Un importante concepto guía a la Missionaria Protectiva: la instrucción de las masas con finalidades concretas. Esto se halla firmemente asentado en nuestra creencia de que el objetivo de cualquier discusión debe ser el cambiar la naturaleza de la verdad. En tales asuntos, preferimos la utilización del poder antes que el de la fuerza.
La Coda
Para Duncan Idaho, la vida en la no-nave había adquirido el aspecto de un juego peculiar desde el advenimiento de su visión y sus intuiciones acerca del comportamiento de una Honorada Matre. La entrada de Teg en el juego era un movimiento de diversión, no sólo la introducción de otro jugador.
Aquella mañana se detuvo al lado de su consola y reconoció en aquel juego elementos paralelos a los de su propia infancia ghola en el Alcázar Bene Gesserit de Gammu, con el viejo Bashar como maestro de armas-guardián.
Educación.
Esa había sido una preocupación primaria entonces, del mismo modo que lo era ahora. Así como las guardianas, muy discretas en la no-nave pero siempre allí, como lo habían estado en Gammu. O los omnipresentes dispositivos espía, diestramente camuflados y fundidos con la decoración. Se había convertido en un experto en evadirlos en Gammu. Aquí, con la ayuda de Sheeana, había elevado la evasión a un refinado arte.
La actividad a su alrededor estaba reducida a un ligero fondo. Las guardianas no llevaban armas. Pero eran en su mayor parte Reverendas Madres con unas cuantas acólitas de último grado. No creían que necesitaran armas.
Algunas cosas en la no-nave contribuían a una ilusión de libertad, principalmente su tamaño y complejidad. La nave era grande, sin poder determinar hasta qué punto, aunque tenía acceso a muchas cubiertas y corredores que se prolongaban por más de un millar de pasos.
Tubos y túneles, accesos que lo llevaban sobre conductos a suspensor, ascensores y caídas, pasillos convencionales y amplios corredores con esclusas que siseaban al abrirse al tacto (o permanecían selladas: ¡Prohibido!)… todo era un lugar que mantener en la memoria, empezando allí en su propio césped, exclusivo para él de una forma completamente distinta de la que lo era para sus guardianas.
La energía requerida para hacer descender la nave hasta el planeta y mantenerla en él hablaba de un importante compromiso. La Hermandad no podía calcular el coste de una forma normal. El contador del tesoro de la Bene Gesserit no trabajaba simplemente con cifras monetarias. No con solares u otras monedas semejantes. Sus cuentas eran contabilizadas en gente, en alimentos, en pagos que se extendían a veces por milenios, en pagos a menudo en especies… tanto materiales como lealtades.
¡Paga, Duncan! ¡Te están presentando su factura!
Esta nave no era solamente una prisión. Había considerado varias proyecciones Mentat. Primero: era un laboratorio donde las Reverendas Madres buscaban una forma de anular la habilidad de una no-nave de confundir los sentidos humanos.
El tablero de juego de una no-nave… un refugio y un rompecabezas. ¿Todo ello para confinar a tres prisioneros? No. Tenía que haber otras razones.
El juego poseía reglas secretas, algunas de las cuales solamente podía suponer. Pero se había sentido tranquilizado cuando Sheeana había penetrado en el espíritu de todo aquello. Sabía que ella había de tener sus propios planes. Resultaba obvio cuando empezó a practicar las técnicas de las Honoradas Matres. ¡Puliendo a mis aprendices!
Sheeana deseaba información íntima acerca de Murbella y de mucho más… sus recuerdos de gente que él había conocido en sus muchas vidas, especialmente recuerdos del Tirano.
Y yo deseo información acerca de la Bene Gesserit.
La Hermandad lo mantenía con una actividad mínima. Frustrándole a incrementar sus habilidades Mentat. Él no estaba en el corazón de aquel gran problema que sentía fuera de la nave. Incitantes fragmentos llegaban hasta él cuando Odrade le daba atisbos de sus preocupaciones a través de sus preguntas.
¿Suficiente para ofrecer nuevas premisas? No sin acceso a los datos que su consola se negaba a desplegar.
¡Era también su problema, malditas fueran! Estaba en una caja dentro de su caja. Todos estaban atrapados.
Odrade había permanecido al lado de su consola una tarde, haría una semana o así, y le había asegurado imperturbable que las fuentes de datos de la Hermandad estaban «completamente abiertas» para él. Allí mismo había permanecido, de espaldas contra la mesa, ligeramente apoyada en ella, los brazos cruzados sobre su pecho. Su parecido al Miles Teg adulto era a veces misterioso. Incluso aquella necesidad (¿era una compulsión?) de permanecer de pie mientras hablaba. También le disgustaban las sillas-perro.
Él sabía que poseía una comprensión muy aleatoria de los motivos y los planes de ella. Pero no confiaba en ellos. No después de Gammu.
Añagaza y cebo. Así era como lo habían utilizado. Tenía suerte de no haber seguido el mismo camino que Dune… un cascarón muerto. Consumido por la Bene Gesserit.
Cuando empezaba a agitarse de esta forma, Idaho prefería desplomarse en la silla ante su consola. A veces permanecía sentado durante horas, inmóvil, con su mente intentando encuadrar complejidades de los poderosos recursos de datos de la nave. El sistema podía identificar a cualquier humano en ella. De modo que posee monitores automáticos. Tenía que saber quién estaba hablando, haciendo peticiones, asumiendo el mando temporal.
Los circuitos de vuelo desafían mis intentos de romper sus cerrojos. ¿Desconectados? Eso era lo que decían sus guardianas. Pero la forma que tenía la nave de identificar a quien pulsaba los circuitos… sabía que la clave estaba allí.
¿Podría ayudar Sheeana? Era una apuesta peligrosa confiar demasiado en ella. A veces, cuando ella lo observaba ante su consola, le recordaba a Odrade. Sheeana fue una estudiante de Odrade. Ese era un recuerdo desembriagador.
¿Cuál era su interés en cómo utilizaba él los sistemas de la nave? ¡Como si necesitara preguntar!
Durante aquel tercer año allí había conseguido que el sistema ocultara datos sólo para él, haciéndolo con sus propias claves. Para frustrar a los atentos com-ojos, ocultó sus acciones a plena vista. Obvias inserciones para recuperación posterior, pero con un segundo mensaje cifrado. Fácil para un Mentat, y útil principalmente como un truco, explorando los potenciales de los sistemas de la nave. Había metido sus datos en un curso al azar, dejándolos a sus propios medios y sin esperanzas de recuperación.
Bellonda sospechó, pero cuando le preguntó al respecto él simplemente sonrió.
Oculto mi historia, Bell. Mis vidas seriales como ghola… todas ellas, hasta el no-ghola original. Cosas íntimas que quiero recordar acerca de esas experiencias: un lugar donde vaciar mis memorias más intensas.
Sentado ahora ante la consola, experimentó sentimientos entremezclados. El confinamiento lo amargaba. No importaba el tamaño y la riqueza de su prisión, seguía siendo una prisión. Había sabido durante algún tiempo que muy probablemente podría escapar, pero Murbella y su creciente conocimiento acerca del gran problema lo retenían. Se sentía tanto un prisionero de sus pensamientos como del elaborado sistema representado por las guardianas y aquel monstruoso utensilio. La no-nave era un utensilio, por supuesto. Una herramienta. Una forma de moverse sin ser visto en un peligroso universo. Un medio de ocultarte tú y tus intenciones incluso de los buscadores prescientes.
Con los acumulados talentos de muchas vidas, miró a su alrededor a través de una pantalla de sofisticación e ingenuidad. Los Mentats cultivaban la ingenuidad. Pensando, averiguabas algo que era una forma segura de cegarte. No era el crecer lo que lentamente aplicaba frenos al aprender (a los Mentats se les enseñaba), sino una acumulación de «cosas que sé».
Nuevas fuentes de datos que la Hermandad le había abierto (si podía confiar en ellas) planteaban preguntas. ¿Cómo estaba organizada la oposición a las Honoradas Matres en la Dispersión? Obviamente había grupos (vacilaba en llamarlos poderes) que perseguían a las Honoradas Matres de la misma forma que las Honoradas Matres perseguían a las Bene Gesserit. También las mataban, si uno aceptaba la evidencia de Gammu.
¿Futars y Adiestradores? Efectuó una Proyección Mentat: una rama colateral tleilaxu en la primera Dispersión se había dedicado a la manipulación genética. Aquellos dos que había visto en su visión, ¿eran los que habían creado a los Futars? ¿Podían aquella pareja ser Danzarines Rostro? ¿Independientes de los Maestros tleilaxu? No todo era singular en la Dispersión.
¡Maldita sea! Necesitaba acceso a más datos, a fuentes poderosas. Sus fuentes actuales no eran ni siquiera remotamente adecuadas. Aquella consola, una herramienta con finalidades limitadas, podía ser adaptada a más amplias exigencias, pero sus adaptaciones cojeaban. ¡Necesitaba dar zancadas de Mentat!
Me obligan a cojear, y esto es un error. ¿No confía Odrade en mí? ¡Ella es una Atreides, maldita sea! Sabe lo que le debo a su familia.
¡Más de una vida, y la deuda nunca ha sido pagada!
Sabía que estaba impacientándose. Tenía la sensación de que no había nada en absoluto de interés en la nave. Fuera. Ahí era donde debía dirigir su atención.
Nunca le dejarían salir. Su mezcla de genes de Siona y no-Siona les preocupaba. Lo notaba en las extrañas formas en que lo empleaban. Ocasionalmente, era llamado para dar conferencias a grupos de acólitas y Reverendas Madres. No creía que esas conferencias revelaran cosas nuevas y sorprendentes acerca de las Honoradas Matres y sus técnicas sexuales. Todo aquello no era más que fachada, una representación.
—Este es nuestro ghola-Mentat domesticado. ¡Observad como actúa!
¿Cómo seleccionaban a sus audiencias? ¿Designando a las asistentes? ¿O simplemente poniendo un anuncio? «El Mentat dará esta noche una conferencia sobre eso y eso otro. Todas aquellas que estén interesadas pueden asistir. Den su nombre a la Censora X para facilitar las previsiones del número de asientos».
La asistencia variaba. A veces eran solamente diez o doce. En una ocasión se encontró ante una audiencia de más de un millar. Se habían visto obligados a celebrar la conferencia en la Gran Cala.
Se sentía aún impaciente. De pronto, su mente se encerró en aquello. ¡Un Mentat impacientándose! Una señal de que permanecía de pie al borde de un descubrimiento importante. ¡Una Proyección Vital! ¿Algo que no le habían dicho acerca de Teg?
—¡Preguntas! Se sentía flagelado por una serie de preguntas sin respuesta.
¡Necesito perspectiva! No necesariamente un asunto de distancia. Podías ganar perspectiva desde dentro si tus preguntas llevaban consigo unas cuantas distorsiones.
Sintió que en algún lugar en las experiencias Bene Gesserit (quizá incluso en los celosamente guardados Archivos de Bell) había algunas de las piezas que faltaban. ¡Bell apreciaría aquello! Un compañero Mentat debía saber de la excitación de un tal momento. Sus pensamientos eran como teselas, todas ellas a mano y listas para encajar formando un mosaico. No era un asunto de soluciones.
Podía oír a su primer maestro Mentat, las palabras resonando en su mente:
—Ensambla tus preguntas en equilibrio y arroja tus datos temporales a un lado de la escala o al otro. Las soluciones desequilibran cualquier situación. Los desequilibrios revelan lo que buscas.
¡Sí! Conseguir desequilibrios con preguntas sensibilizadas era un acto de malabarismo Mentat.
¿Dónde estaban las piezas que faltaban? Tal vez lo que necesitaba pudiera encontrarse en el folklore de la Bene Gesserit, si sabía buscarlo. Ese «¡Oh, por cierto!» que los humanos iban recopilando como de pasada.
Algo que había dicho Murbella la noche antes… ¿Qué? Estaban en la cama. Recordaba haber mirado la hora proyectada en el techo: las 9:47. Y había pensado: Esa proyección gasta energía.
Casi podía sentir el fluir de la energía de la nave, ese gigantesco recinto desgajado del Tiempo. Maquinaria sin fricción para crear una presencia mimética que ningún instrumento podría distinguir del entorno natural. Excepto por ahora cuando estaba a la expectativa, escudada no de los ojos sino de la presciencia.
Murbella a su lado: otro tipo de energía, conscientes ambos de la fuerza que intentaba juntarlos. ¡La energía necesaria para suprimir ese magnetismo mutuo! La atracción sexual construyendo y construyendo y construyendo.
Murbella hablando. Sí, eso era. Extrañamente autoanalítica. Enfocaba su nueva vida con una nueva madurez, una consciencia Bene Gesserit realzada y la confianza de que algo de una gran fuerza estaba desarrollándose en ella.
Cada vez que reconocía aquel cambio Bene Gesserit se sentía triste. Cada vez está más cerca el día de nuestra separación.
Pero Murbella estaba hablando.
—Ella —(Odrade era a menudo «ella») no deja de pedirme que evalúe mi amor por ti.
Recordando aquello, Idaho se permitió volver atrás.
—Ha intentado lo mismo conmigo.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Odi et amo. Escrucior.
Ella se alzó sobre un codo y le miro.
—¿Qué idioma es ese?
—Uno muy antiguo que Leto me enseñó una vez.
—Traduce. —Perentorio. Su viejo yo de Honorada Matre.
—La odio y la amo. Desgarrador.
—¿Realmente me odias? —Incrédula.
—Lo que odio es sentirme atado de esta forma, no el dominio sobre mi yo.
—¿Me abandonarías si pudieras?
—Deseo que la decisión se presente momento a momento. Quiero control sobre ella.
—Es un juego en el que una de las piezas no puede ser movida.
¡Ahí estaba! Sus palabras.
Recordándolo, Idaho no sintió ninguna exaltación, sino como si bruscamente acabara de abrir los ojos tras un largo sueño. Un juego en el que una de las piezas no puede ser movida. Un juego. Su visión de la no-nave y lo que la Hermandad hacía allí.
Había más en el cambio.
—La nave es nuestra escuela especial —dijo Murbella.
Tuvo que estar de acuerdo. La Hermandad reforzaba sus capacidades Mentat para reflejar datos y exhibir los conflictivos. Captó a dónde podía conducir aquello, y sintió un terrible miedo.
—Despejas los pasos nerviosos. Bloqueas fuera distracciones e inútiles vagabundeos mentales.
Redirigías tus respuestas hacia aquel peligroso modo que a todo Mentat se le advertía que debía evitar. «Puedes perderte ahí».
Los estudiantes eran llevados a ver vegetales humanos «Mentats fracasados», mantenidos con vida para demostrar el peligro.
Qué tentador, sin embargo. Podías captar el poder en aquel modo. Nada oculto. Todas las cosas conocidas.
Conocidas para aquellos desperdiciados cuerpos humanos inmóviles en sus colchones, con un débil olor a úlceras y orines en torno a ellos.
En medio de aquel miedo, con Murbella volviéndose hacia él en la cama, sintió las tensiones sexuales volverse casi explosivas.
Todavía no. ¡Todavía no!
Uno de ellos había dicho algo más. ¿Qué? Había estado pensando acerca de los límites de la lógica como una herramienta para exponer los motivos de la Hermandad.
—¿Intentas analizarlas a menudo? —preguntó Murbella.
Era extraño que preguntara aquello, como haciéndose eco de sus pensamientos no expresados. Negaba que leyera las mentes.
—Tan sólo te leo a ti, ghola mío. Porque tú eres mío, ¿sabes?
—Y viceversa.
—Cierto también. —Casi burlándose, pero cubriendo algo mucho más profundo y convulsionado.
Había un peligro latente en cualquier análisis de la psique humana, y así lo dijo.
—Pensar que saber por qué te comportas como lo haces te proporciona todo tipo de excusas para comportarte de una forma extraordinaria.
¡Excusas para comportarte de una forma extraordinaria! He ahí otra pieza en su mosaico. Más parte del juego, pero esos tantos eran culpables y censurables.
La voz de Murbella era casi meditativa.
—Supongo que puedes racionalizar casi cualquier cosa basándola en algún trauma.
—¿Racionalizar cosas como quemar planetas enteros?
—Hay una especie de autodeterminación brutal en eso. Ella dice que efectuar determinadas elecciones afirma la psique y te proporciona una sensación de identidad en la que puedes confiar bajo tensión. ¿No estás de acuerdo, Mentat mío?
—El Mentat no es tuyo. —Sin fuerza en su voz.
Murbella se echó a reír y se dejó caer sobre su almohada.
—¿Sabes lo que desean las Hermanas de nosotros, Mentat mío?
—Desean nuestros hijos.
—Oh, mucho más que eso. Desean nuestra participación voluntaria en su sueño.
¡Otra pieza del mosaico!
¿Pero qué otra que una Bene Gesserit conocía ese sueño?
Las Hermanas eran actrices, siempre representando, permitiendo que muy poco que fuera real se asomara a través de sus máscaras. La auténtica persona estaba encerrada dentro y era reclamada al exterior tan sólo cuando era necesario.
—¿Por qué conservará ella esa vieja pintura? —preguntó Murbella.
Idaho sintió que los músculos de su estómago se contraían. Odrade le había traído una holograbación de la pintura que conservaba en su dormitorio. Casitas en Cordeville, por Vincent Van Gogh. Despertándole en su cama a alguna hora intempestiva de la noche, haría casi un mes.
—Me preguntaste por mi contacto con la humanidad, y aquí está. —Depositando el holo frente a sus ojos nublados por el sueño. Él se sentó en la cama y contempló aquello, intentando comprender. ¿Qué le ocurría a Odrade? Sonaba tan excitada.
Ella dejó el holo entre sus manos mientras encendía todas las luces, dando a la habitación una realidad de formas duras e inmediatas, todo vagamente mecánico, en la forma en que uno lo esperaría en una no-nave. ¿Dónde estaba Murbella? Se habían ido a dormir juntos.
Se concentró en el holo y lo sujetó de una forma inexplicable, como fuera un vínculo de unión con Odrade. ¿Su contacto con su humanidad? El holo estaba frío bajo sus manos. Ella lo volvió a tomar y lo apoyó en la mesilla de noche, donde él siguió contemplándolo mientras ella encontraba una silla y se sentaba a su cabecera. ¿Sentarse? ¡Algo la impulsaba a estar cerca de él!
—Fue pintado por un loco en la Vieja Tierra —dijo Odrade, acercando su mejilla a él mientras ambos contemplaban la copia del cuadro—. ¡Míralo! Un momento humano encapsulado.
¿En un paisaje? Si, maldita sea. Ella tenía razón.
Siguió contemplando el holo. ¡Esos maravillosos colores! No eran simplemente los colores. Era la totalidad.
—La mayor parte de los artistas modernos se reirían de la forma en que creó eso —dijo Odrade.
¿No podía guardar silencio mientras él lo miraba?
—Fue un ser humano el que efectuó el registro definitivo de esta escena —dijo Odrade—. La mano humana, el ojo humano, la esencia humana, enfocados en la consciencia de una persona que probaba sus límites.
¡Probaba sus límites! Más para el mosaico.
—Van Gogh hizo eso con los materiales y el equipo más primitivos. —Sonaba casi ebria—. ¡Pigmentos que un hombre de las cavernas hubiera reconocido! Pintado sobre una tela que pudo haber sido tejida con sus propias manos. Es posible que construyera él mismo sus pinceles con unos cuantos pelos de la piel de un animal y ramillas recogidas del bosque. —Tocó la superficie del holo, y su dedo puso una sombra entre los altos árboles—. El nivel cultural era burdo según nuestros estándares, pero ¿ves lo que produjo?
Idaho tuvo la sensación de que tenía que decir algo, pero las palabras no brotaron. ¿Dónde estaba Murbella? ¿Por qué no estaba allí?
Odrade se echó hacia atrás, y sus siguientes palabras ardieron dentro de él.
—Esa pintura dice que no puedes suprimir lo incontrolado, lo único, que siempre ocurrirá entre los humanos, no importa lo que intentemos evitarlo.
Idaho extirpó su mirada del holo y la fijó en los labios de Odrade mientras ésta hablaba.
—Vincent nos dijo algo importante acerca de nuestros semejantes en la Dispersión.
¿Ese pintor muerto hace tanto tiempo? ¿Acerca de la Dispersión?
—Han hecho cosas ahí afuera y están haciendo cosas que nosotros ni siquiera podemos imaginar. ¡Cosas sorprendentes! El tamaño explosivo de esa población Dispersa lo garantiza.
Murbella entró en la habitación detrás de Odrade, atándose el cinturón de una ligera bata blanca, descalza. Su pelo estaba húmedo de la ducha. De modo que ahí era donde había ido.
—¿Madre Superiora? —La voz de Murbella era soñolienta.
Odrade habló por encima de su hombro, sin volverse del todo.
—Las Honoradas Matres piensan que pueden anticipar y controlar todo lo que se aparte de la norma. Qué tontería. Ni siquiera pueden controlarlo en ellas mismas.
Murbella se dirigió a los pies de la cama y miró interrogativamente a Idaho.
Cree que ha entrado en medio de una conversación.
—Equilibrio, esa es la clave —dijo Odrade.
Idaho mantuvo su atención en la Madre Superiora.
—Los humanos pueden mantener su equilibrio sobre extrañas superficies —dijo Odrade—. Incluso en las impredecibles. A eso le llaman «mantener el tono». Los grandes músicos saben de eso. Los que practicaban el surf en Gammu cuando yo era niña sabían de eso. Algunas olas los volcaban, pero estaban preparados para ello. Volvían a subir, y seguían.
Sin ninguna razón que pudiera explicar, Idaho pensó en otra cosa que Odrade había dicho:
—No tenemos cosas guardadas en la buhardilla. Lo reciclamos todo.
Reciclo. Ciclo. Fragmentos de círculo. Piezas de mosaico.
Estaba cazando al azar, y lo sabía. No a la manera Mentat. Reciclar, sin embargo… las otras Memorias no eran pues una buhardilla llena de trastos, sino algo que ellas consideraban como algo que se reciclaba constantemente. Eso significaba que utilizaban su pasado tan sólo para cambiarlo y renovarlo.
Mantener el tono.
Una extraña alusión por parte de alguien que afirmaba que evitaba la música.
Recordando, captó aquel mosaico mental. Se había convertido en un desorden. Nada encajaba en ninguna parte. Piezas al azar que probablemente no encajarían nunca en absoluto.
¡Pero lo hicieron!
La voz de la Madre Superiora seguía sonando en su memoria. Así que hay más.
—La gente que sabe esto va hasta su mismo corazón —dijo Odrade—. Te advierten que no puedes pensar en lo que estás haciendo. Esa es una forma segura de fracasar. ¡Simplemente hazlo!
No pienses. Hazlo. Captó la anarquía. Aquellas palabras lo arrojaron de vuelta a recursos distintos a los del adiestramiento Mentat.
¡El engaño Bene Gesserit! Ella había hecho aquello deliberadamente, sabiendo el efecto. ¿Dónde estaba el afecto que él sentía a veces irradiar de ella? ¿Podía esa mujer sentir preocupación por el bienestar de alguien al que trataba de esta forma?
Cuando Odrade los dejó (apenas se dio cuenta de su marcha), Murbella se sentó en la cama y alisó su bata en torno a sus rodillas.
Los humanos pueden mantenerse en equilibrio sobre extrañas superficies. Movimientos en su mente: las piezas del mosaico intentando hallar relaciones.
Captó una nueva marejada en el universo. ¿Aquellas dos personas desconocidas en su visión? Formaban parte de él. Lo sabía sin ser capaz de decir por qué. ¿Era eso lo que afirmaba la Bene Gesserit? «Modificamos viejas modas y antiguas creencias».
—¡Mírame! —dijo Murbella.
¿La Voz? No, pero ahora estaba seguro de que ella la había intentado, y que no le había dicho que ellas estaban adiestrándola en su brujería.
Vio la extraña mirada en los verdes ojos de ella, una mirada que le decía lo que pensaba de sus antiguas asociadas.
—Nunca intentes ser más listo que la Bene Gesserit, Duncan.
¿Hablando para los com-ojos?
No podía estar seguro. Era la inteligencia tras los ojos de ella lo que lo atraía esos días. Podía sentirla crecer allí, como si sus maestras estuvieran hinchando un balón y el intelecto de Murbella se expandiera de la misma forma que un abdomen se expandía con una nueva vida.
¡La Voz! ¿Qué le estaban haciendo?
Aquella era una pregunta estúpida. Sabía lo que le estaban haciendo. Estaban apartándola de él, haciendo de ella una Hermana. Ya no más mi amante, mi maravillosa Murbella. Una Reverenda Madre, remotamente calculadora en todo lo que hiciera. Una bruja. ¿Quién podía amar a una bruja?
Yo podría. Y siempre lo haré.
—Te sujetan por tu lado ciego para utilizarte para sus propósitos —dijo Duncan.
Pudo ver que sus palabras causaban efecto. Ella había despertado a aquella trampa tras el hecho. ¡Las Bene Gesserit eran tan malditamente listas! La habían seducido atrayéndola a su trampa, ofreciéndole pequeños destellos de cosas tan magnéticas como la fuerza que la ataba a él. Aquello no podía producir más que irritación a una Honorada Matre.
¡Atrapamos a otras! ¡Ellas no nos atrapan a nosotras!
Pero esto había sido hecho por la Bene Gesserit. Se hallaban en una categoría distinta. Casi Hermanas. ¿Por qué negarlo? Y ella deseaba sus habilidades. Deseaba pasar la prueba y adquirir todas las enseñanzas que podía sentir latiendo justo al otro lado de las paredes de la nave. ¿No se daba cuenta del porqué ellas aún la seguían sometiendo a prueba?
Saben que aún sigue debatiéndose en su trampa.
Murbella se quitó la bata y se deslizó dentro de la cama a su lado. Sin tocarse. Pero manteniendo esa cálida sensación de proximidad entre sus cuerpos.
—Originalmente pretendían que yo controlara a Sheeana para ellas —dijo Duncan.
—¿Como me controlas a mí?
—¿Te controlo?
—A veces pienso que eres un cómico, Duncan.
—Si no puedo reírme de mí mismo estoy realmente perdido.
—¿Reírte de tus pretensiones humorísticas también?
—Esas las primeras. —Se volvió hacia ella y apoyó su mano formando copa sobre el pecho izquierdo de ella, sintiendo endurecerse el pezón bajo su palma—. ¿Sabes?, nunca fui destetado.
—¿Nunca, en todas esas…?
—Ni una sola vez.
—Debí haberlo sospechado. —Una sonrisa aleteó en sus labios, y bruscamente los dos estaban riendo a carcajadas, aferrándose fuertemente el uno al otro, incapaces de contenerse.
Finalmente, Murbella dijo:
—Maldito sea, maldito sea, maldito sea.
—¿Maldito sea quién? —mientras su risa menguaba y se apartaban el uno del otro, forzando la separación.
—No quién, qué. ¡Maldito sea el destino!
—No creo que al destino le importe.
—Te quiero, y no se supone que tenga que ser así si quiero ser una Reverenda Madre como corresponde.
Él odiaba aquellas excursiones bordeando la autocompasión. ¡Entonces tómatelo a broma!
—Tú nunca has sido nada como corresponde. —Masajeó el ligero abultamiento de su abdomen.
—¡Soy como corresponde!
—Esa es una palabra que dejaron fuera cuando te fabricaron.
Ella apartó sus manos y se sentó para mirarlo.
—Se supone que las Reverendas Madres no aman nunca.
—Sé eso. —¿Es tan evidente mi angustia?
Ella se sentía demasiado atrapada por sus propias preocupaciones.
—Cuando pase por la Agonía de la Especia…
—¡Amor! No me gusta la idea de la agonía asociada contigo, en ninguna de sus formas.
—¿Cómo puedo evitarlo? Ya estoy lanzada. Muy pronto me harán aumentar aún más la velocidad. Entonces voy a ir muy rápida.
Él sintió deseos de volverse, pero los ojos de ella lo retuvieron.
—De veras, Duncan. Puedo sentirlo. En un cierto modo, es como un embarazo. Llega un momento en el que es demasiado peligroso abortar. Tienes que seguir adelante.
—¡Así pues, nos queremos el uno al otro! Obligando a sus pensamientos a trasladarse de un peligro al siguiente.
—Y ellas nos lo prohíben.
El alzó la vista hacia los com-ojos.
—Los perros guardianes están observándonos, y tienen colmillos.
—Lo sé. Ahora les estoy hablando a ellos. Mi amor hacia ti no es una imperfección. Su frialdad es la imperfección. ¡Son exactamente iguales que las Honoradas Matres!
Un juego donde una de las piezas no puede ser movida.
Deseaba gritarlo, pero las oyentes detrás de los com-ojos oirían más que palabras. Murbella tenía razón. Era peligroso pensar que podías engañar a las Reverendas Madres.
Algo veló los ojos de Murbella cuando lo miró de nuevo.
—Qué extraño parecías hace apenas un momento. —Reconoció en ella a la Reverenda Madre que podía llegar a ser.
¡Huye de ese pensamiento!
Meditar acerca de lo extraño de las memorias de él distraía a veces a Murbella. Pensó que sus anteriores encarnaciones lo hacían en cierto modo similar a una Reverenda Madre.
—He muerto tantas veces.
—¿Lo recuerdas? —La misma pregunta cada vez.
Él agitó la cabeza, sin atreverse a decir nada que los perros guardianes pudieran interpretar.
No las muertes y los nuevos despertares.
Todo eso se había convertido en algo aburrido a causa de la repetición. A veces ni siquiera se había molestado en incluirlo en su almacén secreto de datos. No… lo que importaba era los encuentros únicos con otros seres humanos, la larga colección de rostros conocidos.
Esto era algo que Sheeana decía que quería de él.
—Trivialidades íntimas. Es el material que todo artista desea.
Sheeana no sabía lo que pedía. Todos aquellos vívidos encuentros habían creado nuevos significados. Esquemas dentro de esquemas. Cosas minúsculas adquirían una intensidad que desesperaba de compartir con nadie… ni siquiera con Murbella.
El contacto de una mano en mi brazo. El rostro sonriente de un niño. El brillo de los ojos de un atacante.
Incontables cosas mundanas. Una voz familiar diciendo:
—Si esta noche intento apoyar un pie en el suelo me caeré. No me pidas que me mueva.
Todo aquello había pasado a formar parte de él. Estaba ligado a su carácter. La vida lo había cimentado inextricablemente a él, sin que pudiera explicárselo a nadie.
Sin mirarle, Murbella dijo:
—Hubo muchas mujeres en esas vidas tuyas.
—Nunca las he contado.
—¿Las amaste?
—Están muertas, Murbella. Todo lo que puedo prometer es que no son fantasmas celosos en mi pasado.
Murbella apagó los globos. Él cerró los ojos, y sintió la oscuridad envolverle mientras ella se deslizaba entre sus brazos. La abrazó fuertemente, sabiendo que ella lo necesitaba, pero sintiendo que su mente seguía sus propios caminos.
Un antiguo recuerdo extrajo una frase de un maestro Mentat:
—La mayor relevancia puede hacerse irrelevante en el espacio de un latido del corazón. Los Mentats deberían contemplar esos momentos con alegría.
No sintió ninguna alegría.
Todas aquellas vidas seriales seguían dentro de él como un desafío a las relevancias Mentat. Un Mentat penetraba en aquel universo fresco a cada instante. Nada viejo, nada nuevo, nada pegado con antiguos adhesivos, nada realmente conocido. Tú eras la red, y existías solamente para examinar lo que habías atrapado en ella.
¿Qué es lo que no pasó entre sus mallas? ¿Qué densidad utilicé en este asunto?
Este era el punto de vista Mentat. Pero no había ninguna forma en la que los tleilaxu hubieran podido incluir todas aquellas células de los Idaho-gholas para recrearlo. Tenía que haber lagunas en su colección serial de células. Había identificado muchas de aquellas lagunas.
Pero no hay lagunas en mis memorias. Las tengo todas.
Era una red lanzada fuera del Tiempo. Así es como puedo ver a la gente de esa visión… la red. Era la única explicación que la consciencia Mentat podía proporcionarle, y si la Hermandad lo sospechaba, se sentiría aterrada. No importaba cuántas veces lo negara, dirían: «¡Otro Kwisatz Haderach! ¡Matadlo!».
¡Así que trabaja para ti mismo, Mentat!
Sabía que tenía en su poder la mayor parte de las piezas del mosaico, pero aún no encajaban en aquel ensamblaje, ¡ajá!, de importantes preguntas Mentat.
Un juego donde una de las piezas no puede ser movida.
Disculpas por un comportamiento extraordinario.
—Desean nuestra participación voluntaria en su sueño.
¡Prueba los limites!
Los humanos pueden mantener el equilibrio sobre extrañas superficies.
Mantén el tono. No pienses. Hazlo.