11

La corrupción lleva infinitos disfraces.

Thu-zen tleilaxu

No saben ni lo que pienso ni lo que puedo hacer, meditó Scytale. Sus Decidoras de Verdad no pueden leer en mí. Eso, al menos, era algo que había salvado del desastre… el arte del engaño aprendido de sus Danzarines Rostro perfeccionados.

Avanzó blandamente por su zona de la no-nave, observando, catalogando, midiendo. Cada mirada sopesaba a la gente y a los lugares con una mente adiestrada a ver fallos.

Cada Maestro tleilaxu había sabido que algún día Dios le impondría una tarea para probar sus compromisos.

¡Muy bien! Aquello sí era una tarea. Las Bene Gesserit, que proclamaban que compartían su Gran Creencia, juraban en falso. No eran limpias. Y él ya no disponía de compañeros para purificarle a su regreso de lugares alienígenas. Había sido arrojado al universo powindah, hecho prisionero por servidores de Shaitan, perseguido por rameras de la Dispersión. Pero ninguna de esas diabólicas criaturas conocía sus recursos. Ninguna sospechaba cómo le ayudaría Dios en aquellas circunstancias extremas.

¡Me purificaré yo mismo, Dios!

Cuando las mujeres de Shaitan lo habían arrancado de las manos de las rameras, prometiendo refugio y «toda la ayuda necesaria», él había sabido que no hablaban con la verdad.

Cuanto mayor es la prueba, mayor es mi fe.

Hacía tan sólo unos minutos, había observado a través de una brillante barrera cómo Duncan Idaho daba su paseo matutino por el largo corredor. El campo de fuerza que los mantenía separados impedía el paso de los sonidos, pero Scytale vio los labios de Idaho moverse, y leyó la maldición.

Maldíceme, ghola, pero nosotros te hicimos y aún podemos utilizarte.

Dios había introducido un Sagrado Accidente en el plan tleilaxu para este ghola, pero Dios siempre tenía amplios designios. Era tarea de los fieles encajar en los planes de Dios y no pedirle a Dios que siguiera los designios de los humanos.

Scytale se dedicó a su prueba, renovando su sagrado compromiso. Fue hecho sin palabras, a la antigua manera del S’tori Bene Tleilax. «Para alcanzar el S’tori no es necesario ningún conocimiento. El S’tori existe sin palabras, sin siquiera un nombre».

La magia de su Dios era su único puente. Scytale sentía esto muy profundamente. Siendo el más joven Maestro en el más alto kehl, había sabido desde el principio que sería elegido para esta tarea definitiva. Ese conocimiento era una de sus fuerzas, y lo sabía cada vez que miraba a un espejo. ¡Dios nos formó para engañar a los powindah! Su delgada e infantil apariencia estaba contenida en una piel gris cuyos pigmentos metálicos bloqueaban las sondas escrutadoras. Su diminuta forma distraía a aquellos que lo veían y ocultaba los poderes que había acumulado en las seriales encarnaciones ghola. Tan sólo la Bene Gesserit arrastraba consigo memorias más antiguas, pero sabía que el mal las guiaba.

Scytale se frotó el pecho, recordándose a sí mismo que lo que estaba oculto allí lo estaba con una habilidad tan grande que ni siquiera una cicatriz señalaba el lugar. Cada Maestro llevaba sus riquezas allí… una cápsula de entropía nula conservando las células germinales de una multitud: compañeros Maestros del kehl central, Danzarines Rostro, especialistas técnicos y otros que sabía iban a ser atractivos a las mujeres de Shaitan… ¡y a tantos enclenques powindah! Paul Atreides y su bienamada Chani estaban ahí. (¡Oh, lo que había costado todo esto hurgando las ropas de los muertos en busca de células al azar!). El original Duncan Idaho estaba ahí, con otros predilectos Atreides… el Mentat Thufir Hawat, Gurney Halleck, el Naib Fremen Stilgar… los suficientes siervos y esclavos potenciales como para poblar un universo tleilaxu.

El súmmum de los súmmums en el tubo de entropía nula, aquellos que anhelaba traer a la existencia, le hacían contener el aliento cada vez que pensaba en ellos. ¡Danzarines Rostro perfectos! Mímicos perfectos. Grabadores perfectos de la personalidad de una víctima. Capaces de engañar incluso a las brujas de la Bene Gesserit. Ni siquiera el shere podía impedirles el capturar la mente de otro.

El tubo que consideraba como su última fuerza en los tratos. Nadie debía saber de él. Por ahora, catalogaba fallos.

Había los suficientes huecos en las defensas de la no-nave como para sentirse satisfecho. En sus vidas seriales, había recopilado habilidades de la misma forma que sus compañeros Maestros recopilaban chucherías agradables. Siempre lo habían considerado demasiado serio, pero ahora había hallado el lugar y el tiempo para la vindicación.

El estudio de la Bene Gesserit siempre le había atraído. A lo largo de los eones, había adquirido todo un cuerpo de conocimientos sobre ella. Sabía que contenía mitos e informaciones erróneas, pero la fe en los propósitos de Dios le aseguraba la visión de que seguiría sirviendo a la Gran Creencia, no importaban los rigores de la Sagrada Prueba.

¿No envió Dios a su profeta a Rakis, para probarnos y enseñarnos?

Había muchas cosas que evaluar en las mujeres de Shaitan, y se vio a sí mismo en posición de ampliar sus conocimientos, refinándolos para los propósitos de Dios.

Parte de su catálogo Bene Gesserit estaba etiquetado como «Típico», a causa de la frecuente observación: «¡Eso es típico de ellas!».

Las cosas típicas lo fascinaban.

Era típico para ellas el tolerar un comportamiento burdo pero no amenazador en otros, que no aceptarían en ellas mismas. «Los estándares de la Bene Gesserit son más altos». Scytale había oído esto incluso de algunos de sus difuntos compañeros.

—Poseemos el don de vernos a nosotras mismas tal como nos ven los demás —había dicho Odrade en una ocasión.

Scytale incluía esto entre lo típico, pero sus palabras no concordaban con la Gran Creencia. ¡Sólo Dios sabía cuál era tu yo definitivo! El alarde de Odrade tenía el sonido de la arrogancia.

—Ellas no cuentan mentiras casuales. La verdad les sirve mejor.

A menudo se preguntaba acerca de eso. La propia Madre Superiora lo citaba como una regla de la Bene Gesserit. Quedaba el hecho de que las brujas parecían sostener una cínica forma de verdad. Ella se atrevía a decir que era Zensunni. ¿Qué verdad? ¿Modificada en qué forma? ¿En qué contexto?

La tarde anterior estaban sentados en los aposentos de él en la no-nave. ¡Una prisión con barrotes que Dios puede separar!

Él había pedido «una consulta sobre problemas mutuos», su eufemismo para un trato. Estaban solos excepto los com-ojos y el ir y venir de las atentas Hermanas.

Sus aposentos eran bastante confortables: tres estancias de paredes de plaz de un sedante color verde, una suave cama, sillas reducidas para que encajaran con su diminuto cuerpo.

Se trataba de una no-nave ixiana, y estaba seguro de que sus guardianes no sospechaban lo mucho que él sabía de ella. Tanto como los ixianos. Máquinas ixianas a todo su alrededor, pero ningún ixiano a la vista. Dudaba que hubiera un solo ixiano en la Casa Capitular. Las brujas eran célebres por ocuparse ellas mismas del mantenimiento.

Odrade avanzó y habló lentamente, observándole con cuidado. «No son impulsivas». Uno oía esto a menudo.

Ella le preguntó si estaba cómodo, y parecía preocupada por él. El comportamiento subordinado te disminuye. Scytale había visto esto en una copia de la Coda Bene Gesserit. Encajaba con la Sabiduría Popular acerca de las brujas.

Entonces, ¿y sus tan temidos castigos? Los tleilaxu habían sufrido más de una vez bajo el látigo de la Bene Gesserit.

Odrade respondía a sus preguntas con una disertación:

—Los castigos son administrados únicamente para enseñar una lección valiosa. ¿Qué bien causa el castigo si únicamente provoca dolor?

—¿Una prueba para la extinción? —sondeó Scytale.

—Vamos, vamos —reprendió ella—. ¿Acaso no os hemos preservado de esa extinción?

Él suspiró profundamente.

—Así parece. —Miró con ojos escrutadores la sala de estar a su alrededor.

—No veo ixianos.

Ella frunció los labios con desagrado.

—¿Es para eso para lo que pedisteis una consulta?

¡Por supuesto que no, bruja! Simplemente practico mis artes de distracción. No esperarás que mencione cosas que deseo mantener ocultas. Además, ¿por qué debería llamar vuestra atención hacia los ixianos cuando sé que es muy poco probable que haya ningún intruso peligroso caminando libremente por vuestro maldito planeta? Ahhh, la muy vanagloriada conexión ixiana que nosotros los tleilaxu mantuvimos durante tanto tiempo. ¡Tú lo sabes! Hicisteis a Ix memorable más de una vez.

¡Las mujeres de Shaitan cerraban las obvias aberturas de seguridad, pero eran ciegas a lo obvio!

Los tecnócratas de Ix podían dudar en irritar a la Bene Gesserit, pensó, pero serían extremadamente cuidadosos en no despertar las iras de las Honoradas Matres. El comercio secreto quedaba indicado por la presencia de esta no-nave, pero el precio debió haber sido ruinoso y los circunloquios excepcionales. Muy detestables, esas rameras de la Dispersión. También ellas debían necesitar a Ix, suponía. E Ix podía desafiar secretamente a las rameras para hacer un trato con la Bene Gesserit. Pero los límites eran angostos y las posibilidades de traición muchas.

Esos pensamientos lo confortaron mientras negociaba. Odrade, de un humor susceptible, lo puso nervioso varias veces con silencios durante los cuales le miraba de aquella inquietante forma Bene Gesserit.

Podía darse cuenta de que ella lo encontraba repulsivo… la forma en que su mirada se fijaba secuencialmente en cada uno de sus rasgos. Sabía lo que ella estaba pensando. Una figura de elfo con un rostro estrecho y unos ojos maliciosos. Con patas de gallo. Su mirada descendió: una boca pequeña con afilados dientes y unos caninos puntiagudos.

Scytale sabía que era una figura surgida de las más peligrosamente inquietantes mitologías de la humanidad. Odrade debía estar preguntándose: ¿Por qué la Bene Tleilax eligió esta apariencia física en particular, cuando con su control de la genética hubieran podido concederse una forma más impresionante?

¡Por la simple razón de que te inquieta, sucia powindah!

—Aquellos que no pueden aprender terminarán cayendo al borde del camino —dijo ella—. Arrojados por cosas a las que no pueden enfrentarse dentro de sí mismos. Un proceso de deshierbado en todas esas vidas.

Oh, qué cierto es eso, bruja.

—¿Ninguna indulgencia para los accidentes? —preguntó con astucia. Los Sagrados Accidentes formaban una parte integrante de la Gran Creencia.

—Los accidentes ocurren. ¿Pero qué es lo que enseñan los accidentes? —Y ella misma respondió a su pregunta—: Sé adaptable. Sé fuerte. Estáte preparado a los cambios, a lo nuevo. Acumula muchas experiencias.

—¿Es eso lo que hacéis vosotras en las Otras Memorias? —Muy suavemente, dándose cuenta de que ella interpretaría aquello como un elemento más de su astucia habitual. Qué poco sabéis vosotras, pobres powindah, de lo que hemos acumulado.

La respuesta de ella lo tranquilizó:

—No permitimos mezclarnos con nuestros pasados. Solamente interpretamos.

Aquello tenía el sonido característico del pensamiento Mentat, pero ella se negó a ampliarlo cuando él planteó más preguntas.

Estaban intentando confundirlo.

Pensó en otra cosa típica: «Las Bene Gesserit raras veces levantan polvo».

Scytale había visto el polvo levantado por algunas de las consecuencias de muchas acciones Bene Gesserit. ¡Mira lo que le ocurrió a Dune! Ardió en cenizas porque vosotras, mujeres de Shaitan, elegisteis aquel sagrado lugar para desafiar a las rameras. Incluso los restos de vuestro Profeta desaparecieron en busca de su recompensa. ¡Murió todo el mundo!

Y ni siquiera se atrevía a contemplar sus propias pérdidas. Ningún planeta tleilaxu había escapado al destino de Dune. ¡La Bene Gesserit causó eso! Y él tenía que soportar su tolerancia… un refugiado con solamente Dios para apoyarle.

Preguntó a Odrade acerca del polvo levantado en Dune.

—Sabréis eso solamente cuando nos hallemos in extremis.

—¿Es por eso por lo que atraéis la violencia de esas rameras?

Ella se negó a discutir aquello.

Uno de los difuntos compañeros de Scytale había dicho:

—La Bene Gesserit deja rastros rectilíneos. Puedes pensar que son complejas, pero cuando miras fijamente su forma de actuar descubres que es lisa.

Ese compañero y todos los demás habían sido masacrados por las rameras. Lo único que sobrevivía de ellos se hallaba en las células en una cápsula de entropía nula. ¡Lo suficiente para la sabiduría de un Maestro muerto!

Odrade deseaba más información técnica acerca de los tanques axlotl. ¡Ohhh, con qué habilidad fraseó sus preguntas!

¿Era un error proporcionarles incluso un conocimiento limitado? Ahora se dio cuenta de que les había dicho mucho más que los desnudos detalles biotécnicos a los que se había confinado al principio. Definitivamente habían deducido la forma en que los Maestros habían creado una limitada inmortalidad… con un ghola de reemplazo creciendo siempre en los tanques. ¡Eso también se había perdido! Deseaba gritárselo en su frustrada rabia.

Preguntas… obvias preguntas.

Paraba sus preguntas con redundantes argumentos acerca de «mi necesidad de sirvientes Danzarines Rostro y mi propia consola conectada al sistema de la nave».

Ella no dejaba de mostrarse astutamente obstinada, sondeando sin cesar en busca de más conocimientos acerca de los tanques.

—La información para producir melange a partir de vuestros tanques podría inducirnos a ser más liberales con nuestro huésped.

¡Nuestros tanques! ¡Nuestro huésped!

Aquellas mujeres eran como una pared de plastiacero. Nada de tanques para su uso personal. Todo ese poder tleilaxu desaparecido. Era un pensamiento lleno de lamentos de autocompasión. Se tranquilizó recordándose: a buen seguro Dios estaba probando sus recursos. Ellas creen que me tienen en una trampa. Pero sus restricciones dolían. ¿Nada de sirvientes Danzarines Rostro? Muy bien. Buscaría otros sirvientes. No Danzarines Rostro.

Scytale sintió la profunda angustia de sus muchas vidas cuando pensó en sus perdidos Danzarines Rostro… sus mutables esclavos. ¡Malditas sean esas mujeres y su pretensión de que han compartido la Gran Creencia! Omnipresentes acólitas y Reverendas Madres siempre merodeando por los alrededores. ¡Espías! Y com-ojos por todas partes. Opresivo.

No creía que las brujas fueran sencillas de comprender. Complejidad, ese era su sello distintivo. Se decía (¡Lo decían ellas de sí mismas!) que empleaban la complejidad «de vez en cuando» debido a las barreras en su camino. ¡Más engaños!

—A menudo utilizamos la solución del Nudo Gordiano —alardeaba Odrade—. Uno ni siquiera ve el cuchillo, pero la cuerda de la complejidad está atada formando un nudo terrible, y todos saben que hemos sido nosotras quienes lo hemos cortado.

Nunca eran tan simples como eso.

A su primera llegada a la Casa Capitular, había captado una cautela en sus carceleros, una especie de intimidad que se hacía muy intensa cuando sondeó las características de su Orden. Más tarde, llegó a ver todo aquello como un círculo defensivo, todas ellas enfrentándose al exterior en previsión de cualquier amenaza. Todo lo que es nuestro es nuestro. ¡Tú no puedes entrar!

Scytale reconoció en aquello una postura paterna, un punto de vista materno hacia la humanidad: «¡Comportaos bien u os castigaremos!». Y los castigos Bene Gesserit eran realmente algo digno de ser evitado.

Mientras Odrade seguía exigiendo más de lo que él estaba en condiciones de dar, Scytale clavó su atención en un típico que estaba seguro que era cierto: Ellas no pueden amar. Pero se sentía obligado a estar de acuerdo con aquello… Ni el amor ni el odio eran puramente racionales. Pensó en tales emociones como en una oscura fuente ensombreciendo el aire a todo su alrededor, un primitivo surtidor que arrojaba insospechados seres humanos.

¡Cómo habla esta mujer! La observó, sin escucharla realmente. ¿Cuáles eran sus imperfecciones? ¿Era una debilidad el que evitaran la música? ¿Temían el secreto desplegar de las emociones? La aversión parecía hallarse fuertemente condicionada.

—Todo ello evoca memorias inútiles —decía Odrade.

El condicionamiento no siempre tenía éxito. En sus muchas vidas había visto a brujas que parecían gozar de la música. Cuando preguntó a Odrade, ella se acaloró, y él sospechó una deliberada exhibición para confundirle.

—¡No podemos distraernos!

—¿Nunca repetís las grandes ejecuciones musicales en vuestras memorias? Me han dicho que en los tiempos antiguos…

—¿Qué utilidad tiene la música interpretada por instrumentos que son desconocidos para la mayoría de la gente?

—Oh. ¿Cuáles instrumentos son esos?

—¿Dónde podéis encontrar hoy un piano? —De nuevo esa falsa cólera—. Instrumentos terribles de afinar, y más difíciles aún de tocar.

Qué hermosamente protesta.

—Nunca había oído hablar de ese… ese… ¿piano, habéis dicho? ¿Es como el baliset?

—Primos lejanos. Pero sólo puede ser afinado a una clave aproximada. Una idiosincrasia del instrumento.

—¿Por qué resaltáis este… este piano?

—Porque a veces pienso que es malo que ya no dispongamos de él. Producir la perfección a través de las imperfecciones es, después de todo, la mayor de las formas artísticas.

Scytale sintió una profunda debilidad. Sus palabras encajaban tan limpiamente con su afirmación de que la Bene Gesserit buscaba tan sólo perfeccionar la sociedad humana. ¡De modo que pensaba que podía enseñarle! Otro típico: «Se ven a sí mismas como maestras».

Cuando expresó sus dudas acerca de esta afirmación, ella dijo:

—Naturalmente, creamos presiones en las sociedades a las que influenciamos. Lo hacemos de forma que podamos dirigir esas presiones.

—Encuentro esto discordante —se quejó él.

—¿Por qué, Maestro Scytale? Es un esquema muy común. Los gobiernos lo hacen a menudo a fin de producir violencia contra blancos escogidos. ¡Vosotros mismos lo hacéis! Y ved lo que habéis conseguido.

¡Así que se atreve a afirmar que los tleilaxu trajeron esta calamidad sobre ellos mismos!

—Seguimos la lección del Gran Mensajero —dijo, utilizando el Islamiyat para nombrar al Profeta Leto II. Las palabras sonaron extrañas en sus labios, pero fue tomado por sorpresa. Ella sabía muy bien cómo reverenciaban todos los tleilaxu al Profeta.

¡Pero he oído a esas mujeres llamarle el Tirano!

Aún hablando el Islamiyat, ella preguntó:

—¿Acaso no es Su finalidad el desviar la violencia, produciendo una lección que posea valor para todos?

¿Se está burlando de la Gran Creencia?

—Es por eso por lo que lo aceptamos —dijo ella—. No actuaba según nuestras reglas, pero actuaba hacia nuestra misma finalidad.

¡Aquella mujer se atrevía a decir que había aceptado al Profeta!

No lo estaba desafiando, aunque la provocación era grande. Algo delicado, el punto de vista de una Reverenda Madre sobre ella misma y su comportamiento. Sospechaba que estaban constantemente reajustando esos puntos de vista, sin saltar nunca demasiado lejos en ninguna dirección. Nada de odio ni de amor hacia sí mismas. Confianza, sí. Una enloquecedora confianza en sí mismas. Pero eso no requería ni odio ni amor. Solamente una cabeza fría, cada juicio listo para ser corregido, exactamente como ella afirmaba. Es algo que raramente requiere alabanzas. ¿Un trabajo bien hecho? Bien, ¿qué otra cosa esperabas?

—El adiestramiento Bene Gesserit fortalece el carácter. —Ese era el más conocido típico de la Sabiduría Popular. Intentó iniciar una discusión con ella al respecto.

—¿No es el condicionamiento de las Honoradas Matres el mismo que vosotras? ¡Mirad a Murbella!

—¿Son generalidades lo que deseáis, Scytale? —¿Había regocijo en su tono?

—Una colisión entre dos sistemas de condicionamiento, ¿no es eso una buena forma de contemplar esta confrontación? —aventuró él.

—Y el más poderoso emergerá con la victoria, por supuesto. —¡Definitivamente burlándose!

—¿No es así como funciona siempre? —Con irritación no bien refrenada.

—¿Tiene una Bene Gesserit que recordarle a un tleilaxu que las sutilezas son otro tipo de arma? ¿No habéis practicado vos el engaño? ¿Una fingida debilidad para hacer desviar la atención de vuestros enemigos y conducirlos a trampas? Las vulnerabilidades pueden ser creadas.

¡Por supuesto! Ella sabe de los eones de engaños de los tleilaxu, creando una imagen de inepta estupidez.

—¿De modo que así es como esperáis tratar a vuestros enemigos?

—Pretendemos castigarlos, Scytale.

¡Qué implacable determinación!

Nuevas cosas que había aprendido de la Bene Gesserit lo llenaban de recelos.

Odrade, llevándolo a un bien custodiado paseo una tarde de frío invierno por los alrededores de la nave (con fornidas Censoras a tan sólo un paso detrás de él), se detuvo para contemplar una pequeña procesión que venía de Central.

Cinco mujeres Bene Gesserit, dos de ellas acólitas por sus atuendos blancos, pero las otras tres con lisas ropas de color gris eran desconocidas para él. Conducían una carreta hacia los huertos. Un frío viento sopló entre ellos. Unas cuantas hojas secas fueron arrancadas de las oscuras ramas. La carreta llevaba un largo bulto envuelto en telas blancas. ¿Un cuerpo? Tenía su forma.

Cuando preguntó, Odrade le regaló con un relato detallado de las prácticas funerarias de la Bene Gesserit.

Si había algún cuerpo que enterrar, se hacía con el desapego habitual que veía ahora. Ninguna Reverenda Madre había tenido nunca un funeral o había deseado que se perdiera el tiempo con rituales. ¿Acaso su memoria no vivía en sus Hermanas?

Él empezó a decir que aquello era irreverente, pero ella lo interrumpió.

—¡Dado el fenómeno de la muerte, todos los lazos de la vida son temporales! Nosotras modificamos un poco eso en las Otras Memorias. Vosotros hacéis algo similar, Scytale. Y ahora incorporamos algunas de vuestras habilidades en nuestro saco de trucos. ¡Oh, sí! Así es como pensamos de tales conocimientos. Simplemente modifican el esquema.

—¡Una práctica irreverente!

—No hay nada de irreverente en ella. Van a la tierra, donde al menos se convertirán en fertilizante. —Y siguió describiendo la escena sin darle una posibilidad de efectuar más protestas.

Siempre empleaban esta misma rutina que observaban ahora, dijo. Una gran barrena mecánica era llevada al huerto, donde taladraba un agujero de tamaño conveniente en la tierra. El cadáver, envuelto en aquella tela barata, era enterrado verticalmente, y un árbol plantado encima de él. Los huertos eran plantados con los árboles formando como una rejilla, con un cenotafio en un rincón donde eran registradas las localizaciones de los enterrados. Vio el cenotafio cuando ella se lo señaló, una cosa cuadrada y verde de unos tres metros de alto.

—Creo que este cuerpo que va a ser enterrado está allá por el C-21 —dijo ella, observando trabajar la barrena mientras el grupo fúnebre aguardaba, reclinado contra la carreta—. Ese fertilizará un manzano. —¡Y sonó profanamente feliz al decirlo!

Mientras observaban a la barrena retirarse y la carreta ser inclinada para descargar el cuerpo y deslizarlo dentro del agujero, Odrade empezó a tararear.

Scytale se sintió sorprendido.

—Decíais que la Bene Gesserit evitaba la música.

—Sólo es una vieja cantinela apropiada. —La cantó lentamente para él, explicando las antiguas referencias: «Las cenizas a las cenizas, el polvo al polvo, si los Camellos no te recogen, las Fátimas lo harán».

—¿Nuestros antepasados inhalaban humo de esas Fátimas que describís? Un narcótico, por supuesto.

—Un narcótico mortal: nicotina. Era una adicción tan extendida y una tal dependencia burocrática en lo que a impuestos se refiere que prosiguió durante siglos. —Sonrió—. Esa era una canción de guerra. Una forma de reírle a la cara a la muerte. Exactamente a nuestra manera.

La Bene Gesserit seguía siendo un rompecabezas y, más que nunca, veía la debilidad de los típicos. Por ejemplo, ahí estaba la afirmación de todo lo que hacían sin necesidad de la ayuda de sistemas burocratizados y mantenimiento de grabaciones. Excepto los Archivos de Bellonda, por supuesto, y cada vez que él los mencionaba, Odrade decía: «¡El cielo nos guarde!» o algo parecido.

—¿Y cómo os mantenéis sin oficiales ni grabaciones? —Se sentía profundamente desconcertado.

—Si una cosa necesita hacerse, la hacemos. ¿Enterrar a una hermana? —Señaló hacia la escena en el huerto, donde habían sido traídas palas y la tierra había sido apretada sobre la tumba—. Así es como se hace, y siempre hay alguien alrededor que es responsable. Ellas saben quiénes son.

¿Por qué seguía manteniendo su atención centrada en aquel enterramiento? ¿Era una amenaza? Intentó desviarse hacia otros asuntos, pero ella siguió inconmovible.

—La meten en el agujero. Echan tierra por encima. Mañana habrá un nuevo árbol en este lugar. —Odrade lo miró de frente, con aquellos duros e intensos ojos Bene Gesserit—. Árboles sanos, frutos abundantes: ¡la muerte al servicio de la vida!

—¿Quién… quién cuida de este desagradable…?

—¡No es desagradable! Forma parte de nuestra educación. Generalmente lo supervisan Hermanas fracasadas. Las acólitas hacen el trabajo.

—¿Acaso no…? Quiero decir, ¿no es desagradable para ellas? Hermanas fracasadas, decís. Y acólitas. Suena más como un castigo que…

—¡Un castigo! Vamos, vamos, Scytale. ¿Sólo tenéis una canción que cantar? —Señaló hacia el grupo funerario—. Después de su aprendizaje, toda nuestra gente acepta voluntariamente sus trabajos.

—Pero no… ahhh, la burocracia…

—¡No somos estúpidas!

De nuevo no comprendió, pero ella respondió a su silencioso desconcierto.

—Seguro que sabéis que las burocracias se convierten siempre en voraces aristocracias después de alcanzar el poder del mando.

Tenía dificultad en ver la relevancia. ¿Estaba conduciéndole hacia algún sitio en particular?

Cuando siguió en silencio, ella dijo:

—Las Honoradas Matres tienen todas las marcas de la burocracia. Ministras de esto, Grandes Honoradas Matres de aquello, unas pocas llenas de poder en la cima y muchas funcionarias debajo.

Obviamente ella veía aquello como una debilidad, pero Scytale no consiguió ver esa debilidad y, si lo era, cómo explotarla.

—Están llenas ya de hambres adolescentes —dijo Odrade, como si aquello lo explicara todo. Y cuando él no respondió—: Voraces predadoras que nunca consideran el cómo exterminan a su presa. Una estrecha relación: reduce el número de aquellos de quienes te alimentas y verás desmoronarse toda tu estructura.

Consideró difícil creer que las brujas vieran realmente así a las Honoradas Matres, y lo dijo.

—Si sobrevivís, Scytale, veréis mis palabras convertirse en realidad. Grandes gritos de rabia de esas mujeres que no han pensado en la necesidad de frenarse. Muchos nuevos esfuerzos para arrancar lo máximo posible de sus presas. ¡Capturar todo lo que puedan de ellas! ¡Estrujarlas más duro! Eso sólo significará una exterminación más rápida. Idaho dice que se hallan ya en el estadio de regreso a la muerte.

—¿El ghola dice esto? —¡Así pues, lo está usando como un Mentat!— ¿Dónde obtenéis estas ideas? Seguro que no se originan en vuestro ghola. —¡Sigue creyendo que es vuestro!

—Él simplemente confirmó nuestra afirmación. Un ejemplo en las Otras Memorias nos alertó.

—¿Oh? —Esa cosa de las Otras Memorias le preocupaba. ¿Podían asegurar que era cierta? Las memorias de sus propias vidas múltiples eran de enorme valor. Pidió confirmación.

—Recordamos la relación entre un animal comestible llamado conejo de las nieves y un felino predador llamado lince. La población de felinos siempre crecía para seguir a la población de los conejos, y luego el exceso de felinos sobrealimentados traía al cabo del tiempo a los predadores otra vez al hambre y de vuelta a la muerte.

—De vuelta a la muerte… un término interesante.

—Descriptivo para lo que pretendemos con las Honoradas Matres.

Cuando terminó su encuentro (sin que él ganara nada), Scytale se sintió más confundido que nunca. ¿Era esa precisamente la intención de Odrade? ¡Aquella maldita mujer! No podía estar seguro de nada de lo que decía.

Cuando ella lo devolvió a sus aposentos en la nave, Scytale permaneció durante largo tiempo mirando a través de la barrera del campo al largo corredor donde a veces Idaho y Murbella pasaban en dirección a su sala de prácticas. Sabía que debía ser allí, al otro lado de aquella enorme arcada al fondo. Siempre salían de allí sudando y respirando pesadamente.

Ninguno de sus compañeros prisioneros apareció, aunque estuvo acechando durante más de una hora.

¡Utiliza al ghola como un Mentat! Eso quiere decir que él tiene acceso a la consola de los sistemas de la nave. Seguro que ella no le privaría a su Mentat de sus datos. De alguna manera, tengo que ingeniármelas para conocer íntimamente a ese Idaho. Siempre está el lenguaje del silbido que imprimimos en todos los gholas. No debo parecer demasiado ansioso. Una pequeña concesión en las negociaciones, quizá. Una queja de que mis aposentos son demasiado reducidos. Se darán cuenta de que esa prisión me irrita.