La redacción de la historia es principalmente un proceso de diversión. La mayor parte de los relatos históricos distraen la atención de las secretas influencias que se hallan detrás de los grandes acontecimientos.
El Bashar TEG
Cuando fue dejado a sus propios recursos, Idaho se dedicó a explorar a menudo su no-nave prisión. Vio y aprendió tanto acerca de aquel artefacto ixiano. Era una cueva de maravillas.
Hizo una pausa en su incansable caminar vespertino por sus aposentos y observó los pequeños com-ojos encajados en la brillante superficie del marco de una puerta. Estaban observándole. Tenía la extraña sensación de verse a sí mismo a través de aquellos ojos inquisitivos. ¿Qué pensaban las hermanas cuando lo observaban? El fornido niño ghola del hacía tanto tiempo desaparecido Alcázar de Gammu se había convertido en un larguirucho hombre: piel y pelo oscuros. Su pelo era más largo que cuando había entrado en aquella no-nave el último día de Dune.
Los ojos Bene Gesserit miraban debajo de la piel. Estaba seguro de que sospechaban que era un Mentat, y temía la forma en que podían interpretar aquello. ¿Cómo podía un Mentat esperar el ocultar indefinidamente ese hecho a una Reverenda Madre? ¡Tonterías! Sabía que sospechaban ya que era un Decidor de Verdad.
Hizo un gesto con la mano a los com-ojos y dijo:
—Me siento inquieto. Creo que voy a explorar.
Bellonda odiaba las ocasiones en que adoptaba aquella actitud burlona hacia la vigilancia. No le gustaba que merodeara por la nave. Y no intentaba ocultárselo. Podía ver la informulada pregunta en sus ceñudos rasgos cada vez que se encontraban: ¿Está buscando una forma de escapar?
Es exactamente lo que estoy haciendo, Bell, pero no en la forma que tú sospechas.
La no-nave se le presentaba con unos límites fijos: el campo de fuerza exterior donde no podía penetrar, algunas zonas de maquinaria donde (le habían dicho) el impulsor había sido temporalmente desarmado, algunos aposentos custodiados (podía mirar en ellos pero no entrar), la armería, la sección reservada al tleilaxu cautivo, Scytale. Ocasionalmente se encontraba con Scytale en alguna de las barreras, y entonces se miraban el uno al otro a través del campo de silencio que los mantenía aparte. Luego estaba la barrera de la información… secciones de las grabaciones de la nave que no respondían a sus preguntas, respuestas que sus guardianes no daban.
Dentro de esos límites se hallaba toda una vida de cosas que ver y aprender, incluso una vida de trescientos años estándar que podía razonablemente esperar.
Si las Honoradas Matres no nos encuentran.
Idaho se veía a sí mismo como la presa que estaban buscando, deseándole más de lo que deseaban a las mujeres de la Casa Capitular. No se hacía ilusiones acerca de lo que le harían los cazadores. Sabían que estaba aquí. Los hombres a los que entrenaba en el dominio sexual y enviaba a hostigar a las Honoradas Matres… esos hombres incitaban a las cazadoras.
Qué furia debió haberse desencadenado cuando supieron lo de Murbella. ¿Una Honorada Matre siendo instruida en la manera Bene Gesserit? Una clara intención de dominarla, de convertirla en una Reverenda Madre y aprender todos los secretos de las Honoradas Matres.
Como siempre, una guerra tanto de mentes como de cuerpos.
Murbella se lo tomó con una sorprendente calma.
—Nos hallamos en una escuela especial, Duncan. La mayor parte de las escuelas son una especie de prisión.
Ella cree que convertirse en una Reverenda Madre es su llave a la libertad. Ahhh, mi amor, qué shock te espera.
No se atrevía a discutir eso con ella. Demasiado revelador para las observadoras. Cuando las Hermanas supieran de la habilidad de su Mentat, se darían cuenta inmediatamente de que su mente llevaba los recuerdos de más de una vida ghola. El original no tenía ese talento. Sospechaban que era un latente Kwisatz Haderach. Mira cómo te racionan tu melange. Estaban claramente aterradas ante la idea de repetir el error que habían cometido con Paul Atreides y su hijo el Tirano. ¡Tres mil quinientos años de esclavitud!
Pero tratar con Murbella requería la consciencia Mentat. Se enfrentaba a cada encuentro con ella sin esperar conseguir respuestas entonces ni luego. Era un típico enfoque Mentat: concéntrate en las preguntas. Los Mentats acumulaban preguntas de la misma forma que otros acumulaban respuestas. Las preguntas creaban sus propios esquemas y sistemas. Esto producía las formas más importantes. Mirabas a tu universo a través de esquemas creados por ti mismo… compuestos todos ellos de imágenes, palabras y etiquetas (todo temporal), mezcladas con impulsos sensoriales que reflejaban al exterior su constitución interna de la misma forma que la luz era reflejada por las superficies brillantes.
El instructor Mentat original de Idaho había formado las palabras temporales para esa primera construcción tentativa:
—Observa los movimientos consistentes contra tu pantalla interna.
De ese primer baño en los poderes Mentats, Idaho podía rastrear el crecimiento de una sensibilidad a los cambios en sus propias observaciones, siempre empezando a ser Mentat.
La vieja idea de «cambiar tu mente» llevada a una nueva sofisticación.
Bellonda era su prueba más severa. Temía su penetrante mirada y sus restallantes preguntas. Mentat sondeando a Mentat. Enfrentaba sus incursiones delicadamente, con reserva y paciencia. ¿Qué es lo que persigues ahora?
Como si no lo supiera.
Llevaba la paciencia como una máscara. Pero el miedo acudía de una forma natural, y no había ningún daño en mostrarlo. Bellonda no ocultaba sus deseos de verlo muerto. Sus encuentros eran un duelo de esgrima a muerte. Habilidad chocando contra habilidad.
Idaho aceptaba el hecho de que pronto los observadores verían tan sólo una fuente posible a las habilidades que se veía obligado a utilizar.
¡No es solamente un Decidor de Verdad!
Las habilidades auténticas de un Mentat residían en esa construcción mental a la que llamaban «la gran síntesis». Requería una paciencia que los no-Mentats ni siquiera imaginaban que fuera posible. Las escuelas Mentat la definían como una perseverancia. Tú eras un rastreador primitivo, capaz de leer señales minúsculas, pequeños cambios en el entorno, y seguir hacia dónde conducían. Al mismo tiempo, permanecías abierto a los amplios movimientos a todo tu alrededor y dentro de ti. Esto producía una ingenuidad, la postura básica Mentat, semejante a la de los Decidores de Verdad pero mucho más extensa.
—Te abres a todo lo que el universo pueda hacer —le había dicho su primer instructor—. Tu mente no es una computadora; es una herramienta sintonizada a responder a todo lo que tus sentidos desplieguen.
Idaho había reconocido siempre cuando los sentidos de Bellonda estaban abiertos. La mujer permanecía allí, la mirada ligeramente introspectiva, y él sabía que su mente anidaba pocas ideas preconcebidas. Su defensa residía en el fallo básico de ella: abrir los sentidos requería un idealismo del que Bellonda carecía. No formulaba las mejores preguntas, y él se cuestionaba por qué. ¿Utilizaba Odrade un Mentat imperfecto? Eso contradecía sus otros logros.
Busco las preguntas que forman las mejores imágenes.
Haciendo esto, nunca pensabas en ti mismo como en alguien listo, nunca pensabas que tenías la fórmula que proporcionaba la solución. Permanecías tan sensible a las nuevas preguntas como lo eras a los nuevos esquemas. Probando, comprobando, modelando y remodelando. Un proceso constante, que nunca se detenía, nunca se sentía satisfecho. Era tu pavana particular, similar a la de los otros Mentats, pero que llevaba siempre tu postura y tus pasos únicos.
«Nunca eres auténticamente un Mentat. Es por eso por lo que lo llamamos la Meta Interminable». Las palabras de sus maestros estaban grabadas a fuego en su consciencia.
A medida que iba acumulando observaciones de Bellonda, fue empezando a apreciar un punto de vista de aquellos grandes Maestros Mentat que le habían enseñado: «Las Reverendas Madres no hacen los mejores Mentats».
Ninguna Bene Gesserit parecía capaz de extirparse completamente de ese vínculo absoluto al que se ataban con la consecución de la Agonía de la Especia: la lealtad a su Hermandad.
Sus maestros le habían advertido contra los absolutos. Creaban una seria imperfección en un Mentat.
Cualquier cosa que hagas, cualquier cosa que sientas y digas es experimento. No deducción final. Nada se detiene hasta que llega la muerte, y quizá ni siquiera entonces, porque cada vida crea interminables ondulaciones. La inducción irrumpe dentro de ti y te sensibilizas a ello. La deducción acarrea ilusiones de absolutos. ¡Patea la verdad y despedázala!
Las preguntas de Bellonda acerca de Murbella le decían que la Hermandad la consideraba como una cornucopia de información acerca de las Honoradas Matres. Cuando Bellonda tocó las relaciones entre él y Murbella, vio ante sí vagas respuestas emocionales. ¿Diversión? ¿Celos? Podía aceptar la diversión (e incluso los celos) acerca de las compulsivas exigencias sexuales de su mutua adicción. (¿Es realmente tan grande el éxtasis?).
Lo observaban todo. Y podía imaginar sus comentarios:
—¿Veis cómo se resisten, pero no pueden evitar el contacto sexual?
Bellonda parecía extrañamente susceptible a la inquietud mental. Lo reconocía en ella debido a que podía ver la misma susceptibilidad en sí mismo. El espejo se ve en el espejo.
Vagó aquella tarde por sus aposentos sintiéndose desplazado, como si acabara de llegar allí y no aceptara todavía aquellas estancias como su hogar. Esto es la emoción hablándome.
A lo largo de los años de su confinamiento, aquellos aposentos habían adquirido una apariencia de estar habitados. Aquella era su caverna, la suite del antiguo supercarguero: amplias habitaciones con paredes ligeramente curvadas… el dormitorio, la biblioteca y cuarto de trabajo, la sala de estar, un baño de cerámica verde con sistemas de lavado secos y húmedos, y un amplio salón de prácticas que compartía con Murbella para los ejercicios.
Las habitaciones poseían una colección única de artefactos y señales de su presencia: aquella mecedora situada con el ángulo preciso en relación con la consola y el proyector que lo unían a los sistemas de la nave, aquellas grabaciones ridulianas en aquella mesita baja. Y había manchas que indicaban ocupación… esa mancha oscura sobre la mesa de trabajo. Un poco de comida derramada había dejado una señal indeleble.
Había pocos ruidos allí que no pudiera identificar a algún nivel de consciencia. Aquel hormigueo era su consola recordándole que la había dejado activada. Los fibrosos extremos del proyector resplandecían verdes.
Se dirigió, inquieto, hacia su dormitorio. La luz era más suave. Su habilidad en identificar lo familiar abarcaba también los olores. Había un olor como a saliva en la cama… el flotante residuo de la colisión sexual de la noche pasada.
Esta es la palabra adecuada: colisión.
El aire de la no-nave —filtrado, reciclado y suavizado— lo irritaba a menudo. Ninguna abertura del laberinto de la no-nave al mundo exterior permanecía nunca abierta demasiado tiempo. A veces permanecía sentado, oliendo, con la esperanza de detectar un débil aroma de aire que no hubiera sido ajustado a las demandas de su prisión.
¡Hay una forma de escapar!
Salió de sus aposentos y vagó corredor abajo, tomó la caída al final del pasillo, y emergió en el nivel inferior de la nave.
¿Qué está ocurriendo realmente ahí afuera en ese mundo abierto al cielo?
Lo poco que Odrade le había contado acerca de los acontecimientos lo llenaba de temores y atrapantes sentimientos. ¡No hay sitio para echar a correr! ¿Soy lo bastante juicioso como para compartir mis temores con Sheeana? Murbella simplemente se echó a reír. «Te protegeré, mi amor. Las Honoradas Matres no me harán ningún daño». Otro falso sueño.
Pero Sheeana… qué rápidamente captó el lenguaje de las manos y penetró en el espíritu de mi conspiración. ¿Conspiración? No… dudo que ninguna Reverenda Madre actúe alguna vez contra sus hermanas. Incluso Dama Jessica volvió a ellas al final. Pero no le pediré a Sheeana que actúe contra la Hermandad, tan sólo que nos proteja de la locura de Murbella.
El enorme poder de los cazadores hacía predecible la destrucción. Un Mentat no podía dejar de contemplar su disruptiva violencia. También habían traído algo consigo, algo extraño y apenas insinuado de allá de la Dispersión. ¿Qué eran esos Futars que Odrade había mencionado tan casualmente? ¿Parte humanos, parte bestias? Esa había sido la suposición de Lucilla. ¿Y dónde está Lucilla?
Se dio cuenta que se hallaba en la Gran Cala, el enorme espacio de un kilómetro de largo donde habían transportado al último gigantesco gusano de arena de Dune hasta la Casa Capitular. La zona olía todavía a especia y arena, llenando su mente con el lejano y muerto pasado. Sabía por qué acudía tan a menudo a la Gran Cala, haciéndolo a veces sin siquiera pensar en ello, como había sucedido ahora. Lo atraía y lo repelía a la vez. La ilusión de ilimitado espacio con rastros de polvo, arena y especia traía consigo la nostalgia de perdidas libertades. Pero había algo más. Era algo que le ocurría siempre.
¿Ocurrirá hoy?
Sin advertencia, la sensación de hallarse en la Gran Cala se desvanecía. Luego… la red resplandeciendo en un cielo derretido. Era consciente, cuando llegaba la visión, de que no estaba viendo en realidad una red. Su mente traducía lo que los sentidos no podían definir.
Una resplandeciente red ondulando como una infinita aurora boreal.
Entonces la red se abría y podía ver a dos personas… un hombre y una mujer. Qué ordinarios parecían, y sin embargo qué extraordinarios. Unos abuelos con ropas antiguas: un mono con peto para el hombre y una larga túnica con un pañuelo en la cabeza para la mujer. ¡Trabajando en un jardín de flores! Pensaba que tenía que haber algo más en aquella ilusión. Estoy viendo esto pero no es realmente lo que veo.
Finalmente, siempre terminaban dándose cuenta de su presencia. Oía sus voces.
—Está aquí de nuevo, Marty —decía el hombre, llamando la atención de la mujer hacia Idaho.
—Me pregunto cómo puede ver a través —rumió Marty en una ocasión—. No parece posible.
—Se ha puesto muy delgado, creo. Me pregunto si sabe el peligro.
Peligro. Esa era la palabra que siempre lo arrancaba de la visión.
—¿Hoy no estás en tu consola?
Por el espacio de un instante, Idaho pensó que se trataba de la visión, la voz de aquella extraña mujer, luego se dio cuenta de que era Odrade. Su voz llegaba desde atrás, muy cerca. Se dio la vuelta y vio que había olvidado cerrar la esclusa. Ella lo había seguido a la Cala, siguiendo suavemente sus pasos, evitando los lugares donde aún quedaba un poco de arena que hubiera chirriado bajo sus pies y traicionado su aproximación.
Parecía cansada e impaciente. ¿Por qué cree que debería estar en mi consola?
Como si estuviera pensando en responder a su pregunta, Odrade dijo:
—Te encuentro tan a menudo junto a tu consola últimamente. ¿Qué es lo que estás buscando, Duncan?
Él agitó la cabeza, sin responder. ¿Por qué me siento de pronto en peligro?
Era un raro sentimiento en compañía de Odrade. Podía recordar otras ocasiones, sin embargo. Una vez, cuando ella había mirado suspicazmente a sus manos en el campo de su consola. Miedo asociado con mi consola. ¿Tanto revela mi hambre Mentat de datos? ¿Sospechan que he ocultado aquí mi yo íntimo?
—¿Acaso no puedo tener intimidad en absoluto? —Rabia y agresividad.
Ella agitó lentamente la cabeza de uno a otro lado, como si dijera: «Tú puedes hacerlo mejor que eso».
—Esta es vuestra segunda visita hoy —acusó él.
—Debo decirte que te ves muy bien, Duncan. —Más circunloquios.
—¿Eso es lo que dicen vuestras observadoras?
—No seas mezquino. Vine a charlar con Murbella. Ella me dijo que estabas aquí abajo.
—¡Como si necesitarais que ella os lo dijese!
—Mucho de lo que haces es fastidioso, Duncan. —¡Una clara irritación, y de una Reverenda Madre!
—Supongo que sabéis que Murbella está embarazada de nuevo.
¿Estaba intentando aplacarla con eso?
—Por lo cual nos sentimos agradecidas. He venido a decirte que Sheeana quiere visitarte otra vez.
¿Por qué debería anunciar eso Odrade?
Las palabras de la mujer lo llenaron con imágenes de la expósita de Dune que se había convertido en una completa Reverenda Madre. (La más joven que nunca hubiera habido, decían). Sheeana, su confidente, allá afuera vigilando a aquel gran gusano. ¿Se habría perpetuado finalmente a sí mismo? ¿Por qué tendría que interesarse Odrade en la visita de Sheeana?
—Sheeana quiere discutir acerca del Tirano contigo.
Vio la sorpresa que aquello producía en el hombre.
¡Maldita sea! Odrade siempre utilizaba un muy bien planeado modo de acercarse a él. Tenía en mente algo especial, otro esquema Bene Gesserit. ¿Deseaban su punto de vista masculino, como ella había dicho tantas veces? ¿Pero qué era, en nombre de todos los falsos dioses de la Missionaria, un punto de vista masculino?
La Madre Superiora estaba mostrándose extremadamente cautelosa con él. Eso estaba claro.
¿Sheeana?
Lo necesitaban para algo. Podía sentirlo. Pero estaba tratando con profesionales definitivas en motivaciones humanas. ¿Qué están haciendo? Manteniendo con vida a la Bene Gesserit, por supuesto. Manipulando todo lo no Bene Gesserit a su alrededor hasta donde pueden. Comisionistas del poder. Árbitros. Conservadoras de datos desde hace mucho. No olvides nunca las Otras Memorias.
—¿Qué puedo añadir yo al conocimiento de Sheeana de Leto II? —preguntó él—. Es una Reverenda Madre.
—Tú conociste íntimamente a los Atreides.
Ahhh. Está dando caza al Mentat.
—Pero decís que desea discutir sobre Leto, y no es correcto pensar en él como en un Atreides.
—Oh, pero lo era. Refinado en algo más elemental que nadie antes que él, pero uno de nosotros, al fin y al cabo.
¡Uno de nosotros! Le estaba recordando que ella también era una Atreides. ¡Recordándole su eterna deuda a la familia!
—Si vos lo decís.
—¿No crees que deberíamos terminar de jugar a este estúpido juego?
La cautela se apoderó de él. Se dio cuenta de que ella lo veía. Las Reverendas Madres eran tan malditamente sensitivas. La miró, sin atreverse a hablar, sabiendo que ya le había dicho demasiado.
—Creemos que recuerdas más de una vida ghola. —Y, cuando él siguió sin responder—. ¡Vamos, vamos, Duncan! ¿Eres un Mentat?
Por la forma en que habló, tanto una acusación como una pregunta, él comprendió que el disimulo había terminado. Fue casi un alivio.
—¿Y si lo soy?
—Los tleilaxu mezclaron las células de más de un ghola Idaho cuando te desarrollaron.
¡Ghola Idaho! Se negó a pensar en sí mismo con esa abstracción.
—¿Por qué tan de pronto resulta tan importante Leto para vosotras? —No escapándosele la admisión en esa respuesta.
—Nuestro gusano se ha convertido en truchas de arena.
—¿Están creciendo y propagándose?
—Al parecer.
—Al menos que las contengáis o las eliminéis, la Casa Capitular puede convertirse en otro Dune.
—Tú lo habías previsto, ¿verdad?
—Leto y yo juntos.
—Así que recuerdas varias vidas. Fascinante. Esto te convierte en algo parecido a nosotras. —¡Qué inmutable era su mirada!
—Muy diferente, creo. —¡Tengo que rechazar esa senda!
—¿Adquiriste las memorias durante tu primer encuentro con Murbella?
¿Quién lo sospechó? ¿Lucilla? Estaba aquí y pudo sospecharlo, confiando luego sus sospechas a sus Hermanas. Tenía que poner al descubierto aquella terrible consecuencia.
—¡No soy otro Kwisatz Haderach!
—¿No lo eres? —Estudiado objetivamente. Ella permitió que aquello quedara bien claro por sí mismo, una crueldad, pensó él.
—¡Vos sabéis que no lo soy! —Estaba luchando por su vida y lo sabía. No tanto con Odrade como con aquellas otras que observaban y revisaban las grabaciones de los com-ojos.
—Háblame de tus memorias seriales. —Era una orden de la Madre Superiora. No había escapatoria a ello.
—Conozco todas esas… vidas. Es como una sola vida.
—Esa acumulación puede ser muy valiosa para nosotras, Duncan. ¿Recuerdas también los tanques axlotl?
La pregunta envió sus pensamientos a los brumosos sondeos que habían hecho que imaginara extrañas cosas acerca de los tleilaxu… grandes montones de carne humana blandamente visibles a los imperfectos ojos recién nacidos, imágenes turbias y confusas, cuasi-memorias de emerger por los canales del nacimiento. ¿Cómo podía eso encajar con tanques?
—Scytale nos ha proporcionado los conocimientos necesarios para construir nuestro propio sistema axlotl —dijo Odrade.
¿Sistema? Una interesante palabra.
—¿Significa eso que también duplicáis la producción de especia tleilaxu?
—Scytale negocia para obtener más que lo que vamos a darle. Pero la especia llegará a su tiempo, de una forma u otra.
Odrade se oyó a sí misma hablar con firmeza, y se preguntó si él detectaría la inseguridad. Puede que no tengamos tiempo.
—Las Hermanas que Dispersáis están cojas —dijo Duncan, dándole a Odrade una pequeña muestra de consciencia Mentat—. Estáis echando mano de vuestras reservas de especia para proveerlas, y esas tienen que ser finitas.
—Poseen nuestro conocimiento axlotl y truchas de arena.
Se sintió enmudecido por la sorpresa ante la posibilidad de incontables Dunes siendo reproducidos en un universo infinito.
—Resolverán el problema del suministro de melange con tanques o gusanos o ambas cosas —dijo ella. Esto era algo que podía decir con sinceridad. Procedía de expectativas científicas. Una entre aquellos Dispersos grupos de Reverendas Madres debería conseguirlo.
—Los tanques —dijo Duncan—. Tengo extraños… sueños. Casi dijo «meditaciones».
—Y es lógico. —Brevemente, le contó cómo era incorporada la carne femenina.
—¿Para conseguir la especia también?
—Creemos que sí.
—¡Repugnante!
—Eso es juvenil —se burló ella.
En tales momentos él la odiaba intensamente. Una vez le había reprochado la forma en que las Reverendas Madres se apartaban del «flujo común de las emociones humanas», y ella le había dado idéntica respuesta.
¡Juvenil!
—Para lo cual probablemente no hay remedio —dijo—. Un desagradable rasgo de mi carácter.
—¿Estás pensando discutir de moralidad conmigo?
Creyó oír irritación en su voz.
—Ni siquiera la ética. Trabajamos bajo reglas distintas.
—Las reglas son a menudo una excusa para ignorar la compasión.
—¿Oigo un débil eco de consciencia en una Reverenda Madre?
—Deplorable. Mis Hermanas me exiliarían si pensaran que me gobernaba la conciencia.
—Podéis ser aguijoneadas, pero no gobernadas.
—¡Muy bien, Duncan! Me gustas mucho más cuando eres abiertamente un Mentat.
—Desconfío de vuestros gustos.
Ella se echó a reír.
—¡Cuánto te pareces a Bell!
Él la miró en silencio, sumergido por su risa en un repentino conocimiento de la forma de escapar de sus guardianes, extirparse de las constantes manipulaciones de la Bene Gesserit, y vivir su propia vida. La salida no residía en la maquinaria sino en los fallos de la Hermandad. Los absolutos por los cuales creían que estaban rodeadas y sostenidas… ¡ese era el camino de salida!
¡Y Sheeana lo sabe! Ese es el cebo que hace bailar delante de mí.
Al ver que Idaho no hablaba, Odrade dijo:
—Cuéntame acerca de esas otras vidas.
—Falso. Pienso en ellas como una vida continuada.
—¿Sin muertes?
Dejó que se formulara en silencio una respuesta. Memorias seriadas: las muertes eran tan informativas como las vidas. ¡Muerto tantas veces por el propio Leto!
—Las muertes no interrumpen mis memorias.
—Una extraña forma de inmortalidad —dijo ella—. ¿Sabes que los Maestros tleilaxu se recrean a sí mismos? Pero tú… ¿qué esperan conseguir, mezclando diferentes gholas en una sola carne?
—Preguntádselo a Scytale.
—Bell estaba segura de que eras un Mentat. Se sentirá encantada.
—Creo que no.
—Yo haré que se sienta encantada. ¡Oh! Tengo tantas preguntas, que no estoy segura de por dónde empezar. —Lo estudió, la mano izquierda apoyada en su barbilla.
¿Preguntas? Las demandas Mentat fluyeron a través de la mente de Idaho. Dejó que las preguntas que se había formulado tantas veces avanzaran por sí mismas, formando sus esquemas. ¿Qué buscan los tleilaxu en mí? No podían haber incluido células de todos sus yoes ghola para esta encarnación. Sin embargo… tenía todas las memorias. ¿Qué lazo cósmico acumulaba todas esas vidas en este único yo? ¿Era ésta la clave a las visiones que le perseguían en la Gran Cala? En su mente se formaban semimemorias: su cuerpo en un cálido fluido, alimentado por tubos, masajeado por máquinas, sondeado y cuestionado por observadores tleilaxu. Sintió murmuradas respuestas de semidurmientes yoes. Las palabras no tenían significado. Era como si escuchara un idioma desconocido procedente de sus propios labios, pero sabía que era vulgar galach.
El alcance de lo que había sentido en las acciones tleilaxu lo maravillaba. Investigaban un cosmos que nadie excepto la Bene Gesserit se había atrevido nunca a tocar. El que la Bene Tleilax hiciera aquello por razones egoístas no le restaba ningún mérito. Los interminables renacimientos de los Maestros tleilaxu eran una recompensa que merecía el atrevimiento.
Sirvientes Danzarines Rostro listos para copiar cualquier vida, cualquier mente. El alcance del sueño tleilaxu era algo tan asombroso como los propios logros de la Bene Gesserit.
—Scytale admite memorias de los tiempos de Muad’Dib —dijo Odrade—. Algún día tendrías que comparar notas con él.
—Ese tipo de inmortalidad es algo que puede ser negociado —advirtió él—. ¿Puede venderla a las Honoradas Matres?
—Puede. Vamos. Volvamos a tus aposentos.
En su cuarto de trabajo, ella le hizo un gesto en dirección a la silla de su consola, y él se preguntó si seguía aún detrás de sus secretos. Odrade se inclinó sobre él para manipular los controles. El proyector encima de sus cabezas produjo una especie de desierto hasta un horizonte de rodantes dunas.
—¿La Casa Capitular? —dijo ella—. Una enorme franja en torno a nuestro ecuador.
—¿Por qué me reveláis esto ahora?
—Nuestros días de engañarnos los unos a los otros han pasado.
La excitación se apoderó de él.
—Truchas de arena, habéis dicho. ¿Pero hay algún nuevo gusano?
—Sheeana los espera pronto.
—Requieren una gran cantidad de especia como catalizador.
—Hemos esparcido una gran cantidad de especia ahí afuera. Leto te habló de la catálisis, ¿verdad? ¿Qué otra cosa recuerdas de él?
—Me mató tantas veces que hay un dolor cuando pienso en ello.
Ella disponía de las grabaciones de Dar-es-Balat en Dune para confirmarlo.
—Sé que te mataste tú mismo algunas veces. ¿Él te echaba simplemente de su lado cuando ya no le servías?
—A veces cumplía con las expectativas y entonces se me concedía una muerte natural.
—¿Valía todo ello su Senda de Oro?
No comprendemos su Senda de Oro ni las fermentaciones que produjo. Lo dijo.
—Interesante la elección de la palabra. Un Mentat piensa en los eones del Tirano como una fermentación.
—Que entró en erupción con la Dispersión.
—Conducida también por los Tiempos de Hambruna.
—¿Creéis que él no anticipó las hambrunas?
Ella no respondió, mantenida en silencio por el punto de vista Mentat de él. La Senda de Oro: la humanidad «entrando en erupción» en el universo… nunca más confinada a un solo planeta y confinada a un único destino. Todos nuestros huevos ya no en un mismo cesto.
—Leto pensaba en toda la humanidad como en un solo organismo —dijo él.
—Pero nos alistó a todos en su sueño, contra nuestra voluntad.
—Vosotros los Atreides siempre hacéis esto.
¡Vosotros los Atreides!
—¿Entonces has pagado tu deuda hacia nosotros?
—Yo no he dicho eso.
—¿Captas mi actual dilema, Mentat?
—¿Cuánto tiempo llevan trabajando las truchas de arena?
—Más de ocho años estándar.
—¿Cuán rápido está creciendo nuestro desierto?
¡Nuestro desierto! Hizo un gesto hacia la proyección.
—Es más de tres veces más grande de lo que era antes de las truchas de arena.
—¡Tan aprisa!
—Sheeana espera ver pequeños gusanos cualquier día.
—Tienden a no salir a la superficie hasta que alcanzan unos dos metros.
—Eso es lo que dice ella.
Él habló con tono meditativo:
—Cada uno de ellos con una perla de la consciencia de Leto en su interminable sueño.
—Eso es lo que él dijo, y nunca mintió acerca de tales cosas.
—Sus mentiras eran más sutiles. Como las de una Reverenda Madre.
—¿Nos acusas de mentir?
—¿Por qué desea verme Sheeana?
—¡Mentats! Pensáis que vuestras preguntas son respuestas. —Odrade agitó la cabeza en burlón desaliento—. Tiene que aprender tanto como sea posible acerca del Tirano como centro de adoración religiosa.
—¡Dioses de las profundidades! ¿Por qué?
—El culto de Sheeana se ha difundido. Está por todo el Antiguo Imperio y más allá, llevado por los sacerdotes supervivientes de Rakis.
—De Dune —la corrigió él—. No penséis en él como Arrakis o Rakis. Nubla vuestra mente.
Ella aceptó su corrección. Ahora era un completo Mentat, de modo que Odrade aguardó pacientemente.
—Sheeana hablaba a los gusanos de arena de Dune —dijo él—. Y ellos le respondían. —Se enfrentó a su interrogadora mirada—. Uno de vuestros viejos trucos con vuestra Missionaria Protectiva, ¿eh?
—El Tirano es conocido como Dur y Guldur en la Dispersión —dijo ella, alimentando su ingenuidad Mentat.
—Tenéis una misión peligrosa para ella. ¿Lo sabe?
—Lo sabe, y tú puedes hacerla menos peligrosa.
—Entonces abre tu sistema de datos para mí.
—¿Sin límites? —¡Sabía lo que iba a decir Bell de aquello!
Él asintió, incapaz de permitirse la esperanza de que ella pudiera aceptar. ¿Sospecha lo desesperadamente que deseo esto? Era un dolor allá donde mantenía su conocimiento de cómo podía escapar. ¡Acceso sin trabas a la información! Ella pensará que deseo la ilusión de la libertad.
—¿Serás mi Mentat, Duncan?
—¿Qué otra elección tengo?
—Discutiré tu petición en el Consejo y te daré nuestra respuesta.
¿Es la puerta de escape abriéndose?
—Tengo que pensar como una Honorada Matre —dijo él, hablando a los com-ojos y a los perros guardianes que revisarían luego su petición.
—¿Quién mejor que uno que vive con Murbella puede hacerlo? —preguntó ella.