Aquellos que quieran repetir el pasado deben controlar la enseñanza de la historia.
Coda Bene Gesserit
Cuando el bebé-ghola del primer tanque axlotl Bene Gesserit fue entregado, la Madre Superiora Darwi Odrade ordenó una discreta celebración en su comedor privado en la parte superior de Central. Acababa de amanecer, y las otras dos miembros del Consejo —Tamalane y Bellonda— mostraron su impaciencia ante la invitación, pese a que Odrade había ordenado que la comida fuera servida por su chef personal.
—No todas las mujeres pueden presidir el nacimiento de su propio padre —ironizó Odrade cuando las otras se quejaron de que tenían su tiempo demasiado ocupado como para permitirse el «malgastarlo con tonterías».
Sólo la vieja Tamalane mostró un taimado regocijo.
Bellonda mantuvo sus carnosos rasgos inexpresivos, lo cual en ella era muy a menudo el equivalente a un fruncimiento de ceño.
¿Era posible, se preguntó Odrade, que Bell no hubiera exorcizado el resentimiento hacia la relativa opulencia del entorno de la Madre Superiora?
Los aposentos de Odrade mostraban la marca distintiva de su posición, pero la distinción representaba más sus deberes que una elevación por encima de sus Hermanas. El pequeño comedor le permitía consultar con sus consejeras durante sus ágapes.
Disponía de su propia cocina privada con su chef permanente, aunque la mayor parte de sus comidas procedían siempre de las cocinas comunales. Pero nunca se sabía cuándo un huésped inesperado podía venir a sentarse a su mesa, o cuándo ella y sus ayudantes podían necesitar restaurar sus gastadas energías.
Siempre tenía cerca toda la ayuda que necesitara. Alguien de los Archivos de Bell podía estar allí en cuestión de minutos o, por proyección en su mesa de trabajo, en cuestión de segundos.
Bellonda miró hacia uno y otro lado del comedor de Odrade, a todas luces impaciente por marcharse. Se habían realizado muchos infructuosos esfuerzos en el intento de penetrar el frío y remoto caparazón de Bellonda.
—Resulta muy extraño tener a ese bebé en tus brazos y pensar: Es mi padre —dijo Odrade.
—¡Te oí la primera vez! —respondió Bellonda con una retumbante voz de barítono que parecía brotar de su estómago, como si cada palabra le produjera una vaga indigestión.
Sin embargo, captó la sesgada ironía de Odrade. El viejo Bashar Miles Teg había sido el padre de la Madre Superiora. Y la propia Odrade había recogido las células (raspaduras de la uña de uno de sus dedos) a partir de las cuales desarrollar su nuevo ghola, como parte de un «posible plan» a largo plazo con el cual esperaban tener éxito en duplicar los tanques tleilaxu. Pero antes se dejaría Bellonda expulsar de la Bene Gesserit que aceptar el comentario de Odrade sobre el equipo vital de la Hermandad.
—Considero esto una frivolidad en unos momentos como los actuales —dijo Bellonda—. ¡Esas locas nos persiguen para exterminarnos, y tú deseas una celebración!
Odrade consiguió mantener su tono tranquilo con un cierto esfuerzo.
—Si las Honoradas Matres nos encuentran antes de que estemos preparadas, quizá sea porque hemos fracasado en mantener alta nuestra moral.
La silenciosa mirada de Bellonda clavada directamente en los ojos de Odrade mostraba una frustrada acusación:
¡Esas terribles mujeres han exterminado ya dieciséis de nuestros planetas!
Como hacía con frecuencia, Bellonda había conseguido sin siquiera hablar que la Madre Superiora centrara su atención en las cazadoras que las acechaban con salvaje persistencia. Aquello estropeó la atmósfera de suave éxito que Odrade había esperado conseguir aquella mañana.
Se obligó a sí misma a pensar en el nuevo ghola. ¡Teg! Si podían ser restauradas sus memorias originales, la Hermandad dispondría de nuevo a su servicio del mejor Bashar que jamás hubiera tenido. ¡Un Bashar Mentat! Un genio militar cuyas proezas habían pasado ya a la mitología del Antiguo Imperio.
¿Pero podría ser de alguna utilidad Teg contra aquellas mujeres que habían regresado de la Dispersión?
¡Por todos los dioses que existen o puedan existir, las Honoradas Matres no deben encontrarnos! ¡Todavía no!
Teg representaba demasiadas inquietantes incógnitas y posibilidades. El misterio rodeaba el periodo anterior a su muerte en la destrucción de Dune. Hizo algo en Gammu que prendió la furia desatada de las Honoradas Matres. Su suicida permanencia en Dune no fue suficiente para desatar una furiosa respuesta asesina. Había rumores, detalles e indicios de sus días en Gammu antes del desastre de Dune. ¡Podía moverse más rápido de lo que el ojo era capaz de captar! ¿Era cierto eso? ¿Otro afloramiento de habilidades salvajes en los genes de los Atreides? ¿Una mutación? ¿O simplemente otro añadido al mito de Teg? La Hermandad tenía que averiguarlo tan pronto como fuera posible.
Una acólita entró trayendo tres desayunos, y las hermanas comieron rápidamente, como si aquella interrupción tuviera que ser dejada atrás tan pronto como fuera posible debido a que cualquier pérdida de tiempo era algo peligroso.
¡Esas condenadas cazadoras! ¡Siempre en algún lugar en nuestros pensamientos!
Incluso después de que las otras se fueran, Odrade se quedó con la impresión de los temores no expresados de Bellonda.
Y mis temores.
Se levantó y se dirigió a la enorme ventana que se asomaba por encima de los bajos techos de los edificios circundantes al anillo que huertos y campos que rodeaba Central. La primavera estaba terminando, y los frutos empezaban a tomar ya forma ahí afuera. Renacimiento. ¡Un nuevo Teg ha nacido hoy! Ningún sentimiento de excitación acompañó aquel pensamiento. Normalmente aquella vista la reanimaba, pero no hoy, no esta mañana.
¿Cuáles son mis auténticas fuerzas? ¿Cuáles son mis hechos?
Los recursos a disposición de una Madre Superiora eran formidables: una profunda lealtad en todos aquellos que la servían, un brazo militar bajo un Bashar adiestrado por Teg (muy lejos ahora con una enorme porción de sus tropas, protegiendo su planeta escuela, Lampadas), artesanos y técnicos, espías y agentes a lo largo y ancho de todo el Antiguo Imperio, incontables trabajadores que contaban con la Hermandad para que les protegiera de las Honoradas Matres, y todas las Reverendas Madres con sus Otras Memorias retrocediendo hasta los albores de la vida.
Odrade sabía sin falso orgullo que ella representaba la cúspide de lo que había más fuerte en una Reverenda Madre. Si sus memorias personales no le proporcionaban la información que necesitaba, tenía a su disposición otras a su alrededor para llenar los huecos. Las máquinas también almacenaban datos para ella, aunque tenía que admitir su desconfianza innata hacia tales cosas. ¿No vinieron todas a través de manos humanas? ¡Entonces dejemos que los humanos los juzguen y los presenten!
Odrade se sintió tentada a bucear en aquellas otras vidas que arrastraba consigo como una memoria secundaria… aquellas capas de consciencia subterránea. Quizá pudiera encontrar brillantes soluciones a sus apuros en las experiencias de las Otras. ¡Peligroso! Puedes perderte durante horas, fascinada por la multiplicidad de las variaciones humanas.
Mejor dejar a las Otras Memorias equilibradas ahí dentro, listas para aflorar en los momentos de demanda o necesidad. Consciencia, aquél era el fulcro y el asidero de su identidad.
La metáfora del extraño Mentat Duncan Idaho ayudaba.
Autoconsciencia: hacer frente a los espejos que pasan cruzando el universo, arracimando nuevas imágenes a su paso… reflejándose indefinidamente. El infinito visto como finito, el análogo de la consciencia arrastrando consigo atisbos entrevistos de infinito.
Nunca había oído otras palabras que se acercaran más a su inexpresada consciencia.
—La complejidad especializada —lo llamaba Idaho—. Reunimos, ensamblamos, y reflejamos nuestros sistemas de orden.
Por supuesto, el enfoque de la Bene Gesserit era que los humanos constituían una forma de vida diseñada por la evolución para crear orden.
¿Y cómo nos ayudará eso contra esas caóticas mujeres que nos persiguen? ¿Qué rama de la evolución constituyen? ¿Acaso la evolución no es otro nombre por el que se conoce a Dios?
Sus Hermanas se reirían despectivamente ante tales «especulaciones inútiles».
De todos modos, tenía que haber respuestas a aquello en sus Otras Memorias.
¡Ahhh, qué seductor!
Cuán desesperadamente deseaba proyectar su acosado yo hacia las identidades del pasado y sentir lo que había representado vivir entonces. El peligro inmediato de aquella tentación la hizo estremecerse. Sintió a las Otras Memorias arracimarse en los bordes de su consciencia. «¡Era así!». «¡No, era más bien de esa otra forma!». Qué ávidas eran. Tenías que buscar y elegir, animando cuidadosamente el pasado. ¿Y acaso no era ésa la finalidad de la consciencia, la auténtica esencia de sentirse viva?
Seleccionar del pasado y confrontarlo al presente: aprender de las consecuencias.
Esta era la visión Bene Gesserit de la historia, las antiguas palabras de Santanaya resonando en sus vidas: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo».
Los edificios del propio Central, el más poderoso de todos los asentamientos Bene Gesserit, reflejaban esa actitud hacia la que se dirigía Odrade. Usiforme, ese era el concepto dominante. Muy pocas cosas se permitía que fueran no funcionales en ningún centro de trabajo de la Bene Gesserit, había muy poco lugar para la nostalgia. La Hermandad no necesitaba arqueólogos. Las propias Reverendas Madres encarnaban la historia.
No disponemos de desvanes. ¡Lo reciclamos todo!
Lentamente (mucho más lentamente que de costumbre), la vista desde su alta ventana fue produciendo su efecto tranquilizador. Lo que sus ojos informaban era la esencia del orden Bene Gesserit.
Pero las Honoradas Matres podían terminar con ese orden en cualquier momento. La situación de la Hermandad era mucho peor de la que habían sufrido bajo el Tirano. Odrade sintió que muchas de las decisiones que se había visto obligada a tomar le resultaban ahora odiosas. Su cuarto de trabajo le resultaba cada vez menos agradable debido a las acciones que se habían tomado allí.
¿Dar por perdido nuestro Alcázar Bene Gesserit en Palma?
Esa sugerencia se hallaba en el informe matutino de Bellonda que aguardaba encima de su mesa. Odrade escribió una nota afirmativa en él. «SI».
Darlo por perdido porque el ataque de las Honoradas Matres es inminente y no podemos ni defenderlo ni evacuarlo.
Mil quinientas Reverendas Madres y sólo el Destino sabía cuántas acólitas, postulantes, y otras, muertas o peor aún a causa de aquella simple palabra.
No es posible ninguna operación de rescate. No. No. Retirarse una vez más. Sí. Sí.
No y Sí se convertían en algo igualmente ofensivo.
La tensión de tales decisiones producía un nuevo tipo de debilidad en Odrade. ¿Era una debilidad del alma? ¿Existía realmente el alma? Sentía un profundo cansancio cuando la consciencia no podía ser sondeada. Cansancio, cansancio, cansancio.
Incluso Bellonda mostraba esa tensión, y Bell la exteriorizaba a través de la violencia. Tan sólo Tamalane parecía hallarse por encima de ella, pero eso no engañaba a Odrade. Tam había entrado en la edad de la observación superior que se hallaba ante todas las hermanas si conseguían sobrevivir hasta llegar a ella. Nada importaba entonces excepto las observaciones y los juicios. La mayor parte de todo ello no era exteriorizado jamás excepto en breves expresiones o fruncimientos de los rasgos. Tamalane hablaba muy poco estos días, sus comentarios eran tan escasos que hasta parecían incluso ridículos.
—Compra más no-naves.
—Alecciona a Sheeana.
—Revisa las grabaciones de Duncan Idaho.
—Pregunta a Murbella.
A veces tan sólo emitía gruñidos, como si las palabras pudieran traicionarla.
Y siempre los cazadores estaban ahí afuera, barriendo el espacio en busca de cualquier indicio sobre la localización de la Casa Capitular.
En sus pensamientos más íntimos, Odrade veía a las no-naves de las Honoradas Matres como corsarios en aquellos mares infinitos entre las estrellas. No ondeaban banderas negras con la calavera y las tibias cruzadas, pero la bandera estaba allí de todos modos. Y no había nada romántico en ellas. ¡Muerte y pillaje! Amasa tu fortuna en la sangre de los demás. Vacía esa energía y construye tus no-naves asesinas sobre caminos lubricados con sangre.
Y no se daban cuenta de que se ahogarían en aquel lubricante rojo si seguían por aquel camino.
Tiene que existir gente furiosa ahí afuera, en esa Dispersión humana donde se originaron las Honoradas Matres, gente que vive sus vidas con una sola idea fija: ¡Dominación!
Era un universo peligroso aquél en el que se permitía que tales ideas flotaran libres. Las buenas civilizaciones cuidaban de que tales ideas no adquirieran energía, no tuvieran siquiera la posibilidad de nacer. Cuando ocurría eso, por azar o accidente, tenían que ser desviadas rápidamente, porque tendían a hacerse grandes y poderosas.
Odrade se sorprendía de que las Honoradas Matres no vieran aquello o, si lo veían, lo ignoraran.
—Histéricas absolutas —las llamaba Tamalane.
—Xenofobia —mostraba su desacuerdo Bellonda, siempre corrigiendo, como si el control de los archivos le proporcionara una mayor visión de la realidad.
Ambas tenían razón, pensó Odrade. Las Honoradas Matres se comportaban histéricamente. Todos los desconocidos eran el enemigo. Los únicos en quienes parecían confiar eran los hombres a los que esclavizaban sexualmente, y tan sólo hasta un grado muy limitado. Probándolos constantemente, según Murbella (nuestra única Honorada Matre cautiva), para ver si su dominio sobre ellos era firme.
—A veces, por puro despecho, eliminan a alguno simplemente como ejemplo para los demás. —Eran palabras de Murbella, y forzaban una pregunta: ¿Están haciendo un ejemplo de nosotras?: «¡Ved! ¡Esto es lo que les ocurre a aquellos que se atreven a oponérsenos!».
La xenofobia no era una experiencia nueva para la Bene Gesserit. Nuestra respuesta, pensó Odrade, es la respuesta de la inteligencia equilibrada que amortigua las amplias oscilaciones que encontramos. ¿Y no había demasiado orgullo en un pensamiento así?
—Tenemos nuestra propia xenofobia personal —había advertido a su Consejo—. Hemos caído en una paranoia defensiva enfocada en las Honoradas Matres.
¿Y qué tenía que decir Murbella, la Honorada Matre cautiva, de todo esto?
—Vosotras las habéis incitado —había dicho Murbella—. Una vez incitadas, no desistirán hasta que os hayan destruido.
¡Eliminad a los desconocidos!
Singularmente directo. Una debilidad, si sabemos jugarla bien, pensó Odrade.
¿Xenofobia llevada hasta un extremo ridículo?
Completamente posible.
Odrade dio un puñetazo contra su mesa de trabajo, consciente de que la acción sería vista y registrada por las Hermanas que mantenían una vigilancia constante sobre el comportamiento de la Madre Superiora. Habló en voz alta para los com-ojos y las vigilantes hermanas que sabía estaban detrás de ellos.
—¡No nos quedaremos sentadas aguardando detrás de enclaves defensivos! Nos pondremos tan gordas como Bellonda —(¡dejemos que se preocupe un poco por eso!)— pensando que hemos creado una sociedad intocable y unas estructuras permanentes.
Odrade barrió con la mirada la familiar habitación.
—¡Este lugar es una de nuestras debilidades!
Ocupó la silla detrás de su mesa de trabajo, pensando (¡qué sorpresa!) en la arquitectura y planificación de la comunidad. ¡Bien, ése era un derecho de la Madre Superiora!
Las comunidades de la Hermandad muy raras veces crecían al azar. Incluso cuando ocupaban estructuras ya existentes (como habían hecho con el antiguo Alcázar Harkonnen en Gammu), lo hacían con planes de reconstrucción. Deseaban neumotubos para enviar pequeños paquetes y mensajes. Líneas de luz y proyectores de durorrayos para transmitir mensajes cifrados. Se consideraban maestras en comunicaciones de seguridad. Las acólitas y las correos de las Reverendas Madres (dispuestas a aceptar la autodestrucción antes que traicionar a sus superioras) llevaban los mensajes más importantes.
Podía visualizar todo aquello más allá de su ventana y más allá de su planeta… toda aquella inmensa tela de araña, soberbiamente organizada y controlada, con cada una de las Bene Gesserit como una extensión de todas las demás. En todo lo relativo a la supervivencia de la Hermandad, había un núcleo de lealtad que era intocable. Podía haber desviaciones, algunas espectaculares (como la de Dama Jessica, la abuela del Tirano), pero se desviaban tan sólo hasta un cierto punto. La mayoría de los trastornos que creaban eran sólo temporales. El «¡Yo sé mejor que tú lo que debo hacer!» se desvanecía cuando las amenazas al orden eran reconocidas.
Y todo eso era un esquema Bene Gesserit. Una debilidad. Odrade tuvo que admitir su profundo acuerdo con los temores de Bellonda. ¡Pero que me condene si permito que tales cosas depriman la alegría de vivir! Aquello sería caer en lo que las rabiosas Honoradas Matres querían.
—Es nuestra fuerza lo que desean las cazadoras —dijo Odrade, mirando a los com-ojos del techo. Como los antiguos salvajes comiendo los corazones de sus enemigos. Bien… ¡les daremos algo para comer, de acuerdo! ¡Y no descubrirán hasta que sea demasiado tarde que no pueden digerirlo!
Excepto las enseñanzas preliminares diseñadas para las acólitas y postulantes, la Hermandad no había ido muy lejos en las frases exhortativas, pero Odrade tenía sus propias consignas privadas: «Alguien tiene que arar el terreno». Sonrió para sí misma mientras se inclinaba sobre su trabajo, mucho más animada. Aquella habitación, aquella Hermandad, eran el terreno, y había malas hierbas que arrancar, semillas que plantar. Y fertilizar. No debemos olvidar el fertilizante.