Ningún edulcorante cubrirá algunas formas de amargura. Si sabe amargo, escúpelo. Eso es lo que hicieron nuestras primeras antepasadas.
La Coda
Murbella se levantó en plena noche para proseguir un sueño pese a estar completamente despierta y consciente de su entorno: Duncan dormido a su lado, el débil zumbar de la maquinaria, la cronoproyección en el techo. Ella insistía en que Duncan se quedara por la noche, temerosa de estar sola. Él lo achacaba a su cuarto embarazo.
Se sentó en el borde de la cama. La habitación tenía un aspecto espectral a la débil luz del crono. Las imágenes del sueño persistían.
Duncan gruñó y se volvió hacia ella. Un brazo se tendió por encima de sus piernas.
Murbella sintió que la intrusión mental de él no formaba parte del sueño pero poseía algunas de sus características. Era cosa de las enseñanzas Bene Gesserit. Ellas y sus malditas sugerencias acerca de Scytale y… ¡y todo! Precipitaban unos movimientos que ella no podía controlar.
Esta noche estaba perdida en un loco mundo de palabras. La causa era clara. Aquella mañana Bellonda había enseñado a Murbella a hablar nueve idiomas, y había conducido a la suspicaz acólita por un sendero mental llamado «Herencia Lingüística». Pero la influencia de Bell en aquella locura nocturna no proporcionaba ninguna escapatoria.
Una pesadilla. Ella era una criatura de tamaño microscópico atrapada en un enorme lugar lleno de ecos etiquetado con letras gigantescas, se volviera hacia donde se volviera: «Depósito de Datos». Palabras animadas con mandíbulas que no dejaban de hacer muecas y temibles tentáculos la rodeaban.
¡Bestias predadoras, y ella era su presa!
Despierta, y sabiendo que estaba sentada en el borde de la cama con el brazo de Duncan cruzado sobre sus piernas, seguía viendo las bestias. La obligaban a retroceder. Sabía que estaba retrocediendo pese a que su cuerpo no se movía. La empujaban hacia algún terrible desastre que ella no podía ver. ¡No podía volver la cabeza! No solamente veía a aquellas criaturas (ocultaban partes de su dormitorio), sino que las oía en una cacofonía de sus nueve idiomas.
¡Van a despedazarme!
Aunque no podía volverse, sentía lo que había detrás de ella: más dientes y garras. ¡Amenazas a todo su alrededor! Si la cercaban, saltarían sobre ella y estaría perdida.
Vencida. Muerta. Víctima. Cautiva de la tortura. Caza no vedada.
Se sintió vencida por la desesperación. ¿Por qué Duncan no se despertaba y la salvaba? Su brazo era un peso de plomo, parte de la fuerza que la sujetaba y permitía que aquellas criaturas se arracimaran a su alrededor y la condujeran hacia su extraña trampa. Tembló. La transpiración brotó por todos sus poros. ¡Horribles palabras! Se unían en gigantescas combinaciones. Una criatura con una boca llena de colmillos parecidos a navajas avanzó directamente hacia ella, y vio más palabras en la oscuridad de sus abiertas fauces.
Mira arriba.
Murbella se echó a reír. No podía controlarse. Mira arriba. Vencida. Muerta. Víctima…
Sus risas despertaron a Duncan. Se sentó, activó un globo bajo, y se la quedó mirando. Que desgreñado estaba tras su anterior colisión sexual.
Su expresión vagó entre el regocijo y la irritación por haber sido despertado.
—¿De qué te estás riendo?
Sus risas murieron en jadeos. Le dolían los costados. Temía que su sonrisa tentativa iniciara un nuevo espasmo.
—Oh… ¡oh! ¡Duncan! ¡La colisión sexual!
Él sabía que aquél era el término mutuo con el que designaban la adicción que los unía, pero ¿por qué eso la hacía reír?
Su desconcertada expresión le pareció ridícula a Murbella.
Entre jadeos, dijo:
—Dos palabras más. —Y tuvo que cubrirse la boca con una mano para impedir otro estallido.
—¿Qué?
Su voz era la cosa más divertida que ella hubiera oído nunca. Tendió una mano hacia él y agitó la cabeza.
—Ohhh… ohhh…
—Murbella, ¿qué te ocurre?
Ella solamente pudo seguir agitando la cabeza.
Él intentó una sonrisa tentativa. La acarició, y ella se reclinó contra él.
—¡No! —cuando la mano derecha del hombre empezó a explorar su cuerpo—. Sólo quiero estar cerca.
—Mira la hora que es. —Alzó su barbilla hacia la proyección del techo—. Casi las tres.
—Era tan curioso, Duncan.
—¿Y si me lo cuentas?
—Cuando recupere el aliento.
Él la depositó sobre su almohada.
—Somos como un maldito matrimonio viejo. Historias curiosas en medio de la noche.
—No, querido, somos diferentes.
—Una cuestión de grado, nada más.
—De calidad —insistió ella.
—¿Qué era eso tan curioso?
Ella le contó su pesadilla y la influencia de Bellonda.
—Zensunni. Una técnica muy antigua. Las Hermanas la utilizan para librarte de las conexiones de un trauma. Palabras que desencadenan respuestas inconscientes.
El miedo volvió.
—Murbella, ¿por qué estás temblando?
—Las maestras de las Honoradas Matres nos advertían de que podían ocurrir cosas terribles si caíamos en manos Zensunni.
—¡Tonterías! Yo pasé por lo mismo como Mentat.
Sus palabras conjuraron otro fragmento de sueño. Una bestia con dos cabezas. Ambas bocas abiertas. Palabras en ellas. En la de la izquierda, «Una palabra», y en la de la derecha, «conduce a otra».
La hilaridad desplazó al miedo. Recedió sin una risa.
—¡Duncan!
—Hummmmmm. —Un distanciamiento Mentat en el sonido.
—Bell dijo que la Bene Gesserit utiliza las palabras como armas… la Voz. «Instrumentos de control», las llamó.
—Una lección que tienes que aprender casi por instinto. Ellas nunca confiarán en ti para el adiestramiento profundo hasta que aprendas esto.
Y tampoco confiarán en ti luego.
Ella se apartó de él y contempló el com-ojo que brillaba en el techo junto a la proyección de la hora.
Sigo estando a prueba.
Era consciente de que sus maestras discutían privadamente acerca de ella. Las conversaciones cesaban cuando ella se acercaba. Se la quedaban mirando de aquella manera tan especial suya, como si ella fuera un espécimen interesante.
La voz de Bellonda resonaba en su mente.
Los zarcillos de la pesadilla. Era medía mañana, y el sudor de sus ejercicios llenaba su nariz con su penetrante olor. Como alumna sometida a prueba, a los correspondientes tres pasos de la Reverenda Madre. La voz de Bell:
—Nunca seas una experta. Eso te ata demasiado corto.
Todo esto porque le pregunté si no había palabras para guiar a la Bene Gesserit.
—Duncan, ¿por qué mezclan el adiestramiento mental con el físico?
—Cuerpo y mente se refuerzan el uno al otro. —Soñoliento. ¡Maldito sea! Se está volviendo a dormir.
La voz de Bell:
—No existe el «nosotras no razonamos nuestros porqués» en la Bene Gesserit. Razonamiento… un tema extremadamente delicado. Parecido a racionalización. Sepáralos cuidadosamente los dos. No pienses que puedes ocultarte cosas a ti misma.
O a las Reverendas Madres.
Murbella sabía que podía ocultar muy poco de sus maestras o de los com-ojos. Durante sus primeros años de cautividad, había practicado engaños y tomado secretas precauciones. Pero un día se había dado cuenta de que las propias precauciones traicionaban lo que pretendía ocultar. Había sabido entonces que cualquier concesión que hiciera para conseguir las habilidades de las Bene Gesserit era posible que nunca fuera suficiente. Eso le hizo desear aún más aquellos talentos.
Sacudió a Duncan por el hombro.
—Si las palabras son malditamente tan poco importantes, ¿por qué hablan tanto acerca de disciplina?
Esquemas —murmuró él—. Una palabra sucia.
—¿Qué? —Lo agitó más bruscamente.
Él se volvió de espaldas sobre la cama, agitando silenciosamente los labios. Luego:
—Disciplina igual a esquemas igual a camino equivocado. Dicen que todos nosotros somos creadores naturales de esquemas… creo que eso significa «orden» para ellas.
—¿Por qué es eso tan malo?
—Les proporciona a otros el asidero para destruirnos o atraparnos… en cosas que nosotros no vamos a cambiar.
—Estás equivocado en lo de la mente y el cuerpo.
—¿Hummm?
—Hay presiones uniendo una y otro.
—¿No es eso lo que he dicho? ¡Hey! ¿Vamos a hablar o a dormir o qué?
—No más «o qué». No esta noche.
Un profundo suspiro alzó el pecho del hombre.
—No han hecho esto para mejorar mi salud —dijo ella.
—Nadie ha dicho que lo hicieran.
—Eso viene después, tras la Agonía. —Murbella sabía que él odiaba que le recordaran aquella mortífera prueba, pero no había forma de evitarlo. La perspectiva llenó su mente.
—¡Está bien! —El se sentó en la cama, puñeó la almohada hasta darle la forma que quería, y se reclinó en ella para estudiar a la mujer—. ¿Qué es lo que pasa?
—¡Son tan malditamente listas con sus palabras-arma! Ella te trajo a Teg y te dijo que eras enteramente responsable de él.
—¿No lo crees?
—Él piensa en ti como en su padre.
—No exactamente.
—No, pero… ¿pensaste tú lo mismo acerca del Bashar?
—¿Cuando él restauró mis memorias? Sí.
—Sois un par de huérfanos intelectuales, siempre buscando unos padres que no están aquí. Él no tiene ni la más remota idea del daño que vas a hacerle.
—Eso tiende a escindir la familia.
—Así que odias al Bashar que hay en él y te alegras de hacerle daño.
—Yo no he dicho eso.
—¿Por qué es tan importante?
—¿El Bashar? Es un genio militar. Siempre haciendo lo inesperado. Confunde a sus enemigos apareciendo donde jamás esperan que esté.
—¿Acaso esto no puede hacerlo cualquiera?
—No de la forma en que lo hace él. Inventa tácticas y estrategias. ¡Simplemente así! —hizo chasquear sus dedos.
—Más violencia. Como las Honoradas Matres.
—No siempre. El Bashar consiguió una reputación venciendo sin luchar.
—He visto las historias.
—No las creas.
—Pero tú acabas de decir…
—Las historias se centran en las confrontaciones. Hay alguna verdad en ellas, pero ocultan cosas más persistentes que siguen adelante pese a todas las revueltas.
—¿Cosas más persistentes?
—¿Qué dice la historia de la mujer en los arrozales tirando de su carabao y su arado mientras su esposo está ahí afuera en algún lugar, probablemente reclutado contra su voluntad, llevando un arma?
—¿Por qué es eso más persistente y más importante que…?
—Sus hijos en casa necesitan comida. Su hombre está fuera arrastrado por esa perenne locura. Alguien tiene que arar. Esa es la auténtica imagen de la persistencia humana.
—Suenas tan amargo… Encuentro todo esto extraño.
—¿Teniendo en cuenta mi historia militar?
—Bueno, sí, el énfasis de la Bene Gesserit en… en su Bashar y en sus tropas de élite, y…
—¿Piensas que ellas son simplemente gente orgullosa de sí misma lanzada a una orgullosa violencia? ¿Que simplemente pasarán por encima de la mujer con su arado?
—¿Por qué no?
—Porque hay muy poco que escape de ellas. Las violentas pasan por encima de la mujer con el arado y ni siquiera ven que han tocado una realidad básica. Una Bene Gesserit nunca pasaría por alto una cosa así.
—De nuevo: ¿por qué no?
—Los orgullosos poseen una visión limitada debido a que cabalgan sobre una realidad muerta. La mujer y el arado son una realidad viva. Sin una realidad viva no existe humanidad. Mi Tirano vio esto. Las Hermanas lo bendijeron por ello mientras lo maldecían.
—De modo que tú eres un participante voluntario en su sueño.
—Sospecho que lo soy. —Sonó sorprendido.
—¿Y estás siendo completamente honesto con Teg?
—Él pregunta, yo le proporciono respuestas sinceras. No creo en convertir la violencia en curiosidad.
—¿Y tienes responsabilidad absoluta sobre él?
—Eso no es exactamente lo que ella dijo.
—Ahhh, amor mío. No es exactamente lo que ella dijo.
Llamas a Bell hipócrita, y no incluyes a Odrade. Duncan, si tan sólo supieras…
—¡Puesto que estamos ignorando los com-ojos, escúpelo!
—Mentiras, engaños, perversidades…
—¡Hey! ¿La Bene Gesserit?
—Tienen esa vieja excusa venerable: La Hermana A lo hace, así que si yo lo hago también no es tan malo. Dos crímenes se cancelan el uno al otro.
—¿Qué crímenes?
Ella dudó. ¿Debo decírselo? No. Pero él espera alguna respuesta.
—¡Bell se siente encantada de que los papeles hayan sido invertidos entre tú y Teg! Está anticipando ese dolor.
—Quizá debamos decepcionarla. —Supo que había sido un error decir aquello tan pronto como lo hubo pronunciado. Demasiado pronto.
—¡Justicia poética! —Murbella se sentía encantada.
¡Desvíalas!
—No están interesadas en la justicia. En la imparcialidad, sí. Tienen su homilía: «Aquellos contra quienes es pasado juicio deben aceptar su imparcialidad».
—Así que te condicionan a aceptar su juicio.
—Hay pretextos en cualquier sistema.
—¿Sabes, querido? Las acólitas aprenden cosas.
—Por eso precisamente son acólitas.
—Quiero decir que hablamos entre nosotras.
—¿Nosotras? ¿Tú eres una acólita? ¡Tú eres una prosélita!
—Sea lo que sea, he oído historias. Puede que tu Teg no sea lo que parece.
—Habladurías de acólitas.
—Hay historias acerca de Gammu, Duncan.
La miró. ¿Gammu? Nunca podía pensar en aquel planeta con otro nombre distinto al original: Giedi Prime. El infierno Harkonnen.
Murbella tomó su silencio como una invitación a proseguir.
—Dicen que Teg se movía más rápido de lo que el ojo podía ver, que…
Probablemente él mismo inició esas historias. Algunas Hermanas no las descartan. Están tomándoselo con calma. Quieren ser precavidas.
—¿No has aprendido nada acerca de Teg de tus preciosas historias? Sería típico de él iniciar tales rumores. Hace a la gente cautelosa.
—Pero recuerda que yo estaba en Gammu entonces. Las Honoradas Matres estaban muy trastornadas. Furiosas. Algo iba mal.
—Por supuesto. Teg hizo lo inesperado. Las sorprendió. Robó una de sus no-naves. —Palmeó la pared a su lado—. Esta.
—La Hermandad tiene también sus terrenos prohibidos, Duncan. Siempre me están diciendo que aguarde a la Agonía. ¡Todo resultará claro entonces! ¡Malditas sean!
—Suena como si te estuvieran preparando para las enseñanzas de la Missionaria. Religiones preparadas para finalidades específicas y para poblaciones selectas.
—¿No ves nada malo en ello?
—Moralidad. No discuto eso con una Reverenda Madre.
—¿Por qué no?
—Las religiones zozobran tras chocar con esa roca. La BG no.
Duncan, ¡si tan sólo conocieras su moralidad!
—Les irrita que sepas tanto acerca de ellas.
—Bell deseaba matarme simplemente por eso.
—¿No crees que Odrade es igual de mala para ti?
—¡Qué pregunta! —¿Odrade? Una terrible mujer si te extiendes en sus habilidades. Atreides, total y absolutamente. He conocido a Atreides y Atreides. Esta es primero Bene Gesserit. Teg es el Atreides ideal.
—Odrade me dijo que confía en tu lealtad para con los Atreides.
—Soy leal al honor de los Atreides, Murbella. —Y tomo mis propias decisiones morales… acerca de la Hermandad, acerca de este niño que han depositado a mi cuidado, acerca de Sheeana y… y acerca de mi amada.
Murbella se le acercó, su pecho rozó el brazo el hombre, y susurró en su oído:
—¡A veces mataría a todas las que encontrara a mi alcance!
¿Acaso cree que no pueden oírla? Se sentó erguido en la cama, atrayéndola en su movimiento.
—¿Qué se supone que debes hacer?
—Ella quiere que me trabaje a Scytale.
Que me trabaje. Un eufemismo de Honorada Matre. Bueno, ¿por qué no? Ella «se había trabajado» a montones de hombres antes de que entrara en colisión conmigo. Pero tuvo una antigua reacción de esposo. No sólo eso… ¿Scytale? ¿Un maldito tleilaxu?
—¿La Madre Superiora? —Tenía que estar seguro.
—Ella, la única. —Casi alegre ahora que se había quitado aquel peso de encima.
—¿Cuál fue tu reacción?
—Ella dice que fue idea tuya.
—¿Mía…? ¡En absoluto! Yo sugerí que podíamos intentar extraer de él información, pero…
—Ella dice que es algo habitual para la Bene Gesserit, del mismo modo que lo es para las Honoradas Matres. Procrear con éste. Seducir a aquél. Todo en un solo día de trabajo.
—He preguntado por tu reacción.
—Revulsión.
—¿Por qué? —Conociendo tus antecedentes…
—Es a ti a quien quiero, Duncan, y… y mi cuerpo es… es para proporcionarte placer… solamente a ti…
—Somos un viejo matrimonio, y las brujas están intentando separarnos.
Sus palabras prendieron en él una clara visión de Dama Jessica, amante de su hacía mucho tiempo muerto Duque y madre de Muad’Dib. Yo la amaba. Ella no me amaba a mí, pero… La expresión que veía ahora en los ojos de Murbella era la misma que había visto en los ojos de Jessica cuando miraba al Duque: un amor ciego e inmutable. Lo que más temía la Bene Gesserit. Jessica había sido más suave que Murbella. Dura en su interior, sin embargo. Y Odrade… Odrade era dura toda ella, de la cabeza a los pies. Puro plastiacero.
¿«Trabajarse» a Scytale?
¿Podía ser maliciosa Odrade? Tan sólo si le proporcionaba algún servicio a aquel núcleo de plastiacero. Eso era muy propio de la Bene Gesserit. Aplastaría cualquier cosa que no sirviera a las necesidades de su Hermandad.
¿Y las veces que había sospechado que compartía emociones humanas? La forma en que habló del Bashar cuando supieron que el viejo había muerto en Dune.
—Era mi padre, ¿sabes?
En sus aposentos, aquella memorable tarde, él sentado y ella de pie con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados sobre su pecho. Con su parecido al Bashar más intenso de lo que nunca había visto.
—Entonces, ¿por qué lo dejasteis morir?
—¿Estás acusándome, Duncan?
—¡Lo siento! No me está permitido acusaros.
—Disfrutas con esas peleas ocasionales conmigo, ¿verdad? —Con un filo de navaja en su voz.
Le estaba diciendo que le permitía ser periódicamente impertinente. Peleas controladas. Sin perder nunca la compostura. Conteniendo las palabras más duras.
Murbella lo extrajo de su ensoñación.
—Puedes compartir su sueño, sea el que sea, pero…
—¡Creced, humanos!
—¿Qué?
—Ese es su sueño. Empezar a actuar como adultos y no como niños furiosos en el patio de juegos de una escuela.
—¡Mamá lo sabe muy bien!
—Sí… creo que sí lo sabe.
—¿Es así como las ves realmente? ¿Incluso cuando las llamas brujas?
—Es una buena palabra. Las brujas hacen cosas misteriosas.
—¿No crees que se trata del largo y severo adiestramiento, más la especia y la Agonía?
—¿Qué tienen que ver con ello las creencias? Lo desconocido crea su propia mística.
—¿Pero no crees que ellas engañan a la gente para que haga lo que ellas desean?
—¡Por supuesto que lo hacen!
—Las palabras como armas, la Voz, las Imprimadoras.
—Ninguna tan hermosa como tú.
—¿Qué es la belleza, Duncan?
—Hay estilos en la belleza, por supuesto.
—Exactamente lo que dice ella. «Estilos basados en raíces procreadoras enterradas tan profundamente en nuestra psique racial que no nos atrevemos a extirparlas». Así que han pensado en interferir aquí, Duncan.
—¿Y pueden atreverse a cualquier cosa?
—Ella dice: «No distorsionaremos nuestra progenie sumergiéndola en lo que juzgamos que no es humano». Ellas juzgan, ellas condenan.
El pensamiento de las figuras desconocidas en su visión, Danzarines Rostro. Y preguntó:
—¿Como los amorales tleilaxu? Amorales… no humanos.
Casi puedo oír los engranajes girando en la cabeza de Odrade. Ella y sus Hermanas… observan, escuchan, miden cada respuesta, lo calculan todo.
¿Es eso lo que quieres, querida? Se sentía atrapado. Ella tenía razón y él estaba equivocado. ¿El fin justifica los medios? ¿Cómo podía justificar el perder a Murbella?
—¿Las consideras amorales? —preguntó.
Era como si ella no le hubiera oído.
—Siempre preguntándose a sí mismas qué decir a continuación para obtener la respuesta deseada.
—¿Qué respuesta? —¿Acaso ella no oía su dolor?
—¡Nunca lo sabes hasta que es demasiado tarde! —Se volvió y lo miró—. Exactamente como las Honoradas Matres. ¿Sabes cómo me atraparon las Honoradas Matres?
Él no pudo evitar ser consciente de lo ávidamente que los perros guardianes iban a aferrarse a las siguientes palabras de Murbella.
—Fui arrancada de las calles tras un barrido de las Honoradas Matres. Creo que el barrido fue motivado precisamente por mí. Mi madre era una gran belleza, pero también era demasiado vieja para ellas.
—¿Un barrido? —Los perros guardianes querrán que pregunte.
—Barren toda una zona, y la gente desaparece. Ni un cuerpo, nada. Familias enteras se desvanecen. Es explicado como un castigo debido a que la gente complota contra ellas.
—¿Qué edad tenías entonces?
—Tres… quizá cuatro años. Estaba jugando con unas amigas en una plaza al aire libre bajo unos árboles. De pronto hubo mucho ruido y gritos. Nos ocultamos en un agujero tras unas rocas.
Se vio prendido por una tremendamente realista visión de aquel drama.
—El suelo se estremeció. —Su mirada se volvió hacia sus propios recuerdos—. Explosiones. Al cabo de un rato todo volvió a quedar tranquilo, y nos asomamos. Toda la esquina donde había estado mi casa no era más que un agujero.
—¿Quedaste huérfana?
—Recuerdo a mis padres. Él era un hombre grande, robusto. Creo que mi madre era sirvienta en algún lugar. Llevaban uniformes para tales trabajos, y la recuerdo a ella con uniforme.
—¿Cómo puedes estar segura de que tus padres fueron muertos?
—El barrido es todo lo que sé seguro, pero siempre son iguales. Ellas gritando, y la gente corriendo por todas partes. Nosotras estábamos aterradas.
—¿Por qué crees que el barrido fue por causa tuya?
—Ellas hacen ese tipo de cosas.
Ellas. Qué victoria iban a apoyar las observadoras en esa sola palabra.
Murbella estaba aún profundamente hundida en sus recuerdos.
—Creo que mi padre se negó a sucumbir a una Honorada Matre. Eso era siempre considerado como peligroso. Un hombre grande, apuesto… fuerte.
—Así que las odias.
—¿Por qué? —Realmente sorprendida ante su pregunta—. Sin eso, yo nunca hubiera llegado a ser una Honorada Matre.
Su insensibilidad lo impresionó.
—¡Esto es lo mismo que decir que valía cualquier cosa el conseguirlo!
—Amor, ¿lamentas lo que me trajo a tu lado?
¡Touché!
—¿Pero no hubieras deseado que ocurriera de alguna otra manera?
—Ocurrió.
Un absoluto fatalismo. Nunca lo hubiera sospechado en ella. ¿Se trataba de un condicionamiento de las Honoradas Matres, o de algo que le habían hecho las Bene Gesserit?
—Eras solamente un valioso añadido a sus establos.
—Exacto. Seductoras, así nos llamaban. Reclutábamos machos valiosos.
—Y tú lo hiciste.
—Les pagué varias veces su inversión.
—¿Te das cuenta de cómo interpretarán eso las Hermanas?
—No hagas algo grande de eso.
—Así pues, ¿estás dispuesta realmente a trabajarte a Scytale?
—Yo no he dicho eso. Las Honoradas Matres me manipularon sin mi consentimiento. Las Hermanas me necesitan y desean utilizarme del mismo modo. Mi precio puede que sea demasiado alto.
Duncan tuvo dificultades para pronunciar la siguiente palabra.
—¿Precio?
Ella lo miró con ojos llameantes.
—Tú, tú formas parte de mi precio. No el trabajarme a Scytale.
—¡Y más de su famosa sinceridad acerca del porqué me necesitan!
—Cuidado, amor. Pueden decírtelo.
Ella clavó en él una mirada casi Bene Gesserit.
—¿Cómo puedes restaurar las memorias de Teg sin dolor?
¡Maldita sea! Y justo cuando pensaba que estaban libres de aquello. No había escapatoria. Pudo ver en sus ojos que ella lo sospechaba.
Murbella lo confirmó.
—Puesto que yo no aceptaría, estoy segura de que lo has discutido con Sheeana.
Solamente pudo asentir. Murbella había ido mucho más allá en el camino de la Hermandad de lo que él había sospechado. Y ella sabía cómo sus múltiples memorias ghola habían sido restauradas por su Imprimación. De pronto la vio como una Reverenda Madre, y deseó echarse a gritar contra aquello.
—¿Cómo te hace esto diferente de Odrade? —preguntó.
—Sheeana fue adiestrada como una Imprimadora. —Sus palabras sonaron vacías incluso mientras las pronunciaba.
—¿Eso es distinto de mi adiestramiento? —Acusadoramente.
La rabia llameó en él.
—¿Prefieres el dolor? ¿Como Bell?
—¿Tú prefieres la derrota de la Bene Gesserit? —Con voz untuosa.
Duncan oyó el distanciamiento en su tono, como si ella se hubiera retirado ya al frío modo observativo de la Hermandad. ¡Estaban congelando a su amorosa Murbella! Pero aún quedaba esa vitalidad. Le desgarraba. Ella desprendía un aura de salud, especialmente en el embarazo. Vigor e ilimitada alegría de vivir. Resplandecía en ella. Las Hermanas tomarían aquello y lo empañarían.
Ella permaneció inmóvil bajo su escrutadora mirada.
Desesperado, él se preguntó qué podía hacer.
—Había esperado que fuéramos abriéndonos más con el tiempo —dijo ella. Otra sonda Bene Gesserit.
—Estoy en desacuerdo con muchas de sus acciones, pero no desconfío de sus motivos —dijo él.
—Sabré sus motivos si sobrevivo a la Agonía.
Él se mantuvo completamente inmóvil, atrapado por la realización de que ella podía no sobrevivir. ¿La vida sin Murbella? Un bostezante vacío más profundo que cualquier otra cosa que jamás hubiera imaginado. Nada en sus muchas vidas podía ser comparado con aquello. Sin una volición consciente, adelantó una mano y acarició la espalda de la mujer. Una piel tan suave, y sin embargo elástica.
—Te quiero demasiado, Murbella. Esa es mi Agonía.
Ella se estremeció bajo su contacto.
Duncan se descubrió nadando en sentimentalismo, construyendo una imagen de dolor hasta que recordó las palabras de un maestro Mentat acerca de «orgías emocionales»: —La diferencia entre sentimiento y sentimentalismo es fácil de ver. Cuando evitas matar al animalillo de alguien en la calzada, eso es sentimiento. Si te desvías bruscamente para evitar al animalillo y eso hace que mates a varios peatones, eso es sentimentalismo.
Ella tomó la mano que la acariciaba y la apretó contra sus labios.
—Palabras más cuerpo, mejor que una sola de las dos cosas —murmuró él.
Sus palabras la hundieron de vuelta a la pesadilla, pero ahora entró en ella con una venganza, consciente de las palabras como instrumentos. Estaba henchida con un alivio especial por la experiencia, dispuesta a reírse de sí misma.
Mientras exorcizaba la pesadilla, se le ocurrió que nunca había visto a una Honorada Matre reírse de sí misma.
Sujetando la mano del hombre, miró a Duncan. Hubo un aleteo Mentat de sus párpados. ¿Se daba cuenta de lo que acababa de experimentar? ¡Libertad! Ya no era cuestión de cómo se había visto confinada y conducida a inevitables canales por su pasado. Por primera vez desde que había aceptado la posibilidad de que podía convertirse en una Reverenda Madre, captaba lo que eso podía significar. Se sintió asustada e impresionada.
¿No hay nada más importante que la Hermandad?
Hablaban de un juramento, algo más misterioso que las palabras de la Censora en la iniciación de una acólita.
Mi juramento a las Honoradas Matres era sólo palabras. Un juramento a la Bene Gesserit no puede ser más.
Recordó a Bellonda gruñendo que los diplomáticos eran elegidos por su habilidad en mentir.
—¿Quieres ser otro diplomático, Murbella?
No se trataba de que los juramentos fueran hechos para ser rotos. ¡Qué infantil! La amenaza del patio de juegos de la escuela: «¡Si rompes tu palaba, yo romperé la mía! ¡Nyaa, nyaa, nyaaaaa!».
Inútil preocuparse por los juramentos. Era mucho más importante descubrir ese lugar dentro de ella misma donde vivía la libertad. Era un lugar donde siempre había algo escuchando. La mano de Duncan contra sus labios, murmuró:
—Escuchan. Oh, cómo escuchan.