25

El mejor arte imita la vida de una forma compulsiva. Si imita un sueño, debe ser un sueño de vida. De otro modo, no hay ningún lugar donde podamos conectarnos. Nuestras conexiones no encajan.

DARWI ODRADE

Mientras viajaban hacia el sur a través del desierto, a primera hora de la mañana, Odrade encontró el paisaje campesino turbadoramente cambiado con respecto a su anterior inspección, hacía tres meses. Se sintió justificada por haber elegido vehículos terrestres. El paisaje enmarcado en el grueso plaz que los protegía del polvo revelaba más detalles a aquel nivel.

Mucho más seco todo.

El grupo viajaba en un vehículo relativamente ligero… Sólo quince pasajeros, incluido el conductor. Accionado a suspensores, y con un sofisticado motor a reacción cuando no se hallaban directamente sobre el suelo. Capaz de unos buenos trescientos kilómetros por hora sobre carretera vitrificada en buen estado. Su escolta (excesivamente grande, gracias al desmedido celo de Tamalane) les seguía en otro vehículo que llevaba también ropas de recambio, así como un buen surtido de comida y bebidas para las paradas en el camino.

Streggi, sentada al lado de Odrade y detrás del conductor, dijo:

—¿No podríamos hacer que lloviera un poco aquí, Madre Superiora?

Odrade apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea. El silencio era la mejor respuesta.

Habían partido tarde. Todos se habían reunido ya en el muelle de carga, y estaban listos para irse, cuando llegó un mensaje de Bellonda. ¡Otro informe de desastre que requería la atención de la Madre Superiora en el último minuto!

Era una de esas ocasiones en las que Odrade sentía que el único papel posible que le quedaba era el de intérprete oficial. Caminar hasta el borde del escenario y decirles lo que significaba:

—Hoy, Hermanas, hemos sabido que las Honoradas Matres han destruido otros cuatro de nuestros planetas. Todo eso hemos perdido.

Sólo nos quedan doce planetas (incluido Buzzell), y el cazador sin rostro con el hacha está mucho más cerca.

Odrade sentía el abismo abriendo sus fauces bajo ella.

Bellonda había recibido la orden de retener aquellas últimas malas noticias hasta un momento más apropiado.

Odrade miró a través de la ventana de su lado. ¿Cuál era un momento apropiado para tales noticias?

Llevaban avanzando hacia el sur desde hacía un poco más de tres horas, con la carretera vitrificada al quemador extendiéndose ante ellos como un río verde. Su serpentear les conducía por entre colinas de alcornoques que se extendían hasta el horizonte cercado por montañas. Se había dejado que los alcornoques crecieran enanos en plantaciones menos regimentadas que los huertos. Ascendían por las colinas en serpenteantes hileras. La plantación original había sido diseñada en terrazas, cuyos contornos oscurecidos ahora por una alta hierba amarronada aún eran visibles en algunos lugares.

—Aquí cultivamos trufas —dijo Odrade.

Streggi tenía más malas noticias.

—Me han dicho que las trufas tienen problemas, Madre Superiora. No llueve lo suficiente.

¿No más trufas? Odrade dudó, al borde de enviar a una acólita de Comunicaciones de vuelta a su punto de origen para pedirle al Control del Clima si aquella sequía podía ser corregida.

Se reclinó en su asiento, sin hablar. ¡Complejidades! Era tan fácil verse burlada por ellas. Un sendero tan enmarañado que eras incapaz de ver ninguna salida. ¡Entonces córtalo! Sigue el ejemplo de Alejandro cuando se enfrentó a las complejidades gordianas. Alejandro y su hábil cuchillo. ¿O era una espada? No sintió deseos de indagar en busca de una mayor exactitud. Otras cosas exigían su atención.

—¿Por qué no han segado esa hierba debajo de los robles? Hubiéramos debido almacenarla para alimentar al ganado durante el invierno. Mis órdenes fueron explícitas.

La gente a su alrededor retrocedió un poco ante su tono. Odrade podía ser cáustica cuando se irritaba. Mirad como trató a Tam esta mañana. Todas sabían qué era lo que más rápidamente la irritaba: la ocultación de los errores. Alguien iba a ser llamado al orden porque aquella hierba no había sido almacenada.

A la Madre Superiora no se le escapa nunca nada.

Miró hacia atrás a sus ayudantes. Tres hileras, cuatro personas en cada hilera, especialistas para ampliar sus poderes de observación y cumplir sus órdenes. ¡Y aquel otro vehículo que les seguía! Uno de los más grandes de su tipo en la Casa Capitular. ¡Treinta metros de largo, al menos! ¡Atestado de gente! El polvo torbellineaba a su alrededor.

Tamalane solía acatar las órdenes de Odrade. La Madre Superiora sabía ser punzante cuando se irritaba, y todo el mundo lo sabía. Tam había traído a demasiada gente en aquella ocasión, pero Odrade lo había descubierto demasiado tarde como para hacer cambios.

—¡Esto no es una inspección! ¡Es una maldita invasión! Sigue mis directrices, Tam. Se trata de un pequeño drama político. Hace más fácil la transición.

Volvió su atención al conductor, el único hombre en aquel vehículo. Clairby, un experto en transporte, pequeño y avinagrado. Rostro fruncido, piel del color de la tierra recién mojada. El conductor favorito de Odrade. Rápido, seguro, y consciente de los límites de su máquina.

Coronaron la cresta de una colina y los alcornoques se hicieron más espaciados, siendo reemplazados al frente por plantaciones de frutales rodeando una comunidad.

Hermosa a aquella luz, pensó Odrade. Edificios bajos de blancas paredes y techos de tejas anaranjadas. Al final de la ladera se abría una calle de entrada formando un umbrío arco, y alineada detrás, la alta estructura central conteniendo las oficinas regionales.

Aquella vista tranquilizó a Odrade. La comunidad mostraba un aspecto próspero, ablandado por la distancia y por una neblina que se alzaba de los huertos que la rodeaban. Las ramas aún estaban desnudas por el invierno, pero seguramente eran capaces de al menos otra cosecha.

La Hermandad exigía una cierta belleza en sus entornos, se recordó a sí misma. Un regalo que había proporcionado sostén a sus sentidos sin restar nada a las necesidades del estómago. Comodidades allá donde eran posibles… ¡pero no demasiadas!

Alguien detrás de Odrade dijo:

—Creo que algunos de estos árboles están empezando a echar hojas.

Odrade echó una mirada más atenta. ¡Sí! Pequeños asomos de verde en oscuros botones. El invierno había recedido allí. El Control del Clima, debatiéndose por mantener la sucesión de las estaciones, no podía evitar ocasionales errores. El creciente desierto estaba creando allí temperaturas más altas demasiado pronto: sorprendentes zonas de calor habían ocasionado que las plantas echaran hojas o brotes justo en el momento de una brusca helada. La muerte de plantaciones enteras se estaba convirtiendo en algo demasiado común.

Un Consejero de Campo había extraído el antiguo término «Verano Indio» para un informe ilustrado con proyecciones de un huerto en plena floración siendo asaltado por la nieve. Odrade notó que su memoria se agitaba ante las palabras del consejero.

Verano Indio. ¡Qué apropiado!

Sus consejeras, compartiendo aquella pequeña visión del trabajo de su planeta, reconocían la metáfora de una merodeante helada avanzando sobre las ruedas de un calor inapropiado: una inesperada revivificación de un clima cálido, un tiempo en que los incursores podían atosigar a sus vecinos.

Recordando aquello, Odrade sintió el frío del hacha del cazador. ¿Cuán pronto? No se atrevió a buscar la respuesta. ¡No soy un Kwisatz Haderach!

Se sintió cercana a la autocompasión. ¿Por qué yo? ¿Por qué recae todo esto sobre mis hombros? ¿Por qué debo ser yo la que camine por la cuerda floja cruzando el abismo?

Las Otras Memorias no le dejaron continuar con aquello. Ácidos comentarios brotaron de las muertas que experimentaban la vida a través de sus sentidos.

—¡Fue tu propia elección, Hermana! ¿Y quién mejor?

Sin volverse, Odrade se dirigió a Streggi:

—Este lugar, Pondrille, ¿has estado alguna vez ahí?

—No era mi centro de postulante, Madre Superiora, pero supongo que es similar.

Sí, todas esas comunidades eran muy parecidas: compuestas en su mayor parte por estructuras bajas construidas en mitad de jardines y huertos, centros escolares para adiestramiento especializado. Era un sistema de cribado para Hermanas en perspectiva, la red con la malla más fina en el camino hacia Central.

Alguna de esas comunidades, como Pondrille, se concentraban en endurecer a quienes tenían a su cargo. Cada día enviaban a las mujeres durante largas horas a efectuar trabajos manuales. Manos que se ensuciaban con tierra y se manchaban con el zumo de los frutos y que raramente se ajarían en tareas tan sucias durante todo el resto de sus vidas.

Ahora que habían salido del polvo, Clairby abrió la ventanilla. ¡Entró calor! ¿Qué estaba haciendo el Control del Clima?

Dos edificios al extremo de Pondrille se habían unido al nivel del primer piso cruzando la calle por encima, formando un largo túnel. Todo lo que se necesitaba, pensó Odrade, era un rastrillo para duplicar una de esas puertas de entrada a las ciudades de la historia preespacial. Los caballeros con armadura no hallarían extraño el polvoriento calor de aquella entrada. Estaba definida con plaspiedra, un material visualmente idéntico a la piedra. Las aberturas de los com-ojos de encima eran seguramente los lugares donde los guardianes permanecían vigilando.

La larga y umbría entrada a la comunidad estaba limpia, observó. El olfato rara vez se veía asaltado por olor a podredumbre u otros olores ofensivos en las comunidades Bene Gesserit. No había barrios bajos. Pocos tullidos cojeando por las aceras. Mucha carne saludable. Una buena administración cuidaba de mantener una población sana y feliz.

Tenemos a nuestros impedidos, sin embargo. Y no todos ellos impedidos físicamente.

Clairby estacionó el vehículo justo al lado de la desembocadura de la umbría calle, y salieron. El vehículo de Tamalane se detuvo detrás de ellos.

Odrade había esperado que aquella entrada les proporcionara un poco de alivio al calor, pero la perversidad de la naturaleza había convertido el lugar en un horno, y la temperatura era en realidad más alta allí. Se alegró de cruzar a la clara luz de la plaza central, donde el sudor de su cuerpo secándose le proporcionó unos pocos segundos de frescor.

La ilusión de alivio pasó bruscamente cuando el sol abrasó su cabeza y hombros. Se vio obligada a apelar a su control metabólico para ajustar su calor corporal.

El agua chapoteaba en un espejeante círculo en la plaza central, una indiferente exhibición que pronto llegaría a su fin.

Dejémosla por ahora. ¡Hay que tener moral!

Oyó a sus compañeras siguiéndola, con los habituales gruñidos contra «permanecer demasiado tiempo sentada en una misma posición». Pudieron ver una delegación de bienvenida avanzando apresuradamente desde el extremo más alejado de la plaza. Odrade reconoció a Tsimpay, la responsable de Pondrille, al frente.

Las ayudantes de la Madre Superiora avanzaron hacia las baldosas azules de la fuente en la plaza… todas excepto Streggi, que permaneció al lado de Odrade. El grupo de Tamalane también se sentía atraído por la chapoteante agua.

Nuestra propia forma de Extravagancia, pensó Odrade. Fuentes. Las encontrabas a menudo allá donde las avenidas de la Bene Gesserit se cruzaban. Nunca una estatua ni una reliquia del pasado.

No son para nosotras los recordatorios casuales de nuestras predecesoras famosas. Tan sólo el busto de Chenoeh en su nicho en mi pared.

La Hermandad efectuaba sus propias elecciones en estos asuntos, pensó, pero la excitación de la historia estaba allí. Las Reverendas Madres sentían su historia con una tal inmediatez que ésta creaba sus propios esquemas, sus propias leyendas y mitos. Una parte tan antigua del sueño humano no podía ser completamente desechada nunca.

Campos fértiles y agua discurriendo al aire libre… agua clara y potable en la que puedas hundir tu rostro para aliviar tu sed.

Por supuesto, eso era lo que algunos de los componentes de su grupo estaban haciendo precisamente en la fuente. Sus rostros brillaban con la humedad.

La delegación de Pondrille se detuvo cerca de Odrade, aún en las baldosas azules de la fuente en la plaza. Tsimpay llevaba consigo a otras tres Reverendas Madres y cinco acólitas de grado superior.

Todas cerca de la Agonía aquellas acólitas, pensó Odrade. Todas mostrando su concienciación de la inminente prueba en la franqueza de sus miradas.

Tsimpay era alguien a quien Odrade veía muy de tanto en tanto en Central, a donde acudía a veces como maestra. Su aspecto era el apropiado a su condición: pelo castaño tan oscuro que parecía negro rojizo a aquella luz. El estrecho rostro era casi yermo en su austeridad. Sus rasgos más sobresalientes se centraban en el azul total de sus ojos bajo unas densas cejas.

—Nos alegramos de veros, Madre Superiora. —Sonaba como si realmente lo sintiera.

Odrade inclinó la cabeza, un gesto mínimo. Te he oído. ¿Por qué te sientes tan feliz de verme?

Tsimpay comprendió. Hizo un gesto a una alta Reverenda Madre de chupadas mejillas a su lado.

—¿Recordáis a Fali, nuestra Amante de los Huertos? Fali acaba de acudir a mí con una delegación de jardineros. Una seria queja.

El curtido rostro de Fali parecía un poco grisáceo. ¿Exceso de trabajo? Poseía una boca delgada sobre una afilada barbilla. Suciedad bajo sus uñas. Odrade notó aquello con aprobación. No teme los trabajos duros.

Una delegación de jardineros. Así que había una escalada de quejas. Debía tratarse de algo serio. No era propio de Tsimpay molestar con cosas triviales a la Madre Superiora.

—Oigámosla —dijo Odrade.

Con una mirada a Tsimpay, Fali se lanzó a una detallada exposición, proporcionando incluso las cualificaciones de los líderes de la delegación. Todos ellos buena gente, por supuesto.

Odrade reconoció el esquema. Había habido conferencias relativas a esta inevitable consecuencia, y Tsimpay había asistido a algunas de ellas. ¿Cómo podías explicarle a tu gente que un distante gusano de arena (quizá aún ni siquiera existente) exigía este cambio? ¿Cómo podías explicarles a los granjeros que no era un asunto de «solamente un poco más de lluvia», sino que era algo que iba hasta el mismo corazón del clima total del planeta? Más lluvia aquí podía significar una desviación de los vientos a gran altitud. Esos a su vez podían cambiar las cosas en algún otro lugar; causar sirocos cargados de humedad que podían ser no sólo molestos sino también peligrosos. Era demasiado fácil desembocar en grandes tornados si insertabas las condiciones erróneas. El clima de un planeta no era algo sencillo que podía resolverse con unos cuantos ajustes. Como yo he pedido algunas veces. Cada vez era una ecuación total la que debía ser analizada.

—El planeta es quien emite el voto final —dijo Odrade. Era un antiguo recordatorio de la Hermandad sobre la falibilidad humana.

—¿Sigue teniendo Dune un voto? —preguntó Fali. Había más amargura en la pregunta de la que Odrade había anticipado.

—Siento el calor. Vimos las hojas de vuestras plantaciones mientras veníamos —dijo Odrade. Sé que eso te preocupa, Hermana.

—Perderemos parte de la cosecha este año —dijo Fali. Había acusación en sus palabras: ¡Es culpa tuya!

—¿Qué le dijiste a tu delegación? —quiso saber Odrade.

—Que el desierto debe crecer, y que el Control del Clima ya no puede efectuar todos los ajustes que necesitamos.

Cierto. La respuesta convenida. Inadecuada, como lo era a menudo la verdad, pero era todo lo que tenían por el momento. Pronto tendría que hacerse algo. Pero mientras tanto, más delegaciones y pérdidas de cosechas.

—¿Tomaréis el té con nosotras, Madre Superiora? —intervino Tsimpay, la diplomática. ¿Ves cómo se van intensificando las cosas, Madre Superiora? Fali volverá ahora a cuidar de sus frutas y verduras. El lugar que le corresponde. El mensaje ya ha sido entregado.

Streggi carraspeó.

¡Ese maldito gesto debería ser suprimido! Pero el significado era claro. Streggi había sido puesta al cuidado del horario de su programa. Tenemos que irnos.

—Hemos salido tarde —dijo Odrade—. Nos hemos parado solamente para estirar un poco las piernas y ver si tienes algún problema que no puedas resolver por ti misma.

—Podemos arreglárnoslas con los jardineros, Madre Superiora.

El seco tono de Tsimpay decía mucho más, y Odrade casi sonrió.

Inspecciona si quieres, Madre Superiora. Mira por todas partes. Encontrarás Pondrille en buen orden Bene Gesserit.

Odrade echó un vistazo al vehículo de Tamalane. Parte de la gente estaba regresando ya al aire acondicionado de su interior. Tamalane permanecía de pie junto a la portezuela, atenta a todo lo que se decía junto a la fuente.

—He oído buenos informes de ti, Tsimpay —dijo Odrade—. Puedes arreglártelas sin nuestra interferencia. Naturalmente, no deseo molestarte con un séquito que es a todas luces demasiado grande. —Esto último lo suficientemente alto como para que todo el mundo pudiera oírlo.

—¿Dónde pasaréis la noche, Madre Superiora?

—En Eldio.

—Hace algún tiempo que no he estado allí, pero he oído decir que el mar es mucho más pequeño.

—Los informes aéreos confirman lo que has oído. No necesitan que se les advierta de lo que se les viene encima, Tsimpay. Ya lo saben. Tuvimos que prepararles para esta invasión.

La Amante de los Huertos Fali dio un pequeño paso adelante.

—Madre Superiora, si tan sólo pudiéramos conseguir…

—Dile a tus jardineros, Fali, que tienen una elección. Pueden gruñir y aguardar aquí hasta que las Honoradas Matres lleguen para esclavizarlos, o pueden elegir ir a la Dispersión.

Odrade regresó a su vehículo y se sentó, con los ojos cerrados, hasta que oyó sellarse las portezuelas y estuvieron de nuevo en camino. Finalmente, abrió los ojos. Ya habían salido de Pondrille, y cruzaban las diáfanas extensiones del anillo sur de huertos. Había un cargado silencio a sus espaldas. Las Hermanas están sumidas en profundas preguntas acerca del comportamiento de su Madre Superiora. Un encuentro insatisfactorio. Las acólitas, naturalmente, captaban aquel estado de ánimo. Streggi parecía sombría.

Aquel clima exigía una explicación. Las palabras ya no podían contentar las quejas. Los buenos días eran medidos por estándares cada vez más inferiores. Todo el mundo conocía la razón, pero los cambios seguían siendo un punto focal. Visible. No podías quejarte acerca de la Madre Superiora (¡no sin una buena causa!), pero podías gruñir acerca del tiempo.

¿Por qué tiene que hacer tanto frío hoy? ¿Por qué hoy, cuando yo he de estar fuera? Hacía calor hace un momento cuando salimos, pero mira ahora. ¡Y yo sin ropas adecuadas!

Streggi deseaba hablar. Bien, para eso la traje. Pero se había vuelto casi parlanchina a medida que la forzada intimidad había erosionado su reverente admiración hacia la Madre Superiora.

—Madre Superiora, he estado buscando en mis manuales una explicación a…

—¡Cuidado con los manuales! —¿Cuántas veces en su vida había oído o dicho aquellas palabras?—. Los manuales crean hábitos.

A Streggi le habían sermoneado mucho acerca de los hábitos. La Bene Gesserit los tenía, por supuesto… esas cosas que el folklore preservaba como «¡Típico de las Brujas!». Pero los esquemas que permitían a los demás predecir el comportamiento… eso era algo que tenía que ser ejercido muy cautelosamente.

—Entonces, ¿por qué tenemos manuales, Madre Superiora?

—Los tenemos principalmente para desaprobarlos. La Coda es para las novicias y otro adiestramiento primario.

—¿Y las historias?

—Nunca ignores la banalidad de las historias grabadas. Como Reverenda Madre, aprenderás de nuevo la historia en cada movimiento.

—La verdad es una copa vacía. —Muy orgullosa de su recordado aforismo.

Odrade casi sonrió.

Streggi es una joya.

Era un pensamiento cauteloso. Algunas piedras preciosas podían ser identificadas por sus impurezas. Los expertos cartografiaban las impurezas dentro de las piedras. Una huella dactilar secreta. La gente era también así. A menudo la conocías por sus defectos. La resplandeciente superficie te decía tan poco. Una buena identificación requería que miraras muy profundo en su interior y vieras las impurezas. Allí estaba la calidad de la gema en su entidad total. ¿Qué hubiera sido Van Gogh sin impurezas?

—Entonces, todas las historias que estudiamos…

—¡Cuidado, Streggi!

La acólita conocía aquel tono.

En sus momentos más intencionales, la voz de Odrade se volvía cremosa, apremiante, y con sonidos suavemente articulados que fluían de ella como de una gran jarra donde sólo se ha almacenado lo mejor.

—Este es un comentario de cinismo perceptivo, Streggi, cosas que se dicen acerca de la historia, que deberían ser guías para vosotras antes de la Agonía. Después, dispondréis de vuestro propio cinismo.

—Entonces, ¿no hay ningún valor en absoluto en las historias? —Streggi parecía ultrajada, como si pensara que había malgastado todas aquellas horas de estudio.

—Descubriréis vuestros propios valores más tarde. Por ahora, las historias revelan datos y te dicen que ocurrió algo. Las Reverendas Madres buscan los algo y aprenden los prejuicios de los historiadores.

—¿Eso es todo? —Profundamente ofendida. ¿Por qué malgastan mi tiempo de esa forma?

—Muchas historias carecen en su mayor parte de valor debido a los prejuicios, han sido escritas para complacer a un poderoso grupo o a otro. Aguarda a que tus ojos te sean abiertos, querida. Nosotras somos los mejores historiadores. Nosotras estuvimos ahí.

—¿Y mis puntos de vista cambiarán diariamente? —Muy introspectiva.

—Esa es una lección que el Bashar nos recordó que mantuviéramos siempre fresca en nuestras mentes. El pasado tiene que ser constantemente reinterpretado por el presente.

—No estoy segura de que vaya a gustarme eso, Madre Superiora. Tantas decisiones morales.

Ahhh, esta joya había visto hasta el fondo del corazón y decía lo que pensaba como una auténtica Bene Gesserit. Había brillantes facetas entre las impurezas de Streggi.

Odrade miró de reojo a la pensativa acólita. Hacía mucho tiempo, la Hermandad había decretado que cada Hermana debía tomar sus propias decisiones morales. Nunca sigas a un líder sin hacerte tus propias preguntas. Era por eso que el condicionamiento moral de las jóvenes tenía una tan alta prioridad.

Es por eso por lo que nos gusta conseguir a nuestras Hermanas prospectivas tan jóvenes. Y puede que sea también por eso por lo que una imperfección moral se ha insinuado en Sheeana. La conseguimos demasiado tarde. ¿De qué hablarán tan secretamente ella y Duncan con sus manos?

—Las decisiones morales siempre son fáciles de reconocer —dijo Odrade—. Se hallan allá donde abandonas tu interés propio.

Sí, y el sistema educativo que fracasó en proporcionar unos cimientos morales-éticos estaba alimentando a unas fuerzas que podían destruirlo.

Streggi observó a Odrade con temerosa admiración.

—¡El valor que debe necesitar eso!

—¡No valor! Ni siquiera desesperación. Lo que hacemos es, en su sentido más básico, algo natural. Las cosas se hacen porque no hay otra elección.

—A veces hacéis que me sienta ignorante, Madre Superiora.

—¡Excelente! Este es el principio de la sabiduría. Hay muchas formas de ignorancia, Streggi. La más baja es seguir tus propios deseos sin examinarlos. A veces, lo hacemos inconscientemente. Afila tu sensibilidad. Sé consciente de lo que haces inconscientemente. Pregúntate siempre: «Cuando hice eso, ¿qué era lo que estaba intentando conseguir?».

Tras un largo silencio, Streggi dijo:

—Encuentro difícil no odiar a los historiadores que…

—Ese fue el fallo del Tirano, Streggi. Mató a algunos de ellos, ya sabes.

Streggi guardó de nuevo silencio.

Coronaron la cresta de la última colina antes de Eldio, y Odrade agradeció un momento de reflexión.

Alguien tras ella murmuró:

—Ahí está el mar.

—Párate aquí —ordenó Odrade al conductor cuando se acercaron a una amplia curva que dominaba el mar. Clairby conocía el lugar y estaba preparado para ello. Odrade le pedía a menudo que se detuviera allí. Detuvo el vehículo allá donde ella deseaba. El aparato crujió cuando se asentó sobre el suelo. Oyeron al otro vehículo pararse detrás, una voz exclamando en voz alta a sus compañeras:

—¡Mirad eso!

Eldio se extendía a la izquierda de Odrade y lejos allá abajo: delicados edificios, algunos alzándose sobre el suelo sobre esbeltas columnas, con el viento pasando por debajo y a través de ellos. Estaba lo suficientemente al sur y mucho menos alto que Central, por lo que era mucho más cálido. Pequeños molinos de viento de eje vertical, parecidos a juguetes desde aquella distancia, giraban en las esquinas de los edificios de Eldio para suministrar energía adicional a la comunidad. Odrade se los indicó a Streggi.

—Los consideramos como una importante independencia del sometimiento a una compleja tecnología controlada por otros.

Mientras hablaba, Odrade desvió su atención hacia la derecha. ¡El mar! Era un terriblemente condensado resto de la en sus tiempos gloriosa extensión. La Hija del Mar odió lo que veía.

Un cálido vapor se alzaba del mar. El suave púrpura de las secas colinas trazaba una imprecisa línea del horizonte en el extremo más alejado del agua. Vio que el Control del Clima había introducido un viento para dispersar el saturado aire. El resultado era una quebrada línea de olas golpeando contra los guijarros debajo de su ventajoso punto de observación.

Odrade recordó que allí había habido una hilera de poblados de pescadores. Ahora que el mar había retrocedido, los poblados se extendían a media ladera. En su tiempo, los poblados habían sido una nota de color a lo largo de la orilla. Gran parte de su población había sido absorbida por la nueva Dispersión. La gente que se había quedado había construido una vía de ferrocarril para transportar sus botes a y desde el agua.

Aprobó aquello y lo deploró al mismo tiempo. Conservación de la energía. El conjunto de aquella situación la golpeó bruscamente como algo triste… como una de aquellas instalaciones geriátricas del Antiguo Imperio donde la gente aguardaba la muerte.

¿Cuánto falta para que este lugar muera?

—¡El mar es tan pequeño! —Era una voz desde la parte de atrás del vehículo. Odrade la reconoció. Una de las encargadas de Archivos. Una de las condenadas espías de Bell.

Inclinándose hacia adelante, Odrade dio unos golpecitos a Clairby en el hombro.

—Llévanos hasta el lado de la orilla, esa cala que hay casi inmediatamente debajo de nosotros.

—¿No hasta la aldea? (¿Por qué utilizaba Clairby ese término arcaico? ¿Para hacerse notar ante la Madre Superiora?).

—Quiero nadar en nuestro mar, Clairby, mientras aún existe.

Streggi y otras dos acólitas se le unieron en las cálidas aguas de la calita. Las otras pasearon por la orilla u observaron aquella extraña escena desde los vehículos.

¡La Madre Superiora nadando desnuda en el mar!

A la Hija del Mar no le importaba. Permaneció flotando en aquella última gran masa de agua que quedaba en la Casa Capitular, recapturando aquellas recalcitrantes sensaciones de sus anteriores experiencias marítimas.

Gammu… muy lejos y hace mucho tiempo.

Sintió la energizante agua a su alrededor. Necesitaba nadar porque tenía que tomar decisiones de mando.

¿Cuánto de este último gran mar podían permitirse mantener durante estos últimos días de la vida templada de su planeta? El desierto estaba aproximándose… el desierto total que lo convertiría en un sosias del perdido Dune. Si el portador del hacha nos da tiempo. Sentía la amenaza muy cerca y el abismo muy profundo. ¡Maldito sea este talento salvaje! ¿Por qué tengo que saberlo?

Lentamente, la Hija del Mar y los movimientos de las olas restablecieron su sentido del equilibrio. Aquella masa de agua era una gran complicación… mucho mayor que los dispersos mares y lagos más pequeños. La humedad se alzaba de él en cantidades significativas. Energía para cambiar desviaciones indeseadas en las apenas controlables operaciones del Control del Clima. Sí, este mar aún alimentaba a la Casa Capitular. Era una ruta de comunicación y transporte. Los transportes marítimos eran más baratos. Había que equilibrar el coste de la energía contra otros elementos en su decisión. Pero el mar desaparecería. Eso era seguro. Poblaciones enteras enfrentadas a nuevos desplazamientos.

Los recuerdos de la Hija del Mar interferían. Nostalgia. Bloqueaban los caminos hacia un juicio adecuado. ¿Cuán rápido debe desaparecer el mar? Esa era la cuestión. Todos los inevitables traslados y reasentamientos aguardaban esa decisión.

Pero será hecho rápidamente. El dolor ha de ser barrido a nuestro pasado. ¡Sigamos adelante con ello!

Nadó hasta aguas someras y alzó la vista hacia la desconcertada Tamalane. La parte inferior de la túnica de Tam tenía un color más oscuro que el resto a causa de una inesperada ola. Odrade alzó la cabeza por encima de la suave resaca.

—¡Tam! Elimina el mar tan rápido como sea posible. Haz que Control del Clima prepare un plan acelerado de deshidratación. Alimentos y Transporte deberán ajustarse a él. Aprobaré el plan final tras nuestra acostumbrada revisión.

Tamalane se dio la vuelta sin decir nada. Hizo un gesto a las Hermanas apropiadas para que la acompañaran, observando tan sólo una vez a la Madre Superiora mientras lo hacía. ¿Lo ves? ¡Tenía razón trayéndome conmigo a la gente necesaria!

Odrade salió el agua. La arena húmeda crujió bajo sus pies. Pronto será arena seca. Se vistió sin molestarse en secarse antes. La ropa se pegó incómodamente a su piel pero la ignoró, ascendiendo por la playa y alejándose de las otras, sin volverse para mirar al mar.

Los recuerdos de la memoria deben ser sólo eso. Cosas para ser traídas ocasionalmente a la superficie a fin de evocar pasadas alegrías. Ninguna alegría puede ser permanente. Todo es transitorio. «Esto también pasará» es algo que se aplica a todo nuestro universo viviente.

Cuando la playa se convirtió en tierra arcillosa poblada con algunas pocas plantas dispersas, se volvió al fin y contempló el mar al que acababa de condenar.

¿Te das cuenta, Alejandro? Yo ni siquiera he necesitado una espada. Unas cuantas palabras lo consiguieron.

Sólo la vida en sí importaba, se dijo a sí misma. Y la vida no podía proseguir sin confiar en la procreación.

Supervivencia. Nuestros hijos deben sobrevivir. ¡La Bene Gesserit debe sobrevivir!

Ningún hijo individualizado era más importante que la totalidad. Aceptó eso, reconociéndolo como la voz de las especies hablándole desde lo más profundo de su yo, aquel yo con el cual había entrado primero en contacto como la Hija del Mar.

Odrade permitió a la Hija del Mar que oliera por última vez el salado aire mientras regresaban a sus vehículos y se preparaban para seguir el camino hasta Eldio. Se sintió más calmada por momentos. Ese equilibrio esencial, una vez aprendido, no requería de ningún mar para mantenerlo.