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¿Cuándo puede confiarse en las brujas? ¡Nunca! El lado oscuro del universo mágico pertenece a la Bene Gesserit, y debemos rechazarlo.

TYLWYTH WAFF, Maestro de Maestros

La gran Sala Común de Central con sus hileras de asientos y su plataforma elevada en un extremo estaba repleta de hermanas Bene Gesserit, muchas más de las que nunca antes se habían reunido allí. La Casa Capitular había quedado casi paralizada aquella tarde debido a que pocas deseaban enviar representantes y las decisiones importantes no podían ser delegadas a los cuadros de servicio. Las Reverendas Madres con sus negros atuendos dominaban la reunión en sus grupos reunidos cerca del estrado, pero la sala hormigueaba con acólitas con sus túnicas orladas de blanco, y allí estaban incluso las más recién enroladas. Grupos de túnicas blancas señalando a las acólitas más jóvenes salpicaban la escena en apretados grupos pequeños, arracimándose para darse mutuo apoyo. Todas las demás habían sido excluidas por las Censoras Convocantes.

El aire era denso con las respiraciones cargadas de melange, y poseía esa húmeda y excesivamente usada cualidad que se produce cuando la máquina de acondicionamiento está sobrecargada. Los olores de la reciente comida, con un intenso aroma a ajo, flotaban en aquella atmósfera como un intruso no invitado. Esto y las historias que empezaban a difundirse por la sala aumentaban las tensiones.

La mayor parte mantenían su atención centrada en la plataforma elevada y la puerta lateral por donde debía entrar la Madre Superiora. Incluso mientras hablaban con sus compañeras o iban de un lado para otro, mantenían sus ojos fijos en aquel lugar por donde sabían que pronto iba a entrar alguien para crear profundos cambios en sus vidas. La Madre Superiora no las reuniría a todas en la gran Sala Común con la promesa de importantes anuncios a menos que tuviera entre manos algo capaz de sacudir los cimientos de la Bene Gesserit.

La sala había utilizado como prototipo los antiguos estadios deportivos, y los asientos reservados por el largo uso separaban hasta un cierto grado a las hermanas. Cuanto más cerca del estrado, más importantes. Las acólitas interpretaban esto como una demostración de la forma en que penetrabas en la Hermandad, avanzando hacia adelante a medida que progresabas en tus habilidades.

Las acólitas que aún estaban lejos de la Agonía sospechaban que estaban siendo maniobradas. Después de todo, la Bene Gesserit había elevado el control de las multitudes a un fino arte. Eran pequeñas emisoras de feromonas, por ejemplo. Tomad una masa de gente crispada e incierta. Reverendas Madres sin su hábito acostumbrado paseándose por entre ella y elevando sus voces exactamente hasta el nivel adecuado, diciendo exactamente las cosas necesarias.

«No es que me preocupe por ti, amigo, pero yo me largo de aquí. Este no es lugar para alguien que valore en algo su piel». «Creo que lo importante está ocurriendo en esa calle. Hará algunos minutos vi actividad ahí». «Todo ha quedado decidido. Lo oí de ya-sabes-quién ahí en la esquina».

«Ya-sabes-quién» era una maravillosa etiqueta. Decía:

«Los dos sabemos el nombre y es demasiado importante como para pronunciarlo aquí entre toda esa gente». Una sagaz inclinación de cabeza, un guiño disimulado. Mensajes corporales que encajaban con las cuidadosamente alzadas voces. Las Reverendas Madres eran conocidas por controlar a toda una multitud en unos escasos minutos y sin que ninguna persona se diera cuenta de que había sido maniobrada.

Las acólitas más jóvenes olisqueaban el aire en busca de feromonas e intentaban localizar extraños dispositivos y movimientos desacostumbrados entre las Reverendas Madres. Las Censoras estaban atareadas, empleando la sinceridad en su máximo exponente en su esfuerzo por reducir las tensiones.

La Madre Superiora nunca estaba sujeta a las escaramuzas de la masa que aguardaba en sus apariciones en las asambleas. Ningún codo se clavaba en sus costillas, ni sentía el pisotón de un pie vecino. Nunca se veía obligada a avanzar como avanzaban las otras en una especie de gusano compuesto por cuerpos apretujados en una no deseada proximidad.

Bellonda precedió a Odrade en la sala, subiendo a la plataforma con ese anadeo beligerante que la hacía fácilmente identificable incluso a distancia. Odrade la seguía a unos cinco pasos. Luego venían las principales consejeras y ayudantes, con Murbella y su negro atuendo (con un aspecto aún en cierto modo aturdido a causa de la Agonía, hacía tan sólo dos semanas) entre ellas. Dortujla cojeaba muy cerca detrás de Murbella, con Tam y Sheeana a su lado. Al final de aquella procesión avanzaba Streggi, llevando a Teg sobre sus hombros. Hubo excitados murmullos cuando apareció Teg. Los machos raras veces tomaban parte en las asambleas, pero todo el mundo en la Casa Capitular sabia que aquél era el ghola de su Bashar Mentat, viviendo ahora en un acantonamiento con todo lo que quedaba de las fuerzas militares de la Bene Gesserit.

Viendo de aquella forma las apretadas huestes de la Bene Gesserit, Odrade experimentó una sensación de vacío. Algún antepasado había dicho, pensó: «Cualquier maldito estúpido sabe que un caballo puede correr más rápido que otro». A menudo, allí en las reuniones menores en aquella copia de un estadio deportivo, se había sentido tentada a citar aquel pequeño consejo, pero sabía que el ritual tenía también otras finalidades mejores. Las asambleas las mostraban las unas a las otras.

Aquí estamos todas juntas. Nuestra familia.

La Madre Superiora y sus ayudantes avanzaban como un peculiar manojo de energía entre la multitud hacia la plataforma, manteniendo su posición de eminencia al borde de la arena.

Así debió llegar el César. ¡Pulgares para abajo en todo el maldito asunto! Dirigiéndose a Bellonda, dijo:

—Comencemos.

Después, sabía que se preguntaría por qué no había delegado en alguien para que efectuara su aparición ritual y pronunciara las grandilocuentes palabras. A Bellonda le encantaba esa preeminente posición y, por ese motivo, nunca debería conseguirla. Pero quizá hubiera alguna hermana de más bajo escalón que se sintiera azarada por la elevación y obedeciera simplemente por lealtad, simplemente por esa subyacente necesidad de hacer lo que la Madre Superiora ordenaba.

¡Dioses! Si es que hay alguno de vosotros por aquí, ¿por qué permitís que seamos tan pusilánimes?

Allí estaban, con Bellonda preparándolas para ella. Los batallones de las Bene Gesserit. No eran en realidad batallones, pero Odrade imaginaba a menudo a las hermanas alineadas, catalogándolas según sus funciones. Esa es un líder de escuadrón. Esa es un capitán general. Esta es un humilde sargento y ahí hay un mensajero.

Las hermanas se sentirían ultrajadas si supieran de aquella peculiaridad suya. La mantenía bien oculta detrás de una actitud de «asignación ordinaria». Podías asignar rangos de teniente sin llamarlos tenientes. Taraza había hecho lo mismo.

Preguntada en una ocasión por Bellonda, Odrade había dicho:

—Somos profesionales de amplia experiencia y eso es algo curioso en sí mismo, Bell. Los especialistas tienden a gravitar hacia el lugar donde pueden ser empleados. Piensa en ello.

Odrade contempló hoscamente sus propios pensamientos. Aquél no era el tipo de análisis que prefería. Conducía a un callejón sin salida. Sin salida a menos que elijamos una de dos opciones: aferrar las riendas y convertirnos en tiranos por derecho propio, o desvanecernos en una historia escrita por otros.

Bell estaba diciéndoles ahora que la Hermandad era probable que tuviera que hacer algún nuevo trato con su tleilaxu cautivo. Amargas palabras para Bell:

—Hemos pasado la dura prueba, tleilaxu y Bene Gesserit juntos, y hemos salido de ella cambiados. En un cierto sentido, nos hemos cambiado el uno al otro.

Sí, somos como rocas rozándose las unas contra las otras durante tanto tiempo que cada una de ellas toma en cierta medida la forma requerida por la otra. ¡Pero la roca original sigue existiendo ahí en su parte más profunda!

La audiencia empezaba a mostrarse inquieta. Sabían que todo aquello era preliminar, no importaba el oculto mensaje que se adivinaba dentro de aquellas alusiones a los tleilaxu. Preliminar y de una importancia relativa. Odrade avanzó hasta situarse al lado de Bellonda, indicándole que cortara sus palabras.

—Aquí está la Madre Superiora.

Cuánto les cuesta morir a los viejos esquemas. ¿Acaso cree Bell que no me reconocen?

Odrade habló con tonos compulsivos, algo muy parecido a la Voz.

—Han sido emprendidas acciones que requieren que yo me reúna en Conexión con la líder de las Honoradas Matres, una reunión de la cual es posible que no salga viva. Probablemente no sobreviviré. Esa reunión será en parte un movimiento de distracción. Vamos a castigarlas.

Odrade aguardó a que descendieran los murmullos, oyendo a la vez acuerdo y desacuerdo en los sonidos. Interesante. Aquellas que estaban de acuerdo eran las situadas más cerca del estrado y las más alejadas de entre las nuevas acólitas. ¿Desacuerdo de las acólitas más avanzadas? Si. Conocían la advertencia: No nos atrevemos a alimentar este fuego.

Descendió su voz a un tono más bajo, dejando que sus palabras fueran transmitidas de boca a boca en las últimas filas.

—Antes de marcharme, Compartiré con más de una hermana. Estos momentos requieren mucha cautela.

—¿Cuál es vuestro plan? ¿Qué debemos hacer nosotras? —Las preguntas surgieron desde varios lados.

—Haremos una finta en Gammu. Eso debe conducir a los aliados de las Honoradas Matres a Conexión. Entonces tomaremos Conexión y, espero, capturaremos a la Reina Araña.

—¿El ataque se producirá mientras vos estáis en Conexión? —La pregunta procedía de Garimi, una Censora de sobrio rostro directamente debajo de Odrade.

—Ese es el plan. Estaré transmitiendo mis observaciones a los atacantes. —Odrade hizo un gesto hacía Teg, sentado sobre los hombros de Streggi—. El Bashar conducirá el ataque en persona.

—¿Quién irá con vos? Sí, ¿a quién tomaréis? —No había dudas acerca de la preocupación en esas exclamaciones. Así que la noticia aún no se había difundido por la Casa Capitular.

—Tam y Dortujla —dijo Odrade.

—¿Quién Compartirá con vos? —De nuevo Garimi. ¡Por supuesto! Esa es la pregunta política de mayor interés. ¿Quién puede suceder a la Madre Superiora? Odrade oyó un nervioso agitarse tras ella. ¿Bellonda excitada? No tú, Bell. Tú ya lo sabes.

—Murbella y Sheeana —dijo Odrade—. Y otra, si las Censoras se dignan nombrar una candidata.

Las Censoras formaron pequeños grupos de consulta, pasándose sugerencias de grupo a grupo, pero no fue sometido ningún nombre. Alguien sin embargo tenía una pregunta:

—¿Por qué Murbella?

—¿Quién conoce mejor a las Honoradas Matres? —preguntó Odrade.

Aquello las silenció.

Garimi se acercó al estrado y alzó la vista hacía Odrade con una penetrante mirada. ¡No intentes engañar a una Reverenda Madre, Darwi Odrade!

—Tras nuestra finta en Gammu, estarán aún más alertas y reforzarán Conexión. ¿Qué os hace pensar que podemos vencerlas?

Odrade se apartó a un lado e hizo una seña a Streggi para que avanzara con Teg.

Teg había estado observando la actuación de Odrade con algo parecido a la fascinación. Ahora miró a Garimi. Su cargo era el de Censora Jefe de Asignaciones, y sin duda había sido elegida para hablar en nombre de un grupo de hermanas. Se le ocurrió que su absurda posición sobre los hombros de una acólita había sido planeada por Odrade con otras razones distintas a las que había proclamado.

Para situar mis ojos a un nivel cercano a los de los adultos a mi alrededor… pero también para recordarles mi menor estatura, para tranquilizarlas con el hecho de que una Bene Gesserit (y solamente una acólita) controla aún mis movimientos.

—No voy a entrar ahora en todos los detalles del armamento —dijo. ¡Maldita sea esta voz aguda!

Sin embargo, había atraído su atención.

—Pero vamos a lanzar una serie de señuelos que destruirán una gran parte de la zona a su alrededor si son golpeados por un rayo láser… y vamos a rodear Conexión con dispositivos que nos revelarán el movimiento de sus no-naves.

Cuando siguieron mirándole, añadió:

—Si la Madre Superiora confirma mis conocimientos anteriores de Conexión, sabremos íntimamente las posiciones de nuestros enemigos. No deben haberse producido cambios significativos. No ha pasado el tiempo suficiente…

Sorpresa, y lo inesperado. ¿Qué otra cosa esperaban de su Bashar Mentat? Mantuvo la mirada de Garimi, desafiándola a expresar en voz alta más dudas acerca de su habilidad militar.

La Censora tenía otra pregunta.

—¿Tenemos que suponer que Duncan Idaho os aconseja en armamento?

—Cuando uno dispone de lo mejor, es un estúpido si no lo utiliza —dijo Teg.

—¿Pero os acompañará como Maestro de Armas?

—Ha elegido no abandonar la nave, y todas vosotras sabéis por qué. ¿Cuál es el significado de esa pregunta?

La había desviado de su cuestión y la había reducido al silencio, y eso no le gustó a Garimi. ¡Un hombre no debería ser capaz de maniobrar de esa forma a una Reverenda Madre!

Odrade avanzó unos pasos y apoyó una mano en el brazo de Teg.

—¿Habéis olvidado todas que este ghola es nuestro leal amigo, Miles Teg? —Miró a una serie de rostros en particular entre la concurrencia, eligiendo a aquellas que estaba segura que habían actuado como perros guardianes de los com-ojos y sabían que Teg era su padre, trasladando su mirada de rostro a rostro con una deliberada lentitud que no podía ser mal interpretada.

¿Hay alguna entre vosotras que se atreva a gritar «nepotismo»? ¡Entonces revisa una vez más las grabaciones de sus servicios!

Los sonidos de la Asamblea volvieron a hacerse más acordes a lo que podía esperarse de una reunión de aquel tipo. Dejaron de ser el vulgar entrechocar de voces exigentes compitiendo por llamar la atención. Ahora conjuntaban sus voces en un esquema muy parecido a un canto llano pero sin ser exactamente un canto. Las voces ondulaban y fluían conjuntadamente. Odrade siempre encontraba aquello notable. Nadie dirigía la armonía. Se producía debido a que todas eran Bene Gesserit. De una forma natural. Aquella era la única explicación que necesitaban. Ocurría porque tenían práctica en ajustarse las unas a las otras. La danza de sus movimientos cotidianos tenía su continuación en sus voces. Todas juntas, siempre unidas, no importaban los desacuerdos transitorios.

—Nunca se dispone de lo suficiente para efectuar predicciones ajustadas de acontecimientos penosos —dijo Odrade—. ¿Quién conoce esto mejor que nosotras? ¿Hay alguna entre nosotras que no haya aprendido la lección del Kwisatz Haderach?

No necesitaba elaborar aquella cuestión. Una mala predicción no alteraría su rumbo. Eso mantuvo a Bellonda en silencio. Las Bene Gesserit eran esclarecedoras. No había entre ellas estúpidas que atacaran al portador de malas noticias. ¿Echarle la culpa al mensajero? (¿Quién podía esperar algo bueno de gente así?). Ese era un esquema que debía ser evitado a toda costa. ¿Silenciaremos a los mensajeros desagradables, pensando que el profundo silencio de la muerte va a eliminar el mensaje? ¡La Bene Gesserit era mucho mejor que eso! La muerte hace más fuerte la voz del profeta. Los mártires son realmente peligrosos.

Odrade observó cómo una consciencia reflexiva se difundía por toda la sala, incluso hasta las últimas filas superiores.

Estamos entrando en tiempos difíciles, hermanas, y debemos aceptarlo. Incluso Murbella lo sabe. Y sabe ahora por qué yo me mostraba tan ansiosa por hacer de ella una hermana. Todas nosotras lo sabemos, de una u otra forma.

Odrade se volvió y miró a Bellonda. No había decepción allí. Bell sabía por qué ella no se hallaba entre las elegidas. Es el mejor camino que tenemos, Bell. Infiltrarnos. Agarrarlas antes de que sospechen siquiera lo que estamos haciendo.

Desviando su mirada hacia Murbella, Odrade vio una respetuosa consciencia. Murbella estaba empezando a recibir sus primeras cochuras de buenos consejos de sus Otras Memorias. El estadio maníaco había pasado, e incluso estaba recuperando un cierto afecto hacia Duncan. A su debido tiempo, quizá… El adiestramiento Bene Gesserit aseguraba que juzgaría por sí misma a las Otras Memorias. Nada en el porte de Murbella decía: «¡Guárdate para ti misma tus despreciables consejos!». Poseía comparaciones históricas, y no podía eludir su obvio mensaje. No camines por las calles con otras que compartan tus prejuicios. Los gritos fuertes son a menudo los más fáciles de ignorar. «Quiero decir: ¡míralos ahí afuera gritando hasta desgañitarse, los muy estúpidos! ¿Deseas hacer causa común con ellos?».

Te lo digo, Murbella: juzga ahora por ti misma. «Para crear el cambio, encuentra puntos desde los cuales hacer palanca y actúa sobre ellos. Ten cuidado con los callejones sin salida. Los crecimientos de altas posiciones son una distracción común exhibida ante los caminantes. Los puntos desde los cuales puede hacerse palanca no se hallan todos en las altas esferas. A menudo están en centros económicos o de comunicaciones, y a menos que tú sepas esto, las altas esferas son inútiles. Incluso los lugartenientes pueden alterar tu rumbo. No cambiando las órdenes sino enterrando las órdenes no deseadas. Bell se aposenta sobre las órdenes hasta que las cree inefectivas. A veces le doy órdenes con esta finalidad: de modo que pueda jugar a su juego dilatorio. Ella lo sabe y sin embargo sigue el juego de todos modos. ¡Empápate de esto, Murbella! Y después de que Compartamos, estudia mi actuación con el mayor de los cuidados».

Se había conseguido la armonía, pero a un cierto coste. Odrade señaló que la Asamblea había terminado, sabiendo muy bien que no todas las cuestiones habían sido respondidas, que algunas ni siquiera habían sido formuladas. Pero las cuestiones no formuladas irían filtrándose luego a través de Bell, donde podrían recibir el tratamiento más apropiado.

Las más alertas entre las hermanas no preguntarían. Ya veían su plan.

Mientras abandonaba la gran Sala Comunal, Odrade se sintió aceptar la plena responsabilidad de las elecciones que había hecho, reconociendo sus anteriores vacilaciones por primera vez. Había remordimientos, pero tan sólo Murbella y Sheeana podrían llegar a conocerlos.

Caminando detrás de Bellonda, Odrade pensó en los lugares a los que nunca iré, las cosas que nunca veré excepto como un reflejo en la vida de otra.

Era una forma de nostalgia que se centraba en la Dispersión, y esto alivió su dolor. Era simplemente demasiado para una persona el mirar ahí afuera. Ni siquiera la Bene Gesserit con sus memorias acumuladas podía esperar captarlo nunca en su totalidad, no hasta su último detalle interesante. Era algo que estaba de vuelta de nuevo a los grandes designios. El Gran Cuadro, la Corriente Principal. Las especialidades de mi Hermandad. Había empleados allí Mentats esenciales: esquemas, movimientos de corrientes y lo que esas corrientes arrastraban, lugares hacia los que estaban yendo. Consecuencias. No mapas, sino flujos.

Al menos, he preservado elementos clave de nuestra democracia monitorizada por los jurados en una forma original. Pueden al menos darme las gracias por ese día.