19

Algunos nunca participan. Para ellos la vida simplemente ocurre. Siguen adelante con poco más que una torpe persistencia y se resisten con furia o violencia a todas las cosas que pueden elevarlos por encima de las ilusiones de seguridad llenas de resentimiento.

ALMA MAVIS TARAZA

Adelante y atrás, adelante y atrás. A lo largo de todo el día, adelante y atrás. Odrade pasaba de una grabación de los com-ojos a otra, buscando, indecisa, intranquila. Primero una mirada a Scytale, luego al joven Teg allá con Duncan y Murbella, luego una larga mirada a través de la ventana mientras pensaba en el último informe de Burzmali desde Lampadas.

¿Cuánto tendrían que esperar aún para restaurar las memorias del Bashar? ¿Obedecería un ghola restaurado?

¿Por qué no he recibido ninguna otra noticia del Rabino? ¿Debemos empezar la Extremis Progressiva, Compartiendo entre nosotras tanto como nos sea posible? El efecto sobre la moral podía ser devastador.

Las grabaciones eran proyectadas encima de su mesa mientras ayudantes y consejeras entraban y salían. Interrupciones necesarias. Firmad esto. Aprobad eso. ¿Restricción de melange para este grupo?

Bellonda estaba allí, sentada ante la mesa. Había dejado de preguntar qué buscaba Odrade, y simplemente la observaba con aquella firme mirada suya. Despiadada.

Habían discutido acerca de si una nueva población de gusanos de arena en la Dispersión podría restablecer la maligna influencia del Tirano. Aquel sueño interminable en cada fantasma de futuros gusanos seguía preocupando a Bell. Pero la población misma decía que la presa del Tirano sobre su destino había terminado.

Había sido una larga discusión.

—¿Acaso no conocemos sus poderes?

—¡Crecimiento exponencial de la humanidad!

—¡Kwisatz Haderach!

Ahí está: nuestra bestia negra. El control de nuestro futuro.

Ya casi anochecía, se dio cuenta Odrade. Las luces se habían encendido automáticamente sin que ella se diera cuenta. Se puso en pie y se dirigió hacia la ventana mirador, haciendo una pausa para tocar el busto de Chenoeh al pasar. ¿Qué hubieras hecho tú sí no hubieras muerto en la Agonía, Chenoeh?

Bellonda se volvió para observar esos movimientos.

Tamalane había acudido un poco antes buscando algún informe de Bellonda. Con una nueva acumulación de Archivos fresca en su mente, Bellonda se había lanzado a una diatriba acerca de los cambios de población de la Hermandad, del drenaje de los recursos.

—¡Sin mencionar las no-naves! ¡Esa Dispersión nos somete a los contratos de servicios con la Ix por centenares de Años Standard!

Puede que no dispongamos de esos centenares de Años Estándar, Bell. Puedo sentir al cazador con el hacha acercándose cada vez más.

Tam tenía algo que decir:

—Somos un último recurso.

—¡Tonterías! —se burló Bellonda.

Había que ponerlo en términos de el-superviviente-lo-toma-todo.

Tamalane prefirió dejarlo así, con las grabaciones aún en las manos.

Odrade miró por la ventana mientras el atardecer se deslizaba sobre el paisaje. Se iba haciendo oscuro por momentos, y las sombras se iban apoderando imperceptiblemente de todo. Cuando se hizo completamente de noche, se dio cuenta de las luces allá a lo lejos en las casas de las plantaciones. Sabía que aquellas luces habían sido encendidas mucho antes, pero tuvo la sensación de que la noche creaba las luces. Alguna se apagaba ocasionalmente a medida que la gente se trasladaba de uno a otro lado. Si no hay gente… no hay luces. No se debe malgastar energía.

Unas luces parpadeantes llamaron por un momento su atención. Una variación sobre la antigua pregunta acerca de un árbol cayendo en medio del bosque: ¿Había sonido si nadie lo oía? Odrade votaba del lado de aquellos que decían que las vibraciones existían, aunque ningún sensor las registrara.

¿Hay sensores secretos siguiendo nuestra Dispersión? ¿Qué nuevos talentos e invenciones utilizan los de la Primera Dispersión?

Bellonda le había concedido ya bastante silencio.

—Dar, estás enviando señales de inquietud por toda la Casa Capitular.

Odrade aceptó aquello sin ningún comentario.

—Sea lo que fuere que estás haciendo, está siendo interpretado como indecisión. —Qué triste suena Bell—. Grupos importantes están discutiendo si reemplazarte. Las Censoras están votando.

—¿Sólo las Censoras?

—Dar, ¿realmente saludaste a Praska el otro día y le dijiste que era bueno estar vivas?

—Lo hice.

—¿Qué has estado haciendo?

—Reevaluando. ¿Ninguna noticia aún de Dortujla?

—¡Hoy has preguntado eso una docena de veces ya! —Bellonda hizo un gesto hacia la mesa de trabajo—. Sigues volviendo una y otra vez al último informe de Burzmali desde Lampadas. ¿Algo que a mí se me pasó por alto?

—¿Por qué nuestros enemigos se aferran a Gammu? Dímelo, Mentat.

—¡Poseo insuficientes datos, y tú lo sabes!

—Burzmali no era Mentat, pero su cuadro de los acontecimientos posee una fuerza persistente, Bell. Me digo a mí misma, bien, después de todo, era el estudiante favorito del Bashar. Es comprensible que Burzmali mostrara características de su maestro.

—Ya basta con esto, Dar. ¿Qué es lo que ves en el informe de Burzmali?

—Llena un cuadro vacío. No completamente, pero… es incitante la forma en que no deja de referirse a Gammu. Muchas fuerzas económicas tienen poderosas conexiones allí. ¿Por qué esos hilos no son cortados por nuestros enemigos?

—Obviamente se hallan en ese mismo sistema.

—¿Qué ocurriría si montáramos un ataque general sobre Gammu?

—Nadie desea hacer negocios en un entorno violento. ¿Es eso lo que estás diciendo?

—En parte.

—Los principales grupos de ese sistema económico probablemente desearían trasladarse. Otro planeta, otra población servil.

—¿Por qué?

—Podrían predecir con más fiabilidad. Podrían incrementar las defensas, por supuesto.

—Esta alianza que sentimos allí, Bell… pueden redoblar sus esfuerzos por descubrirnos y eliminarlos.

—Ciertamente.

El tenso comentario de Bellonda forzó hacia afuera los pensamientos de Odrade. Alzó su mirada a las distantes montañas tonsuradas de nieve resplandeciendo a la luz de las estrellas. ¿Podían llegar los atacantes desde esa dirección?

La fuerza de ese pensamiento podría haber embotado un intelecto menor. Pero Odrade no necesitaba la Letanía Contra el Miedo para permanecer con la cabeza clara. Tenía una fórmula más sencilla.

Enfréntate a tus miedos o treparán a tu espalda.

Su actitud era directa: las cosas más terribles en el universo procedían de las mentes humanas. La pesadilla (el caballo blanco de la extinción de la Bene Gesserit) poseía formas a la vez míticas y reales. El cazador con el hacha podía golpear mente o carne. Pero tú no podías huir de los terrores de la mente.

¡Enfréntate a ellos!

¿Cómo podía hacerlo en aquella oscuridad? No a aquel cazador sin rostro con su hacha, no a la caída en el abismo desconocido (ambas cosas visibles a su pizca de talento), sino a las muy tangibles Honoradas Matres y a quien fuera que las apoyaba.

Y no me atrevo a usar ni siquiera mi pequeña presciencia para guiarnos. Puedo encerrar nuestro futuro en una forma inmutable. Muad’Dib y su Tirano hijo hicieron eso, y el Tirano pasó tres mil quinientos años desenmarañándonos.

Unas movientes luces a media distancia atrajeron su atención. Campesinos trabajando hasta tarde, podando las arboledas como si aquellos venerables árboles pudieran durar siempre. Los ventiladores le lanzaban un débil olor a humo de los fuegos donde eran quemados los restos de la poda. Muy atentos a tales detalles, los campesinos Bene Gesserit. Nunca dejaban la madera muerta por ahí para atraer a parásitos que podían dar el siguiente paso hacia los árboles vivos. Limpios y eficientes. Planifica por anticipado. Mantén tu hábitat. Este momento es parte de la eternidad.

¿Nunca dejar por ahí la madera muerta?

¿Era Gammu madera muerta?

—¿Qué hay en los huertos que tanto te fascina? —quiso saber Bellonda.

—Me relajan —dijo Odrade sin volverse.

Hacía tan sólo dos noches, había salido a caminar por entre ellos, en un tiempo frío y vigorizante, con un toque de humedad muy cerca del suelo. Sus pies agitaban hojas. Un débil olor a descomposición allá donde los restos de la lluvia se habían aposentado en lugares cálidos y resguardados. Un olor más bien atractivo, como de marisma. Vida en su fermento habitual incluso a ese nivel. Las ramas vacías sobre ella se tendían en dirección a las estrellas. Deprimentes en realidad, si las comparabas con la primavera o el tiempo de la recolección. Pero hermosas en su actitud. Una vez más la vida aguardando la llamada para entrar en acción.

—¿No estás preocupada acerca de las Censoras? —preguntó Bellonda.

—¿Cómo votarán, Bell?

—Está muy reñido.

—¿Las seguirán otras?

—Hay preocupación acerca de vuestras decisiones. Sus consecuencias.

Bell era muy buena en eso: un gran número de datos en unas pocas palabras. La mayor parte de las decisiones Bene Gesserit se movían a través de un triple laberinto: Efectividad, Consecuencias y (lo más vital), Quién Puede Cumplir las Órdenes. Encajabas actos y personas con gran cuidado, con una precisa atención a los detalles. Esto tenía una gran influencia en la Efectividad, y eso, a su vez, mandaba a las Consecuencias. Una buena Madre Superiora podía seguir su camino a través de laberintos de decisiones en cuestión de segundos. Entonces había vida en Central. Los ojos brillaban. Corría de boca en boca que «Ha actuado sin vacilar». Eso creaba confianza entre las acólitas y otras estudiantes. Las Reverendas Madres (especialmente las Censoras) aguardaban a evaluar las Consecuencias.

Odrade habló tanto a su reflejo en la ventana como a Bellonda.

—Incluso una Madre Superiora debe tomarse su tiempo.

—¿Pero qué te ha sumido en esa agitación?

—¿Estás dándome prisas, Bell?

Bellonda se echó hacia atrás en su silla-perro como si Odrade la hubiera empujado.

—La paciencia es algo extremadamente difícil en estos tiempos —dijo Odrade—. Pero elegir el momento adecuado influencia mis elecciones.

—¿Qué es lo que pretendes con nuestro nuevo Teg? Esa es la pregunta que debes responder.

—Si nuestros enemigos se fueran de Gammu, ¿dónde irían, Bell?

—¿Piensas atacarlos allí?

—Empujarlos un poco.

Bellonda habló muy suavemente:

—Es un fuego peligroso de encender.

—Necesitamos algo nuevo sobre lo que negociar.

—¡Las Honoradas Matres no negocian!

—Pero sus asociados sí, creo. ¿Se trasladarán a… digamos, Conexión?

—¿Qué hay tan interesante en Conexión?

—Las Honoradas Matres tienen allí su base principal. Y nuestro bienamado Bashar mantenía un dossier-memoria del lugar en su preciosa mente Mentat.

—Ohhhhhh. —Era tanto un suspiro como una palabra.

Tamalane entró en aquel momento y solicitó atención permaneciendo silenciosamente en pie hasta que Odrade y Bellonda la miraron.

—Las Censoras apoyan a la Madre Superiora. —Tamalane alzó un dedo de larga uña—. ¡Por un voto!

Odrade suspiró.

Dinos, Tam, la Censora a la que saludé en el pasillo, Praska, ¿cómo votó?

—Votó a tu favor.

Odrade dirigió una tensa sonrisa a Bellonda.

—Envía espías y agentes, Bell. Debemos hostigar a las cazadoras para que se encuentren con nosotras en Conexión.

Bell le devolvió la mirada, pero no desafiante. Las decisivas órdenes de la Madre Superiora tenían un gran peso. Cabía suponer ahora que Odrade había estado elaborando un plan. Todas ellas aceptaban que la fuerza de la Bene Gesserit residía en esta habilidad de vencer los problemas, de considerarlos desde todos los ángulos, incluso desde la perspectiva del enemigo. Era un pragmatismo que a menudo utilizaban los Mentats como Proyección de Base, con lo pragmático elevado a alturas sofisticadas.

Bell deducirá mi plan por la mañana.

Cuando Bellonda y Tamalane se hubieron ido, murmurando entre sí, con preocupación en el sonido de sus voces, Odrade salió al corto pasillo que conducía a sus aposentos privados. El pasillo se hallaba patrullado por sus habituales acólitas y Reverendas Madres servidoras. Unas pocas acólitas le sonrieron. Así que la noticia del voto de las Censoras había llegado a ellas. Otra crisis superada.

Odrade cruzó su sala de estar hasta su celda dormitorio, donde se echó sobre su camastro completamente vestida. Un único globo bañaba la habitación con una pálida luz amarilla. Su mirada fue más allá del mapa del desierto hasta la pintura de Van Gogh con su marco protector y funda en la pared a los pies del camastro.

Casitas en Cordeville.

Un mapa mejor que el que señalaba el crecimiento del desierto, pensó. Me recuerda, Vincent, de dónde vine y lo que aún puedo hacer.

Aquel día la había vaciado. Había ido más allá de la fatiga a un lugar donde la mente se veía atrapada en prietos círculos.

¡Responsabilidades!

La estaban acosando, y sabía que podía mostrarse de lo más desagradable cuando se veía cercada por los deberes. Obligada a gastar energías simplemente para mantener un parecido de tranquilidad. Bell vio esto en mí. Era enloquecedor. La Hermandad se veía bloqueada a cada paso que daba, convertida en algo casi ineficiente.

Proporcionamos los mejores doctores Suk, los mejores Decidores de Verdad, los mejores negociadores…

Alejó aquello de su cabeza. ¡Unos pensamientos peligrosos! Un riesgo constante para la Bene Gesserit. Nunca debilites a la humanidad tomando sobre ti todas las responsabilidades. ¿Lo mejor? ¿Qué era lo mejor cuando se hallaban ante un peligro de exterminación?

¿Cómo puedo examinar a las Honoradas Matres con la suficiente objetividad y penetrar pese a todo en sus psiques?

Cerró los ojos e intentó construir una imagen de una comandante Honorada Matre a quien dirigirse. Vieja… empinada en el poder. Nervuda. Fuerte y con esa cegadora rapidez que poseen. No había ningún rostro en ella; nada, excepto el cuerpo visualizado, permanecía en la mente de Odrade.

Formando en silencio sus palabras, Odrade habló a la Honorada Matre sin rostro.

—Es difícil para nosotras permitir que cometáis vuestros errores. Los maestros siempre encuentran esto difícil. Sí, nos consideramos maestras. No enseñamos tanto a individuos como a especies. Proporcionamos lecciones para todo. Si veis al Tirano en nosotras, estáis en lo cierto.

La imagen en su mente no respondió.

¿Cómo podían enseñar los maestros cuando no podían emerger de donde estaban ocultos? Burzmali muerto, el ghola Teg una cantidad desconocida. Odrade sentía que invisibles presiones convergían en la Casa Capitular, No era extraño que las Censoras hubieran votado. Una tela de araña envolvía la Hermandad. Sus hilos las retenían firmemente. Y en algún lugar en aquella tela, había agazapada una comandante Honorada Matre sin rostro.

La Reina Araña.

Su presencia era conocida por las acciones de sus esbirros. Un hilo trampa de su tela temblaba, y los atacantes se lanzaban contra las enredadas víctimas, locamente violentos, despreocupados de cuántos de los suyos morían o de cuántos masacraban.

Alguien mandaba la búsqueda: la Reina Araña.

¿Es eso cuerdo bajo nuestros estándares? ¿A qué horribles peligros he enviado a Dortujla?

Las Honoradas Matres iban más allá de la megalomanía. Hacían que el Tirano apareciera como un ridículo pirata en comparación. Leto II, al menos, había sabido lo que sabía la Bene Gesserit: cómo mantener el equilibrio sobre la punta de la espada, consciente de que te verías mortalmente cortado de todo cuando te deslizaras de esa posición. El precio que pagas por aferrar tal poder. Las Honoradas Matres ignoraban este inevitable destino, tajando y cercenando a su alrededor como un gigante presa de una terrible histeria.

Nada se les había opuesto nunca antes con éxito, y ellas habían elegido responder ahora con la rabia asesina de los locos furiosos. La histeria por elección. Deliberada.

¿Porque dejamos a nuestro Bashar en Dune para que gastara su lamentable fuerza en una defensa suicida? Sin tener en cuenta el número de Honoradas Matres que mató. Y Burzmali en la muerte de Lampadas. Seguramente las cazadoras notaron este espoleo. Sin mencionar los machos adiestrados por Idaho que enviamos para transmitir a las Honoradas Matres sus técnicas de esclavitud sexual. ¡Y a los hombres!

¿Era eso bastante para despertar una tal rabia? Posiblemente. ¿Pero y las historias acerca de Gammu? ¿Había desplegado Teg un nuevo talento que había aterrorizado a las Honoradas Matres?

Si restauramos las memorias de nuestro Bashar, debemos observarlo cuidadosamente.

¿Podría retenerlo una no-nave?

¿Qué era lo que hacía realmente a las Honoradas Matres tan reactivas? Querían sangre. Nunca traigas a esa gente malas noticias. No era sorprendente que sus secuaces se comportaran de una forma frenética. Una persona poderosa y asustada podía matar al portador de malas noticias. Mejor pues no traer malas noticias. Era preferible morir en la batalla.

La gente de la Reina Araña iba más allá de la arrogancia. Mucho más allá. No era posible ninguna censura. Era como reprender a una vaca por comer hierba. La vaca se justificaría mirándote con sus ojos soñadores, inquiriendo: «¿No es eso lo que se supone que tengo que hacer?».

Conociendo las probables consecuencias, ¿por qué prendemos la mecha? No somos como la persona que golpea un objeto redondo y gris con un palo y descubre que el objeto era un nido de avispas. Sabíamos lo que golpeábamos. Ninguna de nosotras cuestionó el plan de Taraza. ¿Lo ves, Tar? Tu error. Y yo no puedo hacer nada mejor que seguir tus órdenes.

La Hermandad se enfrentaba a un enemigo cuya deliberada política era la violencia histérica. «¡Nos lanzaremos furiosamente!».

¿Y qué ocurriría si las Honoradas Matres se encontraban con una dolorosa derrota? ¿En qué se convertiría entonces su histeria?

Lo temo.

¿Se atrevería la Hermandad a alimentar este fuego?

¡Debemos hacerlo!

La Reina Araña redoblaría sus esfuerzos por localizar la Casa Capitular. La violencia podía escalar hasta un estadio aún más repulsivo. ¿Y qué, entonces? ¿Sospecharían las Honoradas Matres que todo el mundo simpatizaba con la Bene Gesserit? ¿No se volverían entonces contra los mismos que las apoyaban? ¿Contemplarían el quedarse solas en un universo desprovisto de otra vida sintiente? Lo más probable era que esto ni siquiera hubiera pasado por sus mentes.

¿Cuál es tu aspecto, Reina Araña? ¿Cómo piensas?

Murbella decía que no conocía a su comandante suprema, ni siquiera a las subcomandantes de su Orden de Hormu. Pero Murbella había proporcionado una sugestiva descripción de los aposentos de una subcomandante. Informativa. ¿Qué es lo que una persona llama su hogar? ¿Qué es lo que mantiene cerca para compartir los pequeños rasgos hogareños de la vida?

La mayor parte de nosotras elegimos a nuestros compañeros y entorno de modo que nos reflejen a nosotras mismas.

—Una de sus sirvientes personales me llevó una vez a su zona privada —dijo Murbella—. Alardeando, demostrándome que tenía acceso al sancta sanctorum. La zona pública era limpia y ordenada, pero las habitaciones privadas eran un desorden… ropas caídas allá donde habían sido tiradas, tarros de ungüento abiertos, la cama por hacer, comida secándose en platos en el suelo. Le pregunté por qué no habían limpiado todo aquel desorden. Me dijo que no era su trabajo. La que limpiaba no podía entrar en aquellas dependencias hasta el anochecer.

Vulgaridades secretas.

Una persona así debía poseer una mente que encajaba con aquella exhibición privada.

Odrade abrió de pronto los ojos. Los enfocó en la pintura de Van Gogh. Elegida por mí. Creaba tensiones en el largo lapso de historia humana que las Otras Memorias no podían conseguir. Me has enviado un mensaje, Vincent. Y gracias a ti, no voy a cerrar mis oídos… o enviar inútiles mensajes de amor a quienes no les importa. Eso es lo menos que puedo hacer en honor a ti.

La celda dormitorio tenía un olor familiar, una picante pungencia de claveles reventones. El perfume floral preferido de Odrade. Las ayudantas lo mantenían allí como un entorno nasal.

¿Mi propia verdad?

Cerró los ojos una vez más, y sus pensamientos volvieron de golpe a la Reina Araña. Odrade sintió que aquel ejercicio creaba otra dimensión en aquella mujer sin rostro.

Riqueza.

Murbella decía que una comandante Honorada Matre sólo tenía que dar una orden, y le era traída cualquier cosa que deseara.

—¿Cualquier cosa?

Murbella describió algunos ejemplos que conocía: groseramente deformados compañeros sexuales, empalagosos dulces, orgías emocionales desencadenadas por actuaciones de extraordinaria violencia.

¡Larga vida a los romanos!

—Siempre están buscando extremos.

Los informes de espías y agentes confirmaban los semiadmirativos relatos de Murbella.

—Todo el mundo dice que tienen derecho a gobernar.

Esas mujeres evolucionaron de una burocracia autocrática.

Gran parte de la evidencia lo confirmaba. Murbella hablaba de lecciones de historia que decían que las primitivas Honoradas Matres llevaban a cabo investigaciones para conseguir un dominio sexual sobre sus poblaciones, «cuando los impuestos se convirtieron en algo demasiado amenazador para aquellos a los que gobernaban».

¿Un derecho a gobernar?

Odrade no tenía la impresión de que aquellas mujeres insistieran en un tal derecho. No. Suponían que su derecho nunca sería cuestionado. ¡Nunca! Nada de decisiones equivocadas. Pasar por alto las consecuencias. Nunca había ocurrido.

Odrade se sentó erguida en su camastro, sabiendo que había encontrado la iluminación que estaba buscando.

Los errores nunca se producen.

Eso requería un enorme saco de inconsciencia para contenerlo. ¡Una consciencia muy minúscula, luego asomarse a un tumultuoso universo que ellas mismas habían creado!

¡Ohhhh, encantador!

Odrade llamó a su asistenta de noche, una acólita de primer grado, y le pidió té de melange conteniendo un peligroso estimulante, algo para ayudarla a retrasar las exigencias del cuerpo que quería dormir. Pero a un cierto coste.

La acólita dudó antes de obedecer. Regresó al cabo de un momento con un tazón humeante sobre una pequeña bandeja.

Odrade había decidido hacía mucho tiempo que el té de melange hecho con el agua muy fría de la Casa Capitular poseía un sabor que se abría camino hasta las profundidades de su psique. El amargo estimulante la privaba de ese refrescante sabor y mordisqueaba su consciencia. La noticia debía estar corriendo entre aquellas que estaban de guardia. Preocupación, preocupación, preocupación. ¿Iban a votar otra vez las Censoras?

Sorbió lentamente el líquido, dando al estimulante tiempo para actuar. Las mujeres condenadas rechazan la última comida. Beben té.

Finalmente, puso a un lado el vacío tazón y pidió ropas de abrigo. «Voy a ir a dar un paseo por los huertos». La asistenta de noche no hizo ningún comentario. Todo el mundo sabía que a menudo iba a pasear por los huertos, incluso de noche.

—Dice que le ayuda a pensar.

El paseo alarmaría a los perros guardianes tanto como el estimulante. Las Reverendas Madres no recurrían a menudo a tales cosas.

Al cabo de pocos minutos se hallaba en el estrecho sendero vallado que conducía a su huerto favorito, iluminando su camino con un mini-globo fijado a su hombro derecho al extremo de una corta cuerda. Una pequeña horda del negro ganado de la Hermandad se acercó a la valla al lado de Odrade y la contempló mientras pasaba. Ella observó los húmedos hocicos, inhaló el intenso aroma de alfalfa en sus alientos, e hizo una pausa. Las vacas olisquearon y captaron las feromonas que les decían que debían aceptarla.

Retrocedieron para seguir comiendo el forraje apilado cerca de la valla por los cuidadores.

Volviéndose de espaldas al ganado, Odrade contempló los deshojados árboles al otro lado de los pastos. Su mini-globo trazaba un círculo de luz amarilla que enfatizaba la quietud invernal.

Pocos comprendían el porqué aquel lugar la atraía. No era suficiente decir que los turbados pensamientos se calmaban allí. Ni siquiera en invierno, con la helada crujiendo bajo sus pies. Aquel huerto era un silencio duramente conseguido entre tormentas. Extinguió su mini-globo y dejó que sus pies siguieran el camino familiar en la oscuridad. Ocasionalmente, alzaba la vista a la luz de las estrellas silueteadas por las ramas sin hojas. Tormentas. Sentía aproximarse una que ningún meteorólogo podía anticipar. Las tormentas engendran tormentas. La rabia engendra rabia. La venganza engendra venganza. Las guerras engendran guerras.

El viejo Bashar había sido un maestro rompiendo círculos. ¿Tendría el ghola ese mismo talento?

Qué peligrosa apuesta.

Odrade volvió la vista hacia el ganado, manchas oscuras bajo la luz de las estrellas, con pequeñas nubecillas de vapor ascendiendo lentamente. Se habían agrupado apiñadamente para mantener el calor, y pudo oír un chirrido familiar mientras rumiaban su comida.

Debo ir hacia el sur, al desierto. Enfrentarme a Sheeana. Las truchas de arena prosperan. ¿Por qué no hay gusanos?

Habló en voz alta al ganado reunido junto a la cerca:

—Comed vuestra hierba. Se supone que esto es lo que tenéis que hacer.

Si algún perro guardián de los que estaban espiándola captaba esta observación, Odrade sabía que iba a tener serios problemas para explicarla.

Pero he visto a través del corazón de mi enemigo, y siento lástima por él.