Capítulo 94

sa noche de marzo, en un lugar de la ciudad.

En veinticuatro horas tendrá diecisiete años, pero su cumpleaños es lo que menos le importa ahora. La noche aprisiona el corazón de Paula. Está sola en su cama, tumbada boca abajo, con la almohada mojada de lágrimas.

Hace dos horas.

—Hola, cariño.

—Hola, Ángel.

—¿Cómo estás? Te echo de menos.

—Yo también te echo de menos.

Suspiro. Suspiro. Silencio.

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes. Solo estoy un poco cansada.

—¿Quieres que te cuelgue y hablamos mañana?

—Vale.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, perdóname. Mañana después de clase te llamo, ¿vale?

—Bueno, como tú quieras.

—Buenas noches, Ángel.

—Buenas noches, te quiero.

Son las doce de la noche. En su habitación, completamente oscura, se oye la canción número cuatro de Canciones para Paula. Es de Vega: Una vida contigo.

¿Por qué le está pasando todo aquello?

Hace una hora.

—¿Sí…?

—Hola, Paula.

—Hola, Álex. ¿Cómo estás?

—Bien. Escribiendo y… pensando en ti.

Silencio.

—¿Paula?

—Perdona, Álex; estoy un poco cansada. Llevo todo el día estudiando.

—No lo sabía. Perdóname. No te debería haber llamado tan tarde, pero quería oír tu voz y no he podido contener las ganas.

—No te preocupes.

—Bueno, pues lo siento.

—No pasa nada, de verdad. Gracias por llamarme.

—Ya hablamos mañana, ¿te parece?

—Vale. Buenas noches, Álex.

—Buenas noches.

Comienza el viernes. La lluvia ha cesado, pero es solo una tregua porque las previsiones anuncian que el tiempo incluso podría empeorar durante el día.

Paula se pone de pie y apaga el ordenador. La música cesa. La chica se agacha y se baja la pernera de los pantalones del pijama, que se le han subido. Luego se mete otra vez en la cama.

Le costará dormir. Soñará con Ángel, con Álex y con Mario. Pero nada de lo que sucede en sus sueños puede compararse a lo que está viviendo en la vida real.

Hace unas horas, por la tarde, casi noche, en la habitación de Mario.

Su mejilla está roja. Mario se la frota despacio. No puede creerse que Paula le haya pegado al besarle. No le duele tanto la cara como el corazón.

—Perdona, yo… no he debido… Pero ¿por qué has hecho eso? —pregunta la chica, que continúa en estado de shock.

Mario sigue tocándose el rostro. No sabe qué decir. Sus ojos se pierden por las paredes de la habitación. No puede mirar a su amiga a la cara.

—Yo…

—No…, no lo entiendo. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué me has besado?

Paula está muy nerviosa. Le tiemblan las piernas. ¿Se marcha corriendo? ¿Se queda? No comprende cómo Mario se ha atrevido a besarla.

—Lo siento.

—Mario… ¡Me has besado en los labios! —exclama, poniéndose las manos en la cabeza—. No comprendo nada.

—De verdad que lo siento.

La voz del chico llega apagada, casi imperceptible. Su amiga se da cuenta de que está verdaderamente afectado. Suspira e intenta serenarse.

—¿Por qué me has besado? —repite, más tranquila, sentándose en la cama.

—No…, no lo sé.

Mario siente vergüenza de sí mismo. Las palabras salen quebradas de su boca. Mira a un lado y a otro, asustado, amedrentado por la situación. Ahora no solo perderá las remotas posibilidades que tenía con Paula sino también su amistad. Nunca imaginó que su primer beso a una chica terminaría de esa manera.

—¿Ha sido un impulso repentino? —insiste Paula.

El chico no dice nada. Se sienta en la silla frente al escritorio y detiene la canción de Shawn Colvin que todavía continuaba sonando. Mira hacia abajo. Piensa en todo el tiempo que empleó en hacer aquel CD para ella: horas y horas; madrugadas sin dormir. Todo, para nada. No se ha sabido contener ni hacer las cosas bien. No debió besarla, ese no era el plan. No debió hacerlo sin su consentimiento: un beso es cosa de dos y eso, hasta ese preciso instante, no lo había tenido en cuenta.

El silencio en la habitación es absoluto. Paula observa a su amigo y resopla. No reacciona.

—¿Mario? ¿No me dices nada? No puede ser que haya pasado esto y ahora ni siquiera seas capaz de mirarme.

Nada: es como si se hubiera transformado en una estatua de sal. Inmóvil, con la cabeza agachada y la vista en el suelo, Mario solo piensa en el error que ha cometido y en sus posibles consecuencias.

Paula no lo soporta más. Se levanta de la cama y se cuelga la mochila en la espalda.

—Me voy. Ya hablaremos.

La chica se dirige hacia la puerta. Camina deprisa, enfadada, confusa y también defraudada. No esperaba que Mario fuera así. ¿Qué pretendía? ¿Liarse con ella en su propia casa?

—Te quiero, Paula.

Esa noche no hay luna, ni estrellas. Unos niños gritan en la calle mientras corren hacia alguna parte chapoteando en cada uno de los charcos que se han ido formando durante el día. La lluvia cae sin prisas, constante. Es un día cualquiera de marzo, en un lugar de la ciudad.

—¿Qué?

—Que te quiero. Estoy enamorado de ti.

Sus ojos por fin se encuentran. Se miran intensamente. Entre ambos amontonan un millón de sensaciones diferentes.

—Pero, Mario… No creo que me quieras. Habrás confundido tus sentimientos…

—No, estoy seguro de lo que siento. Te quiero.

—Vaya. ¿Y desde cuándo sientes eso por mí?

—No lo sé. No recuerdo. Desde siempre, creo.

—Ah. Debo ser muy tonta porque nunca me di cuenta.

—Tenías otros en los que fijarte. Otros mejores que yo.

Paula vuelve sobre sus pasos y se sienta otra vez en la cama. Las palabras de su amigo le hacen sentirse culpable. Y entonces empieza a unir piezas. Todo va encajando: su estado de ánimo, el nick del MSN, el no dormir, que mirara tanto hacia la esquina de las Sugus… No era por Diana, era por ella. ¡Qué estúpida!

—Lo siento. Siento no haberme dado cuenta de tus sentimientos.

—No pasa nada. Es normal que una chica como tú no quiera nada con alguien como yo.

—Eso no es cierto, Mario. Somos amigos y…

—Amigos. Sí, lo sé. Amigos… Pero ya sabes que no me refería a amistad.

—Ya.

Los dos permanecen en silencio unos minutos. Ahora ya no se miran. Paula no se atreve y Mario huye de la realidad, quiere que aquella conversación termine cuanto antes. No puede más. Sin embargo, es ella la que cree que irse es la mejor solución.

—Me tengo que marchar. Es tarde y en casa estarán preocupados.

—Vale.

—Siento haberte pegado —dice Paula mientras abre la puerta de la habitación.

—Y yo siento haberte besado sin permiso.

La chica hace un gesto con la cabeza, suspira y sonríe tímida.

—Nos vemos mañana, Mario.

—Espera un segundo.

El chico se levanta de la silla y saca el CD del ordenador. Lo guarda y se lo da.

—Gracias.

—Es tuyo. Tu regalo de cumpleaños.

Los ojos de Paula brillan bajo la luz del dormitorio de aquel chico que conoce desde hace tantos años: un gran amigo que le acaba de confesar su amor. Apenas puede aguantar las lágrimas. Es uno de los momentos más difíciles que recuerda en su vida. Pero tiene novio. Está Álex y ahora…, ahora también sabe que Mario la quiere.

Su cabeza va a explotar. Tiene que salir de allí.

Da las gracias de nuevo y, tras besarle en la mejilla que antes golpeó con la palma de su mano, abandona la habitación abrazando con fuerza el CD de Canciones para Paula.