Dicen que la Madre Superiora no puede descuidar nada… un aforismo sin sentido hasta que captas su otro significado: soy la servidora de todas mis Hermanas. No puedo pasar demasiado tiempo en generalizaciones ni en trivialidades. La Madre Superiora debe desplegar una acción perspicaz a fin de evitar que una sensación de desasosiego penetre en los rincones más alejados de nuestro orden.
DARWI ODRADE
Algo de lo que Odrade llamaba «mi yo servidor» iba con ella mientras recorría los salones de Central aquella mañana, convirtiendo aquello en su ejercicio en vez de perder tiempo en la sala de prácticas. ¡Un malhumorado servidor! No le gustaba lo que veía.
Estamos demasiado férreamente atadas a nuestras dificultades, casi incapaces de separar los problemas insignificantes de los grandes.
¿Qué le había ocurrido a su consciencia?
Aunque algunos lo negaban, Odrade sabía que existía una consciencia Bene Gesserit. Pero la habían retorcido y remodelado de una forma que no era fácilmente reconocible.
Se sentía reacia a mezclarse con aquello. Las decisiones tomadas en nombre de la supervivencia, la Missionaria (¡sus interminables discusiones jesuíticas!)… todo divergía de algo mucho más exigente que el juicio humano. El Tirano había sabido aquello.
Ser humano, esa era la salida. Pero antes de que pudieras ser humano, tenias que sentirlo muy profundo en tus entrañas.
¡No había respuestas clínicas! Todo se reducía a una engañosa simplicidad cuya compleja naturaleza no aparecía hasta que la aplicabas.
Como yo.
Mirabas dentro de ti misma, y descubrías quién y qué creías que eras. Ninguna otra cosa servía.
Así pues, ¿qué soy yo?
—¿Quién hace esa pregunta? —Era un golpe lacerante de las Otras Memorias, atravesándola de parte a parte.
Odrade se rió en voz alta, y una Censora llamada Praska que pasaba en aquel momento la contempló asombrada. Odrade le hizo un gesto con la mano a Praska y dijo:
—Es bueno estar viva. Recuerda eso.
Praska consiguió esbozar una ligera sonrisa antes de seguir hacia sus asuntos.
Odrade se detuvo en la puerta de una de las salas de adiestramiento de postulantes. Estaban iniciando la serie de rigurosos ejercicios de posturas que fijarían en sus consciencias el lugar y función de cada músculo. Unos ejercicios dolorosísimos, recordó Odrade, observando cómo las jóvenes temblaban en sus tensas posiciones.
Así que quién pregunta: ¿qué soy yo?
Una peligrosa pregunta. Formularla la situaba en un universo donde nada era completamente humano. Nada encajaba con la cosa indefinida que ella buscaba. A todo su alrededor, payasos, animales salvajes y muñecos reaccionaban a la acción de ocultos hilos. Sentía los hilos que tiraban de ella poniéndola en movimiento.
Odrade continuó a lo largo del corredor hacia el tubo que la conduciría hacia arriba hasta sus aposentos.
Hilos. ¿Qué ocurría con el óvulo? Hablamos irreflexivamente de «la mente en sus inicios». ¿Pero qué era yo antes de que las presiones de la vida me modelaran?
No era suficiente buscar algo «natural». No. «Noble Salvaje». Había visto multitud de ellos a lo largo de su vida. Los hilos que tiraban de ellos eran completamente visibles para una Bene Gesserit.
Odrade pulsó la llamada de la puerta del tubo y aguardó. Un zumbido le indicó que estaba en servicio. Se volvió y miró hacia atrás, hacia la habitación donde las postulantes estaban dando los primeros pasos en su sendero. Son tan preciosas.
Sintió a la supervisora dentro de ella. Fuerte hoy. Era una fuerza que ella a veces desobedecía o evitaba. La supervisora decía: «Fortalece tus talentos. No fluyas blanda con la corriente. ¡Nada! Úsalo o piérdelo».
Con una jadeante sensación cercana al pánico, se dio cuenta de que apenas había retenido su humanidad, que había estado a punto de perderla.
¡He estado intentando pensar demasiado duro como una Honorada Matre! Manipulando y maniobrando a todo el que me era posible. ¡Y todo en nombre de la supervivencia de la Bene Gesserit!
Bell decía que no había límites más allá de los cuales la Hermandad se negara a ir para preservar a la Bene Gesserit. Había una pequeña parte de verdad en su jactancia, pero era la verdad de todas las jactancias. Había por supuesto cosas que una Reverenda Madre no haría para salvar a la Hermandad.
No bloquearíamos la Senda de Oro del Tirano.
La supervivencia de la humanidad tomaba precedencia sobre la supervivencia de la Hermandad. O de otro modo nuestro Grial de madurez humana carecería de sentido.
Pero oh, los peligros del liderazgo en una especie tan ansiosa de que se le diga lo que debe hacer. Cuán poco sabían de lo que creaban con sus demandas. Los líderes cometían errores. Y esos errores, amplificados por los números que les seguían sin ser cuestionados, avanzaban inevitablemente hacia grandes desastres.
Comportamiento de lemming.
Era cierto que sus Hermanas la observaban cuidadosamente. Todos los gobiernos necesitaban permanecer bajo sospecha durante su época de poder, incluido el de la propia Hermandad. ¡No confíes en el gobierno! ¡Ni siquiera en el mío!
En este mismo momento me están observando. Muy poco escapa a mis Hermanas. Sabrán mi plan a su debido tiempo.
Requería una constante limpieza mental enfrentarse al hecho de su gran poder sobre la Hermandad. No busco este poder. Fue arrojado sobre mí. Y pensó: El poder atrae a lo corruptible. Sospecha de todo el que lo busque. Sabía que las posibilidades de que esa gente fuera susceptible a la corrupción o casi abocada a ella eran grandes.
Odrade tomó nota mental de escribir y trasmitir un memorándum Coda a los Archivos. (¡Dejemos que Bell lo sude!): «Debemos garantizar el poder sobre nuestros asuntos únicamente a aquellos que se muestran reluctantes a sujetarlo y solamente bajo condiciones que incrementen la reluctancia».
¡Una perfecta descripción de la Bene Gesserit!
—¿Te encuentras bien, Dar? —Era la voz de Bellonda desde la puerta del tubo al lado de Odrade—. Pareces… extraña.
—Simplemente estaba pensando en algo que tengo que hacer. ¿Sales?
Bellonda la observó con una escrutadora atención mientras intercambiaban sus lugares. El campo del tubo capturó a Odrade y la arrastró fuera de aquella mirada interrogadora.
Odrade emergió al corredor que conducía a su cuarto de trabajo.
No sujetas fieramente tu humanidad; la observas con ojo benévolo.
Muchas cosas que había hecho encajaban con los estándares de la supervisora, pero había fuerzas en las experiencias de la Bene Gesserit que la empujaban más y más lejos de la piedra imán central de la humanidad.
Odrade entró en su cuarto de trabajo y vio su mesa apilada con cosas que sus ayudantes creían que solamente ella podía resolver.
Piedra imán. El alma llamándola. Supervisora, Alma, una sensación de equilibrio. Siempre había algo que juzgaba lo que ella hacía, fuera lo que fuese.
Política, recordó mientras se sentaba a su mesa y se preparaba a enfrentarse a sus responsabilidades. Tam y Bell la habían oído claramente el otro día, pero tan sólo tenían una muy vaga idea de lo que podían preguntar para saber más. Estaban preocupadas y cada vez más vigilantes. Como debe ser.
Casi cualquier tema tenía elementos políticos, pensó. A medida que eran purificadas las emociones, las fuerzas políticas avanzaban más y más a un primer término. Esto ponía una etiqueta de ¡mentira! a esa vieja estupidez acerca de «separación de iglesia y estado». Nada más susceptible de calor emocional que la religión.
No es extraño que desconfiemos de las emociones.
No todas las emociones, por supuesto. Solamente aquellas a las que no puedes escapar en momentos de necesidad: amor, odio. Permite un poco de cólera algunas veces, pero mantenla atada corta. Esa era la creencia de la Hermandad. ¡Una absoluta estupidez!
La Senda de Oro del Tirano hacía su error intolerable. La Senda de Oro dejaba a la Bene Gesserit en unas perpetuas aguas estancadas. ¡No puedes administrar el Infinito!
La pregunta recurrente de Bell no tenía respuesta.
—¿Qué es lo que quiere que hagamos realmente? —¿Hacia qué acciones está manipulándonos? (¡Como nosotras manipulamos a los demás!).
¿Por qué busco significados allá donde no hay ninguno? ¿Seguirías un camino que sabes que no conduce a ninguna parte?
¡La Senda de Oro! Un camino trazado en la imaginación. ¡El Infinito no está en ninguna parte! Y la mente finita se desengañaba. Era aquí donde los Mentats encontraban proyecciones mutables, produciendo siempre más preguntas que respuestas. Era el vacío grial de aquellos que, con la nariz pegada a un círculo infinito, buscaban «la respuesta a todas las cosas».
Buscando a su propio tipo de dios.
Halló difícil censurarlos. La mente retrocedía frente al infinito. ¡El Vacío! Los alquimistas de todas las épocas eran como harapientos buscadores inclinados sobre sus fardos, diciendo:
—Tiene que haber orden aquí, en algún lugar. Si sigo buscando, estoy seguro de que lo encontraré.
Y durante todo el tiempo, el único orden era el orden que ellos mismos creaban.
¡Ahhh, Tirano! Compañero bromista. Tú lo viste. Dijiste:
«Crearé el orden para que vosotros lo sigáis. Este es el sendero. ¿Lo veis? ¡No! No miréis hacia ahí. Ese es el camino del Emperador-Sin-Ropas (una desnudez evidente tan sólo a los niños y a los locos). Mantened vuestra atención hacia donde yo la dirijo. Esta es mi Senda de Oro. ¿No creéis que es un hermoso nombre? Aquí está todo lo que existe y todo lo que llegará a existir nunca».
Tirano, no eras más que otro payaso. Señalándonos ese interminable reciclado de células de esa perdida y solitaria bola de suciedad en nuestro pasado común.
Tú sabías que el universo humano nunca podría ser más que comunidades y débil pegamento para mantenerlas unidas cuando nos Dispersamos. Una tradición de origen común tan lejos en nuestro pasado que las imágenes de ella llevadas por los descendientes están en su mayor parte distorsionadas. Las Reverendas Madres llevan el original, pero nosotras no podemos forzarlo a la gente que no lo desea. ¿Lo ves, Tirano? Te oímos: «¡Dejad que vengan preguntando! Entonces, y sólo entonces…».
¡Y fue por eso por lo que nos conservaste, maldito bastardo Atreides! Es por eso por lo que tenemos que ponernos a la obra.
Pese al peligro para su sentido de la humanidad, sabía que seguiría insinuándose en las formas de actuar de las Honoradas Matres. Tengo que pensar como ellas piensan.
El problema de los cazadores: predador y presa lo comparten. No se trata de una aguja en un pajar. Es más bien una cuestión de seguir el rastro por un terreno cubierto con lo familiar y lo no familiar. Las supercherías Bene Gesserit aseguraban que lo familiar causara a las Honoradas Matres al menos tantas dificultades como lo no familiar.
¿Pero qué han hecho ellas por nosotras?
La comunicación interplanetaria trabajaba para los cazados. Limitada durante milenios por la economía. No había mucha, excepto entre la Gente Importante y los Comerciantes. Importante significaba lo que siempre había significado: ricos, poderosos; banqueros, oficiales, mensajeros. «Importante» etiquetaba muchas categorías… negociadores, artistas, personal médico, técnicos hábiles, espías, y otros especialistas. No era muy distinto de todos modos de los días de los Maestros Masones en la Vieja Tierra. Principalmente se trataba de una diferencia de número, calidad y sofisticación. Los límites eran para algunos tan transparentes como siempre lo habían sido.
Consideraba importante revisar ocasionalmente aquello. Buscando imperfecciones.
La gran masa de la humanidad atada a los planetas hablaba del «silencio del espacio», dando a entender que no podían permitirse el coste de un tal viaje o comunicación. La mayor parte de la gente sabía que las noticias que recibían a través de esta barrera estaban gobernadas por intereses especiales. Siempre había sido así.
En un planeta, el terreno y el evitar las radiaciones detectables dictaban los sistemas de comunicaciones utilizados: tubos, mensajeros, líneas de luz, impulsos nerviosos y muchas otras permutaciones. El secreto y la codificación eran importantes, no sólo entre los planetas sino en ellos.
Odrade veía esto como un sistema que las Honoradas Matres podían interceptar si encontraban un punto de entrada. Los cazadores tenían que empezar descifrando el sistema, pero luego: ¿dónde se originaba el rastro a la Casa Capitular?
No-naves imposibles de rastrear, máquinas ixianas, y Navegantes de la Cofradía… todo contribuía al manto de silencio que se extendía entre los planetas excepto para unos pocos privilegiados. ¡No des a los cazadores puntos de partida!
Fue una sorpresa, pues, cuando una envejecida Reverenda Madre de un planeta de castigo Bene Gesserit apareció en el cuarto de trabajo de la Madre Superiora poco después de la pausa de la comida. Archivos la identificó: Nombre, Dortujla. Enviada a una condena especial hacía años por una infracción imperdonable. Las Memorias decían que se había tratado de un asunto amoroso de algún tipo. Odrade no inquirió detalles. Algunos de ellos fueron ofrecidos, de todos modos. (¡Bellonda interfiriendo de nuevo!). Había habido una tormenta emocional en el momento del destierro de Dortujla, observó Odrade. Su amante había efectuado inútiles intentos por impedir la separación.
Odrade apeló a las habladurías acerca de la desgracia de Dortujla. «¡El crimen de Jessica!». Llegó información muy valiosa vía habladurías. ¿Era el demonio el que había empujado a Dortujla? No importaba. No por el momento. Lo más importante era: ¿Por qué está ahora aquí? ¿Por qué se ha arriesgado a un viaje que puede conducir a las cazadoras hasta nosotras?
Odrade se lo preguntó a Streggi cuando ésta anunció la llegada. Streggi no lo sabía.
—Dice que lo que debe revelar es sólo para vuestros oídos, Madre Superiora.
—¿Sólo para mis oídos? —Odrade casi lanzó una risita. Nada más inapropiado que aquella expresión, teniendo en cuenta la constante monitorización (vigilancia era un término mejor) a la que era sometida, con cualquier acción de la Madre Superiora constantemente grabada por una serie de hermanas para quienes la palabra «cualquier» llevaba implícita una intensidad que pocas personas fuera de la Bene Gesserit sospechaban que fuera posible. «Metavigilancia» era la etiqueta aceptada. ¡Sin intrusiones físicas, sin embargo!
—Nada debe obstaculizar a la Madre Superiora en sus funciones esenciales. Ninguna irritación excepto aquellas empleadas para mantenerla alerta.
—¿No ha dicho esa Dortujla por qué está aquí?
—Las que me dijeron que os interrumpiera, Madre Superiora, dijeron que creían que debíais recibirla.
Odrade frunció los labios. El hecho de que la Reverenda Madre exiliada hubiera penetrado hasta tan lejos despertó su curiosidad. Una Reverenda Madre persistente podía cruzar las barreras ordinarias, pero estas barreras no eran ordinarias. Las razones de Dortujla por venir hasta allí ya habían sido dichas. Otras las habían escuchado y la habían dejado pasar. Era evidente que Dortujla no había confiado en los ardides Bene Gesserit para persuadir a sus Hermanas. Eso hubiera traído un inmediato rechazo. ¡No había tiempo para tales estupideces! Así que había seguido la cadena de mando. Su acción hablaba de una cuidadosa misión, un mensaje dentro de cualquiera que fuese el mensaje que traía.
—Hazla entrar.
Dortujla había envejecido tranquilamente en su remoto planeta. Revelaba sus años principalmente en las ligeras arrugas en torno a su boca. La capucha de su túnica ocultaba su pelo, pero los ojos que observaban desde aquel marco eran brillantes y alertas.
—¿Por qué estás aquí? —El tono de Odrade decía: «Será mejor para ti que se trate de algo realmente importante».
La historia de Dortujla fue concisa y directa. Ella y tres Reverendas Madres asociadas habían hablado con una banda de Futars de la Dispersión. El puesto de Dortujla había sido descubierto, y se le pidió que transmitiera un mensaje a la Casa Capitular. Dortujla había filtrado la petición a través de una Decidora de Verdad, dijo, recordando a la Madre Superiora que incluso en los planetas remotos podía encontrarse algo de talento. Juzgando que el mensaje era honesto, y de acuerdo con sus Hermanas, Dortujla había actuado con rapidez, aunque por supuesto sin olvidar la cautela.
—Fui despachada en nuestra propia no-nave. —Esa fue la forma cómo lo dijo. La nave, explicó, era pequeña, del tipo contrabandista—. Una sola persona puede manejarla.
El núcleo del mensaje era fascinante. Los Futars deseaban aliarse con las Reverendas Madres en oposición a las Honoradas Matres. De cuántas fuerzas disponían esos Futars era algo difícil de decir, afirmó Dortujla.
—Se negaron a decírmelo cuando se lo pregunté.
Odrade había oído muchas historias acerca de los Futars. ¿Matadores de Honoradas Matres? Había razones para creerlo, pero las hazañas de los Futars eran confusas, especialmente en los relatos procedentes de Gammu.
—¿Cuántos había en aquel grupo?
—Dieciséis Futars y cuatro Adiestradores. Así es como se llamaban a sí mismos: Adiestradores. Y dicen que las Honoradas Matres poseen una peligrosa arma que tan sólo pueden utilizar una vez.
—Tú sólo habías mencionado al principio a los Futars. ¿Quiénes son los Adiestradores? ¿Y qué es eso acerca de esa arma secreta?
—Me había reservado el mencionarlos. Parecían ser humanos, dentro de las variables observadas en la Dispersión: tres hombres y una mujer. En cuanto al arma, no quisieron decir más.
—¿Parecen realmente humanos?
—Eso es algo muy subjetivo, Madre Superiora. Mi primera impresión fue que eran Danzarines Rostro, cosa que resultaba bastante extraña, puesto que no podía aplicarse ninguno de los criterios. Feromonas negativas. Gestos, expresiones… todo negativo.
—¿Cómo surgió entonces esa primera impresión?
—No puedo explicarlo.
—¿Qué hay de los Futars?
—Concordaban con las descripciones. Humanos en su apariencia exterior, pero con una indudable ferocidad. Orígenes felinos, juzgué.
—Eso es lo que han dicho otros.
—Hablan, pero con un galach abreviado. Como si las palabras salieran a estallidos de sus bocas, diría. «¿Cuándo comemos?». «Tú dama hermosa». «Quiero rascar cabeza». «¿Siento aquí?». Parecían responder inmediatamente a los Adiestradores, pero sin tenerles miedo. Tuve la impresión de que entre Futars y Adiestradores había un respeto y un aprecio mutuos.
—Conociendo los riesgos, ¿por qué creíste que era lo bastante importante el traer ese mensaje de inmediato?
—Son gente de la Dispersión. Su oferta de alianza es una apertura hacia los lugares en donde se originaron las Honoradas Matres.
—Preguntaste acerca de ello, por supuesto. Y de las condiciones en la Dispersión.
—Ninguna respuesta.
Una simple afirmación del hecho. Una no podía burlarse de la Hermana exiliada, no importaba la nube que arrastrara de su pasado. Eran indicadas más preguntas. Odrade las hizo, observando atentamente las respuestas, estudiando la vieja boca abrirse púrpura y cerrarse rosa como un fruto algo pasado.
Algo en el servicio de Dortujla, quizá los largos años de penitencia, la habían suavizado, pero el núcleo de dureza Bene Gesserit permanecía intocado. Hablaba con una vacilación natural. Sus gestos eran suavemente fluidos. Miró a Odrade con benevolencia. (Esa era la imperfección que sus Hermanas condenaban: el cinismo Bene Gesserit mantenido a raya).
Dortujla interesaba a Odrade. Habló de Hermana a Hermana, con una mente fuerte y bien asentada tras sus palabras. Una mente endurecida por la adversidad en los años en un puesto de castigo. Haciendo ahora lo que podía para borrar esa mancha de su juventud. Sin intentar parecer oportunista ni al tanto de todo. Un informe limitado a lo esencial. Que supieran que era plenamente consciente, dentro de sus límites, de las necesidades. Dispuesta a someterse a las decisiones de la Madre Superiora y consciente de lo peligroso de aquella visita, pero convencida aún de que «vos debíais recibir esta información».
—Estoy convencida de que no es una trampa.
El comportamiento de Dortujla estaba por encima de todo reproche. Una mirada directa, unos ojos y un rostro adecuadamente compuestos, pero ningún intento de ocultación. Una hermana podía leer a través de esta máscara para una correcta evaluación. Dortujla había actuado a partir de una sensación de urgencia. En una ocasión había sido una estúpida, pero ya no era ninguna estúpida.
¿Cuál era el nombre de su planeta castigo?
El proyector de la mesa de trabajo lo mostró: Buzzell.
Aquel nombre despertó una sensación de alerta en Odrade. ¡Buzzell! Sus dedos danzaron en la consola, confirmando recuerdos. Buzzell: en su mayor parte océano. Frío. Muy frío. Escarpadas islas, ninguna de ellas mayor que una no-nave grande. Hubo un tiempo en que la Bene Gesserit había considerado Buzzell un castigo. Propósito de la lección: «Cuidado, muchacha, o serás enviada a Buzzell». Odrade recordó entonces la otra clave: soopiedras. Buzzell era el lugar donde habían naturalizado aquella criatura monópeda marina, el cholistes, cuyo escoriado caparazón producía maravillosos tumores, una de las más valiosas joyas del universo.
Las soopiedras.
Dortujla llevaba una de ellas apenas visible encima del pliegue de su cuello. La luz del cuarto de trabajo se reflejaba en ella en una elegante mezcla de intenso verde mar y malva. Era más grande que un ojo humano, exhibiéndose allí como una declaración de riqueza. Probablemente pensaban poco en tales decoraciones en Buzzell. Las recogían en las playas. Claro que todas aquellas soopiedras eran propiedad de la Bene Gesserit, por supuesto. La Madre Superiora sólo tenía que adelantar una mano y decirle:
—Dámela.
Odrade guardó silencio.
Soopiedras. Eso era significativo. Para los planes de la Bene Gesserit, Dortujla había tenido frecuentes tratos con contrabandistas (como lo atestiguaba su posesión de aquella no-nave). Esto tenía que ser tratado con cuidado. No importaba la discusión Hermana-a-Hermana, seguían siendo la Madre Superiora y una Reverenda Madre de un planeta castigo.
Contrabando. Un grave crimen para las Honoradas Matres y otros que no se habían enfrentado al hecho de unas leyes cuyo cumplimiento no podían exigir. El Pliegue espacial no había cambiado el contrabando, simplemente había hecho más fáciles las pequeñas intrusiones. No-naves más diminutas. ¿Hasta qué punto podían hacerse más pequeñas? Un hueco en los conocimientos de Odrade. Archivos lo llenó:
«Diámetro, 140 metros».
Bastante pequeña, pues. Las soopiedras eran una carga con un atractivo natural. El Pliegue espacial era una barrera económica crítica: ¿Cuál era el valor de un carguero en relación a su tamaño y masa? Podías gastar muchos solares transportando una carga grande. Soopiedras… una palabra magnética para los contrabandistas. También tenían un interés particular hacia las Honoradas Matres. ¿Simple economía? Siempre un gran mercado. Tan atractivo para los contrabandistas como la melange, ahora que la Cofradía se mostraba tan liberal al respecto. La Cofradía siempre había acumulado generaciones de especia en almacenes dispersos e (indudablemente) muchas otras acumulaciones secretas.
¡Piensan que pueden comprar la inmunidad de manos de las Honoradas Matres! Pero eso ofrecía algo que tenía la sensación de que podía ser convertido en una ventaja. En su loca furia, las Honoradas Matres habían destruido Dune, la única fuente natural conocida de melange. Aún sin pensar en las consecuencias (extraño, eso), habían eliminado a los tleilaxu cuyos tanques axlotl habían inundado el Antiguo Imperio con especia.
Y tenemos criaturas capaces de recrear Dune. También es probable que tengamos al único Maestro tleilaxu vivo. Y encerrada en la mente de Scytale… la forma de convertir los tanques axlotl en una cornucopia de melange. Si podemos conseguir que lo revele.
El problema inmediato era Dortujla. La mujer exponía sus ideas con una concisión que las hacía creíbles. Los Adiestradores y sus Futars, decía, estaban inquietos por algo que no querían revelar. Dortujla había sido lo suficientemente juiciosa como para no intentar la persuasión Bene Gesserit. No había forma de decir cómo podía reaccionar a ella la gente de la Dispersión. ¿Pero qué les inquietaba?
—Alguna amenaza distinta de las Honoradas Matres —sugirió Dortujla. No aventuró más que el hecho de que la posibilidad estaba ahí y tenía que ser considerada.
—Lo esencial es que dicen que desean una alianza —observó Odrade.
«Una causa común para un problema común», era la forma en que lo habían expresado. Pese al Sentido de la Verdad, Dortujla aconsejaba solamente una cautelosa exploración de la oferta.
¿Por qué habían acudido a Dortujla? ¿Porque las Honoradas Matres habían dejado a Buzzell de lado o lo habían juzgado algo insignificante en su furioso barrer?
—No es probable —dijo Dortujla.
Odrade estuvo de acuerdo. Dortujla, no importaba lo mugriento que hubiera sido su puesto original, comandaba ahora una valiosa propiedad y, mucho más importante aún, era una Reverenda Madre con una no-nave para llevarla a la Madre Superiora. Conocía la localización de la Casa Capitular. Lo cual no serviría de nada a los cazadores, por supuesto. Sabían que una Reverenda Madre se mataría antes de traicionar ese secreto.
Los problemas traían consigo problemas. Pero primero, un poco de fraternal compartir. Dortujla estaba segura de efectuar una correcta interpretación de los motivos de la Madre Superiora. Odrade derivó la conversación hacia motivos personales.
Funcionó bien. Dortujla se mostró claramente divertida, pero dispuesta a hablar.
Las Reverendas Madres en los puestos solitarios tendían a poseer lo que las Hermanas llamaban «otros intereses». En épocas anteriores se les llamaba hobbies, pero la atención dedicada a los intereses era a menudo extrema. Odrade consideraba aburridos la mayor parte de los intereses, pero resultaba significativo que Dortujla llamara al suyo un hobby. ¿Ha dicho que coleccionaba monedas antiguas?
—¿De qué tipo?
—Tengo dos griegas primitivas de plata, y un óbolo de oro en perfecto estado.
—¿Auténticas?
—Son reales. —Dando a entender que las había verificado a través de sus Otras Memorias para autenticarlas. Fascinante. Ejercía sus habilidades de una forma fortalecedora, incluido su hobby. La historia interna y externa coincidían.
—Todo esto es muy interesante, Madre Superiora —dijo finalmente Dortujla—. Aprecio vuestra seguridad de que seguimos siendo Hermanas y considero que vuestro interés en la pintura antigua es un hobby parecido al mío. Pero las dos sabemos por qué me he arriesgado a venir aquí.
—Los contrabandistas.
—Por supuesto. Las Honoradas Matres no pueden haber ignorado mi presencia en Buzzell. Los contrabandistas se venden al mejor postor. Debemos suponer que ellas habrán sacado todo el provecho posible de su valioso conocimiento acerca de Buzzell, las soopiedras, y una Reverenda Madre residente con algunas ayudantes. Y no debemos olvidar que los Adiestradores me encontraron.
¡Maldita sea!, pensó Odrade. Dortujla es el tipo de consejera que me gusta tener a mi lado. Me pregunto cuántos otros de esos tesoros enterrados están ahí afuera, perdidos por motivos insignificantes. ¿Por qué echamos a un lado tan a menudo a nuestros mejores talentos? Es una antigua debilidad de la cual la Hermandad aún no ha conseguido liberarse.
—Creo que hemos aprendido algo valioso acerca de las Honoradas Matres —dijo Dortujla.
No había necesidad de ningún asentimiento allí. Aquello era el núcleo de lo que Dortujla había traído a la Casa Capitular. Los voraces cazadores habían llegado en enjambre al Antiguo Imperio, matando y quemando allá donde sospechaban la presencia de efectivos Bene Gesserit. Pero los cazadores no habían tocado Buzzell, pese a que su localización debía ser conocida.
—¿Por qué? —preguntó Odrade, poniendo en palabras lo que estaba en sus mentes.
—Nunca hagas daño a tu propio nido —dijo Dortujla.
—¿Crees que están ya en Buzzell?
—Todavía no.
—Pero crees que Buzzell es un lugar que desean.
—Primera proyección.
Odrade simplemente se la quedó mirando. ¡Así que Dortujla tenía otro hobby! Se sumergía en las Otras Memorias, revivía y perfeccionaba los talentos almacenados allí. ¿Quién podía culparla por ello? El tiempo debía arrastrarse penosamente en Buzzell.
—Una recapitulación Mentat —acusó Odrade.
—Sí, Madre Superiora. —Muy débilmente. Se suponía que las Reverendas Madres solamente podían bucear de esta forma en las otras Memorias con permiso de la Casa Capitular, y solamente con la guía y el apoyo de otras Hermanas compañeras. Así pues Dortujla seguía siendo una rebelde. Seguía sus propios deseos de la misma forma en que lo había hecho con su prohibido amante. ¡Bien! La Bene Gesserit necesitaba de tales rebeldes.
Odrade se sintió regocijada pensando en la reacción de Bellonda. Evidentemente, Bell estaba monitorizándolas. Hermanas desobedientes… algo muy peligroso. Bell entraría allí más tarde como una tromba, llena de advertencias y admoniciones.
—Desean Buzzell sin ningún daño —dijo Dortujla.
—¿Un mundo acuático?
—Sería un hogar conveniente para sus servidores anfibios. No los Futars ni los Adiestradores. Los he estudiado muy cuidadosamente.
La evidencia sugería un plan de las Honoradas Matres de traer servidores esclavizados, anfibios quizá, a recolectar soopiedras. Era posible que las Honoradas Matres tuvieran esclavos anfibios. El conocimiento que había producido a los Futars podía crear también muchas formas de vida sintiente.
—Esclavos, un peligroso desequilibrio —dijo Odrade.
Dortujla exhibió entonces su primera emoción intensa una profunda revulsión que convirtió su boca en una apretada línea.
Odrade se sintió complacida. Dortujla había abandonado las habituales reservas. Se había establecido una confianza mutua. ¡La repetición de las estupideces históricas nos revoluciona a todas!
Era un esquema que la Hermandad había reconocido hacía mucho tiempo: el inevitable fracaso de la esclavitud y el peonaje. Creabas una reserva de odio. Implacables enemigos. Si no tenías esperanzas de exterminar a todos esos enemigos, no te atrevías a intentarlo. Templabas tus esfuerzos con la seguridad de que la opresión haría más fuertes a tus enemigos. Los oprimidos tendrían su día, y que el cielo ayudara al opresor cuando ese día llegara. Era una hoja de doble filo. El oprimido siempre aprendía del opresor y copiaba de él. Cuando se volvían las tornas, quedaba montado el escenario para otra ronda de venganza y violencia… con los papeles invertidos. E invertidos e invertidos hasta la náusea.
—¿Nunca madurarán? —preguntó Odrade.
Dortujla no tenía ninguna respuesta, pero hizo una inmediata sugerencia:
—Tengo que regresar a Buzzell.
Odrade consideró aquello. Una vez más, la exiliada Reverenda Madre iba por delante de la Madre Superiora. Por desagradable que fuera la decisión, ambas sabían que era su mejor movimiento. Los Futars y los Adiestradores regresarían. Más importante aún, con un planeta que las Honoradas Matres deseaban, eran muchas las posibilidades de que fueran observados visitantes de la Dispersión. Las Honoradas Matres tendrían que hacer algún movimiento, y ese movimiento podía revelar mucho acerca de ellas.
—Por supuesto, piensan que Buzzell es el cebo para una trampa —dijo Odrade.
—Puedo dejar saber que fui exiliada allí por mis Hermanas —dijo Dortujla—. Es algo que puede verificarse.
—¿Utilizarte a ti como cebo?
—Madre Superiora, ¿qué ocurriría si pudieran ser inducidas a parlamentar?
—¿Con nosotras? —¡Qué idea más sorprendente!
—Sé que no poseen una historia de negociaciones razonables, pero pese a todo…
—¡Es brillante! Pero hagámoslo más tentador aún. Digamos que estoy convencida de que debemos acudir a ellas con una proposición de sometimiento de la Bene Gesserit.
—¡Madre Superiora!
—No tengo intención de rendirme. ¿Pero qué mejor forma de conseguir parlamentar con ellas?
—Buzzell no es un buen lugar para un encuentro. Nuestras comodidades son muy pocas.
—Ocupan Conexión en gran número. Si sugirieran Conexión como lugar de encuentro, ¿podrías dejarte persuadir?
—Requeriría una cuidadosa planificación, Madre Superiora.
—Oh, muy cuidadosa. —Los dedos de Odrade aletearon en su consola—. Sí, esta noche —dijo, respondiendo a una visible pregunta, y luego, dirigiéndose a Dortujla por encima de la atestada mesa—: Quiero que te reúnas con mi Consejo y con las demás antes de tu regreso. Te daremos instrucciones detalladas, pero te doy mi seguridad personal de que tendrás una misión abierta. Lo más importante es conseguir de ellas un encuentro en Conexión… y espero que te des cuenta de lo que me desagrada utilizarte como cebo.
Cuando vio que Dortujla permanecía profundamente sumida en sus pensamientos y no respondía, Odrade añadió:
—Puede que ignoren nuestros avances y te eliminen. De todos modos, eres el mejor cebo que tenemos.
Dortujla demostró que aún tenía sentido del humor.
—No me gusta mucho la idea de engancharme yo misma al anzuelo, Madre Superiora. Por favor, mantened las cosas bien sujetas. —Se puso en pie y, con un preocupado vistazo al trabajo acumulado sobre la mesa de Odrade, añadió—: Tenéis mucho que hacer, y me temo que os he retenido mucho más allá de la hora de la comida.
—Comeremos juntas aquí, Hermana. Por el momento, tú eres más importante que ninguna otra cosa.