sa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.
Han pasado la mañana juntas. Más tarde han dado un paseo por la montaña, sin nadie que las moleste, sin horarios, sin móviles y sin fans. Ni la lluvia ha podido con ellas. Finalmente, han regresado a casa cansadas y empapadas, pero con sensaciones renovadas y muy positivas.
Son más de las seis y media de la tarde y acaban de terminar de comer. Katia sirve una copa a Alexia, un ron con Coca Cola, y se sienta en el sillón de al lado. La cantante ha invitado a su hermana a comer para agradecerle el gran día que han compartido y que le haya prestado el coche durante toda la semana. El mecánico llamó por la mañana para confirmarle que, a partir del lunes, ya tendrá de nuevo a su disposición el Audi rosa.
—Hacía tiempo que no pasábamos un día tan bueno juntas. ¿Desde cuándo tú y yo no comíamos así? Las dos solas y tranquilas. Por cierto, ha sido un detalle que me hayas invitado, aunque hayas encargado los platos al restaurante chino —dice la hermana mayor bromeando, mientras echa el refresco en el vaso.
—Es que hacer la comida no es lo mío, ya lo sabes.
—Lo sé. De todas maneras, los tallarines con bambú estaban muy buenos.
—Y el pato a la naranja, también.
—Tenemos que repetir más a menudo días como el de hoy. Pero, con tu agenda tan apretada…
—Lo siento —se disculpa Katia con sinceridad.
—No te preocupes, lo entiendo. Sé que es difícil que encuentres tiempo libre para otras cosas.
—Sí. He estado tan ocupada durante estos meses que apenas me ha quedado tiempo para hacer lo que siempre he hecho.
Katia se da cuenta de lo olvidado que ha tenido todo lo que hacía antes de convertirse en una celebridad.
—No debe resultar sencillo ser una cantante tan famosa y pararte a mirar dónde estás.
—Ya. Pero esta semana de descanso me ha venido muy bien para pensar.
—¿Sí? ¿Y qué has pensado?
La chica del pelo rosa cruza las piernas y se pone una mano en la barbilla.
—Algunas cosas.
—¿Como qué?
—Por ejemplo, que uno no dirige su propia vida, sino que es ella la que te dirige a ti.
—Qué profunda. ¿Y por qué dices eso?
—Por varias razones. Por ejemplo, el accidente de coche. Podría haber muerto sin previo aviso.
—No te pongas dramática. Afortunadamente, solo fue un susto.
—Sí, pero es una circunstancia que se te escapa. Tú no puedes prevenir que algo así te vaya a suceder, son cosas que la vida te tiene preparadas y que es imposible descifrar. En un segundo todo puede variar.
—Puede ser.
—Otro ejemplo: un día cualquiera conoces a alguien que piensas que es para ti, pero él no cree lo mismo. Tú intentas dirigir tu vida, que esa persona forme parte de ella de una manera y, sin embargo, resulta que forma parte de otra vida: no es lo que tú quieras que sea.
Alexia arquea las cejas y se frota el mentón.
—Pero, en ese caso, no es la vida quien te dirige y toma decisiones. Es otra persona, como tú y como yo, la que lo hace. No es un ejemplo válido.
—Sí que lo es. Es el destino, la vida misma, la que guía a la otra persona. Porque su vida actual ya está condicionada por lo que le ha pasado antes o por lo que él está viviendo ahora. La vida lo dirige a él y, de rebote, me dirige a mí. La hermana mayor bebe y reflexiona unos segundos.
—Resumiendo, que Ángel sigue sin hacerte caso —comenta mientras deja el ron con Coca Cola en la mesita.
—Me quiere solo como amiga —responde Katia, sincerándose.
—Tanta Filosofía para llegar a una conclusión tan simple y sencilla. Ya te vale, hermanita. —Soy así de tonta.
—Tú no eres tonta, eres muy lista. Mira hasta dónde has llegado.
—Cosas de la vida.
—¿Otra vez con eso? Katia, te voy a ser sincera: tienes las armas y la inteligencia suficientes para conseguir a quien quieras, pero te pasa una cosa. Eres muy legal, demasiado legal, y el amor es como una batalla. Hay un objetivo por el que debes luchar y rivales a los que tienes que derrotar. Y, para eso, vale todo.
—Estás exagerando, Alexia. No es una guerra, no es una cuestión de vida o muerte.
—¿No? ¿Estás segura?
Katia suspira y descruza las piernas, echándose hacia atrás en el sillón en el que está sentada.
—Yo no estoy segura ya de nada, hermana. Alexia saca de su bolso un paquete de Malboro y se enciende un cigarro.
—Tienes una rival, ¿no? La novia de Ángel, una cría que tal vez ni siquiera sabe lo que quiere y que se ha encaprichado del periodista. ¿Crees que es para toda la vida?
—No lo sé.
—Pues ya te lo digo yo: no. Esa relación durará semanas o meses. Con un poco de suerte igual llegan al año. Y después, ¿qué? También te lo digo yo: él querrá o dirá que quiere a otra; y ella, lo mismo.
—Eso lo sé. Es normal que si lo de Paula y Ángel no funciona, los dos rehagan su vida con otras personas.
—¿Y entonces? —pregunta Alexia sacudiendo las cenizas del cigarro en un cenicero de cristal.
—Entonces, ¿qué?
—¿Tú crees que no se puede pelear por un chico de veintidós años que acaba de empezar a salir con una niña de instituto? ¡Por Dios, Katia! Millones de rollos como ese comienzan y acaban todos los días. Son historias inconcretas, historias que viven del momento y en las que, por mucho futuro que crean que tienen juntos, nunca se aspira a más que a seguir soportándose la semana siguiente.
—Pero están enamorados.
—¿Enamorados? ¡Venga ya!
Katia, desmoralizada, se tumba en el sillón.
—Estoy desesperada. No me lo quito de la cabeza. Ayer pasé la tarde con él y fue genial. Pero él no pensaba en mí sino todo el tiempo en ella. Intentaba olvidarme de eso, de que hay otra, y quería disfrutar de mi momento. Pero fue imposible.
Alexia apaga el cigarro. Se levanta y se sienta en el sillón en el que está tumbada su hermana. Dulcemente, le acaricia el pelo y le da un beso.
—Debes pelear por ese chico, Katia.
—No tengo nada que hacer con Ángel. No me quiere a mí.
—¿Le has dicho lo que sientes por él?
—No, pero se lo debe de imaginar. Tonto no es, precisamente.
—¿Nunca le has confesado que lo quieres?
—No.
—Pues debes hacerlo. Y ya.
—¿Cómo voy a hacer eso, Alexia?
—Muy fácil: vas y se lo dices.
—Que vaya, ¿adónde?
—Donde sea, hermana: a su casa, a la revista, al fin del mundo… Tú misma eres la prueba de que quien quiere algo debe luchar por conseguirlo. Saliste de la nada y saltaste al mundo de la música abriéndote paso tú sola. Hoy eres la cantante que vende más discos en este país.
Katia resopla. Su hermana le coge una mano y se la aprieta.
—Alexia, no es lo mismo.
—No. Conseguir a Ángel es más sencillo, porque es convencer a una persona; vender discos es convencer a muchas.
La chica suelta la mano de Alexia y se sienta otra vez en el sillón.
—Lo ves muy fácil. Y seguramente sea lo más difícil con lo que me haya encontrado hasta ahora.
—No he dicho que sea fácil, he dicho que es más fácil que Ángel se enamore de ti que conseguir todo lo que has conseguido.
—Tú, entonces, ¿qué sugieres? ¿Que vaya a su casa y le diga que estoy enamorada, que no puedo vivir sin él y que deje a su novia por mí?
Alexia sonríe.
—Con otras palabras, pero sí. Te sugiero exactamente eso.
—No puedo hacer eso.
—Sí puedes. El no ya lo tienes. Solo puedes ganar.
—Puedo perder su amistad.
—Hermana, no se puede ser amiga de la persona de quien estás perdidamente enamorada. Es una ley no escrita y que muchos intentan disfrazar, pero eso no es una amistad sincera.
La chica comprende lo que su hermana le está diciendo. Tiene razón: si quieres a alguien e intentas ser su amigo, tarde o temprano explotará lo que llevas dentro. Buscarás más, porque no estás a su lado simplemente porque te cae simpático o compagináis bien sino por el amor que sientes hacia él o ella y por la esperanza de que algún día se dé cuenta de que eres el chico o la chica de su vida.
—Katia, ve a por él ahora mismo y dile que lo quieres.
—Pero…
—Hazlo. O algún día te arrepentirás de no haberlo hecho.
La cantante suspira y cierra los ojos. Luego los abre de nuevo y mira a su hermana con emoción.
—Tienes razón, Gracias.
Se levanta del sillón y, con las llaves del coche de Alexia en la mano, sale de su piso decidida a intentarlo por última vez.