle?, pensó con desesperación.
—Uf… qué lata. Pobre Lorena. Te debe de echar mucho de menos.
Y yo a ti, pensó él, pero no lo dijo.
—Y yo a ella —sonrió él al notar la decepción en la voz—. Pero sé que entre mi madre, Julia y ahora tú, está muy bien atendida. De todas formas, a partir de julio, que es cuando ella acaba el colegio, suele venir conmigo a las competiciones. Los pilotos a veces viajan con la familia y ella se lo pasa muy bien aquí con sus amigos.
—¿Pero cuánto dura el Mundial?
—Normalmente empieza en marzo y termina en octubre, noviembre… depende de en cuantos circuitos corramos.
—¡Madre mía! Qué vida más loca.
—No, mujer —rio él—. De noviembre a marzo los pilotos solemos tener una vida más relajada. Aunque bueno, continuamos entrenando para mejorar nuestra moto y marcas. Pero esos meses suelen ser más tranquilos.
—Vaya… qué interesante. Te pasas medio año viajando y conociendo diferentes países.
—Bueno… se puede decir que sí.
—¿Y qué países visitas?
—A ver, lo que tú llamas conocer, yo lo llamo trabajar. A veces no nos da tiempo a ver nada más que el circuito donde competimos. Y los países que visitamos son Australia, que es donde estoy ahora, Malasia, Japón, España, que por cierto, cuando corra en Aragón, Valencia, Barcelona y Jerez, te convenceré para que vengas conmigo —ella sonrió y él continuó—. También corremos en Alemania, Italia, Holanda, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, República Checa, Brasil, Argentina, y creo que alguno más que queda por concertar. ¿Qué te parece?
—¡Madre mía! —exclamó Rebeca—. Qué países más maravillosos. Me encantaría viajar continuamente como tú. ¡Qué suertaza!
El rugido de los motores le obligó a hablar a gritos.
—No creas. Últimamente comienza a darme pereza, aunque cuando estoy en el circuito y me subo en mi moto, estoy encantado.
—Tiene que ser fantástico saber manejar una máquina de esas.
—Cuando quieras te enseño.
—Uf… no. Soy muy torpe para eso. Las motos siempre me han dado miedo.
Paul sonrió.
—Eso es porque nunca has montado con alguien que te aportara seguridad. —Ella no contestó y él dijo, al sentir su silencio—. Por cierto, ¿qué tal Ángela y Pizza?
—Pizza tan loca como siempre, y Ángela me pregunta por ti casi todos los días. Desde que le contaste cuál era tu profesión está preocupadísima por ti.
Al oír eso Paul no pudo evitar sonreír. En ese momento uno de sus mecánicos le llamó. Reclamaban su presencia.
—Tengo que dejarte, Rebeca.
—Vale… No te preocupes.
—Te llamaré. ¿De acuerdo? —le aseguró molesto por tener que cortar la conversación.
—Sí… ¡Oye, Paul!
—Dime.
—Gana la carrera.
—Lo intentaré. —Sonrió al colgar.
Le hubiera gustado decirle que la echaba mucho de menos. Que sentía algo por ella muy especial, pero quería decírselo mirándola a los ojos. Volvió a escuchar la voz del mecánico, y sumido en sus pensamientos, fue hacia él.