Capítulo 87

sa tarde de marzo, en un apartado lugar de la ciudad.

El cielo oscuro anuncia una inminente tormenta. Irene conduce a toda velocidad para llegar a casa lo antes posible, y no por miedo a que un fuerte temporal descargue sobre ella sino porque está deseando ver a Álex. ¡Qué ganas! Unas primeras gotitas empiezan a inundar el cristal delantero de su Ford. Activa el parabrisas y pisa el acelerador. Ya queda poco.

Desvío hacia la izquierda y carretera secundaria hasta el camino que lleva hacia la casa. Piedras, tierra, pero sobre todo barro. La lluvia ha puesto aquel sendero en pésimo estado.

A lo lejos, ya divisa su hogar para los próximos meses. ¿Meses? Quién sabe si no será para toda la vida. Aunque si ella tuviera que elegir preferiría un piso en el centro. Un piso grande, espacioso, con una cama de matrimonio enorme en el dormitorio y un jacuzzi para bañarse con Álex y darse interminables masajes con chorros de agua a toda presión. Un sueño que se hará realidad. Seguro.

Por fin llega a su destino. Con aquella tormenta y el cielo negro de fondo, la casa tiene un aspecto misterioso, como de una película de terror. Sí, decididamente cuando viva con su hermanastro se irán a un piso en el centro de la ciudad.

Aparca el coche y baja rápidamente. Está empezando a llover más y las gotas son cada vez más gruesas. Un trueno. Corre hasta el portal donde saca la llave de su bolso y la mete en la cerradura. No se abre. Lo prueba de nuevo, pero con la misma suerte. La examina bien para comprobar que es la llave correcta. No se ha equivocado, esa es la que le dio Álex. Qué raro. Tras varios intentos, desiste y llama al timbre. Nadie. ¿No está? Pero si le dijo que hoy no iría a ninguna parte…

Vuelve a llamar. Empieza a impacientarse. De pronto se oye el cerrojo de la puerta. Álex le abre. Sigue vestido con la camiseta de tirantes de esta mañana. Va descalzo, solo con calcetines. Por eso no lo oyó llegar.

—Hola. ¡Uf, la que va a caer! —dice la chica entrando. No pierde ni un solo detalle de su torso. Qué bueno está. No puede esperar al momento de echarse sobre él y besarle. Quiere ser suya, que la posea y ser poseída.

—Sí, eso parece —responde escueto.

El chico cierra la puerta y camina detrás de su hermanastra. Otro trueno.

—Oye, no sé qué le pasa a mi llave que no he podido abrir. Por eso he llamado al timbre.

—He cambiado la cerradura.

—¿Por qué?

Álex no contesta y entra junto a su hermanastra en el salón. Entonces a Irene se le hiela la sangre. En el suelo están todas sus maletas. Parecen llenas.

—Son todas tus cosas —se anticipa a decir el joven.

—¿Por qué has metido mis cosas en las maletas?

—Te vas.

—¿Que me voy? ¿Adónde?

—Pues te vas de mi casa.

—No entiendo qué quieres decir.

—Está muy claro, Irene. Ya no vives aquí.

—¿Me echas? —pregunta con los ojos muy abiertos, sin apenas poder respirar.

—Llámalo como quieras. La cuestión es que no quiero que sigas viviendo en esta casa.

—Pero ¿por qué? ¿Qué he hecho yo?

Álex la mira a los ojos.

Irene entonces lo comprende todo. Ha descubierto lo de Paula. Esa niñata ha tenido al final más ovarios de los que pensaba y le ha contado lo que pasó anoche.

Mierda.

—¿Y todavía tienes la cara dura de preguntarlo?

—No he hecho nada malo.

—Mentir y extorsionar a una amiga mía poniendo en peligro nuestra amistad, ¿no es nada malo?

—Bah, no exageres.

—¿Que no exagere?

Álex agarra dos de las maletas, se calza las zapatillas de estar por casa que tiene en el salón y sale de la habitación. Irene lo sigue.

—Venga, Álex. ¡Perdóname! No ha sido para tanto. Solo quiero lo mejor para ti.

El chico suelta las maletas junto a la puerta y se gira bruscamente.

—¿Lo mejor para mí? Tú estás loca; tienes un problema.

—En serio. Quiero lo mejor para ti y esa niña no lo es.

—¿Quién eres tú para decirme qué es y qué no es lo mejor para mí?

—Tu hermana.

—Hermanastra. Her-ma-nas-tra —repite Álex, totalmente fuera de sí.

—Somos familia. Vivimos juntos.

—Provisionalmente.

—Yo te quieto.

—Tú te quieres solo a ti misma. Y lo que le has hecho a esa pobre chica y lo que me has hecho a mí no tiene ningún tipo de perdón.

Álex abre la puerta. Vuelve a coger las maletas del suelo y sale de la casa.

Ahora llueve muchísimo. El cielo parece que se va a romper en cualquier momento.

El chico camina hasta el Ford y deja las maletas junto al vehículo.

—¿¡Abres esto!? —grita.

Irene está en el umbral. Lo mira con el rostro desencajado. Sus planes han salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve cómo su hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo impide, y tampoco que coja las llaves del coche. No vale la pena luchar ahora mismo.

Álex entra y sale de la casa cargado con todos los enseres de Irene hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de baño y regresa con una toalla. Mientras se seca el pelo y los brazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdida.

—Bien, ya está todo metido en el coche. Cuando quieras, puedes irte.

—¿Adónde voy a ir? No tengo ningún sitio.

—Ya había pensado en eso. Como no quiero que te quedes en la calle, he hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso.

La chica gesticula con las manos sorprendida e incrédula.

—¿Quién es ése? ¿El viejo de la copistería?

—No hables así de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses.

—No me voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco?

—Pues deberías hacerlo. Don Agustín es un buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no te faltará de nada.

—No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni muerta!

—Pues tú sabrás lo que haces.

Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla.

Su hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene unas ganas inmensas de llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más.

—Lo hice por ti, Álex. Paula es una niña todavía y tú tienes veintidós años.

—Eso no es cosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación.

Irene está en el umbral. Lo mira con el rostro desencajado. Sus planes han salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve cómo su hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo impide, y tampoco que coja las llaves del coche. No vale la pena luchar ahora mismo.

Álex entra y sale de la casa cargado con todos los enseres de Irene hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de baño y regresa con una toalla. Mientras se seca el pelo y los brazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdida.

—Bien, ya está todo metido en el coche. Cuando quieras, puedes irte.

—¿Adónde voy a ir? No tengo ningún sitio.

—Ya había pensado en eso. Como no quiero que te quedes en la calle, he hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso.

La chica gesticula con las manos sorprendida e incrédula.

—¿Quién es ese? ¿El viejo de la copistería?

—No hables así de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses.

—No me voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco?

—Pues deberías hacerlo. Don Agustín es un buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no te faltará de nada.

—No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni muerta!

—Pues tú sabrás lo que haces.

Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla.

Su hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene unas ganas inmensas de llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más.

—Lo hice por ti, Álex. Paula es una niña todavía y tú tienes veintidós años.

—Eso no es cosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación.

—Ya te he pedido perdón.

—Lo siento, pero no puedo perdonarte ahora mismo.

Las palabras de Álex hieren de verdad a Irene.

La chica recupera otra vez su bolso y le sonríe.

—No tenéis ningún futuro juntos —sentencia.

Álex no responde.

Entre el ruido de la lluvia, que golpea con virulencia el suelo y un nuevo trueno que irrumpe imperioso en el cielo oscuro, Irene abandona la casa.

Se sube en el Ford Focus y cierra violentamente la puerta del conductor. Nerviosa, enciende la radio. Suena Medícate, de Breaking Benjamin. Irene pisa el acelerador con rabia.

Conduce a toda velocidad, adelantando a un coche tras otro. No quiere pensar en nada, solo pisar el acelerador, ir más deprisa. Pero entonces de reojo se ve en el espejo retrovisor y, pese a su fuerza de voluntad, no puede impedir que una amarga lágrima resbale por su mejilla. Por primera vez en su vida ha sido derrotada.