Capítulo 111

ace dos meses y pico, un día de enero, en dos lugares de la ciudad.

«Soy Lennon. Mi MSN es Johnforever@hotmail.com. Te espero. Solo te pido una cosa, si te parece bien, claro. Si tienes una foto tuya en la ventana del MSN, ¿puedes quitarla, por favor?

Muchas gracias.

Ahora nos vemos».

Éste era el mensaje privado que Minnie16 había recibido de Lennon en el foro musiqueros.es.

Se conocían desde hacía dos días. Su primer contacto fue una acalorada discusión sobre la música comercial. Cada uno defendía con ímpetu una idea distinta, hasta tal punto que a las tres de la mañana se quedaron ellos solos. La disputa terminó en sonrisas y en un «espero volver a verte». Al día siguiente se repitió el encuentro. Ironía, jugueteo, complicidad. Y al tercer día, ella recibió de él ese mensaje privado.

Paula releyó aquellas frases varias veces. No entendía lo de la foto. Pero, sin saber por qué, lo hizo: agregó a Lennon y en la ventana de su MSN colocó un osito de peluche con un corazón.

Cinco minutos eternos. Infinitos. Hasta que apareció.

—¿Minnie?

—Sí, soy yo. Mi nombre es Paula, Lennon. Encantada.

Ídem. Yo soy Ángel. Muchas gracias por quitar tu foto.

—De nada. Pero ¿por qué no quieres verme?

—Una costumbre.

—¿Me la explicas?

—Yo no te voy a poner mi foto y quiero que estemos en igualdad de condiciones.

Paula no entiende a qué viene tanto misterio. Aquel chico le agrada, incluso puede decir que la atrae, pero no esperaba encontrarse con esa rareza.

—¿Y por qué no pones una foto tuya? ¿Te da vergüenza? ¿O es que eres alguien importante y no quieres que te reconozcan?

—No quiero que me juzguen por mi físico.

—¿Tan feo eres?

Ángel tarda en contestar esta vez. Paula teme haberle ofendido con esa pregunta, pero, justo cuando iba a escribirle para pedirle perdón, el chico continúa la conversación.

—Puede ser. Eso no soy yo el que debe decirlo. De pequeño tuve aparato dental, era gordito y siempre andaba despeinado. Los niños se metían conmigo. Sé lo que se siente al ser juzgado simplemente por tu físico. A veces es inevitable ver a una persona y pensar: «Éste tiene que ser así». Por eso en este mundo de Internet intento conocer y que me conozcan solo por como soy por dentro.

La chica lee aquel párrafo y suspira. Tiene razón, pero le gustaría verlo.

—Así que nunca sabré cómo eres.

—Cuando nos conozcamos en persona.

—Jajaja. No creo que eso pase nunca.

Otro silencio. Son las tres y media de la mañana. ¿Es posible que esté hablando con alguien más? Por fin, Ángel contesta:

—Nunca digas nunca.

—No he quedado jamás con alguien que haya conocido por Internet. ¿Por qué ibas a ser tú el primero?

—Yo tampoco he hecho algo así y no creo que lo haga. Pero siempre hay una primera vez para todo.

¿Primera vez para todo? ¿Aquello era una indirecta para hablar de sexo? No. No era ese tipo de tío. O no lo parecía.

—Eres muy raro.

—Tú también eres rara.

—¿Yo? Soy una chica de dieciséis años normal y corriente.

—¿Dieciséis? Claro, por eso ese 16 junto a tu nick.

—Guau, me asombras. ¿Por qué pensabas que era?

—Por tu edad. Pero podía ser por cualquier cosa. Igual eres fan de Pau.

—¿Qué Pau?

—Gasol. Lleva el dieciséis en su camiseta.

Paula se da una palmotada en la frente. No era un tío que hablara de sexo, pero sí de deportes. Está perdida.

—Ah.

—No te preocupes, no voy a hablar de deportes.

¿Le lee el pensamiento?

No tiene foto, apenas lo conoce, le resulta raro y sin embargo… ¿le gusta? No. Eso es imposible.

—¿Y tú, cuántos tienes?

—107.

—¡Venga ya! ¿Tampoco me vas a decir tu edad?

—No.

—Me voy.

Miente. Pero ¿de qué va? ¿No le va a contar nada de él?

—¡No, espera! ¡Paula, espera!

—Solo si me dices cuántos años tienes.

—Chantajista.

—Llámalo como quieras. ¿Edad?

Se teme lo peor. Está hablando con un señor mayor. Ahora es cuando le presenta a los hijos. O peor, a los nietos.

—Tengo veintidós años. Pero soy como Peter Pan. No quiero cumplir más.

Ella dieciséis, él veintidós. Bueno, podría ser peor.

—Eso de Peter Pan es porque cuando cumpliste veintidós, ¿no contaste más o porque realmente tienes esos?

—Tengo veintidós.

—Viejo.

—Ahora el que se va soy yo.

—¡No! Perdona, perdona. Si eres un chaval. Qué digo un chaval: un bebé.

—¿Te ríes de mí, Paula?

La chica no sabe ocultar una sonrisa de oreja a oreja en la soledad de su habitación. Le gusta más en cada frase que escribe.

—Por supuesto que no me río de ti. Me río contigo.

—Eso está muy visto.

—¡Oh! Perdone usted, señor originalidad.

Una nueva pausa. Un minuto. Dos. Tres. ¿Pero dónde se ha metido?

Regresa.

—Intento serlo. En mi profesión me lo exigen.

—¿Sí? ¿A qué te dedicas?

—Soy periodista.

¡Dios, un periodista! ¡Qué interesante!

—¿Eres uno de esos paparazzi?

—¿Por qué todo el mundo cuando se entera de que soy periodista me pregunta eso?

Mierda, otra vez ha sido poco original.

—Quizá porque tropiezas solo con chicas tontas como yo.

—Tú no eres tonta. De hecho, creo que eres bastante inteligente.

—Ahora el que se ríe de mí eres tú.

—No me río de ti. Me río contigo.

¡Qué capullo! El tío que va de original y ahora hasta usa sus topicazos.

—Copión.

—Y tú, ¿a qué te dedicas?

¿Bromea? ¿Qué quiere que haga con solo dieciséis años?

—Pues imagino que a lo que casi todos con mi edad: estudio en el instituto.

—¿Qué curso?

—Primero de Bachiller.

—Es fácil.

—¡Qué sobradito!, ¿no? No es nada sencillo. Hay que estudiar mucho.

—¿Y tú lo haces?

Paula enrojece. Éste no juzga por el aspecto físico, pero el tío no se corta con lo demás.

—Sí. El último día. No me concentro antes. Apruebo como puedo, pero hasta ahora no he repetido curso.

—Algo es algo.

—¡Hey! Te repito que no es fácil. Muchos han repetido alguna vez con mi edad.

—Tranquila.

—¿Tranquila por qué?

—No me importa si has repetido. Todos tenemos épocas malas, se nos atraviesa alguna asignatura, algún profesor… No te voy a juzgar tampoco por tu expediente académico.

—¿Tú repetiste algún curso?

—No. Pero tuve un segundo de Bachiller complicado. Al final, un profesor me ayudó. Me aprobó una asignatura que tenía suspensa para poder hacer selectividad en junio.

—¡Qué cara!

—Llamémosle ser buen relaciones públicas.

Paula vuelve a reír, en el MSN y en su dormitorio. Es tardísimo, pero se siente tan a gusto con aquel chico misterioso…

—Eres un caso, Ángel.

Pero el periodista no escribe. En esta ocasión pasa más tiempo que las veces anteriores en las que se ausentó. Sin embargo, ella no dice nada. Teme ser una pesada.

Diez minutos más tarde por fin da señales de vida.

—Perdona.

—No te preocupes. Si estás hablando con más gente, lo entiendo.

—No hablo con más gente, solo salí a la terraza.

—¡Con el frío que hace! ¡Estás loco!

—Es que… mira por la ventana.

Paula descorre las cortinas. Detrás del cristal, pequeños copos de nieve aterrizan despacio en el suelo de la ciudad.

—¡Está nevando!

—Sí. Me encanta la nieve. Me hipnotiza.

Es precioso. Nieva.

Aquello sensibiliza a Paula. Tiene ganas de reír, de cantar, de saltar… Pero sobre todo de seguir conociendo a aquel chico tan extraño. Y sí, nunca hay que decir nunca. Porque quién sabe si alguna vez quedan para verse en persona y descubre todos los secretos de aquel periodista enigmático.