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Gasta energías en aquello que te hace fuerte. Las energías gastadas en debilidades te arrastran a la fatalidad. (Regla HM).

Comentario Bene Gesserit: ¿Quién juzga?

La Grabación de Dortujla

El día del regreso de Dortujla no fue bueno para Odrade. Una conferencia sobre armamento con Teg e Idaho terminó sin alcanzar ninguna decisión. Había sentido el hacha del cazador durante toda la reunión, y supo que aquello había teñido todas sus reacciones.

Luego la sesión de la tarde con Murbella… palabras, palabras, palabras. Murbella se hallaba en medio de una maraña de cuestiones filosóficas. Un callejón sin salida como Odrade nunca había encontrado ninguno.

—Hemos pasado por nuestro cupo correspondiente de filosofías y teorías psicológicas. Hemos examinado sistemas éticos y morales, de justicia y de honestidad… todo el lote. No creemos en absoluto que hayamos agotado esos temas, ni tampoco que todos ellos sean pueriles y desprovistos de utilidad. Pero en general tienen una tendencia a inhibir la acción.

Odrade sintió que estas palabras que le había dicho a Murbella acudían de vuelta a su cabeza para atormentarla mientras permanecía de pie, al anochecer, en el extremo más occidental del perímetro pavimentado de Central. Era uno de sus lugares favoritos, pero la presencia de Bellonda inmóvil a su lado privaba a Odrade de gozar de la anticipada quietud.

Sheeana las encontró allí y preguntó:

—¿Es cierto que le habéis dado a Murbella libertad por toda Central?

—¡Vaya! —Aquél era uno de los más profundos temores de Bellonda.

—Bell —cortó secamente Odrade, señalando al anillo de plantaciones—. En esa pequeña elevación de ahí no hemos plantado árboles. Deseo que ordenes un Pabellón en ese lugar, según mis indicaciones. Un mirador, con enrejado de celosía.

No hubo entonces forma de parar a Bellonda. Raras veces la había visto Odrade tan exasperada. Y cuanto más despotricaba Bellonda, más obstinada se volvía Odrade.

—¿Deseas… un mirador? ¿En esa plantación? ¿Y en qué otra cosa querrás malgastar nuestras energías? ¡Un Pabellón! Realmente es una idea propia de tu…

Era una discusión estúpida. Ambas sabían mucho de ello. La Madre Superiora no podía ser la primera en ceder, y Bellonda raras veces cedía en nada. Incluso cuando Odrade guardó silencio, Bellonda siguió cargando contra unas murallas vacías. Al final, cuando las energías de Bellonda se agotaron, Odrade dijo:

—Me debes una espléndida cena, Bell. Procura que sea la mejor que puedas arreglar.

—¿Que te debo…? —Bellonda empezó a espumear.

—Una oferta de paz —dijo Odrade—. Quiero que sea servida en mi mirador… mi Estúpido Pabellón.

Cuando Sheeana se echó a reír, Bellonda se vio obligada a unirse a ella, pero con un cierto helor. Sabía reconocer cuando había sido derrotada, aunque le pesara.

—Todo el mundo lo verá y dirá: «Mirad lo confiada que está la Madre Superiora» —dijo Sheeana.

—¡Entonces lo quieres para mantener alta la moral! —A esas alturas, Bellonda hubiera aceptado casi cualquier justificación.

Odrade miró a Sheeana con ojos radiantes. ¡Mi querida y lista pequeña! Sheeana no sólo había dejado de atosigar a Bellonda, sino que había emprendido la tarea de reforzar la autoestima de la vieja mujer siempre que le era posible. Bell lo sabía, por supuesto, y ahí se planteaba una de las inevitables preguntas Bene Gesserit: ¿Por qué?

Reconociendo las sospechas, Sheeana dijo:

—Realmente estamos discutiendo acerca de Miles y Duncan. Y yo, por una vez, estoy cansada de ello.

—¡Si tan sólo supiera lo que estás haciendo realmente, Dar! —dijo Bellonda.

—¡La energía tiene sus propios esquemas, Bell!

—¿Qué quieres decir? —Completamente desconcertada.

—Van a encontrarnos, Bell. Y sé cómo.

Bellonda jadeó.

—Somos esclavas de nuestros hábitos —dijo Odrade—. Esclavas de las energías que creamos. ¿Pueden los esclavos conseguir por la fuerza la libertad? Bell, tú conoces el problema tan bien como yo.

Por una vez, Bellonda no se mostró desconcertada.

Odrade la miró fijamente.

Orgullo, eso era lo que veía Odrade cuando miraba a sus Hermanas y sus entornos. La dignidad era tan sólo una máscara. No había auténtica humildad. En vez de ello, había aquella visible conformidad, un auténtico esquema Bene Gesserit que, en una sociedad consciente del peligro de los esquemas, sonaba como un estruendoso bocinazo de advertencia.

El argumento que había utilizado Odrade con Murbella dio una vuelta completa.

—Hay un componente inconsciente en todo comportamiento humano. Las palabras intentan enmascararlo. A menudo es mejor observar lo que hace la gente e ignorar lo que dice. Las discordancias entre comportamiento y palabras son extremadamente reveladoras. La acción habla por sí misma.

Sheeana estaba confusa.

—¿Hábitos?

—Tus hábitos siempre te persiguen. El yo que tú construyes te perseguirá también. Un fantasma vagando a tu alrededor en busca de tu cuerpo, ansioso por poseerte. Somos adictas al yo que construimos. Esclavas de lo que hemos hecho. ¡Somos adictas a las Honoradas Matres, y ellas a nosotras!

—¡Otro poco más de tu condenado romanticismo! —dijo Bellonda.

—Sí, soy una romántica… de la misma forma que lo era el Tirano. Se sensibilizó a sí mismo a la forma prefijada de su creación. Yo soy sensitiva a su trampa presciente.

Pero oh, qué cerca está el cazador, y qué profundo es el abismo.

Bellonda no se sintió apaciguada.

—Has dicho que sabías cómo iban a encontrarnos.

—Sólo tienen que reconocer sus propios hábitos y… ¿Sí? —A una acólita mensajera que apareció procedente de un pasadizo cubierto detrás de Bellonda.

—Madre Superiora, es la Reverenda Madre Dortujla. La Madre Fintil la ha traído al Campo de Aterrizaje y estarán aquí dentro de una hora.

—¡Llévala a mi cuarto de trabajo! —Odrade miró a Bellonda con ojos casi salvajes—. ¿Ha dicho algo?

—La Madre Dortujla está enferma —dijo la acólita.

¿Enferma? Qué cosa más extraordinaria de decir de una Reverenda Madre.

Reserva tu juicio. —Era la Bellonda-Mentat la que hablaba, la Bellonda enemiga del romanticismo y la alocada imaginación.

—Haz que venga Tam como observadora —dijo Odrade.

Dortujla entró cojeando y apoyándose en un bastón, con Fintil y Streggi ayudándola. Sin embargo, había firmeza en los ojos de Dortujla, y una sensación de medirlo todo en cada mirada que lanzaba a su alrededor. Llevaba la capucha echada hacia atrás, revelando su pelo castaño oscuro con mechas marfileñas, y cuando habló su voz arrastraba un tremendo cansancio.

—He hecho lo que vos ordenasteis, Madre Superiora. —Mientras Fintil y Streggi abandonaban la habitación, Dortujla se sentó, sin ser invitada a ello, en una mecedora al lado de Bellonda. Una breve mirada a Sheeana y Tamalane a su izquierda, luego una dura mirada a Odrade—. Se reunirán con vos en Conexión. ¡Piensan que la elección del lugar es idea suya, y vuestra Reina Araña está allí!

—¿Cuándo?

—Desean cien días estándar a contar desde ahora. Puedo ser más precisa si lo deseáis.

—¿Por qué tanto tiempo? —preguntó Odrade.

—¿Deseáis mi parecer? Utilizarán ese tiempo para reforzar sus defensas en Conexión.

—¿Qué garantías? —Esa era Tam, concisa como siempre.

—Dortujla, ¿qué te ha ocurrido? —Odrade se sentía impresionada por la temblorosa debilidad aparente de la mujer.

—Efectuaron experimentos conmigo. Pero eso no es importante. Los acuerdos son lo importante. En lo que vale, prometieron seguridad absoluta en vuestra llegada y a vuestra partida de Conexión. No lo creo. Se os permite un pequeño séquito de servidores, no más de cinco. Cabe suponer que matarán de todos modos a cualquiera que os acompañe, aunque… Puede que haya conseguido hacerles comprender el error que sería eso.

—¿Esperan que les brinde la sumisión de la Bene Gesserit? —La voz de Odrade no había sido nunca tan fría. Las palabras de Dortujla alzaban el espectro de la tragedia.

—Este es su aliciente.

—¿Las Hermanas que fueron con vos? —preguntó Sheeana.

Dortujla se golpeó la frente, un gesto común en la Hermandad.

—Las tengo. Todas estamos de acuerdo en que las Honoradas Matres deben ser castigadas.

—¿Muertas? —Odrade obligó a que la palabra saliera de entre sus labios apretados.

—Intentando obligarme a unirme a sus filas. ¿Lo ves? Mataremos a otra si no aceptas. Les dije que nos mataran a todas y terminaran con aquello y olvidaran la reunión con la Madre Superiora. No aceptaron esto hasta que se quedaron sin rehenes.

—¿Las Compartiste a todas? —preguntó Tamalane. Sí, aquella era la preocupación principal de Tam a medida que se acercaba a su propia muerte.

—Mientras pretendía asegurarme de que estaban realmente muertas. Vos ya conocéis el proceso. ¡Esas mujeres son grotescas! Poseen Futars enjaulados. Los cuerpos de mis Hermanas fueron arrojados a las jaulas, donde los Futars los devoraron. La Reina Araña, un nombre apropiado… me obligó a presenciarlo.

—¡Repugnante! —dijo Bellonda.

Dortujla suspiró.

—Ellas no sabían, naturalmente, que poseo visiones peores en las Otras Memorias.

—Buscaban abrumar tus sensibilidades —dijo Odrade—. Estúpido. ¿Se sorprendieron cuando no reaccionaste como esperaban?

—Más bien creo que lo lamentaron. Pienso que han visto a otras reaccionar del mismo modo que yo. Les dije que aquella era una forma tan buena como cualquier otra de fertilizar la vida. Supongo que eso fue lo que más las enfureció.

—Canibalismo —murmuró Tamalane.

—Sólo en apariencia —dijo Dortujla—. Definitivamente, los Futars no son humanos. Animales salvajes apenas domesticados.

—¿Algunos Adiestradores? —preguntó Odrade.

—No vi ninguno. Los Futars hablaban. Decían «¡Comida!» antes de empezar a devorar, e intentaban asir a las Honoradas Matres a su alrededor. «¿Tú hambre?». Ese tipo de cosas. Más importante era lo que ocurría una vez habían comido.

Dortujla se vio interrumpida por un acceso de tos.

—Probaron con venenos —dijo—. ¡Estúpidas mujeres!

Cuando recuperó el aliento, prosiguió:

—Un Futar se acercó a los barrotes de su jaula después de su… ¿banquete? Miró a la Reina Araña, y gritó. Nunca había oído un sonido igual. ¡Estremecedor! Todas las Honoradas Matres de aquella habitación se inmovilizaron, y juraría que se sintieron aterrorizadas.

Sheeana tocó el brazo de Dortujla.

—¿Un predador inmovilizando a su presa?

—Indudablemente. Tenía cualidades de la Voz. Los Futars parecieron sorprendidos de que yo no me inmovilizara también.

—¿Cuál fue la reacción de las Honoradas Matres? —preguntó Bellonda. Sí, un Mentat necesitaba este dato.

—Un clamor general cuando recuperaron sus voces. Muchas le gritaron a la Gran Honorada Matre que destruyera a los Futars. Ella, sin embargo, se lo tomó con más calma. «Son demasiado valiosos vivos», dijo.

—Un signo de esperanza —observó Tamalane.

Odrade miró a Bellonda.

—Voy a ordenar a Streggi que traiga aquí al Bashar. ¿Alguna objeción?

Bellonda agitó secamente la cabeza. Sabían que había que correr el riesgo, pese a las dudas acerca de las intenciones de Teg.

Odrade le dijo a Dortujla:

—Quiero que te quedes en mis aposentos de huéspedes. Enviaremos a los Suks. Ordena lo que necesites y prepárate para una reunión plena del Consejo. Eres una consejera especial.

Dortujla dijo, mientras se ponía trabajosamente en pie:

—No he dormido en casi quince días, y necesitaré una comida especial.

—Sheeana, ocúpate de eso y haz que vengan los Suks. Tam, quédate con el Bashar y Streggi. Informa regularmente. Deseará ir al acantonamiento y tomarlo personalmente a su cargo. Proporciónale un com-enlace con Duncan. Ningún obstáculo debe alzarse entre ellos.

—¿Quieres que me quede aquí con él? —preguntó Tamalane.

—Tú eres su sanguijuela. Streggi no lo llevará a ningún lugar sin tu conocimiento. Él quiere a Duncan como su Maestro de Armas. Asegúrate de que acepta el confinamiento de Duncan en la nave. Bell, cualquier dato sobre armas que solicite Duncan… tiene prioridad absoluta. ¿Algún comentario?

No hubo comentarios. Pensamientos acerca de las consecuencias sí, pero la decisión en la actitud de Odrade era infecciosa.

Volviendo a sentarse, Odrade cerró los ojos y aguardó hasta que el silencio le dijo que estaba sola. Los com-ojos seguían observando, por supuesto.

Saben que estoy agotada. ¿Quién no lo estaría bajo estas circunstancias? ¡Otras tres Hermanas muertas por esos monstruos! ¡Bashar! ¡Tienen que sentir nuestro látigo y conocer la lección!

Cuando oyó a Streggi llegar con Teg, Odrade abrió los ojos. Streggi lo llevaba de la mano, pero había algo en ellos que indicaba que no se trataba de un adulto conduciendo a un niño. Los movimientos de Teg indicaban que le concedía a Streggi permiso para tratarlo de esa forma. Habría que advertirle a ella.

Tam les seguía, y se dirigió a una silla cerca de las ventanas que estaban directamente debajo del busto de Chenoeh. ¿Una posición significativa? Tam hacía cosas extrañas últimamente.

—¿Deseáis que me quede, Madre Superiora? —Streggi soltó la mano de Teg y aguardó cerca de la puerta.

—Siéntate allí al lado de Tam. Escucha y no interrumpas. Debes saber lo que se va a requerir de ti.

Teg se dejó caer en la silla recientemente ocupada por Dortujla.

—Supongo que esto es un consejo de guerra.

Hay un adulto tras esta voz infantil.

—Todavía no te pregunto tu plan —dijo Odrade.

—Bien. Lo inesperado toma más tiempo, y puede que no sea capaz de decirte lo que pretendo hasta el momento mismo de la acción.

—Te hemos estado observando con Duncan. ¿Por qué estás interesado en las naves de la Dispersión?

—Las naves de largo alcance poseen una apariencia distintiva. Las vi en el campo de Gammu.

Teg se reclinó en su asiento y se dejó hundir en él, contento de la brusquedad que notaba en la actitud de Odrade. ¡Decisiones! No largas deliberaciones. Eso encajaba con sus necesidades. No deben saber el alcance total de mis habilidades. Todavía no.

—¿Camuflarás una fuerza de ataque?

Bellonda cruzó la puerta de la estancia en el momento en que Odrade estaba hablando, y gruñó una objeción mientras se sentaba:

—¡Imposible! Tendrán códigos de reconocimiento y señales secretas para…

—Déjame a mí decidir eso, Bell, o retírame del mando.

—¡Esto es cosa del Consejo! —dijo Bellonda—. Tú no puedes…

—¿Mentat? —La miró intensamente, con el Bashar brotando en sus ojos.

Cuando ella calló al fin, dijo:

—¡No cuestiones mi lealtad! ¡Si tienes que debilitarme, sustitúyeme!

—Déjale decir lo que tenga que decir. —Esa era Tam, desde su posición debajo del busto de Chenoeh—. Este no es el primer Consejo donde el Bashar es considerado como nuestro igual.

Bellonda bajó su barbilla una fracción de milímetro.

Teg dijo a Odrade:

—Evitar la guerra es un asunto de inteligencia… la unión de la variedad y el poder intelectual.

¡Arrojándonos a la cara nuestra propia jerga! Odrade oyó al Mentat en su voz, y obviamente Bellonda también debía oírlo. Inteligencia e inteligencia: la visión desdoblada. Sin ello, la guerra ocurría a menudo como un accidente.

El Bashar permanecía sentado en silencio, dejando que hirvieran aquello en el caldo de sus propias observaciones históricas. El ansia del conflicto penetraba mucho más profundamente que la consciencia. El Tirano había tenido razón. La humanidad actuaba como «un animal». Las fuerzas que impulsaban a ese gran animal colectivo retrocedían hasta los días tribales y más allá aún, como hacían tantas otras fuerzas a las cuales respondían los humanos sin pensar.

Mezcla los genes.

Expande el liebensraum para tus propios reproductores.

Cosecha las energías de los otros: recoge esclavos, peones, sirvientes, siervos, mercados, trabajadores… Los términos eran a menudo intercambiables.

Odrade se dio cuenta de lo que estaba haciendo. El conocimiento absorbido de la Hermandad ayudaba a hacer de él el incomparable Bashar Mentat. Mantenía esas cosas como instintos. El consumo de energía conducía a la violencia de la guerra. Esto era descrito como «codicia, miedo (de que otros tomaran tus reservas), hambre de poder», y así y así en fútiles análisis. Odrade los había oído incluso de Bellonda, que obviamente no estaba aceptando bien que un subordinado tuviera que recordarles lo que ya sabían.

—El Tirano lo sabía —dijo Teg—. Duncan lo cita. «La guerra es un esquema de comportamiento que tiene sus raíces en los seres unicelulares de los mares primigenios. Come todo lo que toques o ello te comerá a ti».

—¿Qué es lo que propones? —Bellonda, casi restallante.

—Una finta en Gammu, luego golpear su base en Conexión. Para eso necesitamos observaciones de primera mano. —Miró fijamente a Odrade.

¡Lo sabe! El pensamiento llameó en la mente de Odrade.

—¿Crees que tus estudios sobre Conexión cuando era una base de la Cofradía siguen siendo aún exactos? —preguntó Bellonda.

—No han tenido tiempo de cambiar mucho el lugar de lo que tengo almacenado aquí. —Se golpeó la frente, en una extraña parodia del gesto de la Hermandad.

—Englobamiento —dijo Odrade.

Bellonda la miró secamente.

—¡El coste!

—Perderlo todo es más costoso —dijo Teg.

—Los sensores del Pliegue espacial no tienen que ser grandes —dijo Odrade—. ¿Puede ajustarlos Duncan para crear una explosión Holzmann al contacto?

—Las explosiones deberían ser visibles y proporcionarnos una trayectoria. —Teg se echó hacia atrás en su asiento y miró a una zona indefinida en la pared de atrás de Odrade.

¿Lo aceptarían? No se atrevía a asustarlas con otro despliegue de talentos salvajes. ¡Si Bell supiera que podía ver las no-naves!

—¡Hazlo! —dijo Odrade—. Tú tienes el mando. Úsalo. Hubo una clara sensación de ahogadas risas de Taraza en las Otras Memorias. ¡Dale rienda suelta! ¡Así es como yo conseguí una tan gran reputación!

—Una cosa —dijo Bellonda. Miró a Odrade—. ¿Vas a ser tú su espía?

—¿Qué otra persona puede ir allí y transmitir observaciones?

—¡Estarán monitorizando todos los medios de transmisión!

—¿Incluso el que dice a nuestra no-nave que está aguardando que no hemos sido traicionadas? —preguntó Odrade.

—Un mensaje cifrado oculto en la transmisión —dijo Teg—. Duncan ha ideado un sistema de cifra que tomará meses descifrar, aunque dudamos que detecten su presencia.

—Es una locura —murmuró Bellonda.

—Conocí a un comandante militar de las Honoradas Matres en Gammu —dijo Teg—. Negligente cuando llegaba a detalles importantes. Creo que confían demasiado en sí mismos.

Bellonda se lo quedó mirando fijamente, y fue el Bashar quien le devolvió la mirada a través de los inocentes ojos de un niño.

—Abandonad toda cordura, vosotros que entráis ahí —dijo Teg.

—¡Salid de aquí, todos! —ordenó Odrade—. Tenéis trabajo que hacer. Y, Miles…

Este ya se había levantado de su silla, pero se detuvo allí, aguardando como siempre había hecho cuando la Madre tenía que decirle algo importante.

—¿Te refieres a la locura de los acontecimientos dramáticos que siempre amplifica la guerra?

—¿Qué otra cosa? ¡Seguro que no pensarás que me refiero a tu Hermandad!

—Duncan juega a veces a estos juegos.

—No deseo vernos atrapados por la locura de las Honoradas Matres —dijo Teg—. Es algo contagioso, ¿sabes?

—Han intentado controlar el impulso sexual —dijo Odrade—. Eso siempre las hace huir de ti.

—Locura desbocada —admitió él. Se inclinó contra la mesa, su barbilla apenas por encima de su superficie—. Algo condujo a esas mujeres de vuelta aquí. Duncan tiene razón. Están buscando algo y huyendo al mismo tiempo.

—Tienes noventa días estándar para prepararte —dijo ella—. Ni un día más.

Cuando estuvo a solas, Odrade se sintió casi extraña. Su propia visión de conjunto le decía que las guerras siempre eran aborreciblemente similares. La mayor parte de ellas completamente innecesarias en su conjunto, como decía Teg. Los motivos se hallaban ocultos bajo sistemas de enmascaramiento, transferidos y traducidos a explicaciones racionales que ocultaban fuerzas más profundas.

¿Qué es 1o que me oculto de mí misma?

La lección de los tres mil quinientos años del Tirano estaba ahí en su consciencia. Los jóvenes sufrieron de la forma más brutal… muriendo o viéndose convertidos en unos tullidos para el resto de sus penosas vidas. También sufrieron dolores mentales. Heridas subjetivas, llevadas silenciosamente, pero no por ello menos debilitantes. Qué fácil resultaba pensar en las muchas cosas más bien ordinarias que se hubieran podido hacer para escapar de todo aquello. Unas mentes llenas de si tan solo y si hubiera podido.

Si tan sólo no me hubiera metido en aquel lugar. Si tan sólo no hubiera ido a orinar justo entonces. ¿Soy uno de esos viejos y poderosos que crean esas lamentables estupideces? Este (sabía Odrade) era exactamente el hilo de pensamiento al que Teg la había dirigido. ¡Deliberadamente! ¡Maldita fuera su madre! Casi había hecho una Hermana de él.

Pero yo no soy una de esas que se quedan en un lugar seguro de mando desde donde puedo lanzar mis órdenes con un peligro mínimo para mí. Debo ir a Conexión. ¿Y a quién me atreveré a llevar conmigo?

Ese era otro elemento del silencioso mensaje del Bashar. Él había arriesgado su propia carne en la batalla. Pero incluso allí, sus capacidades Mentat le decían dónde el impacto de su gesto valía la pena de correr el riesgo.

Se sintió terriblemente cínica cuando esos pensamientos acudieron a su cabeza. Fue necesario recordarse a sí misma el enemigo, la hosca adicción a la cual se oponía ahora la Hermandad. ¡Una cantidad controlada de masacre posee un efecto saludable sobre los supervivientes! Qué horrible parodia de la Bene Gesserit. Se sintió casi explosiva ante aquel pensamiento.

¿Debo enviar a alguna otra a Conexión en mi lugar? Todo el mundo lo comprendería. «Pero por la gracia de mi cobardía, debo ir».

¡Oh, ser una superviviente!

Y qué a menudo traducían los humanos cobardía por sagacidad. «¡Fui demasiado lista para jugar su estúpido juego!». Y a veces podía ser cierto.

Pero estamos comprometidas.

Casi la única gracia salvable que poseían aquellas estupideces periódicas, pensó, era una cierta gracia de estilo demostrada por algunos participantes. Unas pocas figuras militares habían observado esto y lo habían practicado a lo largo de los eones. Teg era uno de ellos. Tenía estilo. Una vez más, se volvió cínica. Las masas que creían en sus historias decían: «¿Teg? ¡Dioses! ¡Eso sí era un hombre!». ¿Pero cuánto de ese hombre permanecía en este cuerpo inmaduro?

¿Podía seguir viviendo de acuerdo con su mitología? Pero su auténtica fuerza residía en otro reino. Es sabio a nuestra manera.

Advirtiéndome acerca del contagio del poder sexual. ¡La locura de las Honoradas Matres! No importaba su número abrumador, seguían siendo como un niño arrojando un barco de juguete a un fuerte remolino. ¿Y qué iban a poder decir cuando se produjera el desastre? «¡Oh, mami! ¡Esa mala agua oscura se llevó mi juguete!». Estaban ya desesperadas, exactamente como decía Teg, y ocultando algo, ocultándolo incluso de sí mismas. ¡Qué enorme palanca daba eso a la Bene Gesserit! Las Honoradas Matres luchando por el dominio ahí afuera en la Dispersión, y luego siendo echadas a un lado. Eso era lo que las había traído hasta aquí, y no deseaban enfrentarse a su fracaso.

Teg lo sabía también. Siempre soberbio leyendo las evidencias, adivinando las auténticas intenciones, viendo debajo de las máscaras.

Deposita su confianza en la gente.

Vio que esto estaba también en su silencioso mensaje a ella.

Él sabe lo que voy a hacer. ¡Ha visto a Murbella, y lo sabe!