Ish yara al-ahdab hadbat-u.
(Un jorobado no ve su propia joroba: Dicho popular).
Comentario Bene Gesserit: La joroba puede verse con ayuda de espejos, pero los espejos muestran toda la persona.
El Bashar TEG
Había una debilidad en la Bene Gesserit que Odrade sabía que toda la Hermandad iba a reconocer muy pronto. No representaba ningún consuelo el haberla visto primero. ¡Negar nuestro más profundo recurso cuando más lo necesitamos! Las Dispersiones habían ido más allá de la habilidad de los humanos de reunir las experiencias en forma manejable. Solamente podemos extraer lo esencial, y eso es un asunto de juicio. Datos vitales solían permanecer latentes en grandes y pequeños acontecimientos, acumulaciones llamadas instinto. Así que finalmente era eso… debían volver a caer en el conocimiento no expresado.
En esta época, la palabra «refugiados» adquiría el color de su significado preespacial. Los pequeños grupos de Reverendas Madres enviadas fuera por la Hermandad tenían algo en común con las antiguas escenas de eternos desplazados recorriendo carreteras olvidadas, con sus miserables pertenencias atadas en jirones de ropas, o metidas en cochecillos de niños y carretones de juguete, o apiladas sobre decrépitos vehículos, restos de humanidad aferrándose a lo poco que les quedaba, rostros blancos por la desesperanza o enrojecidos por la desesperación.
Así es como repetimos la historia, y la repetimos, y la repetimos.
Mientras entraba en el tubo poco antes de la comida, los pensamientos de Odrade se centraron en sus Dispersas Hermanas: refugiadas políticas, refugiadas económicas, refugiadas antes de la batalla.
¿Es ésta tu Senda de Oro, Tirano?
Visiones de sus Dispersas atormentaban a Odrade cuando entró en el Comedor Reservado de Central, un lugar donde sólo podían penetrar las Reverendas Madres. Ellas mismas se servían allí en el autoservicio.
Habían pasado veinte días desde que había soltado a Teg al acantonamiento. Los rumores llenaban Central, especialmente entre las Censoras, aunque no había todavía ninguna señal de otra votación. Hoy tenían que anunciarse nuevas decisiones, y harían algo más que nombrar a aquéllas que la acompañarían a Conexión.
Miró a su alrededor en el comedor, un lugar austero de amarillas paredes, techo bajo, pequeñas mesitas cuadradas que podían unirse en hileras para grupos más numerosos. Las sillas eran posesiones individuales, situadas como afirmaciones de un status en la jerarquía.
Incluso aquí, pensó Odrade. Un lugar acorde con el grado.
El personal de servicio estaba trayendo ya la comida de la cocina. Hoy era bullabesa y menú vegetariano, observó. La estancia estaba empezando a llenarse con grupos variados… Censoras, especialistas de diversa índole; reconoció a cuatro del enlace con el Control del Clima.
Las ventanas a un lado revelaban un jardín cerrado bajo un techo translúcido. Albaricoqueros enanos llenos de verdes frutos, césped, bancos, pequeñas mesas. Las Hermanas comían fuera cuando la luz del sol penetraba en el cerrado patio. Hoy no había sol.
Ignoró la cola en el autoservicio, donde había sido hecho un lugar para ella. Más tarde, Hermanas.
En la mesa del rincón cerca de las ventanas reservada para ella, cambió deliberadamente las sillas. La silla-perro marrón de Bell pulsó débilmente ante aquel desacostumbrado movimiento. Odrade se sentó dando la espalda a la habitación, sabiendo que aquello sería interpretado correctamente: Dejadme con mis propios pensamientos.
Mientras aguardaba, contempló el jardín al otro lado de la ventana. Un seto de exóticos arbustos de hojas púrpura estaba en flor… enormes masas de flores rojas con delicados estambres de un intenso amarillo.
Bellonda llegó primero, dejándose caer en la silla-perro sin ningún comentario acerca de su nueva posición. Bell aparecía frecuentemente desaseada, el cinturón flojo, la túnica arrugada, con manchas de comida en el regazo. Hoy estaba pulcramente limpia.
¿A qué es debido eso?
Las Reverendas Madres presentaban una personalidad propia ante las hermanas y amigas elegidas. Tan sólo fuera de ese círculo se ponían «el rostro de bruja y la máscara Bene Gesserit».
Debe ver que me siento curiosa acerca de su acicalamiento.
—Tam y Sheeana se retrasarán —dijo Bellonda.
Odrade lo aceptó sin detener el estudio de aquella Bellonda distinta. ¿Estaba un poco más delgada? No había forma de aislar completamente a una Madre Superiora de lo que se hallaba o entraba en el área de sus sentidos, pero a veces las presiones del trabajo la distraían de los pequeños cambios. Aquel era sin embargo el hábitat natural de las Reverendas Madres, y las evidencias negativas eran tan iluminadoras como las positivas. Reflexionando sobre aquello, Odrade se dio cuenta de que aquella nueva Bellonda llevaba varias semanas con ellos.
Bellonda permaneció extrañamente silenciosa después de aquel anuncio inicial. ¿Bell, la rebelde? Normalmente las buenas se rebelaban de una u otra forma, algo que los perros guardianes siempre tenían en cuenta cuando observaban a la Madre Superiora. ¡Miradme ahora, Hermanas!
Algo le había ocurrido a Bellonda. Cualquier Reverenda Madre podía ejercer un razonable control sobre peso y figura. Un asunto de química interna… refrenar combustiones o dejar que ardan libremente. Desde hacía años, la rebelde Bellonda había alardeado de un cuerpo gordo.
—Has perdido peso —dijo Odrade.
—La grasa estaba empezando a hacerme demasiado lenta.
Eso nunca había sido suficiente razón para que Bell cambiara sus costumbres. Siempre lo había compensado con su rapidez mental, con proyecciones y transportes más rápidos.
—Duncan te ha impresionado realmente, ¿eh?
—¡No soy una hipócrita ni una criminal!
—Es tiempo de enviarte a un Alcázar de castigo, supongo.
Estas pullas recurrentes normalmente irritaban a Bellonda. Hoy no causaron efecto. Pero bajo la presión de la mirada de Odrade, dijo:
—Si quieres saberlo, se trata de Sheeana. Ha ido tras de mí para mejorar mi apariencia y ampliar mi círculo de relaciones. ¡Irritante! Le voy a decir que lo deje correr.
—¿Por qué van a llegar tarde Tam y Sheeana?
—Están revisando tu última reunión con Duncan. He limitado severamente quién puede tener acceso a ella. No hace falta decir lo que ocurrirá cuando sea del conocimiento general.
—Como ocurrirá.
—Inevitablemente. Solamente estoy ganando tiempo para prepararnos.
—No quiero que sea suprimida, Bell.
—Dar, ¿qué estás haciendo?
—Lo anunciaré en una Asamblea.
Bellonda no pronunció ninguna palabra, pero su mirada estaba llena de sorpresa.
—Convocar una Asamblea es uno de mis derechos —dijo Odrade.
Bellonda se echó hacia atrás y siguió mirando a Odrade, evaluando, cuestionando… todo ello sin palabras. La última asamblea de la Bene Gesserit había tenido lugar tras la muerte del Tirano. Y antes de eso, cuando el Tirano había tomado el poder. No había sido considerada posible una Asamblea desde el ataque de las Honoradas Matres. Ocupaba demasiado tiempo que era necesario para otras labores desesperadas.
Finalmente, Bellonda preguntó:
—¿Vas a arriesgarte a hacer venir a las Hermanas de nuestros Alcázares supervivientes?
—No. Dortujla las representará. Hay precedentes, ya lo sabes.
—Primero, liberas a Murbella; ahora, esta Asamblea.
—¿Liberar? Murbella está atada por cadenas de oro. ¿Dónde podría ir sin su Duncan?
—Pero el propio Duncan es…
—¿Ha abandonado la nave?
—¡Será mejor que no lo intente!
—A menos que te sientes en mi silla, no pases por encima de mí.
—Le has abierto la armería de la nave, y ahora…
—Has visto la grabación. ¡Revísala! —Otra orden de la Madre Superiora. Bell tenía que obedecer o precipitar una crisis.
Odrade captó el paso de aquel encuentro por la mente de Bellonda. Los com-ojos habían captado cada instante de la escena.
Era a primera hora de la mañana en la nave, hacía tan sólo dos días. Duncan se hallaba en su sala de estar cuando entró Odrade. Oyó el siseo de sus ropas y se volvió de cara a ella. ¡Qué franca su expresión! Ostentosas emociones como clave a sus frustraciones e irritación. Ella no intentó ocultar su respuesta.
—¡Duncan! Nos molestas con tu irritación. Una cosa es llamar hipócrita a Bell, pero la Madre Superiora…
—¿… está por encima de esas cosas? ¿O debo presentaros mis excusas? Después de todo, siempre podéis desarrollar otros gholas.
—No se trata de excusas. Te resientes de la forma en que quiero utilizar a Murbella, y piensas que envío a Teg a la muerte.
—¿Estoy equivocado?
—¡Esas no son preocupaciones que te correspondan, Mentat! Este es un momento que requiere decisiones de batalla. Es por eso por lo que te dejo en libertad de decidir tu propio futuro.
—¿Qué? —Realmente desconcertado.
—Voy a retirar tus guardias. Tan sólo Scytale seguirá como prisionero.
—¿Queréis decir que…? —Señaló vagamente hacia su derecha, indicando el exterior.
—Es tu decisión. No me lavo las manos con respecto a ti; simplemente te dejo libre. No captarás la crueldad implícita hasta que reflexiones sobre ello.
—¿Queréis decir que puedo abandonar la nave?
—Si tú quieres.
—Pero si los cazadores están utilizando Navegantes de la Cofradía…
—Como seguramente están haciendo.
—¡Maldita Seáis!
—Es un regalo Atreides para ti, Duncan.
—¡Un regalo!
—¿Te das cuenta? Completa confianza en tu consciencia.
—Si yo os traicionara… ¡vos pondríais a toda la Hermandad sobre esa consciencia!
—¡Yo no estoy poniendo nada sobre tu consciencia! Es tu propia elección el hacer lo que desees.
Observó el silencioso debatirse del hombre. Ahhh, te he alarmado profundamente.
—La libertad —murmuró Duncan.
¿Lo ves, Duncan? La libertad te deja a tus propias expensas. Ya no puedes seguir buscando fuerzas externas, reglas establecidas por otros. ¿Estás preparado para esto?
Él se volvió de espaldas a ella y se dirigió a la reproducción del Van Gogh que había colgado en la pared, allá donde pudiera verla desde su sillón favorito.
Odrade mantuvo su silencio.
¿Te sirve ahora la Biblia Católica Naranja, Duncan? Nunca le prestaste mucha atención en tus pasados. ¿Dónde mirarás en busca de guía moral? ¡No fuera, Duncan! Dentro. Tú conoces tus deudas y tus deudores. ¿A quién recurrirás in extremis? ¿Has mantenido un balance de cobros y pagos? Nunca en una forma completa, estoy segura de ello. No eres el tipo. Borrar la pizarra e irte, ése eres tú. Llevarte los odios y las furias como equipaje de mano. Eres un superviviente. O de otro modo nunca hubieras escapado de Gammu cuando los Harkonnen estaban torturando y matando a tu familia. Sobreviviste a los pozos de esclavos Harkonnen. ¡Ve si puedes sobrevivir a la libertad!
Él se volvió hacia ella.
—¡Determinismo!
—Ahora, simplemente otro ruido, Duncan.
—El Bashar requiere armamento innovador. Necesito tan sólo mi libertad a la armería de la nave.
—Una admirable interpretación de la libertad —dijo Odrade.
En el Comedor Reservado, Bellonda repitió aquella última observación de Odrade a Duncan, luego:
—¿Crees que eso es todo lo que tomará?
—Lo sé.
—Me haces recordar a Jessica volviéndole la espalda al Mentat que hubiera podido matarla.
—El Mentat estaba inmovilizado por sus propias creencias.
—A veces el toro cornea al matador, Dar.
—La mayor parte de las veces no lo hace.
—¡Nuestra supervivencia no debe depender de estadísticas!
—De acuerdo. Por eso convoco una Asamblea.
—¿Acólitas incluidas?
—Todas.
—¿Incluso Murbella? ¿Ha efectuado el voto de acólita?
—Creo que por aquel entonces puede ser ya una Reverenda Madre.
Bellonda jadeó. Luego:
—¡Te mueves demasiado aprisa, Dar!
—Estos tiempos lo requieren.
Bellonda miró hacia la puerta del comedor.
—Aquí está Tam. Más tarde de lo que esperaba. Me pregunto si se tomó el tiempo de consultar a Murbella.
Tamalane llegó, respirando fuertemente a causa de la prisa. Se dejó caer en su silla-perro azul, observó las nuevas posiciones, y dijo:
—Sheeana llegará de un momento a otro. Está mostrándole unas grabaciones a Murbella.
—Murbella no actuará contra Duncan —dijo Odrade.
—¡Pero qué revelación observarla! —dijo Tamalane.
Odrade tuvo que aceptar aquello. Observar a Murbella revelaba mucho. Pero las palabras de Tam reflejaban miedo, una distracción. Los miedos que ni siquiera la Letanía disipaba las debilitaban a todas. La debilidad traía al hacha mucho más cerca.
Bellonda se dirigió a Tamalane:
—Va a someter a Murbella a la Agonía y a convocar una Asamblea.
—No me sorprende. —Tamalane habló con su eterna precisión—. La posición de esa Honorada Matre tiene que ser resuelta tan pronto como sea posible.
Sheeana se unió a ellas y ocupó la silla a la izquierda de Odrade, hablando mientras se sentaba.
—¿Habéis observado caminar a Murbella?
Odrade fue tomada por sorpresa por la forma en que aquella brusca pregunta, formulada sin ningún preámbulo, fijó su atención. Murbella caminando a través del patio. Observada desde una ventana alta aquella misma mañana. Había belleza en Murbella, y los ojos no podían evitarla. Para las otras Bene Gesserit, Reverendas Madres y acólitas juntas, era algo más bien exótico. Había llegado ya crecida del peligroso Exterior. Una de ellas. Eran sus movimientos, sin embargo, los que atraían la mirada. Había en ella una homeostasis que iba más allá de las normas.
La pregunta de Sheeana redirigió la mente de la observadora. Algo acerca del completamente aceptable paso de Murbella por el patio requería un nuevo examen. ¿Qué era?
Los movimientos de Murbella eran siempre cuidadosamente elegidos. Excluían todo lo no requerido para ir de aquí hasta allí. ¿La senda de la menor resistencia? Era una visión de Murbella que envió una punzada al cuerpo de Odrade. Sheeana lo había visto, por supuesto. ¿Era Murbella una de esas que elegían cada vez el camino más fácil? Odrade podía ver esa pregunta en los rostros de sus compañeras.
—La Agonía sacará todo esto fuera —dijo Tamalane.
Odrade miró directamente a Sheeana.
—¿Y bien? —Era ella quien había formulado la pregunta, después de todo.
—Quizá tan sólo sea que no malgasta energías. Pero estoy de acuerdo con Tam: la Agonía.
—¿Estamos cometiendo un terrible error? —preguntó Bellonda.
Algo en la forma en que fue formulada esta pregunta le dijo a Odrade que Bell había efectuado una recapitulación Mentat. ¡Había visto lo que pretendía ver!
—Si conoces un camino mejor, revélalo ahora —dijo Odrade—. O cállate.
El silencio las aferró. Odrade miró sucesivamente a sus compañeras, deteniéndose un poco más en Bell.
¡Ayudadnos, dioses, seáis los que seáis! Y yo, siendo una Bene Gesserit, soy demasiado agnóstica como para hacer esta súplica con algo más que con la esperanza de cubrir todas las posibilidades. No lo reveles, Bell. Si sabes lo que voy a hacer, sabes que debe aparecer a su debido tiempo.
—No te equivoques, Bell —dijo Odrade—. Recuerda la broma de Murbella.
Una sonrisa curvó la boca de Sheeana, pero Bellonda oyó otro razonamiento en Odrade. ¿Es Murbella nuestra llave?
Recordó la «Plegaria Agnóstica», como había sido bautizada cuando apareció en la pared del comedor de las acólitas, escrita con rotulador borrable del utilizado para las notas temporales:
¡Hey, Dios! Espero que estés ahí.
Quiero que oigas la plegaria que te dirijo a ti…
Con el tumulto de las comensales llegando la perpetradora no había sido vista por los com-ojos, pero todo el mundo supuso que había sido escrita por una acólita avanzada para divertir a sus compañeras. Hasta más tarde no descubrieron los perros guardianes la identidad de la autora, y Odrade tuvo que enfrentarse a ella en una tormentosa sesión de reprimenda: Murbella…
Bellonda sacó a Odrade de su ensimismamiento con una tos.
—¿Vamos a comer o a hablar? La gente nos está mirando.
—¿Debemos transigir un poco más con Scytale? —preguntó Sheeana.
¿Era eso un intento de desviar mi atención?
—¡No le demos nada! —dijo Bellonda—. Guardémoslo en reserva. Dejémosle que sude.
Odrade miró cuidadosamente a Bellonda. Humeaba sobre el silencio impuesto sobre ella por la secreta decisión de Odrade. Evitaba que sus ojos se encontraran con los de Sheeana. ¡Celosa! ¡Bell está celosa de Sheeana!
Tamalane dijo:
—Ahora sólo soy una consejera, pero…
—¡No sigas con eso, Tam! —restalló Odrade.
—Tam y yo hemos estado discutiendo acerca de ese ghola —dijo Bellonda. (Idaho era «ese ghola» cuando Bellonda tenía algo despectivo que decir)—. ¿Por qué creía que necesitaba hablar en secreto con Sheeana? —Una dura mirada a Sheeana.
Odrade vio una sospecha compartida. No acepta la explicación. ¿Rechaza la inclinación emocional de Duncan?
Sheeana habló rápidamente:
—¡La Madre Superiora explicó eso!
—Emociones —se burló Bellonda.
Odrade alzó la voz, y se sintió sorprendida por su reacción.
—¡Suprimir las emociones es una debilidad! Las hirsutas cejas de Tamalane se alzaron.
Sheeana intervino:
—Si no nos inclinamos, podemos quebrarnos.
Antes de que Bellonda pudiera responder, Odrade dijo:
—El hielo puede ser picado o fundido. Las doncellas de hielo son vulnerables a una sola forma de ataque.
—Tengo hambre —dijo Sheeana.
¿Una oferta de paz? No era un papel que esperar del Ratón.
Tamalane se puso en pie.
—Bullabesa. Tenemos que comer nuestro pescado antes de que nuestro mar desaparezca. No hay suficientes reservas de entropía nula.
En el más blando de los simulflujos, Odrade notó la partida de sus compañeras hacia la cola del autoservicio. Las palabras acusadoras de Tamalane le recordaron ese segundo día con Sheeana tras la decisión de eliminar rápidamente el Gran Mar. De pie ante la ventana de Sheeana a primera hora de la mañana, Odrade había observado un pájaro marino moviéndose contra un fondo de desierto. Volaba hacia el norte, una criatura completamente fuera de lugar en aquel entorno, pero hermosa en una forma profundamente nostálgica a causa de ello.
Las blancas alas resplandecían a la primera luz solar. Un toque de negro debajo y frente a sus ojos. Bruscamente planeó, las alas inmóviles. Luego, alzándose en una corriente de aire, agitó sus alas como un halcón y desapareció de la vista tras los más lejanos edificios. Al reaparecer llevaba algo en su pico, un bocado que tragó en pleno vuelo.
Un pájaro marino solo, y adaptándose.
Nos adaptamos. Por supuesto que nos adaptamos.
No era un pensamiento tranquilo. Nada que indujera una respuesta. Más bien algo impresionante. Odrade se había sentido arrojada de un curso peligrosamente derivante. No sólo su bienamada Casa Capitular, sino todo su universo humano estaba desprendiéndose de sus viejas configuraciones y tomando nuevas formas. Quizá fuera correcto en este nuevo universo que Sheeana continuara ocultando cosas de la Madre Superiora. Y ella está ocultando algo.
Una vez más, los ácidos tonos de Bellonda devolvieron a Odrade a una consciencia total de su entorno.
—Si no te sirves tú misma, supongo que vamos a tener que ocuparnos de ti. —Bellonda colocó un bol de aromático caldo de pescado frente a Odrade, y un gran trozo de pan de ajo a su lado.
Cuando todas hubieron probado la bullabesa, Bellonda dejó su cuchara sobre la mesa con un seco ruido y miró duramente a Odrade.
—Supongo que no vas a sugerirnos que nos «amemos los unos a los otros» o alguna otra tontería debilitadora parecida.
—Gracias por traerme mi comida —dijo Odrade.
Sheeana tragó un bocado, y una amplia sonrisa llenó su rostro.
—Es deliciosa.
Bellonda volvió a su comida.
—Está bien. —Pero había oído el comentario no formulado.
Tamalane comió sin hacer ninguna pausa, manteniendo su atención fija alternativamente en Sheeana y en Bellonda, y luego en Odrade. Tam parecía estar de acuerdo con una propuesta suavización de las severidades emocionales. Al menos, no voceaba sus objeciones, y las Hermanas más viejas eran las más propensas a objetar.
El amor que la Bene Gesserit intentaba negar estaba por todas partes, pensó Odrade. En cosas tanto pequeñas como grandes. Cuántas formas había de preparar deliciosas y nutritivas comidas, recetas que eran realmente la encarnación de viejos y nuevos amores. Esta bullabesa tan delicadamente nutritiva y con un tal paladar; sus orígenes estaban profundamente implantados en el amor: la esposa en el hogar utilizando una parte de la pesca del día que su esposo no había podido vender.
Odrade vio aquella imagen en sus Otras Memorias más inmediatas. Un cansado pescador trayendo a casa lo que le había sobrado. Si no se cocinaba, se echaría a perder. La esposa utilizando su educado paladar para preparar un plato tentador para el agotado hombre. Tan obvio su cansancio, los codos sobre la mesa, la cabeza inclinada cerca de su tazón. Hombre y mujer sintiéndose renovados. Frustraciones, rabias, decepciones de la vida, siendo dejados a un lado por otro intervalo.
Qué importantes esos fragmentos de tiempo. Intervalos entre comidas, entre aliento y aliento, entre dos latidos del corazón… Luego banquetes, profundas inspiraciones, lo mejor de la vida en sí misma. La propia esencia de la Bene Gesserit estaba oculta en amores. ¿Para qué otra cosa administrar esas no formuladas necesidades que la humanidad siempre arrastraba consigo? ¿Para qué otra cosa trabajar para el perfeccionamiento de la humanidad?
Una vez vacío el bol, Bellonda depositó su cuchara a un lado y rebañó lo que quedaba con el pan. Masticó y tragó, con aspecto pensativo.
—El amor nos debilita —dijo. No había fuerza en su voz.
Una acólita no lo hubiera dicho de otro modo. Extraído directamente de la Coda. Odrade disimuló su regocijo y contraatacó con otro escalón de la Coda.
—Cuidado con la jerga. Normalmente oculta la ignorancia, y trae consigo muy poco conocimiento.
Una respetuosa cautela llenó los ojos de Bellonda. Sheeana se apartó de la mesa y se secó la boca con su servilleta. Tamalane hizo lo mismo. Su silla-perro se ajustó cuando se echó hacia atrás, con ojos brillantemente divertidos.
¡Tam lo sabe! La taimada vieja bruja es aún muy lista, a mi propia manera. Pero Sheeana… ¿a qué juego está jugando Sheeana? Casi diría que está esperando distraerme, apartar mi atención de ella. Es muy buena en eso, lo aprendió en mis rodillas. Bien… para jugar a ese juego se necesitan dos. Presionaré a Bellonda, pero mantendré vigilada a mi pequeña expósita de Dune.
—¿Qué precio tiene la respetabilidad, Bell? —preguntó Odrade.
Bellonda aceptó su aguijonazo en silencio. Oculta en la jerga de la Bene Gesserit había una definición de respetabilidad, y todas ellas la conocían.
—¿Debemos honrar la memoria de Dama Jessica por su humanidad? —preguntó Odrade. ¡Sheeana está sorprendida!
—¡Jessica puso en peligro a la Hermandad! —Bellonda acusa.
—Eso es cierto para la mayoría de nuestras Hermanas —murmuró Tamalane.
—Nuestra antigua definición de respetabilidad ayuda a mantenernos humanas —dijo Odrade. Óyeme bien, Sheeana.
Con su voz apenas algo más que un susurro, Sheeana dijo:
—Si perdemos eso lo perdemos todo.
Odrade reprimió un suspiro. ¡De modo que es eso! Los ojos de Sheeana se cruzaron con los suyos.
—Estáis dándonos instrucciones, por supuesto.
—Pensamientos crepusculares —murmuró Bellonda—. Mejor que los evitemos.
—Taraza nos llamaba «La Bene Gesserit de nuestros días» —dijo Sheeana.
El talante de Odrade se volvió autoacusador.
El veneno de nuestra actual existencia. Las siniestras imaginaciones pueden destruirnos.
Qué fácil resultaba conjurar un futuro que las contemplara desde el resplandor de los ojos naranja de las asesinas Honoradas Matres. Temores surgidos de muchos pasados se agazapaban dentro de Odrade, momentos sin aliento enfocados en terribles colmillos que corrían parejos con aquellos ojos.
Mirando de reojo a Odrade, Bellonda dijo:
—Idaho ha sido domesticado. Domesticación… ¿una forma de amor?
Tamalane agitó la cabeza a uno y otro lado. Una vieja vaca que ha dado nacimiento a un toro soberbio termina finalmente preguntándose sus motivos.
Sheeana miró a Odrade de la misma forma que un pájaro atrapado miraría a una serpiente.
¡Sabes que debo forzarlo, Sheeana!
—¿Domesticar a las Honoradas Matres? —insistió Bellonda.
Bell no reconoce lo que está ocurriendo aquí. Qué extraño para un Mentat. ¿No ve que nuestro futuro puede contener cosas que ni siquiera imaginamos? Locura más allá de todo lo que nuestros miedos puedan crear. ¿Domesticación? ¿Todo ordenado al servicio de la Bene Gesserit? ¿Animales del campo siéndonos entregados por los dioses creados personalmente por nosotros? ¿Calculadas hileras de cereales y altos arbustos cargados de frutos? ¿Todas las cosas que crecen adiestradas a trabajar para nuestro exclusivo beneficio?
—Bell nos haría caer en la locura de las Honoradas Matres —dijo Tamalane.
La advertencia del Bashar.
Odrade alzó una mano para detener cualquier comentario, pero mantuvo su atención fija en Sheeana.
—¿Quién me acompañará a Conexión?
Todas conocían la terrible experiencia de Dortujla, y la noticia se había difundido por toda la Casa Capitular.
—Cualquiera que vaya con la Madre Superiora puede terminar siendo arrojada como alimento a los Futars.
—Tam —dijo Odrade—: tú y Dortujla. —Y puede que eso sea una sentencia de muerte. El siguiente paso es obvio—. Sheeana —dijo Odrade—, tú Compartirás con Tam. Dortujla y yo Compartiremos con Bell. Y yo Compartiré también contigo antes de marcharme.
Bellonda se mostró horrorizada.
—¡Madre Superiora! No estoy preparada para tomar tu lugar.
Odrade enfocó su atención en Sheeana.
—Eso no ha sido sugerido. Simplemente voy a hacerte depositaria de mis vidas. —Había un claro miedo en el rostro de Sheeana, pero se atrevió a no rechazar una orden directa. Odrade hizo un gesto a Tamalane—. Yo Compartiré más tarde. Tú y Sheeana lo haréis ahora.
Tamalane se inclinó hacia Sheeana. Los achaques de la edad y de la muerte inminente convirtieron aquello en algo bienvenido para ella, pero Sheeana se echó involuntariamente atrás.
—¡Ahora! —dijo Odrade. Dejemos que Tam juzgue qué es lo que ocultas.
No había escapatoria. Sheeana inclinó su cabeza hacia Tamalane hasta que se tocaron. El llamear del intercambio fue casi eléctrico, y todo el comedor lo notó. Las conversaciones se interrumpieron, todas las miradas se volvieron hacia la mesa junto a la ventana.
Había lágrimas en los ojos de Sheeana cuando se apartó. Tamalane sonrió e hizo un suave gesto acariciante con ambas manos a lo largo de las mejillas de Sheeana.
—Todo va bien, querida. Todas pasamos por estos miedos, y a veces hacemos cosas estúpidas a causa de ellos. Pero estoy complacida de llamarte Hermana.
¡Dínoslo, Tam! ¡Ahora!
Tamalane no lo hizo. Se enfrentó a Odrade y dijo:
—Debemos aferrarnos a nuestra humanidad a toda costa. Tu lección es bien recibida, y has enseñado a Sheeana bien.
—Cuando Sheeana Comparta contigo, Dar —empezó Bellonda—, ¿no puedes reducir la influencia que tiene sobre Idaho?
—No debilitaré a una posible Madre Superiora —dijo Odrade—. Gracias, Tam. Creo que iniciaremos nuestra aventura a Conexión sin un exceso de equipaje. ¡Bien! Esta noche quiero un informe de los progresos de Teg. Su sanguijuela ha estado demasiado tiempo alejada de él.
—¿Sabrá que ahora tiene dos sanguijuelas? —preguntó Sheeana. ¡Con una tal alegría!
Odrade se puso en pie.
Si Tam la acepta, entonces yo también debo hacerlo. Tam nunca traicionaría a nuestra Hermandad. Y Sheeana… de todas nosotras, Sheeana es la que más revela los rasgos naturales de nuestras raíces humanas. Sin embargo… me gustaría que nunca hubiera creado esa estatua a la que llama «El Vacío».