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No podéis manipular una marioneta con tan sólo una cuerda.

El Látigo Zensunni

La Reverenda Madre Sheeana estaba de pie junto a su tarima de escultura, con su moldeador de uñas grises en forma de garras cubriendo sus manos como unos exóticos guantes. El negro sensiplaz en la tarima había estado tomando forma bajo sus manos durante casi una hora. Se sentía cerca de la creación que busca la realización, y que brotaba de un lugar salvaje en su interior. La intensidad de la fuerza creativa hacía temblar su piel, y se preguntaba si los que pasaban por el salón a su derecha no lo captarían. La ventana septentrional de su sala de trabajo dejaba pasar una luz grisácea a sus espaldas, y la ventana occidental resplandecía con el naranja del atardecer del desierto.

Prester, la asistenta menor de Sheeana allá en la Estación de Vigilancia del Desierto, se había detenido en el umbral hacía unos minutos, pero toda la estación sabía muy bien que era mejor no interrumpir a Sheeana en su trabajo.

Retrocediendo un paso, Sheeana apartó un mechón de pelo castaño con reflejos de sol de su frente con el dorso de una mano. El negro plaz se erguía frente a ella como un desafío, con sus curvas y planos casi encajando con la forma que ella sentía en su interior.

Vengo aquí a crear cuando mis miedos son mayores, pensó. Aquel pensamiento ahogó sus impulsos creativos, y redobló sus esfuerzos para completar la escultura. Sus garrudas manos moldeadoras se clavaron y rasgaron el plaz, y la negra forma siguió cada intrusión como una ola agitada por un enloquecido viento.

La luz de la ventana del norte iba disminuyendo, y los automatismos la compensaron con un globo amarillo-grisáceo que flotaba en una esquina del techo, pero no era lo mismo. ¡No era lo mismo!

Sheeana se apartó de su trabajo. Cerca… pero no lo suficientemente cerca. Casi podía tocar la forma dentro de ella y sentirla agitarse en su pugna por nacer. Pero el plaz no se ajustaba a ella. Un rasgante golpe con su mano derecha lo redujo a una informe masa negra en la tarima.

¡Maldición!

Se quitó bruscamente los moldeadores y los dejó caer en un estante junto a la tarima de escultura. El horizonte más allá de la ventana occidental seguía mostrando una débil franja anaranjada. Desvaneciéndose aprisa, del mismo modo que ella sentía desvanecerse su ansia creadora.

Avanzó a largas zancadas hacia la ventana de poniente, a tiempo para ver regresar a los últimos equipos de búsqueda del día. Sus luces de aterrizaje eran aleteantes luciérnagas allá al sur, donde se había establecido un aeródromo temporal en el sendero de las avanzantes dunas. Podía ver por la forma lenta en que descendían los tópteros que no habían encontrado manchas de especia u otros signos de que los gusanos de arena estuvieran al fin desarrollándose a partir de las truchas de arena plantadas allí.

Soy la pastora de unos gusanos que tal vez nunca lleguen.

La ventana le devolvió un oscuro reflejo de sus rasgos. Podía ver claramente dónde la Agonía de la Especia había dejado sus marcas. La esbelta muchacha expósita de bronceada piel de Dune se había convertido en una mujer alta, más bien austera. Pero su cabello castaño aún insistía en escapar de la apretada toca en su nuca. Y podía ver el salvajismo de siempre en sus ojos totalmente azules. Otros podían verlo también. Y ése era el problema, la fuente de algunos de sus miedos.

Parecía no haber freno para la Missionaria en su preparación para nuestra Sheeana.

Si los gigantescos gusanos de arena se desarrollaban… ¡Shai-Hulud regresaría! Y la Missionaria Protectiva de la Bene Gesserit estaba preparada para lanzarla hacia una desprevenida humanidad preparada para la adoración religiosa. El mito convertido en realidad… exactamente del mismo modo en que ella intentaba convertir aquella escultura en una realidad.

¡La Sagrada Sheeana! ¡El Dios Emperador es su esclavo! ¡Ved como los sagrados gusanos de arena la obedecen! ¡Leto ha regresado!

¿Influenciaría aquello a las Honoradas Matres? Probablemente. Al menos le rendían un hipócrita servicio al Dios Emperador en su nombre de Guldur.

Aunque no era probable que siguieran a la «Sagrada Sheeana» excepto en hazañas sexuales. Sheeana sabía muy bien que su propio comportamiento sexual, ultrajante incluso para los estándares de la Bene Gesserit, era una forma de protesta contra aquel papel que la Missionaria intentaba imponerle. La excusa de que ella tan sólo pulía a los machos entrenados en el sometimiento sexual por Duncan Idaho era tan sólo eso… una excusa.

Bellonda sospecha.

La Mentat Bell era un peligro constante para las hermanas que se salían de la norma. Y ésa era una de las importantes razones por las cuales Bell mantenía su poderosa posición en el Alto Consejo de la Hermandad.

Sheeana se apartó de la ventana y se dejó caer sobre el cubrecama naranja y ocre de su camastro. Directamente frente a ella, un enorme dibujo en blanco y negro mostraba a un gigantesco gusano cerniéndose sobre una pequeña figura humana.

Así es como eran y como nunca volverán a ser. ¿Qué era lo que yo intenté decir con ese dibujo? Si lo supiera tal vez fuera capaz de completar la escultura de plaz.

Había sido peligroso desarrollar un lenguaje de las manos secreto con Duncan. Pero había cosas que la Hermandad no podía saber… todavía no.

Puede que haya una vía de escape para nosotros dos.

¿Pero dónde podían ir? Aquél era un universo acosado por las Honoradas Matres y otras fuerzas. Era un universo de planetas dispersos, poblados en su mayor parte por seres humanos que tan sólo deseaban vivir sus vidas en paz… aceptando la guía de la Bene Gesserit en algunos lugares, contorsionándose bajo la represión de las Honoradas Matres en muchas regiones, la mayor parte de ellos deseando gobernarse a sí mismos de la mejor manera posible, el perenne sueño de la democracia, y luego estaban siempre los desconocidos. ¡Y siempre la lección de las Honoradas Matres! Los indicios facilitados por Murbella decían que las Habladoras Pez y las Reverendas Madres habían formado in extremis a las Honoradas Matres. ¡La democracia de las Habladoras Pez se había convertido en la Autocracia de las Honoradas Matres! Los indicios eran demasiado numerosos como para ignorarlos. ¿Pero por qué habían enfatizado las compulsiones inconscientes con sus sondas-T, su inducción celular, y sus proezas sexuales?

¿Dónde está el mercado que acepta talentos fugitivos?

Este universo ya no poseía ni una sola bolsa. Se definía más bien una especie de tela de araña subterránea. Era extremadamente liberal, basada en viejos compromisos y acuerdos temporales.

Odrade había dicho en una ocasión:

—Se parece a un viejo traje con remiendos y bordes deshilachados.

La estrechamente ligada red comercial de la CHOAM del Antiguo Imperio ya no existía. Ahora había cabos sueltos y piezas dispersas que eran mantenidas juntas con los lazos más precarios. La gente trataba aquellos restos con desprecio, añorando siempre los buenos viejos días.

¿Qué clase de universo nos aceptaría como meros fugitivos y no como la Sagrada Sheeana y su consorte?

Pero Duncan no era un consorte. Ese había sido el plan original de la Bene Gesserit:

—Atad a Sheeana a Duncan. Lo controlamos a él, y él puede controlarla a ella.

Murbella cortó en seco ese plan. Y fue una buena cosa para nosotros dos. ¿Quién necesita una obsesión sexual? Pero Sheeana se había visto obligada a admitir que experimentaba unos sentimientos extrañamente confusos hacia Duncan Idaho. El lenguaje de las manos, los contactos corporales. ¿Y qué podían decirle a Odrade cuando venía a fisgonear? No si, sino cuando.

—Hablamos de las formas en que Duncan y Murbella puedan escapar de vos, Madre Superiora. Hablamos de otras formas de restaurar las memorias de Teg. Hablamos de nuestra propia rebelión privada contra la Bene Gesserit. ¡Sí, Darwi Odrade! Vuestro antiguo estudiante se ha vuelto un rebelde contra vos.

Sheeana admitía también unos confusos sentimientos hacia Murbella.

Ella domesticó a Duncan cuando yo tal vez hubiera fallado.

La Honorada Matre cautiva era un estudio fascinante… y a veces divertido. Ahí estaban aquellos versos satíricos colgados en la pared del comedor de las acólitas de la nave.

¡Hey, Dios! Espero que estés ahí.

Quiero que oigas la plegaria que te dirijo a ti.

Esa imagen tallada que tanto me ensimisma:

¿Eres realmente tú, o soy yo misma?

Bien, de todos modos, aquí la tienes:

Por favor haz que mantenga lúcidas mis sienes.

Ayúdame a superar todos mis errores,

Haz que no se conviertan en horrores,

Sino en ejemplos de perfección

Para las Censoras de mi sección;

Y así se expanda mi cordura,

Como el pan bajo la levadura.

Por la razón que más se te acomode,

Hazme ese favor, ¿no te jode?

El subsiguiente enfrentamiento con Odrade, captado por los com-ojos, había sido algo digno de ver.

—Murbella. ¿Tú? —La voz de Odrade había sonado estridente.

—Me temo que sí. —Sin la menor contrición.

—¿Y por qué? —Aún estridente.

—¿Por qué no? —Desafiante.

—¡Es una burla a la Missionaria! No protestes. Esa era tu intención.

—¡Son tan malditamente presuntuosas!

Sheeana no podía hacer otra cosa más que simpatizar con ella cuando pensaba en aquella confrontación. La rebelde Murbella era todo un síntoma. ¿Qué es lo que fermenta en ti hasta que te ves obligada a notarlo?

He luchado precisamente así contra la eterna disciplina:

«Eso te hará fuerte, niña».

¿Era Murbella como una niña? ¿Qué presiones la habían moldeado? La vida era siempre una reacción a las presiones. Algunos se dedicaban a las distracciones fáciles y eran moldeados por ellas: los poros hinchados y enrojecidos por los excesos. Baco los miraba de soslayo. La lujuria marcaba sus rasgos. Una Reverenda Madre lo sabía reconocer tras milenios de observación. Somos moldeados por las presiones, nos resistamos o no a ellas. Presiones y moldeo… eso era la vida. Y creo nuevas presiones con mi secreto desafío.

Dado el actual estado de alerta de la Hermandad a todas las amenazas, probablemente el lenguaje de las manos con Duncan fuera algo fútil.

Sheeana inclinó la cabeza y contempló la masa negra en la tarima de escultura.

Pero persistiré. Crearé mi propia afirmación de mi vida. ¡Crearé mi propia vida! ¡Maldita sea la Bene Gesserit!

Y perderé el respeto de mis Hermanas.

Había algo antiguo en la respetuosa conformidad a la que se veían forzadas. Habían conservado aquella característica de su más antiguo pasado, tomándola regularmente para pulir y efectuar las necesarias reparaciones que el tiempo requería de todas las creaciones humanas. Y ahí estaba hoy, mantenida en una muda reverencia.

Sin embargo tú eres una Reverenda Madre, y eso es cierto desde todos los puntos de vista.

Sheeana sabía que iba a verse obligada a probar aquella antigua característica hasta sus límites, con toda seguridad hasta romperla. Y esa forma de plaz negro intentando salir del lugar salvaje en su interior era tan sólo un elemento de lo que sabía que tenía que hacer. Llamémosle rebelión, llamémoslo con cualquier otro nombre, la fuerza que sentía en su pecho no podía ser negada.