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La persona que toma lo banal y lo ordinario y lo ilumina de una nueva forma puede aterrorizar. No deseamos que nuestras ideas sean cambiadas. Nos sentimos amenazados por tales demandas. «¡Ya conocemos las cosas importantes!», decimos. Luego aparece el Cambiador y echa a un lado todas nuestras ideas.

El Maestro Zensunni

Miles Teg disfrutaba jugando en los huertos que rodeaban Central. Odrade lo había llevado allí por primera vez cuando aún apenas gateaba. Una de sus primeras memorias activas: ni siquiera tenía dos años y ya era consciente de ser un ghola, aunque no comprendía todo el significado de la palabra.

—Eres un niño especial —le dijo Odrade—. Te hicimos a partir de unas células tomadas de un hombre muy viejo.

Aunque era un niño precoz y las palabras de ella tenían un vago sonido inquietante, por el momento estaba más interesado en correr por entre la alta hierba del verano y los árboles.

Más tarde, añadió otros días en los huertos a aquél primero, acumulando al mismo tiempo impresiones acerca de Odrade y las otras que le enseñaban. Muy pronto se dio cuenta de que Odrade disfrutaba de aquellas excursiones tanto como él.

Una tarde, cuando tenía ya cuatro años, él le dijo:

—La primavera es mi estación favorita.

—La mía también —respondió ella.

Cuando tenía siete años y mostraba ya la perspicacia mental unida a una memoria holográfica que había hecho que la Hermandad le confiara unas responsabilidades tan grandes en su anterior encarnación, vio repentinamente los huertos como un lugar que tocaba algo muy profundo en su interior.

Aquella fue su primera concientización auténtica de que arrastraba consigo unas memorias que no podía recordar. Profundamente inquieto, se volvió a Odrade, que permanecía de pie recortada contra la luz del sol vespertino, y le dijo:

—¡Hay cosas que no puedo recordar!

—Un día las recordarás —dijo ella.

No podía ver su rostro contra la brillante luz, y sus palabras brotaron de un gran lugar oscuro, tanto de su propio interior como del de Odrade.

Aquel año empezó a estudiar la vida del Bashar Miles Teg, cuyas células habían iniciado su nueva vida. Odrade le había explicado algo de aquello, mostrándole las uñas de sus dedos.

—Tomé algunas raspaduras de su cuello… células de su piel, y conservaron todas las que necesitábamos para traerte a la vida.

Hubo algo intenso en los huertos aquel año, los frutos fueron más grandes y pulposos, las abejas se mostraron casi frenéticas.

—Es debido a que el desierto se está haciendo más grande aquí en el sur —dijo Odrade. Cogió su mano mientras caminaban en el frescor matutino bajo los manzanos en flor.

Teg miró hacia el sur por entre los árboles, momentáneamente hipnotizado por la luz del sol tamizada por las hojas. Había estudiado el desierto, y creyó poder captar su peso en aquel lugar.

—Los árboles pueden sentir que se acerca su fin —dijo Odrade—. La vida se desarrolla más intensamente cuando se ve amenazada.

—El aire es muy seco —dijo él—. Debe ser cosa del desierto.

—¿Observas cómo algunas hojas se han vuelto amarronadas y están curvadas en sus bordes? Este año hemos tenido que regar mucho.

Le gustaba que ella raras veces le hablara como a un niño. Lo hacía más bien como de un adulto a otro. Contempló las hojas marrones de bordes curvados. El desierto había hecho aquello.

Antes de abandonar Central en compañía de Odrade aquella mañana, había escuchado en silencio mientras un capataz de una granja formulaba preguntas llenas de tensiones. ¿No podía el Control del Clima ser más generoso? ¿Cuál era el uso de todos aquellos satélites y reflectores en órbita ahí arriba si ellos no podían echar un poco más de agua allá donde era tan desesperadamente necesaria?

Muy adentro en los huertos, escucharon inmóviles a los pájaros y los insectos durante un cierto tiempo. Las abejas que zumbaban entre los tréboles en unos pastos cercanos acudieron a investigar, pero las feromonas lo señalaban de la misma manera que a todos los que caminaban libremente por la Casa Capitular. Pasaron zumbando por su lado, captaron los identificadores, y volvieron a sus asuntos con las plantas en flor.

—Es uno de los nuestros.

Odrade, cautivada por la persistencia lineal de la asociación humana con los árboles frutales, habló de ellos mientras permanecían allí.

Manzanos. Señaló hacia el oeste. Melocotoneros. Su atención se dirigió hacia donde señalaba la mujer. Y sí, allí estaban los cerezos, al este, más allá de los pastos. Vio la resina goteando de sus troncos.

Las semillas y los jóvenes retoños habían sido traídos hasta allí en las no-naves originales hacía unos mil quinientos años, dijo ella, y habían sido plantados con un amoroso cuidado.

Teg visualizó unas manos hundiéndose en el suelo, apretando suavemente la tierra en torno a los jóvenes retoños, regando cuidadosamente, las vallas confinando a los rebaños en los terrenos de pastos en torno a las primeras plantaciones y edificios de la Casa Capitular.

Por aquel entonces había empezado a aprender ya cosas acerca del gigantesco gusano de arena que la Hermandad había traído de Rakis. La muerte de aquel gusano había producido una multitud de criaturas llamadas truchas de arena. Las truchas de arena eran la causa de que el desierto estuviera creciendo. Algo de aquella historia tocaba muy profundamente una serie de fibras de su anterior encarnación… un hombre al que llamaban «el Bashar». Un gran soldado que había muerto cuando unas terribles mujeres llamadas las Honoradas Matres habían destruido Rakis.

Teg encontró que tales estudios eran a la vez fascinantes y turbadores. Captaba vacíos en su interior, lugares donde hubiera debido haber recuerdos. Esos vacíos parecían querer llenarse en sus sueños. Y a veces, aparecían rostros ante él. Casi podía oír palabras. Había veces en las que sabía los nombres de algunas cosas antes de que nadie se las hubiera dicho. Especialmente nombres de armas.

Cosas trascendentales iban creciendo en su consciencia. Todo aquel planeta iba a convertirse en un desierto, un cambio que se había iniciado porque las Honoradas Matres deseaban matar a las Bene Gesserit que lo estaban educando.

Las Reverendas Madres que controlaban su vida lo maravillaban a menudo… vestidas de negro, austeras, con aquellos ojos completamente azules, sin nada de blanco. La especia hacía aquello, le dijeron.

Tan sólo Odrade mostraba hacia él algo que podía identificar como auténtico afecto, y Odrade era alguien muy importante. Todo el mundo la llamaba Madre Superiora, y así era como le había dicho que la llamara él también excepto cuando estaban a solas en los huertos. Entonces podía llamarla simplemente Madre.

Durante un paseo matutino cerca de la estación de la cosecha, cuando había cumplido ya los nueve años, justo encima de la tercera elevación en el huerto de manzanos al norte de Central, llegaron a una poco profunda depresión desprovista de árboles y llena de plantas de muy distintas clases. Odrade apoyó una mano en su hombro y lo condujo hasta un lugar desde donde pudieron admirar una sucesión de piedras que formaban como un serpenteante sendero por entre el verdor de las plantas y las flores. La mujer se sentía de un extraño humor. Lo captó en su voz.

—El sentido de la propiedad es una interesante cuestión —dijo—. ¿Este planeta es nuestro, o somos nosotros quienes pertenecemos a él?

—Me gusta cómo huele aquí —dijo él.

Odrade lo soltó y lo animó a seguir avanzando delante de ella.

—Aquí hemos plantado para nuestro olfato, Miles. Hierbas aromáticas. Estúdialas cuidadosamente y aprende sobre ellas cuando vuelvas a la biblioteca. ¡Oh, písalas! —cuando él fue a evitar una planta que se había metido en el sendero.

Colocó su pie derecho firmemente sobre el verde tallo e inhaló los intensos olores.

—Fueron hechas para ser pisoteadas y desprender todo su aroma —dijo Odrade—. Las Censoras han estado enseñándote cómo enfrentarte a la nostalgia. ¿Te han dicho que a menudo la nostalgia es despertada por el sentido del olfato?

—Sí, Madre. —Volviéndose para mirar allá donde ella había pisado, dijo—: Eso es romero.

—¿Cómo lo sabes? —Muy intensamente.

Él se alzó de hombros.

—Simplemente lo sé.

—Puede que se trate de una memoria original. —Sonó complacida.

Mientras proseguían su paseo a través de la aromática hondonada, la voz de Odrade se volvió una vez más pensativa.

—Cada planeta posee sus características propias, de las que extraemos los esquemas de la Vieja Tierra. A veces tan sólo conseguimos un leve bosquejo, pero aquí hemos tenido éxito.

Se arrodilló y tiró de un tallo de una planta intensamente verde. Aplastándolo entre sus dedos, llevó éstos a su nariz.

—Salvia.

Él sabía que era efectivamente esa planta, pero no podía decir cómo lo sabía.

—He notado su aroma en la comida. ¿Es como la melange?

—Aumenta el sabor de la cosas, pero no cambia la consciencia. —Odrade se levantó y lo miró desde toda su altura—. Ten muy en cuenta este lugar, Miles. Nuestros mundos ancestrales han desaparecido, pero aquí hemos vuelto a capturar parte de nuestros orígenes.

Él se dio cuenta de que Odrade le estaba enseñando algo importante. Hoy le había hablado varias veces de propiedades, una palabra que había investigado porque una Censora se lo había ordenado. Sabía el porqué. Era a causa de Yorgi, un chico de las plantaciones que durante dos años había acudido casi cada día para jugar con él. Yorgi, un año o así más joven que él, sentía una obvia adoración hacia su compañero de juegos, intentando hacerlo todo de la misma forma que lo hacía Teg. Pero Yorgi no apareció a la hora de jugar durante casi tres semanas seguidas, y Teg se enfureció cuando nadie le explicó el porqué.

—¡Quiero a mi amigo!

—¿Tu amigo? —preguntó la Censora con aquella engañosa suavidad tan propia de ellas—. ¿Acaso crees que Yorgi te pertenece?

Durante casi una hora exploraron los significados de la palabra propiedad.

Recordando ahora aquello, preguntó a Odrade:

—¿Por qué has expresado tus dudas de si nosotros pertenecíamos a este planeta?

—Mi Hermandad cree que no somos más que administradores de estas tierras. ¿Sabes lo que es un administrador?

—Como Roitiro, el padre de Yorgi. Yorgi dice que su hermana mayor será algún día la administradora de su plantación.

—Correcto. Hemos residido en algunos planetas mucho más tiempo que ninguna otra gente, pero tan sólo somos administradores.

—Si no sois las propietarias de vuestra propia Casa Capitular, ¿quién lo es entonces?

—Quizá nadie. Mi pregunta es: ¿Cómo nos hemos marcado mutuamente, mi Hermandad y este planeta?

Él alzó la vista hacia el rostro de ella y luego volvió a bajarla hasta sus propias manos. ¿Acaso la Casa Capitular lo estaba marcando también a él en aquellos precisos instantes?

—La mayor parte de las marcas se hallan muy profundamente enterradas en nosotros. —Tomó su mano—. Sigamos. —Abandonaron la aromática hondonada y ascendieron hacia la propiedad de Roitiro. Odrade siguió hablando mientras caminaban.

En tales ocasiones él siempre escuchaba, haciendo tan sólo algunas preguntas ocasionales, gozando de aquellos momentos, aprendiendo cosas acerca de la Bene Gesserit, especialmente de aquella mujer de variable carácter a la que llamaba Madre.

—La Hermandad crea muy pocas veces jardines botánicos —dijo—. Los jardines tienen que servir para mucho más que para dar placer a los ojos y a la nariz.

—¿Comida?

—Sí, la necesidad primordial de nuestras vidas. Los jardines producen comida. Esa hondonada de ahí atrás será recolectada para nuestras cocinas.

Notó que sus palabras fluían en él, alojándose en su interior entre los vacíos. Tuvo la sensación de un plan con una previsión de siglos: árboles para reemplazar las vigas de los edificios, para señalar las cuencas, plantas para evitar que las orillas de los lagos y ríos se desmoronaran, para proteger el suelo de la erosión de la lluvia y el viento, para mantener las orillas del mar, e incluso dentro del agua para señalar lugares donde los peces pudieran reproducirse. La Bene Gesserit pensaba también en los árboles para proporcionar refugio, o para arrojar sombras en los prados.

—Árboles y plantas de todas clases para todas nuestras relaciones simbióticas —dijo.

—¿Simbióticas? —era una palabra nueva.

Ella la explicó a través de algo que sabía que él había conocido ya… yendo con los demás a buscar setas.

—Las setas crecen solamente en compañía de raíces amistosas. Cada una de ellas tiene una relación simbiótica con una planta en particular. Cada cosa que crece y se desarrolla toma algo de lo que necesita, de la otra.

Ella siguió explicando y él, aburrido por la lección, dio un puntapié a un matojo de hierba, luego vio que ella lo miraba de nuevo de aquella turbadora manera. Acababa de hacer algo ofensivo. ¿Por qué era correcto pisar una cosa que crecía y se desarrollaba y no darle un puntapié a otra?

—¡Miles! La hierba impide que el viento erosione el suelo en lugares especiales como los lechos de los ríos.

Conocía aquel tono. Una reprimenda. Bajó la vista hacia el matojo de hierba al que había ofendido.

—Esas hierbas alimentan a nuestro ganado. Algunas poseen semillas que comemos en forma de pan y otros alimentos. Algunas hierbas más fuertes sirven como guardabrisas.

¡Él ya sabía todo aquello! Intentando conseguir que cambiara de tema, dijo:

—¿Guardabrisas?

Ella no sonrió, y así supo que se había equivocado pensando que podía engañarla. Resignado, escuchó mientras ella proseguía con la lección.

Había raíces que penetraban muy profundamente en la tierra, dijo Odrade, para proporcionar firmeza al suelo desde muy por debajo de la superficie.

—Hubo un tiempo en que los granjeros decían que las parras y algunos arbustos tienen raíces que «llegan hasta el infierno» en busca de su agua, robándosela a las almas condenadas allí.

—¿Y creen realmente eso? —Las Censoras de la Missionaria decían que las almas eran una ilusión.

—Quizá, pero nos enseñan a no regar nunca si la planta puede sobrevivir por sí misma sin ello. Cuando no riegas los frutos crecen más dulces, más ricos en cosas que nuestros cuerpos necesitan.

De nuevo la irrigación. Trazando otra vez el camino al desierto. Ella le hizo detenerse al lado de un manzano lleno de frutos y Teg escuchó con cuidado, buscando volver a ganarse su favor.

Cuando llegara el desierto, le dijo ella, las parras, con sus raíces primarias hundiéndose varios cientos de metros, serían probablemente las últimas en desaparecer. Los huertos serían los primeros en morir.

—¿Por qué tienen que morir?

—Para dejar sitio a una forma de vida mucho más importante.

—Los gusanos de arena y la melange.

Vio que aquella respuesta la había complacido, puesto que demostraba su conocimiento de la relación entre los gusanos de arena y la especia que la Bene Gesserit necesitaba para su existencia. No estaba seguro de cómo funcionaba esa necesidad, pero imaginaba un círculo: Gusanos de arena a truchas de arena a melange y de vuelta al principio. Y la Bene Gesserit tomaba lo que necesitaba de ese círculo.

Seguía sintiéndose cansado de toda aquella enseñanza, de modo que preguntó:

—Si todas estas cosas tienen que morir inevitablemente, ¿por qué tengo que ir a la biblioteca y aprenderme sus nombres?

—Porque eres un ser humano, y los seres humanos poseen ese profundo deseo de clasificar, de ser Linneo colocando etiquetas, en latín o en cualquier otro idioma, a todo.

Él sabía que existía un antiguo idioma llamado latín, pero Odrade tuvo que deletrearle Linneo, recordándole:

—Estúdialo.

—¿Pero por qué tenemos que dar nombres a estas cosas?

—Porque de esa forma podemos reclamar todo aquello a lo que hemos puesto nombre. Asumimos una propiedad que puede ser engañosa e incluso peligrosa.

Así que habían vuelto a la idea de propiedad.

—Mi calle, mi lago, mi planeta, mi amigo —dijo Odrade—. Mi etiqueta para siempre.

Él se sobresaltó cuando ella dijo «mi amigo», pero Odrade aún no había terminado con él.

—Una etiqueta colocada sobre un lugar o una cosa puede que no dure ni siquiera tu propio tiempo de vida excepto como un educado regalo aceptado por los conquistadores… o como un sonido recordado con temor.

—Dune —dijo.

—¡Eres rápido!

—Las Honoradas Matres quemaron Dune.

—Nos harán lo mismo a nosotras si nos descubren.

—¡No si yo soy vuestro Bashar! —Las palabras brotaron de él sin pensar pero, una vez pronunciadas, sintió que podía haber en ellas algo de verdad. Los registros de la biblioteca decían que el Bashar había hecho que los enemigos temblaran con su sola presencia en el campo de batalla.

Como si se diera cuenta de lo que él estaba pensando, Odrade dijo:

—El Bashar Teg fue famoso también por crear situaciones en las que no fue necesaria ninguna batalla.

—Pero luchó contra vuestros enemigos.

—Nunca olvides Dune, Miles. Él murió allí.

—Lo sé.

—¿Te han hecho estudiar ya Caladan las Censoras?

—Sí. En mis historias es llamado Dan.

—Etiquetas, Miles. Los nombres son recordatorios interesantes, pero la mayor parte de la gente no efectúa otras conexiones. Una historia aburrida, ¿eh? Nombres… indicadores convenientes, útiles sobre todo con los de tu propia familia.

—¿Eres tú de mi propia familia? —Era una pregunta que lo había estado persiguiendo, pero no con aquellas palabras hasta aquel momento.

—Los dos somos Atreides. Recuerda eso cuando vuelvas a tus estudios sobre Caladan.

Cuando regresaron por entre los huertos y cruzando los pastos hasta la ventajosa loma desde la que se divisaba Central por entre las ramas de los árboles, Teg vio el complejo administrativo y su barrera de plantaciones con una nueva sensibilidad. Conservó cerca aquella visión mientras cruzaban la verja y penetraban por la arcada a la Calle Principal.

«Una joya viviente» llamaba Odrade a Central.

Mientras cruzaban la arcada, el niño alzó la vista hacia el nombre de la calle grabado al fuego junto al arco de entrada. Galach, con una elegante caligrafía decorativa muy Bene Gesserit. Todas las calles y edificios estaban etiquetados de la misma manera.

—No hay ningún motivo por el cual la comunicación deba ser fea —le dijo Odrade cuando le preguntó por qué habían sido escritos de aquel modo.

—¿Dónde aprendisteis a escribir así los nombres?

—Hace miles y miles de años. Lo aprendimos de artistas cuyos nombres solamente nosotras recordamos.

Teg se dio cuenta de que ella estaba refiriéndose a sus Otras Memorias. Algo maravilloso y sorprendente a lo que aquellas mujeres siempre parecían referirse de la forma más casual.

Mirando a Central a su alrededor, la danzarina fuente en la plaza delante de ellos, los elegantes detalles, sintió una profunda experiencia humana. La Bene Gesserit había hecho de aquel lugar algo sustentador de una forma que no podía captar completamente. Las cosas captadas en los estudios y las excursiones por los huertos, cosas simples y complejas, adquirían un nuevo enfoque. Había una respuesta Mentat latente, pero no podía captarla, tan sólo sentir que su persistente memoria había tomado algunas relaciones y las había reorganizado. Se detuvo de pronto y volvió la vista hacia el lugar por donde habían venido… el huerto enmarcado por la arcada de la calle cubierta. Todo estaba relacionado. Los desechos de Central producían metano y fertilizantes. (Había visitado la planta con una Censora). El metano hacía funcionar las bombas y proporcionaba parte de la energía para la refrigeración.

—¿Qué estás mirando, Miles?

No supo qué responder. Pero recordó una tarde de otoño en que Odrade lo llevó por encima de Central en un tóptero para hablarle de esas relaciones y ofrecerle una «visión de conjunto». Entonces sólo habían sido palabras (¡otra de sus lecciones!), pero ahora las palabras tenían un significado.

—Es lo más cercano a un círculo ecológico cerrado que podemos crear —había dicho Odrade en el tóptero—. Los monitores orbitales del Control del Clima lo supervisan y marcan las líneas generales.

—¿Por qué te quedas ahí mirando el huerto, Miles? —Su voz estaba ahora llena de tonos imperativos contra los que no tenía defensa.

—En el ornitóptero, dijiste que era hermoso pero también peligroso.

Tan sólo habían efectuado un viaje en tóptero juntos. Odrade captó inmediatamente la referencia.

El círculo ecológico.

Él se volvió y la miró, aguardando.

—Cerrado —dijo ella—. Qué tentador resulta levantar altos muros y mantener fuera el cambio. Arraigarnos aquí en nuestra satisfecha comodidad.

Sus palabras lo llenaron de inquietud. Tuvo la sensación de haberlas oído antes… en algún otro lugar, con una mujer distinta sujetando su mano.

—Los recintos de cualquier tipo son un fértil campo abonado para odiar a los extranjeros —dijo Odrade—. Eso produce una amarga cosecha.

No eran exactamente las mismas palabras, pero si la misma lección.

Caminó pausadamente al lado de Odrade, notando su mano sudorosa contra la de la mujer.

Una vez más, su mente dio un giro de aquella extraña manera, reorganizando datos, planteando nuevas relaciones. La fuerza Mentat lo mantenía como atontado mientras se producían cambios internos. Otoño: regulado y encajado en un ciclo de estaciones. Pronto llegaría el tiempo de la recolección… círculos girando ahí afuera y en su mente. Todo ello ordenado de acuerdo con las necesidades de jardines y huertos primero, de otras comodidades segundo.

—¿Por qué estás tan callado, Miles?

—Sois agricultoras —dijo—. Eso es realmente lo que hacéis las Bene Gesserit.

Odrade comprendió inmediatamente lo que había ocurrido. El adiestramiento Mentat brotando de él sin que se diera cuenta de ello. Era mejor no explorarlo todavía.

—Estamos preocupadas por todo lo que crece y se desarrolla, Miles. Es perspicaz por tu parte el darte cuenta de ello.

Mientras proseguían su camino, ella de vuelta a su torre, él a sus aposentos en la sección de la escuela, Odrade dijo:

—Diré a tus Censoras que pongan mayor énfasis en los usos sutiles de tus energías.

Él interpretó mal sus palabras.

—Ya estoy adiestrándome con pistolas láser. Dicen que soy muy bueno con ellas.

—Eso he oído. Pero hay armas que no puedes sostener en tus manos. Sólo puedes sostenerlas en tu mente.