28

Dadme el juicio de mentes equilibradas antes que leyes. Códigos y manuales crean un comportamiento esquematizado. Todo comportamiento esquematizado tiende a seguir adelante de forma incuestionada, acumulando impulso destructivo.

DARWI ODRADE

Tamalane apareció en los aposentos de Odrade en Eldio poco antes del amanecer, trayendo noticias acerca del camino que aún les faltaba.

—La arena ha hecho que la carretera sea peligrosa o intransitable en seis lugares al otro lado del mar. Dunas muy grandes.

Odrade acababa de completar su régimen diario: una mini-Agonía de especia seguida por ejercicio y una ducha fría. La celda para huéspedes de Eldio tenía solamente una silla mecedora (conocían sus preferencias), y se había sentado en ella para aguardar a Streggi y su informe matutino.

El rostro de Tamalane tenía un aspecto cetrino a la luz de los dos plateados globos que iluminaban la estancia, pero su satisfacción era inconfundible. ¡Si me hubieras escuchado desde un principio!

—Consíguenos tópteros —dijo Odrade.

Tamalane se marchó, obviamente decepcionada ante la suave reacción de la Madre Superiora.

Odrade indicó a Streggi:

—Comprueba rutas alternativas. Encuentra un camino siguiendo el lado occidental del mar.

Streggi se marchó apresuradamente, casi colisionando con Tamalane, que regresaba.

—Lamento informarte que Transportes no puede proporcionarnos inmediatamente los suficientes tópteros. Están realojando cinco comunidades al este de nosotras. Probablemente podremos disponer de ellos al mediodía.

Todas sabían que Tam utilizaba ese tono remilgado cuando deseaba regañar a Odrade por una mala planificación.

—¿No hay ninguna terminal de observación al borde de ese avance del desierto al sur? —preguntó Odrade.

—La primera obstrucción se halla precisamente más allá de ese punto. —Tamalane parecía aún muy complacida consigo misma.

—Haz que los tópteros se reúnan con nosotras ahí —dijo Odrade—. Saldremos inmediatamente después del desayuno.

—Pero Dar…

—Dile a Clairby que hoy vas a ir conmigo. ¿SÍ, Streggi? —La acólita permanecía aguardando en la puerta detrás de Tamalane.

La forma en que encajó sus hombros mientras se marchaba indicaba que Tamalane no se tomaba la nueva disposición de los asientos como un perdón. ¡Sobre ascuas! Pero el comportamiento de Tam encajaba con sus necesidades.

—Podemos llegar hasta la terminal de observación —dijo Streggi, indicando lo que había oído—. Agitaremos mucho polvo y arena, pero no habrá problemas.

—Entonces desayunemos rápido.

Cuanto más se acercaban al desierto, más inhóspito era el paisaje, y Odrade lo comentó mientras avanzaban hacia el sur.

Dentro de un radio de un centenar de kilómetros del último borde del desierto del que habían sido informados, vieron señales de comunidades desarraigadas y trasladadas a latitudes más frías. Cimientos desnudos, paredes no recuperables dañadas en el desmantelamiento y dejadas atrás. Tuberías cortadas a nivel de los cimientos. Demasiado costoso desenterrarlas. La arena cubriría todo aquello haciéndolo desaparecer de la vista en muy poco tiempo.

Allí no disponían de ninguna Muralla Escudo como habían tenido en Dune, observó Odrade a Streggi. Algún día, muy pronto, la población de la Casa Capitular se trasladaría a las regiones polares y sondearía el hielo para obtener agua.

—¿Es cierto, Madre Superiora —preguntó alguien en la parte de atrás, junto a Tamalane— que se está construyendo ya equipo para la recolección de especia?

Odrade se volvió en su asiento. La pregunta procedía de una miembro de Comunicaciones, una acólita de último grado: una mujer mayor con las arrugas de la responsabilidad profundamente grabadas en su frente; hosca y mirando siempre de soslayo a causa de las largas horas frente a su equipo.

—Debemos estar preparadas para los gusanos —dijo Odrade.

—Si vienen —dijo Tamalane.

—¿Has caminado alguna vez por el desierto, Tam? —preguntó Odrade.

—Estuve en Dune. —Una seca respuesta.

—¿Pero fuiste al desierto profundo?

—Sólo algunos cortos viajes cerca de Keen.

—No es lo mismo. —Una seca respuesta merecía una igualmente seca contrarrespuesta.

—Las Otras Memorias me dicen todo lo que necesito saber. —Eso era para las acólitas.

—No es lo mismo, Tam. Tienes que hacerlo por ti misma. Hay una sensación muy curiosa en Dune, sabiendo que en cualquier momento puede aparecer un gusano y tragarte.

—He oído acerca de vuestra… proeza en Dune.

Proeza. No «experiencia». Proeza. Muy exacta en su censura. Muy propio de Tam. «Bell le ha transmitido demasiado de ella misma», dirán algunas.

—Caminar en ese tipo de desierto te cambia, Tam. Las Otras Memorias se hacen más claras. Una cosa es rozar las experiencias de un antepasado Fremen. Otra muy distinta caminar tú misma por allí como un Fremen, aunque tan sólo sea unas cuantas horas.

—No me gustaría.

Demasiado para el espíritu aventurero de Tam. Todo el mundo en el vehículo pudo verlo bajo esta luz. La noticia se difundiría.

¡Sobre ascuas, evidentemente!

Pero ahora el cambio a Sheeana en el Consejo (si encaja) tendría una explicación más fácil. ¡Y maldita la necesidad de nuestros pequeños dramas!

Comieron al aire libre en la terminal de observación, y contemplaron las primeras dunas desde una marchita colina poblada de hierba seca.

La terminal era una extensión de sílice fundido, verde y vitrificado, con burbujas de calor bajo su superficie. Odrade se detuvo en el borde vitrificado y notó cómo la hierba bajo sus plantas moría en grupos, con la arena invadiendo ya las laderas inferiores de aquella en un tiempo verdeante colina. Había nuevas plantaciones de barrilla (efectuadas por la gente de Sheeana, dijo uno de los miembros de la comitiva de Odrade) formando una grisácea pantalla al azar a lo largo de los avanzantes dedos del desierto. Una guerra silenciosa. La vida basada en la clorofila luchando en retaguardia contra la arena.

Una duna baja se alzaba muy cerca de la terminal a su derecha. Haciendo un gesto con la mano para que los demás no la siguieran, Odrade trepó la arenosa colina, y exactamente al otro lado de su masa se hallaba el desierto de sus recuerdos.

De modo que esto es lo que estamos creando.

No había señales de vida. No miró hacia atrás, a las cosas vivas que se debatían desesperadamente contra las invasoras dunas, sino que mantuvo su atención enfocada hacia el horizonte ante ella. Era desde el borde desde donde los observadores vigilaban el desierto. Cualquier cosa que se moviera en aquella seca extensión era potencialmente peligrosa.

¡Mantén tu atención allá donde corresponde! Mira al frente. No mires atrás.

Cuando regresó junto a los demás, mantuvo su mirada fija por un tiempo en la vitrificada superficie que rodeaba la terminal.

La vieja acólita de Comunicaciones se acercó a Odrade con una petición del Control del Clima.

Odrade la examinó. Concisa e ineludible. No había nada repentino acerca de los cambios en aquellas palabras. Pedían más equipo de superficie. Todo aquello no procedía de la brusquedad de una tormenta accidental sino de una decisión de la Madre Superiora.

¿Ayer? ¿Fue tan sólo ayer cuando decidí acelerar el proceso de desaparición del mar?

El Control del Clima comparaba el desierto a un cáncer en pleno desarrollo.

La banalidad de aquella comparación ofendía a Odrade. ¡Por supuesto que era un cáncer! Otro tipo de célula estaba apoderándose del futuro de la Casa Capitular.

¡Contables! Podía olerlo en aquel informe. ¡Archiveras y Contables! Útiles a veces, pero Odrade aborrecía su necesidad.

Devolvió el informe a la acólita de Comunicaciones y miró más allá de ella, a la extensión vitrificada rodeada de arena.

—Petición aprobada. —Luego dijo—: Me entristece ver todos esos edificios desaparecer ahí atrás.

La acólita se alzó de hombros. ¡Se alzó de hombros! Odrade sintió como si la abofetearan. (¡Y eso enviaría estremecidas preocupaciones a través de toda la Hermandad!). Odrade se volvió de espaldas a la mujer.

¿Qué puedo decirle? Hemos estado cinco veces en esta situación a lo largo de la vida de nuestras más viejas hermanas. Y ésta se alza de hombros.

Sin embargo… según algunos estándares, sabía que las instalaciones de la Hermandad apenas habían alcanzado la madurez. El plaz y el plastiacero tendían a mantener una ordenada relación entre edificios y sus emplazamientos. Fijos en el paisaje y en la memoria. Pueblos y ciudades no se sometían fácilmente a otras fuerzas… excepto a los antojos humanos. Otra fuerza natural.

El concepto de respeto a la edad era extraño, decidió. Los seres humanos lo llevaban consigo desde su nacimiento. Lo había visto en el viejo Bashar cuando hablaba de las pertenencias de su familia en Lernaeus.

—Lo hemos mantenido todo con la misma decoración que dejó mi madre.

Continuidad. ¿Podría el ghola revivido revivir también esos sentimientos?

Así es como han sido siempre los míos.

Eso proporcionaba una pátina peculiar cuando «los míos» eran antepasados unidos por la sangre.

Observa durante cuánto tiempo persistimos nosotros los Atreides en Caladan, restaurando el viejo castillo, puliendo profundas tallas en la antigua madera. Equipos enteros de sirvientes para que el viejo y crujiente lugar se conservara a un nivel de apenas tolerable funcionalidad.

Pero esos sirvientes no consideraban que su trabajo fuera inútil. Había como un sentido de privilegio en su labor. Las manos que pulían la madera casi la acariciaban.

—Antigua. Lleva mucho tiempo con los Atreides.

La gente y sus artefactos. Tuvo la sensación de que los instrumentos formaban parte de ella misma.

—Soy mejor debido a este palo en mi mano… debido a esta lanza afilada al fuego para matar mi comida… debido a este refugio contra el frío… debido a mi sótano de piedra para almacenar nuestra comida para el invierno… debido a este rápido barco de vela… este gigantesco transatlántico… esta nave de metal y cerámica que me lleva al espacio…

Esos primeros aventureros humanos al espacio… qué poco sospechaban hasta dónde podía llegar a extenderse su viaje. ¡Qué aislados estaban en esos antiguos tiempos! Pequeñas cápsulas de atmósfera apta para la vida unidas a abrumadoras fuentes de datos mediante primitivos sistemas de transmisión. Soledad. Vacio. Limitadas oportunidades para cualquier cosa excepto sobrevivir. Mantener el aire limpio. Asegurar el agua potable. Ejercitarse para evitar la debilitación de la ausencia de peso. Permanecer activo. Una mente sana en un cuerpo sano. ¿Qué era una mente sana, de todos modos?

—¿Madre Superiora?

¡De nuevo aquella maldita acólita de Comunicaciones!

—¿Sí?

—Bellonda informa que os diga inmediatamente que ha llegado una mensajera de Buzzell. Vinieron unos desconocidos y se llevaron a todas las Reverendas Madres.

Odrade se volvió en redondo.

—¿Ese es todo su mensaje?

—No, Madre Superiora. Los desconocidos son descritos como mandados por una mujer. La mensajera dice que tenía la apariencia de una Honorada Matre, pero no llevaba sus ropas.

—¿Nada de Dortujla ni de las demás?

—No se les dio ninguna oportunidad, Madre Superiora. La mensajera es una acólita de Primer Grado. Vino en la pequeña no-nave siguiendo órdenes explícitas de Dortujla.

—Dile a Bell que no debe permitir marcharse a esa acólita. Posee información peligrosa. Instruiré a una mensajera cuando regrese. Tiene que ser una Reverenda Madre. ¿Has comprendido?

—Por supuesto, Madre Superiora. —Dolida ante la insinuación de una duda.

¡Estaba ocurriendo! Odrade contuvo con dificultad su excitación.

Han mordido el anzuelo. Ahora… ¿han quedado enganchadas en él?

Dortujla hizo algo peligroso confiando de esa forma en una acólita. Conociendo a Dortujla, debe tratarse de una acólita extremadamente segura. Dispuesta a matarse si era capturada. Tengo que ver a esa acólita. Puede estar preparada para la Agonía. Y quizá ése es un mensaje que me envía Dortujla. Debe ser como ella.

Bell estaría ardiendo, por supuesto. ¡Qué estupidez confiar en alguien de una estación de castigo!

Odrade llamó a un equipo de Comunicaciones.

—Conectad con Bellonda.

El proyector portátil no era tan claro como una instalación fija, pero Bell y su entorno eran reconocibles.

Sentada en mi mesa como si le perteneciera. ¡Excelente!

Sin darle a Bellonda tiempo para uno de sus estallidos, Odrade dijo:

—Determina si esa mensajera acólita está preparada para la Agonía.

—Lo está. —¡Dioses de las profundidades! Eso fue muy sucinto para Bell.

—Entonces encárgate de ello. Quizá pueda ser nuestra mensajera.

—Ya ha sido hecho.

—¿Con éxito?

—Mucho.

En nombre de todos los demonios, ¿qué le ha ocurrido a Bell? Está actuando de una forma extraordinariamente extraña. Nunca había sido así. ¡Duncan!

—Oh, y Bell, quiero que Duncan tenga una línea abierta a los Archivos.

—Lo hice esta mañana.

Bien, bien. El contacto con Duncan está teniendo sus efectos.

—Hablaré contigo después de haber visto a Sheeana.

—Dile a Tam que ella tenía razón.

—¿Acerca de qué?

—Solamente díselo.

—Muy bien. Debo admitir, Bell, que no puedo sentirme más satisfecha de la forma en que estás conduciendo las cosas.

—Después de la forma en que tú me has conducido a mí, ¿cómo podía fallar?

Bellonda estaba sonriendo realmente cuando cortó la conexión. Odrade se volvió para encontrarse con Tamalane de pie tras ella.

—¿Razón en qué, Tamalane?

—En que se han producido más contactos entre Idaho y Sheeana de los que habíamos sospechado. —Tamalane se acercó a Odrade y bajó la voz—. No la sientes en mi silla sin descubrir lo que mantienen en secreto.

—Me doy cuenta de que conoces mis intenciones, Tam. Pero… ¿tan transparente soy?

—En algunas cosas, Dar.

—Me siento afortunada de tenerte como amiga.

—Tienes otros apoyos. Cuando votaron las Censoras, fue tu creatividad la que trabajó en tu favor. «Inspirada», fue la forma en que lo dijo una de tus defensoras.

—Entonces sabes que tengo a Sheeana en mente cada vez que tomo una de mis inspiradas decisiones.

—Por supuesto.

Odrade señaló a Comunicaciones que desconectara el proyector y se dirigió hacia el borde de la zona vitrificada.

Imaginación creativa.

Conocía los entremezclados sentimientos de sus asociadas.

¡Creatividad!

Siempre peligrosa para el poder atrincherado. Siempre apareciendo con algo nuevo. Las cosas nuevas podían destruir el puño de la autoridad. Incluso la Bene Gesserit se aproximaba a la creatividad con recelos. Mantener una quilla nivelada inspiraba a algunas a echar a un lado a las balanceadoras de barco. Ese era un elemento detrás del envío de Dortujla. El problema era que las creativas tendían a dar la bienvenida a las aguas estancadas. Lo llamaban intimidad. Había sido necesaria una gran fuerza de voluntad para enviar a Dortujla.

Pórtate bien, Dortujla. Sé el mejor cebo que hayamos utilizado nunca.

Los tópteros llegaron entonces… dieciséis, con sus pilotos mostrando su desagrado ante aquella misión adicional tras todos los problemas que habían tenido hasta entonces. ¡Trasladar comunidades enteras!

Con un humor frágil, Odrade observó a los tópteros posarse en la dura superficie vitrificada, replegando las alas en sus alvéolos… cada aparato un adormecido insecto.

Un insecto diseñado a su propia imagen por un robot loco.

Cuando estuvieron en el aire, con Streggi sentada una vez más al lado de Odrade, Streggi dijo:

—¿Veremos gusanos de arena?

—Es posible. Pero aún no hay informes de ellos.

Streggi se reclinó en su asiento, decepcionada por la respuesta, pero incapaz de plantear otra pregunta al respecto. La verdad podía ser perturbadora a veces, y habían depositado tantas esperanzas en su apuesta evolutiva, pensó Odrade.

De otro modo, ¿para qué destruir todo lo que amamos en la Casa Capitular?

Como la mayor parte de las acólitas a su nivel, Streggi conocía «la herramienta de la sinceridad». Le había sido proporcionada con una razón en la que podía depositar su confianza:

—Porque la honestidad corta las barreras de la atención inmadura.

Llegaban a esperar respuestas directas, comentarios exactos, y eso mantenía alto su interés. Las acólitas aprendían que la civilización zozobraba en eufemismos, alusiones, circunloquios y claras mentiras enmascaradas por rostros sonrientes. Ese era un error que raramente cometía la Hermandad con su propia gente.

Cometemos otros errores.

El simulflujo intervino con una imagen de un muy antiguo cartel formando un arco sobre una estrecha entrada en un edificio de ladrillo rosa: HOSPITAL PARA ENFERMOS INCURABLES.

¿Era ahí donde se encontraba la Hermandad? ¿O era que habían tolerado demasiados fracasos? La intrusión de las Otras Memorias tenía que tener una finalidad.

¿Fracasos?

Odrade extrajo aquel pensamiento: Si es necesario, tenemos que pensar en Murbella como en una Hermana. No era que la Honorada Matre fuera un fracaso incurable. Pero era una inadaptada, y había iniciado muy tarde el adiestramiento profundo.

Qué silenciosas estaban todas a su alrededor, contemplando a través de las ventanillas la arena barrida por el viento… dunas como dorsos de ballenas dejando paso a veces a secos oleajes. El sol de primera hora de la tarde apenas había empezado a proporcionar una suficiente vista lateral como para definir el paisaje cercano. El polvo oscurecía el horizonte al frente. Odrade se acurrucó en su asiento y durmió.

He visto esto antes. He sobrevivido a Dune.

La agitación cuando descendieron y trazaron círculos sobre la Estación de Vigilancia del Desierto de Sheeana la despertó.

La Estación de Vigilancia del Desierto. Aquí estamos de nuevo. Realmente no le hemos dado ningún nombre… del mismo modo que no le hemos dado ningún nombre a este planeta. ¡Casa Capitular! ¿Qué tipo de nombre es ése? ¡Estación de Vigilancia del Desierto! Una descripción, no un nombre. Acentuar lo temporal.

Mientras descendían, vio confirmaciones de su pensamiento. La sensación de alojamiento temporal era amplificada por la espartana brusquedad de todas las líneas. Ninguna curva, ninguna suavidad en ningún ángulo. Esto se une aquí y eso otro se encaja allí. Todo unido entre sí por conectores de quita y pon.

Fue un aterrizaje más bien brusco, y el piloto les dijo:

—Bien, ahí estáis, y buena diversión.

Odrade se dirigió inmediatamente a la habitación siempre reservada para ella e hizo llamar a Sheeana. Alojamientos temporales: otro cubículo espartano con un duro camastro. Dos sillas esta vez. Una ventana mirando hacia el oeste, a desierto. La naturaleza temporal de esas habitaciones arañaba su piel. Cualquier cosa de aquel lugar podía ser desmantelada en horas y trasladada a cualquier otro lugar. Se lavó la cara en el cuarto de baño anexo, resintiendo todos sus movimientos. Había dormido en una mala postura en el tóptero, y su cuerpo se quejaba.

Algo refrescada, se dirigió a la ventana, agradeciendo que el equipo de construcción hubiera incluido aquella torre: diez pisos, y aquél era el noveno. Sheeana ocupaba el último piso, una ventaja para hacer lo que el nombre del lugar describía.

Mientras aguardaba, Odrade hizo los preparativos necesarios. Abrir la mente. Verter los prejuicios.

Las primeras impresiones cuando llegara Sheeana debían ser percibidas con ojos ingenuos. Los oídos no tenían que estar preparados para una voz en particular. El olfato no debía esperar olores recordados.

Yo la elegí. Yo, su primera maestra, soy susceptible a errores.

Odrade se volvió hacia un sonido en la puerta. Streggi.

—Sheeana acaba de regresar del desierto y está con su gente. Ruega a la Madre Superiora que se reúna con ella en sus aposentos superiores, que son más confortables.

Odrade asintió.

Los aposentos de Sheeana en el piso superior tenían la misma apariencia prefabricada por todos lados. Un refugio apresuradamente construido frente al desierto. Una amplia habitación, seis o siete veces el tamaño del cubículo para los huéspedes, pero que era a la vez dormitorio y lugar de trabajo. Ventanas a dos lados… oeste y norte. Odrade se sintió impresionada por la mezcla de lo funcional y lo no funcional.

Sheeana había conseguido que sus aposentos reflejaran su personalidad. Un camastro Bene Gesserit estándar había sido recubierto con un cobertor naranja y ocre oscuro.

El dibujo en blanco y negro de un gusano, erguido y con todos sus cristalinos dientes desplegados, llenaba una de las paredes. Lo había dibujado la propia Sheeana, confiando en sus Otras Memorias y en su infancia en Dune para que guiaran su mano.

Decía algo acerca de Sheeana el que no hubiera intentado algo más ambicioso… a todo color quizá, y con un fondo tradicional de desierto. Tan sólo el gusano y un asomo de arena bajo él, con una pequeña figura humana embozada en primer término.

¿Ella misma?

Una admirable moderación y un constante recordatorio del porqué estaba allí. Una profunda impresión de la naturaleza.

¿La naturaleza no crea mal arte?

Era una afirmación demasiado fácil como para aceptarla.

¿Qué es lo que entendemos por «naturaleza»?

Había visto salvajismos atrozmente naturales: árboles quebradizos con el aspecto de haber sido bañados en un triste pigmento verde y abandonados al borde de la tundra para que se secaran hasta convertirse en horribles parodias. Algo repelente. Resultaba difícil imaginar que tales árboles tuvieran alguna finalidad. Y gusanos ciegos… con legamosas pieles amarillas. ¿Dónde estaba el arte en ellos? Un lugar de parada temporal en el viaje de la evolución hacia algún otro lugar. ¿Marcaba alguna diferencia la intervención de los seres humanos? ¡Sligs! La Bene Tleilax había producido algo repelente allí.

Admirando el dibujo de Sheeana, Odrade decidió que algunas combinaciones ofendían algunos sentidos humanos en particular. Los sligs como alimento eran deliciosos. Las combinaciones más horribles pulsaban experiencias ancestrales. Las experiencias juzgaban.

¡Malo!

Mucho de lo que consideramos como ARTE complace nuestros deseos de seguridad. ¡No me ofendáis! Sé lo que puedo aceptar.

¿Cómo complacía aquel dibujo los deseos de seguridad de Sheeana?

El gusano de arena: un poder ciego guardando ocultas riquezas. Una habilidad artística en el campo de la belleza mística.

Se decía que Sheeana bromeaba acerca de su misión:

—Soy pastora de unos gusanos que tal vez nunca lleguen a existir.

Y aunque aparecieran, podían pasar años antes de que ninguno alcanzara el tamaño señalado en su dibujo. ¿Era su voz la que parecía brotar de la pequeña figura frente al gusano?

Este llegará a tiempo.

Un olor a melange inundaba la habitación, más fuerte de lo habitual en los aposentos de una Reverenda Madre. Odrade pasó una escrutadora mirada por el mobiliario: sillas, mesa de trabajo, iluminación por globos anclados… todo colocado donde pudiera servir con una mayor ventaja.

¿Pero qué era ese extrañamente modelado montón de plaz negro en el rincón? ¿Otro trabajo de Sheeana?

Aquellos aposentos eran propios de Sheeana, decidió Odrade. Había poco más que el dibujo para recordar sus orígenes, pero la vista desde cualquier ventana hubiera podido ser la de Dar-es-Balat, allá en lo más profundo de las secas tierras de Dune.

Un ligero sonido de roce de telas en la puerta alertó a Odrade. Se volvió, y allí estaba Sheeana. Casi tímida la forma en que miró a su alrededor desde la puerta antes de entrar en presencia de la Madre Superiora.

El movimiento como palabras: «Así que vino a mis aposentos. Bien. Cualquier otra quizá se hubiera mostrado negligente ante mi invitación».

Los alertados sentidos de Odrade hormiguearon con la presencia de Sheeana. La Reverenda Madre más joven que jamás hubieran tenido. A menudo pensabas en ella como en la Tranquila Pequeña Sheeana. No siempre había sido tranquila y ya no era pequeña, pero la etiqueta había quedado. Ni siquiera era tímida, pero frecuentemente se mantenía quieta como un roedor aguardando al extremo de un campo a que el campesino se marche, para lanzarse como una centella sobre los granos caídos.

Sheeana entró en la habitación y se detuvo a menos de un paso de Odrade.

—Hemos permanecido mucho tiempo separadas, Madre Superiora.

La primera impresión de Odrade se vio extrañamente trastocada.

¿Sinceridad y ocultación?

Sheeana permanecía tranquilamente receptiva.

Aquella descendiente de Siona Atreides había desarrollado un interesante rostro bajo la pátina Bene Gesserit. La madurez había trabajado en ella de acuerdo con los designios tanto de la Hermandad como Atreides. Las señales de muchas decisiones firmemente tomadas. La esbelta expósita de oscura piel y pelo castaño con mechones dorados por el sol se había convertido en aquella equilibrada Reverenda Madre. La piel seguía siendo oscura a causa de las largas horas al aire libre. El pelo seguía teniendo mechones de sol. Los ojos, sin embargo… poseían el acerado azul total que decía: «He pasado por la Agonía».

¿Qué es lo que capto en ella?

Sheeana vio la expresión en el rostro de Odrade (¡la ingenuidad Bene Gesserit!), y supo que aquella era la durante tanto tiempo temida confrontación.

¡No puede haber defensa excepto mi verdad, y espero que se detenga antes de la completa confesión!

Odrade observó a su antigua estudiante con un exquisito cuidado, con todos los sentidos abiertos.

¡Miedo! ¿Qué es lo que siento? ¿Algo cuando ella habla?

La firmeza en la voz de Sheeana había sido modelada en el poderoso instrumento que Odrade había anticipado en su primer encuentro. La naturaleza original de Sheeana (¡una naturaleza Fremen, si es que había alguna!) había sido flexionada y redirigida. Ese núcleo de vengatividad había sido pulido. Su capacidad de amor y odio estaba refrenada por firmes riendas.

¿Por qué tengo la impresión de que desea abrazarme?

Odrade se sintió repentinamente vulnerable.

Esta mujer se ha metido dentro de mis defensas. Ya no hay forma de excluirla totalmente de allí, nunca.

Vino a su mente el juicio de Tamalane:

—Es una de esas que se mantiene en sí misma. ¿Recuerdas la Hermana Schwangyu? Como ella, pero mejor. Sheeana sabe lo que está haciendo. Tenemos que vigilarla atentamente. Sangre Atreides, ya sabes.

—Yo también soy Atreides, Tam.

—¡No creas que lo olvidamos nunca! ¿Piensas que simplemente permaneceríamos ociosas si la Madre Superiora decidiera procrear por iniciativa propia? Hay límites a nuestra tolerancia, Dar.

—Realmente, hace mucho tiempo que te debía esta visita, Sheeana.

El tono de Odrade alertó a Sheeana. Le devolvió de pronto la mirada con esa expresión que la Hermandad llamaba la «placidez BG», y que probablemente era la cúspide de la placidez en todo el universo, una máscara absoluta e impenetrable de lo que ocurría tras ella. No era simplemente una barrera, era una nada. Era imposible atravesar aquella máscara. Era, en sí misma, una traición. Sheeana se dio cuenta inmediatamente de ello y respondió con una carcajada.

—¡Sabía que acudiríais sondeando! El lenguaje de las manos con Duncan, ¿correcto? —¡Por favor, Madre Superiora! Acepta esto.

—Todo, Sheeana.

—Él desea algo que los rescate en caso de un ataque de las Honoradas Matres.

—¿Eso es todo? —¿Me toma por una completa estúpida?

—No. Desea información acerca de nuestras intenciones… y lo que estamos haciendo para enfrentarnos a la amenaza de las Honoradas Matres.

—¿Qué es lo que le has dicho?

—Todo lo que he podido. —La verdad es mi única arma. ¡Tengo que desviarla!

—¿Tiene influencia sobre ti, Sheeana?

—¡Sí!

—Sobre mí también.

—¿Pero no sobre Tam y Bell?

—Mis informantes me dicen que ahora Bell lo tolera.

—¿Bell? ¿Tolerante?

—La juzgas mal, Sheeana. Es una imperfección en ti. —Está ocultando algo. ¿Qué es lo que has hecho, Sheeana?

—Sheeana, ¿crees que podrías trabajar con Bell?

—¿Porque yo la atosigo? —¿Trabajar con Bell? ¿Qué es lo que pretende? ¡No que Bell encabece este maldito proyecto de la Missionaria!

Un débil rictus curvó hacia arriba las comisuras de la boca de Odrade. ¿Otra jugarreta? ¿Puede ser eso?

Sheeana era un tema principal en las habladurías de los comedores de Central. Historias de cómo atosigaba a las Amantes Procreadoras (especialmente a Bell), y elaboradamente detallados relatos de seducciones, acompañados de comparaciones procedentes de Murbella con las Honoradas Matres, que eran más especiados que la comida. Odrade había oído retazos de la última de esas historias hacía tan sólo dos días: «Y ella dijo, “Utilicé el método Déjale portarse mal. Es muy efectivo con los hombres que creen que son ellos quienes te están conduciendo por el jardín de rosas”».

—¿Atosigar? ¿Es eso lo que haces, Sheeana?

—Una palabra apropiada: remodelarlos empujándolos en contra de su inclinación natural. —En el mismo instante en que las palabras hubieron brotado de su boca, Sheeana se dio cuenta de que había cometido un error.

Odrade notó la repentina rigidez. ¿Remodelar? Su rostro se volvió hacia aquel extraño montón de plaz negro en el rincón. Se lo quedó mirando con una intensidad que la sorprendió. Bebió aquella visión. Sondeó en busca de una coherencia, algo que le hablara. Nada respondió, ni siquiera cuando sondeó hasta el límite. ¡Y ésa es su finalidad!

—Se llama «Vacío» —dijo Sheeana.

—¿Es tuyo? —Por favor, Sheeana. Di que lo hizo algún otro. El que lo hizo ha desaparecido en un lugar a dónde no puedo seguirlo.

—Lo hice una noche, hará una semana.

¿Es plaz negro lo único que remodelas?

—Un fascinante comentario sobre el arte en general.

—¿Y no sobre el arte de forma específica?

—Tengo un problema contigo, Sheeana. Alarmas a algunas Hermanas. —Y a mí. Hay un lugar salvaje en ti que no hemos descubierto. Los genes indicadores Atreides que Duncan nos dijo que buscáramos están en tus células. ¿Qué es lo que te hacen?

—¿Alarmo a mis Hermanas?

—Especialmente cuando recuerdan que eres la más joven que haya sobrevivido nunca a la Agonía.

—Excepto las Abominaciones.

—¿Es eso lo que eres?

—¡Madre Superiora! —Ella nunca me ha hecho daño deliberadamente, excepto como una lección.

—Pasaste por la Agonía como un acto de desobediencia.

—¿No diréis más bien que pasé por ella contra los consejos más maduros? —El humor la distrae a veces.

Prester, la acólita ayudanta de Sheeana, llegó a la puerta y rascó suavemente en la pared al lado de ella hasta llamar su atención.

—Dijisteis que os avisara inmediatamente cuando regresaran los equipos de búsqueda.

—¿Qué han informado?

¿Alivio en la voz de Sheeana?

—El equipo ocho desea que reviséis sus registros.

—¡Siempre desean eso!

Su voz tenía una forzada frustración.

—¿Deseáis examinar los registros conmigo, Madre Superiora?

—Aguardaré aquí.

—No va a tomar mucho tiempo.

Cuando se hubieron marchado, Odrade se dirigió hacia la ventana occidental: una clara vista por encima de los tejados del nuevo desierto. Había pequeñas dunas allí. El atardecer iba declinando, y aquel seco calor recordaba tanto a Dune.

¿Qué es lo que está ocultando Sheeana?

Un joven, apenas más que un muchacho, estaba tomando el sol desnudo en un tejado vecino, vuelto boca arriba sobre una colchoneta verde mar, con una toalla dorada cruzada sobre su rostro. Su piel tenía un moreno dorado del sol que hacía juego con la toalla y su vello púbico. La brisa alzó ligeramente un extremo de la toalla. Una mano lánguida se alzó y la devolvió a su sitio.

¿Cómo puede permanecer inactivo así? ¿Un trabajador nocturno? Probablemente.

Allí no se alentaba la inactividad, y aquel muchacho estaba haciendo alarde de ella. Odrade sonrió para sí misma. Cualquiera podía ser disculpado con la suposición de que era un trabajador nocturno. Podía confiar en esa suposición. El truco consistía en permanecer fuera de la vista de aquellos que sabían que no era así.

No preguntaré. La inteligencia merece algunas recompensas. Y, después de todo, puede que se trate realmente de un trabajador nocturno.

Alzó su mirada. Un nuevo esquema surgía en aquel lugar: atardeceres exóticos. Una delgada franja naranja se extendía a lo largo del horizonte, más abultada allá donde el sol acababa de sumergirse tras la tierra. El azul plateado encima del naranja iba haciéndose más oscuro sobre su cabeza. Había visto aquello muchas veces en Dune. No se molestó en explorar las explicaciones meteorológicas. Mejor dejar que los ojos absorbieran aquella belleza transitoria; mejor permitir que oídos y piel captaran la repentina quietud que descendería sobre aquellas tierras en la rápida oscuridad después de que el naranja se desvaneciera.

Casi marginalmente, vio al joven recoger colchoneta y toalla y desaparecer tras un ventilador.

Un sonido de pasos corriendo en el pasillo tras ella. Sheeana entró casi sin aliento.

—¡Han encontrado una masa de especia a unos treinta kilómetros al nordeste de nosotras! ¡Pequeña, pero compacta!

Odrade no se atrevió a tener esperanzas.

—¿Puede tratarse de una acumulación producida por el viento?

—No es probable. He instalado una vigilancia permanente sobre ella. —Sheeana miró hacia la ventana junto a la cual estaba Odrade. Ha visto a Trebo. Quizá…

—Antes te pregunté, Sheeana, si podrías trabajar con Bell. Era una pregunta importante. Tam se está haciendo muy vieja y deberá ser reemplazada pronto. Tiene que haber una votación, por supuesto.

—¿Yo? —Fue algo totalmente inesperado.

—Eres mi primera elección. —Imperativo. Te quiero cerca, donde pueda mantenerte constantemente vigilada.

—Pero yo pensé… Quiero decir, el plan de la Missionaria…

—Eso puede esperar. Y tiene que haber alguien más que pueda pastorear los gusanos… si esa masa de especia es lo que esperamos.

—¿Oh? Sí… Hay varios de los nuestros, pero ninguno que… ¿No deseáis comprobar si los gusanos siguen respondiéndome?

—Trabajar en el Consejo no interferirá con eso.

—Yo… Podéis ver que estoy sorprendida.

—Yo hubiera dicho impresionada. Cuéntame, Sheeana, ¿qué es lo que te interesa realmente en estos días?

Aún sondeando. ¡Trebo, ayúdame ahora!

—Asegurarme de que el desierto crece bien. —¡La verdad!—. Y mi vida sexual, por supuesto. ¿Visteis al joven en el tejado de ahí al lado? Trebo, uno nuevo que me envió Duncan para pulir.

Incluso después de que Odrade se hubiera ido, Sheeana no dejó de preguntarse por qué aquellas palabras habían despertado un tal alborozo. La Madre Superiora había sido desviada, por supuesto.

Ni siquiera había sido necesario malgastar su posición de reserva… la verdad:

—Hemos estado discutiendo la posibilidad de que yo pueda Imprimar a Teg y restaurar de esta forma las memorias del Bashar.

Había evitado la confesión completa. La Madre Superiora no ha sabido que yo he hallado la forma de reactivar nuestra no-nave prisión y neutralizar las minas que Bellonda puso en ella.