sa misma mañana, en otro lugar de la ciudad.
La columna sobre Katia para la página web ya está terminada. No está mal. Ángel la lee varias veces, cambia un par de palabras y corrige alguna que otra coma mal puesta. Hace entonces una nueva lectura, la última, porque lo que ha escrito sobre la cantante le gusta bastante. Satisfecho, llama a su jefe para que la lea antes de pulsar el enter y que salga ya publicada en Internet.
Jaime Suárez acude rápidamente y lee con detenimiento.
—¡Muy bien! Está muy bien.
—Gracias, me alegro de que le guste.
—Es personal, diferente, también informativa y se nota que estáis enamorados el uno del otro.
El periodista cree que ha oído mal las últimas palabras de don Jaime.
—¿Perdone? ¿Ha dicho «enamorados»?
—Sí, hombre. Es una columna preciosa y se siente el amor que hay entre los dos. Al menos, yo lo siento.
—No estamos enamorados. ¿Por qué dice eso? ¿En qué frase lo percibe?
Jaime Suárez mira a un lado y a otro para cerciorarse de que están solos. Luego se sienta en una silla con ruedecitas y se pone las manos en la nuca.
—Ángel, por si no lo recuerdas, sigo siendo periodista.
—Claro que lo recuerdo. Pero ¿qué tiene que ver eso?
El hombre está a gusto consigo mismo. Se siente triunfador, como el que acaba de encontrar una exclusiva: ¡la exclusiva!
—Verás: un periodista tiene que ser intuitivo…
—Lo sé, lo sé. Pero…
—Y perseguir una corazonada hasta descubrir si se trata de una realidad o de algo producto de su imaginación. Y reunir pruebas.
—Ya, pero no sé qué tiene que ver eso conmigo y con lo que ha dicho.
—Y además contar con dos factores fundamentales: la suerte y la lógica. Pueden parecer opuestos, pero ambos, en un momento dado, se complementan y juntos consiguen que se llegue a la noticia, al núcleo de la información.
—No entiendo nada de lo que me está diciendo.
Jaime Suárez sonríe.
—Yo te lo explico con hechos. Te voy a contar una historia. Hace una semana, cuando Katia vino a hacer la entrevista, ya noté cierto flirteo por su parte. Le gustaste desde el primer minuto.
—¿Cómo sabe eso? —pregunta el chico sorprendido.
—Soy un zorro viejo, Ángel. Conozco a la personas, su naturaleza. Además, te miraba de una manera especial. ¿No te diste cuenta?
—No, y no creo que eso fuera así.
—No intentes esconder la verdad conmigo, amigo mío. Pero continúo. —El hombre echa la silla hacia atrás y coloca un pie sobre una de las mesas de redacción—: en ese instante tuve una corazonada, una intuición, el presentimiento de que tú y ella comenzaríais una relación.
Ángel se queda con la boca abierta y sigue escuchando las reflexiones de su jefe.
—Entonces empiezan a darse circunstancias que reafirman mi presentimiento. Ella te lleva en coche a no sé dónde el primer día, pide tu móvil y luego te reclama para que asistas a su sesión de fotos. Además, creo que luego os fuisteis juntos, ¿no? Eso al menos me contó Héctor.
—Sí, así fue —responde Ángel.
—No sé qué pasaría esa noche ni quiero saberlo, claro. Es asunto vuestro. Pero, y aquí entra en juego la lógica, sería normal que entre una chica joven y preciosa como ella y un tío también joven y guapo como tú pudiera pasar algo. Si se van solos, de noche y en el coche de ella, las posibilidades aumentan.
—Pues no pasó nada —miente.
El hombre sonríe pícaro. No lo cree, pero no va a contradecirle.
—Vale, no pasó nada. Pero es normal que dos chicos guapos, jóvenes y sin compromiso conocido se gusten y comiencen una historia entre ellos. ¿Es lógico o no es lógico?
—Simplemente, es una posibilidad.
—Da igual, llámalo como quieras —protesta don Jaime—. Sigo atando cabos. El día que Katia tiene el accidente, da la casualidad de que tú estás en el lugar de los hechos sin que te avise nadie para que cubras la noticia.
—Había muchos periodistas allí.
—Sí, es cierto, pero ninguno dispuso de las informaciones que tú obtuviste. Es más, diría que hasta llegaste a ver a Katia en su habitación, ¿me equivoco?
El chico no responde. Se limita a seguir escuchando lo que Jaime Suárez sigue diciendo.
—No, no me equivoco. Y, por si fuera poco, el miércoles Katia aparece en la redacción de la revista porque habías quedado con ella para tomar café.
—Nos hemos hecho amigos. Es verdad.
—¿Amigos? ¡Amigos íntimos!
Jaime Suárez se pone de pie y suelta una carcajada. Ángel lo observa. Camina de un lado para otro con las manos en la espalda.
—Ayer —continúa relatando el director de la revista— alguien vio a Katia entrando en un edificio. Iba acompañada de un chico guapo, alto, bien vestido, que se parecía mucho a ti. ¿Eras tú?
Ángel duda en responder la verdad. Pero si aquel hombre está diciendo todo aquello es porque tiene pruebas convincentes. Así que mentir no es una buena solución.
—Sí, era yo.
—Menos mal que lo reconoces, porque ese alguien que os vio era mi mujer.
—¡Joder! ¿Su mujer nos vio?
—¡Sí! Por eso te he dicho antes que también en la noticia intervienen la suerte, el destino, las casualidades. Mi mujer confirmó mi corazonada y aportó la prueba definitiva: la que demuestra que tú y esa chica tenéis una relación.
Ángel se mantiene en silencio un instante.
Mientras su jefe continúa hablando, él busca algo entre sus cosas.
—Pero no te preocupes, yo no diré nada. Y la revista no publicará nada sobre vuestra relación. Eso sí, si la prensa del corazón se hace eco de que… ¿Ángel, qué haces?
El periodista abre la carátula del CD que estaba buscando y mete el disco en su ordenador.
—Escuche —le indica a Jaime Suárez.
Es el tema de Katia, cantado por ella misma. Suena algo diferente a la canción original, pero Jaime no entiende por qué Ángel quiere que oiga Ilusionas mi corazón. Sin embargo, en unos segundos, lo descubre. La letra no es la misma: los protagonistas de la canción se llaman Ángel y Paula.
—Pero ¿qué significa esto?
—Veo que lo ha notado.
—¿Ese Ángel eres tú?
—Sí. Y Paula es mi novia. Mañana es su cumpleaños y le pedí a Katia que me hiciera este favor. Es una gran fan suya y que le dedique esta canción significará mucho para ella. En el edificio donde su mujer nos vio entrar hay un estudio de grabación, donde ayer nos pasamos toda la tarde grabando esta versión especial de Ilusionas mi corazón.
Jaime Suárez no recuerda ninguna ocasión en la que errara de esa manera. ¡Menos mal que ha sido con uno de sus chicos!
—Lo siento, Ángel. Estoy avergonzado.
—No se preocupe. Entiendo que todas las pruebas conducían a deducir que Katia y yo tenemos una historia, lo que demuestra que ni aunque la intuición, la lógica y la suerte se junten, eso garantice que el periodismo sea una ciencia exacta.
Después de esa última frase, el periodista vuelve a guardar el CD en su carátula. Sonríe a su jefe y pulsa el enter para que la columna de opinión sobre Katia aparezca en la página web de la revista.
Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
Álex no va esa mañana a la ciudad. En casa, prepara la clase de esta tarde con Agustín Mendizábal y sus amigos. Menos mal que hoy es viernes y la tiene una hora antes. También intenta escribir un nuevo capítulo de Tras la pared a pesar de no encontrarse muy inspirado. De vez en cuando se atasca y, al repasar cada párrafo, todos le parecen iguales. Y entonces se culpa de su torpeza y de su falta de talento.
Constantemente mira el móvil y siente la tentación de llamar a Paula. La última conversación de anoche le hizo pensar. Tal vez la esté agobiando demasiado. No quiere que eso pase, pero le cuesta controlarse. A veces sus sentimientos le desbordan y la necesita. Necesita saber de ella, oír cómo se ríe. A pesar de que se conocen desde hace poco tiempo, y no se han visto demasiado, se ha enamorado como nunca antes lo había hecho.
Pero ella tiene novio, y ese es un gran inconveniente o, más bien, una tortura, y lo que hace que en ocasiones entristezca y lo dé todo por perdido. Imaginar que la chica a la que quieres está en los brazos de otro y que la besa y la abraza resulta desolador.
Quizá en estos momentos esté con él, haciendo quién sabe qué.
Álex suspira. Sí, realmente vivir así es una tortura.
Le apetece subir a la azotea de su casa y tocar el saxofón para desahogarse, pero llueve otra vez. Así que se debe conformar con mirar por la ventana de su habitación y tocar sentado en la cama.
La música del saxo invade toda la casa recorriendo cada rincón con su triste melodía.