Limítate a la observación, y siempre dejarás de lado el objetivo de tu propia vida. Ese objetivo puede ser enunciado de esta forma: vive la mejor vida que te sea posible. La vida es un juego cuyas reglas aprendes si saltas a ella y la juegas a fondo. De otro modo, serás atrapada en equilibrio precario, viéndote sorprendida constantemente por los cambios del juego. Los no jugadores gimen y se quejan a menudo de que la suerte siempre pasa de largo por su lado. Se niegan a ver que pueden crear algo de su propia suerte.
DARWI ODRADE
—¿Has estudiado la última grabación del com-ojo de Idaho? —preguntó Bellonda.
—¡Más tarde! ¡Más tarde! —Odrade se dio cuenta de que se sentía susceptible, y de que había saltado ante la pertinente pregunta de Bell.
Las presiones confinaban más y más a la Madre Superiora estos días. Siempre había intentado hacer frente a sus deberes con una actitud de amplios intereses. Cuantas más cosas le interesaban, más ampliamente podía escrutar, y eso le permitía a todas luces conseguir más datos utilizables.
Usar los sentidos los mejoraba. Sustancia, eso era lo que sus inquisitivos intereses deseaban. Sustancia. Era como perseguir comida para apagar una profunda hambre.
Pero sus días estaban empezando a ser duplicados de aquella mañana. Su afición a las inspecciones personales era bien conocida, pero las paredes de aquella sala de trabajo la aprisionaban. Debía permanecer allí donde pudiera ser localizada. No solamente localizada, sino capaz de despachar comunicaciones y gente al instante.
La presión era también de tiempo.
¡Maldita sea! Yo crearé el tiempo. ¡Necesito hacerlo!
Le habían informado que Sheeana decía:
—Estamos viviendo unos días prestados.
¡Muy poético! Pero de muy poca ayuda frente a las pragmáticas demandas. Tenían que Dispersar tantas células Bene Gesserit como fuera posible antes de que cayera el hacha. Ninguna otra cosa tenía tanta prioridad. El tejido de la Bene Gesserit estaba desgarrándose, enviado a destinos que nadie en la Casa Capitular podía llegar a conocer. A veces, Odrade veía aquel fluir como hilachas y residuos. Partían ondulando en sus no-naves, con un stock de truchas de arena en sus bodegas, y las tradiciones Bene Gesserit, sus enseñanzas y sus memorias como guía. Pero la Hermandad había hecho lo mismo hacía mucho tiempo, en la primera Dispersión, y nadie entonces había vuelto ni enviado un mensaje. Nadie. Nadie. Tan sólo habían regresado las Honoradas Matres. Si alguna vez habían sido Bene Gesserit, se dijo, ahora no eran más que una terrible distorsión, ciegamente suicida.
¿Seremos alguna vez un todo de nuevo?
Odrade bajó la vista al trabajo que tenía sobre su mesa: más mapas de selección. ¿Dónde enviar lo que quedaba? Había poco tiempo para hacer una pausa e inspirar profundamente. La Otra Memoria de su difunta predecesora, Taraza, emergió con un enérgico:
—¡Te lo dije! ¿Ves por todo lo que tuve que pasar?
Y yo me pregunté en una ocasión si había espacio en la cúspide del poder.
Puede que hubiera espacio en la cúspide del poder (como le gustaba decir a sus acólitas), pero raras veces había tiempo.
Cuando pensaba en la primordialmente pasiva población no Bene Gesserit de «ahí afuera», Odrade a veces la envidiaba. Se les permitía tener sus ilusiones. Qué consuelo. Podías pretender que tu vida duraría siempre, que mañana sería mejor, que los dioses en sus cielos cuidaban atentamente de ti.
Se retiró de aquel lapso sintiéndose disgustada consigo misma. El ojo no cegado por las nubes era mejor, no importaba lo que viera.
—He estudiado los últimos informes de Idaho —dijo, mirando a la paciente Bellonda que aguardaba al otro lado de la mesa.
—Tiene unos instintos interesantes —dijo Bellonda.
Odrade pensó en aquello. Pocas cosas escapaban a los com-ojos que poblaban la no-nave. La teoría del Consejo acerca del ghola-Idaho era cada día menos una teoría y más una convicción. ¿Cuántas memorias de las vidas seriadas de Idaho contenía aquel ghola?
—Tam está teniendo dudas acerca de sus hijos —dijo Bellonda—. ¿No poseerán talentos peligrosos?
Aquello era de esperar. Los tres hijos que Murbella había dado a Idaho en la no-nave les habían sido retirados a su nacimiento. Los tres estaban siendo observados cuidadosamente mientras se desarrollaban. ¿Poseían aquella sorprendente rapidez de reacción que desplegaban las Honoradas Matres? Era demasiado pronto para decirlo. Era algo que se desarrollaba con la pubertad —según Murbella.
Su cautiva Honorada Matre aceptó que le quitaran sus hijos con furiosa resignación. Idaho, sin embargo, mostró muy poca reacción. Extraño. ¿Acaso había algo que le proporcionaba una visión más amplia de la procreación? ¿Una visión casi Bene Gesserit?
—Otro programa genético de la Bene Gesserit —se había burlado él.
Odrade dejó que sus pensamientos fluyeran. ¿Era en realidad una actitud Bene Gesserit lo que veían en Idaho? La Hermandad decía que los lazos emocionales eran antiguos detritus… importantes para la supervivencia humana en sus días, pero innecesarios ya para los planes Bene Gesserit.
Instintos.
Cosas que surgían con el óvulo y la esperma. A menudo vitales y densos: «¡Es la especie hablándote, tonta!».
Amores… descendencia… hambres… Todas aquellas motivaciones inconscientes impulsando a un comportamiento específico. Era peligroso entrometerse con tales asuntos. Las Amantes Procreadoras lo sabían, aunque lo hicieran. El Consejo discutía aquello periódicamente, y ordenaba una cuidadosa vigilancia de sus consecuencias.
—Has estudiado las grabaciones. ¿Es ésa toda la respuesta que voy a obtener?
Casi una súplica, algo desusado en Bellonda.
¡Bell sabe lo que estoy haciendo!, pensó Odrade. Debo componer con cuidado mi respuesta. No puedo decir nada sin que sea interpretado a través del filtro universal de la Bene Gesserit, todo sometido a sospecha, y siempre con esa pregunta jamás expresada: ¿Qué es lo que quiere decir en realidad?
La grabación del com-ojo que tanto interés había despertado en Bellonda era de Idaho preguntándole a Murbella acerca de las técnicas de adicción sexual de las Honoradas Matres. ¿Por qué? Sus habilidades paralelas procedían del condicionamiento tleilaxu impreso en sus células en el tanque axlotl. Las habilidades de Idaho se habían originado como un esquema inconsciente semejante al instinto, pero el resultado era en la práctica indistinguible del efecto de una Honorada Matre: un éxtasis amplificado hasta que eliminaba toda la razón y ligaba a su víctima a la fuente de tal recompensa.
Murbella había llegado tan lejos solamente en una exploración verbal de sus habilidades. La obvia furia residual de Idaho la había convertido en una adicta con las mismas técnicas que a ella le habían enseñado a usar. Sabía que él había conseguido aquello en respuesta a desencadenantes tleilaxu. Eso había dirigido parte de la reprimida furia de ella hacia la Bene Gesserit. Bell pensaba que aquello podía ser útil cuando consiguieran desviar la atención de Murbella hacia Scytale.
—Murbella se bloquea cuando Idaho pregunta los motivos —dijo Bellonda.
Sí. He visto eso.
—¡Podría matarte y tú lo sabes! —había dicho Murbella.
La grabación del com-ojo los mostraba en la cama en los aposentos de Murbella en la no-nave, recién acabada de saciar su mutua adicción. El sudor brillaba en la piel desnuda. Murbella permanecía tendida con una toalla azul cruzando su frente, sus verdes ojos fijos en los com-ojos. Parecía estar mirando directamente a los observadores. Había pequeñas motas anaranjadas en sus ojos. Motas de furia del almacenamiento residual en su cuerpo de la especia sustituta que empleaban las Honoradas Matres. Ahora tomaba melange… y no había síntomas adversos.
Idaho permanecía tendido a su lado, su negro pelo revuelto en torno a su rostro, un agudo contraste con la blanca almohada debajo de su cabeza. Sus ojos estaban cerrados, pero sus párpados temblaban. Levemente. No comía lo suficiente pese a los tentadores platos enviados por el propio chef de Odrade. Sus altos pómulos se marcaban fuertemente. Su rostro se había vuelto anguloso en los años de su confinamiento.
Odrade sabía que la amenaza de Murbella se basaba en su habilidad física, pero era psicológicamente falsa. ¿Matar a su amante? ¡Muy poco probable!
Bellonda estaba siguiendo la misma línea de pensamiento.
—¿Qué estaba haciendo cuando demostró su rapidez física? Hemos visto eso antes.
—Sabe que estamos observando.
Los com-ojos mostraban a Murbella desafiando el agotamiento post-coito y saltando de la cama. Moviéndose a una velocidad vertiginosa (mucho más rápido de lo que hubiera conseguido nunca una Bene Gesserit), lanzó una tremenda patada con su pie derecho, deteniendo el golpe tan sólo a unos milímetros de la cabeza de Idaho.
A su primer movimiento, Idaho abrió los ojos. La observó sin miedo, sin moverse en lo más mínimo.
¡Ese golpe! Mortal si llega a su destino. Sólo necesitabas verlo una vez para temerlo. Murbella se movía sin recurrir a su córtex central. Al estilo de los insectos, un ataque desencadenado por los nervios hasta el límite de ignición de los músculos.
—¿Has visto? —Murbella bajó su pie y lo miró intensamente.
Idaho sonrió.
Observándolo, Odrade se recordó que la Hermandad tenía a tres de los hijos de Murbella, todos hembras. Las Amantes Procreadoras estaban excitadas. A su debido tiempo, las Reverendas Madres nacidas de esta línea genética podrían competir con esa habilidad de las Honoradas Matres.
Un tiempo del que probablemente no dispongamos.
Pero Odrade compartía la excitación de las Amantes Procreadoras. ¡Esa velocidad! ¡Añadida al adiestramiento nervio-músculo, a los grandes recursos prana-bindu de la Hermandad! Lo que podía crear aquello permanecía inexpresable en su interior.
—Hizo eso para nosotras, no para él —dijo Bellonda.
Odrade no estaba segura. Murbella se resentía de la constante vigilancia ejercida sobre ella, pero había llegado a acostumbrarse al hecho. Muchas de sus acciones ignoraban obviamente el hecho de que había gente detrás de los com-ojos. Aquella grabación la mostraba regresando a su lugar en la cama al lado de Idaho.
—He restringido el acceso a esa grabación —dijo Bellonda—. Algunas acólitas han empezado a mostrarse turbadas.
Odrade asintió. Adicción sexual. Ese aspecto de las habilidades de las Honoradas Matres creaba inquietantes oleajes en la Bene Gesserit, especialmente entre las acólitas. Muy sugerente. Y la mayor parte de las Hermanas en la Casa Capitular sabían que la Reverenda Madre Sheeana, la única entre ellas, practicaba algunas de esas técnicas, desafiando el miedo general de que eso podía debilitarlas.
—¡No debemos convertirnos en Honoradas Matres! —Bell estaba diciendo constantemente eso. Pero Sheeana representa un significativo vector de control. Nos enseña algo sobre Murbella.
Una tarde, encontrando a Murbella sola en sus apartamentos en la no-nave y obviamente relajada, Odrade había intentado una pregunta directa.
—Antes de Idaho, ¿ninguna de vosotras intentó nunca, digámoslo así, «unirse a la diversión»?
Murbella había retrocedido con furioso orgullo.
—¡Me atrapó por accidente!
El mismo tipo de furia que mostró ante las preguntas de Idaho. Recordando esto, Odrade se inclinó sobre la mesa de trabajo y reclamó la grabación original.
—Observa lo furiosa que se pone —dijo Bellonda—. Una orden en hipnotrance contra responder a tales cuestiones. Apostaría en ello mi reputación.
—Todo eso procede de la Agonía de la Especia —dijo Odrade.
—¡Si alguna vez han llegado a ella!
—Se supone que el hipnotrance es nuestro secreto.
Bellonda rumió la obvia deducción: Ninguna de las Hermanas que enviamos en la Dispersión original regresó nunca.
Estaba escrito con grandes letras en sus mentes: «¿Creó la Bene Gesserit a las Honoradas Matres?». Muchas lo sugerían. Entonces, ¿por qué habían recurrido a esclavizar sexualmente a los machos? Los charloteos históricos de Murbella no eran satisfactorios. Todo aquello iba en contra de las enseñanzas de la Bene Gesserit.
—Tenemos que aprender —insistió Bellonda—. Lo poco que sabemos es muy inquietante.
Odrade reconoció la inquietud. ¿Hasta qué punto era una tentación aquella habilidad? No se atrevía a imaginarlo. Las acólitas se quejaban de que soñaban en convertirse en Honoradas Matres. Bellonda estaba preocupada con razón.
Crea y/o despierta unas fuerzas tan desenfrenadas, y levantarás fantasías carnales de enorme complejidad. Puedes conducir a tu antojo poblaciones enteras tirando de sus deseos, de la proyección de sus fantasías.
Ese fue el terrible poder que las Honoradas Matres se atrevieron a usar. Dejemos que se sepa que poseen la llave del éxtasis cegador, y habrán ganado la mitad de la batalla. El simple indicio de la existencia de algo así, ése era el principio de la rendición. La gente al nivel de Murbella en aquella otra Hermandad puede que no comprendiera aquello, pero las de la cúspide… ¿Era posible que simplemente utilizaran ese poder sin ver o ni siquiera sospechar su profunda fuerza? Si ése fuera el caso, ¿cómo se dejaron tentar nuestras primeras Dispersas a este callejón sin salida?
Tiempo atrás, Bellonda había ofrecido su hipótesis:
Una Honorada Matre con una Reverenda Madre cautiva hecha prisionera en aquella primera Dispersión. «Bienvenida, Reverenda Madre. Nos gustaría que fuerais testigo de una pequeña demostración de nuestros poderes». Interludio de demostración sexual seguido por un despliegue de la velocidad física de la Honorada Matre. Luego… retirada de la melange e inyección del sustituto basado en la adrenalina mezclado con una hipnodroga. En ese hipotético trance, la Reverenda Madre quedaría imprimada sexualmente.
Aquello, acoplado a la agonía selectiva de la carencia de melange (sugirió Bell) podía hacer que la víctima renegara de sus orígenes.
¡El destino nos ayude! ¿Eran todas las Honoradas Matres originales Reverendas Madres? ¿Debemos atrevernos a probar esta hipótesis sobre nosotras mismas? ¿Qué podemos aprender de ello de ese par en la no-nave?
Había dos fuentes de información allí ante los atentos ojos de la Hermandad, pero aún no habían encontrado la llave.
Hombre y mujer ya no son solamente compañeros progenitores, ya no son un apoyo y un consuelo mutuo. Algo nuevo ha sido añadido. Las apuestas han aumentado.
En la grabación del com-ojo que se proyectaba sobre la mesa de trabajo, Murbella dijo algo que llamó toda la atención de la Madre Superiora.
—¡Las Honoradas Matres conseguimos esto por nosotras mismas! No podemos hacer responsable a nadie de ello.
—¿Has oído eso? —preguntó Bellonda.
Odrade agitó secamente la cabeza, manteniendo toda su atención en aquel intercambio verbal.
—No puedes decir lo mismo de mí —objetó Idaho.
—Esta es una disculpa vacía —acusó Murbella—. ¡Fuiste condicionado por los tleilaxu a atrapar a la primera Imprimadora que encontraras!
—Y a matarla —corrigió Idaho—. Eso es lo que pretendían.
—Pero ni siquiera intentaste matarme. Lo cual no quiere decir que hubieras podido conseguirlo.
—Fue entonces cuando… —Idaho se interrumpió con una involuntaria mirada a los com-ojos que estaban grabando.
—¿Qué iba a decir aquí? —saltó Bellonda—. ¡Tenemos que descubrirlo!
Pero Odrade prosiguió con su silenciosa observación de la pareja cautiva. Murbella demostró una sorprendente perspicacia.
—¿Crees que me atrapaste debido a algún accidente en el cuál no estabas implicado?
—Exacto.
—¡Pero veo algo en ti que se corresponde a ello! No seguiste simplemente con tu condicionamiento. Actuaste hasta el máximo de tus límites.
Una mirada hacia adentro veló los ojos de Idaho. Echó la cabeza hacia atrás, tensando los músculos de su pecho.
—¡Esa es una expresión Mentat! —acusó Bellonda.
Todos los analistas de Odrade sugerían aquello, pero aún tenían que conseguir una admisión de Idaho. Si era un Mentat, ¿por qué retenía aquella información?
Debido a las demás cosas implicadas en tales habilidades. Nos teme, y con razón.
—Improvisaste, y mejoraste lo que los tleilaxu te hicieron —dijo Murbella burlonamente—. ¡Había algo en ti que no se quejó tampoco!
—Así es como se enfrenta a sus propios sentimientos de culpabilidad —dijo Bellonda—. Tiene que creer que es cierto, o Idaho no hubiera sido capaz de atraparla.
Odrade frunció los labios. La proyección mostraba a un Idaho divertido.
—Quizá a los dos nos ocurrió lo mismo.
—Tú no puedes culpar a los tleilaxu, y yo no puedo culpar a las Honoradas Matres.
Tamalane entró en el cuarto de trabajo y se dejó caer en su silla-perro al lado de Bellonda.
—Veo que también te interesa. —Hizo un gesto hacia las figuras proyectadas.
Odrade cerró el proyector.
—He estado inspeccionando nuestros tanques axlotl —dijo Tamalane—. Ese maldito Scytale ha retenido información vital.
—No hay ningún fallo en nuestro primer ghola, ¿no? —preguntó Bellonda.
—Nada que nuestros Suks puedan descubrir.
—Scytale tiene que guardarse siempre algunos ases en la manga para poder negociar con ellos —dijo Odrade con tono suave.
—Es un asunto desagradable —se quejó Tamalane.
Odrade no pudo hacer otra cosa más que asentir. La información iba goteando lentamente de su cautivo tleilaxu. Nosotras preguntamos y Scytale revela… hasta sus límites negociables.
Ambas partes compartían una fantasía: Scytale estaba pagando a la Bene Gesserit su rescate de las Honoradas Matres y su refugio en la Casa Capitular. Pero cada Reverenda Madre que lo estudiaba sabia que algo más movía al último Maestro tleilaxu.
Hábil, hábil, la Bene Tleilax. Mucho más hábil de lo que sospechábamos. Y nos han manchado con sus tanques axlotl. La misma palabra «tanque»… otro de sus engaños. Nos imaginamos contenedores de cálido líquido amniótico, cada tanque el foco de una compleja maquinaria para duplicar (de una forma sutil, discreta y controlable) el trabajo del seno. ¡El tanque es correcto, de acuerdo! Pero mira lo que contiene.
La solución tleilaxu era directa: utiliza el original. La naturaleza ya lo había hecho a lo largo de eones. Todo lo que necesitaba hacer la Bene Tleilax era añadir su propio sistema de control, su propia forma de duplicar la información almacenada en la célula.
—El Lenguaje de Dios —lo llamaba Scytale. El Lenguaje de Shaitan era más apropiado.
Realimentación. La célula dirigía su propio seno. Eso era más o menos lo que hacía un óvulo fertilizado, de todos modos. Los tleilaxu simplemente lo habían refinado.
—¿Acaso el nacimiento original no se halla ya en la célula?
Scytale siempre formulaba sus preguntas de una forma esquiva y retorcida.
Odrade dejó escapar un suspiro, despertando agudas miradas de sus compañeras. ¿Tiene nuevos problemas la Madre Superiora?
Las revelaciones de Scytale me inquietan. Y lo que esas revelaciones nos han hecho. Oh, cómo retrocedimos ante la «degradación». Luego vinieron las racionalizaciones. ¡Y sabíamos que eran racionalizaciones! «Si no hay otro camino. Si produce los gholas que necesitamos tan desesperadamente. Es probable que encontremos voluntarias». ¡Y las encontramos! ¡Voluntarias!
—¿Qué cantidad y qué tipo de planificación entra en la creación de una Honorada Matre? Eso es lo que debemos averiguar —interpuso Bellonda.
Bell sabe lo que me preocupa, y le importa menos que a mí pensar en ello.
La mirada de Odrade se posó en el rostro de Bellonda, y luego escrutó las paredes de la estancia. ¿Qué es lo que estoy buscando? Qué fría es la luz esta mañana.
Aquella había sido una pregunta de Bellonda-la-Amante-Procreadora. Deseaba saber lo parecidas que eran las Honoradas Matres a las Bene Gesserit en el poderoso moldear del potencial humano.
Odrade se sintió cínica respecto a la pregunta.
¿Qué planificación se centró en mi persona?
A menudo le gustaba pensar en sí misma como en una planificación en el ciclo sexual de la humanidad. Una Reverenda Madre había sido enviada a seducir y a procrear con el difunto Bashar Miles Teg. Resultado: una Darwi Odrade, otra rama en la larga línea Atreides cuyas grabaciones Bellonda guardaba tan cuidadosamente. Bell pensaba en aquello como en una parte esencial de un férreamente controlado plan de procreación.
Pero siempre se producen accidentes, Bell.
La planificación llamada Darwi Odrade poseía un secreto factor de azar que complacía a Odrade. La cualidad de ser único es algo de lo que no hay que burlarse nunca, ni siquiera cuando toma la forma de un Muad’Dib o de su hijo, el Tirano.
Darwi Odrade, una planificación única. ¿Y qué puedo hacer con esa unicidad? ¿Cómo avanzará ese cuidadoso plan?
Era ese sempiterno viejo argumento acerca del Libre Albedrío. Los Mentats aguzaban sus habilidades en él o se veían embotados por él y desechados. Tendemos a ignorarlo.
—¡Estás ensimismada! —gruñó Tamalane. Miró a Bellonda, empezó a decir algo, y se lo pensó mejor.
El rostro de Bellonda adoptó una expresión hermética, algo que acompañaba frecuentemente a sus más sombríos estados de ánimo (y sus estados de ánimo variaban constantemente, pese a su adiestramiento y pese a sus negativas). Su voz fue apenas algo más que un susurro gutural.
—Soy de la opinión de que eliminemos cuanto antes a Idaho. Y en cuanto a ese monstruo tleilaxu…
—¿Por qué hacer una sugerencia así con un eufemismo? —preguntó Tamalane.
—¡Matémoslo entonces! Y el tleilaxu debería ser sometido a toda la persuasión que nosotras…
—¡Callaos, las dos! —Ordenó Odrade.
Apretó por un momento ambas palmas contra su frente y, mirando al ventanal, vio que fuera caía una helada lluvia. El Control del Clima estaba cometiendo más errores. No podías culparles por ello, pero no había nada que los seres humanos odiasen más que lo impredecible. «¡Deseamos que sea natural!». Signifique eso lo que signifique.
Con la llegada de esos pensamientos, Odrade anheló una existencia confinada al orden que tanto la complacía: un paseo ocasional por los huertos. Disfrutaba con ellos en cualquier estación. Una tranquila velada con unos amigos, el toma y daca de las conversaciones inquisitivas con aquellos hacia los que sentía un afecto especial. ¿Afecto? Sí. La Madre Superiora se atrevía a mucho… incluso a amar la compañía. Y las buenas comidas con bebidas escogidas para realzar los sabores. Deseaba aquello también. Qué espléndido era jugar con el paladar. Y más tarde… sí, más tarde… un cálido lecho con un gentil compañero sensible a sus necesidades del mismo modo que ella era sensible a las de él.
La mayor parte de aquello era imposible, por supuesto. ¡Responsabilidades! Qué enorme palabra. Cómo quemaba.
—Siento hambre —dijo Odrade—. ¿Ordeno que sirvan aquí la comida?
Bellonda y Tamalane se la quedaron mirando.
—Sólo son las once y media —se quejó Tamalane.
—¿Sí o no? —insistió Odrade.
Bellonda y Tamalane intercambiaron una mirada en privado.
—Como tú quieras —dijo Bellonda.
Había un dicho en la Bene Gesserit (sabía Odrade) acerca de que la Hermandad funcionaba mucho mejor cuando el estómago de la Madre Superiora estaba satisfecho. Aquello inclinó la balanza.
Odrade pulsó el intercom de su cocina privada.
—Comida para tres, Duana. Que sea algo especial. Elige tú misma.
Sonriendo de la manera más cálida posible, Odrade dijo:
—Me complace que las dos podáis compartir conmigo el talento culinario de Duana.
Tamalane no cambió de expresión. Bellonda se alzó de hombros.
Pero es una artista en la cocina, y ambas lo saben, pensó Odrade. Su chef era una Reverenda Madre fracasada, una a la que se le había negado la Agonía debido a una imperfección metabólica de naturaleza genética… algo simple de ajustar para un Suk pero que sería un terrible impedimento en la Agonía. Duana compensaba aquello siendo la mejor en lo que más le atraía… cocinar.
La comida, cuando llegó, contenía un plato que a Odrade le gustaba particularmente, ternera al horno con verduras. Duana tenía un toque delicado con las hierbas, un poco de romero en la ternera, las verduras no demasiado cocidas. Soberbio.
Odrade saboreó cada bocado. Las otras dos comieron mustiamente, del plato a la boca, del plato a la boca.
¿Es ésta una de las razones por las cuales soy la Madre Superiora y ellas no?
Mientras una acólita retiraba los restos de la comida, Odrade volvió a una de sus cuestiones favoritas:
—¿Cuáles son las habladurías en las salas comunales y entre las acólitas?
Recordaba de sus propios días de acólita cómo había estado pendiente de las palabras de las mujeres más viejas, esperando oír siempre grandes verdades y no obteniendo casi nunca más que chismorreos acerca de la Hermana Tal-y-Tal o los últimos problemas de la Censora X. Ocasionalmente, sin embargo, las barreras caían, y fluían datos importantes.
—Demasiadas acólitas hablan de su deseo de partir en nuestra Dispersión —gruñó Tamalane—. Las ratas y el barco que se hunde, diría yo.
—Últimamente se ha despertado un gran interés en los Archivos —dijo Bellonda—. Las Hermanas más enteradas acuden en busca de confirmación… si tal y tal acólita poseen una fuerte marca genética de Siona.
Odrade encontró aquello interesante. Su antepasada Atreides común de los eones del Tirano, Siona Ibn Fuad al-Seyefa Atreides, había impartido a sus descendientes su habilidad que la ocultaba de los buscadores prescientes.
Todas las personas que caminaban abiertamente por la Casa Capitular compartían aquella ancestral protección.
—¿Una fuerte marca? —preguntó Odrade—. ¿Dudan que estén protegidas?
—Desean asegurarse —gruñó Bellonda—. Y ahora, ¿podemos volver a Idaho? Tiene y no tiene la marca genética. Eso me preocupa. ¿Por qué algunas de sus células no tienen la marca de Siona? ¿Es eso también cosa de los tleilaxu?
—Duncan conoce el peligro y no es un suicida —dijo Odrade.
—No sabemos lo que es —se quejó Bellonda.
—Probablemente un Mentat, y todas nosotras sabemos lo que eso puede significar —dijo Tamalane.
—Entiendo por qué retenemos a Murbella —dijo Bellonda—. Posee valiosa información. Pero Idaho y Scytale…
—¡Ya basta! —restalló Odrade—. ¡Incluso los perros guardianes pueden excederse ladrando!
Bellonda aceptó aquello con un gruñido. Perros guardianes. Aquel término Bene Gesserit para designar la constante monitorización, por parte de las Hermanas para ver lo que hacías, no caía en saco roto. Era muy exasperante para las acólitas, pero era simplemente una parte más de la vida para las Reverendas Madres.
Odrade se lo había explicado a Murbella una tarde, las dos solas en una sala de entrevistas de grises paredes en la no-nave. De pie muy juntas, la una frente a la otra. Los ojos a un mismo nivel. Algo completamente informal e íntimo. Excepto la presencia de los com-ojos a todo su alrededor.
—Perros guardianes —dijo Odrade, respondiendo a una pregunta de Murbella—. Significa que somos moscardones mutuos. No lo hagas más de lo que es. Muy raramente picamos, nos limitamos a zumbar. Una sola palabra suele ser suficiente.
Murbella, frunciendo su ovalado rostro en una mueca de desagrado, sus grandes ojos verdes muy abiertos, pensó obviamente que Odrade se refería a alguna señal común, una palabra o un dicho que las Hermanas utilizaban en tales situaciones.
—¿Qué palabra?
—¡Cualquier palabra, maldita sea! Cualquiera es adecuada. Es como un reflejo mutuo. Compartimos un «tic» común que no nos irrita. Le damos la bienvenida porque nos mantiene sobre nuestros pies.
—¿Y seguiréis vigilándome si me convierto en una Reverenda Madre?
—Queremos a nuestros perros guardianes. Seríamos débiles sin ellos.
—Suena opresivo.
—Nosotras no lo consideramos así.
—Pienso que es repelente. —Miró a las brillantes lentes en el techo—. Como esos malditos com-ojos.
—Cuidamos de nosotras mismas, Murbella. Una vez seas una Bene Gesserit, tendrás asegurada la protección durante toda tu vida.
—Un nicho confortable. —Burlonamente.
—Algo completamente distinto —dijo con suavidad Odrade—. Deberás enfrentarte a constantes desafíos durante toda tu vida. Tendrás que pagarle a la Hermandad sus servicios hasta el límite de tus habilidades.
—¡Perros guardianes!
—Siempre cuidamos las unas de las otras. Algunas de las que nos hallamos en puestos de poder podemos ser autoritarias a veces, incluso familiares, pero tan sólo hasta un punto cuidadosamente medido según las exigencias del momento.
—Pero nunca cálidas o tiernas, ¿eh?
—Esa es la regla.
—¿Afecto quizá, pero no amor?
—Te he explicado la regla. —Y Odrade pudo ver claramente la reacción en el rostro de Murbella: ¡Eso es! ¡Me exigirán que renuncie a Duncan!
—Así que no hay amor entre las Bene Gesserit. —Qué tristeza en su tono. Aún no había esperanza para Murbella.
—El amor es algo que ocurre —dijo Odrade—, pero mis Hermanas lo tratan como aberraciones.
—¿Así que lo que yo siento por Duncan es una aberración?
—Y las Hermanas intentarán tratarla.
—¡Tratarla! ¡Aplicar terapia correctiva a los afligidos!
—El amor es considerado un síntoma de podredumbre en las Hermanas.
—¡Veo síntomas de podredumbre en ti!
Como si estuviera siguiendo los pensamientos de Odrade, Bellonda la extrajo de su ensoñación.
—¡Esa Honorada Matre nunca se entregará a nosotras! —Bellonda se secó un poco de salsa de la comida de la comisura de su boca—. Estamos malgastando nuestro tiempo intentando enseñarle nuestra manera.
Al menos Bell ya no llama a Murbella «ramera», pensó Odrade. Eso es un progreso.