¿Una batalla? Siempre hay un deseo de espacio vital motivándola, en algún lugar.
El Bashar TEG
Murbella observaba la batalla de Conexión con una indiferencia que no reflejaba sus sentimientos. Permanecía junto a un grupo de Censoras en el centro de mando de su no-nave, con su atención fija en las proyecciones de los monitores de los com-ojos en la superficie.
Se luchaba en todo Conexión… estallidos de luz en el lado nocturno, grisáceas erupciones en el lado diurno. El mayor empeño dirigido por Teg se centraba en «La Ciudadela»… una gigantesca estructura diseñada por la Cofradía con una nueva torre cerca de su extremo. Aunque las transmisiones de los signos vitales de Odrade habían cesado bruscamente, sus anteriores informes confirmaban que la Gran Honorada Matre estaba allí.
La necesidad de observar desde una cierta distancia ayudaba a la sensación de indiferencia de Murbella, pero no podía evitar sentir la excitación.
¡Tiempos interesantes!
Aquella nave contenía una carga preciosa. Los millones de Lampadas estaban siendo Compartidas y preparadas para la Dispersión en una suite normalmente reservada para la Madre Superiora. La Hermana Salvaje con su cargamento de Memorias dominaba sus prioridades allí.
¡Un Huevo de Oro, sin lugar a dudas!
Murbella pensaba en las vidas que se arriesgaban en aquella suite. Preparándose para lo peor. No había falta de voluntarias, y la amenaza del conflicto de Conexión minimizaba la necesidad de veneno de especia para desencadenar el Compartir, reduciendo el peligro. Cualquiera en la nave podía captar la naturaleza del todo-o-nada de la apuesta de Odrade. La inminencia de la amenaza de muerte era fácilmente reconocible. ¡El Compartir era necesario!
La transformación de una Reverenda Madre en un conjunto de memorias pasadas sucesivamente de unas a otras hermanas a un peligroso coste ya no poseía un aura de misterio para ella, pero Murbella seguía aún maravillada por la responsabilidad. El valor de Rebecca… ¡y de Lucilla!, exigían admiración.
¡Millones de Memorias de Vidas! Todas ellas concentradas en lo que la Hermandad llamaba Extremis Progressiva, dos por dos luego cuatro por cuatro y luego dieciséis por dieciséis, hasta que cada una las contenía a todas y cualquier superviviente podía preservar la preciosa acumulación.
Lo que estaban haciendo en la suite de la Madre Superiora tenía algo de ese aroma. El concepto ya no aterraba a Murbella, pero seguía sin ser algo ordinario. Las palabras de Odrade la confortaban.
—Una vez te hayas acomodado a la carga de las Otras Memorias, todo lo demás se sitúa en una perspectiva que es completamente familiar, como si siempre la hubieras conocido.
Murbella reconocía que Teg estaba preparado para morir en defensa de esta consciencia múltiple que era la Hermandad de las Bene Gesserit.
¿Puedo hacer yo menos?
Teg, que ya no era completamente un enigma, era un objeto de respeto. La Odrade Interior amplificaba esto con recuerdos de sus hazañas, luego:
—Me pregunto cómo lo estoy haciendo ahí abajo. Pregunta.
En el mando de comunicaciones dijeron:
—Ni una palabra. Pero sus transmisiones pueden haber sido bloqueadas por un escudo de energía.
Sabían quién había formulado realmente la pregunta. Estaba en sus rostros.
¡Lleva a Odrade!
Murbella se centró en la batalla en la Ciudadela.
Sus propias reacciones la sorprendieron. Todo teñido por el desagrado histórico ante la repetición de la estupidez de la guerra, pero sin embargo con aquel exuberante espíritu agitándose en recién adquiridas habilidades Bene Gesserit.
Las fuerzas de las Honoradas Matres disponían de buenas armas ahí abajo, observó, y los escudos de absorción del calor de Teg estaban recibiendo un duro castigo, pero pese a todo, mientras observaba, el perímetro se colapsó. Pudo oír el aullido mientras un enorme disruptor diseñado por Idaho se lanzó inconteniblemente abriéndose paso entre altos árboles, derribando defensores a derecha e izquierda.
Las Otras Memorias le proporcionaron una peculiar comparación. Era como un circo. Las naves aterrizaban, vomitando sus cargas humanas.
—¡En la pista central! ¡La Reina Araña! ¡Una actuación nunca vista por el ojo humano!
La persona de Odrade dentro de ella produjo una sensación de regocijo.
¿Pretendes comparar la Hermandad con un espectáculo?
¿Estás muerta ahí abajo, Dar? Debes estarlo. La Reina Araña te echará la culpa a ti y estará furiosa.
Los árboles arrojaban largas sombras vespertinas por el terreno de ataque de Teg. Invitando a protegerse. Teg ordenó a su gente que aprovechara aquellas ventajas. Ignora las invitadoras avenidas. Busca los caminos difíciles para acercarte, y utilízalos.
La Ciudadela se hallaba en el centro de un gigantesco jardín botánico, con extraños árboles e incluso extraños arbustos mezclados con prosaicas plantaciones, todo esparcido por los alrededores como si hubiera sido arrojado allí por un niño bailando.
Murbella consideró atractiva la metáfora del circo. Daba perspectiva a lo que estaba viendo.
Anuncios en su mente.
¡Y aquí, los animales bailarines, los defensores de la Reina Araña, todos dispuestos a obedecer! ¡Y en la primera pista, la actuación principal supervisada por nuestro Jefe de Pista, Miles Teg! Su gente hace cosas misteriosas. ¡Ese es su talento!
Había aspectos de una batalla representada en el Circo romano. Murbella apreció la alusión. Hacía la observación más rica.
Las torres de batalla con soldados con armaduras se acercan. Se inicia la lucha. Las llamas cortan el cielo. Los cuerpos caen.
Pero esos eran auténticos cuerpos, auténtico dolor, auténticas muertes. Las sensibilidades Bene Gesserit la forzaban a lamentar todo aquel malgasto.
¿Así es como ocurrió cuando mis padres fueron atrapados por los desórdenes?
Las metáforas de las Otras Memorias se desvanecieron. Entonces vio Conexión tal como sabía que debía verlo Teg. Una sangrienta violencia, familiar a su memoria y sin embargo nueva. Vio a los atacantes avanzar, los oyó.
Una voz de mujer, clara e impresionada:
—¡Ese arbusto me gritó!
Otra voz, masculina:
—No hay forma de decir de dónde surgen algunas de ellas. ¡Cuidado! Esa sustancia pegajosa quema la piel.
Murbella oyó acción en el extremo más alejado de La Ciudadela, pero todo estaba sobrenaturalmente tranquilo por el lado de la posición de Teg. Vio a sus tropas deslizándose por entre las sombras, acercándose a la torre. Allí estaba Teg, a hombros de Streggi. Se tomó un momento para alzar la vista hacia la fachada que se enfrentaba a ellos aproximadamente a medio kilómetro de distancia. Murbella eligió una proyección que enfocaba lo que él estaba mirando. Había movimientos tras las ventanas, allí.
¿Dónde estaban las misteriosas armas de último recurso que se suponía poseían las Honoradas Matres?
¿Qué hará Teg ahora?
Teg había perdido su campo de mando a causa de un disparo láser producido fuera de la zona de la confrontación principal. El campo yacía a su lado tras él, sentado a horcajadas sobre los hombros de Streggi en medio de un grupo de arbustos, algunos de ellos aún humeantes. Había perdido su tablero de comunicaciones junto con el campo de mando, pero conservaba la plateada herradura de su comlink, aunque se sentía mermado sin los amplificadores del campo. Los especialistas de comunicaciones permanecían agazapados cerca de él, agitándose sobre sus aparatos porque habían perdido el contacto directo con la escena de los hechos.
La batalla más allá de los edificios se estaba haciendo más ruidosa. Podía oír roncos gritos, el agudo silbido de los quemadores y el más bajo zumbido de los láseres mezclado con el metálico zip-zip de las armas de mano. En algún lugar a su izquierda se oía un drum-drum que reconoció como el de un pesado blindado con problemas. Iba acompañado de un sonido chirriante, una agonía metálica. Tenía dañado el sistema de energía. Se arrastraba penosamente por el suelo, reduciendo con toda seguridad los jardines a un amasijo.
Haker, el ayudante personal de Teg, avanzó haciendo fintas por detrás del Bashar.
—Un buen elemento en caso de apuro —lo había descrito Idaho, pero había necesitado varias semanas para ajustarse al hecho de que el famoso Bashar Teg ocupaba el cuerpo de un niño sobre los hombros de una acólita.
Streggi lo vio primero y se volvió sin advertencia previa, obligando a Teg a mirar al hombre. Haker, moreno y musculoso, con gruesas cejas (empapadas ahora en sudor), se detuvo frente a Teg y habló antes de recuperar completamente el aliento.
—Tenemos dominadas las últimas bolsas de resistencia, Bashar.
Haker alzó la voz para dominar los sonidos de la batalla y del zumbante altavoz sobre su hombro izquierdo que no dejaba de emitir susurradas conversaciones, órdenes e informes de batalla en entrecortados tonos.
—¿El perímetro más alejado? —preguntó Teg.
—Liquidado dentro de media hora, no más. Deberíais marcharos de aquí, Bashar. La Madre Superiora nos advirtió que os mantuviéramos alejado de cualquier peligro innecesario.
Teg hizo un gesto hacia su inútil campo.
—¿Por qué no dispongo de un reemplazo de Comunicaciones?
—Ambos reemplazos fueron destruidos en la misma explosión cuando eran traídos.
—¿Iban juntos?
Haker oyó la irritación.
—Señor, iban…
—Ningún equipo importante es enviado junto. Quiero saber quién desobedeció las órdenes. —La tranquila voz de las inmaduras cuerdas vocales transmitía una amenaza mayor que un grito.
—Sí, Bashar. —Estrictamente obediente, y sin dar ninguna muestra de que el error era suyo personal.
¡Maldita sea!
—¿Cuándo tardarán en llegar los siguientes reemplazos?
—Cinco minutos.
—Haz que mi campo de reserva sea traído aquí tan pronto como sea posible. —Teg tocó el cuello de Streggi con una rodilla.
Haker habló antes de que ella se pudiera volver.
—Bashar, destruyeron la reserva también. He ordenado otra.
Teg reprimió un suspiro. Aquellas cosas ocurrían en las batallas, pero no le gustaba depender de medios primitivos de comunicación.
—Nos instalaremos aquí. Consigue más micrófonos. —Esos, al menos, tenían el alcance. Haker miró al verdor que les rodeaba.
—¿Aquí?
—No me gusta el aspecto de esos edificios de ahí delante. Esa torre domina esta zona. Y deben disponer de acceso subterráneo. Yo al menos lo haría así.
—No hay ningún indicio de que…
—Mi memoria no incluye esa torre. Trae sónicos y comprueba el terreno. Quiero que nuestro plan sea seguido al minuto con información segura.
El altavoz de Haker cobró vida con una agitada voz:
—¡Bashar! ¿Está el Bashar disponible?
Streggi se acercó a Haker sin que nadie le dijera nada. Teg tomó el altavoz, silbando su código mientras lo cogía.
—Bashar, el Campo es una confusión. Casi un centenar de ellos intentaron despegar y se estrellaron contra nuestra pantalla. No hay supervivientes.
—¿Alguna señal de la Madre Superiora o de su Reina Araña?
—Negativo. No podemos decirlo. Quiero decir que esto es una auténtica confusión. ¿Deseáis que pase unas imágenes?
—Envíame un informe. ¡Y seguid buscando a Odrade!
—Os digo que nada ha sobrevivido aquí, Bashar. —Hubo un clic, un suave zumbido, y luego otra voz—: Informe.
Teg tomó su codificador vocal de la parte de atrás de su barbilla y ladró rápidas órdenes:
—Situad un demodulador sobre la Ciudadela. Pasad la escena del Campo de Aterrizaje y de todos sus demás desastres y lanzadlo a los aires. En todas las bandas. Aseguraos de que puedan verlo. Anunciad que no ha habido supervivientes en el Campo.
El doble clic de recibido/confirmado cortó la comunicación. Haker dijo:
—¿Creéis realmente que podéis asustarlas?
—Educarlas. —Repitió las palabras de Odrade a su partida—: Su educación ha sido tristemente olvidada.
¿Qué le había ocurrido a Odrade? Tenía la sensación casi absoluta de que debía estar muerta, quizá la primera baja en el lugar. Ella lo había esperado. Muerta pero no perdida, si Murbella conseguía refrenar su impetuosidad.
Odrade, en aquel momento, tenía a Teg ante su visión directa desde la torre. Logno había silenciado sus transmisiones de signos vitales con una contraseña y la había conducido a la torre poco después de la llegada de los primeros refugiados de Gammu. Nadie cuestionó la supremacía de Logno. Una Gran Honorada Matre muerta y otra viva debían ser algo familiar.
Esperando ser eliminada en cualquier momento, Odrade siguió reuniendo datos mientras ascendía por un nultubo escoltada por guardias. El tubo era un artefacto de la Dispersión, un pistón transparente en un cilindro transparente. Pocas paredes obstructoras en los pisos que pasaban. En su mayor parte visiones de zonas de habitación y esotérica maquinaria que Odrade supuso tenía finalidades militares. Una lujosa evidencia de confort y tranquilidad se incrementaba a medida que ascendían.
El poder trepa tanto físicamente como psicológicamente.
Llegaron a la parte superior. Una sección del cilindro del tubo basculó hacia afuera, y un guardia la empujó bruscamente hacia un suelo mullidamente alfombrado.
El cuarto de trabajo que me mostró Dama ahí abajo era otro tipo de decorado.
Odrade reconoció secreto. Equipo y mobiliario hubieran sido casi irreconocibles de no ser por los conocimientos de Murbella. Así que los otros centros de acción eran solamente para mostrar. Poblados Potemkin construidos para la Reverenda Madre.
Logno mintió acerca de las intenciones de Dama. Se esperaba que yo me fuera sin sufrir ningún daño… y sin llevar conmigo ninguna información útil.
¿Qué otras mentiras habían exhibido frente a ella?
Logno y todos los demás menos un guardia se dirigieron a una consola a la derecha de Odrade. Aquel era el auténtico centro. Lo estudió con cuidado. Un extraño lugar. Con un aura de asepsia. Tratado con productos químicos para mantenerlo absolutamente limpio. Sin contaminantes bacteriales o víricos. Sin sustancias desconocidas en la sangre. Todo desinfectado como un escaparate para viandas exóticas. Y Dama mostraba interés hacia la inmunidad Bene Gesserit a las enfermedades. Había una guerra bacteriológica en la Dispersión.
¡Desean algo de nosotras!
Y tendrían bastante con una sola Reverenda Madre superviviente si podían arrancarle la información que necesitaban.
Todo un equipo Bene Gesserit tendría que examinar los hilos de aquella tela y ver adónde conducían.
Si ganamos.
La consola de operaciones donde Logno concentraba su atención era más pequeña que las anteriores de exhibición. Manipulación por campos digitales. El cono en una mesita baja al lado de Logno era más pequeño y transparente, revelando la intrincada medusa de las sondas.
Hilo shiga, seguro.
El cono mostraba una clara afinidad con las sondas-T de la Dispersión que Teg y otros habían descrito. ¿Poseían aquellas mujeres más maravillas tecnológicas? Tenían que poseerlas.
Una pared brillante a espaldas de Logno, ventanas a su izquierda abriéndose a un balcón, una vista de Conexión hasta muy lejos visible desde allí, con movimientos de tropas y blindados. Reconoció a Teg en la distancia, una silueta sobre los hombros de un adulto, pero no dio ninguna señal de ver nada extraordinario. Siguió su lento estudio. Una puerta a un pasillo con otro nultubo parcialmente visible en una zona separada a su inmediata izquierda. Más baldosas verdes en el suelo, en aquella zona. Funciones distintas en aquel espacio.
Un repentino estallido de sonidos brotó más allá de la pared. Odrade identificó algunos de ellos. Las botas de los soldados hacían un ruido característico allí. Roce de telas exóticas. Voces. Los peculiares acentos de las Honoradas Matres respondiéndose las unas a las otras con tonos impresionados.
¡Estamos venciendo!
La impresión era de espera cuando lo invencible se derrumba. Estudió a Logno. ¿Se hundiría en la desesperación?
Si es así, puede que yo sobreviva.
El papel de Murbella debería ser cambiado. Bien, eso podía esperar. Las hermanas habían sido instruidas acerca de lo que tenían que hacer en el caso de una victoria. Ni ellas ni nadie más en las fuerzas de ataque pondrían sus manos sobre una Honorada Matre… ni erótica ni de ninguna otra manera. Duncan había preparado a los hombres, haciendo que los peligros de sus trampas sexuales fueran bien conocidos. No arriesgar la esclavitud. No erigir nuevos antagonismos.
La nueva Reina Araña se revelaba ahora como alguien aún más extraño de lo que Odrade había sospechado. Logno abandonó su consola y se acercó a un paso de distancia de Odrade.
—Habéis vencido esta batalla. Somos vuestros prisioneros.
Nada de naranja en sus ojos. Odrade barrió con su mirada a las mujeres a su alrededor que habían sido sus guardianas. Ojos claros, expresiones impasibles. ¿Era así como mostraban su desesperación? Aquello no encajaba. Logno y las demás no revelaban las respuestas emocionales esperadas.
¿Estaban ocultando algo?
Los acontecimientos de las últimas horas tenían que crear una crisis emocional. Logno no mostraba ninguna señal de ello. Ninguna contracción reveladora de algún nervio o músculo. Quizá una preocupación casual, y eso era todo.
¡Una máscara Bene Gesserit!
Tenía que ser inconsciente, algo desencadenado de forma automática por la derrota. Así que no aceptaban realmente la derrota.
Todavía estamos aquí con ellas. Latentes… ¡pero aquí! No es extraño que Murbella casi muriera. Se enfrentó a su propio pasado genético como una suprema prohibición.
—Mis compañeras —dijo Odrade—. Las tres mujeres que vinieron conmigo. ¿Dónde están?
—Muertas. —La voz de Logno estaba tan muerta como la palabra.
Odrade reprimió una punzada de dolor por Suipol.
Otro buen elemento perdido. ¡Y eso no es una amarga lección!
—Identificaré a las responsables si deseas venganza —dijo Logno.
Lección dos.
—La venganza es para niños y retardados emocionales.
Un ligero regreso del naranja en los ojos de Logno.
Los autoengaños humanos tomaban muchas formas, se recordó Odrade. Consciente de que la Dispersión podía producir lo inesperado, se había armado a sí misma de acuerdo con un distanciamiento protector que le dejara sitio para captar nuevos lugares, nuevas cosas y nueva gente. Había sabido que se vería obligada a poner muchas cosas en distintas categorías para que le sirvieran o para desviar amenazas. Tomó la actitud de Logno como una amenaza.
—No pareces inquieta, Gran Honorada Matre.
—Otras me vengarán. —Llanamente, casi con indiferencia.
Las palabras eran incluso más extrañas que su actitud. Lo mantenía todo bajo aquella capa encubridora, pero algunos detalles se revelaban momentáneamente a la atenta observación de Odrade. Cosas profundas e intensas, no enterradas. Estaba todo ahí dentro, enmascarado de la forma en que lo enmascararía una Reverenda Madre. Logno parecía no poseer ningún poder y sin embargo hablaba como si nada esencial hubiera cambiado.
—Soy tu cautiva pero eso no constituye ninguna diferencia.
¿Carecía realmente de poder? ¡No! Pero esa era la impresión que deseaba mostrar, y todas las demás Honoradas Matres a su alrededor reflejaban su respuesta.
¿Nos ves? Carecemos de poder excepto la lealtad de nuestras hermanas y los seguidores que hemos ligado a nosotras.
¿Tanto confiaban las Honoradas Matres en sus legiones vengadoras? Tan sólo era posible si nunca antes habían sufrido una derrota de aquel tipo. Sin embargo, algo las había arrojado huyendo de vuelta al Antiguo Imperio. Al Millón de Planetas.
Teg encontró a Odrade y a sus cautivas mientras recorría el lugar para afirmar su victoria. Las batallas siempre requerían aquel colofón analítico, especialmente para un comandante Mentat. Era un test comparativo que le exigía aquella batalla, más que cualquier otra en su experiencia. Aquel conflicto no podía ser archivado en su memoria hasta que la victoria estuviera confirmada y fuera compartida hasta tan lejos como fuera posible con aquellos que dependían de él. Aquél era su invariable esquema, y no le importaba lo que revelara de él. Rompe ese lazo de intereses interpenetrados y estarás preparado para la derrota.
Necesito un lugar tranquilo para reunir los hilos de esta batalla y efectuar un resumen preliminar.
En su estimación, uno de los problemas más difíciles de la batalla era conducirla de una forma que no diera rienda suelta al salvajismo humano. Una máxima Bene Gesserit. La batalla debía ser conducida para extraer lo mejor de aquellos que habían sobrevivido a ella. Algo difícil y a veces completamente imposible. Cuanto más remoto estaba el soldado de la carnicería, más difícil era. Esta era una de las razones por las cuales Teg siempre intentaba estar presente en el escenario de la batalla y examinarlo personalmente. Si no veías el dolor, fácilmente podías causar un dolor mayor sin pensarlo siquiera. Ese era el esquema de las Honoradas Matres. Pero sus dolores habían sido traídos a casa. ¿Qué podían hacer con ello?
Esa cuestión estaba en su mente cuando él y sus ayudantes emergieron del tubo para encontrarse con Odrade frente a un grupo de Honoradas Matres.
—Es nuestro comandante, el Bashar Miles Teg —dijo Odrade, señalándolo.
Las Honoradas Matres miraron a Teg.
¿Un niño a caballo sobre los hombros de un adulto? ¿Este es su comandante?
—Un ghola —murmuró Logno.
Odrade se dirigió a Haker.
—Lleva a esas prisioneras a algún lugar cercano donde puedan estar cómodas.
Haker no hizo ningún movimiento hasta que Teg asintió con la cabeza, luego indicó educadamente a las cautivas que lo precedieran hacia la zona embaldosada a su izquierda. Las Honoradas Matres no dejaron de captar la autoridad de Teg. Le miraron con ojos llameantes mientras obedecían la invitación de Haker.
¡Hombres ordenando a mujeres!
Con Odrade a su lado, Teg rozó el cuello de Streggi con una rodilla, y se encaminaron al balcón. Había una extraña cualidad en la escena que identificó al momento. Había presenciado multitud de escenas de batalla a lo largo de su anterior vida, la mayor parte de ellas desde un tóptero de observación. Aquel balcón estaba fijo en el espacio, proporcionándole una sensación de inmediatez. Estaban como a un centenar de metros por encima de los jardines botánicos donde se había desarrollado gran parte de lo más violento del conflicto. Muchos cuerpos yacían como resultado final de la batalla… muñecos arrojados a un lado por niños que se habían marchado. Reconoció algunos uniformes de sus tropas y sintió una punzada de dolor.
¿No pude hacer nada para impedir esto?
Había conocido muchas veces aquella sensación, y la había llamado «la culpabilidad del mando». Pero esta escena era distinta, no solamente en esa cualidad única que se encuentra en toda batalla sino de una forma que lo irritaba. Decidió que era en parte el escenario, un lugar más adecuado para fiestas campestres, ahora retorcido por un antiguo esquema de violencia.
Los animales pequeños y los pájaros estaban regresando, nerviosamente furtivos después del trastorno de aquella ruidosa intrusión humana. Pequeñas criaturas peludas con largas colas olisquearon las bajas y salieron corriendo hacia los árboles cercanos sin ninguna razón aparente. Coloridos pájaros se asomaron por entre la pantalla de hojas o volaron cruzando la escena… líneas de confusa pigmentación que se convirtió en camuflaje cuando se metieron bruscamente por entre las hojas. Acentos de plumas en la escena, intentando restablecer la no tranquilidad humana que los observadores confundían por paz en tales lugares. Teg sabía la realidad. En su vida pre-ghola, había crecido rodeado por un ambiente silvestre: le rodeaba la vida campesina, pero los animales salvajes se hallaban al otro lado de los cultivos. No había tranquilidad aquí afuera.
Con aquella observación reconoció lo que había tirado de su consciencia. Considerando el hecho de que había entrado en tromba en un bien controlado emplazamiento defensivo ocupado por defensores fuertemente armados, el número de bajas ahí delante era extremadamente pequeño. No había visto nada que explicara aquello hasta que entró en la Ciudadela. ¿Habían sido sorprendidas en desequilibrio? Sus pérdidas en el espacio eran una cosa… su habilidad de ver a las naves defensoras había producido una devastadora ventaja. Pero este complejo contenía posiciones preparadas donde hubieran podido atrincherarse los defensores y hacer el asalto más costoso. El derrumbamiento de la resistencia de las Honoradas Matres había sido repentino, y a estas alturas permanecía inexplicado.
Estaba equivocado suponiendo que responderían vendiendo cara su derrota.
Miró a Odrade.
—Esa Gran Honorada Matre de ahí dentro, ¿dio la orden a las defensas de que abandonaran?
—Esa es mi suposición.
Una respuesta cautelosa y típica de una Bene Gesserit. Ella también estaba sometiendo la escena a una cuidadosa observación.
¿Era su suposición una explicación razonable para la brusquedad con la cual los defensores habían arrojado sus armas?
¿Por qué deberían hacerlo? ¿Para impedir más derramamiento de sangre?
Dada la insensibilidad que normalmente demostraban las Honoradas Matres, aquello era poco probable. La decisión había sido tomada por razones que le inquietaban.
¿Una trampa?
Ahora que pensaba en ello, había otras cosas extrañas en la escena de la batalla. Ninguna de las habituales llamadas de los heridos, nadie arrastrándose y pidiendo a gritos camilleros y médicos. Podía ver algunos Suks moviéndose entre los cuerpos. Eso, al menos, era familiar, pero todas las figuras que examinaban eran dejadas allá donde habían caído.
¿Todos muertos? ¿Ningún herido?
Experimentó un miedo atroz. A veces había sentido miedo en la batalla, pero había aprendido a leerlo. Había algo que iba profundamente mal allí. Ruidos, cosas al alcance de su vista, olores, todo adquiría una nueva intensidad. Se sintió agudamente sintonizado con todo aquello, un animal predador en la jungla, conociendo su terreno pero consciente de algo intruso que debía ser identificado si no querías convertirte en cazado en vez de en cazador. Registró sus alrededores a un nivel distinto de consciencia, leyéndose al mismo tiempo a sí mismo, buscando los esquemas que habían despertado en él aquella respuesta. Streggi temblaba bajo él. Ella también sentía aquella inquietud.
—Hay algo que no encaja aquí —dijo Odrade.
Tendió una mano hacia ella, pidiendo silencio. Incluso en aquella torre, rodeado de tropas victoriosas, se sentía expuesto a una amenaza que sus gritantes sentidos no conseguían revelar.
¡Peligro!
Estaba seguro de ello. Lo desconocido lo frustraba. Requería cada asomo de su adiestramiento para impedirle caer en una fuga nerviosa.
Indicando con las rodillas a Streggi que se diera la vuelta, Teg ladró una orden a un ayudante que aguardaba de pie junto a la puerta del balcón. El ayudante escuchó en silencio y corrió a obedecer. Debían saber la cifra de bajas. ¿Cuántos heridos comparados con los muertos? Informes de las armas capturadas. ¡Urgente!
Cuando volvió a su examen de la escena, vio otra cosa inquietante, algo básicamente extraño que sus ojos habían intentado informar antes. Muy poca sangre en aquellas figuras caídas con uniformes Bene Gesserit. Uno esperaba que las bajas de una batalla mostraran esa evidencia definitiva de la común humanidad… flores rojas que se ennegrecían a la exposición al aire pero que siempre dejaban su marca indeleble en las memorias de aquellos que las veían. La ausencia de sangre era algo desconocido y, en los negocios de la guerra, lo desconocido tenía una historia de traer consigo peligros extremos.
Se dirigió en voz baja a Odrade.
—Poseen un arma que no hemos descubierto.