Caminamos por una línea delicada, perpetuando los genes Atreides (Siona) en nuestra población debido a que eso nos oculta de la presciencia. ¡Llevamos al Kwisatz Haderach en esa maleta! La obstinación creó a Muad’Dib. ¡Los profetas hicieron que las predicciones se volvieran ciertas! ¿Nos atreveremos alguna vez a ignorar de nuevo nuestro sentido Tao y abastecer a una cultura que odia el azar y suplica profecías?
Resumen de Archivos (adixto).
Acababa de amanecer cuando Odrade llegó a la no-nave, pero Murbella ya estaba levantada y trabajando con un mec de adiestramiento cuando la Madre Superiora penetró en la sala de prácticas.
Odrade había caminado el último kilómetro entre anillos de huertos que rodeaban el espaciopuerto. Las nubes nocturnas se habían vuelto diáfanas con la proximidad del amanecer, luego se habían disipado revelando un cielo denso de estrellas.
Reconoció un delicado cambio del clima para obtener otra cosecha de aquella región, pero las decrecientes lluvias apenas bastaban para mantener vivos huertos y pastos.
Mientras caminaba, Odrade se sintió abrumada por la melancolía. El invierno recién transcurrido había sido un duramente conseguido silencio entre tormentas. La vida era un holocausto. Los ansiosos insectos transportando el polen, los frutos y semillas que seguían a las flores. Esos huertos eran una secreta tormenta cuyo poder permanecía oculto en el torrencial fluir de la vida. Pero ohhh, la destrucción. La nueva vida traía consigo el cambio. El Cambiador estaba acercándose, siempre distinto. Los gusanos de arena traían consigo la pureza del desierto del antiguo Dune.
La desolación de aquel poder transformador invadía su imaginación. Podía imaginar aquel paisaje reducido a dunas barridas por el viento, un hábitat para los descendientes de Leto II.
Y las artes de la Casa Capitular sufrirían una mutación… con los mitos de una civilización siendo reemplazados por otros.
El aura de esos pensamientos penetró con Odrade en la sala de prácticas y tiñó su estado de ánimo mientras contemplaba a Murbella completar una ronda de rápidos ejercicios y luego retrocedía unos pasos, jadeante.
Un delgado arañazo enrojecía el dorso de la mano izquierda de Murbella allá donde había fallado un movimiento con el gran mec. El adiestrador automático permanecía inmóvil en el centro de la habitación como un pilar dorado, agitando sus armas adentro y afuera… tanteantes mandíbulas de un rabioso insecto.
Murbella llevaba unos ajustados leotardos verdes, y la piel de su cuerpo que quedaba al descubierto relucía con sudor. Incluso con el prominente redondeamiento de su embarazo, su línea era graciosa. Su piel resplandecía de salud. Era algo que procedía de dentro, decidió Odrade, en parte por el mismo embarazo, pero también por algo mucho más fundamental. Era algo que había quedado intensamente grabado en Odrade desde su primer encuentro, algo que había observado Lucilla tras capturar a Murbella y rescatar a Idaho de Gammu. La salud vivía en ella debajo de la superficie como una lente que enfocara la atención en un profundo arroyo de vitalidad.
¡Debemos conseguirla!
Murbella vio a su visitante, pero se negó a ser interrumpida.
Todavía no, Madre Superiora. Mi bebé va a nacer pronto, pero este cuerpo necesita proseguir con sus actividades.
Odrade vio entonces que el mec estaba simulando irritación, una respuesta programada despertada por la frustración de sus circuitos. ¡Un modo extremadamente peligroso!
—Buenos días, Madre Superiora.
La voz de Murbella brotó modulada por sus ejercicios mientras se retorcía y esquivaba con aquella velocidad suya casi cegadora.
El mec fintó y se lanzó contra ella, con sus sensores disparándose y zumbando en un intento de seguir sus movimientos.
Odrade contuvo el aliento. Hablar en aquellos momentos amplificaba el peligro del mec. No podías arriesgarte a distracciones cuando jugabas a un juego tan peligroso como aquél. ¡Ya basta!
Los controles del mec estaban en un amplio panel verde en la pared a la derecha de la puerta. Los cambios que había efectuado Murbella podían apreciarse en los circuitos… cables colgando, campos de rayos con los cristales de memoria dislocados. Odrade avanzó una mano e inmovilizó el mecanismo.
Murbella se volvió hacia ella.
—¿Por qué cambiaste los circuitos? —preguntó Odrade.
—Para conseguir ira.
—¿Es eso lo que hacen las Honoradas Matres?
—¿Del mismo modo que es inclinada una rama? —Murbella se masajeó la mano herida—. ¿Pero y si la rama sabe la forma en que es inclinada y lo aprueba?
Odrade sintió una repentina excitación.
—¿Lo aprueba? ¿Por qué?
—Porque hay algo… grande en ello.
—¿Mantiene alta tu adrenalina?
—¡Vos sabéis que no es eso! —La respiración de Murbella volvió a la normalidad. Miró fijamente a Odrade.
—Entonces, ¿qué es?
—Es… sentir el desafío de hacer más de lo que nunca creíste que fuera posible conseguir. Nunca sospechaste que pudieras llegar a esto… hacerlo tan bien y con tanta maestría.
Odrade ocultó su excitación.
Mens sana corpus sanum. ¡Al fin la tenemos!
—¿Pero y el precio que pagas por ello? —dijo Odrade.
—¿Precio? —Murbella sonó sorprendida—. Mientras pueda hacerlo, me siento encantada de pagar.
—¿Tomas lo que quieres y pagas por ello?
—Es vuestro mágico cuerno de la abundancia Bene Gesserit: a medida que consigo mayores logros, mi habilidad de pagar se incrementa también.
—Cuidado, Murbella. Ese cuerno de la abundancia, como tú lo llamas, puede convertirse en la caja de Pandora.
Murbella conocía la alusión. Permaneció completamente inmóvil, su atención fija en la Madre Superiora.
—¿Oh? —El sonido apenas escapó de entre sus labios.
—La caja de Pandora libera poderosas distracciones que gastan energías de tu vida. Hablas irreflexivamente de estar «en la caída» y convertirte en una Reverenda Madre, pero sigues sin saber lo que eso significa ni lo que deseamos de ti.
—Entonces nunca fueron nuestras habilidades sexuales lo que deseabais.
Odrade avanzó ocho pasos, de una forma majestuosamente deliberada. Una vez Murbella se había adentrado en aquel tema, no había forma de cortarla de la forma habitual… la discusión interrumpida secamente por la orden perentoria de la Madre Superiora.
—Sheeana ha dominado fácilmente tus habilidades —dijo Odrade.
—¡Así que vais a utilizarla con ese niño!
Odrade captó desagrado. Era un residuo cultural. ¿Cuándo empezó la sexualidad humana? Sheeana, aguardando ahora en los aposentos de guardia de la no-nave, se había visto obligada a enfrentarse a ello.
—Espero que reconozcáis la fuente de mi reluctancia y el porqué me mantuve tan secreta, Madre Superiora.
—¡Reconozco que una sociedad Fremen llenó tu mente con inhibiciones antes de que te tomáramos en nuestras manos!
Aquello había despejado la atmósfera entre ellas. ¿Pero cómo iba a ser redirigido este intercambio con Murbella? Debo dejar que vaya desarrollándose mientras busco una salida.
Habría repeticiones y emergerían salidas irresolutas. El hecho de que casi cada palabra pronunciada por Murbella pudiera ser anticipada iba a ser una prueba.
—¿Por qué eludís esta forma probada de dominar a otros ahora que decís que la necesitáis con Teg? —preguntó Murbella.
—Esclavos, ¿es eso lo que quieres? —contraatacó Odrade.
Murbella consideró aquello con ojos casi cerrados. ¿Debo considerar a los hombres como nuestros esclavos? Quizá. Produje en ellos períodos de abandono alocadamente desprovistos de todo pensamiento. Unas cimas de éxtasis que ellos nunca habían soñado que fueran posibles. Fui adiestrada para proporcionarles eso y, como consecuencia, someterlos a nuestro control.
Hasta que Duncan hizo lo mismo conmigo.
Odrade vio el encubrimiento en los ojos de Murbella, y reconoció que había cosas en la psique de aquella mujer retorcidas de tal modo que las hacía difíciles de extraer a la luz. Una ferocidad en lugares hasta donde no hemos llegado. Era como si la claridad original de Murbella hubiera quedado indeleblemente manchada y luego esa mancha cubierta para ocultarla e incluso ese recubrimiento enmascarado. Había una dureza en ella que distorsionaba pensamientos y acciones. Capa sobre capa sobre capa…
—Tenéis miedo de lo que yo pueda hacer —dijo Murbella.
—Hay verdad en lo que dices —admitió Odrade.
Honestidad y sinceridad… herramientas limitadas que en estos momentos tienen que ser utilizadas con extrema cautela.
—Duncan. —La voz de Murbella brotó llana, con nuevas habilidades Bene Gesserit.
—Temo lo que tú compartes con él. ¿No encuentras extraño el hecho de que una Madre Superiora admita el miedo?
—¡Conozco la sinceridad y la honestidad! —Hizo que la sinceridad y la honestidad sonaran repelentes.
—A las Reverendas Madres se les enseña a no abandonar nunca el yo. Somos adiestradas a no sobrecargamos de esa forma con preocupaciones de otras.
—¿Es eso todo?
—Es algo que penetra muy profundamente y tiene otras ramificaciones. Ser una Bene Gesserit te marca, a su propia manera.
—Sé lo que estáis pidiendo: Elige a Duncan o a la Hermandad. Conozco vuestros trucos.
—Creo que no.
—¡Hay cosas que no haré!
—Cada una de nosotras se halla forzada por un pasado. Yo hago mis elecciones, hago lo que debo porque mi pasado es distinto del tuyo.
—¿Seguiréis adiestrándome pese a lo que os acabo de decir?
Odrade oyó aquello con la receptividad total que esos encuentros con Murbella exigían, cada sentido alerta a cosas no dichas, mensajes que flotaban en los bordes de las palabras como si fueran cilios agitándose allí, tendiéndose para entrar en contacto con un peligroso universo.
La Bene Gesserit debe cambiar sus caminos. Y aquí hay una que puede guiarnos en ese cambio.
Bellonda se sentiría aterrada ante la perspectiva. Muchas Hermanas la rechazarían. Pero ahí estaba.
Al ver que Odrade guardaba silencio, Murbella dijo:
—Adiestrar. ¿Es ésa la palabra adecuada?
—Condicionar. Esa puede que te sea más familiar.
—Lo que queréis realmente es unir nuestras experiencias, hacerme lo suficientemente parecida a vos como para que podamos crear una confianza entre nosotras. Eso es lo que hace toda vuestra educación.
¡No juegues a juegos eruditos conmigo, muchacha!
—Podríamos fluir en la misma corriente, ¿eh, Murbella?
Cualquier acólita de Tercer Grado se hubiera vuelto lentamente cautelosa oyendo aquel tono de la Madre Superiora. Murbella permaneció impasible.
—Excepto que yo no voy a abandonarle.
—Eso eres tú quien debe decidirlo.
—¿Dejasteis a Dama Jessica decidir?
Al fin la salida de este callejón sin salida.
Duncan había animado a Murbella a estudiar la vida de Jessica. ¡Con la esperanza de frustrarnos! Los holos de aquella proeza habían iniciado severos análisis de multitud de grabaciones.
—Una persona interesante —dijo Odrade.
—¡Amor! Después de todas vuestras enseñanzas, ¡vuestro condicionamiento!
—¿No crees que ella se comportó traicioneramente?
—¡Nunca!
Ahora delicadamente.
—Pero contempla las consecuencias: un Kwisatz Haderach… ¡y ese nieto, el Tirano! —Un argumento muy querido al corazón de Bellonda.
—La Senda de Oro —dijo Murbella—. La supervivencia de la humanidad.
—Los Tiempos de Hambruna y la Dispersión.
¿Estás observando esto, Bell? No importa. Lo observarás.
—¡Las Honoradas Matres! —dijo Murbella.
—¿Todo a causa de Jessica? —preguntó Odrade—. Pero Jessica volvió al redil y vivió sus últimos años en Caladan.
—¡Maestra de acólitas!
—También un ejemplo para ellas. ¿Ves lo que ocurre cuando nos desafías? —¡Nos desafías, Murbella! Hazlo más hábilmente que Jessica.
—¡A veces me repeléis! —Su honestidad natural la obligó a añadir—: Pero sabéis que deseo lo que vosotras poseéis.
Lo que nosotras poseemos.
Odrade recordó sus propios primeros encuentros con los atractivos de la Bene Gesserit. Todas las funciones corporales ejecutadas con una exquisita precisión, los sentidos sintonizados para detectar los más pequeños detalles, los músculos adiestrados para actuar con una maravillosa exactitud. Esas habilidades en una Honorada Matre no podían hacer más que añadir una nueva dimensión amplificada por la velocidad corporal.
—Estáis arrojándolo todo sobre mis espaldas —dijo Murbella—. Intentando forzar mi elección cuando ya la conocéis muy bien.
Odrade guardó silencio. Aquella era una forma antigua de argumentación que los jesuitas habían casi perfeccionado. El simulflujo superponía controvertidos esquemas: dejemos que Murbella se convenza a sí misma. Proporcionémosle tan sólo el más suave de los empujones. Démosle pequeñas excusas que ella misma pueda ampliar.
¡Pero hazlo rápido, Murbella, por el amor de Duncan!
—Sois muy lista exhibiendo las ventajas de vuestra Hermandad delante de mis narices —dijo Murbella.
—¡No somos un autoservicio de restaurante!
Una sonrisa indiferente aleteó en los labios de Murbella.
—Tomaré uno de esos y uno de esos otros y creo que me gustará uno de esos pastelillos de crema que hay ahí.
Odrade disfrutó de la metáfora, pero las omnipresentes observadoras tenían sus propios apetitos.
—Una dieta que puede matarte.
—Pero veo vuestras ofertas desplegadas de una forma tan atractiva. ¡La Voz! Qué cosa tan maravillosa habéis cocinado ahí. Tengo este maravilloso instrumento en mi garganta, y vos podéis enseñarme a tocarlo de una forma definitiva.
—Ahora eres un maestro concertista.
—¡Deseo vuestra habilidad para influenciar a aquellos que hay a mi alrededor!
—¿Con qué fin, Murbella? ¿Con qué metas?
—Si como lo que vos coméis, ¿creceré con vuestro tipo de resistencia: plastiacero por fuera, y aún más duras por dentro?
—¿Es así como me ves?
—¡El chef en mi banquete! Y tengo que comer todo lo que me traigáis… por mi bien y por el vuestro.
Sonaba casi maníaca. Una extraña persona. A veces parecía ser el más desdichado de los seres, yendo arriba y abajo por sus aposentos como una fiera enjaulada. Esa loca mirada en sus ojos, las motas naranja en las córneas… como ahora.
—¿Sigues negándote a trabajarte a Scytale?
—Dejad que lo haga Sheeana.
—¿La adiestrarás?
—¡Y ella utilizará mi adiestramiento sobre el chico!
Se miraron mutuamente, dándose cuenta de que compartían un pensamiento similar. Esto no es una confrontación porque cada una de nosotras desea a la otra.
Estaban en una danza, una pavana con una estructura formal que ninguna de las dos podía cambiar. Dentro de la estructura, estaban obligadas a improvisar pasos. Era como una reproducción limitada de las alocadamente arrítmicas danzas rakianas, la base del control de Sheeana sobre los gusanos. La estructura limitaba las cosas que podían decirse, e incluso la excusa: «Creo que me gustaría decirte otras cosas pero eso no está permitido».
—Comunicación limitada —dijo Odrade.
Murbella pensó que aquello podía ser llevado hasta más allá de sus límites, pero entonces se hallarían en otro tipo de negociación, una excursión a lugares donde la Bene Gesserit era experta. Siempre encuentran un camino.
Manos sucias, pensó Odrade. Eso es lo que ella teme. Nuestra suciedad en su consciencia. Era una excelente rama en la cual podían injertar la moralidad Bene Gesserit.
—Estoy atada a vos por lo que vos podéis proporcionarme —dijo Murbella, con voz muy baja—. Pero vos deseáis saber si yo puedo actuar contra eso que me ata.
—¿Puedes?
—No más de lo que podríais vos si las circunstancias lo exigieran.
—¿Crees que alguna vez lamentarás tu decisión?
—¡Por supuesto que lo haré! —¿Qué tipo de pregunta estúpida era aquella? La gente siempre lamentaba cosas. Murbella lo dijo así.
—Lo cual confirma tu honestidad contigo misma. Nos gusta que no huyas bajo falsas banderas.
—¿Vosotras proporcionáis banderas de esa clase?
—Naturalmente que lo hacemos.
—Debéis poseer formas de extirparlas.
—La Agonía hace eso por nosotras. La falsedad no viene a través de la especia.
Odrade se dio cuenta de que los latidos del corazón de Murbella se aceleraban.
—¿Y no vais a exigir que abandone a Duncan? —muy agudamente.
—Esa relación presenta dificultades, pero son tus dificultades.
—¿Otra forma de pedirme que lo abandone?
—Acepta la posibilidad, eso es todo.
—No puedo.
—¿No lo harás?
—Quiero decir lo que digo. Soy incapaz.
—¿Y si alguien te mostrara cómo?
Murbella miró fijamente a Odrade a los ojos durante un largo momento, luego:
—Casi he estado a punto de decir que eso me liberaría… pero…
—¿Sí?
—No estaré libre mientras él siga ligado a mí.
—¿Es eso una renuncia de los caminos de las Honoradas Matres?
—¿Renuncia? Una palabra equivocada. Simplemente he crecido más allá de mis anteriores Hermanas.
—¿Tus anteriores Hermanas?
—Siguen siendo mis Hermanas, pero son las Hermanas de mi infancia. A algunas las recuerdo con cariño, otras me desagradan intensamente. Compañeras en un juego que ya no me interesa.
—¿Esa decisión te satisface?
—¿Estáis satisfecha vos, Madre Superiora? Odrade dio una palmada con una no reprimida excitación. ¡Con cuánta rapidez había adquirido Murbella la pronta respuesta Bene Gesserit!
—¿Satisfecha? ¡Qué terrible palabra!
Mientras Odrade hablaba, Murbella se sintió trasladada como en un sueño al borde de un abismo, incapaz de despertar e impedir la caída. Su estómago le dolía con un secreto vacío, y las siguientes palabras de Odrade llegaron desde una distancia llena de ecos.
—La Bene Gesserit lo es todo para una Reverenda Madre. Nunca serás capaz de olvidar eso.
Tan rápidamente como había venido, la sensación de sueño pasó. Las siguientes palabras de la Madre Superiora fueron frías e inmediatas.
—Prepárate para ausentarte a menudo de la nave tan pronto como tu bebé haya nacido. Te sacaremos más a menudo para adiestramiento avanzado.
—Bajo guardia, por supuesto.
—Por ahora. —Hasta que te enfrentes a la Agonía… vivas o mueras.
Odrade alzó los ojos hacia los com-ojos del techo.
—Enviad a Sheeana aquí. Empezará inmediatamente con su nueva maestra.
—¡Así que vais a hacerlo! Vais a trabajaros a ese niño.
—Piensa en él como en el Bashar Teg —dijo Odrade—. Eso ayuda. —Y no vamos a darte tiempo a reconsiderarlo.
—No me resistí a Duncan, y no puedo discutir con vos.
—No discutas tampoco contigo misma, Murbella. Carece de sentido. Teg era mi padre, y pese a todo debo hacer esto.
Hasta aquel momento, Murbella no se había dado cuenta de la fuerza que se ocultaba tras la anterior afirmación de Odrade. La Bene Gesserit lo es todo para una Reverenda Madre. ¡Que el Gran Dur me proteja! ¿Voy a ser así?