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En última instancia, todas las cosas son conocidas porque tú deseas creer que las conoces.

Koan Zensunni

Teg inspiró profundamente. Gammu se extendía ante él, exactamente allá donde sus navegantes habían dicho que estaría cuando emergieron del Pliegue espacial. Permanecía de pie junto a una atenta Streggi, viéndolo por la gran pantalla de observación de la sala de mandos de su nave insignia.

A Streggi no le gustaba que permaneciera sobre sus propios pies en vez de estar montado sobre los hombros de ella. Se sentía superflua entre toda aquella parafernalia militar. Su mirada no dejaba de fijarse en los campos de multiproyección en el centro de mando. Ayudantes moviéndose eficientemente entrando y saliendo por aberturas y campos, cuerpos envueltos en esotéricos uniformes, sabiendo lo que estaban haciendo. Ella apenas tenía una vaga idea de todas aquellas funciones.

El tablero de comunicaciones para retransmitir sus órdenes estaba bajo las palmas de Teg, mantenido allí mediante suspensores. Su campo de mando formaba una débil aureola azulada en torno a sus manos. La plateada herradura que lo mantenía en comunicación con las fuerzas de ataque se apoyaba ligeramente en sus hombros, con una sensación de familiaridad allí pese a ser mucho más grande con relación a su pequeño cuerpo que los enlaces de comunicación que había utilizado en su anterior vida.

Ninguno de aquellos que estaban a su alrededor se cuestionaban ya el hecho de que aquél era su famoso Bashar en el cuerpo de un niño. Recibían sus órdenes con una enérgica aceptación.

El sistema que constituía su blanco parecía de lo más normal desde aquella distancia: un sol y sus planetas cautivos. Pero Gammu en el centro del foco no era nada normal. Idaho había nacido allí, su ghola había sido adiestrado allí, sus memorias originales habían sido restauradas allí.

Y yo fui cambiado allí.

Teg no tenía ninguna explicación para lo que había hallado en sí mismo bajo la tensión de la supervivencia en Gammu. La velocidad física que drenaba su carne y una habilidad de ver no-naves, de localizarlas en un campo imaginario como un bloque de espacio reproducido en su mente.

Sospechaba un afloramiento salvaje en los genes Atreides. Habían sido identificadas algunas células dominantes en él, pero no su propósito. Eran la herencia que las amantes procreadoras Bene Gesserit habían ido mezclando durante eones. Había pocas dudas de que verían aquella habilidad como algo potencialmente peligroso para ellas. Podían utilizarlo, pero él seguramente perdería su libertad.

Apartó de su mente esas reflexiones.

—Enviad los señuelos.

¡Acción!

Teg se dio cuenta de que asumía una postura familiar. Había como una sensación de ascender hasta una refrescante eminencia cuando terminara la planificación. Las teorías habían sido articuladas, las alternativas cuidadosamente elaboradas y sus subordinadas desplegadas, y todo ello cuidadosamente transmitido a los subordinados. Sus jefes de grupo claves se habían aprendido Gammu de memoria… dónde podían encontrar partisanos, cada cabeza de puente, cada punto de resistencia conocido y qué rutas de acceso eran más vulnerables. Les había advertido especialmente acerca de los Futars. La posibilidad de que las bestias humanoides pudieran convertirse en aliados no debía ser ignorada. Los rebeldes que habían ayudado al ghola Idaho a escapar de Gammu habían insistido en que los Futars habían sido creados para cazar y matar a las Honoradas Matres. Conociendo los relatos de Dortujla y otros, uno podía casi apiadarse de las Honoradas Matres si aquello era cierto, excepto que la piedad no podía malgastarse con aquellas que nunca la habían mostrado con los demás.

El ataque estaba tomando su forma prevista… naves de exploración descendiendo en medio de una barrera de señuelos y pesados transportes avanzando hasta las posiciones clave. Teg se convirtió ahora en lo que él denominaba «el instrumento de mis instrumentos». Era difícil determinar quién mandaba y quién respondía.

Ahora, la parte más delicada.

Había que temer lo desconocido. Un buen comandante mantenía eso muy firme en su mente. Siempre había lo desconocido.

Los señuelos estaban acercándose al perímetro defensivo. Veía no-naves enemigas y sensoras de los Pliegues espaciales… puntos brillantes alineados en su consciencia. Teg las sobreimprimió a las posiciones de sus fuerzas. Cada orden que diera debía parecer que se originaba en un plan de batalla que todos ellos compartían.

Se sentía agradecido de que Murbella no se hubiera unido a ellos. Cualquier Reverenda Madre vería a través de su engaño. Pero nadie había cuestionado la orden de Odrade de que ella aguardara con su grupo a una distancia segura.

—Es una Madre Superiora Potencial. Guardadla bien.

La explosiva demolición de los señuelos se inició con un despliegue al azar de brillantes estallidos en torno al planeta. Se inclinó hacia adelante, examinando las proyecciones.

—¡Ahí está el esquema!

No había tal esquema, pero sus palabras crearon credulidad, y los pulsos se aceleraron. Nadie cuestionó que el Bashar había visto vulnerabilidad en las defensas. Sus manos se agitaron sobre el tablero de comunicaciones, enviando a sus naves en un llameante despliegue que pobló el espacio tras ellas con fragmentos del enemigo.

—¡Correcto! ¡Adelante!

Entró directamente el rumbo de la nave insignia a Navegación, luego dirigió toda su atención al Control de Fuego. Silenciosas explosiones salpicaban el espacio en torno a ellos a medida que la nave insignia rebasaba los elementos supervivientes del perímetro guardián de Gammu.

¡Más señuelos! —ordenó.

Globos de blanca luz parpadearon en los campos de proyección.

La atención en la sala de mandos estaba concentrada en los campos, no en su Bashar. ¡Lo inesperado! Teg, justamente famoso por eso, estaba confirmando su reputación.

—Encuentro esto extrañamente romántico —murmuró Streggi.

¿Romántico? ¡No hay ningún romanticismo en esto! El tiempo del romanticismo había pasado y todavía tenía que llegar. Una cierta aura podía rodear los planes para 1a violencia. Aceptaba eso. Los historiadores creaban su propio tipo de drama-cum-romance. ¿Pero ahora? ¡Este era el momento de la adrenalina! El romanticismo te distraía de tus necesidades. Tenias que sentirte frío por dentro, con una clara y nítida línea trazada entre mente y cuerpo.

Mientras sus manos se agitaban sobre el campo del tablero de comunicaciones, Teg se dio cuenta de lo que había empujado a Streggi a hablar. Algo primitivo acerca de la muerte y la destrucción siendo creadas allí. Este era un momento extirpado del orden normal. Un inquietante regreso a los antiguos esquemas tribales.

Sintió un tam-tam en su pecho, y voces cantando: «¡Mata! ¡Mata! ¡Mata!».

Su visión de las no-naves guardianas mostró a supervivientes huyendo presas del pánico.

¡Bien! El pánico es una forma de dispersar y debilitar a nuestros enemigos.

—Ahí está Baronía.

Idaho había vuelto a aplicar el viejo nombre Harkonnen a la extendida ciudad con su gigantesca mole central de plastiacero negro.

Aterrizaremos en el Campo del norte.

Pronunció las palabras pero sus manos transmitieron las órdenes.

¡Ahora rápidos!

Por unos breves momentos, mientras vomitaban sus tropas, las no-naves fueron visibles y vulnerables. Todas sus fuerzas estaban atentas a las órdenes de su tablero de comunicaciones, y la responsabilidad era pesada.

—Esto tan sólo es una finta. Iremos de un lado para otro infligiendo serios daños. Nuestro auténtico blanco es Conexión.

La advertencia de Odrade al partir estaba clavada en su memoria:

—Hay que enseñarles a las Honoradas Matres una lección como nunca hasta ahora les ha sido enseñada. Atácanos, y recibirás un terrible castigo. Presiónanos, y el daño puede ser enorme. Han oído acerca de los castigos Bene Gesserit. Somos célebres por ellos. Sin duda la Reina Araña se habrá reído un poco de eso. ¡Tienes que hacer que se trague esa risa!

¡Abandonad la nave!

Aquél era el momento vulnerable. El espacio sobre ellos permanecía vacío de amenazas, pero lanzas de fuego trazaron sus arcos desde el este. Sus cañoneros podían hacerse cargo de ello. Se concentró en la posibilidad de que las no-naves enemigas pudieran regresar para un ataque suicida. Las proyecciones de la sala de mando mostraban sus naves de ataque y sus transportes de tropas desembarcando a sus hombres. La fuerza de choque, una élite acorazada sobre suspensores, tenía ya dominado el perímetro.

Los com-ojos portátiles ampliaban su campo de observación y lo conectaban con los más íntimos detalles de la violencia. Las comunicaciones eran la clave del mando responsivo, pero también mostraban las más sangrientas de las destrucciones.

—¡Todo bajo control!

La señal resonó por todo el puesto de mando.

Hizo que la nave se elevara del Campo y regresara a invisibilidad completa. Ahora tan sólo los enlaces de comunicaciones daban a los defensores un indicio de su posición, y estos estaban enmascarados por relés-señuelo.

La proyección mostró el monstruoso rectángulo del antiguo centro Harkonnen. Había sido construido como un bloque de metal que absorbía la luz para confinar a los esclavos. La élite había vivido en mansiones-jardín en su parte superior. Las Honoradas Matres lo habían devuelto a la antigua opresión.

Tres de las gigantescas naves de ataque aparecieron ante su vista.

—¡Limpiad la parte superior de esa cosa! —ordenó—. Limpiadla completamente, pero causad el menor daño posible a la estructura.

Sabía que sus palabras eran superfluas, pero hablaba para las grabaciones. Todo el mundo en las fuerzas de ataque sabía lo que quería.

—¡Transmitan informes! —ordenó.

La información empezó a fluir procedente de la herradura que llevaba colgada a los hombros. Los com-ojos mostraban a sus tropas limpiando el perímetro. La batalla sobre sus cabezas y en el suelo estaba dominada a lo largo de al menos cincuenta kilómetros. Las cosas estaban yendo mucho mejor de lo que había esperado. De modo que las Honoradas Matres mantenían el grueso de sus fuerzas fuera del planeta, no anticipando un ataque directo. Una actitud familiar, y tenía que darle las gracias a Idaho por haberla predicho.

—Están cegadas por el poder. Creen que el blindaje pesado hay que efectuarlo en el espacio y el ligero en el suelo. Las armas pesadas son bajadas a la superficie del planeta cuando se hacen necesarias. No tiene ningún sentido mantenerlas en la superficie. Exigen demasiada energía. Además, el saber la existencia de todo ese equipo pesado ahí arriba posee un efecto apaciguador sobre las poblaciones cautivas.

Las concepciones de Idaho sobre armamento eran devastadoras.

—Tendemos a fijar nuestras mentes en lo que creemos saber. Un proyectil es un proyectil incluso cuando lo miniaturizamos para que contenga venenos o armas biológicas.

Las innovaciones en el equipo de protección mejoraban la movilidad. Construye de acuerdo con normas uniformes siempre que sea posible. E Idaho había traído de vuelta el campo escudo con su temible destrucción cuando era golpeado por un rayo láser. Escudos a suspensor ocultos en lo que parecían ser soldados (pero que eran en realidad uniformes hinchados) fueron diseminados por delante de las tropas. Los disparos láser lanzados contra ellos produjeron atómicas que limpiaron grandes zonas.

¿Conexión va a ser tan fácil?

Teg lo dudaba. La necesidad reforzaba la rápida adaptación a nuevos métodos.

En Conexión pueden disponer de escudos en menos de dos días.

Y ninguna inhibición acerca de cómo emplearlos.

Sabía que los escudos habían dominado el Antiguo Imperio, debido a ese extraño e importante conjunto de palabras denominado «Gran Convención». La gente honorable no hacia mal uso de las armas de su sociedad feudal. Si deshonrabas la Convención, tus pares se volvían contra ti en una violencia unida. Más que eso, estaba también lo intangible, la «Fachada», que algunos llamaban el «Orgullo».

¡La Fachada! Mi posición aquí.

Algo más importante para algunos que la propia vida.

—Esto nos está costando muy poco —dijo Streggi.

Estaba convirtiéndose en la analista de la batalla, algo demasiado banal para los gustos de Teg. Streggi quería decir que estaban perdiendo muy pocas vidas, pero quizá estuviera diciendo una verdad mayor de la que sospechaba.

—Es difícil pensar en dispositivos baratos para que hagan el trabajo —había dicho Idaho—. Pero esa es un arma poderosamente económica.

Si tus armas costaban tan sólo una pequeña fracción de la energía gastada por tu enemigo, tenias en tus manos una potente palanca que podía prevalecer contra aparentemente abrumadoras posibilidades. Prolonga el conflicto, y gastarás la sustancia del enemigo. Tu adversario se derrumbará porque perderá el control de la producción y de los trabajadores.

—Podemos empezar a marcharnos —dijo, alejándose de las proyecciones mientras sus manos repetían la orden—. Deseo informes de bajas tan pronto como… —Se interrumpió y se volvió ante una repentina agitación.

¿Murbella?

Su proyección se repetía en todos los campos de la sala de mandos. La voz de la mujer restalló desde todas las imágenes:

—¿Por qué estás descuidando los informes de tu perímetro?

Se volvió hacia su tablero de comunicaciones, y las proyecciones mostraron a un comandante de campo en mitad de una frase:

—… órdenes. Tendremos que rechazar su petición.

—Repita —dijo Murbella.

Los sudorosos rasgos del comandante de campo se volvieron hacia su com-ojo móvil. El sistema de comunicaciones compensó las dos imágenes, y pareció mirar directamente a los ojos de Teg.

—Repitiendo: Tengo aquí a unos supuestos refugiados solicitando asilo. Su líder dice que es poseedor de un acuerdo que requiere de la Hermandad que honre su petición, pero sin órdenes…

—¿De quién se trata? —preguntó Teg.

—Se hace llamar el Rabino, y posee el diamante Suk…

Teg fue a recuperar el control de su tablero de comunicaciones.

—¡Espera! —Murbella inmovilizó su gesto.

¿Por qué está haciendo esto?

La voz de la mujer llenó de nuevo la sala de mandos.

—Tráelo a él y a su grupo a la nave insignia. Hazlo rápido. —Silenció la conexión con el perímetro.

Teg se sintió ultrajado, pero se sabía en desventaja. Eligió una de las múltiples imágenes y la miró furioso.

—¿Cómo os atrevéis a interferir con…?

—Porque tú no posees los datos necesarios. El Rabino tiene derecho a formular sus exigencias. Prepárate para recibirlo con todos los honores.

—Explicaos.

—¡No! No necesitas saberlo. Pero era necesario que yo tomara esta decisión cuando vi que tú no estabas respondiendo a…

—¡Ese comandante se hallaba en una zona de diversión! No era importante que…

—Pero la petición del Rabino tiene prioridad.

—¡Sois tan mala como una Madre Superiora!

—Quizá peor. ¡Ahora escúchame! Haz llevar inmediatamente a esos refugiados a tu nave insignia. Y prepárate para recibirme.

—¡Absolutamente no! Tenéis que quedaros donde…

—¡Bashar! Hay algo acerca de esta petición que requiere las atenciones de una Reverenda Madre. Dice que se hallan en peligro porque dieron temporalmente refugio a la Reverenda Madre Lucilla. Acepta esto o retírate.

—Entonces dejad que mi gente vuelva a las naves y nos retiremos primero. Nos encontraremos cuando estemos a resguardo.

—De acuerdo. Pero te lo advierto: trata a esos refugiados con cortesía.

—Ahora dejad libres mis proyecciones. ¡Me habéis cegado, y eso fue una temeridad!

—Lo tienes todo bien por la mano, Bashar. Durante este rato otra de nuestras naves aceptó a cuatro Futars. Acudieron pidiendo ser llevados a los Adiestradores, pero yo ordené que fueran confinados. Deben ser tratados con extrema cautela.

Las proyecciones de la sala de mandos recuperaron su enlace con la batalla. Teg llamó una vez más de vuelta a sus fuerzas. Se sentía hervir, y necesitó unos minutos antes de recuperar su sentido del mando. ¿Se daba cuenta Murbella de la forma en que había minado su autoridad? ¿O debía tomar aquello como una medida de la importancia que ella concedía a los refugiados?

Cuando la situación estuvo controlada, entregó la sala de mandos a un ayudante y, a hombros de Streggi, fue a ver a aquellos importantes refugiados. ¿Qué había de tan vital en ellos que Murbella se había arriesgado a interferir?

Se hallaban en la escotilla de un transporte de tropas, mantenidos aparte por un grupo de soldados mandados por un cauteloso comandante.

¿Quién sabe lo que puede haber oculto entre esos desconocidos?

El Rabino, identificable a causa de que era tratado con una deferencia especial por el comandante de campo, permanecía de pie junto a una mujer vestida de marrón al frente de su gente. Era un hombre pequeño y barbudo con un casquete blanco sobre su cabeza. La fría iluminación lo hacía parecer muy anciano. La mujer escudaba sus ojos con una mano. El Rabino estaba hablando, y sus palabras se hicieron audibles cuando Teg se aproximó a ellos.

¡La mujer estaba sometida a un ataque verbal!

—¡Los orgullosos serán arrastrados hasta lo más bajo!

Sin apartar su mano de su posición defensiva, la mujer dijo:

—No estoy orgullosa de lo que llevo conmigo.

—¿Ni de los poderes que este conocimiento puede reportarte?

Con una presión de sus rodillas, Teg ordenó a Streggi que se detuviera a unos diez pasos de distancia. Su comandante lanzó una breve mirada a Teg pero siguió en su posición, dispuesto a actuar defensivamente si aquello demostraba ser un movimiento de diversión.

Buen hombre.

La mujer inclinó aún más su cabeza y apretó la mano contra sus ojos al hablar:

—¿No se nos ha ofrecido un conocimiento que podemos usar en nuestro sagrado servicio?

—¡Hija! —El Rabino se envaró violentamente—. Cualquier cosa que podamos saber que podemos utilizar con provecho no puede ser nunca una gran cosa. Todo lo que llamamos conocimiento, todo lo que existe para abarcar lo que un corazón humilde puede contener, todo ello puede que no sea más que una semilla en el surco.

Teg se sintió reluctante a interferir. Qué forma más arcaica de hablar. Aquella pareja lo fascinaba. Los demás refugiados escuchaban aquel intercambio con una absorta atención. Tan sólo el comandante de campo de Teg parecía mantenerse un tanto al margen, manteniendo su atención fija en los desconocidos y haciendo ocasionalmente alguna señal con las manos a sus ayudantes.

La mujer mantuvo la cabeza respetuosamente inclinada y la mano que escudaba sus ojos en su lugar, pero siguió defendiéndose.

—Incluso una semilla perdida en su surco puede dar nacimiento a la vida.

Los labios del Rabino se apretaron hasta formar una estrecha línea, luego:

—Sin agua y cuidados, es decir, sin la bendición y la palabra, no existe la vida.

Un enorme suspiro agitó los hombros de la mujer, pero se mantuvo en aquella extrañamente sumisa posición cuando respondió:

—Rabino, he oído y obedezco. Sin embargo, debo hacer honor a ese conocimiento que me ha sido confiado debido a que contiene exactamente la misma advertencia que tú acabas de formular.

El Rabino apoyó una mano sobre su hombro.

—Entonces ve a entregarlo a aquellos que lo desean, y que el mal no entre en ti mientras lo haces.

El silencio le dijo a Teg que la discusión había terminado. Indicó a Streggi que siguiera adelante. Pero antes de que la acólita pudiera moverse, Murbella avanzó por su lado a grandes zancadas e hizo una inclinación de cabeza hacia el Rabino mientras sus ojos no se apartaban de la mujer.

—En nombre de la Bene Gesserit y de nuestra deuda con vosotros, os doy la bienvenida y os ofrezco nuestro refugio —dijo Murbella.

La mujer de ropas marrones bajó la mano, y Teg vio unas lentes de contacto brillando en su palma. La mujer alzó la cabeza, y hubo jadeos a todo su alrededor. Sus ojos tenían el azul total de la adicción a la especia, pero también mostraban esa fuerza interior que señalaba a quien había sobrevivido a la Agonía.

Murbella la identificó instantáneamente. ¡Una Reverenda Madre salvaje! Desde los días Fremen de Dune no se había conocido la existencia de ninguna de ellas.

La mujer devolvió a Murbella la inclinación de cabeza.

—Me llamo Rebecca. Y me siento llena de alegría de estar con vos. El Rabino piensa que soy una gansa estúpida, pero llevo conmigo un huevo de oro que traigo de Lampadas: siete millones seiscientas veintidós mil catorce Reverendas Madres, y todas son vuestras con pleno derecho.