18

Todos los estados son abstracciones.

Octun Politicus, archivos Bene Gesserit

Lucilla tomó la precaución de no familiarizarse demasiado con aquella habitación verde intenso y la recurrente presencia de la Gran Honorada Matre. Aquello era Conexión, el cuartel general de las que buscaban el exterminio de la Bene Gesserit. Este era el enemigo. Llevaba diecisiete días allí.

El infalible reloj mental que había empezado a tictaquear durante la Agonía de la Especia le dijo que se había adaptado a los ritmos circadianos del planeta. Se despertaba al amanecer. No había forma de decir cuándo iban a traerle algo de comer. La Honorada Matre la tenía confinada a una sola comida al día.

Tratándome como un animal. ¡Ahí tienes tu hueso!

Y siempre aquel Futar en su jaula. Un recordatorio:

Ambos enjaulados. Así es como tratamos a los animales peligrosos. Puede que los dejemos salir ocasionalmente para estirar sus piernas y darnos un poco de placer, pero después siempre vuelven a la jaula.

Cantidades mínimas de melange en la comida. No para mostrarse cicateras. No con su salud. Una pequeña muestra de «lo que podría ser tuyo si simplemente te mostraras razonable».

¿Cuándo vendrá hoy?

Las llegadas de la Honorada Matre no obedecían a ningún esquema de tiempo. ¿Apariciones al azar para confundir a la cautiva? Probablemente. El tiempo de una comandante debía estar lleno de exigencias. Encaja al peligroso animalillo en un esquema regular siempre que te sea posible.

Puede que sea peligrosa, Dama Araña, pero no soy tu animalillo.

Lucilla captaba la presencia de dispositivos de vigilancia, cosas que hacían más que proporcionar estímulos para los ojos. Dispositivos que miraban dentro de la carne, sondeando en busca de armas ocultas, comprobando el funcionamiento de los órganos. ¿Lleva extraños implantes? ¿Y órganos adicionales añadidos quirúrgicamente a su cuerpo?

Nada de eso, Madame Araña. Confiamos en cosas que aparecen con el nacimiento.

Lucilla sabía cuál era su peligro más inmediato… que se sintiera inadecuada en aquellas condiciones. Sus captoras la habían colocado en una terrible desventaja, pero no habían destruido sus capacidades Bene Gesserit. Moriría antes de que el shere de su cuerpo se viera reducido hasta el punto de traicionarla. Tenía aún su mente… y la horda de Lampadas.

Y leemos en ti, Reina Araña. Eres un palimpsesto desplegado ante nosotras, y vemos escrito en él lo que has intentado borrar.

El panel del Futar se abrió, y la jaula con éste apareció deslizándose. Así pues, la Reina Araña estaba en camino. Desplegando amenazas por anticipado, como siempre. Hoy viene más pronto. Más pronto que nunca.

—Buenos días, Futar —dijo Lucilla con un tono alegre.

El Futar la miró, pero no habló.

—Debes odiar el estar encerrado en esta jaula —dijo Lucilla.

—No gusta jaula.

Había determinado ya que esas criaturas poseían hasta un cierto grado una facilidad de lenguaje, pero su extensión seguía escapándosele.

—Supongo que también te mantiene hambriento. ¿Te gustaría comerme?

—Comer. —Una clara muestra de interés.

—Me gustaría ser tu Adiestrador.

—¿Tú Adiestrador?

—¿Me obedecerías si lo fuera?

El pesado sillón de la Reina Araña se alzó de su escondite debajo del suelo. Todavía no había ninguna señal de ella, pero cabía suponer que escuchaba esas conversaciones.

El Futar miró a Lucilla con una peculiar intensidad.

—Los Adiestradores, ¿os mantienen enjaulados y hambrientos?

—¿Adiestradores? —claras inflexiones en la pregunta.

—Quiero que mates a la Gran Honorada Matre. —Eso no sería ninguna sorpresa para ellas.

—¡Matar Dama!

—Y te la comas.

—Dama veneno. —Rechazo.

Ooooh. ¡Esa es una interesante información!

—No es venenosa. Su carne es igual que la mía.

El Futar se acercó a ella hasta los límites de la jaula. Su mano izquierda tiró hacia abajo de su labio inferior. Dejó al descubierto allí el violento rojo de una cicatriz, con toda la apariencia de una quemadura.

—Mira veneno —dijo, dejando caer su mano.

Me pregunto cómo consiguió eso. No había en ella ningún efluvio de veneno. Carne humana más una droga basada en la adrenalina para producir ojos naranja en respuesta a la furia… y esas otras respuestas que Murbella había revelado. Un sentimiento de absoluta superioridad. Un efecto asesino sin hachís, una vida algo más larga. ¿Cuánto más larga? Murbella no lo sabía. ¿Un veneno para otros? No es probable.

¿Hasta cuán lejos llegaba la comprensión de un Futar?

—¿Era un veneno amargo?

El Futar hizo una mueca y escupió.

La acción es más rápida y más poderosa que las palabras.

—¿Odias a tu Dama? —Caninos desnudos.

—¿Le tienes miedo? —Una sonrisa.

—Entonces, ¿por qué no la matas?

—Tú no Adiestradora.

¡Necesita una orden de matar de un Adiestrador!

La Gran Honorada Matre entró y se dejó caer en su sillón.

Lucilla volvió a dar a su voz un agudo tono de alegría.

—Buenos días, Dama.

—No te he dado permiso para que me llames así. —En voz muy baja, y con leves atisbos de puntos naranja en sus ojos.

—El Futar y yo hemos estado charlando un poco.

—Lo sé. —Más naranja en sus ojos—. Y si me lo has estropeado…

—Pero Dama…

—¡No me llames así! —Levantándose de su silla, los ojos llameando naranja.

—Vamos, siéntate —dijo Lucilla—. Esta no es forma de conducir un interrogatorio. —Sarcasmo, un arma peligrosa.

—Dijiste ayer que querías continuar nuestra discusión sobre política.

—¿Cómo sabes qué hora es? —Reclinándose de nuevo en su sillón, pero con los ojos aún llameando.

—Todas las Bene Gesserit tenemos esta habilidad. Podemos sentir los ritmos de cualquier planeta cuando llevamos un cierto tiempo, muy poco, en él.

—Un extraño talento.

—Cualquiera puede conseguirlo. Es un asunto de sensibilizarse.

—¿Puedo yo aprenderlo? —Con el naranja desvaneciéndose.

—He dicho cualquiera. Aún sigues siendo humana, ¿no? —Una pregunta que todavía no ha sido contestada completamente.

—¿Por qué dices que vosotras las brujas no tenéis ningún gobierno?

Quiere cambiar de tema. Nuestras habilidades la inquietan.

—Eso no es lo que he dicho. No tenemos ningún gobierno convencional.

—¿Ni siquiera un código social?

—No existe ningún código social que abarque todas las necesidades. Un crimen en una sociedad puede ser una exigencia moral en otra sociedad.

—La gente siempre tiene gobiernos. —El naranja había desaparecido casi por completo. ¿Por qué le interesa tanto esto?

—La gente tiene política. Te dije eso ayer. Política: el arte de aparecer sincero y completamente abierto mientras ocultas tanto como te sea posible.

—Así que vosotras, las brujas, ocultáis.

—Yo no he dicho eso. Cuando decimos «política», es una advertencia para nuestras Hermanas.

—Te creo. Los humanos siempre crean alguna forma de…

—¿Acuerdo?

—¡Una palabra tan buena como cualquier otra! —Esto la enfurece.

—Estás inquiriendo conforme al sistema, le deis el nombre que le deis a los ejecutivos, legisladores, judicatura… jueces, jurados, las trampas del control humano desde tiempo inmemorial.

—Vosotras también lo tenéis. ¡Lo sé! —Sois como nosotras.

Cuando Lucilla no respondió a eso, la Gran Honorada Matre se inclinó hacia adelante.

—¡Estás ocultando!

—¿No está en mi derecho el ocultarte cosas que pueden ayudarte a derrotarnos? —¡Ahí va un jugoso bocado de cebo!

—¡Por supuesto! —Reclinándose con una mirada de satisfacción.

—Sin embargo, puesto que no te creo capaz de comprender, ¿por qué no revelarlo?

¡Hazlo bailar delante de ella!

—Olvidaré el insulto. —¡Prosigue!

—Vosotras pensáis que los nichos de autoridad están siempre ahí para ser llenados, y no veis lo que eso dice acerca de mi Hermandad.

—Oh, por favor, dímelo. —Torpe con su sarcasmo.

—Vosotras creéis que todo esto se conforma a unos instintos que retroceden hasta los días tribales y más atrás aún. Jefes y Ancianos. La Madre Misterio y el Consejo. Y antes de eso, el Hombre Fuerte (o la Mujer) que procuraba que todo el mundo tuviera comida, que todos estuvieran resguardados por el fuego y la boca de la caverna.

—Nunca pensé en ello de esa forma, pero tiene sentido.

¿Lo tiene realmente?

—Oh, de acuerdo. La evolución de las formas se despliega de una manera muy clara, un desarrollo secuencial que cualquier Reverenda Madre puede desplegar ante sí a través de las Otras Memorias.

No le gusta cuando hablas de nuestras habilidades.

—¡Evolución, bruja! Una cosa amontonada encima de otra.

Evolución. ¿Te das cuenta de cómo restalla ante las palabras clave?

—Es una fuerza que puede ser sometida a control volviéndola sobre sí misma.

¡Control! Observa el interés que has despertado. Le encanta esta palabra.

—¡Así que fabricáis leyes exactamente igual que todo el mundo!

—Regulaciones quizá, pero ¿no es todo temporal?

—¿Cuál es la diferencia entre una regulación y una ley?

—¿Cómo las definimos?

—Por supuesto. —Intensamente interesada.

—Pero vuestra sociedad es administrada por burócratas que saben que no pueden aplicar ni la más ligera imaginación a lo que hacen.

—¿Constituye eso una diferencia? —Realmente desconcertada. Observa su ceño fruncido.

—Sólo para ti, Honorada Matre.

—¡Gran Honorada Matre! —¡Cuán susceptible!

—¿Por qué no me permites que te llame Dama?

—No somos íntimas.

—El Futar, ¿es un íntimo?

—¡Deja de cambiar de tema!

—Quiero limpiar dientes —dijo el Futar.

—¡Tú cállate! —Llameando realmente.

El Futar se sentó con las piernas cruzadas pero no se amedrantó.

La Gran Honorada Matre volvió sus ojos naranja hacia Lucilla.

—¿Y los burócratas?

—Estaba explicando que no tienen espacio de maniobra porque esa es la forma en que sus superiores engordan. Los botes que no cabecean ofrecen los mejores banquetes. Si no puedes ver la diferencia entre regulación y ley, ambas tienen la fuerza de la ley.

—No veo la diferencia. —No sabe lo que está revelando.

—Las leyes llevan consigo el mito de un cambio obligado. Un nuevo y brillante futuro aparecerá a causa de esta o esa ley. La ley refuerza el futuro. Las regulaciones se da por sentado que refuerzan el pasado.

—¿Se da por sentado? —Tampoco le gusta esa palabra.

—En cada caso, la acción es ilusoria. Como nombrar un comité para estudiar un problema. Cuanta más gente hay en el comité, más prejuicios se aplican al problema.

¡Cuidado! Está pensando realmente en esto, aplicándolo a sí misma.

Lucilla alzó el tono de su voz a una modulación más razonable.

—Vives en un pasado embellecido e intentando comprender un futuro que no reconoces.

—Nosotras no creemos en la presciencia. —¡Sí cree! Al fin. Es por eso por lo que nos mantiene vivas.

—Dama, por favor. Siempre hay algo equilibrado en confinarse una dentro de un apretado círculo de leyes.

¡Ve con cuidado! No se refrenará si la sigues llamando Dama.

La silla de la Gran Honorada Matre crujió cuando ésta se agitó en ella.

—¡Pero las leyes son necesarias!

—¿Necesarias? Eso es peligroso.

—¿Cómo?

Tranquila. Se siente amenazada.

—Las posturas necesarias te impiden adaptarte. Inevitablemente, crecen de forma inestable, inclinándose e inclinándose en un ángulo cada vez más acusado hasta que terminan derrumbándose. Es como los banqueros pensando que compran el futuro. «¡El poder en mi tiempo!». «¡Al diablo con mis descendientes!».

¡No digas eso! Mírala. Está reaccionando fuera de los esquemas de la locura normal. Dale otra pequeña muestra de tu perspicacia.

—Las Honoradas Matres se originaron como terroristas. Los burócratas primero, y el terror como vuestra arma elegida.

—Cuando la tienes en tus manos, utilízala. Pero nosotras somos rebeldes. ¿Terroristas? Eso es demasiado caótico.

Le gusta esa palabra, caos. Lo define todo desde fuera. Ni siquiera pregunta cómo conoces sus orígenes. Acepta nuestras misteriosas habilidades.

—¿No es extraño, Dama… —Ninguna reacción; continúa…— la forma en que todos los rebeldes caen demasiado pronto en los viejos esquemas si consiguen la victoria? No es tanto una trampa en el camino de todos los gobiernos como una ilusión que aguarda a cualquiera que consigue el poder.

—¡Ja! Y pensaba que ibas a decirme algo nuevo. Eso ya lo sabemos: «El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente».

—Falso, Dama. Algo más sutil pero mucho más penetrante: El poder atrae a lo corruptible.

—¿Te atreves a acusarme de ser corrupta?

¡Vigila sus ojos!

—¿Yo? ¿Acusarte? La única que puede hacer eso eres tú misma. Yo simplemente te ofrezco la opinión Bene Gesserit.

—¡Y no me dices nada! Sigues ocultando.

—Sin embargo creemos que existe una moralidad por encima de cualquier ley, que debe permanecer vigilando sobre todos los intentos de regulación sin cambio.

Has utilizado ambas palabras en una misma frase y ni siquiera se ha dado cuenta.

—El poder siempre actúa, bruja. Esa es la ley.

—Y los gobiernos que se perpetúan a sí mismos el tiempo suficiente bajo esa creencia siempre terminan ahogados por la corrupción.

—¡Moralidad!

No es un sarcasmo muy bueno, especialmente cuando se halla a la defensiva.

—Realmente he intentado ayudarte, Dama. Las leyes son peligrosas para todo el mundo… tanto inocentes como culpables. No importa si te crees poderosa o impotente. No poseen una comprensión humana en y de sí mismas.

—¡No existe la comprensión humana!

Nuestra pregunta ha sido contestada. No es humana. Háblale ahora a su lado inconsciente. Está completamente abierta.

—Las leyes siempre tienen que ser interpretadas. El sujeto a la ley no desea libertad para la compasión. No quiere disponer de espacio. ¡La ley es la ley!

—¡Lo es! —Muy a la defensiva.

—Esa es una idea peligrosa, sobre todo para el inocente. La gente sabe esto por instinto y se resiente de tales leyes. Se hacen pequeñas cosas, a menudo de forma inconsciente, para incapacitar a «la ley» y a aquellos que tratan con aquella estupidez.

—¿Cómo te atreves a llamarla estupidez? —Medio alzándose de su sillón y volviendo a sentarse.

—Oh, sí. Y la ley, personificada por todos aquellos medios de vida que dependen de ella, se convierte en resentidas palabras enjuiciadoras como las mías.

—¡Con toda razón, bruja! —Pero no te dice que te calles.

—«¡Más leyes!», dices. «¡Necesitamos más leyes!». Así que creas nuevos instrumentos de no compasión e, incidentalmente, nuevos nichos de empleo para aquellos que alimentan el sistema.

—Esa es la forma en que siempre ha sido y siempre será.

—Falso de nuevo. Es como un rondó. Gira y gira hasta que hiere a la persona equivocada en el grupo equivocado. Entonces obtienes la anarquía. El caos. —¿La ves sobresaltarse?—. Rebeldes, terroristas, crecientes estallidos de furiosa violencia. ¡Un yihad! Y todo ello debido a que creaste algo no humano.

La mano en su mejilla. ¡Observa eso!

—¿Cómo hemos ido a parar tan lejos de la política, bruja? ¿Era ésa tu intención?

—¡No nos hemos alejado ni una fracción de milímetro!

—Supongo que vas a decirme que vosotras las brujas practicáis una forma de democracia.

—Con una agudeza que no puedes llegar a imaginar.

—Pruébamelo. —Piensa que voy a revelarle un secreto. Revélale uno.

—La democracia es susceptible de ser desencaminada a través de chivos expiatorios exhibidos ante el electorado. Toma los ricos, los codiciosos, los criminales, el líder estúpido, y así hasta la náusea.

—Tú crees lo mismo que nosotras. —¡Yo! Con qué desesperación desea que seamos como ella.

—Has dicho que erais burócratas que os habíais rebelado. Conoces el fallo. Una burocracia demasiado cargada en su cúspide que el electorado no pueda tocar siempre se expande hasta los límites de energía del sistema. La roba de los viejos, de los retirados, de todo el mundo. Especialmente de aquellos que en una ocasión fueron llamados la clase media porque allí era donde se originaba la mayor parte de la energía.

—¿Piensas en nosotras como en… clase media?

—No pensamos en vosotras de ninguna manera en particular. Pero las Otras Memorias nos cuentan los fallos de la burocracia. Presumo que tenéis alguna forma de servicio civil para las «órdenes inferiores».

—Cuidamos de nosotras mismas. —Eso es un detestable eco.

—Entonces sabéis lo que esto diluye el voto. Síntoma principal: la gente no vota. El instinto le dice que es inútil.

—¡La democracia es una idea estúpida, de todos modos!

—Estamos de acuerdo. Es propensa a la demagogia. Es una enfermedad a la cual es vulnerable el sistema electoral. Sin embargo, los demagogos son fáciles de identificar. Hacen un montón de gestos y hablan con ritmos de púlpito, utilizando palabras que resuenan a fervor religioso y a sinceridad temerosa de Dios.

¡Está riendo!

—La sinceridad sin nada detrás necesita tanta práctica, Dama. La práctica puede ser siempre detectada.

—¿Por las Decidoras de Verdad?

¿Veis como se inclina hacia adelante? La tenemos de nuevo.

—Por cualquiera que haya aprendido los signos: Repetición. Grandes intentos de mantener tu atención sobre las palabras. No tienes que prestar atención a las palabras. Observa lo que hace la persona. De esa forma aprenderás los motivos.

—Entonces no tenéis una democracia. —Cuéntame más secretos de la Bene Gesserit.

—Y sin embargo la tenemos.

—Creí que habías dicho…

—La guardamos bien, vigilando las cosas que acabo de describir. Los peligros son grandes, pero también lo son las recompensas.

—¿Sabes lo que me has dicho? ¡Que sois un puñado de estúpidas!

—¡Dama encantadora! —dijo el Futar.

—¡Cállate o te envío de vuelta a la horda!

—Tú no amable, Dama.

—¿Ves lo que has hecho con él, bruja? ¡Me lo has arruinado!

—Supongo que siempre habrá otros.

Ohhhh. Observa esa sonrisa.

Lucilla copió exactamente la sonrisa, acompañando su respiración a la de la Gran Honorada Matre. ¿Ves lo parecidas que somos? Por supuesto, he intentado hacerte daño. ¿Tú no hubieras hecho lo mismo en mi lugar?

—Así que sabéis cómo conseguir que una democracia haga lo que vosotros queréis. —Una expresión de satisfacción maliciosa.

—La técnica es sutil, pero sencilla. Creas un sistema donde la mayor parte de la gente esté insatisfecha, vaga o profundamente.

Así es como ella lo ve. Observa cómo va asintiendo al ritmo de tus palabras.

Lucilla se acompasó al ritmo de los asentimientos de la cabeza de la Gran Honorada Matre.

—Esto crea un cada vez más amplio sentimiento de vindicativa rabia. Entonces proporcionas blancos para esta rabia a la medida de tus necesidades.

—Una táctica diversiva.

—Yo prefiero pensar en ella como en una distracción. No les des tiempo a preguntarse. Entierra tus errores en más leyes. Trafica con la ilusión. Tácticas de toreo.

—¡Oh, sí! ¡Eso es bueno! —Casi está alegre. Dale mis capotazos.

—Agita la capa. Cargarán automáticamente, y se quedarán confusos cuando descubran que no hay ningún matador detrás de ella. Eso atonta al electorado del mismo modo que atonta al toro. Poca gente utilizará inteligentemente su voto la próxima vez.

—¡Y es por eso por lo que lo hacemos!

¡Lo hacemos! ¿Se está escuchando a sí misma?

—Entonces lleva al apático electorado contra la barrera. Hazlo sentirse culpable. Mantenlo atontado. Aliméntalo. Diviértelo. ¡No lo agotes!

—¡Oh, no! Nunca hay que agotarlo.

—Déjale saber que le aguarda el hambre si no se mantiene en la línea. Permítele que eche un vistazo a lo aburrido de los cabeceos de un bote. —Gracias, Madre Superiora. Es una imagen apropiada.

—¿No dejas que el toro alcance a algún ocasional matador?

—¡Por supuesto! ¡Adelante! ¡Coge a ése! Luego espera que se aplaquen las risas.

—¡Sabía que vosotras no permitiríais una democracia!

—¿Por qué no me crees? —¡Estás tentando al destino!

—Porque tienes que permitir el voto abierto, los jurados y los jueces, y…

—Nosotros los llamamos Censores. Una especie de Jurado General.

Ahora la has desconcertado.

—¿Y nada de leyes… regulaciones, o como demonios lo llames?

—¿No he dicho ya que las definíamos separadamente? Regulación… pasado. Ley… futuro.

—¡De algún modo limitas a esos… a esos Censores!

—Pueden llegar libremente a cualquier decisión que deseen, de la misma forma que lo hace un jurado. ¡Que se cumpla la ley!

—Es una idea inquietante. —Está inquieta, realmente. Mira lo apagados que están sus ojos.

—La primera regla de nuestra democracia: nada de leyes restringiendo a los jurados. Tales leyes son estúpidas. Es sorprendente lo estúpidos que pueden volverse los humanos cuando actúan en pequeños grupos autosuficientes.

—Me estás llamando estúpida, ¿no es así?

Atención al naranja.

—Parece existir una regla de la naturaleza que dice que es casi imposible el que unos grupos autosuficientes actúen juiciosamente.

—¡Juiciosamente! ¡Lo sabía!

Esa es una sonrisa peligrosa. Ve con cuidado.

—Significa fluir con las fuerzas de la vida, ajustar tus acciones de tal modo que la vida pueda continuar.

—Con la mayor cantidad de felicidad para el mayor número de individuos, por supuesto.

¡Rápido! ¡Hemos sido demasiado listas! ¡Cambia de tema!

—Ese fue un elemento que el Tirano dejó fuera de su Senda de Oro. No tuvo en cuenta la felicidad, tan sólo la supervivencia de la humanidad.

¡Hemos dicho que cambies de tema! ¡Mírala! ¡Está furiosa!

La Gran Honorada Matre dejó caer la mano de su barbilla.

—Y yo que iba a invitarte a nuestra orden, a hacerte una de nosotras. A soltarte.

¡Salte de esto! ¡Rápido!

—No hables —dijo la Honorada Matre—. Ni siquiera abras la boca.

¡Intenta algo!

—Ayudarías a Logno o a alguna de las otras, ¡y cualquiera de ellas ocuparía pronto mi sitio! —Miró al Futar sentado sobre sus piernas—. ¿Comida, querido?

—No comer encantadora dama.

—¡Entonces arrojaré sus huesos a la horda!

—Gran Honorada Matre…

—¡Te he dicho que no hablaras! Te atreviste a llamarme Dama.

Estuvo fuera de su sillón en un abrir y cerrar de ojos. La puerta de la jaula de Lucilla se abrió con un resonante golpe contra la pared. Lucilla intentó esquivar, pero el hilo shiga le impidió todo movimiento. Ni siquiera vio el pie que impactó contra su sien.

Mientras moría, la consciencia de Lucilla se llenó con un grito de rabia… la horda de Lampadas dando salida a emociones que había mantenido confinadas a lo largo de muchas generaciones.