44

Mirado desde un cierto punto de vista, el universo es movimiento browniano, en absoluto predecible a nivel elemental. Muad’Dib y su hijo el Tirano cerraron la cámara de niebla donde se producía el movimiento.

Historias de Gammu

Murbella penetró en un tiempo de incongruentes experiencias. Aquello la inquietó al principio, el ver su propia vida con visión múltiple. Los caóticos acontecimientos en Conexión habían desencadenado aquello, creando una confusión de necesidades inmediatas que no la abandonaron, ni siquiera cuando regresó a la Casa Capitular.

Te lo advertí, Dar. No puedes negarlo. Dije que podían convertir la victoria en una derrota. ¡Y mira en la mezcolanza que has echado a mi regazo! Tuve suerte de salvar tanto como salvé.

Su protesta interior la sumergía siempre en los acontecimientos que la habían elevado a aquella horrible prominencia.

¿Qué otra cosa podía haber hecho?

Las Memorias mostraban a Streggi desplomándose en el suelo en una muerte sin sangre. La escena había sido vista en los monitores de la no-nave como un drama de ficción. El marco de la proyección en la sala de mandos de la nave se añadía a la ilusión de que aquello no estaba ocurriendo realmente. Los actores se levantarían y saludarían. Los com-ojos de Teg, alejándose zumbando automáticamente, no se perdieron nada de la escena hasta que alguien los silenció.

La última imagen quedó grabada en su retina, como un residuo fantasmagórico: Teg tendido en el suelo de aquel nido de águilas de las Honoradas Matres. Odrade mirándolo en estado de shock.

Fuertes protestas recibieron la declaración de Murbella de que debían tomar tierra inmediatamente. Las Censoras fueron inflexibles hasta que ella les participó los detalles de la atrevida jugada de Odrade y preguntó:

—¿Deseáis el desastre total?

La Odrade Interior fue quien venció esa discusión. Pero tú estabas preparada para ella desde un principio, ¿no es así, Dar? ¡Era tu plan!

Las Censoras dijeron:

—Aún queda Sheeana. —Le dieron a Murbella un transbordador monoplaza y la enviaron a Conexión sola.

Pese a que transmitió por delante de ella su condición de Honorada Matre, hubo momentos delicados en el Campo de Aterrizaje.

Un pelotón de Honoradas Matres armadas la aguardaba cuando emergió del transbordador al lado de un humeante cráter. El humo olía a explosivos exóticos.

Donde fue destruido el transbordador de la Madre Superiora.

El pelotón era dirigido por una vieja Honorada Matre, con su túnica roja manchada, algunas de sus decoraciones desaparecidas, y un desgarrón en el hombro izquierdo. Era como algún desecado reptil, aún venenoso, aún capaz de morder, pero con sus cóleras desgastadas, la mayor parte de su energía desaparecida. Su desgreñado pelo tenía la apariencia de la piel exterior de un rizoma de jengibre recién extraído del suelo. Había un demonio en ella. Murbella lo vio asomarse por sus ojos moteados de naranja.

Pese al pelotón completo que flanqueaba a la vieja, las dos mujeres se miraron como si estuvieran solas a los pies de la rampa de descenso del transbordador, como animales salvajes olisqueándose cautelosamente, intentando juzgar la extensión del peligro.

Murbella observó atentamente a la vieja. Aquel reptil parecía dispuesto a lanzar su lengua y morder en cualquier momento, husmeando el aire, dando rienda suelta a sus emociones, pero se sentía lo suficientemente impresionada como para escuchar.

—Mi nombre es Murbella. Fui tomada cautiva por la Bene Gesserit en Gammu. Soy una adepta de Hormu.

—¿Por qué llevas las ropas de las brujas? —La vieja y su pelotón parecían realmente dispuestas a matar.

—He aprendido todo lo que ellas tenían para enseñar, y he traído ese tesoro a mis hermanas.

La vieja la estudió por un momento.

—Sí, reconozco tu tipo. Eres una Roc, una de las que elegimos para el proyecto Gammu.

El pelotón tras ella se relajó ligeramente.

—No viniste todo el camino en ese transbordador —acusó la vieja.

—Escapé de una de sus no-naves.

—¿Sabes dónde está su nido?

—Lo sé.

Una amplia sonrisa distendió los labios de la vieja.

—¡Bien! ¡Eres valiosa! ¿Cómo escapaste?

—¿Tienes que preguntarlo?

La vieja consideró aquello. Murbella pudo leer los pensamientos en su rostro como si los estuviera pronunciando:

Esas que trajimos de Roc… son mortíferas, todas ellas. Pueden matar con las manos, con los pies, o con cualquier otra parte móvil de sus cuerpos. Todas ellas deberían llevar una señal: «Peligrosas en cualquier posición».

Murbella se apartó unos pasos del transbordador, mostrando la vigorosa gracia que era una marca de su identidad. Rapidez y músculos, hermanas. Cuidado.

Algunas de las componentes del pelotón avanzaron unos pasos, curiosas. Sus palabras estaban llenas de comparaciones con la Honorada Matre, de ansiosas preguntas que Murbella se vio obligada a parar.

—¿Mataste a muchas de ellas? ¿Dónde está su planeta? ¿Es rico? ¿Has esclavizado a muchos machos allí? ¿Fuiste adiestrada en Gammu?

—Estaba en Gammu para el tercer estadio. Bajo Hakka.

—¡Hakka! La conozco. ¿Todavía tenía su pie izquierdo herido cuando estuviste con ella? —Siempre probando.

—¡Era el pie derecho, y yo estaba con ella cuando ocurrió!

—Oh, sí, el pie derecho. Ahora lo recuerdo. ¿Cómo se lo hirió?

—Pateándole la retaguardia a un tipo. Llevaba un cuchillo afilado en el bolsillo de atrás. Hakka se puso tan furiosa que lo mató.

Las risas recorrieron el pelotón.

—Iremos a ver a la Gran Honorada Matre —dijo la vieja.

Así que he pasado la primera inspección. Murbella sintió reservas, sin embargo.

¿Por qué lleva esta adepta de Hormu esas ropas enemigas? Y su expresión es extraña. Mejor enfrentarme a ésta inmediatamente.

—Tomé su adiestramiento y ellas me aceptaron.

—¡Las estúpidas! ¿Lo hicieron realmente?

—¿Dudas de mi palabra? —Qué fácil era darle la vuelta a las cosas, adoptando la susceptible actitud de las Honoradas Matres.

La vieja se envaró. No perdió altanería, pero envió una mirada de advertencia a su pelotón. Todas ellas necesitaron un momento para digerir lo que Murbella había dicho.

—¿Te has convertido en una de ellas? —preguntó alguien a sus espaldas.

—¿De qué otro modo hubiera podido robar sus conocimientos? ¡Sabedlo! Fui la estudiante personal de su Madre Superiora.

—¿Te enseñó bien? —Aquella misma voz desafiante desde atrás.

Murbella identificó a la que había formulado las preguntas: de los escalones intermedios, y ambiciosa. Ansiosa de que se fijaran en ella y recibir así una promoción.

Este es tu final, ansiosa. Y una pérdida muy pequeña para el universo.

Una finta Bene Gesserit llevó a la pluma que era su enemiga al lugar que le correspondía. Luego una patada estilo Hormu para que pudieran reconocerla. La que había preguntado cayó muerta al suelo.

La unión de las habilidades Bene Gesserit y las de las Honoradas Matres crean un peligro que tenéis que reconocer y envidiar todas.

—Me enseñó admirablemente —dijo Murbella—. ¿Alguna otra pregunta?

—¡Ehhhhh! —dijo la vieja.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Murbella.

—Soy una Dama de Rango, una Honorada Matre de la Hormu. Me llamo Elpek.

—Gracias, Elpek. Puedes llamarme Murbella.

—Me siento honrada, Murbella. Por supuesto, es un tesoro lo que nos has traído.

Murbella la estudió un momento con atención Bene Gesserit antes de sonreír sin ningún humor.

¡El intercambio de nombres! Tú aquí, con tu túnica roja que te señala como una de las poderosas que rodean a la Gran Honorada Matre, ¿sabes qué es lo que acabas de aceptar en tu círculo?

El pelotón seguía impresionado y miraba a Murbella con precaución. Lo vio con su nueva sensibilidad. El sistema de grado/edad nunca había servido para crear posiciones en la Bene Gesserit, pero funcionaba con las Honoradas Matres. El simulflujo la divirtió con una exhibición confirmadora. Qué sutiles las transferencias de poder: las escuelas adecuadas, los amigos adecuados… todo ello conducido por familiares y sus conexiones, aduladores mutuos que establecían alianzas, incluso matrimonios. El simulflujo le dijo que aquello conducía hasta el pozo pero las que estaban en la escalera, las que controlaban los nichos, nunca dejaban que aquello las preocupara.

Hoy es suficiente hasta hoy, y así es como me ve Elpek. Pero ella no ve en qué me he convertido, solamente que soy peligrosa pero potencialmente útil.

Volviéndose lentamente sobre un pie, Murbella estudió al pelotón de Elpek. No había machos esclavizados allí. Aquella era una tarea demasiado delicada para cualesquiera que no fueran mujeres de confianza. Bien.

—Ahora escuchadme, todas. Si tenéis alguna lealtad a nuestra hermandad, lo cual juzgaré sobre actuaciones futuras, honraréis lo que he traído. Pretendo que sea un don para aquellas que lo merezcan.

—La Gran Honorada Matre se sentirá complacida —dijo Elpek.

Pero la Gran Honorada Matre no pareció complacida cuando le fue presentada Murbella.

Murbella reconoció la torre. Era casi el anochecer ahora, pero el cuerpo de Streggi aún permanecía tendido allá donde había caído. Algunos de los especialistas de Teg habían sido muertos, sobre todo los responsables de los com-ojos que pasaban por sus guardias.

No, a nosotras las Honoradas Matres no nos gusta que los demás nos espíen.

Vio que Teg aún vivía, pero estaba envuelto en hilo shiga y tirado desdeñosamente en un rincón. Lo más sorprendente de todo: Odrade permanecía de pie sin ligaduras cerca de la Gran Honorada Matre. Mostraba un gesto de desprecio.

Mirando a Murbella, la Gran Honorada Matre dijo:

—Así que éste es el saco de insolencia que dices que adiestraste en vuestras maneras.

Odrade casi sonrió ante la descripción.

¿Un saco de insolencia?

Una Bene Gesserit podía aceptar aquello sin inquina. Aquella Gran Honorada Matre con sus reumáticos ojos se enfrentaba a un dilema y no podía apelar a su arma que mataba sin sangre. Un equilibrio muy delicado de poder. Las agitadas conversaciones entre las Honoradas Matres habían revelado su problema.

¡Nos hemos debilitado a nosotras mismas! ¡Pudimos haber aguardado, reservado algunas de ellas!

Todas sus armas secretas habían sido agotadas y no podían ser recargadas, algo que habían perdido cuando habían sido expulsadas hasta allí.

¡Nuestra arma de último recurso, y la hemos malgastado!

Logno, que se consideraba a sí misma como suprema, permanecía ahora en una arena distinta. Y acababa de saber hacía un momento la temible facilidad con la cual Murbella podía matar a una de las elegidas.

Murbella lanzó una mirada valorativa al cortejo de la Gran Honorada Matre, calculando sus potenciales. Reconocían aquella situación, por supuesto. Les resultaba familiar. ¿Cómo votarían? ¿Neutral?

Algunas se mostraban cautelosas, y todas aguardaban.

Anticipando una diversión. No preocupadas sobre quién triunfaría en tanto que el poder siguiera fluyendo en su dirección.

Murbella dejó que sus músculos fluyeran hasta la condición de espera de combate que había aprendido de Duncan y las Censoras. Se sentía tan fría como cuando estaba de pie en la sala de prácticas, probando sus respuestas. Incluso mientras reaccionaba, supo que lo hacía de la forma para la cual la había preparado Odrade… mental, física y emocionalmente.

Primero la Voz. Déjales probar ese estremecimiento interior.

—Veo que has valorado muy poco a la Bene Gesserit. Los argumentos de los cuales estás tan orgullosa son algo que esas mujeres han oído tantas veces que tus palabras van más allá del aburrimiento.

Dijo aquello con un mordaz control vocal, un tono que hizo aparecer naranja en los ojos de Logno pero la mantuvo inmóvil.

Murbella no había terminado con ella.

—Te consideras poderosa y lista. Una cosa engendra a la otra, ¿eh? ¡Qué idiotez! Eres una consumada mentirosa, y te mientes a ti misma.

Al ver que Logno permanecía inmóvil frente a aquel ataque, las que estaban a su alrededor empezaron a retirarse, dejando un espacio libre que decía: «Es toda tuya».

—Tu fluidez en esas mentiras no las oculta —dijo Murbella. Barrió con una mirada burlona a las que había detrás de Logno—. Como aquellas a las que conozco en mis Otras Memorias, te encaminas a la extinción. El problema es que tardes un tiempo tan infernalmente largo en morir. Inevitable pero, oh, tan aburrido sin embargo. ¡Te atreves a llamarte a ti misma Gran Honorada Matre! —Volviendo su atención a Logno. Todo acerca de ti es una letrina. No tienes estilo.

Era demasiado. Logno atacó, la pierna izquierda lanzada como un látigo con una cegadora rapidez. Murbella aferró el pie como quien sujeta una hoja barrida por el viento y, continuando el movimiento, aprovechó el impulso de Logno para convertir su cuerpo en una girante maza que terminó violentamente su trayectoria contra el suelo, con la cabeza reducida a pulpa. Sin detenerse, Murbella pirueteó, su pie izquierdo casi decapitó a la Honorada Matre que había permanecido a la derecha de Logno, mientras su mano derecha aplastaba la garganta de la que había permanecido a la izquierda de Logno. Todo hubo terminado en un par de segundos.

Examinando la escena sin que se notara ningún esfuerzo en su respiración (tan fácil resultó, hermanas), Murbella experimentó una sensación de shock y reconocimiento de lo inevitable. Odrade permanecía tendida en el suelo frente a Elpek, que obviamente había elegido su bando sin la menor vacilación. La retorcida posición del cuello de Odrade y la fláccida apariencia de su cuerpo indicaban que estaba muerta.

—Intentó interferir —dijo Elpek.

Elpek esperaba que, tras haber matado a una Reverenda Madre, Murbella (¡una hermana después de todo!) aplaudiera. Pero Murbella no reaccionó como esperaba. Se arrodilló junto a Odrade y apoyó su cabeza contra la del cadáver, permaneciendo allí un tiempo interminable.

Las Honoradas Matres supervivientes intercambiaron miradas interrogadoras, pero no se atrevieron a moverse.

¿Qué es esto?

Pero estaban inmovilizadas por las aterradoras habilidades de Murbella.

Cuando tuvo en ella el pasado reciente de Odrade, todos los nuevos acontecimientos que había que añadir a su anterior Compartir, Murbella se puso en pie.

Elpek vio la muerte en los ojos de Murbella, y dio un paso atrás antes de intentar defenderse. Elpek era peligrosa, pero no podía compararse con aquel demonio con su túnica negra. Terminó con ella con la misma impresionante brusquedad con que había terminado con Logno y sus ayudantes: una patada en la laringe. Elpek cayó de bruces encima de Odrade.

Una vez más, Murbella estudió a las supervivientes, luego se inmovilizó un breve instante, contemplando el cuerpo de Odrade.

En un cierto sentido, eso fue obra mía, Dar. ¡Y tuya!

Agitó lentamente la cabeza de lado a lado, absorbiendo las consecuencias.

Odrade está muerta. ¡Larga vida a la Madre Superiora! ¡Larga vida a la Gran Honorada Matre! Y que los cielos nos protejan a todas.

Entonces dedicó su atención a lo que debía hacerse. Aquellas muertes habían creado una enorme deuda. Murbella inspiró profundamente. Aquél era otro Nudo Gordiano.

—Soltad a Teg. Limpiad todo esto tan rápido como sea posible. ¡Y que alguien me traiga ropa adecuada!

Era la Gran Honorada Matre dando órdenes, pero aquellas que se apresuraron a obedecerla sintieron a la Otra en ella.

La que le trajo una túnica roja con elaborados dragones bordados con soopiedras se la tendió deferentemente desde una cierta distancia. Una mujer amplia con grandes huesos y un rostro cuadrado. Unos ojos crueles.

—Sujétamela —dijo Murbella, y cuando la mujer intentó aprovechar la ventaja de la proximidad para atacarla, Murbella la golpeó duramente—. ¿Quieres intentarlo de nuevo?

Esta vez no hubo más trucos.

—Tú eres el primer miembro de mi Consejo —dijo Murbella—. ¿Tu nombre?

—Angelika, Gran Honorada Matre. —¡Observa! He sido la primera en llamarte por tu nombre adecuado. Recompénsame.

—Tu recompensa es que te promociono y te dejo vivir.

Una respuesta propia de una Honorada Matre. Aceptada como tal.

Cuando Teg llegó a su lado frotándose los brazos allá donde el hilo shiga los había mordido profundamente, algunas Honoradas Matres intentaron prevenir a Murbella.

—¿Sabéis que éste puede…?

—Ahora me sirve a mí —interrumpió Murbella. Luego, con los tonos burlones de Odrade—: ¿No es así, Miles?

Él le dirigió una lastimosa sonrisa, un viejo en el rostro de un niño.

—Unos tiempos interesantes, Murbella.

—A Dar le gustaban los manzanos —dijo Murbella—. Ocúpate de ello.

Él asintió. Llevarla a un cementerio-huerto. Ninguno de aquellos apreciados huertos Bene Gesserit duraría mucho en un desierto. De todos modos, valía la pena perpetuar algunas tradiciones mientras aún podías.