Los humanos nacen con una susceptibilidad hacia el más persistente y debilitador mal del intelecto: el autoengaño. El mejor de todos los mundos posibles y el peor obtienen su espectacular coloración de ello. Por todo lo que podemos determinar, no existe ninguna inmunidad natural. Se requiere una constante alerta.
La Coda
Con Odrade lejos de Central (y probablemente tan sólo por un corto tiempo), Bellonda supo que era necesaria una acción rápida. ¡Ese maldito Mentat-ghola es demasiado peligroso para vivir!
El grupo de la Madre Superiora apenas estaba fuera de su vista en el creciente ocaso cuando Bellonda ya estaba de camino hacia la no-nave.
No era propio de Bellonda una meditativa aproximación a través del anillo de huertos. Ordenó espacio en un tubo, sin ventanillas, automático, y rápido. Odrade también tenía observadoras que podían enviar mensajes indeseados.
Por el camino, Bellonda revisó su evaluación de las muchas vidas de Idaho, una grabación que había mantenido preparada en Archivos para una recuperación rápida. En el original y en los gholas primitivos, su carácter había sido dominado por la impulsividad. Rápido en el odio, rápido en la lealtad. Más tarde, los gholas-Idaho templaron eso con cinismo, pero la impulsividad subyacente permanecía. El tirano lo había llamado muchas veces a la acción. Bellonda reconocía un esquema.
Podía ser aguijoneado por el orgullo.
Su largo servicio al Tirano la fascinaba. No sólo había sido varias veces un Mentat, sino que había evidencias de que había sido un Decidor de Verdad en más de una encarnación.
La apariencia de Idaho reflejaba lo que veía en sus grabaciones. Interesantes líneas de carácter, una expresión en torno a los ojos y un rictus en su boca que encajaban con su desarrollo interno.
¿Por qué no aceptaba Odrade el peligro que representaba este hombre? ¡Los poderes de un Decidor de Verdad unidos a los de un Mentat de potencial desconocido! Dejemos que actúe una sola vez traicionando habilidades proscritas, y nadie en la Hermandad podrá ignorar el peligro. Ni siquiera Odrade. ¡No más Kwisatz Haderachs para mantenernos esclavizadas!
Bellonda había notado frecuentes recelos cuando Odrade hablaba de Idaho con un alarde tal de sus emociones.
—Piensa de una forma clara y directa. Hay una exigente meticulosidad en su mente. Es restaurativa. Me gusta, aunque reconozco que es algo trivial para influenciar mis decisiones.
¡Admite su influencia!
Bellonda encontró a Idaho solo y sentado ante su consola. Su atención estaba fija en una imagen lineal que reconoció: ¡los esquemas operativos de la no-nave! Borró la proyección cuando la vio.
—Hola, Bell. Os estaba esperando.
Tocó el campo de su consola, y se abrió una puerta tras él. El joven Teg entró y ocupó una posición cerca de Idaho, mirando silenciosamente a Bellonda.
Idaho no la invitó a sentarse ni buscó una silla para ella, obligándola a traer una del dormitorio y colocarla frente a él. Cuando se hubo sentado, él le devolvió una mirada de cauteloso humor.
Bellonda seguía desconcertada por su saludo. ¿Por qué me esperaba?
Él respondió a su no formulada pregunta:
—Dar se proyectó hace poco, y me dijo que salía a ver a Sheeana. Sabía que vos no ibais a perder tiempo en acudir a mí cuando ella se hubiera ido.
¿Una simple proyección Mentat o…?
—¡Ella te advirtió!
—Falso.
—¿Qué secretos compartís tú y Sheeana? —Exigiendo.
—Ella me usa de la forma que vosotras deseáis que me use.
—¡La Missionaria!
—¡Bell! Dos Mentats juntos. ¿Debemos jugar a esos juegos estúpidos?
Bellonda inspiró profundamente y buscó ponerse en modo Mentat. No era fácil bajo aquellas circunstancias, con aquel niño mirándola, con el regocijo en el rostro de Idaho. ¿Estaba desplegando Odrade una insospechada astucia? ¿Trabajando contra una Hermana con su ghola?
Idaho se relajó cuando vio la intensidad Bene Gesserit convertirse en aquel desdoblado foco del Mentat.
—Desde hace mucho tiempo sé que me deseáis muerto, Bell.
Sí… mis temores han sido claramente legibles.
Se había acercado mucho allí, pensó él. Bellonda había acudido a él con muerte en su mente, con un pequeño drama para crear «la necesidad» completamente preparado. Conservaba pocas ilusiones acerca de su habilidad para enfrentarse a ella en un entorno de violencia. Pero la Bellonda-Mentat observaría antes de actuar.
—Es irrespetuosa la forma en que utilizas nuestros nombres de pila —dijo ella, aguijoneándole.
—Una diferente aceptación, Bell. Vos ya no sois una Reverenda Madre y yo ya no soy «el ghola». Somos dos seres humanos con problemas comunes. No me diréis que no sois consciente de ello.
Ella miró a su alrededor al cuarto de trabajo.
—Si me esperabas, ¿por qué no está aquí Murbella?
—¿Para obligarla a mataros para protegerme?
Bellonda admitió aquello. La maldita Honorada Matre probablemente me mataría, pero entonces…
—La enviaste lejos para protegerla.
—Tengo un protector mejor. —Idaho hizo un gesto hacia el niño.
¿Teg? ¿Un protector? Había esas historias de Gammu acerca de él. ¿Sabe Idaho algo?
Deseaba preguntárselo, pero ¿se atrevería a arriesgarse a una diversión? Las vigilantas recibirían un claro escenario de peligro.
—¿Él? ¿Cómo puede…?
—¿Serviría a la Bene Gesserit si os viera matarme?
Cuando ella no respondió, dijo:
—Poneos en mi lugar, Bell. Soy un Mentat atrapado no sólo en vuestra trampa sino en la de las Honoradas Matres.
—¿Es eso todo lo que eres, un Mentat?
—No. Soy un experimento tleilaxu, pero no veo el futuro. No soy un Kwisatz Haderach. Soy un Mentat con memorias de muchas vidas. Vosotras, con vuestras Otras Memorias… pensad en la palanca que esto me proporciona.
Mientras él estaba hablando, Teg se inclinó hacia la consola al lado de Idaho. La expresión del niño era de curiosidad, pero Bellonda no vio miedo de ella.
Idaho hizo un gesto hacia el foco de proyección encima de su cabeza, motas plateadas danzando allá, listas para crear sus imágenes.
—Un Mentat ve sus relés producir discrepancias… escenas invernales en verano, brillar el sol cuando sus visitantes llegan en medio de la lluvia… ¿No esperáis que desestime vuestros pequeños dramas?
Ella oyó el compendio Mentat. Hasta allí, compartían una enseñanza común. Dijo:
—Naturalmente, te dijiste a ti mismo que no debías minimizar el Tao.
—Me hice otras preguntas. Las cosas que ocurren juntas pueden tener lazos subterráneos que las unan. ¿Qué es causa y qué es efecto cuando te enfrentas a ello simultáneamente?
—Tuviste buenos maestros.
—Y no solamente en una vida. Teg se inclinó hacia ella.
—¿Realmente habéis venido aquí a matarlo?
No tenía ningún sentido mentir.
—Sigo pensando que es demasiado peligroso. —¡Dejemos que los perros guardianes discutan eso!
—¡Pero él va a devolverme mis memorias!
—Bailarines sobre una misma pista, Bell —dijo Idaho—. Tao. Puede que no parezca que bailamos juntos, puede que no utilicemos los mismos pasos o ritmos, pero hemos sido vistos juntos.
Ella empezó a sospechar dónde podía estarla conduciendo él, y se preguntó si era posible que existiera alguna otra forma de destruirlo.
—No sé de qué estáis hablando —dijo Teg.
—Interesantes coincidencias —dijo Idaho.
Teg se volvió hacia Bellonda.
—¿Quizá vos queráis explicaros, por favor?
—Él está intentando decirme que nos necesitamos el uno al otro.
—Entonces, ¿por qué no lo dice así?
—Es más sutil que eso, muchacho. —Y pensó: La grabación tiene que mostrarme haciendo mis advertencias a Idaho—. El morro del asno no causa la cola, Duncan, no importa las veces que veas al animal pasar por delante de esa estrecha rendija vertical limitando tu visión de él.
Idaho sostuvo sin pestañear la dura y fija mirada de Bellonda.
—Dar vino aquí en una ocasión con un ramillete de flores de manzano, pero mi proyección me mostraba la época de la recolección.
—¡Eso son acertijos! —dijo Teg, palmeando.
Bellonda recordó la grabación de aquella visita. Precisos movimientos por parte de la Madre Superiora.
—¿No sospechaste un invernadero?
—¿O que ella deseaba simplemente complacerme?
—¿Se supone que yo también tengo que pensar algo? —preguntó Teg.
Tras un largo silencio, mirada de Mentat clavada en mirada de Mentat, Idaho dijo:
—Hay anarquía tras mi confinamiento, Bell. Discusiones en vuestros altos consejos.
—Puede haber deliberación y juicio incluso en la anarquía —dijo ella.
—¡Sois una hipócrita, Bell!
Ella se echó hacia atrás como si él la hubiera golpeado, un movimiento puramente involuntario que la sorprendió por la forzada reacción. ¿La Voz? No… algo que iba mucho más profundo. Se sintió de pronto aterrada de aquel hombre.
—Encuentro maravilloso que un Mentat y una Reverenda Madre puedan ser unos tales hipócritas —dijo él.
Teg tiró del brazo de Idaho.
—¿Os estáis peleando?
Idaho apartó la mano.
—Sí, nos estamos peleando.
Bellonda no podía apartar su mirada de Idaho. Deseaba dar media vuelta y huir. ¿Qué estaba haciendo aquel hombre? ¡Aquello había ido completamente mal!
—¿Hipócritas y criminales entre vosotras? —preguntó él.
Una vez más, Bellonda recordó los com-ojos. ¡Estaba jugando no sólo con ella sino también con las observadoras! Y haciéndolo con un cuidado exquisito. Se sintió repentinamente llena de admiración por aquel logro, pero esto no alivió su miedo.
—Me pregunto si vuestras Hermanas os toleran. —¡Los labios del hombre se movieron con una precisión tan delicada!—. ¿Sois un mal necesario? ¿Una fuente de datos valiosos y, ocasionalmente, buen consejo?
Ella consiguió hablar.
—¿Cómo te atreves? —Gutural, y conteniendo toda su alardeada malignidad.
—Puede ser que así fortalezcáis a vuestras Hermanas. —Una voz llana, sin el menor cambio de tono—. Los lazos débiles crean lugares que otros deben reforzar, y eso fortalece a esos otros.
Bellonda se dio cuenta de que apenas conseguía mantenerse en modo Mentat. ¿Sería cierto algo de aquello? ¿Era posible que la Madre Superiora la viera de aquel modo?
—Vinisteis con una desobediencia criminal en mente —dijo Idaho—. ¡Todo en nombre de la necesidad! Un pequeño drama para los com-ojos, demostrando que no teníais otra elección.
Bellonda halló de nuevo sus palabras, restaurando sus habilidades Mentat. ¿Estaba haciendo él aquello conscientemente? Se sintió fascinada por la necesidad de estudiar sus actitudes al mismo tiempo que sus palabras. ¿La estaba leyendo realmente tan bien? La grabación de este encuentro podía ser mucho más valiosa que su pequeña representación. ¡Y el resultado no sería distinto!
—¿Crees que los deseos de la Madre Superiora son ley? —preguntó.
—¿Realmente pensáis que no soy observador? —Agitando una mano hacia Teg, que iba a interrumpir—. ¡Bell! Sed solamente un Mentat.
—Te he oído. —¡Y también muchas otras!
—Estoy profundizando en vuestro problema.
—¡Yo no te he traído ningún problema!
—Pero lo tenéis. Lo tenéis, Bell. Puede que lo olvidéis por la forma en que lo parceláis, pero yo lo veo.
Bellonda recordó bruscamente a Odrade diciendo:
—¡No necesito un Mentat! Necesito un inventor.
—Vosotras… me… necesitáis —dijo Idaho—. Vuestro problema se halla aún dentro de su cascarón, pero el meollo está ahí y tiene que ser extraído.
—¿Por qué deberíamos necesitarte?
—Necesitáis mi imaginación, mi inventiva, todas esas cosas que me mantuvieron con vida frente a la ira de Leto.
—Has dicho que te mató tantas veces que habías perdido la cuenta.
¡Trágate tus propias palabras, Mentat!
Él le dedicó una sonrisa exquisitamente controlada, tan precisa que ni ella ni los com-ojos podían equivocarse respecto a su significado.
—¿Pero cómo podéis confiar en mí, Bell?
¡Se está condenando a sí mismo!
—Sin algo nuevo estáis perdidas —dijo Idaho—. Sólo es un asunto de tiempo, y todas vosotras lo sabéis. Quizá no en esta generación. Quizá ni siquiera en la próxima. Pero inevitablemente.
Teg tiró bruscamente de la manga de Idaho.
—El Bashar podría ayudar, ¿no?
Así que el niño escuchaba realmente. Idaho palmeó el brazo de Teg.
—El Bashar no es suficiente. —Luego, a Bellonda—: Los dos rebuscamos en el mismo cubo. ¿Debemos ladrarnos sobre el mismo hueso?
—Eso ya lo has dicho antes. —E indudablemente seguirás diciéndolo.
—¿Aún Mentat? —preguntó él—. ¡Entonces descartad el drama! Apartad el halo de romanticismo de nuestro problema.
¡Dar es la romántica! ¡No yo!
—¿Qué hay de romántico —preguntó él— en las pequeñas bolsas de Dispersas Bene Gesserit aguardando a ser masacradas?
—¿Crees que ninguna va a escapar?
—Estáis sembrando el universo con enemigos —dijo Duncan—. ¡Estáis alimentando a las Honoradas Matres!
Ella era completamente (y solamente) Mentat entonces, forzada a igualar su habilidad ghola con otra habilidad. ¿Drama? ¿Romanticismo? El cuerpo estaba sumergido en la forma de actuación Mentat. Los Mentats utilizan el cuerpo, no dejan que interfiera.
—Ninguna de las Reverendas Madres que habéis Dispersado ha regresado nunca ni ha enviado un mensaje —dijo Idaho—. Habéis intentado tranquilizaros a vosotras mismas diciendo que solamente las Dispersas saben donde fueron. ¿Cómo podéis ignorar el mensaje que enviaron en este otro hecho? ¿Por qué ninguna intentó comunicarse con la Casa Capitular?
¡Está reprendiéndonos a todas, maldito sea! Pero tiene razón.
—¿He planteado vuestro problema en su forma más elemental?
¡Una pregunta Mentat!
—Cuanto más simple es la pregunta, más simple es la proyección —admitió ella.
—Éxtasis sexual amplificado: ¿imprimación Bene Gesserit?
—¿Murbella? —Un desafío en una sola palabra. ¡Valora a esa mujer a la que dices que quieres!
—Están condicionadas contra alzar su propio goce a niveles adictivos, pero son vulnerables.
—Ella niega que sus conocimientos estén basados en fuentes Bene Gesserit.
—Tal como ha sido condicionada a hacer.
—En cambio, ¿un ansia de poder?
—Al menos, habéis hecho una pregunta pertinente. —Y, cuando ella no respondió, dijo—: Mater Felicissima. —Dirigiéndose a ella por el antiguo término reservado a los miembros del Consejo Bene Gesserit.
Ella sabía por qué lo había hecho, y sintió que la palabra producía el efecto deseado. Ahora se sentía firmemente equilibrada, una Reverenda Madre Mentat rodeada por el Mohalata de su propia Agonía de la Especia… esa unión de Otras Memorias benignas protegiéndola de la dominación de los antepasados malignos.
¿Cómo ha sabido hacer eso? Cada observadora detrás de los com-ojos estaría haciéndose esa pregunta. ¡Por supuesto! El Tirano lo adiestró así, una y otra vez. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí? ¿Cuál es este talento que la Madre Superiora se atreve a emplear? Peligroso, sí, pero mucho más valioso de lo que sospechaba. ¡Por los dioses creados por nosotras! ¿Es la herramienta que nos ha de liberar?
Qué tranquila estaba. Idaho sabía que la había atrapado.
—En una de mis vidas, Bell, visité vuestra casa Bene Gesserit en Wallach IX, y allí hablé con una de vuestras antepasadas, Tersius Helen Anteac. Dejad que ella os guíe, Bell. Ella sabe.
Bellonda sintió el familiar estímulo en su mente. ¿Cómo podía saber él que Anteac era mi antepasada?
—Fui a Wallach IX siguiendo las órdenes del Tirano —dijo Duncan—. ¡Oh, sí! A menudo pensaba en él como el Tirano. Mis órdenes eran suprimir la escuela Mentat que vosotras creíais que habíais ocultado allí.
El simulflujo de Anteac se interpuso: Te mostraré ahora el acontecimiento del que habla.
—Piensa —dijo él—. Yo, un Mentat, obligado a suprimir una escuela que adiestraba a la gente de la forma en que yo había sido adiestrado. Sabía el porqué él lo había ordenado, por supuesto, y vosotras también.
El simulflujo rezumó a través de su consciencia: La Orden de los Mentats, fundada por Gilbertus Albans; refugio temporal con la Bene Tleilax, que esperaba incorporarlos a la hegemonía tleilaxu; diseminada en incontables «escuelas semilla»; suprimida por Leto II porque formaban un núcleo de oposición independiente; diseminada en la Dispersión tras la Hambruna.
—Mantuvo a algunos de los más selectos maestros en Dune, pero la cuestión de Anteac os obliga a afrontar ahora el porqué no vinieron aquí. ¿Dónde fueron vuestras hermanas, Bell?
—No tenemos forma de saberlo todavía, ¿verdad? —Miró a la consola de él con una nueva consciencia. Era un error bloquear una mente así. Si tenían que usarla, debían usarla totalmente.
—Incidentalmente, Bell —mientras ella se ponía en pie para marcharse—. Las Honoradas Matres podrían ser un grupo relativamente pequeño.
¿Pequeño? ¿Sabía él la forma en que estaba siendo abrumada la Hermandad, en terrible número, planeta tras planeta?
—Todos los números son relativos. ¿Hay algo en el universo realmente inamovible? Nuestro Antiguo Imperio puede que sea un último refugio para ellas, Bell. Un lugar donde ocultarse e intentar reagruparse.
—Sugeriste antes eso… a Dar.
No Madre Superiora. No Odrade. Dar. Idaho sonrió.
—Y quizá pudiéramos ayudar con Scytale.
—¿Pudiéramos?
—Murbella para reunir la información. Yo para evaluarla.
No le gustó la sonrisa que eso produjo.
—¿Qué es exactamente lo que estás sugiriendo?
—Dejemos vagar nuestra imaginación, y modelemos nuestros experimentos en consecuencia. ¿De qué serviría incluso un no-planeta si alguien pudiera atravesar su escudo?
Ella miró al niño. ¿Conocía Idaho su sospecha de que el Bashar había visto las no-naves? ¡Naturalmente! Un Mentat con sus habilidades… indicios y detalles encajados en una proyección maestra.
—Requeriría toda la energía de un sol G-3 para escudar cualquier planeta medianamente habitable. —Seca y muy fría la forma en que lo miraba.
—Nada es imposible en la Dispersión.
—Pero no dentro de nuestras actuales posibilidades. ¿Tienes algo menos ambicioso?
—Revisad vuestros marcadores genéticos en las células de vuestra gente. Buscad esquemas comunes en la herencia Atreides. Puede que ahí haya talentos que nunca hayáis ni siquiera sospechado.
—Tu inventiva imaginación no deja de dar saltos hacia todos lados.
—De los soles G-3 a la genética. Puede que existan factores comunes.
¿Por qué esas locas sugerencias? ¿No-planetas y gente para quien los escudos prescientes son algo transparente? ¿Qué es lo que está haciendo?
No la halagaba en absoluto que él hablara tan sólo en beneficio de ella. Siempre estaban los com-ojos.
Idaho guardó silencio, un brazo pasado negligentemente por los hombros del niño. ¡Los dos observándola! ¿Un desafío?
¡Sé un Mentat si puedes!
¿No-planetas? A medida que aumentaba la masa de un objeto, la energía necesaria para anular la gravitación cruzaba umbrales emparejados con los números primos. Los no-escudos se encontraban con aún mayores barreras de energía. Otra magnitud de incremento exponencial. ¿Estaba sugiriendo Idaho que alguien en la Dispersión podía haber hallado una forma de bordear el problema? Se lo preguntó.
—Los ixianos no han penetrado el concepto de unificación de Holzmann —dijo él—. Simplemente lo utilizan… una teoría que funciona incluso aunque tú no la comprendas.
¿Por qué dirige mi atención hacia la tecnocracia de Ix? Los ixianos tenían los dedos metidos en demasiados pasteles como para que la Bene Gesserit confiara siquiera un poco en ellos.
—¿No os sentís curiosas acerca del porqué el Tirano nunca eliminó Ix? —preguntó Duncan. Y cuando ella siguió mirándole—: Únicamente los frenó. Se sentía fascinado por la idea de hombre y máquina inextricablemente ligados, cada uno probando los límites del otro.
—¿Cyborgs?
—Entre otras cosas.
¿Conocía Idaho el residuo de revulsión dejado por el Yihad Butleriano incluso entre las Bene Gesserit? ¡Alarmante! La convergencia de lo que cada uno —humano y máquina— podían hacer. Considerando las limitaciones de la máquina, eso era una sucinta descripción de la miopía ixiana. ¿Estaba diciendo Idaho que el Tirano había suscrito la idea de la Inteligencia Mecánica? ¡Estupideces! Se apartó de él.
—Os estáis yendo demasiado pronto, Bell. Deberíais sentiros más interesada en la inmunidad de Sheeana a la esclavitud sexual. Los jóvenes que envié para pulir no han sido imprimados, ni tampoco ella. Sin embargo, ninguna Honorada Matre es más que una adepta.
Bellonda veía ahora el valor que Odrade había situado sobre su ghola. ¡Inapreciable! Y yo hubiera podido matarlo. La proximidad de aquel error la llenó de desánimo.
Cuando llegó a la puerta, él la detuvo una vez más.
—Los Futars que vi en Gammu… ¿Por qué nos dijeron que cazaban y mataban Honoradas Matres? Murbella no sabe nada de eso.
Bellonda se marchó sin mirar atrás. Todo lo que había aprendido hoy acerca de Idaho incrementaba su peligro… pero tenían que vivir con él… por ahora.
Idaho inspiró profundamente y miró al desconcertado Teg.
—Gracias por estar aquí, y aprecio el hecho de que permanecieras silencioso frente a una gran provocación.
—¿Ella os hubiera matado… realmente?
—Si tú no hubieras ganado para mí esos primeros segundos, hubiera podido hacerlo.
—¿Por qué?
—Tiene la idea equivocada de que yo puedo ser un Kwisatz Haderach.
—¿Como Muad’Dib?
—Y su hijo.
—Bien, ahora ya no os hará daño.
Idaho miró a la puerta por la que había desaparecido Bellonda. Un aplazamiento. Eso era todo lo que había conseguido. Quizá ya no fuera más simplemente un engranaje en las maquinaciones de otros. Habían conseguido una nueva relación, una que podía mantenerlo con vida si la explotaba cuidadosamente. Los lazos emocionales nunca habían figurado en ella, ni siquiera con Murbella… no con Odrade. Muy en lo profundo, Murbella odiaba tanto el lazo sexual como él mismo. Odrade podía acudir a los antiguos lazos de la lealtad Atreides, pero uno no podía confiar en las emociones de una Reverenda Madre.
¡Atreides! Miró a Teg, viendo los parecidos familiares empezar a insinuarse en el aún inmaduro rostro.
¿Y qué he conseguido realmente con Bell? Ya no era probable que siguieran proporcionándole falsos datos. Podía confiar hasta un cierto punto en lo que le decía una Reverenda Madre, tiñéndolo con la consciencia de que cualquier ser humano podía cometer errores.
No soy el único en una escuela especial. ¡Las Hermanas se hallan ahora en mi escuela!
—¿Debo ir a buscar a Murbella? —preguntó Teg—. Prometió enseñarme a luchar con los pies. No creo que el Bashar aprendiera nunca eso.
—¿Quién no lo aprendió nunca?
Con la cabeza baja, avergonzado:
—Yo nunca lo aprendí.
—Murbella está en la sala de prácticas. Ve allá. Pero déjame a mí contarle lo de Bellonda.
El aprendizaje nunca terminaba en un entorno Bene Gesserit, pensó Idaho mientras observaba marcharse al niño. Pero Murbella tenía razón cuando decía que estaban aprendiendo cosas útiles tan sólo de las Hermanas.
Este pensamiento agitó recelos. Vio una imagen en su memoria: Scytale de pie detrás de la barrera del campo en un corredor. ¿Qué era lo que estaba aprendiendo su compañero cautivo? Idaho se estremeció. Pensar en los tleilaxu siempre evocaba recuerdos de Danzarines Rostro. Y eso evocaba la habilidad de los Danzarines Rostro de «reimprimir» las memorias de cualquiera al que mataran. Esto lo llenó a su vez de miedo a sus visiones. ¿Danzarines Rostro?
Y yo soy un experimento tleilaxu.
Aquello no era algo que se atreviera a explorar con una Reverenda Madre, o ni siquiera al alcance de la vista o del oído de una.
Salió entonces a los pasillos y se dirigió a los aposentos de Murbella, donde se instaló en una silla y examinó los residuos de una lección que ella había estudiado. La Voz. Ahí estaba el registro de tonos que había utilizado para hacer resonar sus experimentos vocales. El arnés respiratorio para forzar las respuestas prana-bindu estaba tirado sobre una silla, hecho un montón, descuidadamente olvidado. Tenía malos hábitos de los días de las Honoradas Matres.
Murbella lo encontró allí cuando regresó. Llevaba unos ajustados leotardos blancos manchados de sudor, y sentía prisa por quitarse aquellas ropas y ponerse cómoda. Él la detuvo en su camino a la ducha, utilizando uno de los trucos que había aprendido.
—He descubierto algo que no sabía acerca de la Hermandad.
—¡Cuéntame! —Era su Murbella quien lo pedía, el sudor brillando en su ovalado rostro, sus verdes ojos admirativos. ¡Mi Duncan ha visto de nuevo a través de ellas!
—Un juego donde una de las piezas no puede ser movida —le recordó él. ¡Dejemos que los perros guardianes tras los com-ojos jueguen un poco con eso!—. No sólo esperan que las ayude a crear una nueva religión en torno a Sheeana, nuestra participación voluntaria en su sueño, sino que se supone que debo ser su tábano, su consciencia, haciendo que se cuestionen sus propias excusas acerca del comportamiento extraordinario.
—¿Ha estado aquí Odrade?
—Bellonda.
—¡Duncan! Esa es peligrosa. Nunca deberías verla a solas.
—El chico estaba conmigo.
—¡No lo dijo!
—Obedecía órdenes.
—¡De acuerdo! ¿Qué ocurrió?
Le hizo un breve relato, describiendo incluso las expresiones faciales y las demás reacciones de Bellonda. (¡Y no se lo pasarían en grande los perros guardianes tras los com-ojos con aquello!).
Murbella se mostró furiosa.
—¡Si te hace algún daño, nunca volveré a cooperar con ninguna de ellas!
En la misma diana, querida. ¡Consecuencias! Vosotras las brujas Bene Gesserit deberíais reexaminar con gran cuidado vuestro comportamiento.
—Aún apesto de la sala de prácticas —dijo Murbella—. Ese chico. Es rápido. Nunca había visto a un niño tan brillante.
Él se puso en pie.
—Ven, te frotaré la espalda.
En la ducha, la ayudó a sacarse los sudados leotardos, sus manos frías sobre la piel femenina. Pudo ver cómo a ella le gustaba aquel contacto.
—Tan suave, y sin embargo tan fuerte —susurró Murbella.
¡Dioses de las profundidades! La forma cómo lo miraba, como si pudiera devorarlo.
Por una vez, los pensamientos de Murbella acerca de Idaho estaban desprovistos de autoacusación. No recuerdo ningún momento en el que me haya despertado y haya dicho:
«Lo quiero». No, aquel sentimiento había ido abriéndose camino hacia una adicción más y más profunda hasta que, como un hecho consumado, tenía que ser aceptado en cada momento de la vida. Como el respirar… o los latidos de un corazón. ¿Una imperfección? ¡La Hermandad está equivocada!
—Frótame la espalda —dijo Murbella, y se echó a reír cuando el chorro de la ducha empapó las ropas de él. Lo ayudó a desvestirse también, y allí en la ducha ocurrió una vez más: la incontrolable compulsión, aquella mezcla macho-hembra que lo borraba todo excepto las sensaciones. Tan sólo después pudo ella recordar y decirse a sí misma: Conoce todas mis técnicas. Pero era algo más que técnicas. ¡Desea complacerme! ¡Queridos Dioses de Dur! ¡Jamás fui tan afortunada!
Se sujetó al cuello del hombre mientras él la sacaba de la ducha y la dejaba caer, aún mojada, sobre la cama. Ella lo atrajo a su lado, y allí permanecieron tendidos los dos, inmóviles, restaurando sus energías.
Finalmente, ella susurró:
—Así que la Missionaria utilizará a Sheeana.
—Muy peligroso.
—Pone a la Hermandad en una posición expuesta. Creo que ellas siempre intentaron evitarlo.
—Desde mi punto de vista, es absurdo.
—¿Porque pretenden que controles a Sheeana?
—¡Nadie puede controlarla! Quizá nadie deba hacerlo, nunca. —Alzó la vista hacia los com-ojos—. ¡Hey, Bell! Tenéis a más de un tigre por la cola.
Bellonda, de vuelta a los Archivos, se detuvo ante la puerta de Grabación Com-Ojos y lanzó una pregunta con la mirada a la Madre Observadora.
—De nuevo en la ducha —dijo la Madre Observadora—. Empieza a hacerse aburrido, al cabo de un tiempo.
—¡Participación Mística! —dijo Bellonda, y se dirigió a largas zancadas a sus aposentos, su mente irritada por las cambiadas percepciones que necesitaban reorganizarse. ¡Es mejor Mentat que yo!
¡Estoy celosa de Sheeana, maldita sea! ¡Y él lo sabe!
¡Participación Mística! La orgía como elemento energizador. El conocimiento sexual de las Honoradas Matres estaba teniendo sobre la Bene Gesserit un efecto parecido a aquella primitiva inmersión en el éxtasis compartido. Damos un paso hacia él y otro paso alejándonos.
¡Solo saber que esta cosa existe! Repelente, peligroso… y sin embargo magnético.
¡Y Sheeana es inmune! ¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que habérselo recordado Idaho precisamente ahora?