La religión (emulación de los adultos por los niños) enquista las mitologías pasadas: suposiciones, ocultas hipótesis de confianza en el universo, pronunciamientos hechos en busca de poder personal, todo ello mezclado con jirones de ilustración. Y siempre un mandamiento no formulado: ¡No harás preguntas! Rompemos diariamente este mandamiento. Nuestro trabajo es el enjaezamiento de la imaginación humana a nuestra más profunda creatividad.
Credo Bene Gesserit
Murbella permanecía sentada con las piernas cruzadas en el suelo de la sala de prácticas, sola, temblando tras el esfuerzo. La Madre Superiora había estado allí aquella tarde, hacía apenas una hora. Y, como ocurría a menudo, Murbella sentía como si hubiera sido abandonada en un sueño febril.
Las palabras de Odrade al irse reverberaban en el sueño:
—La lección más dura de aprender para una acólita es que siempre tiene que ir hasta el límite. Tus habilidades te llevarán más lejos de lo que imaginas. No imagines, pues. ¡Extiéndete!
¿Cuál es mi respuesta? ¿Que fui enseñada a engañar?
Odrade había hecho algo para sacar a la superficie los esquemas de la infancia y la educación de una Honorada Matre. Aprendí a engañar cuando era una niña. Cómo estimular una necesidad y atraer la atención. Luego los esquemas se ampliaban. Cuanto más mayor se hacía una, más fácil era el engaño. Había aprendido que la gente grande a su alrededor era exigente. Regurgitaba bajo demanda. Eso era lo que llamaban «educación». ¿Por qué era la Bene Gesserit tan notablemente diferente en sus enseñanzas?
—No te pido que seas honesta conmigo —había dicho Odrade—. Sé honesta contigo misma.
Murbella desesperaba de desenterrar alguna vez todos los engaños de su pasado. ¿Por qué debería? ¡Más engaños!
—¡Maldita seas, Odrade!
Sólo después de que hubieron brotado las palabras se dio cuenta de que las había pronunciado en voz alta. Fue a llevarse una mano a la boca, y abortó el movimiento. Febrilmente, dijo:
—¿Cuál es la diferencia?
—Las burocracias educacionales embotan la sensibilidad indagadora de los niños. —Odrade, explicándose—. Los jóvenes deben ser desalentados. Nunca les dejes saber el bien que pueden hacer. Eso trae consigo el cambio. Gasta montones de tiempo de comité hablando acerca de cómo tratar a los estudiantes excepcionales. No pierdas ningún tiempo tratando de cómo el maestro convencional se siente amenazado por los talentos en ciernes y los aplasta debido a un deseo profundamente arraigado de sentirse superior y seguro en un entorno seguro.
Estaba hablando de las Honoradas Matres.
¿Maestros convencionales?
Eso era: tras esa fachada de sabiduría, las Bene Gesserit eran no convencionales. A menudo no pensaban en la enseñanza; simplemente actuaban.
¡Dioses! ¡Deseo ser como ellas!
El pensamiento la impresionó, y saltó en pie, lanzándose a una rutina de adiestramiento para muñecas y brazos.
La realización la mordió más profundamente que nunca.
No deseaba decepcionar a esas maestras. Sinceridad y honestidad. Todas las acólitas oían eso.
—Herramientas básicas de aprendizaje —decía Odrade. Distraída por sus pensamientos, Murbella perdió el equilibrio y cayó violentamente, y se puso en pie frotándose un arañado hombro.
Al principio había pensado que la protesta Bene Gesserit tenía que ser una mentira. Estoy siendo tan sincera contigo que tengo que hablarte de mi constante honestidad.
Pero las acciones confirmaban su afirmación. La voz de Odrade persistía en el sueño febril:
—Así es como tú juzgas.
Poseían algo en la mente, en la memoria, y un equilibrio del intelecto, que ninguna Honorada Matre había poseído nunca. Este pensamiento la hizo sentir pequeña. Introduce corrupción. Era como puntos avinagrados en sus febriles pensamientos.
¡Pero tengo talento! Se requería talento para llegar a ser una Honorada Matre.
¿Tengo que seguir pensando en mí misma como en una Honorada Matre?
Las Bene Gesserit sabían que no se había entregado completamente a ellas. ¿Qué habilidades poseo que ellas puedan desear? No las habilidades del engaño.
—¿Concuerdan las acciones con las palabras? Esa es la medida de vuestra integridad. Nunca os confináis a las palabras.
Murbella apoyó las manos en sus oídos. ¡Cállate, Odrade!
—¿Cómo separa una Decidora de Verdad la sinceridad de un juicio más fundamental?
Murbella dejó caer las manos a sus costados. Quizá esté realmente enferma. Barrió la larga habitación con su mirada. No había nadie allí para pronunciar aquellas palabras. Sin embargo, era la voz de Odrade.
—Si te convences a ti misma, sinceramente, puedes decir auténticos disparates (maravillosa y antigua palabra: paladéala), absolutas necedades en cada palabra, y ser creída. Pero no por una de nuestras Decidoras de Verdad.
Los hombros de Murbella se estremecieron. Empezó a vagar sin rumbo fijo por la sala de prácticas. ¿No había ningún lugar dónde escapar?
—Contempla las consecuencias, Murbella. Así es como averiguas las cosas que funcionan. Eso es lo que son nuestras tan alardeadas verdades por todas partes.
¿Pragmatismo?
Idaho la encontró en aquel momento, y respondió a la extraviada mirada de sus ojos.
—¿Qué ocurre?
—Creo que estoy enferma. Realmente enferma. Creí que era algo que me había hecho Odrade, pero…
Apenas tuvo tiempo de sujetarla mientras caía.
—¡Ayuda!
Por una vez se alegró de la presencia de los com-ojos. En menos de un minuto había una Suk con ellos. Se inclinó sobre Murbella, allá donde Idaho la sujetaba en el suelo.
El examen fue breve. La Suk, una vieja Reverenda Madre de cabellos grises con el tradicional diamante grabado en su frente, se alzó y dijo:
—Agotamiento. No está intentando descubrir sus límites, está yendo más allá de ellos. La enviaremos de vuelta a una clase de sensibilización antes de permitirle continuar. Enviaré a las Censoras.
Odrade encontró a Murbella en las Dependencias de las Censoras aquella tarde, tendida en una cama, con dos Censoras turnándose en verificar las respuestas de sus músculos. Un pequeño gesto, y dejaron a Odrade a solas con Murbella.
—Intenté evitar el complicar las cosas —dijo Murbella. Sinceridad y honestidad.
—El intentar evitar complicaciones a veces las crea. —Odrade se dejó caer en una silla al lado de la cama y apoyó una mano sobre el brazo de Murbella. Los músculos se estremecieron bajo su mano—. Nosotras decimos: «Las palabras son lentas, los sentimientos más rápidos». —Odrade se retiró un poco—. ¿Qué decisiones has estado tomando?
—¿Me permitís tomar decisiones?
—No te burles. —Alzó una mano para impedir ser interrumpida—. No tomé lo bastante en cuenta tu condicionamiento anterior. Las Honoradas Matres te dejaron prácticamente incapaz de tomar decisiones.
—¿Es eso cierto? —Aún susceptible ante las críticas a sus anteriores hermanas.
—Típico de las sociedades hambrientas de poder. Enseñan a su gente a retirarse siempre. «¡Las decisiones traen malos resultados!». Enseñan a evitarlas.
—¿Qué tiene que ver eso con mi desmoronamiento? —Resentida.
—¡Murbella! Los peores productos de lo que estoy describiendo son casi como niños de pecho… no pueden tomar decisiones acerca de nada, o las dejan hasta el último segundo posible y luego saltan a ellas como animales desesperados.
—¡Vos me dijisteis que fuera hasta el límite! —casi un lamento.
—Tus límites, Murbella. No los míos. No los de Bell o de cualquier otra. Los tuyos.
—He decidido que quiero ser como vos. —Muy débilmente.
—¡Maravilloso! No creo que haya intentado nunca suicidarme. Especialmente cuando estaba embarazada.
Pese a sí misma, Murbella sonrió.
Odrade se puso en pie.
—Duerme. Mañana vas a ir a una clase especial, mientras nosotras trabajamos sobre tu habilidad en mezclar tus decisiones con tu sensibilidad hacia tus límites. Recuerda lo que te dije. Cuidamos de ti.
—¿Soy de las vuestras? —Casi un susurro.
—Desde que repetiste el juramento ante las Censoras. —Odrade apagó las luces al irse. Murbella la oyó hablar con alguien antes de que la puerta se cerrara—: Dejad de ocuparos de ella. Necesita descanso.
Murbella cerró los ojos. El sueño febril había desaparecido, pero en su lugar quedaban sus propios recuerdos.
—Soy una Bene Gesserit. Existo solamente para servir.
Se oyó a sí misma diciéndole esas palabras a las Censoras, pero la memoria les dio un énfasis que no estaba en el original.
Ellas sabían que estaba siendo cínica.
¿Qué era lo que podía ocultarse a aquellas mujeres?
Notó la recordada mano de la Censora sobre su frente, y oyó las palabras que no habían tenido ningún significado hasta aquel momento.
—Estoy ante la sagrada presencia humana. Del mismo modo que ahora, así estaré algún día. Rezo a tu presencia que así sea. Permite que el futuro permanezca incierto porque es la tela donde recibir nuestros deseos. Así se enfrenta la condición humana a su perpetua tabula rasa. No poseemos más que este momento en el que nos dedicamos constantemente a la sagrada presencia que compartimos y creamos.
Convencional, pero no convencional. Se dio cuenta de que no había estado preparada ni física ni emocionalmente para ese momento. Las lágrimas rodaron por sus mejillas.