No participes en ningún conflicto contra fanáticos a menos que puedas difundirlo. Opón una religión con otra religión solamente si tus pruebas (milagros) son irrefutables o si puedes mezclarlas de una forma tal que los fanáticos te acepten como alguien inspirado por dios. Esta ha sido durante mucho tiempo la barrera a la ciencia asumiendo un manto de revelación divina. La ciencia es tan obviamente obra del hombre. Los fanáticos (y hay muchos fanáticos sobre un tema u otro) deben saber dónde estás tú, pero más importante aún, deben reconocer quién susurra en tu oído.
Missionaria Protectiva, Enseñanza Primaria
El fluir del tiempo importunaba a Odrade tanto como la consciencia constante de la aproximación de los cazadores. Los años pasaban tan rápidamente que los días se hacían imprecisos. ¡Dos meses de discusiones para conseguir la aprobación de Sheeana como sucesora de Tam!
Bellonda había montado una constante guardia cada vez que Odrade había estado ausente, como había hecho hoy, instruyendo a un nuevo remanente de Bene Gesserits que era enviado a la Dispersión. El Consejo seguía con aquello, aunque con reluctancia. La sugerencia de Idaho de que se trataba de una estrategia fútil había enviado olas de shock a través de toda la Hermandad. Las instrucciones llevaban consigo ahora nuevos planes defensivos para «lo que podáis encontrar».
Cuando Odrade entró en el cuarto de trabajo a última hora de la tarde, Bellonda se hallaba sentada ante la mesa. Sus mejillas estaban enrojecidas y sus ojos mostraban esa dura mirada que adquirían cuando suprimía el cansancio. Con Bell allí, los resúmenes diarios incluían agudos comentarios.
—Han aprobado a Sheeana —dijo, tendiendo un pequeño cristal a Odrade—. El apoyo de Tam lo consiguió. Y el nuevo de Murbella nacerá dentro de ocho días, o eso es lo que dicen las Suk.
Bell tenía poca fe en los doctores Suk.
¿El nuevo? ¡Bell podía ser tan condenadamente impersonal respecto a la vida! Odrade sintió que su pulso se aceleraba ante la perspectiva.
Cuando Murbella se recupere del parto… la Agonía. Está preparada.
—Duncan se muestra extremadamente nervioso —dijo Bellonda, abandonando la silla.
¡Todavía Duncan! Esos dos se están volviendo notablemente familiares.
Bell aún no había terminado.
—Y antes de que lo preguntes, ni una palabra de Dortujla.
Odrade ocupó su silla tras la mesa y sopesó el cristal del informe en su palma. La acólita de confianza de Dortujla, ahora la Reverenda Madre Fintil, no correría el riesgo del viaje en la no-nave o cualquier otro de los medios de comunicación que habían preparado simplemente para impresionar a una Madre Superiora. Ninguna noticia significaba que el cebo estaba aún ahí afuera… o se había perdido.
—¿Le has dicho a Sheeana que ha sido confirmada? —preguntó Odrade.
—Te lo he dejado a ti. Vuelve a estar retrasada en su informe diario. No es correcto en alguien que está ya en el Consejo.
Así que Bell seguía desaprobando el nombramiento.
Los mensajes diarios de Sheeana habían adquirido la forma de una nota repetitiva: «Ninguna señal de gusano. Masa de especia intacta».
Todo aquello en lo que habían depositado sus esperanzas permanecía terriblemente suspendido de la nada. Y los cazadores de la pesadilla se arrastraban cada vez más cerca. Las tensiones se acumulaban. Explosivo.
—Has visto muchas veces esa conversación entre Duncan y Murbella —dijo Bellonda—. ¿Es eso lo que Sheeana estaba ocultando, y si es así, por qué?
—Teg era mi padre.
—¡Qué delicadeza! ¡Una Reverenda Madre tiene escrúpulos en imprimar al ghola del padre de la Madre Superiora!
—Ella fue mi estudiante personal, Bell. Siente preocupaciones hacia mí que tú no puedes sentir. Además, no es solamente un ghola, es un niño.
—¡Tenemos que estar seguras de ella!
Odrade vio el nombre formarse en los labios de Bellonda, pero permaneció sin ser pronunciado. «Jessica».
¿Otra Reverenda Madre imperfecta? Bell tenía razón, debían asegurarse con Sheeana. Es mi responsabilidad. Una visión de la negra escultura de Sheeana parpadeó en la consciencia de Odrade.
—El plan de Idaho posee un cierto atractivo, pero… —Bellonda dudó.
Odrade expresó en voz alta sus temores:
—Pero es un niño todavía, su crecimiento es incompleto. El dolor de la restauración habitual de las memorias podría aproximarse a la Agonía. Podría alienarle. Pero esto…
—Controlarlo con una Imprimadora: esta parte la apruebo. ¿Pero y si eso no restaura sus memorias?
—Seguimos teniendo el plan original. Y tuvo ese efecto en Idaho.
—Fue diferente con él, pero la decisión puede esperar. Estás retrasada para tu encuentro con Scytale.
Odrade sopesó el cristal.
—¿El resumen diario?
—Nada que no hayas visto ya muchas veces. —Viniendo de Bell, era casi una nota de preocupación.
—Lo traeré aquí. Haz que Tam esté esperando, y tú entra luego con algún pretexto.
Scytale ya casi se había acostumbrado a aquellas salidas de la nave, y Odrade observó aquello en su actitud casual cuando emergieron del transporte al sur de Central.
Era más que un paseo y ambos lo sabían, pero ella había convertido aquellas excursiones en algo regular, una repetición pensada para apaciguarlo. Rutina. Tan útil en ocasiones.
—Muy amables esos paseos por vuestra parte —dijo Scytale, mirando a ambos lados—. El aire es más seco de lo que recuerdo. ¿Dónde vamos esta tarde?
Qué pequeños son sus ojos cuando los entrecierra contra el sol.
—A mi cuarto de trabajo. —Hizo una seña hacia los edificios de Central, a medio kilómetro al norte. Hacía fresco bajo un cielo de primavera sin nubes y los cálidos colores de los tejados, las luces empezaban a encenderse en la torre, guiños que tenían una promesa de alivio contra el frío viento que acompañaba a casi todos los anocheceres aquellos días.
Con una atención periférica, Odrade observó cuidadosamente al tleilaxu que tenía a su lado. ¡Tanta tensión! Podía sentirla también en las Reverendas Madres y acólitas guardianas que caminaban cerca detrás de ellos, todas ellas elegidas especialmente por Bellonda.
Necesitamos a este pequeño monstruo, y él lo sabe. ¡Y seguimos sin saber la extensión de las habilidades tleilaxu! ¿Qué talentos ha acumulado? ¿Por qué sondea con una indiferencia tan aparente un posible contacto con sus compañeros prisioneros?
Los tleilaxu hicieron al ghola-Idaho, se recordó a sí misma. ¿Habían ocultado cosas secretas en él?
Odrade encontraba a Scytale vagamente repulsivo. ¿Por qué eligieron ser tan grises? Sus conocimientos genéticos hubieran podido proporcionarles una apariencia mucho más aceptable. Aquello era deliberado. Desean agitar antiguos miedos.
—Soy sólo un mendigo que ha acudido a vuestra puerta, Madre Superiora —dijo Scytale con aquella gimoteante voz de elfo—. Nuestro planeta está en ruinas, mi pueblo ha sido completamente masacrado. ¿Por qué tengo que acudir a vuestros aposentos?
—Para negociar en un entorno más placentero.
—Sí, el ambiente en la nave es excesivamente confinado. Pero no comprendo por qué siempre abandonamos el vehículo tan lejos de Central. ¿Por qué tenemos que caminar?
—Lo considero refrescante.
Scytale miró a su alrededor, a las plantaciones.
—Agradable, pero completamente frío, ¿no creéis?
Odrade miró al sur. Aquellas laderas meridionales estaban plantadas con viñedos, las crestas y las más frías laderas septentrionales estaban reservadas a los huertos. Eran uvas mejoradas, aquellos viñedos. Desarrolladas por los jardineros Bene Gesserit. Viejas cepas, cuyas raíces «se hundían hasta el infierno», donde (según la antigua superstición) robaban el agua de las almas que allí ardían. Los lagares estaban bajo tierra, del mismo modo que las bodegas y las cavas de envejecimiento. Nada que estropeara el paisaje de viñedos tendidos en ordenadas hileras, plantadas a la suficiente distancia las unas de las otras como para que los equipos de vendimia pudieran trabajar cómodamente.
¿Agradable para él? Dudaba que Scytale viera algo agradable allí. Estaba adecuadamente nervioso, tal como ella deseaba que estuviera, preguntándose a sí mismo: ¿Por qué ha elegido realmente esa mujer hacerme caminar a través de este rústico entorno?
Irritaba a Odrade el que no se atrevieran a utilizar elementos de persuasión Bene Gesserit más poderosos sobre aquel hombrecillo. Pero estaba de acuerdo con el consejo que decía que si esos esfuerzos fracasaban, no iban a tener una segunda oportunidad. Los tleilaxu habían demostrado que morirían antes que entregar ningún conocimiento secreto (y sagrado).
—Hay cosas que me desconciertan —dijo Odrade, abriéndose camino entre un montón de útiles agrícolas mientras hablaba—. ¿Por qué insistís en tener a vuestros propios Danzarines Rostro antes de consentir a nuestras peticiones? ¿Y a qué se debe vuestro interés en Duncan Idaho?
—Mi querida dama, no tengo compañeros en mi soledad. Eso responde a ambas preguntas. —Se frotó con aire ausente el pecho, allá donde llevaba oculta la cápsula de entropía nula.
¿Por qué se frota aquí con tanta frecuencia? Era un gesto sobre el que tanto ella como las analistas se habían sentido desconcertadas. No hay ninguna cicatriz, ninguna inflamación de la piel. Quizá tan sólo un remanente de su infancia. ¡Pero eso fue hace tanto tiempo! ¿Un fallo en su reencarnación? Nadie podía saberlo. Y esa piel gris tenía una pigmentación metálica que resistía los instrumentos de sondeo. Seguro que había sido sensibilizado a los rayos más intensos y sabía que habían sido utilizados sobre él. No… ahora era cuestión de diplomacia. ¡Maldito sea este pequeño monstruo!
Scytale se preguntó: ¿Acaso esa hembra powindah no posee simpatías naturales sobre las que yo pueda actuar? Lo típico era algo ambivalente en esa pregunta.
—El Welht de Jandola ya no existe —dijo. Miles de millones de nosotros fueron masacrados por esas rameras. Hemos sido destruidos hasta los más lejanos confines del Yaghist, y sólo quedo yo.
Yaghist, pensó ella. La tierra de los no gobernados. Era una palabra reveladora en el Islamiyat, el lenguaje de la Bene Tleilax.
En ese idioma, dijo:
—La magia de nuestro Dios es nuestro único puente.
Exigió una vez más compartir su Gran Creencia, el ecumenismo Sufí-Zensunni que había difundido la Bene Tleilax. Hablaba el lenguaje sin ningún fallo, conocía las palabras adecuadas, pero él captaba falsedades. ¡Llama «Tirano» al Mensajero de Dios, y desobedece los preceptos más básicos!
¿Dónde se reunían aquellas mujeres en kehl para sentir la presencia de Dios? Si hablaban realmente el lenguaje de Dios, tenían que saber ya que estaban buscándolo con burdos regateos.
Mientras ascendían la última cuesta hacia la pavimentada pista de aterrizaje de Central, Scytale apeló a Dios en busca de ayuda. ¡La Bene Tleilax reducida a esto! ¿Por qué nos has sometido a una tal prueba? Somos los últimos legalistas del Shariat y yo, el último Maestro de mi gente, debo buscar respuestas de Ti, Dios, cuando Tú ya no puedes hablarme en kehl.
Una vez más en un perfecto Islamiyat, Odrade dijo:
—Fuisteis traicionados por vuestra propia gente, aquella a la que enviasteis a la Dispersión. Ya no tenéis más hermanos Malik, sólo hermanas.
Entonces, ¿dónde está tu cámara sagra, engañosa powindah? ¿Dónde está ese lugar profundo y sin ventanas donde sólo los hermanos pueden entrar?
—Esto es algo nuevo para mí —dijo. ¿Hermanas Malik? Esas dos palabras han sido siempre autoexclusivas. Las Hermanas no pueden ser Malik.
—Waff, vuestro difunto Mahai y Abdl, tuvo problemas a causa de eso. Y condujo a vuestro pueblo casi a la extinción.
—¿Casi? ¿Sabéis de supervivientes? —No pudo disimular la excitación en su voz.
—No Maestros… pero he oído de algunos Domel, y todos en manos de las Honoradas Matres.
Se detuvo donde la esquina de un edificio ocultaba de su vista el sol en su ocaso durante algunos pasos y, aún en el lenguaje secreto de los tleilaxu, dijo:
—El sol no es Dios.
¡El alba y el ocaso gritan el Mahai!
Scytale sintió tambalearse su fe mientras la seguía dentro de un pasaje en arco entre dos edificios cuadrados. Sus palabras eran adecuadas, pero solamente el Mahai y Abdl debía pronunciarlas. En el oscuro pasaje, con el sonido de los pasos de su escolta muy cerca detrás de ellos, Odrade lo confundió diciendo:
—¿Por qué no decís las palabras que corresponden? ¿No sois el último Maestro? ¿No os hace esto Mahai y Abdl?
—No fui elegido por los hermanos Malik. —Sonó débil incluso para él.
Odrade llamó a un elevador y se detuvo junto a la entrada del tubo. En un detalle de sus Otras Memorias, encontró el kehl y su derecho al ghufran como algo familiar… palabras susurradas en medio de la noche por amantes de mujeres muertas hacía mucho tiempo. «Y luego nosotros…». «Y así pronunciamos esas sagradas palabras…». ¡Ghufran! La aceptación y la readmisión de alguien que se había aventurado entre los powindah, con el que había regresado pidiendo perdón por haber estado en contacto con los inimaginables pecados de los extranjeros. ¡El Masheikh se ha reunido en kehl y ha sentido la presencia de su Dios!
El tubo se abrió. Odrade hizo un gesto a Scytale hacia dos guardias que había delante. Mientras el hombre pasaba, ella pensó: Tiene que ofrecernos algo pronto. No podemos seguir jugando nuestro pequeño juego hasta el fin que él desea.
Tamalane permanecía de pie junto al ventanal, vuelta de espaldas a la puerta, cuando Odrade y Scytale entraron en el cuarto de trabajo. La luz del atardecer iluminaba sesgadamente los tejados. El brillo desaparecía al cabo de poco y dejaría detrás una sensación de contraste, una noche más oscura debido a ese último resplandor a lo largo del horizonte.
A la lechosa luz, Odrade despidió a los guardias con un gesto, notando su reluctancia. Bellonda les había indicado que se quedaran, obviamente, pero no iban a desobedecer a la Madre Superiora. Señaló una silla-perro al otro lado de la de ella y aguardó a que él se sentara. Scytale miró suspicazmente a Tamalane antes de sentarse, pero lo disimuló diciendo:
—¿Por qué no hay luces?
—Este es un interludio de relajación —dijo ella. ¡Y sé que la oscuridad te inquieta!
Permaneció un momento de pie tras su mesa, identificando puntos de referencia en la penumbra, el brillo de una serie de cosas dispuestas a su alrededor para convertir aquel lugar en algo suyo: el busto de Chenoeh, desaparecida hacía tanto tiempo, en su nicho al lado de la ventana, y allá en la pared a su derecha, un paisaje pastoral de las primeras migraciones humanas al espacio, un montón de cristales ridulianos sobre la mesa, y el plateado reflejo de su luz de sobremesa concentrando la débil iluminación de las ventanas.
Ya ha ardido lo suficiente.
Tocó una placa en su consola. Una serie de globos situados estratégicamente en las paredes y el techo cobraron vida. Tamalane se volvió en redondo, haciendo sonar deliberadamente sus ropas. Se detuvo dos pasos detrás de Scytale, la imagen de un ominoso misterio Bene Gesserit.
Scytale se sobresaltó ligeramente ante el movimiento de Tamalane, pero se mantuvo sentado inmóvil. La silla-perro era un poco demasiado grande para él, y parecía casi como un niño sentado allí.
—Las Hermanas que os rescataron —dijo Odrade— dijeron que mandabais una no-nave en Conexión y os preparabais para dar el primer salto por el Pliegue espacial cuando atacaron las Honoradas Matres. Acudíais a vuestra nave en un deslizador monoplaza, dijeron, y os alejasteis justo a tiempo antes de las explosiones. ¿Detectasteis a los atacantes?
—Sí. —Con reluctancia en su voz.
—Y sabíais que podían localizar a la no-nave a partir de vuestra trayectoria. Así que huisteis, dejando que vuestros hermanos fueran destruidos.
Scytale habló con la absoluta amargura del testigo de una tragedia.
—Antes, cuando partimos de Tleilax, vimos iniciarse el ataque. Nuestras explosiones para destruir todo lo que pudiera tener valor para los atacantes y los quemadores procedentes del espacio crearon el holocausto. Entonces huimos también.
—Pero no directamente a Conexión.
—En todos los lugares que buscamos, los atacantes habían estado antes que nosotros. Ellos tenían las cenizas, pero yo tenía nuestros secretos. —¡Recuérdale que todavía tienes algo de valor para negociar! Golpeó su cabeza con un dedo índice.
—Buscasteis refugio con la Cofradía o la CHOAM en Conexión —dijo Odrade—. Fue una suerte que nuestra nave espía estuviera allí para detectaros antes de que el enemigo pudiera reaccionar.
—Hermana… —¡Qué difícil esa palabra!—… si es que sois realmente mi hermana en kehl, ¿por qué no me proporcionáis sirvientes Danzarines Rostro?
—Siguen habiendo muchos secretos entre nosotros, Scytale. ¿Por qué, por ejemplo, estabais abandonando Bandalong cuando llegaron los atacantes?
¡Bandalong!
El nombre de la gran ciudad Tleilax estrujó su pecho, y sintió pulsar la cápsula de entropía nula, como si deseara liberarse de su precioso contenido. La perdida Bandalong. Nunca más volver a ver la ciudad de cielos de cornalina, nunca más sentir la presencia de los hermanos, de los pacientes Domel y…
—¿Os encontráis mal? —preguntó Odrade.
—¡Me siento enfermo ante lo que he perdido! —Oyó el siseo de ropas a sus espaldas, y sintió a Tamalane más cerca. ¡Qué opresivo era aquel lugar!—. ¿Por qué está ella detrás de mí?
—Soy la servidora de mis Hermanas, y ella está aquí para observarnos a los dos.
—Habéis tomado algunas de mis células, ¿verdad? ¡Estáis haciendo crecer un Scytale de reemplazo en vuestros tanques!
—Por supuesto que lo estamos haciendo. No pensaréis que las Hermanas vamos a dejar que el último Maestro termine aquí, ¿verdad?
—¡Ningún ghola mío hará algo que yo no haría! —¡Y no llevará ningún tubo de entropía nula!
—Lo sabemos. —¿Pero qué es lo que no sabemos?
—Esto no es ninguna negociación —se quejó el tleilaxu.
—Me juzgáis mal, Scytale. Sabemos cuándo mentís y cuándo ocultáis algo. Empleamos sentidos que otros no emplean.
¡Eso era cierto! Detectaban cosas por los olores del cuerpo, por los pequeños movimientos de los músculos, por expresiones que uno no podía reprimir.
¿Hermanas? ¡Esas criaturas son powindah! ¡Todas ellas!
—Estabais en Lashkar —aguijoneó Odrade.
¡Lashkar! Cómo le gustaría estar en Lashkar aquí. Guerreros Danzarines Rostro, ayudantes Domel… ¡eliminando a aquel abominable demonio! Pero no se atrevía a mentir. Aquella que había detrás de él debía ser probablemente una Decidora de Verdad. La experiencia de muchas vidas le decía que las Decidoras de Verdad Bene Gesserit eran las mejores.
—Yo mandaba una fuerza de Khasadars. Buscábamos una horda de Futars para nuestra defensa.
¿Horda? ¿Sabían los tleilaxu algo acerca de los Futars que no había sido revelado a la Hermandad?
—Ibais preparados para la violencia. ¿Supieron algo las Honoradas Matres de vuestra misión, y la cercenaron? Creo que es probable.
—¿Por qué las llamáis Honoradas Matres? —Su voz trepó hasta casi un chirrido.
—Porque así es como se llaman ellas mismas. —Muy tranquilo ahora. Déjala que hierva en sus propios errores.
¡Tiene razón! Fuimos traicionados. Un amargo pensamiento. Lo mantuvo cerca de él, preguntándose cómo responder. ¿Una pequeña revelación? Nunca existe ninguna revelación pequeña con esas mujeres.
Un suspiro agitó su pecho. La cápsula de entropía nula y su precioso contenido. Su preocupación más importante. Cualquier cosa que le diera acceso a sus propios tanques axlotl.
—Los descendientes de la gente que enviamos a la Dispersión regresaron con algunos Futars cautivos. Una mezcla de humanos y felinos, como indudablemente sabéis. Pero no se reproducen en nuestros tanques. Y antes de que pudiéramos determinar por qué, los que nos fueron traídos murieron. —¡Los traidores solamente nos trajeron dos! Hubiéramos debido sospechar.
—No os trajeron muchos Futars, ¿verdad? Hubierais debido sospechar que se trataba de un cebo.
¿Lo ves? ¡Eso es lo que hacen con las pequeñas revelaciones!
—¿Por qué los Futars no cazan y matan a las Honoradas Matres en Gammu? —Era una pregunta de Duncan, y merecía una respuesta.
—Nos dijeron que no habían recibido órdenes. No matan sin órdenes. —Ella sabe ya esto. Está probándome.
—También los Danzarines Rostro matan siguiendo órdenes —dijo Odrade—. Incluso os matarían a vos si vos se lo ordenarais. ¿No es así?
—Esa orden es reservada para mantener nuestros secretos alejados de las manos de los enemigos.
—¿Es por eso por lo que deseáis a vuestros propios Danzarines Rostro? ¿Nos consideráis a nosotras enemigas?
Antes de que pudiera componer una respuesta, la figura proyectada de Bellonda apareció encima de la mesa, a tamaño natural y parcialmente translúcida, con danzantes cristales de los Archivos a sus espaldas.
—¡Urgente de Sheeana! —dijo Bellonda—. La explosión de especia se ha producido. ¡Gusanos de arena! —La figura se volvió y miró a Scytale, con los com-ojos coordinando perfectamente sus movimientos—. ¡Así que habéis perdido un elemento de negociación, Maestro Scytale! ¡Tenemos al fin nuestra especia! —La figura proyectada se desvaneció con un audible clic y un débil olor a ozono.
—¡Estáis intentando engañarme! —estalló Scytale.
Pero la puerta a la izquierda de Odrade se abrió. Entró Sheeana, remolcando una pequeña plataforma a suspensor de no más de dos metros de largo. Sus lados transparentes reflejaron los globos del cuarto de trabajo con pequeños estallidos de luz amarilla. ¡Algo se retorcía en la plataforma!
Sheeana se echó a un lado sin hablar, ofreciéndoles una visión total del contenido de la plataforma. ¡Tan pequeño! El gusano tenía menos de la mitad de la longitud de su contenedor, pero era perfecto en todos sus detalles, tendido allí en su somero lecho de dorada arena.
Scytale no pudo contener un jadeo de reverente admiración. ¡El Profeta!
La reacción de Odrade fue pragmática. Se inclinó hacia la plataforma, observando el interior de la boca en miniatura. ¿El ardiente resoplar de los grandes fuegos internos de un gusano reducidos a esto? ¡Qué miserable imitación!
Los cristales de sus dientes destellaron cuando el gusano alzó sus segmentos frontales.
El gusano giró interrogativamente su cabeza a derecha e izquierda. Todos vieron tras los dientes el fuego en miniatura de su extraña química.
—Miles de ellos —dijo Sheeana—. Acudieron a la explosión de especia como han hecho siempre.
Odrade guardó silencio. ¡Lo hemos conseguido! Pero aquél era el momento de triunfo de Sheeana. Dejemos que lo disfrute. Scytale nunca había parecido tan derrotado.
Sheeana abrió la plataforma y alzó al gusano fuera de ella, sujetándolo como si fuera un niño pequeño. El gusano permaneció quieto en sus brazos.
Odrade inspiró profundamente, satisfecha. Sigue controlándolos.
—Scytale —dijo.
El tleilaxu no podía apartar su mirada del gusano.
—¿Seguís sirviendo al Profeta? —preguntó Odrade—. ¡Aquí lo tenéis!
Él no supo qué responder. ¿Era realmente el Profeta redivivo? Deseaba negar su primera respuesta adorativa, pero sus ojos no se lo permitían:
—Mientras vos estabais en nuestra estúpida misión, vuestra egoísta misión, ¡nosotras estábamos sirviendo al Profeta! Rescatamos a este último superviviente y lo trajimos aquí. ¡La Casa Capitular será otro Dune!
Se sentó, y unió sus manos ante ella, dedo contra dedo. Bell estaba observando la escena a través de los com-ojos, por supuesto. Una observación Mentat sería valiosa. Deseaba que Idaho estuviera observando también. Pero podía ver luego un holo. Resultaba muy claro para ella que Scytale había visto a la Bene Gesserit únicamente como un instrumento para restaurar su preciosa civilización tleilaxu. ¿Iba a forzarle este desarrollo a revelar secretos más profundos acerca de sus tanques? ¿Qué ofrecería?
—Necesito tiempo para pensar. —Había un temblor en su voz.
—¿Acerca de qué necesitáis pensar?
No respondió, sino que mantuvo su atención alucinadamente fija en Sheeana, que estaba devolviendo el pequeño gusano a su plataforma. Lo acarició una vez más antes de cerrar la tapa.
—Decidme, Scytale —insistió Odrade—. ¿Cómo puede existir algo que tengáis que reconsiderar? ¡Este es nuestro Profeta! Decís que servís a la Gran Creencia. ¡Entonces servidla!
Pudo ver disolverse los sueños del tleilaxu. Sus propios Danzarines Rostro para imprimir las memorias de aquellos a quienes maten, copiando la forma y las actitudes de cada una de sus víctimas. Nunca había esperado engañar a una Reverenda Madre… pero las acólitas y los simples trabajadores de la Casa Capitular… ¡todos los secretos que había esperado adquirir, perdidos! Perdidos con tanta seguridad como los carbonizados cascarones de los planetas tleilaxu.
Nuestro Profeta, ha dicho ella. Volvió unos impresionados ojos hacia Odrade, pero sin enfocarlos. ¿Qué puedo hacer? Esas mujeres ya no me necesitan. ¡Pero yo las necesito a ellas!
—Scytale. —Con cuánta suavidad hablaba—. La Gran Convención ha terminado. Ahí afuera hay un nuevo universo.
Intentó tragar inútilmente saliva. ¿Por qué hablaba ella de la Gran Convención? Sabía que el concepto mismo de violencia había adquirido una nueva dimensión. En el Antiguo Imperio, la Convención había garantizado las represalias contra cualquiera que se atreviese a quemar un planeta atacándolo desde el espacio. Las motivaciones políticas tal vez tentaran a los más temerarios… ¿pero cuándo iban a desencadenarse las represalias de las fuerzas unidas de tus pares? Las no-naves y las rameras de la Dispersión habían cambiado esto de una forma definitiva.
—Escalada de violencia, Scytale. —La voz de Odrade era casi un susurro—. Nosotras Dispersaremos núcleos de ira.
Finalmente consiguió enfocar la mirada en ella. ¿Qué está diciendo?
—Todo el odio almacenado contra las Honoradas Matres —dijo Odrade. Tú no eres el único que ha sufrido pérdidas, Scytale. En una ocasión, cuando surgieron problemas en nuestra civilización, brotó el grito: «¡Traed a una Reverenda Madre!». Las Honoradas Matres impiden eso. Y los mitos han sido recompuestos. Se ha arrojado una luz dorada sobre nuestro pasado. «Era mejor en los viejos días, cuando la Bene Gesserit podía ayudarnos. ¿Dónde acudes en busca de Decidoras de Verdad de confianza en estos días? ¿De árbitros? ¡Esas Honoradas Matres nunca han oído esa palabra! Las Reverendas Madres siempre fueron comedidas. Hay que decir eso de ellas».
Cuando Scytale no respondió, siguió:
—¡Creo que lo que puede ocurrir es que esa ira se desencadene en un Yihad!
Cuando él siguió sin hablar, añadió:
—Vos lo habéis visto. Tleilaxu, Bene Gesserit, sacerdotes del Dios Dividido, y quién sabe cuántos más… todos cazados como animales salvajes.
—¡No pueden matarnos a todos! —Un grito agónico.
—¿No pueden? Vuestros Dispersos hicieron causa común con las Honoradas Matres. ¿Es un refugio lo que buscabais en la Dispersión?
Y aquí aparece otro sueño: pequeños núcleos de tleilaxu, persistentes como supurantes heridas, aguardando el día de la Gran Revivificación de Scytale.
—La gente se hace más fuerte bajo la opresión —dijo pero no había fuerza en sus palabras—. ¡Incluso los Sacerdotes de Rakis están hallando agujeros en los que esconderse! —Palabras desesperadas.
—¿Quién dice esto? ¿Algunos de vuestros amigos que han regresado?
Su silencio fue toda la respuesta que necesitaba Odrade.
—La Bene Tleilax ha matado a Honoradas Matres, y ellas lo saben —dijo, martilleando el clavo—. No se sentirán satisfechas hasta vuestro total exterminio.
—¡Y el vuestro!
—Somos asociados por necesidad, si no por las creencias compartidas. —Lo dijo en el más puro Islamiyat, y vio la esperanza aflorar en los ojos del tleilaxu. Kehl y Shariat pueden tomarse aún en su antiguo significado entre gente que compone sus pensamientos en el Lenguaje de Dios.
—¿Asociados? —Débil, y extremadamente tentativo.
Ella adoptó una nueva franqueza.
—En algunos aspectos, esta es una base en la que puede confiarse más que en cualquier otra para una acción común. Cada uno de nosotros sabe lo que el otro desea. Un designio intrínseco: Examínalo todo a través de eso y es probable que ocurra algo en lo que puedas confiar.
—¿Y qué es lo que deseáis de mí?
—Ya lo sabéis.
—Cómo conseguir los mejores tanques, sí. —Agitó la cabeza, obviamente inseguro. ¡Los cambios que implicaban sus demandas!
Odrade se preguntó si se atrevería a flagelarlo con una ira abierta. ¡Era tan denso! Pero se hallaba muy cerca del pánico. Los viejos valores habían cambiado. Las Honoradas Matres no eran la única fuente de inquietud. ¡Scytale ni siquiera sabía la magnitud de los cambios que habían infringido sus propios Dispersos!
—Los tiempos están cambiando —dijo Odrade.
Cambio, qué palabra más inquietante, pensó él.
—¡Tengo que disponer de mis propios ayudantes Danzarines Rostro! ¿Y mis propios tanques? —Casi suplicando.
—Mi Consejo y yo lo estudiaremos.
—¿Qué es lo que hay que estudiar? —Devolviéndole sus propias palabras.
—Vos solamente necesitáis vuestra propia aprobación. Yo necesito la aprobación de otros. —Le dirigió una hosca sonrisa—. De modo que tenéis tiempo para pensar. —Odrade hizo una inclinación de cabeza a Tamalane, que llamó a los guardias.
—¿De vuelta a la no-nave? —Lo dijo desde la puerta, una figura diminuta entre los corpulentos guardias.
—Pero esta noche conduciréis vos durante todo el camino.
Scytale dirigió una última mirada ansiosa al gusano antes de irse.
Cuando Scytale y guardias se hubieron ido, Sheeana dijo:
—No teníais derecho a presionarlo así. Estuvo al borde del pánico.
Entró Bellonda.
—Quizá hubiera sido mejor simplemente matarlo.
—¡Bell! Consigue el holo y examina de nuevo nuestro encuentro. ¡Esta vez como Mentat!
Aquello la detuvo.
Tamalane dejó escapar una risita.
—Os alegráis demasiado del desconcierto de vuestra Hermana, Tam —dijo Sheeana.
Tamalane se alzó de hombros, pero Odrade se sintió encantada. ¿No más incordio por parte de Bell?
—Cuando hablaste de la Casa Capitular convirtiéndose en otro Dune fue cuando se inició el pánico —dijo Bellonda, con su más distante voz de Mentat.
Odrade había visto la reacción, pero aún no había efectuado la asociación. Ese era el valor de un Mentat: esquemas y sistemas, construyendo bloques. Bell captaba un esquema en el comportamiento de Scytale.
—Me pregunto a mí misma: ¿Está todo convirtiéndose en realidad una vez más? —dijo Bellonda.
Odrade lo captó al instante. Algo extraño acerca de lugares perdidos. Mientras Dune había sido un planeta conocido y lleno de vida, existía una firmeza histórica acerca de su presencia en el Registro Galáctico. Podías señalar a una proyección y decir: «Este es Dune. En un tiempo llamado Arrakis y, posteriormente, Rakis. Y Dune por su carácter de desierto total en los días de Muad’Dib».
Destruye el lugar, sin embargo, y una pátina mitológica vituperará la proyectada realidad. A su debido tiempo, tales lugares se volvían totalmente místicos. Arturo y su Mesa Redonda. Camelot, donde solamente llueve de noche. ¡Un Control del Clima excelente para aquellos días!
Pero ahora había aparecido un nuevo Dune.
—El poder del mito —dijo Tamalane.
Ahhh, sí. Tam, cercana ya su partida de la carne, era más sensible a la elaboración de los mitos. El misterio y el secreto, herramientas de la Missionaria, habían sido utilizados también en Dune por Muad’Dib y el Tirano. Las semillas habían sido plantadas. Incluso con los sacerdotes del Dios Dividido partidos hacia su propia perdición, los mitos de Dune proliferaban.
—Melange —dijo Tamalane.
Las demás Hermanas en el cuarto de Trabajo supieron inmediatamente lo que quería decir. Podía inyectarse una nueva esperanza a la Dispersión de la Bene Gesserit.
—¿Por qué nos desean muertas y no cautivas? —dijo Bellonda—. Eso es algo que siempre me ha desconcertado.
Era posible que las Honoradas Matres no desearan a ninguna Bene Gesserit viva… solamente el conocimiento de la especia, quizá. Pero habían destruido Dune. Habían destruido a los tleilaxu. Había que pensar con cautela en aceptar cualquier confrontación con la Reina Araña… contando con que Dortujla tuviera éxito.
—¿Acaso no existen los rehenes útiles? —preguntó Bellonda.
Odrade vio la expresión en los rostros de sus Hermanas. Estaban siguiendo un mismo sendero, como si todas ellas pensaran con una sola mente. Las lecciones ofrecidas por las Honoradas Matres, dejando pocos supervivientes, lo único que conseguían era que la oposición potencial se volviera más cautelosa. Invocaban una regla de silencio en la cual las amargas memorias se convertían en amargos mitos. Las Honoradas Matres eran como los bárbaros de cualquier época: sangre en vez de rehenes. Golpeaban con un maligno azar.
—Dar tiene razón —dijo Tamalane—. Hemos estado buscando aliados demasiado cerca de casa.
—Los Futars no se crearon a sí mismos —dijo Sheeana.
—Los que los crearon esperan controlarnos —dijo Bellonda. Había el claro sonido de la Proyección Primaria en su voz—. Esa es la vacilación que oyó Dortujla en los Adiestradores.
Allí estaba, y se enfrentaron a ello con todos sus peligros. Procedía de la gente (como siempre). La gente… los contemporáneos. Se aprendían cosas valiosas de la gente que vivía en tu propia época y de los conocimientos que acarreaban consigo de sus pasados. Las Otras Memorias no eran el único vehículo de la historia.
Odrade tuvo la impresión de haber llegado a casa tras una larga ausencia. Había como una familiaridad en la forma en que las cuatro estaban pensando ahora. Era una familiaridad que trascendía de aquel lugar. La propia Hermandad era el Hogar. No estaban alojadas en un lugar provisional, sino asociadas a él.
Bellonda lo expresó en voz alta por todas ellas.
—Temo que hemos estado trabajando con propósitos equivocados.
—El miedo hace eso —dijo Sheeana.
Odrade no se atrevió a sonreír. Podía ser mal interpretada, y no deseaba tener que explicarse. ¡Dadnos a Murbella como una Hermana y a un Bashar restaurado! ¡Entonces quizá tengamos nuestra posibilidad de luchar!
En aquel momento, con aquella alentadora sensación en ella, la señal de mensaje cliqueteó. Miró a la superficie de proyección, un puro reflejo, y reconoció la crisis. Una cosa tan pequeña (relativamente), y capaz de precipitar una crisis. Clairby mortalmente herido en un accidente de tóptero. Mortalmente, a menos que… El a menos que le fue explicado detalladamente a ella, y poseía una palabra clave: cyborg. Sus compañeras vieron el mensaje a la inversa, pero todas ellas poseían un buen adiestramiento en la lectura de mensajes a través de espejos. Comprendieron.
¿Dónde trazamos la línea?
Bellonda, con sus anticuadas gafas cuando podía disponer de unos ojos artificiales o cualquier otra prótesis, votaba con su cuerpo. Esto es lo que significa ser humano. Intentas conservarlo en tu juventud y se burla de ti cuando ésta se marcha corriendo. La melange ya es suficiente… y quizá incluso demasiado.
Odrade reconoció lo que sus propias emociones le estaban diciendo. ¿Pero y la necesidad Bene Gesserit? Bell podía alzar bien alto su voto individual, y todo el mundo lo reconocería, incluso lo respetaría. Pero el voto de la Madre Superiora arrastraba consigo el de la Hermandad.
Primero los tanques axlotl y ahora esto.
La necesidad decía que no podían permitirse el perder especialistas del calibre de Clairby. Ya disponían de demasiados pocos. «La capa se está haciendo delgada» no lo describía. Estaban apareciendo auténticos agujeros. Convertir a Clairby en un cyborg, sin embargo, era hacerlos aún más grandes.
Los Suks estaban preparados. Siempre se requerían «unas medidas precautorias» para alguien irreemplazable. ¿Como una Madre Superiora? Odrade sabía que había aprobado aquello con sus habituales y cautelosas reservas. ¿Dónde estaban esas reservas ahora?
Cyborg era también una de esas palabras popurrí. ¿A qué nivel se convertían en dominantes las adiciones mecánicas a la carne humana? ¿Cuándo dejaba de ser humano un cyborg? Las tentaciones se intensificaban… «Tan sólo un pequeño ajuste más». Y era tan fácil ajustar hasta que el popurrí se volvía incuestionablemente obediente.
Pero… ¿Clairby?
Las condiciones extremas decían: «¡Cyborg!». ¿Estaba tan desesperada la Hermandad? Se vio obligada a responder afirmativamente.
Así estaban las cosas… la decisión no escapaba completamente de sus manos, pero tenía a su disposición las excusas precisas. La necesidad obliga.
El Yihad Butleriano había dejado su marca indeleble en los humanos. Lucha y vence… para ellos. Aquella no era más que otra batalla en el eterno conflicto.
Pero también estaba en la balanza la supervivencia de la Hermandad. ¿Cuántos especialistas técnicos quedaban en la Casa Capitular? Sabía la respuesta sin comprobarlo. No los suficientes.
Odrade se inclinó hacia adelante y pulsó transmisión.
—Adelante —dijo.
Bellonda gruñó. ¿Aprobación o desaprobación? Nunca podría decirlo. ¡Aquella era la arena de la Madre Superiora, y era ella quien tenía que lidiar allí!
¿Quién ha ganado esta batalla?, se preguntó Odrade.