Somos testigos de una fase transitoria de la eternidad. Ocurren cosas importantes, pero algunas personas nunca se dan cuenta. Intervienen accidentes. Uno no está presente en los episodios. Tiene que depender de los informes. Y la gente cierra sus mentes. ¿Qué tienen de bueno los informes? ¿La historia en un noticiario? ¿Preseleccionada en una conferencia editorial, digerida y excretada por los prejuicios? Los informes que uno necesita raras veces proceden de aquellos que hacen la historia. Diarios, memorias y autobiografías son formas subjetivas de oratoria especial. Los Archivos están atestados con este sospechoso material.
DARWI ODRADE
Scytale observó la excitación de los guardias y de los demás cuando alcanzó la barrera al final de su pasillo. El rápido ir y venir de la gente, especialmente a aquella temprana hora del día, había llamado su atención y lo había atraído hasta la barrera. Allí estaba aquella doctora Suk, Jalanto. La reconoció de la vez que Odrade la había enviado a él «porque parecéis enfermo». ¡Otra Reverenda Madre para espiarme!
Ahhh, el bebé de Murbella. Ese era el motivo de las carreras, y de la doctora Suk.
¿Pero por qué todas aquellas otras? Atuendos Bene Gesserit en una abundancia como nunca antes había visto allí. No solamente acólitas. Las Reverendas Madres iban por ahí arriba y abajo en un número tremendamente superior a las otras. Le recordaron grandes pájaros carroñeros. Finalmente apareció una acólita, llevando a un niño sobre sus hombros. Muy misterioso. ¡Si tan sólo tuviera un enlace con los sistemas de la nave!
Se reclinó contra la pared y aguardó, pero la gente desapareció por varias compuertas y pasos. Algunos de sus destinos podían ser situados con toda seguridad, otros eran un misterio.
¡Por el Sagrado Profeta! ¡Ahí venía la Madre Superiora en persona! Cruzó una gran compuerta por la que habían desaparecido la mayoría de las demás.
Era inútil preguntarle a Odrade la próxima vez que la viera. Ahora lo tenía en su trampa.
¡El Profeta está aquí y en manos powindah!
Cuando ya no apareció más gente por el pasillo, Scytale regresó a sus aposentos. El monitor de identificación en su puerta parpadeó a su paso, pero se obligó a no mirarlo. La ID es la clave. Con este conocimiento, este fallo en el sistema de control de la nave ixiana lo atraía como una sirena.
Cuando actúe, no van a darme mucho tiempo.
Sería un acto de desesperación con la nave y su contenido de rehenes. Segundos para tener éxito. Quién sabía qué falsos paneles habían sido erigidos, qué compuertas secretas podían alzar aquellas horribles mujeres ante él. No se atrevía a dar ese paso antes de haber agotado todos los otros caminos. Especialmente ahora… con el Profeta restaurado.
Traicioneras brujas. ¿Qué otras cosas habrán cambiado en esta nave? Un pensamiento inquietante. ¿Sigue siendo aplicable aún mi conocimiento?
La presencia de Scytale al otro lado de la barrera no se le había escapado a Odrade, pero había otros asuntos que la preocupaban. El alumbramiento de Murbella (le gustaba el antiguo término) había llegado en el momento oportuno.
Odrade deseaba a un distraído Idaho con ella para el intento de Sheeana de restaurar las memorias del Bashar. Idaho se distraía a menudo con los pensamientos de Murbella. Y obviamente Murbella no podía estar con él ahí, no precisamente ahora.
Odrade mantenía una prudente alerta en su presencia. Después de todo, él era un Mentat.
Lo había encontrado de nuevo ante su consola. Mientras emergía del pozo de caída al pasillo de acceso a sus aposentos, oyó el cliqueteo de los relés y ese característico zumbido del com-campo, y supo inmediatamente dónde encontrarlo.
Reveló estar de un extraño humor cuando ella lo llevó a la sala de observación desde donde podrían estudiar a Sheeana y al niño.
¿Preocupado por Murbella? ¿O por lo que iban a ver ahora?
La sala de observación era larga y estrecha. Tres hileras de sillas se hallaban situadas frente a la pared de observación de la habitación secreta donde iba a producirse el experimento. La zona de observación había sido dejada en una semipenumbra gris, con tan sólo dos pequeños globos pegados al techo en las esquinas de atrás de las hileras de sillas.
Había presentes dos Suks… aunque Odrade tenía la impresión de que no iban a servir de nada. Jalanto, la Suk a la que Idaho consideraba la mejor, estaba con Murbella.
Lo cual demuestra nuestra preocupación. Que es auténtica, por otro lado.
A lo largo de la pared de observación habían sido instalados unos cuantos sillones con reposacabezas. Una compuerta de acceso de emergencia a la otra habitación se hallaba al alcance de la mano.
Streggi trajo al niño por el pasillo exterior, desde donde no podía ver a los observadores, y lo introdujo en la habitación. Esta había sido preparada bajo la dirección de Murbella: un dormitorio, con algunas de sus propias pertenencias traídas de sus aposentos y algunas cosas de los aposentos compartidos por Idaho y Murbella.
La guarida de un animal, pensó Odrade. Había un desaliño en el lugar que procedía de la deliberada negligencia que a menudo podía apreciarse en los aposentos de Idaho: ropas tiradas sobre cualquier silla, sandalias en un rincón. El colchón era uno que habían utilizado Idaho y Murbella. Inspeccionándolo un poco antes, Odrade había notado aquel olor parecido a la saliva, un íntimo olor sexual. Eso también actuaría inconscientemente sobre Teg.
Aquí es donde se originan las cosas salvajes, las cosas que no podemos suprimir. Qué osadía, pensar que podemos controlar esto. Pero debemos hacerlo.
Mientras Streggi desvestía al niño y lo dejaba desnudo sobre el colchón, Odrade observó que su pulso se aceleraba. Inclinó su silla hacia adelante, observando que sus compañeras Bene Gesserit imitaban el mismo compulsivo movimiento.
Por los dioses, pensó con un estremecimiento. ¿No somos más que voyeurs?
Tales pensamientos eran necesarios en aquel momento, pero sintió que la degradaban. Que perdía algo en aquella intrusión. Un pensamiento extremadamente no Bene Gesserit. ¡Pero muy humano!
Duncan se había sumergido en un estudiado aire de indiferencia, un fingimiento fácilmente reconocible. Había demasiada subjetividad en sus pensamientos como para funcionar bien como Mentat. Y así era precisamente como ella lo deseaba ahora. Participación Mística. El orgasmo como energizador. Bell lo había reconocido correctamente.
A una de las tres cercanas Censoras, todas ellas elegidas como refuerzo y actuando ostensiblemente con el papel de observadoras, Odrade dijo:
—El ghola desea que sus memorias originales sean restauradas, pero al mismo tiempo lo teme. Esa es la principal barrera que tenemos que superar.
—¡Tonterías! —dijo Idaho—. ¿Sabéis lo que he estado pensando últimamente? Su madre era una de vosotras, y le proporcionó el adiestramiento profundo. ¿Qué posibilidades hay de que no lo protegiera contra vuestras Imprimadoras?
Odrade se volvió bruscamente hacia él. ¿Mentat? No, había acudido a su inmediato pasado, reviviéndolo y haciendo comparaciones. Esa referencia a las Imprimadoras, sin embargo… ¿Era así como la primera «colisión sexual» con Murbella había restaurado las memorias de otras vidas-ghola? ¿Una profunda resistencia contra la imprimación?
La Censora a la que Odrade se había dirigido eligió ignorar aquella impertinente interrupción. Había leído el material de Archivos cuando Bellonda la había puesto al corriente. Todas las tres sabían que podían ser llamadas para matar al niño-ghola. ¿Tenía poderes peligrosos para ellas? Las observadoras no lo sabrían hasta que (o a menos que) Sheeana tuviera éxito.
A Idaho, Odrade dijo:
Streggi le ha comunicado el porqué está aquí.
—¿Qué es lo que le ha dicho? —Muy perentorio con la Madre Superiora. Las Censoras lo miraron con ojos llameantes.
Odrade mantuvo su voz con una deliberada suavidad.
—Streggi le ha dicho que Sheeana restauraría sus memorias.
—¿Qué ha dicho él?
—¿Por qué no lo hace Duncan Idaho?
—¿Le ha respondido ella honestamente? —sintiendo que se aligeraba algo el peso sobre sus espaldas.
—Honestamente pero sin revelar nada. Streggi le ha dicho que Sheeana disponía de una forma mejor de hacerlo. Y que tú lo habías aprobado.
—¡Miradle! Ni siquiera se mueve. Lo habéis drogado, ¿verdad?
Idaho devolvió a las Censoras su llameante mirada.
—No nos hemos atrevido. Pero está orientado hacia su interior. Recuerdas la necesidad de eso, ¿no?
Idaho se echó hacia atrás en su silla, hundiendo los hombros.
—Murbella no deja de decir: «Es sólo un niño. Es sólo un niño». Sabéis que nos hemos peleado por ello.
—Encontré tu argumentación pertinente. El Bashar no era un niño. Es al Bashar al que estamos despertando.
Idaho alzó sus dedos cruzados.
—Eso espero.
Ella se echó hacia atrás, contemplando los dedos cruzados.
—No sabía que fueras supersticioso, Duncan.
—Le rezaría a Dur si pensara que eso podía ayudar en algo.
Recuerda los dolores de su propio redespertar.
—No reveles compasión —murmuró Duncan—. Vuélvete de espaldas a él. Mantenlo enfocado hacia adentro. Deseas su ira.
Esas eran palabras de su propia práctica.
Bruscamente, dijo:
—Puede que esto sea la cosa más estúpida que haya sugerido nunca. Desearía irme y estar con Murbella.
—Estás en buena compañía, Duncan. Y no hay nada que puedas hacer por Murbella en este momento. ¡Mira! —Mientras Teg saltaba del colchón y alzaba la vista hacía los com-ojos del techo.
—¿No hay nadie que venga a ayudarme? —preguntó Teg. Había más desesperación en su voz que la prevista en aquel estadio—. ¿Dónde está Duncan Idaho?
Odrade apoyó una mano en el brazo de Idaho cuando éste se inclinó hacia adelante.
—Quédate donde estás, Duncan. No puedes ayudarle. Todavía no.
—¿No hay nadie que venga a decirme lo que tengo que hacer? —La joven voz tenía un tono agudo y solitario—. ¿Qué es lo que vais a hacer vosotros?
Sheeana estaba aguardando, y entró en la estancia por una compuerta oculta detrás de Teg.
—Aquí estoy.
Llevaba solamente una túnica de gasa de color azul pálido, casi transparente. Se pegó a su piel mientras avanzaba para situarse frente al niño.
Teg abrió mucho la boca. ¿Aquella era una Reverenda Madre? Nunca había visto a una vestida de aquella manera.
—¿Tú vas a devolverme mis memorias? —Duda y desesperación.
—Te ayudaré a que vuelvan a ti. —Mientras hablaba, se quitó la túnica de gasa y la echó a un lado. Flotó hasta el suelo como una gran mariposa azul.
Teg se la quedó mirando.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué crees que estoy haciendo? —Se sentó a su lado y apoyó una mano en su pene.
La cabeza del niño se inclinó hacia adelante como si alguien se la hubiera empujado desde atrás, y miró la mano de Sheeana mientras una erección se iba formando debajo de ella.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—¿No lo sabes?
—¡No!
—El Bashar lo sabría.
Él alzó la vista hacia el rostro de ella, tan cerca.
—¡Tú lo sabes! ¿Por qué no me lo dices?
—¡Yo no soy tus memorias!
—¿Por qué estás canturreando así?
Ella apoyó sus labios contra el cuello de él. El leve canturreo era claramente audible para los observadores. Murbella lo llamaba un intensificador, un realimentador sintonizado a las respuestas sexuales. Fue haciéndose más intenso.
—¿Qué estás haciendo? —Casi un chillido, mientras Sheeana lo sentaba a horcajadas sobre ella. Empezó a balancearse ligeramente, mientras masajeaba la base de su espalda.
—¡Respóndeme, maldita seas! —Un claro chillido.
¿De dónde viene este «maldita seas»?, se preguntó Odrade.
Sheeana deslizó al niño dentro de ella.
—¡Esta es tu respuesta!
La boca de Teg moduló un silencioso «Ohhhhhh».
Los observadores la vieron concentrada en los ojos de Teg, pero Sheeana lo observaba con otros sentidos también.
Nota la tensión de sus muslos, la reveladora pulsación de su nervio vago, y especialmente el oscurecimiento de sus pezones. Cuando lo tengas en este punto, sostenlo hasta que sus pupilas se dilaten.
—¡Una Imprimadora! —El grito de Teg hizo sobresaltarse a los observadores.
Golpeó los hombros de Sheeana con sus puños. Todos en la pared de observación vieron un aleteo interior en sus ojos mientras se retorcía hacia un lado y hacia el otro, con algo nuevo asomándose en él.
Odrade se había puesto en pie.
—¿Ha ido algo mal?
Idaho no se movió de su silla.
—Lo que yo predije.
Sheeana empujó a Teg hacia atrás para escapar de sus engarfiados dedos.
El niño cayó al suelo, y se dio la vuelta con una velocidad tal que impresionó a los observadores. Sheeana y Teg se enfrentaron el uno a la otra durante unos largos momentos. Lentamente, él se enderezó, y solamente entonces se miró a sí mismo. Luego desvió su atención hacia su brazo izquierdo tendido frente a él. Su mirada se alzó hacia el techo, a cada pared de la estancia, una tras otra. Finalmente, volvió a contemplar su cuerpo.
—Por todos los infiernos, ¿qué…? —Todavía una voz aguda e infantil, pero extrañamente madura.
—Bienvenido, Bashar-ghola —dijo Sheeana.
—¡Estabas intentando imprimarme! —Una furiosa acusación—. ¿Crees que mi madre no me enseñó cómo impedirlo? —Una distante expresión apareció en su rostro—. ¿Ghola?
—Algunos prefieren pensar en ti como en un clon.
—¿Quién er…? ¡Sheeana! —Se volvió, mirando a su alrededor por toda la habitación. Había sido seleccionada por sus accesos ocultos, sus compuertas no visibles—. ¿Dónde estamos?
—En la no-nave que llevaste a Dune justo antes de ser muerto allí. —Siempre de acuerdo con las reglas.
—Muerto… —Se miró de nuevo las manos. Los observadores casi podían ver los filtros ghola-impuestos ir cayendo de sus memorias—. ¿Fui muerto… en Dune? —Casi un lamento.
—Heroico hasta el final —dijo Sheeana.
—Los… los hombres que tomé en Gammu… ¿fueron…?
—Las Honoradas Matres hicieron de Dune un ejemplo. Ahora es una esfera carente de vida, carbonizada hasta las cenizas.
La ira rozó sus rasgos. Se sentó y cruzó las piernas, apoyando un apretado puño sobre cada rodilla.
—Sí… Aprendí esto en la historia del… en la mía. —De nuevo miró a Sheeana. Ella permanecía sentada en el colchón, completamente inmóvil. Había en él una inmersión en las memorias que solamente alguien que había pasado por la Agonía podía apreciar. Ahora era necesaria una completa inmovilidad.
—No interfieras, Sheeana —susurró Odrade—. Deja que ocurra. Déjale sacarlo fuera. —Hizo una señal con la mano a las tres Censoras. Estas se dirigieron inmediatamente a la compuerta de acceso, observándola a ella en vez de a la estancia secreta.
—Encuentro extraño considerarme a mí mismo como un tema de historia —dijo Teg. La voz era aún de niño, pero con aquel recurrente sentido de madurez en ella. Cerró los ojos e inspiró profundamente.
En la sala de observación, Odrade se dejó caer en su silla y preguntó:
—¿Qué has visto, Duncan?
—Cuando Sheeana lo empujó, él se volvió con una rapidez que nunca había visto en nadie excepto en Murbella.
—Más rápido que eso incluso.
—Quizá… debido a que su cuerpo es joven y le hemos proporcionado un adiestramiento prana-bindu.
—Algo más. Tú nos alertaste, Duncan. Algo desconocido en las células marcadoras Atreides. —Miró a las atentas Censoras, y agitó la cabeza. No. Todavía no.
—¡Maldita sea esa madre suya! Hipnoinducción para bloquear a una Imprimadora, y jamás nos lo dijo.
—Pero mirad lo que nos dio —dijo Idaho—. Una forma más efectiva de restaurar las memorias.
—¡Hubiéramos debido ver eso por nosotras mismas! —Odrade sintió ira hacia su propia persona—. Scytale afirma que los tleilaxu utilizaban dolor y confrontación. Empiezo a dudarlo.
—Preguntadle.
—No es tan sencillo. Nuestras Decidoras de Verdad no están seguras de él.
—Es opaco.
—¿Cuándo lo has estudiado?
—¡Dar! Tengo acceso a las grabaciones de los com-ojos.
—Lo sé, pero…
—¡Maldita sea! ¿Por qué no mantenéis vuestros ojos en Teg? ¡Miradlo! ¿Qué es lo que está ocurriendo?
Odrade volvió inmediatamente su atención al sentado niño.
Teg miraba a los com-ojos, con una expresión de terrible intensidad en su rostro.
Había sido para él como despertar de un sueño en el agotamiento del conflicto, con una mano amiga sacudiéndolo. ¡Algo necesitaba su atención! Recordaba estar sentado en el centro de mando de la no-nave, con Dar de pie a su lado, con una mano sobre su cuello. ¿Acariciándole? Había algo urgente que hacer. ¿Qué? Su cuerpo sentía que algo no iba bien. Gammu… y ahora estaban en Dune y… Recordaba cosas distintas: ¿una infancia en la Casa Capitular? Dar como… como… Más memorias se entremezclaban. ¡Intentaron imprimarme!
La consciencia fluyó en torno a este pensamiento como un río discurriendo alrededor de una roca.
—¡Dar! ¿Estás aquí? ¡Estás aquí!
Odrade se echó hacia atrás en su silla y apoyó una mano en su mentón. ¿Y ahora qué?
—¡Madre! —¡Qué tono acusador!
Odrade tocó una transplaca junto a su silla.
—Hola, Miles. ¿Vamos a dar un paseo por los huertos?
—No más juegos, Dar. Sé por qué me necesitáis. Os advierto, sin embargo: La violencia proyecta al tipo de gente equivocada al poder. ¡Como si vosotras no lo supierais!
—¿Aún leal a la Hermandad, Miles, pese a lo que acabamos de intentar?
Teg miró a la atenta Sheeana.
—Sigo siendo tu perro obediente.
Odrade lanzó una acusadora mirada al sonriente Idaho.
—¡Tú y tus malditas historias!
Volvió su atención a la otra estancia.
—De acuerdo, Miles… no más juegos, pero necesito saber acerca de Gammu. Dicen que te movías más rápido de lo que el ojo podía seguir.
—Cierto. —Con un tono llano e indiferente.
—Y hace un momento…
—Este cuerpo es demasiado pequeño para llevar todo el peso.
—Pero tú…
—Lo utilicé en un solo estallido, y estoy muriéndome de hambre.
Odrade miró a Idaho. Este asintió. Cierto.
Ella hizo un gesto a las Censoras para que volvieran de la compuerta. Dudaron antes de obedecer. ¿Qué les diría Bell?
Teg no había terminado.
—¿No crees que tengo mis derechos, hija? ¿Que puesto que se supone que cada individuo es en último término responsable de su propio yo, la formación de ese yo requiere del mayor cuidado y atención?
¡Esa maldita madre suya se lo enseñó todo!
—Lo siento, Miles. No sabíamos cómo tu madre te había preparado.
—¿De quién fue esa idea? —Miró a Sheeana mientras hablaba.
—Fue idea mía, Miles —dijo Idaho.
—Oh, ¿también estás aquí? —Más memorias volvieron a él.
—Y recuerdo el dolor que me causaste cuando restauraste mis propias memorias —dijo Idaho.
Aquello pareció calmarlo.
—Está bien, Duncan. No hacen falta disculpas. —Miró a los altavoces que transmitían sus palabras dentro de la estancia—. ¿Cómo es el aire en la cima, Dar? ¿Lo bastante rarificado para ti?
¡Maldita idea estúpida!, pensó ella. Y él lo sabe. No rarificado en absoluto. El aire era denso con la respiración de las personas que la rodeaban, incluyendo aquellas que deseaban compartir su espectacular presencia, aquellas con ideas (a veces la idea de que ellas serían mejores en su trabajo), aquellas con manos ofrecidas y con manos exigentes. ¡Rarificado, por supuesto! Sintió que Teg estaba intentando decirle algo. ¿Qué?
—¡A veces debo ser el autócrata!
Se oyó a sí misma diciéndole aquello durante uno de sus paseos por los huertos, explicándole lo que era la «autocracia» y añadiendo:
—Tengo el poder, y debo usarlo. Eso es un terrible lastre para mí.
¡Tú tienes el poder, así que úsalo! Eso era lo que le estaba diciendo su Bashar Mentat. Mátame o suéltame, Dar.
Buscó de nuevo ganar tiempo, y supo que él se daría cuenta de ello.
—Miles, Burzmali está muerto, pero mantenía una fuerza de reserva aquí que adiestró él mismo. Lo mejor de…
—¡No me molestes con detalles triviales! —¡Qué voz de mando! Aguda y chillona, pero con todos los demás elementos esenciales en ella.
Sin que se les dijera, las Censoras regresaron a la compuerta. Odrade les hizo un gesto furioso de que se apartaran de allí. Sólo entonces se dio cuenta de que había llegado a una decisión.
—Devolvedle sus ropas y traedlo —dijo—. Decidle a Streggi que venga.
Las primeras palabras de Teg cuando apareció alarmaron a Odrade y le hicieron pensar si habría cometido un error.
—¿Y si no lucho de la forma en que vosotras queréis?
—Pero dijiste…
—He dicho muchas cosas en mi… en mis vidas. La lucha no refuerza el sentido moral, Dar.
Ella (y Taraza) habían oído hablar al Bashar de este tema en más de una ocasión.
—La contienda deja un residuo de «come bebe y sé feliz» que a menudo conduce inexorablemente al desmoronamiento moral.
Correcto, pero ella no sabía lo que él tenía en mente con este recordatorio.
—Por cada veterano que regresa con una nueva sensación de destino («He sobrevivido; ésa debe ser la finalidad de Dios») hay muchos más que vuelven a casa con una amargura apenas contenida, dispuestos a tomar «el camino fácil» porque han visto demasiado de las tensiones de la guerra.
Eran palabras de Teg, pero coincidían con sus creencias.
Streggi entró apresuradamente en la habitación pero, antes de que pudiera hablar, Odrade le hizo un signo de que se situara a un lado y aguardara en silencio.
Por una vez, la acólita tuvo el valor de desobedecer a la Madre Superiora.
—Duncan debería saber que tiene otra hija. Madre y niña están bien y sanas. —Miró a Teg—. Hola, Miles. —Sólo entonces se dirigió a la pared del fondo y se quedó allí aguardando.
Es mejor de lo que esperaba, pensó Odrade.
Idaho se relajó en su silla, sintiendo ahora las tensiones de la preocupación que habían interferido con su apreciación de lo que había observado allí.
Teg hizo una inclinación de cabeza hacia Streggi pero habló a Odrade.
—¿Alguna otra palabra para susurrar al oído de Dios? —Era esencial para controlar la atención y contar con el reconocimiento de Odrade—. Si no, estoy realmente muerto de hambre.
Odrade alzó un dedo para hacerle una seña a Streggi, y oyó a la acólita marcharse. Muy sensitiva a las necesidades de la Madre Superiora… y de Teg.
Entonces captó hacia dónde estaba dirigiendo Teg su atención y, con aplomo, dijo:
—Quizá esta vez hayas creado realmente una cicatriz.
Un aguijón dirigido a los alardes de la Hermandad de que «No permitimos que las cicatrices se acumulen en nuestros pasados. Las cicatrices ocultan a menudo más de lo que revelan».
—Algunas cicatrices revelan más de lo que ocultan —dijo él. Miró a Idaho—. ¿No es cierto, Duncan? —Un Mentat a otro.
—Creo que he tropezado con una antigua argumentación —dijo Idaho.
Teg miró a Odrade.
—¿Lo ves, hija? Un Mentat reconoce una vieja argumentación cuando la oye. Vosotras os enorgullecéis de saber lo que se requiere de vosotras a cada recodo, ¡pero el monstruo en este recodo en particular es creación vuestra!
—¡Madre superiora! —Era una Censora que no deseaba que se empleara con ella aquel tratamiento.
Odrade la ignoró. Sintió pena, dura y apremiante. Su Taraza Interior le recordó la disputa:
—Somos moldeadas por asociaciones Bene Gesserit. Nos embotan de una forma peculiar. Oh, cortamos rápida y profundamente cuando debemos, pero ése es otro tipo de embotamiento.
—No tomaré parte en embotarte a ti —dijo Teg. Así que ella recordó.
Streggi regresó con un guiso en un bol, un caldo amarronado con carne flotando en él. Teg se sentó en el suelo y se lo comió a rápidas cucharadas.
Odrade aguardó en silencio, haciendo girar sus pensamientos a partir del punto donde Teg los había enviado. Las Reverendas Madres se rodeaban con una dura concha contra la cual todas las cosas del exterior (incluidas las emociones) actuaban como proyecciones. Murbella tenía razón, y la Hermandad tenía que volver a aprender las emociones. Si eran tan sólo observadoras, estaban condenadas.
Se dirigió a Teg.
—No te pedimos que nos embotes.
Tanto Teg como Idaho oyeron algo más en su voz. Teg dejó a un lado el bol vacío, pero Idaho fue el primero en hablar.
—Refinadas —dijo.
Teg asintió. Las Hermanas eran raramente impulsivas. Obtenías de ellas reacciones ordenadas incluso en momentos de peligro. Iban más allá de lo que la mayoría de la gente consideraba refinado. No eran impulsadas tanto por sus sueños de poder como por sus propias visiones a largo plazo, algo compuesto por un sentido de la inmediatez y una memoria casi ilimitada. Así que Odrade estaba siguiendo un plan cuidadosamente pensado. Teg observó a las atentas Censoras.
—Estabais preparadas para matarme —dijo.
Ninguna de ellas respondió. No había necesidad. Todas reconocían la Proyección Mentat.
Teg se volvió y miró la estancia donde había recuperado sus memorias. Sheeana se había ido. Más memorias susurraban al borde de la consciencia. Hablarían en su propio momento. Aquel diminuto cuerpo. Aquello era difícil. Y Streggi… Enfocó su atención en Odrade.
—Fuisteis más listas de lo que pensabais. Pero mi madre…
—No creo que ella anticipara esto —dijo Odrade.
—No… no era tan Atreides.
Una palabra electrificante en esas circunstancias, que cargó con un especial silencio la habitación. Las Censoras se acercaron un poco.
¡Esa madre suya!
Teg ignoró a las Censoras.
—En respuesta a las preguntas que no has formulado, no puedo explicar lo que me ocurrió en Gammu. Mi velocidad física y mental desafía toda explicación. Teniendo en cuenta el tamaño y la energía, en uno de vuestros latidos de corazón puedo desembarazarme de todos los que hay en esta habitación y hallarme muy lejos de la nave. Ohhh… —alzó una mano—. Sigo siendo tu obediente perro. Haré lo que tú me pidas, pero quizá no en la forma que imaginas.
Odrade vio consternación en los rostros de sus Hermanas. ¿Qué es lo que he liberado sobre nosotras?
—Podemos impedir que cualquier cosa viva abandone esta nave —dijo Odrade—. Puedes ser rápido, pero dudo que seas más rápido que el fuego que te envolvería si intentaras abandonarla sin nuestro permiso.
—La abandonaré a su debido tiempo y con vuestro permiso. ¿Cuántas de las tropas especiales de Burzmali tenéis aquí?
—Casi dos millones. —Lo dijo casi sin darse cuenta.
—¡Tantos!
—Teníamos más de dos veces ese número con él en Lampadas cuando las Honoradas Matres lo aniquilaron.
—Vamos a tener que ser más listos que el pobre Burzmali. ¿Me dejas que discuta esto a solas con Duncan? Es para eso para que nos mantienes aquí, ¿no? ¿Nuestra especialidad? —Dirigió una sonriente mirada a los com-ojos sobre su cabeza—. Estoy seguro de que revisaréis con todo cuidado nuestra discusión antes de aprobarla.
Odrade y sus Hermanas intercambiaron miradas. Compartían una no formulada pregunta: ¿Qué otra cosa podemos hacer?
Mientras se ponía en pie, Odrade miró a Idaho.
—¡He aquí un auténtico trabajo para un Mentat Decidor de Verdad!
Cuando las mujeres se hubieron ido, Teg se dejó caer en una de las sillas y contempló la estancia vacía al otro lado de la pared de observación. Había sido duro allí, y aún sentía su corazón latir acelerado por el esfuerzo.
—Ha sido todo un espectáculo —dijo.
—Los he visto mejores. —Muy secamente.
—Lo que me apetecería ahora es un vaso grande de Marinete, pero dudo que este cuerpo pueda aceptarlo.
—Bell estará aguardando a Dar a su regreso a Central —dijo Idaho.
—¡A los infiernos inferiores con Bell! Tenemos que acabar con esas Honoradas Matres antes de que nos encuentren.
—Y nuestro Bashar tiene exactamente el plan.
—¡Maldito sea ese título!
Idaho inspiró profundamente, impresionado.
—¡Te diré algo, Duncan! —Muy intenso—. En una ocasión, cuando acudía a una importante reunión con unos enemigos potenciales, oí a un ayudante anunciarme. «Ha llegado el Bashar». Tropecé y estuve a punto de caer, presa del ensimismamiento.
—Ofuscación Mentat.
—Por supuesto que sí. Pero supe que el título me extirpó de algo que no me atrevía a perder. ¿Bashar? ¡Era más que eso! Era Miles Teg, el nombre que mis padres me habían dado.
—¡Estabas en la cadena de nombres!
—Naturalmente, y me di cuenta de que mi nombre se hallaba a una cierta distancia de algo más primordial. ¿Miles Teg? No, yo era algo más básico que eso. Podía oír a mi madre diciendo: «Oh, qué bebé tan maravilloso». Así que había otro nombre: «Bebé Maravilloso».
—¿Ahondaste más? —Idaho se sintió fascinado.
—Me sentí atrapado por ello. Nombres conduciendo a nombres conduciendo a nombres conduciendo a ningún nombre. Cuando penetré en aquella importante habitación, no tenía ningún nombre. ¿Te has arriesgado tú alguna vez a eso?
—Una vez. —Una reluctante admisión.
—Todos lo hacemos al menos una vez. Pero allí estaba yo. Había sido debidamente informado. Tenía una referencia de todos los que estaban presentes en aquella mesa… rostros, nombres, títulos, más todos sus antecedentes.
—Pero no estabas realmente allí.
—Oh, podía ver los rostros expectantes midiéndome, preguntándose, preocupándose. ¡Pero no me conocían!
—¿Eso te daba una sensación de gran poder?
—Exactamente como fuimos advertidos en la escuela Mentat. Me pregunté a mí mismo. ¿Es esto la Mente en sus inicios? No te rías. Es una pregunta tentadora.
—¿Así que ahondaste más? —Atrapado por las palabras de Teg, Idaho ignoró los tirones de advertencia al borde de su consciencia.
—Oh, sí. Y me encontré a mí mismo en la famosa «Sala de los Espejos» que nos describieron y de la que nos advirtieron que debíamos huir.
—Así que recordaste cómo salir y…
—¿Recordar? Obviamente tú has estado ahí. ¿Te sacó la memoria?
—Ayudó.
—Pese a las advertencias, me rezagué allí, viendo mi «yo de yoes» e infinitas permutaciones. Reflejos de reflejos hasta el infinito.
—La fascinación del «núcleo del ego». Muy pocos escapan de esa profundidad. Fuiste muy afortunado.
—No estoy seguro de poderlo llamar fortuna. Sabía que tenía que existir una Primera Consciencia, un despertar…
—Que descubre que no es el primero.
—¡Pero yo deseaba un yo en las raíces del yo!
—La gente en aquella reunión, ¿no notó nada raro en ti?
—Supe más tarde que permanecí sentado allí con una expresión pétrea que ocultaba esa gimnasia mental.
—¿No hablaste?
—Me mostré más bien taciturno. Fue interpretado como «la esperada reticencia del Bashar». Algo más que añadirle a mi reputación.
Idaho empezó a sonreír, y recordó los com-ojos. Vio inmediatamente cómo los perros guardianes interpretarían tales revelaciones. ¡Un talento salvaje en un peligroso descendiente de los Atreides! Las hermanas conocían los espejos. Cualquiera que escapara debía ser sospechoso. ¿Qué era lo que le mostraban los espejos?
Como si hubiera oído la peligrosa pregunta, Teg dijo:
—Estaba atrapado y lo sabía. Podía visualizarme a mí mismo como un extenuado vegetal, pero no me importaba. Los espejos lo eran todo hasta que, como alguien flotando en el agua, vi a mi madre. Tenía más o menos el aspecto que había tenido poco antes de morir.
Idaho inhaló temblorosamente. ¿No se daba cuenta Teg de lo que acababa de decir para que los com-ojos lo registraran?
—Las Hermanas imaginarán ahora que como mínimo soy un Kwisatz Haderach potencial —dijo Teg—. Otro Muad’Dib. ¡Tonterías! Como a ti te gusta tanto decir, Duncan. Ninguno de nosotros se arriesgaría a eso. ¡Sabemos lo que creó, y no somos estúpidos!
Idaho no consiguió tragar saliva. ¿Aceptarían ellas las palabras de Teg? Decía la verdad, pero aún así…
—Ella tomó mi mano —dijo Teg—. ¡Pude sentirlo! Y me condujo directamente al Salón. Yo esperaba que ella se quedara conmigo cuando me descubrí sentado ante la mesa. Mi mano aún hormigueaba con su contacto, pero ella había desaparecido. Lo supe. Simplemente me puse en guardia y me hice cargo de la conferencia. La Hermandad tenía ventajas importantes que ganar allí, y se las gané.
—Algo que tu madre implantó en…
—¡No! La vi de la misma forma que las Reverendas Madres ven sus Otras Memorias. Era su forma de decir: «¿Por qué demonios estás perdiendo el tiempo aquí cuando hay trabajo que hacer?». Nunca me ha abandonado, Duncan. El pasado nunca nos abandona a ninguno de nosotros.
Idaho vio bruscamente la finalidad que había tras las palabras de Teg. ¡Honestidad y sinceridad, por supuesto!
—¡Tú tienes Otras Memorias!
—¡No! Excepto que todo el mundo las tiene en las emergencias. El Salón de los Espejos era una emergencia, y me permitió ver y sentir la fuente de la ayuda. ¡Pero no voy a volver ahí!
Idaho aceptó aquello. La mayoría de los Mentats arriesgaban el zambullirse una vez en el Infinito y aprendían la naturaleza transitoria de nombres y títulos, pero el relato de Teg era mucho más que una afirmación acerca del tiempo como un fluir y una escena.
—Supongo que hace ya tiempo que estamos completamente metidos en la Bene Gesserit —dijo Teg—. Deberían saber hasta qué punto pueden confiar en nosotros. Hay trabajo que hacer, y ya hemos perdido bastante tiempo en estupideces.